MENSAJE CRISTIANO IV

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MENSAJE CRISTIANO
IV
MORAL CRISTIANA
MENSAJE CRISTIANO IV
INTRODUCCIÓN
"YO TE QUIERO"
La Madre Teresa de Calcuta, Premio Nobel de la Paz 1979, saluda a una mujer
moribunda traída al hospital minutos antes.
La Madre Teresa levanta la sábana que cubre a la enferma, y queda
horrorizada. Aquella mujer, aun siendo joven, se ve tan acabada que se parece
más a una "radiografía" que a un ser humano.
La Madre Teresa, aun sabiendo que todo es inútil, intenta reanimarla con
cardiotónicos, con algún alimento y con mil atenciones.
La moribunda la mira con ojos desorbitados, y con voz apagada le pregunta:
-
¿Por qué haces esto?
La Madre Teresa le responde:
-
Porque yo te quiero.
Un destello de felicidad ilumina el rostro de la moribunda, la cual suplica
-
Por favor, dímelo- de nuevo.
Yo te quiero -repite la Madre Teresa-.
La moribunda, apretando las manos de la Madre Teresa entre las suyas, la
atrae hacia sí, mientras la vida se esfuma en las amargas y espantosas
sombras de la muerte, ella quiere volver a escuchar aquellas luminosas
palabras que saben a VIDA ETERNA.
La Moral Cristiana nace y se nutre de la fe en Jesús de Nazaret confesado
como Cristo y aceptado como la norma incondicional de la praxis cristiana.
La Condición moral del ser humano.
La moral es una dimensión ineludible del ser humano. Del hombre puede y
debe esperarse que haga el bien y evite el mal. La raíz de esta condición moral
del ser humano está en que el hombre, para vivir tiene que ir haciéndose su
propia vida. Es mediante los actos por los que el ser humano, como tal, se
logra o se pierde, es bueno o malo, es justo o injusto…
La libertad, fundamento de la moralidad
La libertad no es una añadido al ser humano; sin libertad, el hombre no
sería hombre. Y esta libertad tiene dos aspectos inseparablemente
unidos: libertad de… y libertad para… Libertad no es simplemente hacer
lo que a uno le apetece. Se es más libre cuanto se es más persona; se
es más persona cuanto más se dispone de sí mismo, y tanto más se
dispone de sí mismo cuanto más se entrega el hombre al bien y el amor
a los demás.
Condiciones de la libertad humana
El hombre es libre, pero limitadamente. Cuando inicia su andadura, lo hace en
un contexto de condiciones genéticas, culturales, geográficas, políticas, etc.
Que él no ha escogido, sino que le han sido dadas. Y a lo largo de su vida,
ejerce siempre su libertad dentro de un marco de condiciones y referencias. Es
un error pensar que la libertad es una capacidad fija, que se mantiene siempre
igual, y de la que podemos echar mano cuando nos parezca conveniente. La
libertad puede crecer o disminuir, madurar o languidecer.
La responsabilidad humana
No de todos sus actos es igualmente responsable el hombre; no todos le son
igualmente imputables. La ignorancia, la violencia, el miedo, las costumbres
arraigadas, los factores psíquicos y sociales pueden disminuir, e incluso
suprimir la responsabilidad de los actos.
Libertad y verdad
Es muy importante, sobre todo en estos tiempos, subrayar la esencial relación
de la libertad del ser humano con la verdad. La cultura dominante en occidente
padece una profunda crisis en relación a la verdad. No se acepta que sobre lo
bueno y lo malo haya verdades válidas para todos los hombres. Se entiende
que el propio individuo, o el consenso social es quien decide acerca de lo que
es bueno o malo, sin que haya un orden previo de verdades por las que el ser
humano pueda y tenga que distinguir lo verdaderamente bueno de lo que no lo
es.
Pero frente a ese concepto, existe el hecho de que en lo más profundo de
nuestro ser permanece siempre el deseo de la verdad, libre de errores y que
este deseo no impulsa a la búsqueda de la verdad en todos los campos.
