VII CONGRESO CENTROAMERICANO DE HISTORIA Universidad Nacional Autónoma de Honduras Tegucigalpa, 19 a 23 de julio de 2004 Política, evangelización y guerra : Fray Antonio Margil de Jesús y la frontera centroamericana, 1684-1706 STEPHEN WEBRE Louisiana Tech University El final del siglo XVII fue testigo a una serie de expediciones militares en la frontera norte de Guatemala. Dichas entradas armadas, que se llevaron a cabo en contravención de varias prohibiciones reales, y que en todo caso produjeron muy poco resultado, representan la menos conocida fase sur de un proceso más amplio que en 1697 culmina con la conquista por una fuerza enviada de Yucatán del reino de los itzáes, cuya capital de Tah Itzá (llamada por los españoles Tayasal) correspondía a lo que hoy es Flores, Petén.1 Desde la parte de Guatemala, la participación en la conquista del Petén era dificultada por la necesidad antes de cualquier otra cosa de reducir la zona fronteriza que yacía al norte de la Verapaz y que comúnmente se llamaba el Chol, debido a que sus habitantes hablaban el idioma maya conocida por esa denominación.2 1 Sigue útil el trabajo clásico de don Juan de Villagutierre Sotomayor, Historia de la conquista de Itzá, ed. de Jesús María García Añoveros (Madrid: Historia 16, 1985 [1702]). Además, son imprescindibles los estudios de Grant D. Jones, Maya Resistance to Spanish Rule: Time and History on a Colonial Frontier (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1989) y The Conquest of the Last Maya Kingdom (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 1998). Para un tratamiento detallado de los esfuerzos de los españoles por incorporar a su dominio la región chol, véase de André Saint-Lu, La Vera Paz: Esprit évangélique et colonisation (París: Centre de Recherches Hispaniques, Institut d’Études Hispaniques, 1968) y de Jan de Vos, La paz de Diós y del rey: La conquista de la selva lacandona, 1525-1821, Colección Ceiba 10 (México: FONAPLAN Chiapas, 1980). Los antecedentes de las expediciones de la década del 1690 se resumen por Stephen Webre, “El estado colonial y la consolidación del dominio territorial: El problema de la frontera chol”, ponencia presentada ante el IV Congreso Centroamericano de Historia, Managua, Nic., 14 a 17 de julio de 1998. 2 La zona chol yacía al norte de la Verapaz y al sur del Petén, extendiéndose del río Sarstún en el este hacia el altiplano chiapaneco en el oeste. Aunque todos los habitantes fueran de habla chol, los españoles llamaban “manchés” a los que vivían en la parte oriental y “lacandones” a los de la parte occidental. Estos términos pues, se refieren no a la identidad étnica, sino a la zona de ocupación. El grupo que hoy se conoce como lacandones, quienes ocupan el extremo poniente de lo que antes era la frontera chol, no es descendiente de los habitantes originales, sino de indígenas de habla yucateca quienes ocuparon la región después de la dispersión de los choles en el siglo XVIII. J. Eric S. Thompson, “Sixteenth and SeventeenthCentury Reports on the Chol Mayas”, American Anthropologist, XL (1938), 584-604; Alonso Villa Rojas, “Los lacandones: Su origen, costumbres y problemas vitales”, América Indígena, XXVII, núm. 1 (enero de Copyright © 2004, Stephen Webre. Reservados todos los derechos. 2 Los esfuerzos por reducir la frontera chol, que databan de mediados del siglo XVI, siempre habían quedado a cargo de la orden dominicana. A pesar de los muchos reveses que ésta experimentaba, los frailes de Santo Domingo seguían fieles al ejemplo de fray Bartolomé de Las Casas, bajo cuya dirección se había efectuado la conversión de los indígenas de la Verapaz, aplicando exclusivamente los medios persuasivos. Hacia el final del siglo XVII, sin embargo, se registra una mudanza de importancia. Tomando cuenta de los repetidos fracasos de la campaña evangelizadora, así como también de la presencia cada vez más amenazante de extranjeros en el mar del Caribe, las autoridades coloniales, tanto civiles como eclesiásticas, deciden por terminar el monopolio de los dominicos, introduciéndose en el área misioneros de otras órdenes y muy especialmente los franciscanos. Al mismo tiempo, son abandonados los métodos pacíficos a favor de una resolución militar al problema. El enfoque del presente estudio es el papel desempeñado por el renombrado misionero franciscano fray Antonio Margil de Jesús, quien en la última década del siglo entra a predicar entre los choles, por invitación del obispo de Guatemala.3 Margil pasó 1967), 25-53; France V. Scholes y Ralph L. Roys, con la ayuda de Eleanor B. Adams y Robert S. Chamberlain, The Maya Chontal Indians of Acalan-Tixchel: A Contribution to the History and Ethnography of the Yucatan Peninsula, 2da ed. (Norman: University of Oklahoma Press, 1968), 17; Didier Boremanse, “Los lacandones e itzáes”, en Historia General de Guatemala, coord. gen. Jorge Luján Muñoz (en adelante HGG), II: Dominación española: Desde la conquista hasta 1700 (Guatemala: Asociación de Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo, 1993), 645-653; Juan Pedro Laporte, “La población del norte de Verapaz, sur de Petén e Izabal”, HGG, II, 663-672. 