No bajo la ley, sino bajo la gracia.

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NO BAJO LA LEY
SINO BAJO LA GRACIA
NO BAJO EL TEMOR
SINO BAJO EL AMOR
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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1. No bajo la ley sino bajo la gracia
(Cfr. “Libertad cristiana y ley del Espíritu según San Pablo”, en La vida según el Espíritu,
Sígueme, Salamanca, 1967, pgs. 175-202; C. Spicq, “Caridad y libertad según el Nuevo
Testamento”, Edic. Eler, Barcelona, 1964).
 La afirmación de Pablo es categórica:
o Gal. 5,1: “Para ser libres nos liberto Cristo”.
o Gal. 5,13: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad”.
o Gal. 5,18: “Si os guiáis por el Espíritu no estáis bajo la ley”.
 Tesis que resume el pensamiento de San Pablo:
“El cristiano, animado por el Espíritu y en la medida en que es tal, se encuentra libre en
Cristo no sólo de la ley mosaica en cuanto mosaica, sino también de la ley mosaica en
cuanto ley, es decir, de toda ley que constriña al hombre desde el exterior (no digo que
obligue), sin llegar a ser por eso un ser amoral, más allá del bien y del mal” (De la
Potterie, oc. P. 178).
1.1.
Liberación de la ley: La ley en cuanto tal es incapaz de transformar al
hombre carnal en hombre espiritual.
 Veneración de los judíos a la Torah:
Para hacernos una idea del escándalo y novedad de las afirmaciones de San Pablo, hemos
de tener en cuenta la veneración que el pueblo judío sentía por la Torah. “La ley era la
Palabra de Dios, el agua que apaga la sed, el pan que da la vida, la cepa de frutos
exquisitos; era la que guarda los tesoros de la sabiduría y de la ciencia: en resumen, lo
mismo que San Juan y San Pablo atribuirían puntualmente a Cristo. Lo atribuían los
judíos a la ley” (De la Potterie, oc., p. 178-179), (Cfr. Eclesiástico, Cap. 24).
 “No estáis bajo la ley sino balo la gracia” (Rom. 6,14):
San Pablo ha sido formado en esta mentalidad: “Fariseo por lo que atañe a la ley”. Pero el
encuentro con Jesucristo le cambia. En adelante irá repitiendo: “ya no estamos bajo la ley
sino bajo la gracia”. Pablo que, llegado el caso sabe hacerse todo para todos, judío con los
judíos y griego con los griegos, en este punto es intransigente.
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Los cristianismos han quedado libres de la ley porque en la muerte de Jesucristo han
muerto a la ley lo mismo que la mujer queda libre respecto al marido el día que este
muere. (Rom. 7, 1-6). La ley ha cumplido ya su función de pedagogo para llevarnos a
Cristo (Gal. 3,24).
 ¿De qué ley se trata?
“estas duras afirmaciones, escandalosas para los judíos, corren el peligro de dejar
indiferente al cristiano de hoy, que jamás ha sentido un gran aprecio por la ley mosaica y
encuentra como la cosa más normal el no ligarse a un ritual complicado y a un
maremanum de observaciones vacías para él de contenido propiamente religioso” (oc., p.
180).
“En cuanto a los justos, están obligados a observar los 613 preceptos de la Torah (248
positivos, 365 negativos), a los que la tradición añadirá un sinnúmero de nuevos
mandamientos, vetos, prohibiciones y entredichos: hay 39 casos en los que se viola la ley
del sábado: transportar un trozo de leña seca, atar o desatar una bestia, encender fuego,
escribir dos letras del alfabeto, etc; hasta tal punto que el letrado, el hombre corriente, el
incapaz de conocerlos y, por lo mismo, se der religioso y acepto a Dios” (Spicq, oc., p.
63).
Pero San Pablo no se refiere a la ley mosaica en su aspecto ritual o ceremonial sino a la
ley mosaica en cuanto dice relación a la vida propiamente moral. “Si habla de ley
mosaica lo hace en cuanto ésta realiza el concepto de ley y no en cuanto que es mosaica”.
