La Doctrina Social de la Iglesia y el Capitalismo Liberal

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La Doctrina Social de la Iglesia
y el Capitalismo Liberal
FLORENCIO ARNAUDO
Introducción
El reconocido fracaso del sistema económico–político que pretendió imponerse en
Europa Oriental durante las últimas décadas
ha desatado una oleada de euforia entre los
ideólogos liberales, quienes procuran aprovechar esta circunstancia para propiciar el
resurgimiento del capitalismo liberal.
Su propuesta se fundamenta en una premisa errónea: sólo existen dos sistemas: el
socialismo estatista y el capitalismo liberal. A
partir de allí se deduce, obviamente, que habiendo fracasado el primero, sólo cabe recurrir al segundo.
La falsedad de esta disyuntiva queda demostrada al contemplar la realidad contemporánea. En ninguno de los países más desarrollados del mundo se aplica el capitalismo
liberal, sino un capitalismo socialmente moderado, y, algunos de ellos, cuentan con una
importante participación estatal en la economía.
El capitalismo liberal no pudo ser el reciente vencedor del socialismo estatista, porque no había sido protagonista en la contienda. Ya había muerto hacía más de un siglo sepultado por el sindicalismo, la legislación laboral, la previsión y la asistencia sociales, frutos de un Estado benefactor surgido
del sufragio universal.
También debe puntualizarse —aunque no
venga a cuento bajo el tema de este artículo—
que así como el capitalismo no tiene por qué
ser necesariamente liberal, el socialismo
tampoco requiere forzosamente ser es
tatista. El término socialismo se opone a individualismo y no a privatismo. La propiedad
privada puede socializarse sin estatizarse. Las
cooperativas son un ejemplo de socialización
no estatal.
¿Qué fracasó en la Unión Soviética, el socialismo o el estatismo? Tal vez ambas cosas,
pero de cualquier modo el fracaso del socialismo estatista no allega mérito a su contrapartida el privatismo individualista. La virtud
se encuentra generalmente situada entre dos
vicios opuestos.
Ultimamente los liberales han concentra-do
sus críticas en la Doctrina Social de la Iglesia
(D.S.I.), a la que consideran, con justa razón,
irreductible enemiga de algunas de sus tesis
fundamentales. Trataremos de analizarlas.
Individualismo
La D.S.I. ha condenado permanentemente el
individualismo liberal. Mejor dicho, ha
condenado siempre todo tipo de individualismo. Lo malo es que tal vez sea ésta la característica esencial del liberalismo. Es el
pensador liberal Alexis de Tocquivelle quien
dice en El Antiguo Régimen y la Revolución:
"Nuestros antepasados carecían de la palabra
individualismo que hemos forjado para
nuestro uso, porque en su época no había, en
efecto, ningún individuo que no perteneciese a
un grupo y que pudiese considerarse
absolutamente aislado".
Es que un sistema que se manifiesta agnós35
tico con respecto al fin del hombre y considera que toda maldad humana proviene de
las limitaciones que la vida en sociedad impone a sus miembros, no puede dejar de ser
individualista, pues dadas estas premisas parece sensato dejar a cada cual buscar su
propio destino. También se comprende que la
D.S.I. considere al individualismo manifiestamente incompatible con el ejercicio de la
solidaridad por amar al prójimo y como
mandato expreso del mensaje de Cristo.
Competencia
Para F. Hayek, el conocido autor de Camino
de servidumbre, la utilización del sistema de
libre competencia individual "permite hacer
todo el uso posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad y recurrir lo menos que se
pueda a la coerción". Está tratando de decir
que la búsqueda del propio interés, que en lo
económico se traduce por el afán de lucro, es
un poderoso impulsor de la actividad
personal.
Sinceramente creo que no se puede dejar
de darle la razón. Pocas fuerzas más poderosas que la persecución del propio bienestar.
No se equivoca el liberalismo al asignar a
este estímulo una función irreemplazable.
Precisamente el principal error de Marx fue
creer que podía prescindirse de él.
No es la utilización de la libre competencia
lo que la D.S.I. reprocha al liberalismo, sino
la absolutización de las ventajas de un
sistema competitivo, al que asigna el carácter
de espontáneo e inmejorable distribuidor del
producto social.
Dice al respecto A. Smith, en su famoso
pasaje de la mano invisible: "Al perseguir su
propio interés, promueve el de la sociedad de
una manera más efectiva que si esto entrara
en sus designios".
Creo que no puede dudarse de la buena fe
de A. Smith, respetable profesor de Moral en
Glasgow. Pero es forzoso reconocer que esta
tesis sólo es válida en cuanto a la aptitud de
la sociedad para producir riquezas, pero no
es válida para la justicia de su distribución.
Ocurre que en el mercado compiten seres
muy desigualmente dotados en aptitudes fi36
sicas e intelectuales, e inevitablemente los más
débiles, sin mediar culpa de su parte, serán
superados por los más fuertes. Eso no parece
justo.
Responden los liberales que ésa es la ley de
la libre competencia, y que la única forma de
lograr el progreso social es que la sociedad
abra paso a los mejores.
