33.6 - Equidad de Género

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El reto del laicismo en México
Ponencia de Gilberto Rincón Gallardo, Presidente del Consejo Nacional para Prevenir
la Discriminación, ante el Grupo Permanente por la Tolerancia Religiosa. Cámara de
Diputados, México, D. F., a 18 de mayo de 2004.
La sociedad mexicana está experimentando una fuerte transformación. Ya ningún país
está fuera de la influencia de otras naciones y ninguna cultura puede permanecer
impávida frente a una globalización que se introduce en todos los espacios de la vida
colectiva. Las sociedades actuales, y México no es la excepción, se hacen cada vez
más complejas conforme se modernizan y se abren al exterior. Grandes fuerzas en la
economía y en la política favorecen esta transformación.
Nos guste o no, la aldea local en que crecimos se convierte a pasos agigantados en
una aldea global.
Pero debemos reconocer que a este cambio contribuyen también procesos que son
menos visibles. Los individuos buscan encontrar un sentido a su vida tanto en las
antiguas respuestas como en las nuevas que aparecen día con día.. La apertura
política, económica y cultural de las sociedades ha dado lugar también a que la
respuesta única a las cuestiones de fe ahora se presente ahora como una respuesta
entre varias.
La democracia fomenta la libertad, y la libertad fomenta el pluralismo. Sólo el
pensamiento conservador considera que la pluralidad y la existencia de minorías es un
daño que hubiera que corregir. El pensamiento progresista sabe que la salud
democrática de un país se mide no por la gran fuerza de sus mayorías, sino por los
derechos que ejercen las minorías.
Es un acto de honestidad intelectual admitir que actualmente experimentamos un
cambio significativo de mentalidades en México. Debo decir que este cambio es para
bien.
He mencionado causas sociológicas e incluso, puedo decir, espirituales. Pero también
veo en este cambio de mentalidades el resultado del derecho que la democracia
reconoce a los ciudadanos para elegir libremente sus orientaciones ideológicas y
religiosas.
El pluralismo político y el pluralismo religioso comparten el suelo nutricio del Estado
laico y respetuoso de los derechos fundamentales de la persona.
¿Qué significa esto? Significa, ante todo que, independientemente de nuestras
convicciones personales, debemos admitir que México ya no es una sociedad
culturalmente monolítica.
De hecho, nunca lo ha sido, pero ahora, con mayor razón, es necesario reconocer la
pluralidad cultural y religiosa como un rasgo irrenunciable e irreductible de nuestra
experiencia colectiva. De ahora en adelante, no sólo debemos acostumbrarnos al
hecho de que somos una sociedad plural, sino que tendremos que adecuar nuestras
instituciones públicas para que sean capaces de hacer convivir a esta pluralidad en el
marco de un régimen de leyes.
México es un país verdaderamente plural, sobre todo en los aspectos más
significativos: plural en formas de vida, en visiones de la moralidad, en proyectos
sociales, en creencias religiosas. Necesitamos por ello reconstruir el Estado laico para
que sea capaz de convertir esta pluralidad en riqueza social y no en fragmentación y
enfrentamientos.
Esta pluralidad política, cultural y religiosa, debe acompañarse de un marco definido
de convivencia y bienestar común a los diferentes grupos, asociaciones o religiones
que componen el mosaico plural de creencias en nuestro país.
La formula para la convivencia de la pluralidad es el laicismo. Sabemos que el laicismo
es el recurso que el mundo moderno encontró, y que el Estado mexicano retomó como
principio, para evitar tanto la crispación en las relaciones entre el Estado y la religión, y
para impedir que las divisiones de creencias religiosas fracturaran de forma
irremediable a la comunidad política.
El laicismo es una solución positiva para la convivencia entre religiones mayoritarias y
minoritarias, y para evitar que las creencias de unos cuantos se hagan dominantes a
través de la fuerza del Estado y no de la del convencimiento y la persuación legítima.
