BORGES (1899−1986), Escritor argentino cuyos desafiantes poemas y cuentos vanguardistas le...

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BORGES
(1899−1986), Escritor argentino cuyos desafiantes poemas y cuentos vanguardistas le consagraron como una
de las figuras prominentes de las literaturas latinoamericana y universal.
Vida
Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, e hijo de un profesor, estudió en Ginebra y vivió durante
una breve temporada en España relacionándose con los escritores ultraístas. En 1921 regresó a Argentina,
donde participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas como Prisma (1921−1922),
Proa (1922−1926) y Martín Fierro en la que publica esporádicamente; escribió poesía lírica centrada en
temas históricos de su país, que quedó recopilada en volúmenes como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna
de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). De esta época datan sus relaciones con Ricardo Güiraldes,
Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y Oliveiro Girondo.
En la década de 1930, a causa de una herida en la cabeza, comenzó a perder la visión hasta quedar
completamente ciego. A pesar de ello, trabajó en la Biblioteca Nacional (1938−1947) y, más tarde, llegó a
convertirse en su director (1955−1973). Conoce a Adolfo Bioy Casares y publica con él Antología de la
literatura fantástica (1940). A partir de 1955 fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos
Aires. Durante esos años, fue abandonando la poesía en favor de los relatos breves por los que ha pasado a la
historia. Aunque es más conocido por sus cuentos, se inició en la escritura con ensayos filosóficos y literarios,
algunos de los cuales se encuentran reunidos en Inquisiciones. La historia universal de la infamia (1935) es
una colección de cuentos basados en criminales reales. En 1955 fue nombrado académico de su país y en 1960
su obra era valorada universalmente como una de las más originales de América Latina. A partir de entonces
se suceden los premios y las consideraciones. En 1961 comparte el Premio Fomentor con Samuel Beckett, y
en 1980 el Cervantes con Gerardo Diego. Murió en Ginebra, el 14 de junio de 1986. Las posturas políticas
evolucionaron desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico desde el
que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en Argentina durante las dictaduras
militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó a la Junta militar. Con la restauración democrática en
1983 se volvió más escéptico.
Obra
A lo largo de toda su producción, Borges creó un mundo fantástico, metafísico y totalmente subjetivo. Su
obra, exigente con el lector y de no fácil comprensión, debido a la simbología personal del autor, ha
despertado la admiración de numerosos escritores y críticos literarios de todo el mundo. Describiendo su
producción literaria, el propio autor escribió: "No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un
hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que
llamamos filosofía, en forma de literatura". Ficciones (1944) está considerado como un hito en el relato corto
y un ejemplo perfecto de la obra borgiana. Los cuentos son en realidad una suerte de ensayo literario con un
solo tema en el que el autor fantasea desde la subjetividad sobre temas, autores u obras; se trata pues de una
ficción presentada con la forma del cuento en el que las palabras son importantísimas por la falsificación
(ficción) con que Borges trata los hechos reales. Cada uno de los cuentos de Ficciones está considerado por la
crítica como una joya, una diminuta obra maestra. Además, sucede que el libro presenta una estructura lineal
que hace pensar al lector que el conjunto de los cuentos conducirán a un final con sentido, cuando en realidad
llevan a la nada absoluta. Otros libros importantes del mismo género son El Aleph (1949) y El hacedor (1960)
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Por qué Borges es el autor argentino más reconosido mundialmente?
La fama internacional de Jorge Luis Borges oculta a veces lo que, más allá de la fruición, sus escritos pueden
ofrecer como estímulo a nuevos horizontes de investigación.
Borges nos ha legado una literatura prolífica, que se distingue paradójicamente por su internacionalismo y por
el amor nostálgico de algunos lugares míticos o mínimos: Buenos Aires, el Sur, Islandia, Inglaterra, el Lejano
Oriente, ciertos patios, ciertas esquinas.
Profundamente filósofo de la poesía y poeta de la filosofía, presenta cada uno de sus escritos como un enigma
ontológico. Muchas veces, al revés, un cuento o un poema reviste los rasgos de un tratado.
Ontologías fantásticas, etimologías transversales, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías
novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas,
matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados, son parte del
paisaje inmenso que las obras de Borges ofrecen al estudioso o al hedónico lector. Se lo ha presentado, con
razón, como el erudito más grande de este siglo, lo cual no impide que la lectura de sus escritos suscite
momentos de viva emoción o de simple distracción.