San Pablo se refiere a toda ley a toda norma de conducta. En Rom. 8,2 dice que hemos
sido liberados “de la ley del pecado y de la muerte”, o sea, de la que provoca el pecado y
lleva a la muerte. Y el ejemplo que pone en Rom. 7,7 es un precepto del decálogo: “no
condicionarás”. Más aún, quizá Pablo haya escogido aquí la fórmula más universal o el
precepto tipo de todos los demás. Rom. 7, 7-11 evoca, al parecer la narración del Génesis
del primer pecado:
 Rom. 7,7: “no condicionarás”
 Gen, 3,3: “no comáis de él…”; 3,4: “Seréis como dioses, conocedores del bien y
del mal”; 3,6: “Vio la mujer que el árbol era… deseable para alcanzar sabiduría”.
 Rom. 7,11: “el pecado me sedujo”
 Gen. 3,13: “la serpiente me sedujo”.
 Entonces, ¿por qué la ley? Para manifestar el pecado
Romanos 7, 7-14.
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Cfr. La nota de la B.J. a Rom. 7,7.
“Los judíos creían que la ley daba la vida. Pero una ley, en cuanto tal, aunque proponga
el ideal más sublime, será incapaz de transformar un ser carnal en ser espiritual, que tenga
la misma vida de Dios. de otra forma, supondríamos que el hombre no tendría necesidad
de ser salvado, que podría salvarse a sí mismo. Lejos de dar la vida, es decir de destruir
en el hombre esta potencia de muerte que es el pecado, o al menos de reprimirlo, la ley
tienen por fin permitirle, por así decir, ejercer todo su poder virulento y, de esta forma,
exteriorizarlo y desenmascararlo. La ley no anula el pecado, pero revela al hombre su
estado de pecador (…) (p. 185)”
“Para ser más precisos, debemos notar de paso que la ley no provoca el pecado sino la
transgresión… Es claro que San Pablo, con mayor fuerza que ningún otro, concibe el
pecado como una oposición a Dios, pero se cuida muy bien de confundirlo con la simple
transgresión… (185)”.
“Para San Pablo, la transgresión es la exteriorización y expresión de un mal mucho más
radical: la xxxxxxx, personificación de la potencia malvada que… se debe identificar
propiamente con ese egoísmo fundamental por el que el hombre, a partir del pecado
original, en vez de ordenarse a Dios y a los demás, se ordena a sí mismo” (186).
“Este “pecado” es el que debemos destruir en nosotros. La leyes importante para tal tarea;
pero, permitiendo la transgresión, hace que el pecado revele su verdadera identidad y
facilita al hombre, amaestrado por esta experiencia dolorosa, recurrir al unido salvador”
(186).
1.2.
La ley del Espíritu de vida: no una norma de acción sino un principio y
dinamismo interior de acción.
 Es, entonces, el cristiano un hombre sin ley, más allá del bien y del mal?
San Pablo vio la objeción: ¡Pues qué! ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino
bajo la gracia? (Rom. 6.15)”.
De ningún modo pues la liberación de la ley, según los capítulos 5,6 y 7 de Romanos, es
también liberación del pecado, de la muerte y de la carne: “La ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús te libró de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8,2).
 La ley del Espíritu, ¿un código más perfecto?
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Hablar ahora de ley del Espíritu ¿Significa que Cristo se ha limitado a suscitar la ley
mosaica por una ley más perfecta? Esto estaría en contradicción con lo anteriormente
dicho.
San Pablo ha opuesto a la ley mosaica no otra ley sino la Gracia, “No estáis bajo la ley
sino bajo la gracia” (Rom, 6, 14-15).
Si San Pablo habla de ley (ley de la fe, Rom. 3,27; ley de Cristo, Gal. 6,2; ley del
Espíritu, Rom. 8,2) verosimilmente teniendo en cuenta la profecía de Jeremías: “Yo
podré mi ley en ellos y la escribiré en su corazón” (Jer. 31,33), tanto más teniendo en
cuenta que Ezequiel unos años más tarde había tomado los términos de Jeremías
sustituyendo “ley” por “espíritu”: “Yo podré en vosotros mi espíritu” (Ez. 36,27).
 La ley del Espíritu como dinamismo interior
“La ley del Espíritu no se distingue, pues, de la ley mosaica solamente porque propone un
ideal más elevado, porque impone mayores exigencias, o, por el contrario –lo que
significaría un verdadero escándalo- porque ofrecería la salvación a menos precio, como
si Cristo hubiera sustituido el yogo insoportable de la legislación sináitica por una “moral
más fácil”; la ley del Espíritu difiere radicalmente de las otras leyes por su misma
naturaleza. No es un código más de leyes, “dado por el Espíritu Santo”, sino una ley
“consumada en nosotros por el Espíritu”; no es una simple norma de acción exterior, sino
un pincipio de acción, un dinamismo nuevo e interior, lo que ninguna legislación en
cuanto tal puede llegar a ser” (189).
