Liberémonos de la guerra. - Escola de Cultura de Pau

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Ponencia para el II Seminario Internacional, Bogota DC, 27 y 28 de Mayo
ANTONIO GRAMSCI: DE LA FILOSOFIA DE LA PRAXIS A LA PRAXIS DEL COMÚN
Universidad Nacional de Colombia
Tema: LIBEREMONOS DE LA GUERRA
Autor: YEZID ARTETA DÁVILA (Investigador de la Escuela de Cultura de Paz de la
Universidad Autónoma de Barcelona)
Queridos Amigos:
“…Ahora ya no tengo dientes para masticar y por eso sólo debo comer determinadas cosas…” 1
escribía Gramsci a Peppina Marcia, su madre, desde la casa penal de Turi en la provincia de
Bari, en octubre de 1931. Luego de leer las Cartas dese la Cárcel (Lettere dal Carcere) – la
recopilación que contiene más de medio millar de cartas escritas desde el cautiverio, y dirigidas
principalmente a sus familiares – por quien fuera el más importante teórico marxista del siglo
XX, ningún individuo de la especie humana que se reclame como tal, podrá mostrarse
insensible ante las tribulaciones de un individuo que día a día ve deteriorada su humanidad,
pero que sin embargo mantiene lucido el pensamiento a pesar de que el día en que escribe a
su progenitora, completaba casi cinco años de prisión y aún quedaba otro tanto más para
cumplir la condena. Si hay quienes reclaman la existencia de una Providencia que aboga por
los “sedientos de justicia”, para el caso de Gramsci, la Predestinación se condujo
miserablemente al permitir que contra el joven sardo se cometiera la peor de las injusticias,
amen de dejarlo morir como a un perro apestado. Quienes defienden a ultranza el Destino, y
creen que no hay nada casual en este mundo dirán entonces que, la reclusión de Gramsci en
un “lugar de espera” por espacio de una década, permitió que ese diamante en bruto pudiera
mostrar gradualmente sus facetas, el brillo que iluminaría e inspiraría a generaciones
completas de pensadores que aún no han podido agotar la infinita fuente que contienen los 38
Cuadernos de la Cárcel (Quaderni del Carcere), integrado por 2848 manuscritos realizados en
las más penosas condiciones – tanto como perder gran parte de su dentadura antes de cumplir
los cuarenta años –, y que a la postre se convirtieron, como lo quiso su autor, en una obra für
ewig (para la eternidad).
De esto trata la presente reflexión, del Gramsci humano, demasiado humano – apropiándome
del titulo de una de las obras de Nietzsche –,quien no pudo conocer las carnes y los huesos de
Giuliano, su hijo, puesto que su esposa Giulia Schucht, exiliada en Moscú, nunca pudo visitarlo
en la prisión, circunstancia que impidió que el padre meciera entre sus brazos las carnes de la
criatura. Lo hago con la clara intención de construir una visión menos politizada – menos
polarizante para ser más preciso – con relación al prolongado conflicto colombiano, haciendo
énfasis en la faceta del hombre nuestro, puesto que hoy, como resultado del fanatismo y el
dogma, el rencor y la venganza, parecen agotadas todas las interpretaciones y soluciones al
mismo, y no queda más que acudir a ese individuo que hemos dejado a la deriva, en el lugar
más recóndito e inhóspito de nuestra existencia. Para tal efecto, me tomaré la licencia de
emplear arbitrariamente algunos conceptos de Gramsci, sin negar un cierto tinte metafórico, y
sin deleznar por supuesto, la esencia de los mismos. Veamos:
1. El Príncipe Moderno. Liberarse de la guerra en Colombia – enunciado de esta jornada – no
puede ser el resultado de la voluntad de un príncipe como lo concibiera Maquiavelo o un
Mesías iluminado como podría pensarlo un creyente, sino parece serlo – en la reinterpretación
gramsciana de El Príncipe de Maquiavelo – la consecuencia de una “voluntad colectiva” de
carácter nacional. La construcción de esta “voluntad” no puede entenderse como la imposición
de un pensamiento o de una iniciativa en oposición a otro u otra, por el contrario se trataría de
acoplar dos o más visiones del país, sin que esto implique la renuncia a determinados
1
A. Gramsci, Cartas desde la Cárcel, Ediciones Nueva Visión, Bueno Aires, página 160
