LOS DEBERES, LOS

Anuncio
Año: 22, Julio 1980 No. 466
LOS DEBERES, LOS
DERECHOS Y LA LIBERTAD
1
Francisco Pérez de Antón
Sólo la ley puede darnos la libertad.
J. W. Goethe
Quisiera empezar esta charla con una cita
alusiva al tiempo que vivimos, al tema que
voy a desarrollar y a la profesión que
ustedes practican. Dice así:
Os pido perdón de antemano por haber
venido aquí a hablaros de asuntos no
directamente relacionados con la profesión
militar; pero otra cosa, hubiera sido en mi
notoria impertinencia. La milicia es tema
fácil a la curiosidad de las gentes indoctas y
atrevidas. De guerras y soldados, como de
medicina o de higiene, puede hablar
cualquier aficionado. Pero yo, a falta de
otros méritos, estoy, cada día más,
dominado por el respeto de no hablar sino
de aquello que séy, por lo tanto, dispuesto a
hablar cada vez menos.
1
[i] Conferencia pronunciada en el Centro de
Estudios Militares de Guatemala el 13 de Junio de
1980.
No os hablaré, pues, de cosas militares, sino
de los deberes del hombre actual. Y, por lo
tanto, de los míos y de los vuestros.
No hay orador o conferenciante, en los
momentos de ahora, que al hablar en
público no se sienta impulsado por el afán,
casi por el deber, de discurrir sobre las
causas de ese trastorno profundo y acerbo
que sacude los Estados, los pueblos y las
civilizaciones, y el ideario y la economía de
las familias y de los individuos. Y esto voy a
hacer ante vosotros, militares, que es como
hablar a una representación oficial y
genuina de la patria. Os voy a hablar, pues,
como hablaría con mi patria misma, que es
para mí, como para todo hombre, parte de
mi conciencia.
El carearse con ella, como el carearse con
Dios, equivale, por lo tanto, a realizar ese
acto trascendente para el que las gentes de
ahora empiezan a perder la aptitud, ese acto
inexcusable para marchar con dignidad
humana por la vida y que se llama el
examen de conciencia.
Los párrafos que acabo de leer son parte de
una memorable conferencia pronunciada por
el ilustre escritor don Gregorio Marañón
ante el Centro Cultural del Ejército y la
Armada de Madrid, allá por los años treinta.
Y he querido citarlos hoy aquí, ante esta
respetada y prestigiosa institución militar,
por la gran similitud de atmósfera social
existente entre la década de los treinta y la
de los ochenta. Pocos años después de que
Marañón hiciera las reflexiones que acabo
de citar estallaba la Guerra Civil Española y
acto seguido la Segunda Guerra Mundial.
Ignoro si en la actualidad nos hallamos tan
cerca de una guerra como en aquellos años.
Pero mucho me temo que la noria de la
historia haya dado un giro completo y que
nos encontremos otra vez ante un preludio
angustioso dominado por lo que el doctor
Marañón calificó entonces como la crisis de
los deberes olvidados. Tal es la razón que
me motiva a hacer, en el aquí y el ahora, un
nuevo examen de conciencia sobre el ethos
del hombre contemporáneo.
Mi propósito, en definitiva, es el de
actualizar estos tres conceptos eternos de los
derechos, los deberes y la libertad, a la luz
del tiempo presente, planteando la tesis de
que la libertad viene siempre determinada
por un equilibrio permanente entre el peso
de
los
derechos
y el
de
las
responsabilidades. O, si se quiere decir de
otra manera, la libertad se fortalece cuando
los hombres ejercitan su conciencia en el
acendrado y positivo deber de respetar el
derecho ajeno.
Presentar una tesis así en este Centro de
Estudios Militares, que personifica la
profesión «del deber al ciento por ciento»,
como decía Marañón, resulta poco menos
que una redundancia. Sin embargo, ningún
lugar resulta más apropiado para reflexionar
sobre el tema que un refugio de deberes
como es éste, donde el premio al
cumplimiento del deber ha sido siempre el
deber mismo.
