22 l TRIBUNA ŢŢ Magdalena Lasala El ferrocarril LOS gobiernos de los últimos años de este país han apostado por un ferrocarril de alta velocidad, el AVE, que ha resultado costosísimo en su construcción y en su mantenimiento, y también muy costoso para el consumidor. Los que vivimos en ciudades con Ave (en Zaragoza era evidente hacerlo para facilitar la comunicación entre Madrid y Barcelona, por eso lo tenemos) vemos mejorado sin duda el tiempo de los desplazamientos, pero como contrapartida se ha abandonado la inversión en el resto de las redes ferroviarias españolas: ejemplo claro son las vías de Canfranc a Zaragoza o las comunicaciones de Zaragoza con Levante. La falta de inversión ha provocado que el trazado de las viejas vías esté cada vez más deteriorado, lo que, unido a la falta de inversión en máquinas o vagones, hace que estos recorridos resulten eternos y poco confortables. La apuesta por el Ave y la falta de mejora de vías ferroviarias secundarias lleva también a que el transporte de mercancías se desvíe en gran parte a la carretera, con el lógico aumento del tráfico de camiones y las consecuencias para todos. Esta política pro Ave favorece especialmente a algunas ciudades, puestas a la cabeza de Europa con su red de alta velocidad, mientras por otro lado olvida a gran parte del resto del territorio nacional marcando graves diferencias entre ciudadanos. Hay quien no puede permitirse pagar los precios de los billetes del Ave, reservados a economías de altos recursos, y hay aquellos que, aunque pudieran pagarlos, no tienen acceso porque en su ciudad o territorio solo tiene vías ferroviarias obsoletas y deben acudir al desplazamiento en autobús o coche por carretera. La vertebración de un territorio es fundamental para crear riqueza. Pero en los planes viales generales, Aragón siempre es uno de los territorios más olvidados y secundarios. Hoy nos quejamos de las deficiencias de las comunicaciones por Teruel y Canfranc, por ejemplo, pero es un problema que viene de largo. De una vez por todas Aragón debe vertebrarse de norte a sur con una red ferroviaria adaptada al siglo XXI y a las necesidades de nuestro territorio. Nos interesa a nosotros. ¿No debería ser una reivindicación prioritaria del próximo gobierno de Aragón? Sábado 2 de mayo de 2015 l Heraldo de Aragón Decisiones equivocadas HACE unos meses, Magdalena Lasala se preguntaba en un artículo de HERALDO (31 de enero) qué justificación de diseño habría detrás algunas infraestructuras de la ciudad de Zaragoza que le resultaban incomprensibles. Empezaba su artículo refiriéndose a la estación de Delicias, lo inhóspita que es y su impactante falta de funcionalidad. Efectivamente, es una estación con un diseño equivocado, tan insufriblemente fría que tiene fama a nivel nacional y funcionalmente es un esperpento, tanto lo relativo a llegadas como a salidas. Hay muchas formas de diseñar una estación más confortable para el viajero, y de paso bastante más barata. Pero, además de los errores de coste y de diseño, su mayor defecto es el emplazamiento. Se planificó en el Portillo, donde caben perfectamente tanto la estación ferroviaria como la terminal de autobuses. Sin embargo, tras haber invertido mucho dinero y esfuerzo en redactar los detallados proyectos de ejecución en el Portillo y llevar diversas administraciones trabajando mucho tiempo en ello, una mañana el Ayuntamiento decidió políticamente de forma sorpresiva y sin base objetiva previa colocarla en Delicias. La pérdida de centralidad la hace menos accesible a los ciudadanos; incluso la terminal de autobuses pierde eficacia y, en contra de lo planificado en principio, las líneas de autocares interurbanos han tenido que habilitar apeaderos por el centro de la ciudad, por exigencia de los viajeros. La articulista se preguntaba si se sabía que habría una circunvalación del AVE por el sur, de modo que muchos trenes no pararían en Zaragoza. Inicialmente, el AVE iba a llegar a Zaragoza por el pa- Ţ Algunas grandes infraestructuras de Zaragoza se hicieron de manera errónea. Por Juan Antonio Ros Lasierra, ingeniero de Caminos y profesor de Universidad sillo ferroviario que siempre ha existido a través de Casetas y Utebo. Todos los trenes pasarían por el Portillo y, como deben hacerlo a muy baja velocidad, tendrían parada necesariamente. Sin embargo, desde Aragón queríamos sacarle más partido a la llegada del AVE y el pasillo de Utebo no lo permitía. Lo ideal es que el AVE hubiese entrado en Zaragoza paralelo al Canal Imperial, con posibilidad de parada directa en el Aeropuerto-Plaza, pero el Ministerio de Defensa no lo autorizó. Entonces, desde Aragón exigimos que entrase por donde entra aho- ra: sur del aeropuerto, bordear Plaza y llegar al Portillo. El Ministerio advirtió claramente que esa propuesta aragonesa reducía a la mitad la longitud y el coste de hacer una circunvalación por el sur, cosa que les atraía enormemente con el fin –explicaban abiertamente– de ahorrar quince minutos en un viaje Madrid-Barcelona sin paradas, lo que ayudaría a compensar las pérdidas de tiempo que el viaje tendría tras haber impuesto el Gobierno catalán que el AVE diese un rodeo para pasar cerca de Tarragona. Desde Aragón se estableció una eficaz oposición a la circunvalación y se advirtió que no se aprobaría y se bloquearía por todos los medios, como así fue durante unos pocos años. No obstante, con el cambio de Gobierno aragonés que tuvo lugar poco después, el bloqueo se desvaneció y el Ministerio construyó la circunvalación