1
postulados político-partidistas. En las actuales circunstancias parecería que en Colombia hay
una sumatoria de gestos que pueden conducir a forjar esa “voluntad colectiva”, sin embargo la
clave para que estas señales a favor de la paz puedan recalar en un puerto de aguas
profundas, es menester que aquellos y/o aquellas que trasmiten dichas señales, renuncien a
sus pequeñas miserias, a sus excesos protagónicos, y se empleen más a fondo en la tarea de
seducir al adversario, porque sin él, no es posible encontrar la llave que abra la puerta que nos
conduzca a la transformación negociada de Colombia. El gran merito de Nelson Mandela,
además de resistir 27 años de prisión sin renunciar a su propósito de superar el régimen de
segregación racial en Sudáfrica, fue la de no sólo ganarse la voluntad de su propia gente sino
también la de sus “enemigos”, y adelantar con ellos la misión suprema: eliminar el apartheid
por la vía del dialogo y de la negociación 2 . Mandela, entendió que sólo la “voluntad colectiva”
(El Príncipe Moderno) era capaz de unificar a una nación alrededor de su propósito
transformador, y que mejor representación para esta empresa que los Springboks, el equipo
sudafricano de rugby capitaneado por François Piennar, hijo del apartheid. El seleccionado de
rugby hizo las veces de pegamento, y consiguió soldar los fragmentos de una sociedad
fracturada por décadas de racismo, convirtiendo un mero encuentro deportivo en la metáfora
para conjurar la guerra, en el paradigma de la unidad de la nación sudafricana.
Empero, en las actuales circunstancias de Colombia, hay un factor que juega en contra del
deseo de “liberarnos de la guerra”, y se trata de la inminente lisa electoral, en donde el discurso
provocador a favor de la guerra a ultranza – o en favor del dialogo – vale como instrumento
para exacerbar las más primarias reacciones de la eventual masa votante. Se nos ocurre
pensar entonces – proponer mejor – que los ya existentes o futuros candidatos presidenciales
pacten un acuerdo que blinde el tema de la guerra y la paz a fin de facilitar todos aquellos
esfuerzos que lleven a la reconciliación y la inclusión de toda la nación en la edificación de un
país viable para todos los estamentos o sociedades. Esto no significa que los partidos que
sostienen dichas candidaturas renuncien al debate político, económico, social, etcétera, antes
por el contrario es vital para la sociedad la apuesta contestataria, el contraste entre las diversas
plataformas o programas electorales.
2. Hegemonía. Algunos expertos en la sicología de los pueblos aseguran que la prolongada
confrontación en Colombia ha invertido la tabla de valores de la inmensa mayoría de sus
habitantes. La dicotomía, difundida habitualmente por el circuito mediático, que divide al país
entre “buenos” (la gente de bien) y “malos” (los violentos) no resiste un análisis serio. El asunto
va más allá. No se trata de un asunto de ricos, pobres, “buenos” o “malos”, sino que involucra a
toda la sociedad, pues tanto los unos como los otros hemos asimilado la violencia a niveles tan
desconcertantes, hasta comportarnos indiferentes ante las escenas más repugnantes y
despiadadas. Cabría preguntarnos entonces: no será que hemos llegado en Colombia al
extremo de “banalizar el mal”, esa censurable conducta que definiera Hanna Arendt con
relación a la inmutabilidad, la carencia de crítica de la sociedad alemana a propósito de los
crímenes del nazismo.
No ahondaremos en estas notas sobre lo que abarca el concepto de “hegemonía” explicado
por Gramsci porque seguramente otros analistas lo harán mejor que yo, pero sí queremos
llamar la atención acerca del componente intelectual, moral y espiritual de dicha noción,
elementos enfatizados en sus Cuadernos de la Cárcel. El intelectual colombiano de los tiempos
que corren, provisto de razones antibelicistas, no puede resignarse a la mera “subordinación”,
adaptarse cómodamente a la “hegemonía” dominante, debe – es un imperativo moral –
resistirse al dominio espiritual que, desde los poderes, enaltece el linchamiento y el rencor.