Dos tipos de Etica
Y ya metidos en asuntos éticos, empezaré a
desatar mis ideas desde el ángulo de las
responsabilidades.
Dos tipos de Etica pueden identificarse en la
sociedad contemporánea, una orientada a las
responsabilidades y la otra hacia los deseos
de los seres humanos. La primera de ellas se
fundamenta en la obligación que cada
individuo tiene de practicar ciertas reglas
básicas de convivencia. Sin ellas la vida
social no sería posible. Se trata, pues, de una
moralidad sencilla expresada casi siempre
en forma negativa, como por ejemplo, no
matarás, no robarás. La ética del deber es,
como advertía Adam Smith, comparable a
las reglas de la gramática. Tales normas
prescriben que, si queremos preservar el
lenguaje como medio de comunicación
humana, es preciso usar unas reglas
prácticas mínimas para uso de todos los días.
De manera paralela podría decirse que, si se
quiere proteger la vida social, los seres
humanos tienen la ineludible obligación de
respetar aquellas normas sin las cuales la
comunidad humana sería un palenque de
permanente conflicto. La Ética del deber, en
definitiva, es racional y se construye
siempre desde abajo mediante reglas
sencillas con las cuales los hombres se
entienden y conviven pacíficamente.
La ética de los deseos o de las aspiraciones,
por su parte, también establece normas. Pero
su objetivo no es fraguar los cimientos de la
sociedad, sino sublimar sus deseos..
Volviendo al ejemplo del lenguaje, una ética
de deseos fijaría unas reglas para hablar, leer
y escribir muy pulcras y muy doctas, pero
alejadas del común de los mortales y sólo al
alcance de los académicos. Estaríamos
entonces ante una Ética de ensueño que se
construye desde arriba estimulando ansias y
señalando fines, pero sin especificar medios.
Una ética de puras apetencias es, además, y
por lo regular, la causa de grandes
frustraciones. Sus efectos son comparables a
los obtenidos por un profesor que exige a
sus estudiantes una sabiduría impropia de su
edad y su etapa de desarrollo. Sin duda, la
aspiración y los deseos del profesor son
loables, pero no realistas. Exigiendo a sus
alumnos el deber de alcanzar una perfección
que todavía está lejos de sus posibilidades,
lo único que consigue con ello es desengaño
y sufrimiento.
El Derecho contemporáneo
Pues bien, de estos dos tipos de Ética se
derivan, asimismo, dos tipos de Derecho. Y
al hacer esta afirmación nos acercamos a la
médula de nuestro tema.
En mi opinión, los derechos contemporáneos
están dominados por una Ética de deseos y
aspiraciones. A consecuencia de ello, la
legislación suele crear con frecuencia
deberes legalizados poco realistas. Muchos
de los derechos actuales no son sino la
formalización de unos deseos loables, pero
no siempre factibles, sobre todo cuando se
trata de deseos económicos. El legislador
actual es como el maestro de mi ejemplo que
exige unos deberes con frecuencia
impracticables. Y la razón estriba en que
muchas leyes jurídicas no van en la misma
dirección que las leyes económicas. La «ley
seca», por ejemplo, fue prácticamente
ineficaz para que los norteamericanos
rompieran el hábito de ingerir bebidas
alcohólicas. Igual sucedió con la ley antiduelo, la ley del máximo durante la
Revolución Francesa y otras por el estilo.
Tradicionalmente, un derecho ha sido
siempre aquella cualidad intrínseca del
hombre que puede ejecutarse sin permiso,
pero también sin lesionar el derecho de
otros. En este sentido, todo ser humano
puede reclamar para sí aquel derecho que
esté dispuesto a conceder a los demás.
Derechos tales como la vida, la libertad o la
propiedad, se adaptan perfectamente a estas
cualidades. Su carácter universal y recíproco
son evidentes.