FUNDAMENTOS DE LA MORAL CRISTIANA
1. Dignidad única del ser humano
La moral cristiana no comienza poniendo frente al creyente la exigencia
absoluta de la ley. Dios ha creado al hombre a su imagen. El hombre es
imagen de Dios, y es eso lo que fundamentalmente lo hace hombre:
Toda persona, cada persona, es querida y afirmada por Dios de una
manera única. Por consiguiente, ningún hombre puede estar en función
de nada, ni de la producción, ni de la raza, ni de la nación, ni de la clase,
ni del estado, ni de la sociedad.
De esta afirmación podemos sacar algunas conclusiones fundamentales
desde el punto de vista moral:
a) Ningún ser humano puede ni debe utilizar a otro simplemente como
medio o instrumento para conseguir sus propios fines. El hombre,
cada hombre, tiene valor en sí mismo. Es persona.
b) Cada hombre se comporta respecto a Dios según se comporta
respecto a sus semejantes. Quien desprecia, menosprecia o rechaza
la “imagen de Dios” en este mundo, menosprecia o rechaza a Dios
mismo.
c) El hombre no es un “ángel caído” y atrapado en un cuerpo, ni es un
animal simplemente evolucionado. El hombre es uno en alma y
cuerpo. El cuerpo no es añadido a la persona humana. Cuando veo a
alguien no veo un cuerpo, veo una persona. El encuentro entre
personas es una presencia distinta a toda otra presencia. Se realiza
en la densidad y expresividad de la mirada, de la palabra, de la
sonrisa… es un encuentro entre un tú que me considera a mí como
un yo y me ayuda a mi reconocimiento y autoestima.
d) No hay hombre sin comunidad. El hombre no puede ser hombre, sólo
encerrado en sí mismo y ocupado consigo mismo: necesita
precisamente para serlo, estar en relación con el otro.
2. La conciencia, fuente de la moralidad
La conciencia: Dios ha puesto en lo más profundo del corazón del hombre un
“saber práctico” que le dicta lo que es bueno o malo. Este saber es
exclusivamente propio de la persona humana. A este saber lo llamamos
conciencia moral.
En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una
ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz
resuena cuando es necesario, advirtiéndole que debe hacer el bien y evitar el
mal.
Falibilidad de la conciencia: La conciencia, a veces, se equivoca: da por
bueno lo que es malo, por justo lo que es injusto y viceversa. No es correcto
aceptar que la moralidad de una acción sea buena por el sólo hecho de la
conciencia lo cree así. La conciencia está orientada siempre a la verdad; en
esta orientación consiste su dignidad.
La formación de la conciencia: No sólo somos responsables ante nuestra
conciencia, sino que somos, también, responsables de nuestra conciencia.
Para el cristiano la formación de su conciencia significa, sobre todo, mantener
abiertos sus oídos y su corazón a la Palabra de Dios.
¿Qué normas debe seguir siempre la conciencia?
Tres son las normas más generales que debe seguir siempre la conciencia:
1) Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
2) La llamada Regla de oro: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7, 12).
3) La caridad supone siempre el respeto del prójimo y de su conciencia,
aunque esto no significa aceptar como bueno lo que objetivamente es malo.
ASPECTOS FUNDAMENTALES DE LA MORAL CRISTIANA
A) Una Moral Positiva
La moral del NT es sobretodo una moral positiva, ofrece lo que se ha de hacer,
es la moral de las Bienaventuranzas, donde lo despreciado adquiere sentido.
En esta línea la moral evangélica no es de mínimos sino de máximos, es una
moral exigente cuyo seguimiento implica una gran altura de miras.
La norma moral estricta de la antigua legislación judía es superada por otra
moral más difícil y exigente, cuyo principal precepto es "el amor a Dios y al
prójimo como a uno mismo".
La moral evangélica parte de la gracia y del amor del Señor, sin Él no podemos
hacer nada, es una moral enraizada en el Señor. En palabras de Juan XXIII "La
base de los preceptos morales es Dios. Si se niega la idea de Dios, estos
preceptos necesariamente se desintegran por completo".
El sermón de la montaña -encabezado por la proclamación solemne de las
bienaventuranzas- no es un código jurídico, ni tampoco, propiamente hablando,
una lista de normas morales: se trata, en cambio, del anuncio gozoso de las
condiciones que hacen posible el seguimiento del camino del Reino de Dios,
trazado por Jesús.
