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Presentación en el FORO ‘La Crisis del Campo Mexicano’. Fundación Heberto
Castillo Martínez.
Kirsten Appendini
Mayo 7 2003
La situación de la agricultura y las estrategias económicas de la población rural1
De 1990 al 2000 se observa, un estancamiento en la agricultura mexicana (creció al 1.2%
anual en la década frente a 2.8% de la economía en conjunto) y una menor importancia
como actividad económica al aportar sólo el 5.0 % al PIB (6.1% en 1990). Esto refleja el
lento crecimiento de la producción agropecuaria. De hecho, la superficie sembrada ha
permanecido prácticamente estancada en la década (14 millones de hectáreas), y cultivos
como trigo, arroz y frijol se han estancado. Cabe notar que la superficie sembrada con
maíz ha aumentado, de tal modo que el resto de los 10 cultivos principales han
disminuido la superficie sembrada en 440 mil hectáreas (-3%).
Esta situación es resultado del doble efecto de la desregularización de la economía
mexicana por más de una década: la disminución de los precios al liberalizar los
mercados y el incremento de los costos como efecto del retiro de los subsidios a los
insumos productivos.
Los cultivos que son insumos industriales y las frutas y hortalizas, sí señalan un
crecimiento más dinámico, ya que las superficies cosechadas se han incrementado en un
30% en la década y representan 4.2 millones de hectáreas. En consecuencia, las
exportaciones agrícolas ciertamente han crecido, pues justamente son las frutas y
hortalizas en que México tiene ventajas competitivas. Entre 1995 y 2000 las
exportaciones crecieron a una tasa anual del 2% que se atribuye fundamentalmente a la
exportación de frutas y hortalizas, que tuvieron un incremento del 9.4% en esos años.
Pero, en la década de los noventa y sobre todo a partir de 1994 las importaciones de
productos agrícolas han crecido. Entre 1995 y 2000 aumentaron en un 10%.2 Para 1999
las importaciones del maíz, principal cultivo nacional, representaron el 30% del consumo
nacional.
En consecuencia, la balanza comercial agropecuaria muestra una tendencia al deterioro.
En el periodo referido (1996-2000) el déficit pasó de 115 millones de US dólares a 650
millones de dólares. Así, la oferta de alimentos muestra una creciente dependencia del
exterior.
Esta ponencia esta basada en dos trabajos: Appendini, Kirsten ‘The Challenges to rural México in an
open economy’ en J.S. Tulchin y A.D. Seelee Mexico’s Politics and Society in Transition, Lynne Rienner
Publishers, Colorado, 2003; y, Appendini, K. Raúl García Barrios y Beatriz de la Tejera, Seguridad
alimentaria y ‘calidad’ de los alimentos: ¿una estrategia campesina? Ponencia presentada al Congreso
CEISAL, Amsterdam, julio 2002.
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Excluye el maíz y el sorgo.
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Cabe hacer aquí un comentario, pues no deja de ser contradictorio que de acuerdo a las
‘reglas’ de la apertura económica que es reiterado por las agencias económicas
internacionales y por supuesto, subyace en el capítulo agrícola en el TLCAN, hay un
doble discurso para los países desarrollados y los ‘no desarrollados, o como también se
suele denominarlos los países del Norte y los países del Sur. Así, los países excedentarios
en productos agrícolas básicos (entendiéndose fundamentalmente granos en los países del
‘Norte’) proveen el mundo con alimentos baratos (resultado de la tecnología y los
subsidios) mientras que los países, fundamentalmente del ‘Sur’ emprenden afianzar sus
‘ventajas comparativas’ en las condiciones agro-climáticas y de mano de obra barata para
exportar productos tales como frutas y hortalizas u otro tipo de productos agrícolas no
tradicionales. La demanda de los productos de agro-exportación ha crecido en los
mercados diversificados y sofisticados entre la población de ingresos medios y altos que
exige alimentos inocuos, diversos, exóticos, atemporales, etc.
Para satisfacer esta demanda, los pequeños productores campesinos son requeridos a ser
productores eficientes y competitivos e insertarse con éxito en los mercados mundiales.
Al mismo tiempo, el campesino se convierte en consumidor de alimentos baratos no
producidos por él, para convertirse en un productor de cultivos de alto valor,
diversificados, que en los mercados internacionales tienen que cumplir condiciones de
estándares y calidad.
Para volver al caso de México, las grandes tendencias señaladas en la producción
tuvieron consecuencias diferenciales para la población rural. En general, los productores
campesinos de básicos fueron perdedores ante la baja en la rentabilidad de sus cultivos.
Esto afectó sobre todo al sector de campesinos ‘modernizados-subsidiados’ bajo las
políticas de apoyo productivo que imperaron hasta fines de los años ochenta.
