Juan Luis Vives

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JUAN LUIS VIVES
De origen judío, nació Juan Luis Vives en Valencia en 1493, allí cursaría sus estudios hasta la universidad.
Antes de marchar a Paris seguirá estudios con un tío materno. De 1509 a 1512 prosigue sus estudios en La
Sorbona. De Paris pasa a Brujas. A partir de aquí se moverá a puntos más o menos próximos a Brujas, pero
siempre regresará a dicha ciudad. En principio se relacionará en la ciudad con la comunidad valenciana,
hospedándose en casa de Bernardo Valldaura, con cuya hija se casará.
En 1515 viaja Tomás Moro a Brujas y allí conoce a Vives, consigue para éste la protección económica de
Catalina de Aragón. En 1517 Vives es designado preceptor de Guillermo de Croy, quien llegaría a ser obispo
de Toledo, gozando Vives de la protección del mismo hasta la muerte de éste en 1521. En 1519 inicia la
docencia en la universidad de Lovaina, estableciendo relaciones con personalidades sobresalientes de aquel
medio tales como el papa Adriano VI o Erasmo de Rótterdam. Se inicia la proyección de la obra y la persona
de Vives fuera de Flandes.
En 1528 retorna definitivamente a Brujas, causa de ello fue la crisis matrimonial entre Catalina de Aragón y
Felipe VIII. Vives contestó al rey, optando por la causa de Catalina, pero no considero oportuno hacer su
defensa ante el tribunal constituido para el caso, perdió de esta suerte el favor de ambos y atrajo hacia si la
precariedad económica. Fue en este periodo cuando escribió su obra De Subventione Pauperum, fechada en
1525.
De Subventione Pauperum va acompañado de una dedicatoria y consta de dos libros: el primero versa sobre
las necesidades humanas y sobre la moral individual frente a la pobreza; el segundo se ocupa de las
responsabilidades colectivas y públicas en el socorro a los pobres. A este segundo libro se debe la fama de la
obra.
Mediante la dedicatoria Vives trata de que se ponga en practica lo que propone en materia de acción publica.
En el escrito declara haber escrito la obra por sugerencia del señor Praet, prefecto de aquella ciudad. La
concepción cristiana de Vives implica el socorro de los pobres como medio que salvaría la contradicción
flagrante de la caridad y la desigualdad.
El primer libro se inicia con un capitulo dedicado al origen de la menesterosidad humana, que atribuye al
desorden introducido en el mundo por el pecado original. El capitulo segundo abunda en este argumento y
propone los conceptos básicos del tratado: las necesidades humanas serian de carácter espiritual,
psicobiologico y material, es pobre quien depende de la ayuda ajena para cubrir estas necesidades, la
misericordia, la limosna, consiguientemente, no ha de consistir solo en dinero, sino en toda obra con que se
alivia la insuficiencia ajena.
En el capitulo tercero, conceptualiza los bienes humanos y los beneficios correlativos. Aquellos serian: en
primer lugar, la virtud, bien absoluto, en cuanto que es un atributo del alma; en segundo lugar, las facultades
de la mente; en tercer lugar, la salud; finalmente, los bienes exteriores, el dinero, las posesiones, los alimentos.
El beneficio correspondiente al alma seria la ayuda al otro para que alcance la virtud; los bienes de la mente
dan ocasión al beneficio de la enseñanza. La práctica de estos beneficios está fundada en la interdependencia,
y es un factor positivo para el mantenimiento de la integración social. Pese a ello, muchos se abstienen de
procurar beneficios a los menesterosos.
El capitulo sexto lo dedica a enseñar y amonestar a los mismo pobres. Les exhorta a conformarse con su
pobreza que es designio de Dios, a alegrarse de las oportunidades que aquella les brinda en el camino de la
virtud. Les compete al trabajo. Les inculca memoria agradecida de los beneficios que hubieran recibido. Les
invita a educar a su prole.
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En lo expuesto se muestra que Vives aborda un objeto material complejo: los pobres en sus dimensiones
espiritual, intelectual y socioeconómica. Igualmente complejo es su objeto formal, que concierne a los
comportamientos personales y relaciones sociales correlativas a estas facetas de la menesterosidad.
En los capítulos séptimo y octavo se relacionan los obstáculos a las prácticas bienhechoras. Por una parte, los
vicios de la soberbia, el egoísmo y la envidia. Por otra, supuestas virtudes, como la previsión acumulativa a
favor de uno mismo o de los herederos, que sirve de excusa a la insolidaridad.