 Santo Tomás, como un representante de la tradición
“La ley del Espíritu es lo que llamamos la ley nueva, ahora bien, esta se identifica ya con
la persona del Espíritu” (In Rom. 8,2, lect. 1).
“Haec quidem lex Espiritus dicitur lex nova, quae ve est Spiritus Sanctus vel eam in
cordibus nostris Spiritus Sanctus facit”.
 Así el hombre “cumple la ley”
“El cristiano, al recibir el Espíritu Santo, o dicho con otra fórmula equivalente, al recibir
la actividad del Espíritu, lejos de caer en el amoralismo, se hace capaz de “caminar según
el Espíritu”, es decir en conformidad con lo que la ley antigua, también “espiritual”
(Rom. 7,14), exigía en vano de él. Hasta tal punto que San Pablo, después de proclamar la
liberación del hombre por la ley del Espíritu merced a la obra redentora de Cristo, puede
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asignar a esta obra el fin siguiente: “Para que la justicia de la ley –es decir, lo que la ley
mandaba, pero que no podía cumplirse porque el hombre era carnal- se cumpliese en
nosotros” (Rom. 8,4), con el matiza de plenitud que en-traña el verbo “cumplirse” (190).”
 El hombre espiritual lleva una vida perfectamente moral
“Dejaos llevar por el Espíritu y no os arriesguéis a satisfacer la concupiscencia de la
carne. Porque carne y Espíritu son antagónicos; si os dejáis llevar por uno, no podéis
menos de oponeros al otro. Pero si os anima el Espíritu, ya no estáis bajo una ley exterior
que os oprima. Todo hombre animado por el Espíritu conoce perfectamente cuales son las
obras de la carne: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicerías, odios,
discordias, celos, etc. Si cometéis estas faltas, es prueba de que el Espíritu no os anima, y,
en este caso, no podéis entrar en el Reino de Dios. pero si os anima el Espíritu,
produciréis sus frutos, porque es uno, el amor, con todo su cortejo de virtudes: alegría,
paz, longanimidad, disponibilidad, bondad, confianza en los demás, benignidad, dominio
de su mismo” (Gal. 5, 16-23).
1.3.
El código de leyes cristianas: la ley exterior recibe todo su valor de la
interior
 La ley nueva en cuanto código de leyes no justifica más que la antigua
A pesar de lo dicho hasta que, sabemos que el mismo Pablo daba frecuentes normas
morales en sus cartas.
La Iglesia, como la Sinagoga, impone al catecúmeno un código moral aunque menos
complicado y más elevado. A veces se piensa que la ley nueva consiste en esto. Pero no
piensa así San Pablo.
Como ejemplo de verdadera interpretación veamos lo que dice Santo Tomás: “la ley
nueva es principalmente la gracia del Espíritu Santo dada a los cristianos… Tiene
también, en segundo lugar, lo que dispone para la gracia del Espíritu Santo y lo pertinente
para el uso de esta gracia…”
“Et ideo principaliter lex nova est ipsa gratia Spiritus Sancti, quae datur Christi
fidelibus… Habet tamen lex nova quaedam dispositiva ad gratiam Spiritus Sancti, et ad
usum hujus gratiae pertinencia, quae sunt quasi secundaria in lege nova” (1-2, a. 106, a.
1).
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Santo Tomás se pregunta si la ley nueva justifica y responde: “Respondeo dicendum
quod, sicut dictum est, ad legem Evangelii duo pertinent: Unum quidem principaliter:
scilicetipsa gratia Spiritus Sancti interius data. Et quantum ad hoc, nova lex justificat…
Aliud pertinet ad legem Evangelii secundario: scilicet documenta fidei, et praecepta
ordinantia affectum humanum et humanos actus. Et quantum ad hoc, lex nova non
justificat” (1-2, q. 106, a. 2).
 ¿Por qué un código de leyes en la fe Cristiana?
“comencemos afirmando que el principio paulino queda inconmovible: “la ley no ha sido
dada para los justos sino para los pecadores” (1 Tim. 1,9). Si todos los cristianos fuesen
justos no habría necesidad de obligarles con leyes” (194).
Ejemplo: precepto de comulgar una vez al año. Fue dado cuando no se comulgaba. Y el
cristianismo fervoroso comulgará en el tiempo pascual no en virtud de la ley sino en
virtud de una exigencia interior.
