La Justicia

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La Justicia
(Extracto de un texto más largo “La virtud de la justicia”)
San Alberto Hurtado S.J.
La justicia es una virtud que no es popular. El medio más seguro para incurrir en el
disgusto de los hombres es recordarles sus obligaciones con la justicia. Mientras la exaltamos
en general, todos nos darán la razón; cuándo un predicador ensaya sacar las conclusiones
prácticas para cada estado y situación recibirá las críticas más amargas. ¿De dónde la
impopularidad de la justicia?
Quizás una primera razón resida en el hecho que la justicia es eminentemente objetiva,
exacta y definida: no es elástica, no da a lugar a sentimientos subjetivos ni a preferencias
personales, y esto es siempre molesto, porque deja a quien se plantea el problema sin
escapatoria posible.
Por otra parte es una virtud cuyo cumplimiento no nos da ninguna gloria. Es la más
humilde de las virtudes. Uno podrá ufanarse de sus caridades, pero no de sus justicias. Nadie
se gloría de haber pagado sus deudas. ¡Es lo que tenía que hacer! ¡No faltaba más!
Sus órdenes son terminantes... Sus prescripciones no prescriben. Las lágrimas no pagan
nuestras deudas, y las limosnas no compensan nuestra falta de honradez. La injusticia no
queda reparada hasta que se haya hecho la restitución de lo injusto.
La justicia se cuadra como una enérgica censura contra toda suerte de arbitrariedades.
Asegura una igualdad básica entre los hombres. Hace la inconfundible reclamación ante la
cual caen los más encumbrados como los más humildes; y tener que aceptar el hecho de una
igualdad humana fundamental, tener que aceptar que otros tienen derechos humanos bien
definidos, es algo que hiere dolorosamente a los poderosos.
No falta gente que estará dispuesta a hacer muchas obras de caridad, a fundar
bibliotecas, sedes para sus obreros, a darle limosna en sus apuros, pero que no puede
resignarse a hacer lo único obligatorio que debería hacer, esto es, pagarle un salario bueno y
suficiente para vivir con decencia. Los abrumará con su bondad, pero les negará la más
elemental justicia. Y luego se asombrará que sus empleados no aprecien todo lo que él hace
por ellos, que a pesar de todos sus esfuerzos son ingratos y descontentadizos. Olvida que los
hombres necesitan justicia ante todo y que ningún sustituto de ella podrá llegar a satisfacerlos
íntegramente.
Al patrón le halaga tomar una actitud paternal, porque esto le da una deliciosa sensación
de superioridad. La simple justicia destruiría esa sensación y lo colocaría en pie de igualdad
con sus trabajadores. No es benevolencia lo que el trabajador desea, sino justicia, porque esta
última reconoce sus derechos y reconoce también su igualdad básica, mientras que la pseudo
paternidad le niega lo que él más aprecia y ofende su dignidad humana.
Otro motivo de impopularidad de la justicia, es que esta honra a los hombres, y al
superior se le hace cuesta arriba otorgar a sus inferiores ese honor especial. Es más fácil ser
patrón benévolo, que patrón justo; pero la benevolencia sin la justicia no puede salvar el
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abismo entre el patrón y el asalariado que ha llegado a darse cuenta de sus propios derechos y
de la dignidad de su persona: en su alma alimentará un profundo resentimiento.
Esta benevolencia si la analizamos con cuidado, revela un engaño inconsciente de sí
mismo dirigido a eludir la justicia: envuelve el deseo de conservar la propia estimación incluso ante sí mismo- pero conservando también los beneficios: se hace la ilusión de ser
generoso cuando sólo otorga una protección irritante. Y como consecuencia lógica el hombre
que se imagina ser estimado como un filántropo descubre con gran sorpresa que ha sido el
responsable del descontento y rebeldía.
Nadie negará que la sociedad contemporánea puede hacer alarde de sus magníficas
obras de caridad, instituciones para aliviar todos los dolores, y sin embargo ese enorme
trabajo por el bienestar llevado a cabo con generosidad inmensa no logra reparar los estragos
causados por la injusticia. La injusticia causa enormemente más males que los que puede
remediar la caridad.
No sucumbamos a los encantos de una caridad mal entendida que desprecia a su sencilla
y humilde hermana, la justicia, y sin embargo es esta cenicienta entre las virtudes, la poco
pretenciosa justicia, la que pone orden en la casa y coloca cada cosa en su sitio. Debemos ser
justos antes de ser generosos. La moral cristiana cuando se la predica parece dar a la caridad
el sitio de la mayor virtud social, a una caridad mal entendida que consistiría únicamente en
dar limosna a los pobres y hacer por ellos lo que son incapaces de hacer por sí mismos,
coexistiendo con frecuencia esa caridad con una extrema injusticia hacia aquellos a quienes va
dirigida. En este caso se da a los pobres menos que justicia y se ostenta darles más.
La justicia se levanta de nuevo en nuestros tiempos. Los hombres no quieren satisfacerse
con menos que la justicia y aspiran a obtenerla aún cuando en la tentativa hubiera de saltar en
pedazos el edificio social. La pasión por la justicia estalla con fuerza devastadora. En muchos
casos la pasión es ciega y recurre a medios que están destinados a resultados desastrosos.
Sería locura menospreciar la fuerza de sistemas que no dudarían en destruir nuestro edificio
social saturado de tantas injusticias... Los agitadores de nuestros días hacen un llamado
continuo a reparar las injusticias, y encuentran la aprobación popular. La religión misma es
mirada con desconfianza porque los hombres alimentan la idea equivocada de que ella no está
incondicionalmente al lado de la justicia.
A este desorden debemos salir al paso y hacerlo sin dilación, porque ya ha tomado
peligrosas proporciones. Los hombres son seres muy pacientes y sufridos y por consiguiente,
si los pedidos de justicia se expusieran con claridad y honradez, ellos tendrían paciencia para
esperar hasta que se lleven a la práctica.
La Acción Católica tiene aquí una misión bien precisa: adquirir ella misma conciencia
clara de las exigencias de la justicia mediante un estudio serio de estas materias; dar ejemplo a
sus socios, dondequiera que actúen, de un cumplimiento fiel de una pasión, de “hambre y de
sed de justicia”; y luego valientemente, sin odios, sin “anti”, pero con el criterio de Cristo
defender los derechos de la justicia dondequiera que sean conculcados. ¡Venga a nosotros
Señor, tu reino de JUSTICIA, de amor y de paz!
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Documento s46y09
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