Pero el laicismo no es, como se ha pretendido hacer creer con frecuencia, un espacio
vacío y sin valores propios. El laicismo no es el residuo que queda frente a los grandes
valores morales o religiosos de los particulares.
El laicismo tiene valores propios como la tolerancia, la libertad de credos, los derechos
de la persona y la igualdad de todos ante la ley; valores sin los cuales el mundo
democrático sería inexistente. El laicismo debe ser, en una sociedad abierta y
pluralista, la ética que ha de regir la vida pública y la convivencia entre la pluralidad de
la nación.
Es necesario defender el laicismo porque es un fundamento del orden político que
asegura el goce de su libertad religiosa a las minorías confesionales. En este sentido,
una sociedad laica, es sinónimo de una sociedad abierta a todas las interpretaciones
del hecho religioso. Ese es el sentido positivo del laicismo.
Así que no basta con la aconfesionalidad del Estado para decir que éste es laico. Es
necesario que sea militantemente defensor de la pluralidad y del ejercicio de las
libertades de credo y de pensamiento; que sea protector de las minorías frente a la
amenaza ilegítima de las mayorías, y que sea promotor de una educación pública
orientada por el pensamiento crítico y los valores humanistas.
Las grandes corrientes religiosas presentes en México, por grandes y profundas que
sean las diferencias entre sus distintas concepciones de lo sagrado y lo profano,
pueden encontrar un marco de cooperación que sea benéfico tanto para cada una de
ellas como al país en su conjunto.
Una sociedad que se identifica firmemente con un orden jurídico justo, es decir, que
respeta plenamente las libertades fundamentales, los derechos de participación
política y la libertad de culto de cada uno de sus miembros, puede ser, a la vez una
sociedad plural y una unidad política que no tenga como cohesión el autoritarismo.
Bajo este supuesto, las diferencias de credo entre diferentes grupos sociales y la
pluralidad de prácticas religiosas son perfectamente compatibles con la idea de un
proyecto común de nación.
La democracia es un proyecto para solidarizar el México diverso y para conjuntar la
pluralidad en proyectos de beneficio común. No nació para borrar esas diferencias que
dan riqueza a nuestra vida colectiva. En cuanto defendamos el laicismo y la
separación entre el Estado y las iglesias, defendemos también el diálogo entre
confesiones religiosas y el diálogo entre éstas y el Estado. Todo ello de manera
abierta y transparente.
Muchas gracias
El Estado de derecho sobre tolerancia religiosa en la sociedad mexicana
Ponencia de Gilberto Rincón Gallardo, Presidente del Consejo Nacional para Prevenir
la Discriminación en el Primer Foro Nacional sobre tolerancia religiosa organizado por
la Cámara de Diputados.
Cámara de Diputados México, D. F., 26 de marzo de 2004
El Estado mexicano es constitucionalmente laico, es decir, está obligado a respetar el
pluralismo religioso y a no oficializar religión alguna. El artículo 24° de la Constitución
es muy claro al respecto, pues permite a toda persona la libre elección en materia de
fe o confesión religiosa.
Pero no sólo eso, este laicismo es un criterio en la actividad ideológica y
ciudadanizadora por excelencia del Estado: la educación que imparte directamente, o
la que regula a través de los programas oficiales. En efecto, el artículo 3°
constitucional obliga a que la tarea educativa del Estado sea laica y ajena a todo culto
religioso.
Alguien podría decir que esta obligación de laicidad sólo vale, precisamente, para la
actividad educativa; pero, si consideramos que aquello que todos recibimos en las
escuelas es la visión política y cultural con que el Estado habilita a sus ciudadanos,
entonces el precepto de laicidad en la educación se debe entender como el discurso
oficial del Estado acerca de la relación entre las preferencias religiosas y la vida
pública en todos sus ámbitos.