“Para este cristiano, la ley ejercerá el mismo papel que la ley mosaica para el judío. La
ley se convierte en un pedagogo que conduce a Cristo, no solamente supliendo de alguna
manera la luz que el Espíritu no le proporciona ya, sino sobre todo haciéndole tomar
conciencia de su estado de pecador, es decir, de un hombre que, por definición ha dejado
de ser animado por el Espíritu” (195).
“El cristianismo, aun en estado de gracia, o sea animado por el Espiritualismos, mientras
habite aquí abajo no posee más que las arras (Rom. 8,23; 2 Cor. 1,22); mientras viva en
su cuerpo mortal, nunca está tan libre del pecado y de la carne que no pueda caer, en
cualquier momento bajo su imperio (Cfr, Rom 6,12). En este estado inestable, la ley
escrita, exterior, norma objetiva de conducta moral, ayudará a su conciencia, fácilmente
ofuscada por las pasiones –por que la carne continua su lucha contra el Espíritu (Gál.
5,17)- a discernir sin equivocación posible entre las obras de la carne y los frutos del
Espíritu, y a no confundir la inclinación de su naturaleza herida por el pecado con la
moción del Espíritu” (195).
 De esta manera, el cristiano es libre
“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor. 3,17). Santo Tomás
comenta así:
“Hombre libre es aquel que es causa sui; esclavo, aquel que es causa domini. El que obra
por sí mismo, obra libremente; El que evita un mal, no porque es un mal. Sino en virtud
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de un precepto del Señor, no es libre. Por el contrario, el que evita el mal porque es un
mal, ése es libre. Esta es la obra del Espíritu Santo que perfecciona interiormente nuestro
espíritu comunicándole un dinamismo nuevo, de modo que huya del mal por amor como
si lo mandase la ley divina; de este modo es libre, no porque no esté sometido a la ley
divina, sino porque el dinamismo interior la inclina a hacer lo que prescribe la ley divina”
(In 2 Cor. 3,17, lect. 3).
1.4.
Consecuencias
Me parece que así queda perfectamente fundada una espiritualidad cristiana autentica: lo
primario y original aparece como tal, lo secundario y derivado no es ni minusvalorado ni
supravalorado sino integrado en el sitio que le corresponde.
Esta espiritualidad se alimenta de las fuentes de agua viva si bien no desdeña las ayudas
exteriores para ser inundado de esta agua más planamente, pues mientras peregrinamos
en la fe podemos cambiar esta agua viva por cisternas agrietadas. A veces buscamos el
principio que unifique nuestros esfuerzos, la acción que haga converger la diversidad de
acciones virtuosas, el resorte que moviliza todos los mecanismos de la vida espiritual.
Pues bien este principio de unificación y dinamismo nos es otro que el Espíritu Santo en
nosotros.
La espiritualidad no consiste, pues, esencialmente en el cumplimiento minucioso de unas
leyes sino en la docilidad a la fuerza interior del Espíritu que nos hace querer el
cumplimiento de la voluntad de Dios como exigencia del amor.
Si esencialmente consistiese en la observancia de unas leyes deberíamos hablar de
“legalidad”. Quien hace que podamos hablar de “vida” “espiritual” es el Espíritu. Él es
quien justifica y da vida. Él es quien nos impulsa a cumplir las leyes en cuanto expresión
de la voluntad de Dios. Pero la ley exterior en cuanto tal no nos da vida, pues entonces,
como dice San Pablo seriamos justificados por las obras de la ley.
Pero de aquí no se concluye que el espiritualismo no cumple la ley sino que la cumple
sobreabundantemente, con más perfección y amor que aquel que cumple la ley porque
está mandado y pone su perfección esencial en el sometimiento a la ley.
Pero cuidad “con tomar esta libertad como pretexto para vivir según la carne” (Gal.
5,13),; cuidado con confundir moción del Espíritu con espontaneidad o inclinación
humana. La docilidad al Espíritu es lo más opuesto a un ingenuo humanismo, pues
sabemos que la “carne” es contraria al Espíritu. La docilidad al Espíritu pide una gran
purificación activa y pasiva. San Juan de la Cruz pone en la cima del monte: “Ya por aquí
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no hay camino, que para el justo no hay ley”. Pero antes el alma ha pasado por la noche
oscura del sentido y por la noche oscura del espíritu.
La docilidad al Espíritu exige discernimiento en la oración, en la dirección espiritual, en
la revisión comunitaria, en el estudio.