3 En su época ocupaba el padre Margil un lugar muy visible en la vida social y política de la colonia centroamericana, llegando a ser confesor del presidente Barrios Leal, además de capellán de sus tropas. Es digno de notar también el papel de parecida importancia que luego llegara a jugar en la evangelización de la frontera norte de la Nueva España, y muy particularmente de la provincia de Texas, por cuyo motivo es venerado hoy por la población católica del suroeste de los Estados Unidos. Debido a que desde hace más de dos siglos se introdujo en Roma su causa de santidad, la documentación sobre la vida de Margil es abundante y relativamente accesible. A la devoción margiliana estadounidense se debe el hecho de que, aunque todavía no contamos con una edición en castellano de los escritos de fray Antonio, sí existe en inglés, bajo el título de Nothingness Itself: Selected Writings of Ven. Fr. Antonio Margil, 1690-1724, trad. Benedict Leutenegger, O.F.M., ed. Marion A. Habig, O.F.M. (Chicago: Franciscan Herald Press, 1976). Tanto los especialistas en historia centroamericana como los que se dedican al estudio de la frontera sudoccidental de los Estados Unidos pueden consultar este trabajo con provecho. Sin embargo, al lector se le advierte que, mientras son útiles las anotaciones hechas por el padre Habig, de ninguna manera son libres de errores. Además, las traducciones hechas por el padre Leutenegger no son siempre confiables. Donde posible, preferimos dependernos del texto original en castellano, tarea facilitada por la disponibilidad de colecciones de microcopias y traslados mecanografiados que existen en varios lugares, notablemente en la Colección France V. Scholes (CFSV) de la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad Tulane, Nueva Orléans, y en la Old Spanish Missions Historical Research Collection (OSMHC), la cual se conserva en la biblioteca de la Universidad Our Lady of the Lake, San Antonio, Tex. También existe una colección de materiales margilianos en la Biblioteca Benson de la Universidad de Texas, cuyos fondos parecen relacionarse exclusivamente con las últimas décadas de la vida de fray Antonio. 3 los años de 1692 a 1694 en la zona del Chol, y después, en 1695 regresó ahí por una segunda temporada, esta vez como capellán de una expedición militar capitaneada por el entonces presidente y capitán general de la audiencia de Guatemala, don Jacinto de Barrios Leal (1688-1695), a quien también servía de confesor. Algunos estudiosos han querido ver al fraile como el protagonista principal de la decisión por tomar armas en contra de los choles. A favor de tal hipótesis, se puede citar la relación cercana que parecía existir entre Margil y Barrios Leal, así como también una carta escrita por Margil y su compañero, fray Melchor López, en que los frailes avisan al presidente que, habiendo fracasado todo intento previo de reducir a los choles por medios pacíficos, es necesario ahora que se les haga la guerra para incorporarlos forzosamente a la fé cristiana.4 A base de la lectura de este documento, por ejemplo, el historiador Jan de Vos ha afirmado que “no se puede negar el hecho de que ha sido precisamente Margil el que, después de haber visto fracasar su intento de reducción pacífica, cambió abruptamente la táctica y fue el primero en llamar a las armas”.5 Sin embargo, al responsabilizar a fray Antonio Margil por las políticas desacertadas que se adoptaron hacia la frontera en Guatemala al final del siglo XVII, se deja desatendida una serie de factores que cuando considerados, pueden permitir una visión más completa y más matizada del papel que a dicho fraile le tocó jugar en ese momento importante de la historia de la colonia centroamericana. Mediante la narrativa que sigue, se propone hacer resaltar las consideraciones siguientes: primero, que como franciscano, Margil era heredero de una tradición retórica que privilegiaba las imágenes de la violencia y de la fuerza6 y que por eso no es dable hablar de un cambio “abrupto” de criterios; segundo, que como trasfondo a la actuación de Margil son relevantes no solamente su formación como misionero franciscano, sino también su experiencia entre los indígenas insumisos, que no empieza en el Chol sino en la zona de Talamanca en Costa Rica; y finalmente y de mayor importancia, que las expediciones militares en la frontera chol se realizaron en un contexto político específico en el marco del cual Margil, Barrios Leal y otras personas también perseguían sus propios objetivos. 4 Margil y López a Barrios Leal, Cobán, 22 de abril de 1694, Sevilla, Archivo General de Indias, Audiencia de Guatemala (en adelante AGI, AG), leg. 152, cuaderno núm. 2, fol. 7. 5 De Vos, La paz de Diós, 137. 6 Ibid. 4 Fray Antonio Margil de Jesús Nacido en Valencia en 1657, Antonio Margil se incorporó a la orden franciscana en 1673 y fue ordenado como sacerdote en 1682.7 Más o menos al mismo tiempo fray Antonio Llinás de Santa María lo reclutó para formar parte de la compañía de frailes que iba con él a la Nueva España para fundar el famoso colegio misionero de Querétaro. Poco después de su llegada en el Nuevo Mundo en 1683, Margil fue enviado a trabajar en Centroamérica, donde predicaba en Guatemala y Nicaragua antes de pasar tres años en las misiones de Talamanca en Costa Rica. Llamado a regresar a Querétaro en 1691, Margil llegó hasta Guatemala donde el viaje le fue interrumpido por una solicitud de parte de las autoridades locales de ir a hacer contacto con algunas de las comunidades no subyugadas de la zona fronteriza del Chol. Con autorización de los superiores de su orden en la Nueva España y en compañía de fray Melchor López, Margil pasó los años de 1692 a 1694 en la selva guatemalteca, convirtiéndose en una fuente importante de informaciones y consejos para las autoridades civiles encargadas del desarrollo de una política efectiva para la reducción de los grupos indígenas de la región. En enero de 1695, Margil regresó al área chol, esta vez como capellán de la expedición militar capitaneada por el presidente don Jacinto de Barrios Leal, y ahí permaneció por casi dos años después del retiro prematuro de éste con sus tropas. Nombrado guardián del colegio de Querétaro, Margil volvió a esa ciudad en 1697, pero por el año de 1701 estuvo de nuevo en Centroamérica, donde se gestionaba la fundación de un colegio de misioneros en la ciudad de Santiago de Guatemala.8 Durante los próximos cinco años, Margil andaba por todo el istmo, incluyendo otro período de servicio en Talamanca, pero en 1706 abandonó la región para jamás regresar. Para el resto de su vida, Margil se dedicaba a la evangelización de la frontera norte de la Nueva España y muy particularmente de Texas, donde estableciera varias misiones en la vecindad de San Antonio y en otros lugares. Fray Antonio Margil de Jesús murió en la ciudad de México en 1726. 