por la que pasan los AVE directos entre Madrid y Barcelona, y ahora tambien con destino a Francia. Nuestro gobierno regional a veces ha estado tan mal asesorado que incluso estuvo un par de años solicitando una segunda estación en Plaza, dentro del mismo ramal que entra a Zaragoza, y hubo que hacerles ver que lo que había que solicitar es una estación en el ramal exterior, la que hoy llamamos segunda estación o apeadero de la Feria de Muestras, y que por tanto no tiene sentido hacerla en Plaza si queremos que todos los trenes paren en Zaragoza. Somos la única ciudad en toda la red de alta velocidad que tiene una circunvalación para el AVE, lo que pone de manifiesto que se nos considera política y territorialmente irrelevantes (posiblemente lo seamos). Ahora tiene mal arreglo. También, anticipándonos a la demanda de transporte que podría haber en Plaza, se anteproyectó con todo detalle una línea de metro ligero (especie de tranvía) Goya-Portillo-Delicias-Oliver-Valdefierro-Montecanal-Arcosur-Feria-Plaza-aeropuerto, usando las antiguas vías, pero al final se prefirió ignorar el proyecto y hacer un paseo verde. El túnel desde María Agustín hasta pasada la estación, que no se ha puesto en servicio, se ideó para drenar de tráfico la ciudad en momentos de congestión; y por eso es solo de salida, a pesar de que la propuesta original era de entrada y salida. El túnel estaba previsto como una calle sin semáforos, cubierta por encima como está ahora, pero abierta en todo el lateral que da a la Almozara. Pero, como se ha construido totalmente cerrado, por cuestiones de seguridad se requiere una instalación de seguridad y prevención de incendios que es muy cara de implantar y de mantener, para la que no hay dinero. En definitiva, en muchas ocasiones detrás de obras e infraestructuras importantes no hay justificación suficiente, se construyen en base a ideas muy simples sin base objetiva, se trata de decisiones equivocadas que tomamos una o varias personas que estamos gestionándolas o, sencillamente, son errores inadmisibles. Magdalena Lasala y otros ciudadanos interesados tienen derecho a una explicación transparente, aunque a estas alturas posiblemente no satisfaga a nadie, pero también a que los responsables asumamos nuestros fallos y seamos honestos sobre qué se podía haber hecho mejor y cómo pensamos evitar repetir estos errores en el futuro. De cómo el poder cambia la verdad HE estado en Bilbao últimamente y, francamente, no he visto lo que esperaba ver. Hacía tiempo que no andaba por esas tierras y, como las referencias que tenía uno eran a través de personas o medios, creía que la ciudad del Athletic no tenía nada que ver con el resto de España. Cuál no ha sido mi sorpresa cuando comprobé, paseando por diversas zonas de la capital vizcaína (de todo tipo de ‘standing’, como se dice ahora), que Bilbao es hoy una ciudad con encanto y empaque especial. Bien lejos de aquella tristona y gris urbe de hace unos años, que era más puerto, astilleros e industria que una ciudad. Y es una ciudad diferente, claro, pero inequívocamente española. Eso sí, con unos edificios de más de un siglo, con resonancias francesas e inglesas. La floreciente relación comercial que hubo con Inglaterra desde el puerto de Bilbao dejó su impronta en el urbanismo de aquel pueblo (más tarde villa) que fundó en 1.300 don Diego López de Haro, de noble familia castellana, señor además de Vizcaya, de Álava, de So- ®ŢŢ® Por José Luis Mateos ria, de Nájera y de Briviesca. Y se convirtió en el puerto de Castilla. No sé si la –confiemos– desaparición del terrorismo ha normalizado el aspecto y la vida de la villa. Pero no se ven apabullantes signos de euskaldunización. Por ejemplo: se ven banderas constitucionales acompañando a las ikurriñas ondeando incluso en edificios no oficiales; los letreros de las tiendas están escritos la mayoría en castellano; es minoritaria la rotulización con signos ortográficos a lo euskera, ya saben, ese acabar las letras en forma de sombrerito invertido. Lo que no me parecería nada mal. Cada uno habla como siente. Y el euskera es también una lengua española. Según algunos eruditos, la más genuinamente española, pues era –dicen– la de los antiguos íberos. Una lengua todavía no contaminada por las legiones (en sentido estricto y también figurado) romanas que se asentaron más abajo, y que dieron origen más tarde a las lenguas románicas derivadas del latín, desde el italiano hasta el galaico-portugués, pasando por el occitano, por el francés, por el ca- talán, por el castellano… y hasta por nuestra fabla aragonesa (algo emparentada con el francés). Pues bien, sería por el miedo o por lo que sea, pero lo cierto es que desde fuera se podía creer la generalización soberanista, pues los políticos con mando en plaza se habían empeñado en dar una imagen de Bilbao donde todo el mundo hablaba euskera y se encontraban ikastolas a cada esquina. El poder (y con él, el miedo) habían conseguido transmitir la falsa idea de un soberanismo ampliamente mayoritario. Y no. Respetando las ideas de cada persona. Pero la verdad es la verdad. Se nos ha bañado en un vaporoso mar de confusión para interés de algunos. Y la mayoría silenciosa se ha dejado llevar. Hay de todo, como en todos los sitios. El pueblo vasco tiene sus signos de identidad. Cierto, pero en su mayoría, a día de hoy se sienten vascos y españoles, pero todavía no se atreven (en general) a manifestarlo abiertamente cuando la marea que fabrica el poder es envolvente, y oculta la verdad.