- Hay que ser pobre de espíritu: No hay que vivir pendientes de la riqueza
porque no es lo más importante de este mundo "no solo de pan vive el hombre
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Hay que ser
humildes y sencillos, no hay que buscar los honores y los puestos importantes,
etc.
- Sufrir y llorar con los que sufren: Hay que ser solidarios y acompañar a la
gente en los momentos de dolor, hay que saber ayudar a los que sufren, nunca
debemos burlarnos de las desgracias ajenas, ni desear mal a nadie.
- Trabajar por la justicia: Esto implica denunciar la injusticia y corregir a los
injustos. No hay que callar ante la injusticia sino ser valientes y saber corregir al
que está equivocado, para no hacernos cómplices de su pecado o error. Las
críticas deben ser constructivas y hechas con amor y nunca destructivas y por
detrás.
- Ser misericordiosos: se refiere a saber perdonar a los demás y a tener
cuidado con las críticas destructivas "Perdónanos nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
- Ser limpios de corazón: Se trata de ser personas que vayan con la verdad
por delante y no hay que ser falsos ni hipócritas ni mentirosos. Hay que ser
limpios, evitar la maldad, evitar el pecado, intentando vivir el estilo de Jesús.
- Ser pacíficos: No hay que ser violentos ni agresivos, y hay que trabajar por la
paz y la reconciliación siempre.
B) En permanente combate
Existe una desarmonía en el ser humano que se manifiesta en tendencias y
fuerzas que están en conflicto con la orientación fundamental de la persona. A
esta división y conflicto, el lenguaje de la Iglesia le da el nombre de
concupiscencia.
El Pecado
En las sociedades industriales modernas ha disminuido la conciencia de
pecado, Los hombres y mujeres de hoy no carecen de la conciencia de haber
quebrantado alguna norma o les remuerde la conciencia por alguna falta o
fracaso en su vida; pero generalmente no se considera que estos fallos y
fracasos personales tengan nada que ver con Dios. El debilitamiento de la fe en
Dios, en la sociedad consumista, es la causa de esta pérdida de conciencia de
pecado.
¿Qué es el pecado?: Podríamos definirlo como una falta contra la conciencia
recta. El pecado consiste en faltar al verdadero amor a Dios y al prójimo.
Es una ofensa a Dios, porque rompe la comunión con Él, distorsiona al propio
ser humano; introduce la división en el interior de la persona y lo enfrenta con
los demás.
Los diferentes tipos de pecado
Si seguimos la distinción tradicional , basada en la gravedad del acto moral que
se comete, podemos distinguir entre:
-
-
Pecado mortal: Es aquel que rompe con Dios, al preferir el hombre un
bien incomparablemente inferior y, por tanto, entraña la pérdida de la
amistad con el propio Dios. El pecado mortal presupone el
conocimiento del carácter malo del acto y, además, el consentimiento
deliberado (que presupone una elección personal).
Pecado venial: Cuando no se observa la norma moral en materia leve o
cuando se la quebranta en materia grave, pero sin pleno conocimiento o
sin pleno consentimiento. El pecado venial no rompe la comunión con
Dios, pero debilita el amor e impide el progreso moral de la persona.
C) La misericordia de Dios
Jesús, sobretodo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado
cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el
amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este
amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la
injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica,
que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien
sea física, bien sea moral.
Cristo revela a Dios que es Padre, que es “amor”, que es “rico en misericordia”.
Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de
Cristo, es su misión fundamental de Mesías.
En la parábola del hijo pródigo no se utiliza, ni siquiera una sola vez, el término
«justicia»; como tampoco, en el texto original, se usa la palabra «misericordia»;
sin embargo, la relación de la justicia con el amor, que se manifiesta como
misericordia está inscrito con gran precisión en el contenido de la parábola
evangélica.
Se hace más obvio que el amor se transforma en misericordia, cuando hay que
superar la norma precisa de la justicia: precisa y a veces demasiado estrecha.
El hijo pródigo, consumadas las riquezas recibidas de su padre, merece -a su
vuelta- ganarse la vida trabajando como jornalero en la casa paterna y
eventualmente conseguir poco a poco una cierta provisión de bienes
materiales; pero quizá nunca en tanta cantidad como había malgastado.