7 El breve bosquejo biográfico que sigue se basa en el trabajo de Eduardo Enrique Ríos, Life of Fray Antonio Margil, O.F.M. (Washington, D.C.: Academy of American Franciscan History, 1954), que aunque se revele demasiado crédulo en cuanto a los cuentos de milagros y otras intevenciones divinas, no por eso deja de ser el más confiable y mejor documentada de las varias biografías que existen. 8 Sobre este particular, véase de Pedro Pérez Valenzuela, Los recoletos: Apuntes para la historia de las misiones en la América Central (Guatemala: Tipografía Nacional, 1943). 5 Los legados de las órdenes religiosas Para el mejor entendimiento del lugar de fray Antonio Margil de Jesús en la historia de los acontecimientos en la frontera norte guatemalteca durante el siglo XVII tardío, es necesario empezar con el reconocimiento de que, a semejanza de lo ocurrido en otras partes del mundo hispano colonial, las órdenes religiosas que trabajaban en el istmo centroamericano tomaban muy en serio los legados históricos y territoriales. Al igual que las áreas ya cristianizadas que la lindaban al sur en Verapaz y al oeste en Chiapas, se entendía que desde la época de fray Bartolomé de Las Casas la zona fronteriza del Chol pertenecía a los frailes dominicanos, quienes, a pesar de su incapacidad de replicar ahí los éxitos que reclamaban entre los pueblos adyacentes, continuaban a insistir en sus derechos exclusivos en la región.9 A parte de sus reclamos territoriales, entre los legados que los dominicos en Guatemala guardaban con mayor cariño se contaba un discurso lascasiano de conversión por métodos pacíficos,10 ejemplos relevantes del cual pueden verse en los escritos del cronista Antonio de Remesal, el primer biógrafo del padre Las Casas;11 del fraile misionero Francisco Gallegos, quien en la década del 1670 hiciera un intento fracasado de reducir los choles por modos persuasivos; 12 y de Agustín Cano, quien redactara una relación extremadamente crítica de las expediciones armadas de 1695, en que participara fray Antonio Margil.13 Por contraste, era más limitada la presencia en Guatemala de los franciscanos, aunque éstos sí gozaban de un monopolio efectivo sobre las provincias de Nicaragua y Costa Rica, así como también sobre Yucatán, donde por muchos años se habían dedicado a esfuerzos por contactar y subyugar a los itzáes de la laguna del Petén, cuyo territorio 9 Es indispensable sobre esta materia el trabajo de Saint-Lu, Vera Paz. Ver también, de Karl Sapper, Die Verapaz im 16. und 17. Jahrhundert: Ein Beitrag zur historischen Geographie und Ethnographie des nordöstlichen Guatemala (Munich: Verlag der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, 1936). 10 Benno Biermann, O.P., “Missionsgeschichte der Verapaz in Guatemala”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Writschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, I (1964), 117-156. 11 Antonio de Remesal, O.P., Historia general de las Indias Occidentales y particular de la gobernación de Chiapa y Guatemala, ed. de Carmelo Sáenz de Santa María, S.J., 2 vol. (México: Editorial Porrúa, 1988 [1619]). 12 Francisco Gallegos, O.P., Memorial que contiene las materias y progressos del Chol, y Manchè (Guatemala, 1676). Un ejemplar se encuentra en AGI, AG 25. Sobre Gallegos, ver también de Benno Biermann, O.P., “Der zweite Missionsversuch bei den Choles in der Verapaz, 1672-1676”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, II (1965), 245-256. 13 Agustín Cano, O.P., “Informe dado al Rey por el padre fray Agustín Cano sobre la entrada que por la parte de la Verapaz se hizo al Petén en el año de 1695, y fragmento de una carta al mismo, sobre el propio asunto”, Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, Anales, XVIII (1942), 65-79. 6 lindaba al sur con el de los choles.14 Desde cierto punto de vista, es posible afirmar que por su parte les faltaba a los franciscanos una narrativa unificadora que se pudiera comparar con la de los dominicos y el ejemplo de Las Casas. Sin embargo, en más de una ocasión los frailes de San Francisco se mostraban bajo la influencia de una tradición retórica, que por falta de mejor término se ha calificado de “violencia misionera”, la cual se manifiesta en un amplio rango de expresiones y comportamientos, que abarcan desde la aplicación rutinaria de los castigos corporales a los neófitos, hasta la defensa del concepto de la “guerra justa” contra los “infieles”.15 Tan temprano como 1555, en su famosa carta en contra de Las Casas, el franciscano fray Toribio de Benavente Motolonía, declaraba que a “los que no quisieran oyr de grado el Santo Evangelio de Jesucristo, sea por fuerza, que aqui tiene lugar aquel proverbio: ‘mas vale bueno por fuerza, que malo de agrado’”.16 En Guatemala al final del siglo XVII, el cronista franciscano fray Francisco de Asís Vázquez de Herrera sostenía que no solamente era justificada la guerra contra los grupos indígenas “apóstatas”, sino que también era obligatoria.17 En lo que a la actitud de la corona española se refiere, parece que la tradición dominante fuera la de los dominicos, como se ve en las ordenanzas de 1573, hechas por el rey Felipe II para el reglamento de los nuevos descubrimientos, en las cuales se prohibe no solamente la guerra contra los pueblos no subyugados, sino también el uso aun de la palabra “conquista”, siendo preferidos los eufemismos tales como “reducción” 14 Sobre los franciscanos en Nicaragua y Costa Rica, véase de Edgar Zúñiga C., Historia eclesiástica de Nicaragua, tomo I: La cristiandad colonial, 1524-1821 (Managua: Editorial Unión, 1981); de Eladio Prado, La orden franciscana, 2da ed. (San José: Editorial Costa Rica, 1983) y de Ricardo Blanco Segura, Historia eclesiástica de Costa Rica, 1502-1850 (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1983). Sobre la primitiva presencia franciscana en Yucatán, véase especialmente de Inge Clendinnen, Ambivalent Conquests: Maya and Spaniard in Colonial Yucatan (Cambridge: Cambridge University Press, 1987). Sobre los itzáes, son imprescindibles las obras de Grant D. Jones, citadas arriba (nota 1). 