Los derechos humanos, sin embargo, se han
convertido en la actualidad en materia de
privilegio. Y obsérvese que la raíz
etimológica de privilegio es privi-le ges,
esto es, una prerrogativa legal específica que
beneficia en exclusiva a un grupo. Hoy día,
cualquier grupo social organizado está en
posibilidades de demandar para sí una ley
con la cual materializar sus particulares
intereses y deseos. Y así, la ley se convierte
en el instrumento mediante el cual los
deseos se tornan derechos.
Hay dos transmutaciones evidentes en este
asunto. Una, la de que el concepto jurídico
de los derechos humanos se aplica
actualmente con más frecuencia a los grupos
que a los individuos. La otra, consecuencia
de la anterior, que el sentido del deber ha
sido delegado casi exclusivamente en los
poderes públicos. Y no cabe duda de que
esta actitud ha tenido gran éxito y
aceptación, sobre todo porque conlleva la
grata y cómoda cualidad de liberar a las
personas
de
sus
responsabilidades
individuales. Razón tenía Oscar Wilde al
decir que el deber es algo que se espera
siempre de los demás.
Pero cuando los derechos se vuelven
colectivos, los deberes también se tornan
públicos. A consecuencia de ello, el sentido
de responsabilidad, que todo individuo ha de
tener para consigo mismo y para con la
sociedad, se transfiere al Estado. Y los
hombres, que somos por naturaleza más
propensos a la exigencia de derechos que al
cumplimiento de los deberes, abandonamos
poco a poco nuestras responsabilidades para
caer en brazos de la dejadez y la
indisciplina.
Además, si los derechos humanos se
convierten en privilegios por la vía de la
presión de los grupos, la sociedad cae en el
cisma y la turbulencia social. Los intereses
del campo se enfrentan con los de la ciudad,
los de los agricultores con los de los
industriales, los de los ahorrantes con los de
los banqueros, los de los banqueros con los
de los empresarios, los de los empresarios
con los de los obreros y así en una cadenaad
infinitum.
La sociedad, a la larga, como ha señalado un
economista contemporáneo, no puede
sobrevivir si se halla dividida en grupos
antagónicos, cada uno de los cuales reclama
incesantemente para sí mercedes a costa de
los demás. Si los derechos de unos humanos
se imponen por la presión de los grupos,
entonces habrá que violar sin remedio los
derechos humanos de otros humanos. Y el
orden social se verá truncado, resultando en
un triste espectáculo de conflicto y
enfrentamiento.
Es mi creencia que, en buena parte, los
problemas de la sociedad actual obedecen a
esta tergiversación del Derecho y a la
carencia de universalidad y reciprocidad de
las leyes. El conflicto entre los que salen
favorecidos y los perjudicados por ellas
suele aflorar de inmediato debido a su
asimetría jurídica. Y el Estado se torna
entonces un ente superocupado a quien
todos los grupos sociales exigen sus
derechos y en quien todos delegan sus
responsabilidades.
Si las personas hacen al Estado depositario
de sus responsabilidades personales, pronto
lo habrán obligado a ser también el
satisfactor de todos sus deseos. Asimismo,
los deberes ante la familia, como son la
educación, la orientación de la conducta, la
vigilancia moral de los hijos, su salud, el
espíritu de trabajo y tantos otros aspectos de
la formación de los jóvenes, son
abandonados por los padres, quienes confían
que
la
legislación
supla
sus
responsabilidades. ¿Para qué preocuparse de
los hijos, del ahorro o del futuro si todo está
previsto en las leyes y los reglamentos?
El Derecho y la Economía
Ustedes se preguntarán qué hace un
economista hablando de temas jurídicos. Y
mi respuesta es que, tanto la Economía
como el Derecho, se hallan íntimamente
enlazados. El economista tiene un mensaje
para el legislador y si el legislador lo
desdeña lo hace con grave riesgo para la
sociedad. Derecho y Economía son como
dos vasos comunicantes entre los cuales
debe existir un permanente transvase La
abundancia y el bienestar vienen siempre
detrás de leyes que cumplen con el doble
requisito de igualdad y certeza, es decir, un
mismo trato para todos y la seguridad de que
su contenido no será bruscamente cambiado
o tergiversado.