Entonces se les hace notar que no hay
igualdad de oportunidades. Que la buena
educación o la herencia dan ventajas imposibles de descontar, y que por otra parte las
cualidades necesarias para triunfar en el
mercado no son siempre la laboriosidad, la
honestidad o la responsabilidad, sino que
frecuentemente triunfan los más astutos o
audaces y, algunas veces, hasta los más desaprensivos o inescrupulosos. Que puede observarse que las cualidades del triunfador no
son siempre las más nobles. Que detrás de la
idolatrada eficiencia hay frecuentemente
factores no meritorios. Que debe hacerse algo
para corregir esta injusticia.
Para este planteo la economía liberal clásica
tenía una buena escapatoria: "Las leyes de la
economía no son obra humana, sino que
resultan de la naturaleza de las cosas con la
misma seguridad que las leyes del mundo
físico" (J.B.Say, Tratado de economía política). Por
consiguiente todo lo que se podía hacer era
lamentar que la naturaleza impusiese leyes tan
despiadadas. Cualquier intento de alteración
de los espontáneos resultados del mercado,
aunque hecho con la más noble intención
moralista, produciría el colapso del sistema o
al menos su progresivo deterioro.
Sin embargo esta postura fue gradualmente
contradicha por la experiencia. Fue un ex
aprendiz de hilandero, Roberto Owen, quien ya
empresario, aumentó los salarios de sus
obreros por encima de lo que indicaban las
leyes del mercado, y hasta se negó a despedirlos en épocas de paro, y logró a pesar de ello
—¿o a raíz de ello?— que sus fábricas fueran
las más prósperas de Europa apenas
comenzado el siglo
Hoy ya no hay un Estado moderno que no
corrija, mediante medidas de política social, las
deficiencias del mercado. Algunos de ellos son
los que tienen el más alto nivel de desa-
rrollo. Está pues, demostrado que la redistribución no sólo es posible, sino que no es
perjudicial y tal vez pueda ser beneficiosa, no
sólo para los postergados sino para la propia
marcha del sistema económico. La respuesta
liberal es que el Estado no debe redistribuir
coactivamente lo que el merca-do distribuyó
espontáneamente
(F.
Hayek).
La
redistribución desmoraliza a los que se
esforzaron, premia a los indolentes y tiende
al igualitarismo.
Es que dentro de la tesis de la libre competencia individual del liberalismo subyace la
aceptación de la implacable consigna de la
supervivencia del más apto, grata a los oí-dos
de los fuertes. Frente a eso no queda otro
remedio que aplicar la consigna de
Montalembert: "Entre el fuerte y el débil,
entre el rico y el pobre, es la libertad la que
esclaviza y la ley la que libera".
Después de lo dicho, ¿puede extrañar a
alguien que la D.S.I. condene a la concurrencia como ley suprema de la economía?
..."la libre competencia ilimitada que el liberalismo propugna es totalmente contraria a
la naturaleza humana y a la concepción cristiana de la vida" (Juan XXIII, Máter et ma-
aquella cantidad de miembros indispensables
para cubrir la demanda laboral. Los demás
debían morir inexorablemente. Recuérdese que
A. Smith sostenía: "Los salarios pagados a los
jornaleros y criados de cualquier clase que
sean, deben ser de tal magnitud que basten,
por término medio, para que su raza se
perpetúe".
Dice al respecto la Rérum novárum: "...tengan
presente los ricos y los patronos que oprimir
para su lucro a los necesitados y a los
desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza
ajena, no lo permiten ni las leyes divinas ni las
humanas. Y defraudar a alguien en el salario
debido es un gran crimen, que llama a voces
las iras vengadoras del Cielo. ...Por tanto, si el
obrero obligado por la necesidad o acosado por
el miedo de un mal mayor, acepta, aun no
queriéndola, una condición más dura, porque
la imponen el pa-trono o el empresario, esto es
ciertamente soportar una violencia, contra la
cual reclama la justicia".
¿Qué responde a esto el liberalismo? "No
tiene sentido calificar como justa o injusta a la
manera en que el mercado distribuye los
bienes de este mundo entre las distintas personas" (F. Hayek, Fundamentos de la libertad).
gistra).
Distribución
Sindicatos
La D.S.I. acusa al liberalismo de promover
una injusta distribución en favor del capital.
Los liberales se defienden afirmando que el
único modo de conseguir la elevación del
salario real es aumentar el producto social,
con lo que automáticamente aumentará la
participación de los trabajadores.
La historia social del trabajo demuestra
para ciertas épocas, la inexactitud de esta
afirmación. Entre el año 1760, comienzo de
la revolución industrial, y el año 1860, a lo
largo de una centuria, el producto fabril europeo se multiplicó varias veces. Pese a ello
el nivel de los salarios se mantuvo en el umbral de subsistencia como lo hacen constar,
D. Ricardo (1818) y C. Marx (1867).
Tal vez sea necesario aclarar que no se trataba de un nivel que permitía la subsistencia
de toda la familia trabajadora, sino sólo de
La D.S.I. ha propiciado, desde la Rérum
novárum, la necesidad de la existencia de
asociaciones de obreros que les permitan defenderse de la preeminencia del capital.