15 Inga Clendinnen, “Disciplining the Indians: Franciscan Ideology and Missionary Violence in SixteenthCentury Yucatan”, Past and Present, núm. 94 (1982), 27-48. 16 Motolinía al rey, Tlaxcala, 2 de enero de 1555, en Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del de Indias (en adelante CDI), 42 tomos (Madrid, 1864-1884), XX, 191. 17 Francisco Vázquez, O.F.M., Crónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala de la Orden de N. Seráfico Padre San Francisco en el reino de la Nueva España, ed. Lázaro Lamadrid, O.F.M., 4 tomos (Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, 1937-1944 [1714]), IV, 8183. 7 o “pacificación”.18 Es desde luego muy aconsejable no fiar demasiado en los argumentos basados en la legislación formal, que siempre puede faltar en la ejecución. Sin embargo, para Guatemala en el siglo XVII existe evidencia del efecto limitante que sobre los esfuerzos por establecer el control sobre la zona de los choles hubieran tenido estas y otras prohibiciones legales, en particular una provisión de las mismas ordenanzas de 1573, bajo la cual quedaba desaprobado el uso de fondos de la real hacienda para el financiamiento de las expediciones fronterizas.19 Pese a estos negativos, hacia el final del siglo XVII se hacía sentir una combinación de factores—entre ellos la creciente presencia británica en el mar del Caribe—la cual contribuía a la llegada de parte de las autoridades coloniales, tanto civiles como eclesiásticas, a un acuerdo a favor de una resolución militar al problema.20 En el marco de esta mudanza política, que implica el cuestionamiento no solamente de la ascendencia ideológica de la orden dominicana sino también de su monopolio territorial en la frontera norte de Guatemala, resalta la figura del franciscano fray Antonio Margil de Jesús. Sin embargo, a base de lo expuesto arriba, debe estar claro que no fue él quien primero tuvo la idea de hacer uso de la fuerza para adelantar el trabajo de conversión, sino que seguía en la larga tradición de su propia orden. Fray Antonio en Talamanca La primera experiencia real de la vida misionera, la tuvo fray Antonio Margil de Jesús en Costa Rica, país donde los pueblos a ser traídos a la Iglesia tenían fama de ser recios y poco dispuestos a recibir la palabra de Diós.21 En las cartas que sobreviven de “Ordenanzas de Su Magestad hechas para los nuevos descubrimientos, conquistas y pacificaciones”, 13 de julio de 1573, CDI, XVI, 142-187. Véase también, de Lewis Hanke, “The Development of Regulations for Conquistadores”, en Contribuciones para el estudio de la historia de América: Homenaje al doctor Emilio Ravignani, coord. de Mario Belgrano y otros (Buenos Aires: Ediciones Peuser, 1941), 71-87. 19 Webre, “Estado colonial y dominio territorial”, especialmente 7-8. 20 Tan temprano como 1665 el obispo de Guatemala, fray Payo Enríquez de Rivera, abogaba explícitamente por la reducción por fuerza de las poblaciones no cristianizadas de la frontera. Enríquez de Rivera al rey, Guatemala, 11 de octubre de 1665, AGI, AG 22. Una década más tarde, el entonces presidente de la audiencia, don Fernando Francisco de Escobedo, propuso una campaña militar coordinada para resolver el problema de una vez. Escobedo al rey, 15 de abril de 1676, AGI, AG 25. 21 El valle central de Costa Rica fue la última región centroamericana de importancia puesta bajo el dominio español en el siglo XVI, siendo conquistada y evangelizada solamente en la década del 1560. Es curioso que según se parece, ningún otro investigador haya tomado noticia del hecho de que los primeros misioneros enviados a Costa Rica en dicha época, eran franciscanos quienes habían estado con fray Diego de Landa en Yucatán en el tiempo de su campaña excesivamente violenta de represión de idolatría. De hecho, uno de los veteranos del terror landista, fray Juan Pizarro, murió martirizado en Quepo en 1581, según los informes tras haber azotado publicamente a un hermano de un principal del pueblo. Blanco Segura, Historia eclesiástica de Costa Rica, 103-104. 18 8 este período, no son nada frecuentes las referencias que acreditan la identificación de Margil con un discurso de “violencia misonera”. Sin embargo, en alguna ocasión sí da expresión al sentido de frustración que experimenta al no poder controlar los movimientos de los indígenas cristianos quienes acompañan a los frailes como guías, intérpretes, etc. Siendo al parecer prohidido utilizar los castigos corporales para corregirlos, Margil escribe que “como saben que no los hemos de azotar se vuelven cuando quieren sin avisar”.22 Luego en la misma carta, Margil informa de cómo en Cururú en 1690, él tomó del pelo a un indígena de nombre de Luis para echarlo físicamente de la iglesia, por no haber atendido a las múltiples instancias de parte de los frailes que volviera a su esposa, a la cual había abandonado.23 Pese a su falta de respeto para la integridad corporal de los neófitos, Margil tendía a idealizar a los indígenas de Talamanca, de quienes decía que “por lo común son docilísimos y muy cariñosos”. Estaban listos a recibir a los frailes, dijo, pero tan temorosos eran de ser forzados a ir a trabajar en los cacaotales de Matina, que a la primera vista de españoles que no fueran los franciscanos, ofrecerían resistencia o buscarían refugio en el monte. Para la reducción del área haría falta por lo tanto, que las autoridades coloniales tomaran medidas efectivas para evitar que los españoles entraran en la montaña, dejando que los frailes se dedicaran sin molestia al trabajo de evangelización.24 El optimismo de Margil respecto a las posibilidades de un éxito total en la frontera costarricense no vacilaba, ni aun cuando, como sucedió en 1691, un grupo de indígenas rebeldes quemó la iglesia y expulsó a los frailes del pueblo.25 En septiembre del mismo año, Margil y López se declararon convencidos de que en Talamanca ya no había indígenas paganos. 