Es un hecho fácilmente comprobable que,
cuando estos requisitos se cumplen, el
incentivo económico es mucho mayor. Las
reglas estables y la garantía de su aplicación,
promueven la inversión de capital a largo
plazo, la cual es fruto del ahorro. Y el ahorro
es a su vez el resultado de un acendrado
sentido de previsión y responsabilidad
futuras. De manera que según sean las reglas
legales, así serán los resultados materiales.
Una legislación de deseos económicos, en
fin, suele ocasionar ilusionadas esperanzas
primero, frustraciones sociales después y,
finalmente, comportamientos agresivos y
violentos.
En cambio, cuando las leyes transmiten a las
personas el mensaje de que si desean
obtener algo de la sociedad deben
previamente aportar algo a la sociedad,
aparece una ética recíproca que se
manifiesta en una disciplina social muy
deseable. Pero sobre todo se traduce en una
ordenación económica donde se pone más
énfasis en la oferta que en la demanda. Y esa
es la razón por la cual la ética del deber
genera un mayor bienestar y una superior
eficacia productiva que laética del deseo.
Y es por eso también que el economista
necesita volver su rostro al Derecho y enviar
un mensaje al legislador.
El caso de América Latina
Veamos ahora cómo se conforma la teoría
con la práctica.
Si observamos el panorama histórico de
América Latina durante las últimas dos
décadas, encontraremos varios ejemplos de
países que han pasado por esta crisis de los
deberes y su respectiva hipertrofia de los
derechos.
En casi todos los casos examinables, el
deterioro político-económico tuvo lugar más
como un proceso que como un hecho
sorpresivo. Y es que la desorganización
social no suele brotar por generación
espontánea. Las revoluciones son el
resultado de una lenta acumulación de ideas
que van transformando el alma de los
pueblos hasta hacerla estallar. Las ideas
políticas y económicas, perezosamente
arriban y perezosamente se alejan. Como
escribió Gustave Le Bon, más que un
conflicto violento, una revolución es
consecuencia de la evolución doctrinaria,
filosófica y jurídica de las naciones a lo
largo de su historia.
En el caso de América Latina, esa evolución
ha cristalizado durante la última década en
un
permanente
desbalance
jurídico
ocasionado por la paulatina agregación de
peso en el plato de los deseos legalizados sin
su correspondiente contrapeso en el plato de
las responsabilidades. La legislación de las
aspiraciones ha conducido a la escasez
material primero, la anarquía después y,
finalmente, el derrumbe político, pero sobre
todo al deterioro de la libertad, la flojera
moral y la molicie del espíritu. La conducta
responsable ha sido reemplazada por la
conducta irresponsable, situando a algunos
países al borde de la tiranía y haciendo de la
violencia el procedimiento común para
dirimir disputas. El saldo final no puede ser
otro que un elevado costo social
acompañado de un largo y doloroso período
de renovación económica, política y
jurídica.
Cabría concluir entonces que cuando la
Ética, el Derecho y la Economía no son
coincidentes, el desorden suele ser una
secuela natural y predecible. La práctica de
separar estos tres apoyos de la organización
social a la hora de legislar, pone de
manifiesto, tanto en América Latina como
en otros continentes, sus efectos indeseables.
La libertad, como condición
prioritaria
Todo lo dicho hasta aquí suena muy bien, es
agradable de oír y no causa conflicto. Los
problemas surgen cuando se quieren poner
en práctica estas ideas. Lo cual nos lleva,
por último, a tratar el difícil tema de la
libertad.
Pregúntese a las personas si están de
acuerdo en que todos tengan derecho a la
libertad política, la libertad de expresión, la
libertad de credo, la de asociación o
enseñanza y la respuesta será unánimemente
afirmativa. Pregúntese después si están
totalmente de acuerdo en que todos tengan
el derecho a ejercer la libertad de comprar,
vender, contratar, usar la propiedad, cambiar
o consumir y lo más seguro es que afirmen
que el Estado tiene el deber de regular tales
actividades.
En otras palabras, nos atrae la libertad
política, pero somos un tanto reacios a
aceptar la libertad económica. Y yo creo que
esto es un error.
