Pessoa vuelve a poner los pies en el suelo

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Pessoa vuelve
a poner los pies
en el suelo
Benjamín Prado
Fernando Pessoa pudo equivocarse muchas veces en su vida,
pero ninguna tanto como cuando escribió que «morir sólo es
dejar de ser visible», porque lo cierto es que tras su fallecimiento,
en noviembre de 1935, se hizo tan famoso que cincuenta años más
tarde tuvo que ser desenterrado para que sus restos se trasladasen
al monasterio de los Jerónimos, junto a los de varios reyes de Portugal, el conquistador Vasco de Gama y Luis de Camôes, del que
por otra parte el irreverente autor del Libro del desasosiego opinaba que «carecía llamativamente de todas las cualidades sobre las
que se levanta la buena poesía». Dentro del féretro de aquel hombre que afirmaba haber «asistido de incógnito a mi vida», no se
encontraron varios esqueletos, como habría sido lógico en un
poeta que se había desdoblado en tantos heterónimos, y por lo
tanto allí no estaban Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Alvaro de
Campos; pero lo más raro no es que Pessoa no estuviese dividido
en diversos difuntos, sino que estaba entero: el diario ABC, reproduciendo las extrañas informaciones que llegaban de Lisboa,
publicó en noviembre de 1991 que al abrir su primera tumba descubrieron que su cuerpo estaba incorrupto y sus ropas intactas,
por lo cual se decidió guardar silencio, dejarlo donde estaba y llevar a los Jerónimos un ataúd vacío.
Esa leyenda y otras muchas la cuenta Carlos Taibo en Como si
no pisase el suelo. Trece ensayos sobre las vidas de Fernando Pessoa, una biografía de biografías que reúne los episodios más
Carlos Taibo: Como si no pisase el suelo. Trece ensayos sobre las vidas de Fernando Pessoa. Trotta. Madrid, 2011.
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extraordinarios de la existencia oscura de aquel hombre esquivo
que prefería imaginar a recordar y escribir a hablar: «olvidé mi
pasado, no sé quién lo vivió», dice uno de sus versos; y otro: «ser
poeta es mi forma de estar solo.» Leyendo este libro volvemos a
ver a Pessoa desdoblándose en más de setenta identidades, siendo
Bernardo Soares, Coelho Pacheco, Alexander Search, Vicente
Guedes, Jean Seul, Rafael Baldaya, Antonio Mora o Thomas
Crosse para al final llegar a una conclusión deprimente: «envidio
a todos porque no son yo.» Aunque tal vez todo aquello no fuese
nada más que la carrera contra el tiempo de un fatalista que se
consideraba «vencido como si supiese la verdad» y trataba de
dejar algo inolvidable en este lado del más allá. Lo consiguió, porque como dijo José Saramago la esquizofrenia que para él fue un
laberinto, para nosotros es un mapa: «su forma de no saber quién
era, nos hace sospechar quiénes somos.»
Carlos Taibo nos vuelve a poner delante al peculiar escritor que
escribía de pie, igual que Hemingway, o trabajaba en los cafés de
Lisboa de forma tan obsesiva que en algunos llegaban a cerrar con
él dentro; al modesto empleado que resolvía crucigramas para
intentar ganar un concurso que le permitiera comprar una casa en
la que juntar sus libros; al hombre que odiaba ser fotografiado; al
gran fingidor que sólo se sentía seguro siendo un desconocido
para quienes lo conocían; al incomprensible enamorado que tenía
miedo a querer a la única mujer que quiso, hasta el punto de hacer
que sus personajes le enviaran cartas hablándole mal de él; y, naturalmente, al suicida por puro pesimismo que en lugar de vivir,
bebía, quizás empeñado en seguir hasta el fondo del último vaso
su propio mal consejo: «cambia por vino el amor que no tendrás.»
Y también deja este retrato de aquel ser extraordinario que
pasó por el mundo como si no pisase el suelo algunas preguntas:
¿qué hubiera ocurrido si hubiese aceptado venir a Madrid en
1925? ¿Se hubiera encontrado con los jóvenes de la Generación
del 27? ¿Habrá en algún álbum perdido una imagen suya en las
islas Canarias, donde estuvo haciendo escala en un viaje a Durban? ¿Cómo supo de él Ramón Gómez de la Serna, que lo cita en
su famoso Pombo y o define como un creador «frenético de inspiración»? ¿Cómo habrían sido sus libros si los hubiese querido
acabar, en lugar de ir acumulando sus manuscritos en un baúl para
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convertirse en «el mejor arquitecto de lo inacabado», como
alguien dijo de él? ¿Quién fue Fernando Pessoa, esa persona «que
se buscó hasta inventarse», como dijo de él Octavio Paz. «Siempre fui el que no nació para eso», dice en uno de sus poemas más
conocidos, «Tabaquería», y sin duda la palabra «eso» lo explica
todo pero no aclara nada: si queremos más datos, mejor leer el
libro de Carlos Taibo, cuyo gran triunfo es contarlos todo lo que
Pessoa no sabía o no quiso saber de sí mismo, según confesó en
uno de sus versos: «Olvidé mi pasado, no sé quién lo vivió.»
Como si no pisase el suelo soluciona ese problema G
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