22 Los dos frailes estaban pensando trasladar su centro de Margil a fray Sebastián de las Alas, 25 de octubre de 1690, en Colección de documentos para la historia de Costa Rica (en adelante CDHCR), comp. León Fernández, 10 tomos (San José: Imprenta Nacional, 1881-1883; París: Imprenta Pablo Dumont, 1886; Barcelona: Imprenta Viuda de Luis Tasso, 1907), IX, 9. 23 Ibid., 11. 24 Margil y López a don Antonio de Barrios [sic], Cavec, 20 de diciembre de 1690, CDHCR, IX, 12-15. Esta carta se dirigía al presidente de la audiencia de Guatemala, don Jacinto de Barrios Leal, con quien Margil después colaboraría muy cercanamente. Sin embargo, la equivocación del nombre del presidente, sugiere que todavía no se conocían. 25 Margil y López a Alas, Cavécara, 17 de febrero de 1691, CDHCR, IX, 16-18. A esta carta Fernández pone fecha de 1695, que obviamente se trata de un error, visto que en aquel año Margil no estaba en Costa Rica, sino en Guatemala. 9 operaciones al distrito de la audiencia de Panamá, cosa que no se efectuó porque en dicho momento llegaron órdenes para regresar a Querétaro.26 A fray Antonio se le envía a la frontera chol Cuando fray Antonio Margil de Jesús llegó a Santiago de Guatemala con su compañero, fray Melchor López, en diciembre de 1691, fue informado que sus órdenes habían sido retiradas. Margil y López se encontraban preparando el viaje de regreso a Costa Rica, cuando el obispo de Guatemala, fray Andrés de las Navas y Quevedo, les pidió, en vez de efectuar la vuelta a Talamanca que tenían pensada, que emprendieran una misión a la frontera chol. A pesar de tratarse de un territorio que tradicionalmente se reconocía pertenecer a la orden dominicana, los dos franciscanos respondieron afirmativamente. A mediados del mes llegaron a Cajabón en la Verapaz, donde establecieron su base de operaciones en el convento de Santo Domingo. Los frailes dominicos los aprovisionaron, pero no sabemos si lo hacían afablemente o no. Debida a su presencia histórica en la región de Huehuetenango, al oeste de la Verapaz, la orden de la Merced, a la cual pertenecía el mismo obispo Navas y Quevedo, mantenía su propio interés en la cuestión de la frontera del norte.27 La invitación hecha por éste a los padres Margil y López, se puede entender o como un intento deliberado por avergonzar a los dominicos, cuyos esfuerzos esporádicos desde hacía más de un siglo habían producido tan pequeño resultado; o bien sencillamente como producto de la falta de sensibilidad de parte de un foráneo respecto a la importancia que dicha orden atribuía a su reclamado monopolio territorial. Es posible que en el juicio del obispo, los frailes de Santo Domingo habían tenido ya suficiente oportunidad y que ahora le tocaba a otro grupo ir a trabajar entre los choles. A todas luces, fray Antonio Margil gozaba de mucho prestigio en la ciudad de Santiago, habiendo predicado ahí durante un período de residencia durante la década del ochenta y es posible que informes de los éxitos ganados por él en Costa Rica hubieran impresionado al obispo también. Lo que es cierto es que 26 Margil, Nothingness Itself, 28-31. La fuente para esta afirmación es una carta que los padres Habig y Leutenegger incluyen en su colección de escritos de Margil. Sin embargo, ellos confiesan que no están ciertos si el texto es completo, ni saben cuál será el paradero del documento original. 27 Para un resumen de las actividades de los frailes mercedarios en al altiplano occidental, véase de Anne C. Collins, “La misión mercedaria y la conquista espiritual del occidente de Guatemala”, en La sociedad colonial en Guatemala: Estudios regionales y locales, ed. Stephen Webre (Antigua Guatemala: Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica; South Woodstock, Vt.; Plumsock Mesoamerican Studies, 1989), 1-31. 10 fray Andrés de las Navas y Quevedo era un administrador seguro y firme en sus decisiones, quien primero como obispo de León, Nicaragua, y luego en su nueva diócesis de Guatemala, se mostró determinado a eliminar los abusos entre el clero y los fieles, así como también a traer a la iglesia a los indígenas insumisos.28 Celoso en el persiguimiento de sus objetivos, Navas y Quevedo no se preocupaba mucho de los intereses locales que en el proceso se quedaran ofendidos. Para considerar otra posibilidad, en los últimos meses del año de 1691, la ciudad de Santiago pasaba por una crisis política, que había comenzado con un atentado contra don Pedro Enríquez de la Selva, oidor de la audiencia, y en que figuraban también acusaciones de corrupción en contra del presidente de la misma, don Jacinto de Barrios Leal. Para investigar las desórdenes, el rey había mandado efectuar una visita general a cargo de don Fernando López de Ursino y Urbaneja, quien al llegar a la ciudad suspendió sin demora al presidente, asumiendo en su lugar el gobierno de la provincia.29 En el contexto de esta crisis se revela lo que parece ser una interacción de lealtades políticas y religiosas. Por ejemplo, el visitador López de Ursino hacía ostentación de ser muy devoto de la orden dominicana, eligiendo como su capellán al joven fray Francisco Ximénez, quien en ese entonces contaba solamente dos años de residir en la provincia, pero quien luego se presentaría como uno de los críticos más severos de la gestión de las autoridades coloniales en la frontera del Chol.30 Por su parte, el presidente suspendido, don Jacinto de Barrios Leal, se mostraba igualmente ligado a los franciscanos. Mantuvo correspondencia con fray Antonio Margil durante el período en que éste trabajaba en Costa Rica, y es al menos posible que se conocieran personalmente al regresar Margil y fray Melchor López a la ciudad de Santiago. Según esta interpretación la presencia de Margil en la ciudad pudiera haber sido incómodo para el obispo Navas y Quevedo, quien por motivos que se desconocen se Agustín Estrada Monroy, “Andrés de las Navas y Quevedo, obispo de Nicaragua”, Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, XXV (septiembre-octubre de 1978), 20-42; José Zaporta Pallarés, O.M., Vida eclesial en Guatemala, a fines del siglo XVII, 1683-1701 (s.l.: s.e., 1983). 