Los hombres tienen necesidades, así como el
derecho a satisfacerlas. Pero es importante
advertir que derechos y necesidades son dos
cosas completamente distintas.
La confusión contemporánea estriba en la
creencia de que, por ejemplo, una vez
establecido el derecho a la salud, refrendado
por una ley, automáticamente desaparecerán
las enfermedades de la superficie de la
Tierra, lo cual evidentemente es incorrecto.
Las necesidades humanas no se resuelven
con derechos. La gente no come con
derechos, ni se viste con derechos, ni cuida
su salud con derechos, sino con recursos
económicos escasos. Lo importante,
entonces, es dinamizar estos recursos por la
vía de los incentivos. En tal sentido, un
orden social será más próspero cuanto
menos acuda a las restricciones y más a los
estímulos.
La libertad, en términos económicos, es una
derivación de la libertad en términos de
derecho. No nace la libertad después de
satisfacer necesidades, sino antes. La
mayoría de las naciones que se dieron a sí
mismas una ordenación jurídica (una
constitución) estable y duradera son hoy las
más prósperas de la Tierra. En cambio,
aquellas otras naciones que antepusieron, o
anteponen, la satisfacción de sus apetitos
materiales a la libertad, han acabado
siempre,
además
de
hambrientas,
esclavizadas. Si la libertad civil no logra
garantizar la libertad económica, el resultado
será la pérdida de ambas. Ese, al menos, es
el testimonio de la historia.
No hay, pues, abundancia económica sin
libertad. Y la razón estriba en que un
hombre libre es infinitamente más
productivo que un hombre esclavo. El
hombre que confía en la certeza y
estabilidad de las leyes, que no anticipa
cambios bruscos en el ordenamiento jurídico
de la sociedad, es un individuo propenso a
aceptar
riesgos
y
responsabilidades
económicas a largo plazo. Y cuando ese
espíritu se difunde en la sociedad, se
fortalece y estimula la cooperación social
que es por naturaleza pacífica, voluntaria y
con objetivos de largo alcance.
Tal es el encaje de la libertad civil y la
libertad económica. La necesidad de ser
libres es prioritaria a la de ser libres de la
necesidad. El bienestar no es algo fortuito,
sino el resultado de un proceso social donde
la confiabilidad en la ordenación jurídica
está ligada a la eficacia de sumecanismo
económico.
Sólo si ambas condiciones se cumplen, la
libertad puede manifestarse con su tremenda
potencia material y espiritual, obteniendo los
hombres todo el bagaje de bienestar que les
corresponde como seres de dignidad.
Conciencia individual y conciencia de
grupo
Cuando la sociedad olvida sus deberes,
decía al principio de esta charla, suelen ser
instituciones como ésta el obligado santuario
de las responsabilidades, porque en ellos
viven los hombres que, como el sacerdote o
el médico, han hecho la renuncia generosa
de sus derechos para vivir el deber por el
deber mismo.
La mayoría de los hombres, sin embargo, no
pertenecemos a esas minorías del deber al
ciento por ciento. Somos débiles y
quebradizos ante esa disciplina. Es preciso
por ello que, ante la actual crisis, los
hombres reciban este recordatorio moral de
profesionales que, como ustedes, han optado
siempre por la ética del deber en lugar de
por la ética del deseo.
Pero si echan una ojeada al mundo que está
fuera de estas aulas, observarán que, en la
actualidad, no son los hombres, sino los
grupos quienes deciden la ética y los
valores. Y es conveniente recordar de vez en
cuando que sólo las personas, tienen
conciencia. Los grupos, en cambio, tienen
intereses. Y sean estos políticos o
económicos, lo cierto es que siempre
buscarán beneficios particulares por medio
de leyes selectivas, so pretexto de bienestar
general. Serán entonces las jerarquías de los
partidos, las grandes organizaciones con
intereses económicos y, en general, las
actividades favorecidas las que obtengan
canonjías a costa de los consumidores, los
trabajadores no organizados, las pequeñas y
medianas empresas y, sobre todo, los débiles
y marginados. Por eso, si las leyes se basan
en intereses gremiales o partidistas, pronto
la sociedad se verá envuelta en el peor de los
zafarranchos.