Corresponde entonces a los intelectuales que militan en la causa del humanismo, no guardar
silencio o contemporizar con aquellos discursos que se desplazan holgadamente entre tópicos
y lugares comunes. Se trata de elaborar una disertación, capaz de superar el círculo de la
violencia, en particular aquella perorata que sublima a la venganza, que glorifica la justicia del
banquillo y la presenta como la infalible formula que pondrá punto final a la guerra. Creo, por el
contrario, que este fundamentalismo que rinde un culto ciego a la justicia que encierran los
códigos, ese pensamiento que pretende hacernos creer que el conflicto colombiano es un
asunto eminentemente jurídico y como tal debe abordarse, termina de manera caprichosa
convirtiéndose en un mecanismo de freno contra el deseo de “librarnos de la guerra”. Esta
discursiva interminable se parece cada vez más al “cuento del gallo capón”, ese original
recurso empleado por los bebedores de ron en ciertas aldeas del Caribe para “mamarle gallo”
2
Véase Carlin John, El Factor Humano, Ediciones Seix Barral, página 17
2
al forastero, costumbre inmortalizada por la prosa del escritor de Aracataca 3 . Es preciso
elaborar una narrativa del conflicto que contenga una página con la palabra “fin”, escrita. Ya
veremos luego que enseñanza les deja la lectura a las generaciones que nos siguen, luego de
conocer toda la verdad con relación a nuestras violencias.
3. El Bloque Histórico. Continuando con Italia – Gramsci nació allí, en la isla de Cerdeña –
algunos recordaran aquella violenta escena de Novecento, la película dirigida por Bernardo
Bertolucci, donde el actor Donald Sutherland, quien interpreta a un brutal capataz fascista de
principios del siglo pasado, amarra a un gato contra una puerta, toma impulso y lo aplasta con
su cabeza. Pregunto ¿es posible hablar con un individuo capaz de semejante aberración o sólo
nos queda la opción de aplastarlo con sus propios métodos? Albert Camus intentó en vano
acudir a la palabra para evitar que el nazismo continuara ensañándose contra la Francia
ocupada. (Reflexionaba Camus en su Primera Carta a un amigo Alemán escrita desde la
clandestinidad, así: “…Hemos necesitado todo este tiempo para ver si teníamos derecho a
4
matar hombres, si nos estaba permitido incrementar la atroz miseria de este mundo …En la
Cuarta Carta prosigue: …Cómo es posible que hayamos sido tan semejantes y hoy seamos
enemigos, cómo he podido estar a vuestro lado y por qué ahora todo se ha acabado entre
nosotros… ” 5 ). Finalmente Camus no tuvo más remedio que justificar la “eficacia del combate”
en legitima defensa. No hay que olvidar que el autor de La Peste y El Hombre Rebelde entre
otras, rechazó todas las formas de violencia, inclusive la empleada por los independistas de
Argelia – lugar donde nació – que enfrentaban al feroz colonialismo francés.
No pocos en Colombia han defendido el uso de la violencia para combatir la violencia o todas
las formas de violencia. Hay quienes reclaman legitimidad para ejercer la violencia “legal”
desde el Estado, y otros que consideran espuria dicha legalidad. El problema es que a pesar
de la asimetría de fuerzas, todo el fuego que existe en el territorio es suficientemente potente
para perpetuarse, pero además produce daños irreparables tanto en el plano material como
espiritual, y no se avizora ni aún a largo plazo que un fuego pueda acallar definitivamente al
otro. Así las cosas, no queda más alternativa que aquellos que han enseñado los dientes
durante décadas, pero que también han mordido, elijan la opción no violenta para dirimir sus
diferencias. El debate no radica en saber quién ha mordido más o si los dientes son de leche o
son de hueso, si las muelas son legítimas o postizas, sino en definir unas reglas para que no se
sigan mordiendo. La “Teoría de la Praxis” – como diría Gramsci – parte de realidades y no de
quimeras. Resulta pues ilusorio que muchísimos colombianos esperen el advenimiento de un
gobierno principesco con las atribuciones que, en las Analectas, Confucio clamaba para los
gobernantes justos, a fin de que pueda este, bajo la más absoluta legitimidad, acordar el fin de
la guerra mediante una solución negociada. Sin embargo la realidad es testaruda, y conviene a
la sociedad colombiana ahorrar vidas mediante un acuerdo entre adversarios, en lugar de optar
por una visión milenarista que sin lugar a dudas, multiplicará la muerte y el desastre.