29 Stephen Webre, “La crisis de la autoridad en el siglo XVII tardío: Centroamérica bajo la presidencia de don Jacinto de Barrios Leal, 1688-1695”, Revista de Historia (Heredia, C.R.), núm. 27 (junio de 1993), 928. 30 Francisco Ximénez, O.P., Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la orden de Predicadores, 3 tomos (Guatemala, 1929-1931), II, 492. Es mejor conocido hoy como el primer traductor del Popol Vuh, libro sagrado de los indígenas k’ichés. 28 11 contaba entre los adversarios de Barrios Leal.31 Es tentador concluír por lo tanto que otro motivo del obispo al pedir a Margil que emprendiera la misión a los choles fuera el deseo de asegurar que el prestigio y popularidad del fraile franciscano no pudiera ser mobilizado a favor de la parte del presidente. Cierto es que pocos años después, luego de ser restituído Barrios Leal a su oficio, él y Margil entrarían en una alianza, cada uno para sus propios fines. Fray Antonio en el Chol Si las expectaciones de fray Antonio Margil respecto a las condiciones que le esperaban en la frontera chol se basaban en sus experiencias en Talamanca, se había de quedar decepcionado. Acompañado de fray Melchor López, Margil entró en la zona chol temprano en 1692, pero las únicas cartas que sobreviven datan de dos años más tarde. En enero de 1694, al recibir noticia de que don Jacinto de Barrios Leal había sido absuelto de los cargos, Margil y López le escribieron para felicitarlo, dando gracias a Diós por su restitución al gobierno de la provincia.32 Parece que los dos frailes habían estado en el sector manché (oriental) de la frontera, donde habían gozado de algún éxito, a pesar de que exista duda sobre si en ese tiempo hubieran aprendido el idioma chol.33 Después se habíán trasladado al sector lacandón (occidental), el cual que se conocía por su alejamiento, así como también por la terquedad de sus habitantes. Fue en esa misma zona que en 1555 fueron martirizados dos misioneros de la orden de Santo Domingo, después de lo cual los dominicos habían limitado sus actividades solamente a entradas muy esporádicas. En abril de 1694, Margil y López volvieron a escribir al presidente, esta vez para quejarse del comportamiento de los choles lacandones, quienes se habían mostrado muy poco dispuestos a someterse a la evangelización. Abandonados por sus guías, los dos frailes vagaban sin dirección por unos seis meses antes de hacer contacto con un grupo de lacandones, quienes a su vez les empezaban a hacer amenazas, en un intento de hacer que los dejaran en paz. Según informó Margil, tan determinados eran los choles a deshacerse de los misioneros, que un día prendieron fuego a una casa. Lastimosamente, el incendio 31 Hubert Howe Bancroft, History of Central America, 3 tomos (San Francisco: History Company, 18821887), II, 660. 32 Margil y López a Barrios Leal, en la selva lacandona, 12 de enero de 1694, AGI, AG 152, cuaderno núm. 2, fol. 1-1v. 33 Margil y López a Barrios Leal, Cobán, 22 de abril de 1694, AGI, AG 152, cuaderno núm. 2, fol. 7v. 12 se propagó consumiendo la mayor parte del pueblo. Los dos frailes buscaron refugio en el monte, pero el día siguiente, sin ser convidados, regresaron al lugar, donde encontraron a los indígenas ocupados en la reconstrucción del templo donde guardaban las imágenes de sus dioses. Margil se aprovechó del momento para predicar, advirtiéndoles a los choles que el autor del desastre fue el Diós de los españoles, quien lo había enviado como castigo para hacerles entender que sus propias deidades eran en realidad unos demonios, y que si no los entregaran a los frailes para ser destruídas, ellos y todos sus descendientes serían condenados al Infierno. Agotada su paciencia, un grupo de caciques se dirigió a Margil y López, diciéndoles que aunque fuera buena para los frailes la religión de los cristianos, por su parte les parecía más conveniente guardar las creencias tradicionales de su pueblo. Los dos franciscanos debían de considerarse afortunados que hasta el momento los caciques hubieran podido evitar que los habitantes del pueblo los mataran y comieran, lo cual, afirmaron los caciques, era el deseo de muchos de los indígenas.34 Después de esta confrontación, Margil y López abandonaron la zona lacandona, dirigiéndose rápidamente a la casa de los dominicos en Cobán, Verapaz. En una carta a Barrios Leal, revisaron la larga historia de intentos fracasados de evangelizar a los choles lacandones y llegaron a una conclusión desacertada. Lo que se necesitaba, argumentaban, era que vuestra señoria tome en la mano la espada de su justicia y los compela [a los choles] a entrar en nuestra santa madre Yglesia y sea de los convidados a la mesa de Christo crusificado, y asi si vuestra señoria no es el misionero nos parece que todo el trabajo de los ministros del Santo Evangelio será en bano por que todas las naciones gentiles que se hallan por todas estas montañas con poca diferencia son de un genio.35 Basándose en sus propias observaciones, así como también en informes recibidas de otras partes, Margil y López describieron tres posibles rutas de invasión, ofreciéndose a servir de capellanes para las tropas que Barrios Leal alistara para dicho fin.36 De regreso a Santiago de Guatemala, Margil se despidió de Melchor López, con quien había trabajado por más de diez años, desde que pasaron juntos de España. López tomó camino para Costa Rica, mientras que Margil adquirió nuevo compañero, fray Pedro de la Concepción Urtiaga. Por septiembre de 1694, Margil y Urtiaga informaron 34 Ibid., fol. 5-6. Ibid., fol. 7. 