Esa imagen concreta del estado de ánimo del hijo pródigo nos permite
comprender con exactitud en qué consiste la misericordia divina. El padre del
hijo pródigo es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por
su hijo. La misericordia -tal como Cristo nos la ha presentado en la parábola del
hijo pródigo- tiene la forma interior del amor, que en el Nuevo Testamento se
llama ágape. Un amor que es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda
miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando
esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como
hallado de nuevo y «revalorizado».
La misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando
revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas del mal existentes en el
mundo y en el hombre.
Por su parte, la idea de justicia que debe servir para ponerla en práctica en la
convivencia de los hombres, de los grupos y de las sociedades humanas, en la
práctica sufre muchas deformaciones. La experiencia demuestra que fuerzas
negativas, como son el rencor, el odio e incluso la crueldad han tomado la
delantera a la justicia. En tal caso el ansia de aniquilar al enemigo, de limitar su
libertad y hasta de imponerle una dependencia total, se convierte en el motivo
fundamental de la acción; esto contrasta con la esencia de la justicia, la cual
tiende por naturaleza a establecer la igualdad y la equiparación entre las partes
en conflicto.
No en vano Cristo contestaba a sus oyentes, fieles a la doctrina del Antiguo
Testamento, la actitud que ponían de manifiesto las palabras: «ojo por ojo y
diente por diente». Tal era la forma de alteración de la justicia en aquellos
tiempos; las formas de hoy día siguen teniendo en ella su modelo. Jesús nos
dice: «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos». (Mt 5, 20)
Es obvio que en nombre de una presunta justicia (histórica o de clase, por
ejemplo), tal vez se aniquila al prójimo, se le mata, se le priva de la libertad, se
le despoja de los elementales derechos humanos. La experiencia del pasado y
de nuestros tiempos demuestra que la justicia por si sola no es suficiente y que,
más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no
se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida
humana en sus diversas dimensiones.
Las palabras del sermón de la montaña: «Bienaventurados los misericordiosos
porque alcanzarán misericordia» ¿no constituyen en cierto sentido una síntesis
de toda la Buena Nueva, de todo el «cambio admirable» en ella encerrado, que
es una ley sencilla, fuerte y dulce a la vez? Estas palabras del sermón de la
montaña, al hacer ver las posibilidades del «corazón humano» en su punto de
partida (ser misericordiosos), ¿no revelan quizá, dentro de la misma
perspectiva, el misterio profundo de Dios: la inescrutable unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, conteniendo la justicia, abre el
camino a la misericordia, que a su vez revela la perfección de la justicia?
EL COMPROMISO MORAL DE LOS CRISTIANOS
Los cristianos somos, plenamente, miembros de la sociedad en que vivimos y
llevamos dentro la sensibilidad del momento que nos toca vivir. Para vivir como
cristianos hemos de responder con verdad y honestidad a las circunstancias
concretas y reales de la vida.
La sociedad moderna plantea al cristiano una serie de desafíos que hemos de
tener en cuenta:
-
La libertad de pensamiento y de expresión es el clima normal en el
que nos movemos y en el que crecen nuestros niños y jóvenes.
Los signos sociales de la trascendencia han disminuido
considerablemente.
El secularismo, el ateísmo teórico o práctico
son actitudes
ampliamente difundidas y socialmente apoyadas.
A) Características de la sociedad actual:
Una civilización científico-técnica: Sin negar los evidentes avances
tecnológicos que repercuten en nuestro modo de vivir, es necesario también
reconocer que el hombre:
-
Puede embriagarse con sus conquistas, fascinarse ante ellas y acabe
excluyendo a Dios de su vida.
Puede llegar a absolutizar la ciencia y la técnica, y acabe
o Excluyendo la fe por innecesaria
o Creando un antagonismo entre ciencia y fe
o Viviendo en un permanente dualismo
Civilización del consumo y del bienestar: Los avances de la ciencia y d ela
técnica han traído consigo en el mundo occidental una gran expansión
económica, cuyo resultado ha sido la sociedad del bienestar; una sociedad
basada en el consumo. Esta sociedad de consumo procura un exceso de
bienes y crea falsas necesidades. La producción se convierte, entonces, en un
fin en sí misma, lo superfluo se convierte en necesario y el hombre se convierte
en consumidor.
El espíritu consumista acaba generando ansia de tener y poseer y se acaba
siendo insolidario, porque se olvida a los más pobres y se contribuye
indirectamente a su explotación.