Como decíamos en el segundo tema, conocemos a alguien que ya ha vivido según el
Espíritu, Jesucristo. Por eso, la ley nueva no solo ofrece al cristiano el dinamismo interior
del Espíritu de Jesucristo, sino que también en la persona de Jesucristo tenemos una
norma objetiva de cómo es una persona que se deje configurar por el Espíritu. San Pablo
en sus exhortaciones morales no se cansa de decir “sed…, como Jesucristo”. Para un
cristiano la ley es Jesucristo, en doble sentido:
 En cuanto que en su vida histórica nos ofrece una forma de vida según el Espíritu.
 En cuanto que El, resucitado, nos envía el Espíritu para que desde dentro nos
configure a su imagen y semejanza.
Hasta poder decir “ya no vivo yo, es el Espíritu de Jesucristo quien vive en mi”.
2. No bajo el temor sino bajo el amor
2.1.
Hijos de Dios por el Espíritu
Rom. 8,14-16: “Los que son movidos por el Espíritu, esos son hijos de Dios, porque nos
habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino que habéis recibido
un espíritu de hijos de Dios, por el cual llamamos a Dios Abba, Padre. El mismo Espíritu
se une en nuestros espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios”.
El Espíritu Santo, ley nueva inscrita en nuestros corazones, es principio de acción no solo
como “maestro interior” sino en cuanto es principio de una vida propiamente divina.
Por el Espíritu somos regenerados a la vida de hijos de Dios, por el Espíritu somos
movidos a vivir en conformidad con esta vida.
Hay un principio en el misterio cristiano que podemos expresar así: lo realizado en Cristo
debe realizarse proporcionalmente en el cristiano. Como Jesús nace del Espíritu, también
el cristiano:
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“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso, el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1,35).
“Más cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a los hombres,
el nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su
misericordia, por medio del baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo, que el
derramo sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tit. 3, 46).
Como Jesús es guiado y transformado por el Espíritu (según vimos), del mismo modo
hemos visto que el cristiano es animado por el Espíritu hasta llegar un día a la
resurrección.
El Espíritu Santo es, pues, en nosotros principio de regeneración y de vida nueva según
Dios.
2.2.
el amor de Dios en nosotros por el Espíritu
Si somos hijos ya no vivimos en el temor servil sino en el amo filial. El amor perfecto
expulsa el temor pues éste solo mira al castigo (1 Jn. 4,18).
Tenemos pleno derecho a vivir en el amor filial ya que somos hijos porque Dios nos ama:
“Mirad que amor nos ha tenido el padre para llamarnos hijos suyos, ¡pues lo somos!” (1
Jn. 3,1). Más aún ser hijos es precisamente participar del amor de Dios. Dios nos hace
hijos dándonos su amor: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5,5).
Así se ha cumplido la oración de Jesús: “yo les he dado a conocer tu nombre, para que el
amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn. 17,26).
El cristiano participa de ese misterio de amor del Padre al Hijo en el Espíritu Santo. Estas
son realidades tan inefables que al hablar de ellas podemos banalizarlas. Cuando vemos
algo llamativo por estar fuera de lo que consideramos normal, reaccionamos con sorpresa
y admiración. El peligro de lo que os estoy hablando es que ya “os suene”, y, por tanto,
no provoque admiración. Se ha hecho normal este lenguaje en el campo de vuestros
conocimientos. Pero ¿en el campo de vuestras vivencias como entrega de toda la persona
al misterio…?
Si queremos conocer algo, al menos a través de la experiencia de otros, leamos los que
dicen los místicos sobre la unión con Dios.
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¡Qué lejos estamos de toda espiritualidad “legal” y de todo a moralismo anárquico!
Estamos en la espiritualidad del amor.
3. Quien ama al prójimo ha cumplido la ley
“Si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros” (1 Jn. 4,11). El
mismo Espíritu que nos hace participes del amor de Dios, obra en nosotros el amor a los
demás ya que en el amor de Dios es amor a los hombres, amor manifestado en Jesucristo
entregado a la muerte por y para nosotros: “Dios probó su amor hacia nosotros en que
siendo pecadores, murió Cristo por nosotros” (Rom. 5,8).
Esta es la razón por la que Jesucristo nos da su mandamiento nuevo como amor de unos a
otros: “amaos como yo os he amado” (Jn. 13,34), como la señal de que somos discípulos
suyos, es decir, de que su Espíritu habita en nosotros y nos guía.