36 Ibid., fol. 7-7v. 35 13 encontrarse en la Verapaz estudiando el idioma chol en preparación para la próxima fase de la campaña de la frontera norte.37 Mientras tanto, en Santiago seguían los preparativos de guerra.38 Fray Antonio va a la guerra La llamada a las armas contenida en la carta de fray Antonio Margil de Jesús y su compañero fray Melchor López resonaba bien con los intereses del presidente de la audiencia, don Jacinto de Barrios Leal, quien al regresar Margil a la ciudad de Santiago, pronto lo nombró su confesor personal, incluyéndolo en los consejos de guerra que se realizaban para planificar la invasión de la zona chol. Cuando en enero de 1695 por fin marcharon las tropas, las acompañaba Margil como capellán de la columna que salió bajo el mando personal del presidente.39 Las entradas de 1695 forman parte de una historia más amplia, pues por límites de espacio se limita aquí solamente a un bosquejo muy breve.40 Según el plan se había de efectuar tres entradas simultáneas, cada una por su propia ruta. Mientras que su nuevo compañero, fray Pedro de Concepción Urtiaga se marchaba hacia al norte por la sierra de los Cuchumatanes acompañando a la columna mandada por Melchor Rodríguez Mazariegos, fray Antonio Margil salió hacia el oeste con Barrios Leal y una fuerza de seiscientos hombres. Yendo por Huehuetenango, llegaron a Comitán en Chiapas, donde doblaron al norte, pasando por Ocosingo para entrar en el país de los lacandones. Caminando más rápidamente que la infantería con sus cargadores, Margil se adelantó, encontrándose en abril en el pueblo principal de los lacandones, donde estableció una misión que él llamaba Nuestra Señora de los Dolores y donde después de poco fue acompañado por dos frailes mercedarios, fray Lázaro Mazariegos y fray Blas Guillén. No fue sino hasta un mes más tarde, en mayo, que llegó Barrios Leal con sus soldados. 37 Margil y Urtiaga a Barrios Leal, Belén, 18 de septiembre de 1694, AGI, AG 152, cuaderno núm. 2, fol. 88-88v. 38 Barrios Leal to Margil y Urtiaga, Guatemala, 28 de septiembre de 1694, AGI, AG 152, cuaderno núm. 2, fol. 89-89v. 39 Villagutierre, Historia de la conquista del Itzá, 210-213; Ríos, Life of Margil, 51-56; Vázquez, Crónica, IV, 395. 40 Es por lo general confiable y bien documentado el tratamiento que se encuentra en de Vos, La paz de Diós, 134-154. De mucha utilidad también es la relación a primera mano de Nicolás de Valenzuela, Conquista del Lacandón y conquista del Chol: Relación de la expedición de 1695 contra los lacandones e itzá según el “Manuscrito de Berlín”, ed. Götz, barón von Houwald, 2 tomos (Berlín: Colloquium Verlag, 1979). 14 Sin embargo, por ese tiempo el presidente se había enfermado y no queriendo que las lluvias le sorprendieran en el campo, pronto tomó la decisión de retirarse a Santiago con la mayor parte de su fuerza. A su ida dejó en Dolores a Margil para guardar la posición mientras seguía con el trabajo de evangelización en compañía de los dos mercedarios y de un pequeño destacamiento de soldados armados. Como le informaba al presidente Barrios Leal al final de mayo de 1695, fray Antonio se encontraba ahora dirigiendo una misión bajo ocupación militar.41 La presencia de las tropas aseguraba que los frailes no pudieran ser expulsados del pueblo, como les había ocurrido previamente a Margil y López. Sin embargo, no por eso se ha de concluir que dicha presencia hubiera facilitado la tarea de conversión. En junio por ejemplo, Margil informaba haber bautizado a unos doscientos de los habitantes del lugar, pero admitía que seguían practicando sus ritos tradicionales en la clandestinidad, mientras que otros choles quienes se oponían a la presencia de los españoles habían matado a varios de los neófitos.42 Dos meses más tarde, en la última carta con que contamos de la misión lacandona, Margil informa al presidente que repetidamente ha advertido a los choles que en cuanto terminen las lluvias regresará Barrios Leal con sus soldados para castigar a los recalcitrantes, pero que dichas admoniciones no han tenido mayor efecto que sus descripciones gráficas de los tormentos que les esperan en el Infierno a los que no quieren aceptar el Santo Evangelio. Para lograr una mayor influencia sobre el comportamiento de los choles, Margil discutía con el oficial encargado del destacamiento sobre la posibilidad de utilizar los castigos corporales, específicamente los azotes, pero como explicaba a Barrios Leal, estaban renuentes de hacerlo sin autorización de éste por temor de ser acusados después de haber ahuyentado a los indígenas con la severidad del tratamiento. “Y asi para no errar”, escribe Margil, Avisamos a Vuestra Señoria de todo con toda claridad como quien esta en lugar de Dios nuestro Señor y del Rey, para que como tal mande al Capitan y a nosotros lo que mas conviniere, según Dios, para que asi en todo hagamos su santisima voluntad.43 41 Margil a Barrios Leal, Dolores, 29 de mayo de 1695, AGI, AG 153, cuaderno núm. 2, fol. 397v-398v. Margil a Barrios Leal, Dolores, 16 de junio de 1695, AGI, AG 153, cuaderno núm. 2, fol. 915-917. 43 Margil, Guillén y Mazariegos a Barrios Leal, Dolores, 26 de agosto de 1695, AGI, AG 153, cuaderno núm. 3, fol. 31v. Puesto que contiene datos etnográficos de mucho valor sobre los choles lacandones, esta carta está frecuentemente citada y ha sido publicada en versiones española e inglesa. Véase por ejemplo, de Antonio Marjil de Jesús, Lázaro de Mazariegos y Blas Guillén, A Spanish Manuscript Letter on the Lacandones in the Archives of the Indies at Seville, trad. y ed. Alfred M. Tozzer, notas adicionales de Frank E. Comparato (Culver City, Calif.: Labyrinthos, 1984). 