Una sociedad que desea y busca libertad: La libertad es una cuestión
inalienable de la persona; es condición necesaria. Ser persona equivale a ser
libre, pero ser persona equivale también a conquistar la propia libertad.
Porque la libertad es don y tarea, no resulta fácil. Unida al bienestar material,
puede llevar o bien al individualismo o a un espontaneismo que confunde
libertad con hacer lo que cada uno quiera..
Hay, además, quien entiende la libertad como absoluta y sin límites. Piensan
que cualquier límite atenta contra ella y, por eso, piensan que la libertad es
incompatible con la existencia de Dios.
El Pluralismo: En una sociedad sacral, en la que todo giraba en torno a la fe, a
la iglesia… la religión constituía el centro de la vida personal y social. Cuando
se rompe la tutela de la fe y de la Iglesia, surge el pluralismo. Este cambio
profundo no es malo en sí mismo; pero hemos de reconocer que afecta a la
vida de la fe y de los cristianos en cuanto:
a) Tiende a privatizar la vida religiosa, es decir, a reducirla al ámbito de lo
privado y de la sacristía.
b) A hacer lo religioso irrelevante en el ámbito de lo social.
c) A negarle toda proyección pública, con la excusa de que la fe cristiana
es una visión entre tantas, cuando no se le acusa de querer imponerse
sobre las demás.
B) La respuesta del cristiano en la sociedad
1. Opción preferencial por los pobres:
Frente a las nuevas formas de pobreza presentes en nuestro mundo, la
moral cristiana propone como principio elemental la solidaridad. Los
pobres de la opción son, además, históricamente pobres; son los
empobrecidos por otros.
Pobreza no es mera carencia, no es mera dificultad de dominar la vida,
sino dificultad de vivir causada por otros. Pobreza entonces es pecado,
"clama al cielo"; es contrario al plan del Creador y al honor que se
merece". Y los pobres son dialécticamente pobres.
La verdad es que va aumentando más y más la distancia entre los
muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho. Pero, además,
existen "ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más
pobres". Hay pobres porque hay ricos, y hay ricos porque hay pobres.
Pobreza es entonces no sólo carencia de vida, no sólo injusta carencia
de vida causada por los opresores, sino que es también la negación
formal y más radical de la fraternidad, del ideal del reino de Dios. Como
las raíces de la opresión son estructurales, esta pobreza, histórica y
dialéctica, se hace masiva y duradera; no es casual y exige cambios
profundos de las estructuras.
2. Justicia social
Frente a la lucha de clases en sentido marxista y el militarismo, que
tienen las mismas raíces de ateísmo y desprecio a la persona humana,
es necesario un esfuerzo positivo por construir una sociedad
democrática inspirada en la justicia social.
Todas las personas tenemos necesidades básicas comunes, que se
traducen en derechos humanos fundamentales: el derecho a la propia
identidad, a la supervivencia, a la educación a expresarnos con libertad
y a ser tratados con dignidad y respeto, por ejemplo. Cuando estas
necesidades fundamentales no se satisfacen nos encontramos frente a
inequidades, que pueden darse tanto en los países industrializados
como en países en desarrollo.
Lo que convierte estas situaciones en injusticias es que pueden ser
evitadas: no se trata de problemas irresolubles a los que no podamos
hacer frente, sino que a menudo han sido provocados por personas y
persisten porque mucha gente se desentiende de ellos. La decisión de
promover o negar la justicia social está en manos de las personas,
ya sea a escala individual, local, nacional o mundial.
3. Solidaridad internacional.
La relación de dependencia, a partir de la cual se establece el orden
internacional, donde el dominio y riqueza de unos países se apoya en la
creciente dependencia y pobreza de otros, y la injusticia social y
económica que, con la globalización del capitalismo puro y duro, no
hacen sino aumentar, están generando el empobrecimiento de cientos
de millones de personas. Ante esta situación los cristianos tenemos
mucho que decir y que aportar. Toda la Iglesia debe sentirse interpelada
y, junto a otras fuerzas, debemos poner condiciones que ayuden a
preservar el don sagrado de la vida de las personas, tan injusta e
inhumanamente tratadas por este sistema.
