Presentación de Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra

Anuncio
PTatricio
Jara
chilena…
aller de
Letras N° 49: 279-280, 2011 Dossier: Últimos textos de la narrativa
issn 0716-0798
Presentación de Formas de volver a casa,
de Alejandro Zambra
Por Alejandra Costamagna
El protagonista de La vida privada de los árboles, la anterior novela de
Alejandro Zambra, escribe una novela acerca de un hombre que se dedica a
cuidar un bonsái. Y en algún momento de la historia, el narrador en tercera
persona (tal como el narrador de Bonsái, la primera novela de Zambra),
concluye lo siguiente: “Ahora piensa que el único libro que sería valioso escribir es un relato largo sobre aquellos días de 1984. Ése sería el único libro
lícito, necesario”. Y un par de páginas más adelante zanja: “En vez de hacer
literatura, debería haberse hundido en los espejos familiares”.
Formas de volver a casa –esta tercera novela, ya sin ramas ni arbustos
en el título– es tal vez aquel único libro lícito, necesario, prefigurado en las
páginas de La vida privada de los árboles, que a su vez brota de esa primera
miniatura llamada Bonsái. Y si ahora asistimos a un relato en primera y no
en tercera persona, acaso sea porque el narrador se ha hundido, o ha creído
hundirse de una vez por todas, en los espejos familiares para iluminar ciertos
rincones de la memoria. Los rincones de una generación que creció pensando
que la novela, la historia, era la de los padres. Una generación que es también el susurro de una voz perdida; de un narrador que sabe poco, pero al
menos sabe que nadie habla por los demás. Y que “aunque queramos contar
historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia”.
También sabe otras cosas muy útiles, el narrador. Sabe, por ejemplo,
que “es mejor no ser personaje de nadie, no salir en ningún libro”. O que “al
escribir nos comportamos como hijos únicos”. Y entonces quien narra desde
el presente escarba hasta hacerse un espacio en aquel lugar remoto de los
descendientes. Del hijo que hoy podría ser el padre y que tal vez frente a esa
vertiginosa proyección (o tal vez porque necesita borrar esa atroz proyección)
se pone a pensar que ahora les toca a ellos, a los chilenos nacidos en los
años 70 y criados en los abrumadores 80, escribir esa historia de personajes secundarios, como dirá el protagonista. Escribirla en plural y en primera
persona. Vestirnos con la ropa de nuestros padres y ponernos en su pellejo
y propinar palabras, tal vez, como una forma de no desaparecer. Si es que
eso todavía es posible. Recuperar los hilos de un tejido deshilvanado, todo
hilachento, para preguntarnos quiénes somos, quiénes fuimos. O quiénes
pudimos haber sido y en qué nos hemos convertido; en qué cresta nos hemos
convertido los adultos de hoy. Pero éste no es un alegato de la inocencia ni un
ejercicio de victimización. Las preguntas no están arrojadas en estas páginas
para encontrar explicaciones ni para juzgar, sino más bien para entender:
para reunir las figuras dispersas de un álbum familiar y asomar la cabeza a
esas imágenes borroneadas en alguna esquina de la memoria.
El lugar de la escritura es acá, al igual que en las dos novelas anteriores,
el espacio del término medio, de la aparente neutralidad: ni ricos ni pobres,
279 ■
Taller de Letras N° 49: 279-280, 2011
ni muertos de miedo ni muertos de la risa. A salvo, en apariencia. Sin traumas, sin arraigo, calladitos con nuestra historia. El narrador de Formas de
volver a casa –que es también el que escribe esta novela, que es también
Alejandro Zambra– cree no tener verdaderos recuerdos de infancia y busca
entonces su lugar en este viaje de regreso a casa porque le parece que ha
crecido demasiado a la rápida, demasiado sin darse cuenta. Tal vez lo que
busca el que escribe, con urgencia, es una legitimación futura en la trama
de su propia historia con minúsculas. Porque sospecha que ésa es también,
aunque sea de forma velada, la Historia con mayúsculas. “Mientras los adultos
mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón”, admite
el protagonista instalado en esa familia regular, sin muertos, sin libros. E
insiste: “Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar,
a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras
la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer”.
Formas de volver a casa es un libro sobre la dictadura, sobre padres que
abandonan a los hijos, sobre hijos que abandonan a los padres, sobre gustos
y nada escrito, sobre la vulnerabilidad, sobre niños o gatos perdidos, sobre
adultos desaparecidos, sobre la culpa, sobre la culpa de no sentir culpa, sobre
terremotos y réplicas, sobre el medio pelo, sobre literatura y sentimentalismo,
sobre el tiempo del miedo y el tiempo de las preguntas, sobre la imposibilidad
de ser neutros. Y sobre la negación de todo lo anterior.
Sobre todo, sobre la negación de todo lo anterior.
Porque éste es, además, un ensayo acerca de los límites de la escritura.
Un ejercicio de abandono de la ficción sin renunciar del todo a la ficción. Se
trata de una construcción narrativa que, mientras avanza en la historia y la
cristaliza, va también borrándola. Y va huyendo de la grandilocuencia, de la
complejidad estructural, de la intriga y del final redondito para hacer brotar
muñones de memoria. Una memoria que aparece como un sitio baldío, lleno
de maleza y chatarra. Con más plazas desiertas que jardines bien cuidados.
Un lugar donde podemos perdernos o tratar, al menos, de perdernos. Lejos
de virtuosismos vacíos, muy lejos de las metamuletillas y las reducciones
teóricas, Formas de volver a casa fija la vista en el proceso más o menos
imposible de despojarse de uno mismo al escribir. Como si narrar fuera, necesariamente, narrarse. Como si fuera imposible, ya lo decíamos, no estar
en el libro que uno escribe.
“Leer es cubrirse la cara”, apuntará el protagonista. “Y escribir es mostrarla”.
■ 280
Descargar