Hombre de ficción literaria, paradójicamente preferido de semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y
mitólogos, Borges ofrece, por la perfección de su lenguaje, la erudición de sus conocimientos, el
universalismo de sus ideas, la originalidad de sus ficciones, la belleza de su poesía, una verdadera Summa que
honra a la lengua española y al espíritu universal.
Dice Bernardo Ezequiel Koremblit de una conversación con Jorge Luis Borges:
Esa frase le hizo ocurrir unos pensamientos sobre la posicion agnostica, que escribióen forma−soneto
dedicado a Borges
Orlando Barone escribe acerca del famoso y supuesto diálogo entre Jorge Luis Borges y Ernesto
Sábato.
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ENIGMAS DEL ENCUENTRO BORGES − SABATO
Todavía hay gente que cree que fueron diálogos imaginarios o una invención literaria y no un auténtico puente
verbal que se fue anudando de mutuo acuerdo en base a un plan trazado de antemano. Las voces de Borges y
Sábato grabadas en cassettes fueron volcadas en un libro, desde hace años misteriosamente desaparecido de la
escena.
También hay quienes ignoran o niegan esos diálogos y quienes descreen del mutuo acercamiento de los dos
escritores después de una discordia política que los separó veinte años.
Yo −permítaseme la inmodestia− soy quien inspiró y procuró ese reencuentro a partir del desinteresado pacto
de "charlar espontáneamente durante varias sesiones sin tocar la política". Deliberada omisión forzada
obviamente por aquel episodio que en su época fue público y cuyo motivo fue una misma y paradójica
oposición de los dos hacia el primer peronismo, pero por distintos motivos.
Recuerdo aquella primera cita con Borges en la librería La Ciudad de la galería del Este, frente a la antigua
casa de la calle Maipú (aquel departamente del sexto piso fue vendido a su muerte) para interesarlo en la idea
del libro. Recuerdo mi temor inicial: la discordia entre ambos plagada de rumores y malicias de trastienda
libresca.
Era un sábado del incipiente verano de 1974/1975; el final de una época en la que había sido posible el juego
intelectual, el intercambio de ideas y boutades por el mero goce estético.
Borges, ese mediodía, lucía un impecable traje gris claro; su inseparable bastón de caoba; su semblante altivo
de ciego que quiere mirar de frente aunque sabe que no puede. Sábato, la tarde anterior en el bar El Dandy ya
había aprobado mi propuesta con contradictorio interés y distancia. "Vea, me advirtió quitándose los anteojos
en aquel gesto nervioso de los instantes de duda. Aunque los otros días volvimos a encontrarnos con Borges,
no sé si ese abrazo espontáneo y emocionado que nos dimos podrá cambiar el curso de las cosas". Se refería a
un casual y todavía fresco encuentro que los había unido a ellos en la librería La Ciudad el 7 de octubre: el
primero después de aquel largo desencuentro, ya que en su juventud se frecuentaban en la casa de Bioy
Casares y en las de otros amigos..
La respuesta de Borges a mi propuesta literaria fue sencillamente "borgeana". Me dijo, aprobándola: "Creo
ciegamente en usted".
Estaban allí, Anneliessen Von der Lippen, devota traductora de ambos y lectora de la obra de Goethe, en
alemán, los sábados en la casa de Borges, y el librero Luis Alfonso, que había convertido su local en cita de la
cultura de los años setenta. Enfrente, en el piso de la pintora Renee Noetinger, vecino al de Borges, realizamos
varios de aquellos encuentros. Hace poco la visité y otra vez vi el comedor y las sillas estilo ingés donde nos
habíamos sentado. "Está igual que antes" me dijo Renee Noetinger, para apartar mi evidente nostalgia. Hice
como que le creía. Ella, feliz del recuerdo, agregó: "Hubo veces en que me divertí mucho escuchándolos. Creo
aún verlos a ellos allí; Borges tomando agua o té, Sábato un vaso de whisky... En la casa de al lado la madre
de Borges, de casi cien años, estaba muriéndose". Alguna vez en aquellas reuniones, la mención de la
enfermedad de Leonor Acevedo de Borges había sido inevitable. Incluso en vísperas de la Navidad de aquel
año 1974 Matilde Sábato la había ido a visitar y la había peinado en su cama de enferma. Todo fluía con
afecto. Tanto que Borges −acaso más sensibilizado por las circunstancias− se mostró dolido cuando por
razones de planes y de tiempo se decidió concluir con las sesiones. Sábato bromeando le dijo a modo de
disculpa: "Pero Borges, si seguimos hablando este va a ser el diálogo eterno". Y enseguida vino la respuesta
igualmente jocosa: "Bueno, pero no hace falta hablar, también podríamos encontrarnos en silencio, ¿no?".