Los tres capítulos finales del libro primero son destinados a exponer una breve teología de los deberes sociales
de los cristianos. Todo lo recibimos de Dios y nada nos pertenece en exclusiva. Las propiedades y los recursos
tienen una función social que cumplir; es un ladrón el que los emplea únicamente en beneficio propio. Cristo
legó el mandamiento del amor mutuo, cuya prueba es el socorro de las necesidades. El amor deber ser la pauta
y la guía en la práctica de la interayuda social.
Poniendo en relación estos últimos capítulos con la tesis de Vives en De conmunione rerum, podemos resumir
su pensamiento sobre el orden social en: 1) la naturaleza humana implica menesterosidad; 2) la naturaleza de
la sociedad exige la interayuda; 3) la obligación moral de practicarla no tiene límites; 4) pero no puede
exigirse coactivamente. De aquí que rechace la institucionalización violenta de la comunicación de bienes que
vendría a ser el comunismo anabaptista.
El libro segundo comienza con un capitulo bivalente. Por una parte, descubre en términos negativos y críticos
el espectáculo ciudadano que ofrecen los pobres y su conducta. Por otra, sin disimular sus vicios, nos dice que
no tanto deben imputarse a ellos como a los magistrados que no saben mirar de otra manera por el bien de la
ciudad. Propugna una política social preventiva y el mantenimiento de medios estables.
En los capítulos del segundo al cuarto expone su propuesta de acción frente a la pobreza. La misma
comenzaría por examinar y registrar la situación y circunstancias del sector de la pobreza: hospitales y los
acogidos en ellos; pobres residentes en sus propios domicilios, mendigos ambulantes. A partir de este
conocimiento se aplicaría un programa de intervención, que podría quedar sugerido por los siguientes criterios
y medidas: 1) limitación de las acciones positivas a los pobres indígenas; 2) prioridad de la autosuficiencia
mediante el trabajo y consiguiente regeneración, disuasión o represión de la vida dependiente; 3) instrucción y
rehabilitación profesional de los pobres que tuvieran necesidad de ellas, por su edad o incompetencia, con
vistas a un papel activo; 4) integración laboral, no solo para los pobres sanos, sino para los afectados por
deficiencias compatibles con un trabajo productivo; 5) complementación, para los pobres de vida
normalizada, de sus ingresos por el trabajo, mediante subsidios, cuando aquellos no fueran suficientes, hasta
alcanzar el máximo vital; 6) incorporación de enfermos y viejos a programas de terapia ocupacional; 7)
provisión de asistencia de mantenimiento a los pobres no validos; 8) optimización técnica y económica de la
gestión de los hospitales.
En los cuatro capítulos trasparece la modernidad de la propuesta de Vives. Frente al tradicional control por la
Iglesia de la atención a los necesitados, Vives propugna la responsabilidad política en la materia de los
poderes públicos. Al lado de la idea tradicional del pobre como elegido de Dios presenta el fenómeno
colectivo de la pobreza como un problema social, tanto para los afectados como para la ciudad. Frente al
humanitarismo conservador y resignado tradicional, ofrece un plan intervencionista y reformador, inspirado
en la racionalidad técnico−económica. De su mano, la tolerancia medieval en materia de modo de vida y
costumbres vendrá a ser sustituida por el autoritarismo renacentista, con sus valores burgueses, señaladamente
el trabajo y la austeridad.
De esto trata el capitulo quinto, propone un servicio de censura que se extendería a toda la población,
buscando las desviaciones de los valores de laboriosidad y templanza.
En el capitulo sexto, Vives aborda el asunto de cómo financiar la reforma que se propone. Comienza
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recordando la providencia de los cristianos para con los pobres, así como la posterior corrupción de los
obispos y presbíteros, que vendrían a enriquecerse con los dineros destinados a aquellos. Vives encarece a los
jerarcas eclesiásticos sus deberes de enseñanza y consejo, curación de los cuerpos y socorro de los
menesterosos. Condena el eventual recurso a la violencia con fines sociales. Propone otras medidas para
acrecer los recursos, racionalizar su uso y controlar la aplicación. Cuenta con las aportaciones de los
eclesiásticos, ya mencionadas, así como con las de los fieles cristianos, más las de las entidades civiles
privadas y publicas. Postula que la limosna sea absolutamente libre.
