¡Las vacaciones: tiempo oportuno y de gracia!

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Domingo 16º del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
¡Las vacaciones: tiempo oportuno y de gracia!
La hospitalidad, habitual entre los pueblos de l antiguo Oriente Medio, es un tema que está
presente en las lecturas de hoy. Como Abrahán recibe en su tienda a unos misteriosos visitantes, a
quienes identifica con el Señor mismo, así Marta y María reciben en su casa a Jesús, el Señor. Ahora
bien, tal acogida no está exenta de dificultades. Igual que Abrahán y Sara se muestran reacios a creer
el anuncio de fecundidad que les transmiten los visitantes, también a Marta le cuesta comprender que
lo más importante es acoger la Palabra del Señor. En este punto engancha la segunda lectura: Pablo,
que ha recibido al Resucitado como Señor de su vida, dice a los cristianos de Colosas que la tarea del
anuncio del Evangelio le está reportando dolores y sufrimientos. Por nuestra parte, abramos puertas
y ventanas para que el Señor pueda hospedarse hoy en nuestra casa, sin importarnos las exigencias
que conlleve tan acogida.
Todo esto nos lleva a profundizar en la acogida que hemos de dispensar a los otros,
viendo en ellos un don y una gracia de Dios. Tenemos que estar abiertos por un lado a la acogida y
el respeto que merece un semejante, atendiéndole en sus necesidades físicas, y por otro lado, la
acogida interior de aquellos que reclaman nuestra atención, que reclaman la apertura de nuestra
morada interior, porque necesitan ser escuchados, comprendidos o amados. Necesitamos tener una
mirada más allá de las apariencias, y reconocer en los otros la presencia viva del Señor que se hace
prójimo. Sin duda, el Señor, ha sido un Dios cercano al hombre, una cercanía que se hizo definitiva
con Jesucristo, el misterio escondido durante siglos.
Andamos muchas veces inquietos y nerviosos con tantas cosas, con tantas prisas, sin
embargo una sola es necesaria como responde Jesús a Marta (Evangelio). Es evidente que tenemos
multitud de actividades, de cosas a realizar y atender, pero quizá hemos de aprender a aprovechar
la presencia del Señor en medio de nuestra vida para estar con El. Es necesario mantener el trato
de amistad con el Señor por medio de la oración, para que nuestras actividades y acciones estén
íntimamente ligadas a esa experiencia de intimidad con el Señor.
Agitados por tantas ocupaciones y preocupaciones, necesitamos obsequiarnos a nosotros
mismos con el regalo del descanso y la vacación para sentirnos de nuevo vivos. Pero necesitamos,
además, pararnos y encontrar el sosiego y silencio necesarios para recordar de nuevo “lo
importante” de la vida. El periodo estival y las vacaciones de este año tendrían para nosotros un
contenido nuevo y enriquecedor si fuéramos capaces de responder, durante el descanso veraniego, a
estas dos sencillas preguntas:

¿cuáles son las pequeñas cosas de la vida que la falta de sosiego, de silencio y de
oración han agrandado indebidamente hasta llegar a agobiarme y matar en mí el
gozo de vivir?

¿cuáles son las cosas realmente grandes a las que he dedicado demasiado poco
tiempo, vaciando y empobreciendo así lamentablemente mi vida diaria?
En el silencio y la paz de un retiro, de unos ejercicios espirituales, del descano veraniego…
podemos encontrarnos más fácilmente con nuestra propia verdad, pues volvemos a ver las cosas
como son.
1º) Tal como hoy está la vida, -la fatiga acumulada por el trabajo monótono de cada día, los
exámenes, el estrés de la vida ordinaria…- el descanso es apetecible e incluso el objeto de las
vacaciones. Pero tenemos que tener en cuenta que descansar no es no hacer nada. Mejor dicho,
muchas veces se descansa cambiando de ocupación, de ambiente, de preocupaciones. Las
vacaciones son descanso, pero son -¡tienen que ser!- mucho más. Tienen que ser, sobre todo, un
encuentro. Un reencuentro nuevo, sorprendente, con uno mismo. Descubrimos como realmente
somos, con nuestras posibilidades, sueños y deseos. Y ¿por qué no?, también con nuestras
limitaciones y fallos. ¡Conectar con nosotros mismos! ¡Nos somos tantas veces desconocidos!
2º) Y, sobre todo, podemos encontrarnos con Dios y descubrir de nuevo en Él no sólo la
fuerza para seguir luchando sino también el descanso verdadero y fuente última de paz. La misma
Iglesia, es consciente de esta necesidad, por eso no es simplemente una institución asistencial, que
ayuda de forma altruista a los otros, sino que su atención desinteresada, proviene directamente de la
contemplación de quien es su Señor y Cabeza, de escuchar su palabra y de hacer realidad su mandato
de amor.
Que la Eucaristía de este domingo, Día del Señor,
refuerce en nosotros la actitud de discípulos que,
como María, escuchamos a Jesús, nuestro Maestro,
sin descuidar la acogida y el servicio a nuestros hermanos
-acción y contemplación¡Feliz día del Señor!
Avelino José Belenguer Calvé.
Delegado Episcopal de Liturgia.
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