Esta definición significa, entre otras cosas, que las normas y criterios de acción del
Estado y de todas sus instancias (federales, locales, municipales) no deben estar
orientados por un credo religioso o moral específico. Esta laicidad es una manera de
salvaguardar el derecho de todo ciudadano para decidir en libertad sobre cosas tan
relevantes como su confesión religiosa o su legítima conducta moral y, sobre todo, es
una forma de evitar que el Estado se haga cargo de una visión religiosa que, aún en el
caso de ser mayoritaria, y acaso precisamente por ser mayoritaria, no debe ser
obligatoria.
El laicismo no equivale al jacobinismo. La Iglesia católica tiene el más amplio derecho
a exponer sus puntos de vista acerca de cualquier tema de implicaciones morales. Ello
es legítimo y puede proporcionar a sus fieles un criterio y hasta razones firmes para
tomar sus propias decisiones. La mayor visibilidad social de las Iglesias es un avance
objetivo para nuestra vida democrática. Muchos hemos pugnado porque este
reconocimiento sea una realidad en México y en ello no cabe marcha atrás.
Pero el rechazo del jacobinismo no implica coqueteos con el integrismo, que no es otra
cosa que la confusión entre política y religión, entre derechos y virtudes y entre delitos
y pecados. Lo que no deberían hacer las iglesias en un contexto de laicidad
constitucional es exigir que el Estado mexicano guíe sus políticas según criterios
religiosos y morales, porque en ese caso invaden y limitan no sólo las atribuciones del
Estado, sino que limitan las libertades de quienes no se guían por esas orientaciones
religiosas y morales, e incluso las de algunos de sus fieles que han reservado para su
fuero interno decisiones como las relativas a su cuerpo y su sexualidad.
Es necesario reconocer la pluralidad cultural y religiosa como un rasgo irrenunciable e
irreductible de nuestra experiencia colectiva. De ahora en adelante, no sólo debemos
acostumbrarnos al hecho de que somos una sociedad plural, sino que tenemos que
adecuar nuestras instituciones públicas para que sean capaces de hacer convivir a
esta pluralidad en el marco de un régimen de leyes.
México es un país verdaderamente plural, sobre todo en los aspectos más
significativos: plural en formas de vida, en visiones de la moralidad, en proyectos
sociales, en creencias religiosas. Necesitamos por ello reconstruir el Estado laico para
que sea capaz de convertir esta pluralidad en riqueza social y no en fragmentación y
enfrentamientos.
La fórmula para la convivencia de la pluralidad es el laicismo. Sabemos que el laicismo
es el recurso que el mundo moderno encontró, y que el Estado mexicano retomó como
principio, para evitar tanto la crispación en las relaciones entre el Estado y la religión
como para impedir que las divisiones por creencias religiosas fracturaran de forma
irremediable a la comunidad social.
El laicismo es una solución positiva para la convivencia entre religiones mayoritarias y
minoritarias, y para evitar que las creencias de unos cuantos se hagan dominantes a
través de la fuerza del Estado y no de la del convencimiento y la persuasión legítima.
Pero el laicismo no es, como se ha pretendido hacer creer con frecuencia, un espacio
vacío y sin valores propios. El laicismo no es el residuo que queda frente a los grandes
valores morales o religiosos de los particulares.
El laicismo tiene valores propios como la tolerancia, la libertad de credos, los derechos
de la persona, la educación critica y científica y la igualdad de todos ante la ley;
valores sin los cuales el mundo democrático sería inexistente. El laicismo debe ser, en
una sociedad abierta y pluralista, la ética que ha de regir la vida pública y la
convivencia entre la pluralidad de la nación.
En este sentido, una sociedad laica es sinónimo de una sociedad abierta a todas las
interpretaciones del hecho religioso. Ese es el sentido positivo del laicismo que es
necesario defender.