Se aprecia el esquema completo de responsabilidades en la propuesta de Vives. Los necesitados vendrían
obligados a secundar las orientaciones rehabilitadotas, integradoras y asistenciales que les fueran impartidas.
Al poder público asigna la misión general de planificar, dirigir y controlar la acción positiva concerniente a la
gente menesterosa; además, habría de proveer a la represión de las conductas resistentes. La capacitación, la
integración laboral y la prestación asistencial quedarían abiertas a distintos agentes sociales, en régimen
voluntario; lo mismo cabe decir de la financiación. En el plan de Vives, la responsabilidad global en la
atención a los necesitados cambiaria de la Iglesia al poder publico; la atomización de iniciativas debería dar
paso a la coordinación; la libertad de conducta de los pobres se troca en sometimiento al plan; la coacción
relativa a las aportaciones particulares deja paso a la limosna libre.
Vives manifiesta su confianza en la viabilidad financiera de su propuesta. La misma obra ofrece una clara
contradicción: los gobernantes son incitados a asumir la responsabilidad global de las necesidades que se
aprecien, en tanto que los recursos correspondientes quedan dependiendo de diversas voluntades. La solución
que aporta Vives es una presión moral sobre los poderosos, con el mecanismo de seguridad del
providencialismo. Propugna Vives una política autoritaria tanto en materia de costumbres de la población,
como en punto a disciplina socioterapeutica de los pobres. En cambio, alude cualquier coacción tributaria y
condena la violencia social, a la que no reconoce ninguna posible justificación.
El capitulo séptimo ofrece dos aportaciones principales. Una es la provisión de remedios para los efectos de
las emergencias de carácter personal y social. Otra consiste en proponer una actitud prospectiva y discreta en
la atención de los pobres vergonzantes, que velan su necesidad tras las paredes de sus viviendas.
Prevé la resistencia que encontraran sus propuestas, de modo que se anticipa a rebatir los posibles argumentos
contrarios y a reforzar los propios en los tres últimos capítulos del libro segundo. Así, defiende una
interpretación no fatalista del texto evangélico pobres siempre los tendréis entre vosotros. Sale al paso de la
crítica que pudiera hacerse del autoritarismo de su plan. Invita a mantener su propuesta en virtud de la bondad
intrínseca de la misma y pese a las oposiciones que pueda suscitar. Evoca los ventajosos efectos que se
derivarían de su plan en el orden ciudadano y en el religioso, sin mencionar el bienestar de los beneficiarios de
aquél.
Pese a su protección dialéctica, las críticas no dejaron de suscitarse. Junto a coincidencias o acomodaciones a
la constitución social y política de las sociedades cristianas, el tratado propone principios y practicas
inquietantes para todas las partes concernidas.
Se citan casos de ciudades que siguieron su plan. Tal cosa significaría que éste vino a dar respuesta a
problemas comunes al medio urbano europeo en los términos propios de la conciencia del mismo en la época.
Recordar que las propuestas de nuestro autor han venido a reformularse en los dos últimos siglos frente a
fenómenos de pobreza urbana asociados al industrialismo capitalista. Lo cual indica que Vives trasciende a su
medio y alcanzar al tipo de economía y sociedad que apuntó en él y cuyo ciclo no se ha cerrado.
Como no se ha cerrado la tensión entre libertad e igualdad, desarrollo personal e integración social,
motivación productiva y protección social, tolerancia y seguridad, tan presente en De Subventione Pauperum
y que le presta actualidad.
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JUAN LUIS VIVES, REFORMADOR DE LA BENEFICIENCIA
Vives encarna junto con Erasmo y Tomas Moro las aspiraciones del humanismo cristiano y los deseos de una
reforma intelectual, moral y religiosa. Por otra parte, su mentalidad puritana y laboriosa es la de la burguesía
mercantil, sus ideas concuerdan con las del capitalismo naciente. Finalmente tiene un sentido vivo del estado
municipal como para simpatizar con los ediles que aspiran a controlar ciertos intereses particulares para el
bien común.
Fue en la herética alemana donde nació el movimiento del que se hizo adalid y su gran obra fue el De
Subventione Pauperum.