La libertad y la ley nacen de la conciencia
de los individuos, no de los intereses de los
grupos. Y es ese rincón del espíritu, donde el
hombre debe encontrarse a solas consigo
mismo, el último reducto de la ética y el
derecho. Sin esa conciencia, que la ley justa
debe ejercitar mediante su aplicación
inclaudicable y consistente, no será posible
construir el equilibrado trípode de los
derechos, los deberes y la libertad.
Conclusión
Es hora de concluir y resumir. La ética del
deseo predomina hoy día sobre la ética de la
responsabilidad,
creando
división
y
conflicto. Esta ruptura, este desequilibrio,
altera y deforma la conducta humana de
manera irreparable. Se produce entonces un
incremento
progresivo
de
la
irresponsabilidad personal cuyo costo tendrá
que ser pagado un día a un elevado precio.
Por un lado, aparecerá la pobreza y la
escasez; por el otro el desorden civil y la
violencia.
Cuando los deseos legalizados crecen
exponencialmente, la economía lo hace
aritméticamente. En tales casos, lo más
seguro es que el orden social, tarde o
temprano, acabe por derrumbarse. No se
puede legislar en dirección contraria a la
economía pues, nos guste o no admitirlo,
todo derecho privilegiado de un grupo que
implique el uso de recursos escasos tiene
que pagarse con el esfuerzo del resto de la
sociedad. Y el efecto natural será el de que
los deberes queden nivelados a la altura de
los menos responsables, pues nadie se
sentirá obligado a esforzarse más debido al
desestímulo y el desaliento.
Si se me pidiera resumir en una sola frase
todas las ideas expuestas hasta aquí, diría
que los hombres que ceden y olvidan sus
responsabilidades están irremediablemente
condenados a perder sus derechos. Y lo que
es peor, con ellos habrán perdido también su
libertad, que es la cuna y condición de
aquéllos.
Este ha sido mi examen de conciencia ante
ustedes, ese «acto inexcusable para marchar
con dignidad por la vida», como decía
Marañón. Espero salir absuelto de esta
confesión, porque mi propósito no ha sido
otro que despertar su atención a un tema que
me ha parecido necesario actualizar
Las responsabilidades, sin embargo, no son
materia de prédica, sino de cumplimiento.
Tampoco el examen de conciencia es útil si
no existe propósito de enmienda. No
obstante, yo me siento optimista, pues
abrigo la esperanza de que nuestra
generación adoptará de nuevo el principio
moral de que los derechos se adquieren por
el arduo sendero del cumplimiento de los
deberes. Sólo así estaremos en condiciones
de encauzar felizmente la sociedad hacia un
bienestar pacífico y una libertad duradera.
«Hacer reinar la justicia está tan en la
naturaleza de la ley, que ley y justicia, es
todo uno en el espíritu de la gente. Todos
tenemos una fuerte inclinación a considerar
lo legal como legítimo, hasta el punto que
son muchos los que falsamente dan por
sentado que toda justicia emana de la ley.
Basta pues, que la ley ordene y consagre la
expoliación, para que ésta aparezca justa y
sagrada para muchas conciencias. La
esclavitud, la restricción, el monopolio,
encuentran defensores no solamente entre
los que de ello aprovechan, sino aun entre
los que por ello sufren».
«LA LEY», Frederic Bastiat
El Centro de Estudios Económico-Sociales,
CEES, fue fundado en 1959. Es una entidad
privada, cultural y académica , cuyos fines
son sin afan de lucro, apoliticos y no
religiosos. Con sus publicaciones contribuye
al estudio de los problemas económicosociales y de sus soluciones, y a difundir la
filosofia de la libertad.
Apto. Postal 652, Guatemala, Guatemala
correo electrónico: [email protected]
http://www.cees.org.gt
Permitida su Reproducción
educativos y citando la fuente.
con
fines
Descargar