Cuando se despidieron en el umbral de la casa de Borges ninguno de los dos dijo nada. Yo acumulé doce
cintas grabadas en un antiguo aparato que ya era antiguo en su época. No pocas veces el mal sonido o, sobre
todo Borges con su voz agobiada, creaba dificultades de transcripción que yo iba a corregir alternativamente a
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la casa de cada uno de ellos.
Cierta vez Sábato quiso ampliar un párrafo que en el lenguaje coloquial quedaba incompleto: era uno referido
a Dios. Entonces al despedirme en la puerta de rejas de su casa de Santos Lugares me dijo: "Por favor, cuando
vaya a ver a Borges dígale que yo corrregí esa parte, léasela y que él verifique la suya. Me parece que sobre
Dios él puede decir otras cosas más hondas que esa ironía del "dolor de muelas" que a mi, personalmente me
parece un juego literario..."
Cuando le conté a Borges la aclaración que había hecho Sábato, se sonrió enigmáticamente pero no agregó
nada de su parte. "Está bien así", dijo.
Aunque me hizo otras correciones mínimas. Sobre todo no le había gustado un exceso mío: para no repetir dos
veces una frase le había puesto en su boca la palabra autoplagio. "¿Suena mal, no?", me dijo. Le confesé mi
intervención y Borges continuó cortés pero inexorable: "Yo dije allí "que me plagio a mi mismo"".
Y así quedo el libro. El trabajo se concluyó a mediados de 1975 pero inexplicablemente, dado el interés que
había mostrado la editorial, el libro recién salió publicado a fines de diciembre de 1976.
Y no obstante el éxito inicial −se agotaron en poco tiempo los primeros diez mil ejemplares y dos sucesivas
ediciones− a partir de ahí dejó de imprimirse.
Tampoco ellos volvieron a encontrarse, salvo alguna vez, al principio del duelo por la muerte de la madre de
Borges, cuando Sábato lo llamaba a aquel a su casa sabiéndolo apenado.
Una trama secretamente malévola trazó otra vez un misterioso abismo entre ellos. Yo tampoco pude hacer
mucho. Hoy, al cabo de los años, rescato una porción de historia, del olvido.
Orlando Barone nació en Buenos Aires en 1941. Reconocido periodista, corresponsal y director
alternativamente en distintas etapas y medios. Sus escritos se caracterizan por su aguda e irónica observación
sociológica. Su última novela La locomotora de fuego fue finalista del Premio Plaza y Janés, de España. El
libro "Diálogos Borges Sábato" fue reeditado el 1ero de Junio de 1996.
María Kodama, compañera de vida de Borges, también escribe sobre su experiencia al lado del escritor.
Es la presidenta de la fundación internacional Jorge Luis Borges.
Escribió este texto comentando las sensaciones que vivieron juntos.
¿Qué era para nosotros el arte? Era la mágica posibilidad de percibir la realidad a través de sonidos, de
colores, de texturas que, transmutados por la alquimia de la creación, ofrece el espejismo de otra realidad.
Era la emoción compartida, porque usted supo, cuando al pie de la escalinata del Louvre alcé los ojos y
descubrí a la Victoria de Samotracia, que en ese instante, anulado el tiempo, se superponía a esa escultura la
imagen de una lámina en un libro de arte que mi padre me regaló. Con ese libro, me dio, a los cuatro años, sin
que yo lo supiera, la primera lección de estética de mi vida. Me enseñó qué era la belleza. Recuerdo que, ante
mi desencanto porque la figura no tenía cabeza, un rostro, con la infinita paciencia me dijo que observara los
pliegues de la túnica agitados por la brisa del mar. Detener en ese movimiento, para la eternidad, la brisa del
mar, eso era la belleza. El arte y sólo el arte podía lograrlo.
No lo olvidé nunca; esto signó de algún modo mi vida y se proyectó en lo que sería nuestra relación. Nuestra
decantada relación, que fue pasando, a través del tiempo, por distintas facetas hasta culminar en el amor que
nos habitaba mucho antes de que usted me lo dijera, mucho antes de que yo tuviera conciencia de mis
sentimientos.
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Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté
por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de
que yo naciera. A esa mujer a la que le decía:
Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia.
Ese amor protegido, como en la "Völsunga Saga", por un mágico círculo de fuego, cuyo resplandor nos
ocultaba de las miradas indiscretas, para poder ser Ulrica y Javier Otárola, nombres que elegí, de todos los que
nos dábamos, para grabarlos en la estela de piedra que señala el punto desde el que su alma entró en el Gran
Mar, como llamaban a la muerte los florentinos; pero que, a la vez, relata nuestro encuentro. Aunque parezca
una paradoja, la muerte y la vida no son signos opuestos, sino que son un solo fluir, y el vínculo entre el ser
que parte y el que queda es el amor.