Supresión de la mendicidad, organización de la Beneficencia, reforma de las costumbres, predicación del
Evangelio, etc. Tantas novedades juntas constituían una profunda revolución. Es posible que ni los burgueses
de Ypres y Brujas ni su portavoz, Vives, concibieran la supresión del mendigo como algo que acarrease la
desaparición del fraile mendicante.
En el De Subventione Pauperum el tema que se aborda es la extinción del pauperismo. Vives dedica toda su
primera parte al deber de ayuda mutua y de beneficencia de los cristianos. Antes de exponer su plan de
reforma municipal, hace consideraciones sobre los necesitados, la división del trabajo, el reparto de los bienes,
la moneda, las diferentes maneras de caer en la pobreza. Pero en todos estos puntos se limita a hacer
comentarios sumarios.
Uno de los rasgos que mas sobresalen en la obra del autor es el horror moral y físico que experimenta Vives
ante la mendicidad profesional. Los mendigos son a sus ojos los peores enemigos de la beneficencia.
Urde Vives una operación de limpieza que va a purificar las ciudades y la resume de la siguiente forma:
mientras que los indigentes que tienen una residencia confesable deben inscribirse en un registro en la
parroquia de su domicilio, con todos los datos deseables acerca de sus necesidades y sus antecedentes, los
mendigos callejeros, los de la corte de los milagros, tendrán que comparecer ante un gran consejo de revisión
que Vives solo concibe al aire libre. Se registraran por un lado los mendigos sanos, por otro los enfermos, que,
para terminar con los fraudes, tendrán que comparecer ante una comisión asesorada por un medico. Por lo
demás, para todos la solución del problema social que plantean será la misma: ponerlos a trabajar.
Hay en Vives una especie de utopía del trabajo. El orden concebido por Vives nunca pierde de vista la ley del
trabajo ya que consideraba que la ociosidad del pobre es para él el mayor peligro.
Las autoridades deberían ocupar en el taller de cada artesano a un cierto número de pobres que no tuviesen
medios para poseer un taller propio. Los buenos trabajadores se convertirían con el tiempo en artesanos. Para
proporcionar trabajo a los talleres nuevos y a los que empleasen mano de obra impuesta por la ciudad, habría
que encomendarles muchos encargos municipales. Todos los trabajos necesarios a los asilos deberían también
incluirse en este sector, de modo que el dinero de los pobres ayude a vivir a los pobres que trabajan.
En esta función del centro de mendicidad se reconoce un rasgo que había llamado la atención de
Geldenhouwer en la organización estrasburguesa. La gran selección de mendigos debe permitir a la ciudad
separar a los pobres legítimos de los pobres abusivos, también distinguir a sus hijos de los intrusos. Los
mendigos sanos que no son indígenas del lugar deben ser devueltos a su ciudad o pueblo de origen. Esta
expulsión, observa Vives, está de acuerdo con el derecho civil. La ciudad tiene el derecho y el deber de
desembarazarse de ellos. Vives solo señala una excepción a este egoísmo sagrado: el deber de socorrer a los
refugiados que proceden de lugares asolados por la guerra.
Todo el sistema expuesto por Vives tiende a la supresión radical de la mendicidad. Implica, junto con la
severa ley del trabajo para todos, una reforma no menos severa de los hospitales, es decir, de los asilos. Vives
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quería encerrar a los tullidos e incurables sin recursos entre las paredes de un hospital, o al menos prohibirles
la libertad mendicante. Aunque los asilos que el concebía no eran cárceles, si eran lugares de los que solo se
salía para ir al taller. No vemos que se esforzase demasiado para multiplicarlos. Como máximo prevé la
fundación de algunos hospitales nuevos para los enfermos pobres, sobre todo, para los contagiosos.
La tesis general de Vives es que los asilos existentes deben bastar para las necesidades de los pobres
auténticos. En este sentido, el De Subventione Pauperum contrasta con las ordenanzas y los proyectos de su
época para la reforma de la beneficencia. Mientras en todas partes existe la preocupación de recoger la mayor
cantidad de dinero posible por medio de una especie de suscripción permanente destinada a sustituir la
limosna tradicional, Vives solo admite, como un expediente provisional, cepillos dispuestos ciertas semanas
en las principales iglesias. El aparente optimismo del autor oculta en el fondo varias ideas, en primer lugar que
los recursos de las fundaciones caritativas existentes son considerables, y que ello se advertirá si pasan a ser
administrados por una organización municipal independiente para sacar el mayor rendimiento posible. Pide
Vives un doble inventario municipal de los recursos y de los gastos del conjunto de los hospitales para
equilibrarlos mejor. Dice Vives que los eclesiásticos deben velar por los cuerpos al mismo tiempo que por las
almas. Socorrerían a los menesterosos con lo que ellos tienen si tuvieran esa confianza en Dios que predican a
los pobres. En el mismo pasaje en que propone que los hospitales reserven sus trabajos para la mano de obra
recuperada, a fin de que el dinero de los pobres no salga de las manos de los pobres, sugiere que los obispos,
los capítulos y los abades observen la misma regla.
