Texto de Elena Oliveras - No-IP

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CAROLINA ANTONIADIS - Centro Cultural Recoleta.
Domus referencial - Abril 2006
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PSIQUISMO Y DECORATIVISMO
Elena Oliveras
Domus referencial es el título que Carolina Antoniadis ha elegido para su muestra
antológica, al ser la casa o el hogar (en latín domus, de allí “doméstico”) el eje conceptual
de distintos momentos de su obra.
Ya en tempranas pinturas, los ambientes hogareños aparecían como referencia principal. En
ellas, los juegos de espacio resultaban dominantes. Un ojo omnipresente llegaba a captar la
casa desde distintos ángulos. Era un lugar cálido y repleto, con papeles de empapelar de
colores alegres que daban sello propio a las distintas habitaciones, en las que se
acumulaban alfombras, mantas, cortinas, sillones tapizados con cretonas y manteles de telas
estampadas. Tal era el recuerdo, placentero, del ambiente familiar.
Un subjetivismo en acción
Sin dejar de lado su inicial interés por el espacio, Antoniadis ejercita, en sus últimas etapas,
el juego con el tiempo, o mejor, su juego porque ahora más que nunca se pone en evidencia
el predominio de su interpretación personal del pasado.
No se equivocaba Hegel cuando, en la primera mitad del siglo XIX, anunciaba para el arte
el despliegue de un subjetivismo extremo. Exceso característico del período que él
denominó ‘romántico’. Precisamente, lo que artistas como Antoniadis ponen en obra es un
subjetivismo extendido y sin clausura, sin cierre de partes. Subjetivismo del autor que sirve
de disparador ––da ‘alas’–– a la lectura, igualmente subjetiva, del espectador.
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Antoniadis mira al pasado e intenta producir “un ensayo sobre las coincidencias, el destino,
las relaciones estéticas conscientes e inconscientes dentro de una familia, la mía”, afirma.
Descubrirá afinidades entre su obra y los paisajes del abuelo Demetrio ––documentadas en
pinturas como Luchas intestinas (1998)––; también con las fotos sacadas por sus padres,
Leonor y Miguel, y más recientemente, con las de su hermano Leonardo (reconocido
exponente de la fotografía contemporánea). Asimismo, su interés por el diseño refleja el
refinamiento de su abuela, modista, y de su madre que dibujaba figurines.
Deconstruyéndo-se
Podríamos decir que la obra de Antoniadis es deconstructiva al evidenciar aspectos de su
génesis. Derrida había aclarado que, en su sentido filosófico, ‘deconstruir’ (contrario a
destruir) es develar marcas, huellas, trazos, influencias que operan en un proceso
productivo. En tanto “acrecentamiento genealógico”, según la expresión del filósofo, es una
tarea infinita pues, a medida que se van detectando huellas, asoman otras en una cadena
inagotable.
En consecuencia, descubrir el propio origen (y el de una obra) no es tarea sencilla. La
dificulta la acción de la memoria que, si bien extrae -y permite ver- fragmentos del pasado,
también superpone datos, confundiéndolos. Existen además pulsiones inconscientes que
esconden lo vivido y que la imaginación, siempre generosa, de Antoniadis materializa en
una profusión de formas geométricas de líneas ondulantes concéntricas y colores
estridentes. Como excrecencias orgánicas autónomas, autosuficientes, esas formas
abstractas alternan y ‘compiten’ con las figuras familiares. No son meras ‘citas’ (por
ejemplo, del op art) sino, antes bien, imágenes de células degenerativas (curiosamente
bellas) que se interponen ante otros motivos convirtiendo la superficie en un campo de
batalla ágil y potente. Se quiebra así la continuidad de un relato autobiográfico centrado en
personajes y objetos del mundo infantil, como los muebles de la casa de muñecas o el osito
representado en Yo y mi peluche (2005). No podemos dejar de destacar que aquellas
“células” proliferantes hablan de la importancia de la mentalidad collagista de Antoniadis.
Ligado a su sentido constructivo, el collagismo le permite llenar el espacio y superar un
indeseado horror vacui. Así, en Vacío extremado (2004), los cuerpos de los pequeños
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personajes aparecen totalmente sumergidos y ‘fagocitados’ por un espacio sobrecargado.
Discontinuidades neobarrocas
Consecuencia de la mentalidad collagista de Antoniadis es la discontinuidad espacial. De
este modo, sus construcciones se acercan a la sobreabundacia neobarroca y a la ‘locura del
ver’ que la caracteriza. La encontramos en trabajos como Ropa interior (1994 ), donde lo
que normalmente no se ve (el interior del cuerpo) se vuelve reversible y visible, aunque
podría camuflarse también como diseño de tela del vestido.