Por eso, cuando me trajeron el proyecto para hacer una exposición de pintura inspirada en las obras que usted
me dedicó, sentí temor de esa materialización que sus palabras sufrirían al convertirse en motivo de
inspiración para otros creadores. Sin embargo, reflexioné en la intensidad de los momentos que vivíamos en
los museos, a lo largo y a lo ancho del mundo, y pensé que esa podía ser una maravillosa alquimia que
exaltaría el Amor buscado a tientas por dos almas aún sin nombres, que fueron, son y seguirán siendo un
hombre y una mujer, Tristán e Isolda, Dante y Beatriz, Frida Kahlo y Rivera, Ulrica y Javier Otárola, poco
importa cómo se llamen, si en el encuentro sienten que se pertenecen con esa llama de pasión inextinguible
que no se consume, sino que da fuerzas para sentir que, aun en el infierno, como Paolo y Francesca, ese
castigo no es terrible porque lo comparten. Hasta el infierno es ilusorio, como es ilusorio el mundo, para los
que se aman, porque sólo ellos existen.
Esa dinastía que no se hereda ni se compra es un desafío y un don que debe preservarse a lo largo del tiempo
de nuestra vida y más allá aún, a través de los siglos, por la magia del arte.
Desde el centro de nuestro jardín secreto se alza esa llama que pertenece a la dinastía de los amantes. A partir
del encuentro, gracias al acordado movimiento de los astros, o al azar, según queramos, sigue construyéndose
esa invisible cadena que, transmutada en arte o por el simple hecho de existir, hará que las nuevas
generaciones sigan creyendo en la armonía del mundo, a pesar de todo.
Esa llama que espero sea como un faro cuya luz alcance el inimaginable confín del universo, para que si algo,
de alguna forma, persiste del alma humana, le llegue y sienta que se llama, hecha de amor, de lealtad, de
pasión, que una vez compartimos, sigue viva en mí para usted "for ever, and ever... and a day".
Adolfo Bioy Casares. Reconocido amigo de Borges, también escribió sobre él:
Un tío mío, tal vez para ayudarme al hacerme escribir sobre cualquier tema, y que mi escrito fuera pagado, y
en ese sentido alentarme, y también para acercarme a la lechería que él dirigía con su hermano Vicente, y que
era la obra de su padre, me pidió que escribiera un folleto sobre el yogur.
Me dio una bibliografía bastante seria, con libros de Pasteur y otros autores. Los trescientos cincuenta
negocios que había en Buenos Aires querían ser un modelo de higiene: el mostrador era de mármol blanco, las
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personas que atendían estaban vestidas con delantales blancos y se vendían todos los productos de La
Martona, desde el vaso de leche a chocolates, y variedades de té que importaban:
Fuimos con Borges al campo de Rincón Viejo, en Pardo, un campo que había estado arrendado durante años,
porque mi padre, que era un hombre que conocía el campo mejor que nadie, no era un buen explotador de una
empresa rural y mi madre estaba cansada de que se pusiera plata en eso y que no se ganara nada.
Yo, después de fracasar en Derecho y en Filosofía y Letras, para mostrar que no quería haraganear sino que
no me gustaba lo que se enseñaba en esas facultades, quise ir a trabajar a ese campo que quería tanto, y, de
algún modo, al ir a trabajar ahí concluí con el arrendamiento y el campo volvió a nuestras manos. Para mí era
una especie de paraíso perdido, finalmente recuperado.
Fui allá y trabajé bastante, y muchas veces lo invité a Borges.
A él le costaba mucho dejar Buenos Aires pero un día se animó a ir. Además como íbamos con la intención de
escribir ese folleto y a Borges le gustaba el trabajo, se sintió atraído. Lo escribimos en un estilo que ahora me
resulta un poco pomposo, como si en aquel momento creyéramos que escribir bien era escribir
pomposamente, y mientras lo escribíamos estabamos añorando escribir algo más divertido, que podían ser
poemas o podían ser cuentos.
Pasaron cuatro años y un día le dije por qué no escribimos esos cuentos que nos habían parecido posibles
cuando estábamos escribiendo el folleto sobre el yogur. Borges me dijo que sí y empezamos a escribir los Seis
problemas para don Isidro Parodi, que publicamos con el seudónimo de Bustos Domecq.
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