En muchas regiones de pequeños predios, los campesinos han disminuido la inversión
monetaria y de trabajo en los cultivos básicos para cultivar sólo para el abasto familiar.
La seguridad alimentaria adquiere así una nueva dimensión en el ámbito del hogar y local
en una estrategia micro, mientras que la política macroeconómica ha resuelto la seguridad
alimentaria vía la integración al mercado internacional –hoy en día básicamente con
EEUU– mediante las importaciones baratas.
El crecimiento de la agricultura de exportación parece haber ofrecido pocas
oportunidades a este grupo, en su mayoría ubicados en tierras de temporal o sin acceso a
recursos crediticios, y por tanto a tecnología, a conocimiento de los mercados, etc. Las
oportunidades en estos cultivos, intensivos en mano de obra, podrían verse como
ampliadas oportunidades de empleo para la población rural, con o sin tierra, y sobre todo
en la demanda de obra femenina. Así, la agricultura ha perdido importancia como eje
económico de la actividad rural.
Esto se refleja a partir de distintos indicadores. Primero, la ocupación en actividades
agrícolas ha disminuido de manera pronunciada entre 1991 y 2000. Los datos de la
Encuesta Nacional de Empleo señala una disminución en cifras absolutas de 1.5 millones
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de personas (7.1 millones en 2000). Así, la participación en la ocupación en actividades
agropecuarias y silvicultura disminuyó del 26% al 18% de la total.4
La misma fuente de información señala que la mayor parte de los trabajadores en
actividades agropecuarias son por cuenta propia (37.8%), asalariados (29%) y que estas
categorías han aumentado ligeramente entre 1991 y 2000; mientras que ha disminuido la
categoría de trabajadores sin pago (son el 25% en 2000).
Otros indicadores también señalan tendencias hacia una menor importancia de las
actividades agrícolas dentro de los hogares rurales, aún cuando estos poseen tierra.
Análisis basados en encuestas del sector ejidal realizado por el Banco Mundial, señalan
que durante los años noventa, se ha incrementado la participación de las actividades no
agrícolas. En 1994, el 46% del ingreso de los hogares encuestados provenían de
actividades fuera del predio, esta participación aumentó a 55% en sólo tres años (1997).
Los ingresos salariales no agrícolas eran una fuente de ingreso para el 47% de los hogares
ejidales, sin embargo es notorio que entre 1994 y 1997 adquirieron mucho más
importancia los ingresos no agrícolas por cuenta propia que llegaron al 24% en 1997 con
respecto a un 9% en 1994. Esto confirma que la diversificación de actividades se acentuó
como estrategia económica de los hogares campesinos. También apunta a que el trabajo
asalariado no es la opción más dinámica. La creciente importancia de los ingresos por
cuenta propia bien podrían estar indicando que los hogares campesinos enfrentan
mercados de trabajo limitados, tanto a escala local como nacional.
En este contexto es entendible la creciente importancia de la migración internacional. De
acuerdo con el mismo estudio del Banco Mundial, el 80% de los hogares ejidales
registraron que tenían un miembro de la familia con residencia fuera del hogar y 45%
tenía un miembro de la familia que había emigrado a EEUU. Esta emigración significó
un flujo de remesas por un valor estimado de 5.6 mil millones de dólares en 1998.En el
año 2002, de acuerdo a cifras del Banco de México, las remesas alcanzaron la enorme
cifra de 9.8 mil millones de dólares.
Estos procesos también tuvieron efectos diferenciales sobre distintos grupos y para
hombres y mujeres. En términos generales, en los estratos más privilegiados de los
campesinos cabía la posibilidad de establecer actividades por cuenta propia como
pequeños negocios, talleres, tiendas locales o medios de transporte. También tendrían
mejores oportunidades en los mercados de trabajo, sobre todo debido a que los hijos e
hijas habían logrado niveles de educación mejores que los padres. Igualmente eran los
que podrían tener capacidad de solventar los gastos que implicaba la migración a EEUU.
Para los grupos más pobres, el trabajo asalariado seguía siendo la opción más disponible,
como jornaleros o peones, o actividades por cuenta propia en situaciones precarias, como
la venta ambulante, etc. Pero esto no necesariamente significó mejores ingresos a partir
del trabajo, ya que los salarios mínimos disminuyeron en términos reales en un 30%
entre 1990 y 2000. Además, para este grupo, hubo otra consecuencia trascendental para
el futuro de su modo de vida: se había cancelado la opción de la tierra y la agricultura
como opción viable de sustento y base de sus actividades económicas.
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Cifras de la Encuesta Nacional de Empleo. El Censo de Población para 2000 señala una disminución
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