42 15 A juzgar por las cartas citadas, para el padre Margil la persona del presidente se había convertido en la clave para el éxito de las misiones en el Lacandón. No solamente posponía iniciativas mayores mientras esperaba el regreso de las tropas, sino también parecía deferirle a don Jacinto de Barrios Leal la interpretación de la voluntad divina. Sin embargo, el largamente esperado retorno del mandatario con sus soldados jamás ocurrió. Empeorada su condición, Barrios Leal murió en Santiago en noviembre de 1695, dejando sin cumplir su ambicioso plan para la reducción militar de la frontera norte. Desamparado, Margil permaneció en Dolores por dos años más, sin constar que hubiera logrado nada de importancia. Por fin, en 1697 abandonó la región para regresar a Querétaro donde había sido electo guardián del colegio misionero. Cuatro años después, estuvo de nuevo en Centroamérica, viajando por toda la provincia y aun regresando brevemente a Talamanca, donde había empezado su carrera misionera hacía más de diez años. En esta ocasión, cuando entró en la frontera costarricense lo hizo acompañado de una escolta de cincuenta soldados.44 Conclusión La historia de la presencia de fray Antonio Margil de Jesús en las misiones centroamericanas no se presta a conclusiones fáciles, siendo tal vez más productora de preguntas que de respuestas. Sin embargo, aun las preguntas pueden contribuir a nuestro entendimiento. Podemos preguntar, por ejemplo, hasta qué punto es posible situar a fray Antonio en términos de lo que se ha llamado la ideología franciscana de “violencia misionera”. Aunque la evidencia sobre esta cuestión no es abundante, sí existen indicaciones en sus cartas para sugerir que para Margil era perfectamente legítimo el uso de la coerción física en sus varias formas para dominar a los indígenas. Esta aceptación de los castigos corporales y de la intervención militar como medios de conversión, bien puede haber sido algo que trajo consigo como producto de su formación, pero es igualmente posible que fuera una posición a que llegaba gradualmente a raíz de sus experiencias en las misiones. Lo que no parece muy acertado es afirmar que en el Chol hubiera sufrido un cambio “abrupto” de criterios, que le condujera a abogar por la guerra en 1694 cuando antes no hubiera sido posible tal comportamiento. “La audiencia de Guatemala acuerda dar una escolta de cincuenta soldados a los misioneros de Talamanca.—Años de 1704 y 1705”, CDHCR, IX, 59-63. 44 16 La deseabilidad de examinar los acontecimientos ante el trasfondo de las realidades políticas de la época, sugiere otra pregunta, la cual trata del verdadero significado de la relación entre fray Antonio Margil de Jesús y el presidente de la audiencia, don Jacinto de Barrios Leal. En realidad, que sepamos dicha asociación era de muy poca duración. Aunque sea posible que Margil y Barrios Leal se conocieran por primera vez en 1691, es más probable que fuera en 1694, apenas un año antes de la muerte de éste. En todo caso, está claro que aun antes de conocerse cada uno sabía de la existencia del otro y que los dos parecían atribuir mucha importancia a la conexión. En las cartas de Margil, hay evidencia de que el fraile hubiera visto al presidente como un dirigente decisivo, quien si se le instara a ello con suficiente ánimo, podría aportar el apoyo del estado colonial a una empresa misionera que seguía experimentando fracaso tras fracaso en sus esfuerzos por incorporar las zonas fronterizas y sus habitantes al dominio de la corona y la iglesia. Es igualmente posible que por la parte de Barrios Leal, el fraile franciscano hubiera parecido como el clave de la rehabilitación política del presidente. Varón de mucho prestigio, se podría esperar que, por su presencia, fray Antonio pudiera ayudar a restaurar la reputación de Barrios Leal después de la humillación que éste sufrió en tiempo de la visita de Ursino. Finalmente, en el caso de comprobarse cualquiera de estas hipótesis, o tal vez de comprobarse las dos, cabe preguntar qué tienen que ver con las entradas militares de 1695. Es posible, como se ha afirmado, que con su llamada a la guerra, fray Antonio hubiera logrado mobilizar a Barrios Leal como al capitán quien supiera utilizar la fuerza armada para poner fin de una vez a la resistencia de los indígenas infieles. Sin embargo, es igualmente imaginable el que Barrios Leal, viendo en una campaña militar exitosa el medio de restaurar sus fortunas políticas y asegurar su lugar en la historia, hubiera procurado aprovecharse de la colaboración de Margil para dar a su proyecto una base religiosa sólida y legítima.45 45 De hecho, una revisión de la documentación disponible inclina a uno a aceptar la segunda posibilidad antes de la primera, visto que existe evidencia del despliegue de parte de Barrios Leal de lo que bien se podría llamar una “campaña publicitaria” primitiva a su favor, en la cual jugaban papeles no solamente fray Antonio Margil sino también el cronista criollo don Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y el escribano vuelto historiador Nicolás de Valenzuela. Véase de Stephen Webre, “El poder y el pasado: Los primeros historiadores de Guatemala, 1550-1700”, ponencia presentada ante el III Congreso Centroamericano de Historia, San José, C.R., 15 a 18 de julio de 1996. 17 Cerramos pues, sin dar respuesta definitiva a ninguna de estas preguntas. Al historiar los esfuerzos de las autoridades civiles y eclesiásticas para dominar la frontera centroamericana en el siglo XVII, sería valioso poder colocar la figura de fray Antonio Margil de Jesús en su contexto más acertado, sabiendo de una vez si estaba siendo explotado, y caso afirmativo por quién y para qué. Sin embargo, sigue siendo verdad que en la historia los interrogatorios más significantes siempre serán los que no pueden ser contestados a la satisfacción de todos.