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Apuntes sobre la consistencia personal y la fidelidad vocacional
Apuntes sobre la consistencia personal
y la fidelidad vocacional
Introducción
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En los institutos religiosos se está dando hoy una gran preocupación por las salidas de
jóvenes al poco tiempo de haber hecho la profesión perpetua o la ordenación. El XXIII
Capítulo General ha reconocido que “nos preocupan las deficiencias en el
acompañamiento espiritual de los formandos, la poca atención prestada a la madurez
humana y afectiva y la consiguiente falta de consistencia vocacional” (PTV 55).
Ante este hecho se suscitan dos preguntas principales: 1) ¿Cuáles son las causas o las
raíces que lo provocan?; 2) ¿Qué se puede y se debe hacer a lo largo de la formación
inicial para ayudar a las personas a vivir la vocación con consistencia y fidelidad?
La consistencia se refiere a la integración de las necesidades y de los ideales, con objeto
de que la persona viva su proyecto vocacional de manera ajustada, fundamentada y
saludable. Se trata, pues, de una dimensión psicológica.
La fidelidad se refiere a la capacidad de vivir con autenticidad y coherencia los
compromisos asumidos ante Dios y la Iglesia. Se trata, sobre todo, de una dimensión
teológica.
1. Principales raíces de la inconsistencia e infidelidad
1.1. El debilitamiento o la pérdida de la fe
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Para que un proyecto de vida resulte duradero es preciso que integre todas las dimensiones
del ser humano desde un “centro”. La fragmentación impide las opciones radicales.
En el caso de los creyentes –y específicamente de los religiosos– este centro es la fe en
Dios. Desde ella se ilumina la vida intelectual, afectiva y práctica, y se valora y se
relativiza todo lo demás.
Cuando esta fe no se cultiva asiduamente, se debilita... o se pierde. Entonces, la persona
no tiene ya razones suficientes para mantener su proyecto de vida religiosa.
Durante un tiempo puede mantenerse mediante experiencias sustitutorias (reconocimiento
social, gusto por el trabajo, intereses altruistas, etc.), pero, tarde o temprano, se pierde el
sentido de la propia vida y ésta entra en crisis.
1.2. Las inconsistencias latentes
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Uno de los objetivos básicos de todo proceso formativo consiste en que el religioso se
conozca de la manera más realista posible, de forma que pueda identificar sus puntos de
apoyo y sus lagunas, sus valores asumidos y sus mecanismos compensatorios o
defensivos.
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Apuntes sobre la consistencia personal y la fidelidad vocacional
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A menudo, este conocimiento es muy superficial, de forma que la persona cree conocerse
sin conocerse, proyecta una imagen que no se corresponde con la realidad. Su “yo ideal”
está muy lejos de su “yo real”.
El clima protector de la formación puede favorecer indirectamente este autoengaño, sobre
todo cuando coexiste con conductas que parecen adecuarse al rol religioso aceptado
socialmente.
No es extraño que cuando la persona sale de la formación y se enfrenta a un nuevo
contexto en el que los sistemas de protección son más débiles reaparezcan con toda su
fuerza las inconsistencias latentes que no habían sido descubiertas y trabajadas.
Estas inconsistencias son de diverso género: imagen distorsionada de uno mismo (con
predominio del polo idealista sobre el polo de realidad), abuso de los mecanismos
compensatorios, mala integración de las pulsiones sexuales, posesivas, de autoafirmación,
etc., escasa elaboración de las frustraciones, ...
1.3. Las relaciones afectivas y/o sexuales incoherentes
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No es infrecuente que al debilitamiento de la fe y a la reaparición de inconsistencias
latentes se una el cultivo de relaciones afectivas y/o sexuales impropias de alguien que ha
profesado la castidad evangélica.
Estas relaciones suelen tener un carácter compensatorio y acaban creando una gran
dependencia que no es fácil superar si no se abordan en su raíz.
Salvo excepciones patológicas, cuando la experiencia de fe es intensa y polariza la vida de
una persona, es posible reconducir cualquier experiencia afectiva o sexual (por fuerte que
sea). Por el contrario, cuando la fe se ha debilitado no hay instancia que permita relativizar
e integrar la dimensión afectiva, que es la que más “atrapa” a la persona.
2. Aspectos que hay que trabajar en la formación inicial
2.1. La experiencia personal de la fe
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Más allá de las “conductas religiosas” (asistencia regular a la oración, a la eucaristía, etc.),
la formación debe ayudar al religioso a vivir una auténtica experiencia de fe que se
convierta en la referencia fundamental de su vida, en todo tiempo y lugar.
La pedagogía de la fe pasa, fundamentalmente, por el encuentro con la Palabra de Dios,
por la oración personal y comunitaria y por la celebración de los sacramentos ... con tal
de que todo esto se confronte, mediante el coloquio formativo, con la propia realidad
personal, de forma que no sea un barniz espiritualista que cubra la propia inconsistencia.
En la formación no hay nada más importante y, a la vez, más peligroso que la oración, ya
que pueda ser la principal instancia de verdad o el principal mecanismo de autoengaño.
2.2. El conocimiento realista de uno mismo y la integración de necesidades e ideales
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Desde las primeras etapas, es necesario ayudar al formando a conocerse a fondo, de
manera que disponga de tiempo suficiente para ir realizando la tarea de integración
personal.
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Para este autoconocimiento es conveniente contar con la ayuda de algún experto que
conozca bien la psicología y la vida religiosa, pero, sobre todo, es imprescindible cultivar
asiduamente en las comunidades formativas un tipo de acompañamiento que ayude al
formando a hablar (de todo y a fondo) y también a escuchar (mensajes nuevos).
Parece necesario ayudar al formando a explorar, sobre todo, el mundo de su infancia, en
donde pueden descubrirse las claves de su personalidad actual y, por tanto, las pistas para
un trabajo de ajuste personal.
No hay que preocuparse demasiado por que todo esté en su sitio demasiado pronto.
Cuando la persona ha llegado al fondo y ha orientado su vida con autenticidad, los logros
van llegando a su tiempo. Hay que permitir que los formandos vivan como adolescentes,
como jóvenes, etc. sin hacerlos adultos antes de tiempo.
2.3. Una vida afectiva integrada y satisfactoria
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Tanto en los años de la formación inicial como en los primeros años de inserción en las
comunidades normales es necesario cuidar mucho los climas que favorecen el diálogo, la
expansión, el encuentro ... y también un trabajo regular y más bien intenso.
En el primer destino no es conveniente que un joven vaya solo a una comunidad en la que
se dé un gran abismo generacional.
Si surgen crisis afectivas, hay que abordarlas cuanto antes, sin extrañarse de nada, y
confiando en lo más importante: que el don de Dios tiene fuerza suficiente para hacer feliz
una existencia celibataria. No hay que ir por la vida “pidiendo permiso por ser célibe” sino
“agradecidos por el don recibido”.
Para la integración afectiva, además de una profunda experiencia de fe y de una buena
inserción comunitaria, es muy importante aprender a disfrutar de los pequeños detalles de
la vida cotidiana.
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