Por esta razón, el amor es para San Pablo el resumen y la plenitud de la ley: “El que ama
al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de no adulterarás, no matarás, no robarás, no
codiciarás y todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la plenitud
de la ley” (Rom. 13, 8-10).
Y al amor se reducen todas las demás virtudes, bien como manifestaciones bien como
condiciones del amor. Basta recordar el himno a la caridad de 1 Cor. 13, 4-7: “La caridad
es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es fantasiosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la
injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo
soporta”.
4. Amar como Jesucristo nos ha amado
Estas enumeraciones no agotan la riqueza del amor. En lo que toca al amor estaremos
siempre “en deuda” con el prójimo (Rom. 13,8). Las normas o prohibiciones serán
siempre el umbral mínimo.
La regla del amor es la imitación del amor de Jesucristo, reflejo del amor del Padre.
 Según San Juan: “Amaos como yo os he amado” (Jn. 13,34). Y es el momento en
que dice Juan que “habiendo amado a los suyos los amó hasta el colmo del amor”
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(Jn. 13,1). Es el momento en que Jesús se ha hecho servidor de todos, lavándolos
los pies. Ejemplo os he dado. (Jn. 13, 2-15).
Y el mandato del amor está precedido y seguido de la medida del amor de Jesús:
“como el padre me amo, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si
guardaréis mis preceptos permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi
gozo esté en vosotros y vuestros gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tienen mayor amor
que el que da su vida por sus amigos” (Jn. 15, 9-13).
 Según San Pablo: las exhortaciones morales de Pablo están apoyadas en la
imitación de Cristo: (… como Cristo). ¡Cada uno cuide de complacer al prójimo,
como Cristo que no buscó su propia complacencia! (Rom. 15, 2-3). “Acogeos
mutuamente como Cristo nos acogió” (Rom. 15,7). “Tened los mismos
sentimientos que tuvo Cristo…” (Fil. 2,5). “Caminad en el amor, como Cristo nos
amó y se entregó por nosotros” (Ef.. 5,2).
Así es una vida en la que se despliega con todo su poder el amor de Dios que nos
ha sido dado por el Espíritu. Es una vida como la de Jesucristo.
5. Donde hay amor hay libertad
San Pablo dice: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor. 3,17).
Nosotros ahora podemos decir: donde hay amor hay libertad, en un doble sentido:
 En cuanto que el que obra por amor, obra libremente, y en cuanto que la verdadera
libertad es amar al otro.
En el primer sentido, nada mejor que recoger las firmaciones insuperables de dos grandes
teólogos y santos:
San Agustín: “ama y haz lo que quieras” (In 1 Jn. Fractatus VII, 8, PL 35).
“Lex itaque libertatis, lex charitatis est (Ep. 167, 6, 19, PL 33).
Santo tomás: “Amor Charitatis facit libertatem filiorum” (In Rom. VIII, lect. 3, 2-2, q.
184, a. 4, ad 1).
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He aquí la explicación: “Hay que subrayar que los hijos de Dios son movidos por el
Espíritu Santo no como esclavos, sino como libres. Puesto que la definición de ser libre
es: aquel que es causa y dueño de sus actos, hay que concluir que obramos libremente
cuando obramos por nuestra cuenta, por una decisión personal, dicho de otra manera,
voluntariamente… Pues bien, el Espíritu Santo, haciendo de nosotros los amigos de Dios,
nos inclina a obrar de tal modo que nuestra acción sea voluntaria. Y, por tanto, los
verdaderos hijos de Dios, que somos nosotros, somos movidos por el Espíritu Santo con
entera libertad, ya que Él nos hace obrar por amor y no servilmente por temor” (IV, C.
Gentes, 22).
En el segundo sentido, San Pablo, después de hablar de la libertad del cristiano añade:
“No teméis esa libertad como pretexto para carne; antes bien, haceos esclavos unos de
otros por amor” (Gal. 5,13).
La libertad de la que habla el evangelio y que se manifiesta en la cruz no es la libertad en
último término autónoma sino la libertad que se afirma como comunión con el otro y por
tanto como desprendimiento para ser donada.
El que quiere salvarse a si mismo olvidándose del otro se pierde pero el que pierde su
vida por amor al otro se realiza plenamente. El que quiere retener en sus manos agua
solamente para si y las cierra se queda con las manos mojadas pero sin agua. En cambio
el que hace de sus manos un cuenco abierto tienen agua para sí y para los demás.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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