Colombia en sólo siete años (2002-2008) ha visto morir a 4029 soldados, y curar a 11.596
6
heridos , amen de los miles de rebeldes, esto sin contar a los millares de civiles muertos,
desaparecidos o desplazados. Permítanme entonces tomar prestada la mera acepción de
“Bloque Histórico”, expuesto por Gramsci, y atrevidamente extrapolarlo a esta cruda realidad, y
mostrarles que “nuestro reino es de este mundo”, y por tanto es válido – aunque parezca una
grosería –, en las actuales circunstancias de nuestro país, hablar hasta con aquel que aplastó
al gato con su cabeza. Es útil, es forzoso para los colombianos crear un “Bloque Histórico” – no
equiparo mi ejemplo con la idea e interpretación gramsciana – que paralice la acción bélica.
Sólo la unidad de todas las fuerzas sociales y políticas por diferentes que parezcan, puede
atajar los vórtices de la guerra. Se trata de lograr la confluencia del conjunto de la sociedad, no
para tomar la calle “en contra de”, sino “a favor de”, superando los multitudinarios desfiles
artificiosos que carecen de vocación y contenido.
El mundo está lleno de ejemplos al respecto. En Irlanda, pocos negociadores se podían jactar
de tener unas manos limpias, y menos si actuaron en la lucha armada. En Sudáfrica, los
afrikáner (el 7 % de la población del país africano) que regentaron un Estado ilegitimo por
3
García Márquez, Cien Años de Soledad
Camus Albert, Cartas a un Amigo Alemán, obras completas, tomo II, editorial Aguilar, pagina 278
5
Ibídem, pagina 294
6
Véase Logros de la Política de Consolidación de la Seguridad Democrática, Ministerio de Defensa
Nacional, Grupo de Información y Estadística
4
3
muchísimos años empleando los métodos más brutales contra la mayoría negra, se
convirtieron en la contraparte del ANC (Congreso Nacional Africano por su sigla en inglés). La
experiencia de negociación en El Salvador es igualmente una muestra de que cuando se trata
de obtener un bien supremo – el fin de la guerra – no es necesario realizar demasiadas
disquisiciones con relación a las personas que ocupan la mesa de negociaciones, cuando lo
importante es hacer conciencia del poder de fuego que estas representan. Y quedo sin contar
las experiencias de negociación en el continente africano, con la cual un acucioso investigador
podría fácilmente escribir una enciclopedia de la paradoja.
4. Prisión y Paciencia. En alguna ocasión escribí durante mi reclusión en el pabellón de
aislamiento de la penitenciaria de alta seguridad de La Dorada (Caldas) un opúsculo que
intitulé Un Día en la Vida del Prisionero 29 – era el número asignado a mi celda – donde
subrayaba que la prisión es el reino de la estática puesto que, al igual que un buey de noria, la
vida transcurre alrededor de las consabidas miserias. En una de las pocas cartas que Gramsci
escribió desde la cárcel de Milán en 1928 a Giuseppe Berti uno de sus camaradas de Partido
recluido en otro penal le decía: “…hasta la lectura se torna cada vez más indiferente.
7
Naturalmente aún leo mucho, pero sin interés, mecánicamente…”. Salvo la lectura (recuerdo
que mientras estuve en las penitenciarias de Valledupar, Combita y La Dorada devoraba un
libro cada dos o tres días. Gramsci leía uno diario según le confesaba a Berti en la misma
carta), el aislamiento lleva al prisionero político a reencontrase consigo mismo puesto que no
hay con quien confrontar o debatir, y es lógico que además de ganar el don de la paciencia,
logra aplomar el pensamiento a la medida que no está sometido al vaivén que trae consigo la
coyuntura política del día. Hay muchísimo tiempo para tomar el pulso a los acontecimientos con
la frialdad que trasmiten los muros del calabozo.