Es singularmente sintomático que en
Francia, donde las asociaciones profesionales
estuvieron proscriptas entre 1791 y 1864, sea
precisamente esta segunda fecha la que señala
la iniciación del despegue de la clase obrera de
su nivel de subsistencia.
Hasta ese momento "disueltos en el pasa-do
siglo los antiguos gremios de artesanos sin
ningún apoyo que viniera a llenar su va-cío...,
el tiempo fue insensiblemente entregando a los
obreros, aislados e
indefensos, a la
inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores" (León
XIII, Rérum novárum).
Quizá convenga destacar que aun hoy L.
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von Mises, en su libro La acción humana,
sostiene que "el sindicalismo es una filoso-fía
de gente de cortos alcances, seres envidiosos..."
Me parece que lo dicho prueba claramente
que no basta elevar el producto social para
mejorar los salarios, sino que hace falta
además que los obreros dispongan de suficiente poder de negociación para hacer respetar sus derechos frente a los empresarios.
común, le corresponde orientar la actividad
económica: "Toca a los poderes públicos escoger y ver el modo de imponer los objetivos
que hay que proponerse, las metas que hay
que fijar, los medios para llegar a ellas, estimulando al mismo tiempo todas las fuerzas
agrupadas en esta acción común" (Pablo VI,
Populórum progressio).
Es bueno recordar que así se hace hoy en
todos los países del mundo.
Participación gubernativa
Medios de producción
Los defensores del capitalismo liberal siempre
han expresado un absoluto repudio a la
intervención del Estado en la economía. Hay
un texto de A. Smith clásico al respecto: "El
gobernante que intentare dirigir a los particulares respecto a la forma de emplear sus
respectivos capitales, tomaría a su cargo una
empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni
a una sola persona ni a un senado o consejo, y
nunca sería más peligroso su empeño que en
manos de una persona lo suficiente-mente
presuntuosa
e
insensata
como
para
considerarse capaz de realizar tal cometido".
Nada más cierto e irrefutable. Pero debe notarse que esta condena va dirigida especialmente contra la planeación centralizada y totalitaria, pero no vale con respecto a la planeación orientada por inducción. El propio F.
Hayek tiene una frase feliz al respecto: "Puede
planificarse la competencia, pero no planificarse
contra la competencia".
Actualmente ya nadie duda que el Estado
puede crear incentivos o disuasivos en el
mercado. Puede gravar razonablemente las
herencias y en general procurar corregir las
distorsiones procedentes de la desigualdad de
aptitudes o de oportunidades, mediante la
tributación retributiva.
Sin embargo, algunos liberales contemporáneos siguen considerando que el Estado sólo
debe apartar obstáculos que impidan la libre
competencia y hacer respetar la propiedad
privada.
La D.S.I., fiel a su criterio de no intervenir
con propuestas técnicas, se limita a manifestar
que al Estado, en salvaguardia del bien
Si hay algo de lo que puede jactarse la
D.S.I., es de su sistemática defensa de la propiedad privada de los medios de producción,
desde la Rérum novárum hasta la Labórem
exercens. Pero también ha defendido la D.S.I.
su función social: "...la propiedad privada
lleva naturalmente intrínseca una función
social, y por eso quien disfruta de tal derecho debe necesariamente ejercitarlo para
beneficio propio y utilidad de los demás"
(Juan XXIII, Máler el magislra).
Pero los ideólogos liberales no quieren ni
siquiera oír hablar de la función social de la
propiedad. Sostienen que la propiedad privada es un derecho absoluto que no puede
ser coartado invocando su función social.
Para ello la verdadera función social de la
pro-piedad surge espontáneamente como
consecuencia del buen uso que de ella hace
su propietario movido por su propio interés
personal.
La D.S.I. siempre ha sostenido como principal argumento en favor del régimen de propiedad privada su eficiente utilización por su
dueño. Pero, si hubiera dueños que por indiferencia social y sobreabundancia de bienes
dejaran importantes extensiones de tierras sin
cultivar, o desmantelaran gradualmente alguna empresa que provee a la comunidad de un
producto
esencial,
o
contaminaran
desaprensivamente el ambiente con residuos
industriales, o interrumpieran la prestación
de un servicio público, ¿habrá que esperar
que la competencia los desplace, o pueda la
autoridad pública, en defensa del supremo
principio del bien común, tomar cartas en el
asunto en favor de la comunidad?
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Conclusión
Personalmente considero que el liberalismo económico tiene aspectos muy positivos, pero la experiencia histórica ha evidenciado sus fallas y conducido al nuevo sistema de capitalismo socialmente moderado o
sistema mixto que hoy rige en las naciones
desarrolladas. Los liberales que se niegan a
reconocerlo, demuestran una singular distorsión en la visión de la realidad económica que sólo puede provenir de su hermética ubicación en una cierta perspectiva de
clase.
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