La caridad política es el único camino posible para devolver la
esperanza a quienes están sin esperanza. El mundo obrero a nivel
internacional sufre cada día una mayor agresión económica, política y
cultural, sobre todo en los países más empobrecidos.
¿Qué significa ser solidarios? Significa compartir la carga de los demás.
Ningún hombre es una isla. Estamos unidos, incluso cuando no somos
conscientes de esa unidad. Nos une el paisaje, nos unen la carne y la
sangre, nos unen el trabajo y la lengua que hablamos. Sin embargo, no
siempre nos damos cuenta de esos vínculos. Cuando nace la solidaridad
se despierta la conciencia, y aparecen entonces el lenguaje y la palabra.
En ese instante sale a la luz todo lo que antes estaba escondido. Lo que
nos une se hace visible para todos. Y entonces el hombre carga sus
espaldas con el peso del otro. La solidaridad habla, llama, grita, afronta
el sacrificio. Entonces la carga del prójimo se hace a menudo más
grande que la nuestra.
4. La cuestión ecológica
Ante la insensata destrucción del ambiente natural, por creer el hombre
que puede disponer arbitrariamente de la tierra, se impone una altura de
miras, una actitud interesada, gratuita, estética, nacida del asombro por
el ser y por la belleza, que permite leer en las cosas visibles el mensaje
del Dios invisible que las ha creado.
Ante la destrucción, más grave aún, del ambiente humano, será
necesario un esfuerzo especial para salvaguardar las condiciones
morales de un auténtica “ecología humana”, donde el hombre se
descubra un don de Dios para sí mismo y pueda respetar la estructura
natural y moral que le ha sido dada.
5. La guerra y la paz
Frente al ingente poder de los medios de destrucción, se impone la
convicción, hecha grito repetido “nunca más la guerra”. Nunca más ña
guerra que:
-
Destruye la vida de los inocentes
Enseña a matar y transforma la vida de los que matan
Deja tras de sí una secuela de rencores y odios
Hace más difícil la solución justa de los problemas que la han provocado
El reto es promover comportamientos humanos que favorezcan la
cultura de la paz contra los modelos que anulan al hombre en masa,
ignoran el papel de su creatividad y libertad y ponen la grandeza del
hombre en sus dotes para el conflicto y para la guerra.
CONFIGURACIÓN MORAL DE LAS PERSONAS
Cada persona tiene una peculiar fisonomía moral, conformada por actitudes
para el bien o para el mal, que dirigen en un sentido u otro su conducta. No
bastan los actos para dar razón de la moralidad de la persona.
Las virtudes: “Son actitudes o disposiciones, firmes y constantes, de la
persona para obrar el bien moral”
Las virtudes humanas se dividen en:
-
Virtudes morales: las adquiridas por el esfuerzo humano
Virtudes teologales: Las infundidas por Dios en el hombre
LAS VIRTUDES MORALES:
A las que llamamos también virtudes cardinales (reciben este nombre por la
palabra latina “cardo”, quicio, porque en torno a ellas gira toda la vida moral del
ser humano
a) Prudencia: Consiste en la disposición firme para obrar aprehendiendo
lo que en cada caso es verdaderamente razonable.
No podemos confundir la persona prudente con la indecisa; e miedo y la
indecisión nada tienen que ver con la virtud de la Prudencia. Para
acertar, en la elección de una acción o situación concreta, la persona
prudente:
-
Guarda en su memoria las experiencias de su vida pasada.
No se empeña en tener siempre la razón, se deja enseñar.
Se mantiene alerta, por si la situación cambia para mantener la
verdadera objetividad.
b) Justicia: Es la disposición de dar a cada uno aquello a lo que tiene
derecho y se le debe.
Hay una diferencia entre hacer los justo y ser justo. La justicia afecta a
las relaciones de unas personas con otras; es una virtud eminentemente
social. La dignidad inviolable de cada persona, como imagen de Dios
nos plantea una responsabilidad solidaria para una justa ordenación
jurídica, política, social y económica.
c) Fortaleza: Nos hace capaces de vencer el temor o los males, reales o
imaginarios, que nos amenazan, incluso de la muerte, y nos da ánimos
para afrontar las pruebas de la vida.