La “locura del ver” neobarroca se ejercita ya en tempranos trabajos de fines de los ’80.
Simultáneamente, en un mismo plano, se podían ver diferentes ambientes: un living, un
dormitorio, una cocina, un baño.
El ver en totalidad va de la mano de la ––necesaria–– fragmentación que, en Antoniadis,
conduce a una belleza de tipo fractal, propia de nuestra cultura contemporánea del zapping.
“Nunca llegás a armarlo”, parece ser la consigna de base. Superarla se hace imposible al
deambular la mirada del espectador en una proliferación de signos figurativos (muebles,
cuadros, vestidos, coches, figuras humanas) y abstractos (tramas y diseños geométricos),
perfectamente imbricados.
La frontalidad en la representación de las figuras es otro rasgo distintivo de la obra de
Antoniadis. Planas, sin espesor, parecen decirnos que lo verdadero sólo se da en la
apariencia, en la superficie, y que si intentamos profundizar lo único que encontraremos
serán nuevas superficies. Es éste el significado (profundo) de las imágenes de la artista. No
es casual que el vestido, y el diseño en general, asuman tanta importancia en su obra.
Ubicados en la historia del arte, podemos descubrir en la obra de Antoniadis no sólo
conexión con el neobarroco sino también con la belleza decorativa y planista de los nabis.
Hay coincidencia entre su esteticismo y el de Paul Éli Ranson, quien se destacó tanto en la
pintura como en el diseño textil. Las líneas sinuosas de las pinturas del artista guardan
afinidad con el gusto oriental, particularmente con los grabados japoneses, y con
prolongaciones del Art Nouveau.
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Cesación de la experiencia del cuerpo
Al desarrollar su obra, Antoniadis irá abandonando el anonimato de las figuras. Ya no
reproducirá modelos esquemáticos, como los figurines dibujados por su madre, ni tampoco
íconos (femeninos o masculinos) serializados, tal como los encontramos en La elegida
(1997), Destino circular (1998) o Target (2002). Sus figuras alcanzarán mayor conexión
con lo ‘real’, al estar basadas en proyecciones fotográficas de seres ‘reales’. No obstante,
ninguna de ellas –por el ya mencionado planismo- alcanza corporeidad y hasta llega a
perderla casi totalmente en trabajos como Modo potencial (2006), transfiguradas en
sombras o energías semi-abstractas.
De este modo, las ‘presencias reales’ de Antoniadis se presentan como indicadoras de
ausencias. Rostros y estados de ánimo desaparecen bajo tramas y rayas que obsesivamente
los interceptan, como sucede en Felicidad utópica (2004 ), Presente imperfecto (2005),
Elegancia (2005) o Pudor (2005).
Invadido por elementos vecinos, el cuerpo fragmentado habla de la imposibilidad de tener
de él una experiencia completa. Para que exista “experiencia”, según Dewey, hace falta
“consumación, no cesación”. “Tal experiencia es un todo y lleva con ella su propia cualidad
individualizadora y de autosuficiencia”, agregaba. No es eso lo que encontramos en las
figuras de Antoniadis. Todo apunta a la suspensión y no a una terminación definitiva.
La suspensión de la experiencia del cuerpo ––plano, fragmentado y recortado en el espacio
bajo la seductora apariencia del vestido–– tiene por efecto neutralizar diferencias entre lo
pictórico y el diseño o la decoración. Así, la irrepetibilidad - y supuesta ‘seriedad’- de lo
humano y la serialidad –y fascinación- de lo decorativo se homogeinizan. Psiquismo y
decorativismo resultan, en síntesis, términos intercambiables.
Hedonismo pictórico
Al ser tema de su propia obra, Antoniadis no podía dejar de poner en el centro el placer del
acto de pintar. Si bien hay enigma en sus relatos visuales, nunca desembocan en la
melancolía ni en el dramatismo pues en todo momento ella opera en clave hedonista,
poniendo de manifiesto el placer del hacer. Placer que, para el espectador, no será siempre
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tranquilo. No es el placer relajado de quien, simplemente, se deja estar en la bella forma;
por el contrario, es el placer de aquél que siente el desafío de participar en una poiesis que
complete significados implícitos, aun sabiendo que es propio de éstos resistir a su clausura.
Por esta imposibilidad semántica, cada imagen de Antoniadis es un signo en flotación que,
desde y más allá de lo autobiográfico, remite a un mundo desencantado, sin atributos
(fijos). Un mundo quizás aún esperanzado en la belleza, aunque no sea ésta más que
aparente o fractal.
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