Vives anuncio que su reforma tendría dos clases de enemigos: de una parte, los pobres que prefieren su
ociosidad viciosa a una vida de sobriedad y de trabajo; de otra, los administradores parásitos de las
instituciones piadosas. Vives no muestra demasiado respeto por los testamentos de los ricos que esperan su
ultima hora para hacer el bien a los miserables. Quiere que se exhorte a los ricos a no dedicar tanto dinero al
lujo de sus ceremonias fúnebres y de sus capillas, para engrosar la parte de los menesterosos. Si un difunto,
por vanagloria, previó que se distribuyeran víveres a los que presentasen una cedula o señal, que se respete
esta disposición en el entierro, y, como máximo, cuando se celebre la misa del año. Pero que después las
distribuciones sean libremente decididas por los administradores municipales de la caridad.
Solo se comprenderá que Vives concebía los hospitales como siendo lo bastante ricos como para no hacer una
colecta reguiar al domicilio y no tener cepillos permanentes como los que ponían por todas partes los
reformadores de la beneficencia, si se piensa en una implacable reforma de la administración de las
fundaciones piadosas. Insiste en la cuestión de que la beneficencia no debe tener mucho dinero, y que, si lo
tiene, debe desprenderse de él enviando sus excedentes allí donde hay grandes necesidades.
Vives preconiza prohibir a la administración de los hospitales la adquisición de bienes raíces y las inversiones
de capitales. De este modo se evitaran las prevaricaciones de los administradores y de acumulación de riqueza
que hace perecer de hambre a los pobres de hoy con el pretexto de asegurar el porvenir. Este ideal de
beneficencia pobre corresponde a una concepción puritana de la existencia. La regla del trabajo tiene como
complemento la regla de la austeridad.
Vives examinando las criticas suscitadas por la reforma de la beneficencia, contesta al reproche de suprimir a
los pobres. Sin destacar vigorosamente el contraste entre los pobres profesionales y los vergonzantes u
ocultos, se ocupa mas de la suerte de estos últimos, y con tanto mas intereses cuanto que a menudo han caído
en la indigencia sin culpa. La indigencia que no mendiga ha de ser descubierta y socorrida discretamente a
domicilio. Esta será la tarea más delicada de los delegados parroquiales. Porque este dominio confidencial de
la beneficencia Vives lo concibe como dependiendo de la organización municipal y alimentado por sus
fondos.
Finalmente, no hay que olvidar que la beneficencia publica es para Vives una función de salubridad social,
que no termina con el deber de ayuda mutua de los cristianos. La primera parte del De Subventione Pauperum
acaba mostrando que el deber de hacer el bien, formulado por los filósofos, se amplia hasta el infinito en la
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doctrina de Cristo, que se contiene en el doble precepto del amor de Dios y el prójimo. Hay que hacer el bien
a todos, estimando las necesidades respectivas de nuestros semejantes y el uso que sabrán hacer de nuestro
don.
Hay un abismo entre este ideal de pura calidad y la tradición de la limosna practicada como una obra que tiene
el mismo valor expiatorio que el ayuno que se dirige al mendigo, como un destinatario indigno, quizá pero
cómodo. Sin duda es una debilidad del libro proponer el ideal de caridad más exigente sin confrontarlo
demasiado con la práctica rutinaria que, de un modo irrisorio, ocupa el lugar de la caridad. Erasmo influyó
porque formuló su ideal de cristianismo interior oponiéndolo sin descanso a las devociones formalistas que
este ideal debía sustituir o transformar. El De Subventione Pauperum no es un libro que tenga el mismo tono y
sigue siendo el mejor alegato de su época a favor de las voluntades reformadoras de las ciudades. En 1531
Ypres gana una primera batalla al conseguir que La Sorbona apruebe su reglamento que suprime la
mendicidad.
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