La confesión de la fe exige nada siempre contra corriente. Nuestras
cobardías dejan libre, con frecuencia, el espacio público a la presión de
los grupos poderosos, movidos por intereses, que lo manipulan y lo
ocupan para sus intereses. Nuestros pronunciamientos públicos son
urgentes, cuando los poderosos atropellan los derechos más
elementales de los débiles y marginados. Por una tolerancia mal
entendida, se escuchan o leen las opiniones más inhumanas sin una
respuesta crítica y, de este modo, parece producirse un “consenso” en
torno a ellas.
d) Templanza: Nos inclina a la moderación de nuestras necesidades y
tendencias. Lo peculiar del hombre está precisamente en que la
conveniente satisfacción de sus necesidades no se alcanza, como en el
animal, automáticamente, , sino que ha de ser conformada
razonablemente.
La moderación es necesaria, además, para favorecer la justicia social
que procure la distribución equitativa de los bienes superfluos, y aún
necesarios en la sociedad. En nuestros tiempos, cuando hemos llegado
a tener conciencia de que los recursos de la tierra son limitados, la
moderación es también necesaria para asegurar la supervivencia del
hombre sobre la tierra.
LAS VIRTUDES TEOLOGALES
Dios concede al ser humano unas disposiciones permanentes para actuar
como hijo suyo. A estas actitudes fundamentales infundidas por Dios en el
hombre, las llama el lenguaje de la Iglesia virtudes teologales.
La Fe: La fe es un acto de amor. Creer es amar y amar es creer. Creer es,
además, confiar en la persona en la que se cree. La fe, como simple
aceptación de unas verdades que no se manifiestan en el amor y no tiene
como fruto hacer el bien, es una fe muerta.
La Esperanza: Por la esperanza, el cristiano se orienta hacia e Reino de Dios.
Subordina otros bienes y está, incluso, dispuesto a renunciar a ellos. La
esperanza cristiana se opone tanto a la desesperación como a la falsa
confianza en la propia capacidad y rendimiento.
La Caridad: Es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios.
Dios ama sin reservas ni condiciones a todos los hombres y a cada hombre;
por eso, el amor a Dios tiene que ir unido, para ser auténtico, con el amor al
prójimo. El amor al prójimo es el criterio que nos indica si nuestro amor a Dios
es auténtico o no.
CONCLUSIÓN
Para que la moral vivida por los cristianos sea un camino de felicidad es
necesario que se realice un proceso de verdadera conversión, de
convencimiento de que "el acontecimiento Cristo" es la mejor de las buenas
nuevas y que solo en el Verbo Encarnado se resuelve el misterio de la persona
humana.
Se trata, entonces, de ir más allá de un cristianismo puramente cultural o
sociológico para llegar a una 'experiencia personal' de Jesucristo. Solo así, es
decir, por medio de un conocimiento experiencial de la Persona de Jesús la
norma se hace vida y camino gozoso de seguimiento. Es lo que manifiesta
Juan Pablo II inaugurando la Asamblea Episcopal en Puebla cuando, hablando
de la Verdad sobre Jesucristo, expresa que "del conocimiento vivo de esta
verdad dependerá el vigor de la fe de millones de hombres De este
conocimiento [vivo de Jesucristo] derivarán opciones, valores, actitudes y
comportamientos capaces de orientar y definir nuestra vida cristiana, y de crear
hombres nuevos y luego una humanidad nueva para la conversión de la
conciencia individual y social".
Las expresiones destacadas se refieren, todas ellas, al campo de la moral,
transformada por esa experiencia personal de Jesucristo. Lo manifestado hasta
aquí conlleva un mensaje para la catequesis y para la formación cristiana:
vincular la moral con una cristología que haga posible descubrir la alegría de
seguir a Jesús.
Esta Buena Nueva que es Jesús permite comprender la moral del Antiguo
Testamento desde la perspectiva del Nuevo y descubrir el proceso de un Dios
que se ha acercado progresivamente a nosotros. Se puede superar, así, una
moral del temor (Dios como "Superyó" castigador) para acceder a una
moral del amor (Dios como Abbá). El proceso hace posible, también, pasar
del Dios del Sinaí que se revela por medio de teofanías (cf. Ex 19, 16-24) que
expresan su majestad, gloria y trascendencia al Dios revelado en Jesucristo y
presentado como el Padre misericordioso que acoge al hijo pródigo.
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