Así que no basta con la aconfesionalidad del Estado para decir que éste es laico. Es
necesario que sea militantemente defensor de la pluralidad y del ejercicio de las
libertades de credo y de pensamiento; que sea protector de las minorías frente a la
amenaza ilegítima de las mayorías, y que sea promotor de una educación pública
orientada por el pensamiento crítico y los valores humanistas.
Bajo este supuesto, el del laicismo, las diferencias de credo entre diferentes grupos
sociales y la pluralidad de prácticas religiosas son perfectamente compatibles con la
idea de un proyecto común de nación.
En la Declaración sobre la tolerancia de la UNESCO del 16 de noviembre de 1995
queda plasmada con claridad la modalidad bajo la cual debemos plantear el tema de la
tolerancia en el marco de cualquier democracia constitucional. En su Artículo 1 se lee
lo siguiente: "La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica
diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y
medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la
comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia
consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una
exigencia jurídica y política”.
En una sociedad democrática, la tolerancia no puede estar sujeta a una aplicación
arbitraria. El problema de los principios sociales que se quedan en el terreno de la
convicción ética es que carecen de los instrumentos jurídicos y políticos para su
adecuada aplicación. En una sociedad democrática, debe existir una serie de
mecanismos legales y políticos para atajar los actos de intolerancia cuando la
conciencia moral haya sido incapaz de evitar su aparición.
Por ello, la protección de la diversidad social y política y el derecho a la diferencia en
todas sus manifestaciones debe ser una obligación del Estado y no la concesión
afortunada de un gobernante en turno.
En México, donde durante tanto tiempo hemos vivido la terrible sujeción a un régimen
autoritario, tenemos clara idea de lo que la aplicación selectiva y discrecional de la
tolerancia puede llegar a significar. Por ello, el principio de tolerancia no puede entrar
por sí mismo en los ordenamientos constitucionales de una nación democrática. Debe,
más bien, ser el fundamento ético de redacciones legales más precisas que prescriban
derechos y garantías específicos que tutelen la libertad de los ciudadanos, su derecho
a la diversidad y su protección contra cualquier forma de discriminación o de
segregación.
Sin duda, la tolerancia es una actitud que debe extenderse socialmente a través de la
educación formal y de la transmisión comunitaria de los valores. La socialización de la
tolerancia es una necesidad para garantizar la unidad en la diversidad y la
consecución de metas compartidas. El buen éxito de la tarea educativa es una
garantía de que los ciudadanos puedan formular sus proyectos en el marco del
respeto mutuo y la cooperación.
La tolerancia puede denotar generosidad y altura moral en la sociedad donde se
practica, pero sólo producirá efectos sociales visibles y relevantes cuando, convertida
en acuerdos públicos y en leyes efectivas, oriente la acción del Estado y de sus leyes
e instituciones.
En este sentido, cuando hablamos de la actitud que debe existir en una sociedad
democrática hacia las minorías religiosas, ya no hablamos tanto de tolerancia como de
reconocimiento de derechos. Si quien tolera en un momento puede dejar de tolerar en
el siguiente, entonces sólo el reconocimiento de derechos, con castigo para quien los
viole, puede garantizar que las minorías puedan disfrutar de una protección efectiva de
sus libertades fundamentales.
Todos somos, en alguna medida, miembros de una minoría. O estamos cercanos a
alguien que pertenece a una minoría. Podemos ser alguien que tiene una religión
distinta a la dominante, que defiende una convicción política opositora a la dominante,
que tiene una orientación sexual distinta a la convencional, que pertenece al sexo
dominado y no al dominante, o que pertenece a una minoría étnica. Y si no lo somos,
deberíamos pensar que siempre podríamos serlo.
Para evitar que el gobierno de las mayorías se convierta en tiranía de las mayorías, es
necesario que el Estado democrático proteja y tutele los derechos de las minorías. Es
necesario, en ese sentido, no sólo avanzar en una educación ciudadana en la
tolerancia, sino también, y sobre todo, en la protección legal de los derechos de todos.
Muchas gracias.
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