Si alguien se tomara la tarea de revisar el epistolario o los diarios de los prisioneros políticos de
todos los tiempos y circunstancias, se encontraría con un hilo común: los guardianes, los libros,
el código de los presos comunes, la relación familiar, alguna novedad en la miserable ración de
alimento, un pequeño animal que merodea el ventanuco de la celda, la soledad…Pero, lo más
importante, a mi modo de ver, es la apropiación que hace el prisionero político al concepto de
“tolerancia”, esto es, la capacidad de comprender hasta la más abyecta de las conductas
humanas. Toni Negri – seguimos con Italia –, el celebre filosofo y pensador de la universidad
de Padua, prisionero durante cuatro años, acusado de instigar a partir de sus formulaciones
teóricas la acción de las “Brigadas Rojas”, en el pliego No 42 de su obra El Tren de Finlandia
(titulo que rinde homenaje a la estación de Finlandia en Petrogrado, hoy san Petersburgo, lugar
en donde recaló Lenin en un tren para colocarse al frente de la revolución rusa de 1917)
8
reivindica la llamada disociación . Negri, explicaba su disociación como la renuncia a un
método de lucha – el terrorismo nihilista – más no a la acción política por otros medios, siempre
y cuando estos no devalúen la condición humana del “transformador social” sino por el
contrario la dignifiquen.
Así es posible entender que el prisionero Gramsci haya realizado una serie de reflexiones en
torno a la lucha interna que se libraba en el seno de los comunistas rusos luego de la muerte
de Lenin, y en particular su preocupación acerca de las posturas de Stalin, el nuevo jefe del
Partido quien en su condición de Secretario General iba gradualmente deshaciéndose de toda
la vieja guardia bolchevique. En este siglo de gente risueña – y desesperada también – hasta
los más dogmáticos revolucionarios se lisonjean nombrando los escritos de Gramsci,
destacando a igualmente “su firmeza revolucionaria”, pero en aquellos tiempos azarosos, de
purgas y desgracias, no faltaron los comentarios sotto voce de militantes italianos que tildaban
al prisionero de contemporizar con el revisionismo.
En el caso de Nelson Mandela, la prisión – aunque resulte una cruel ironía decirlo – contribuyó
notablemente para que su pensamiento y actitud maduraran a favor de una salida política y
concertada con sus adversarios al tema del apartheid. Esta paciencia adquirida por Mandela
durante sus años de prisión, fue determinante para superar la más virulenta provocación contra
el proceso de negociación con la élite blanca: el asesinato de Chris Hani el 10 de abril de 1993,
meses antes del proceso electoral que llevaría al primer negro a la presidencia de Sudáfrica.
Chris Hani, secretario general del Partido Comunista de Sudáfrica ostentaba a su vez la
dirección de Umkhonto We Sizwe (Punta de Lanza de la Nación), brazo armado del Congreso
7
8
Gramsci Antonio, Cartas desde la Cárcel, Editorial Nueva Visión, página 61
Negri Toni, El Tren de Finlandia, Pliegos de Diarios, editorial Libertarias, página 142
4
Nacional Africano (ANC), y era considerado junto a Mandela como el líder más amado por su
pueblo. La voz pausada de Mandela, instando a los millones de negros que clamaban
venganza y el fin de las negociaciones, fue vital para que este atroz asesinato no fuera utilizado
como pretexto, por quienes se empecinaban en sostener una confrontación per se, sin rumbo
alguno.
5. Coda. Quiero finalmente anotar una frase que me dijo alguien en una conversación
relacionada con nuestro país: Colombia tiene tanto futuro que lo que no tiene es presente.
Quien la dijo no es un filósofo o un pensador reconocido, pero no por ello deja de resumir de
manera palmaria la realidad que nos atenaza. Sea este encuentro acerca del pensamiento de
Gramsci un pretexto para confabular a la academia y los intelectuales colombianos en torno a
una idea hegemónica: LIBERAR A COLOMBIA DE LA GUERRA, tal como reza la convocatoria
de esta primera jornada. Construir y plasmar esta idea requiere mucha paciencia, reposo y
tolerancia. No hay que perder el decoro y la compostura aún en las peores circunstancias,
recuerden que Robinson Crusoe, el personaje creado por Daniel Defoe, jamás perdió su
dignidad como ser humano a pesar de que durante muchos años no vio a un similar con quien
afirmar su reconocimiento. Cada día cuidó para mantener su estima aún en su vestimenta a
pesar de que en la desierta isla no hubiera nadie que pudiera observarlo. Curiosamente
Antonio Gramsci le contaba en una carta dirigida a su esposa Giulia que él había leído las
9
novelas Robinson Crusoe y La Isla del Tesoro cuando apenas tenía 7 años .
Salud para todos
Yezid Arteta Dávila
Campus de Bellaterra, 27 de mayo de 2009.
9
Gramsci Antonio, Cartas desde la Cárcel, editorial Nueva Visión, página 88
5
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