Acerca de Pastores - Sitio Institucional del Instituto de Filosofía

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DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA
PRÁCTICA ACERCA DE PASTORES Y REYES.
“En la persona de los tres magos adoren todos los pueblos al Autor del universo”.
San León Magno
I.Se escuchó la voz del coro de los ángeles anunciando el nacimiento de
Jesús a los pastores, mientras cantaba: “Gloria a Dios en la alturas y en la
tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14).
¿Por qué se hizo el anuncio a los pastores? Como causa inmediata,
porque estaban allí, en las proximidades del establo donde nace el Salvador.
Eran hombres sencillos, simples, humildes, y también son por este motivo, los
primeros que reciben la buena noticia, y responden a la convocatoria de los
ejércitos celestiales.
Pero también creemos que existen otras razones mediatas por las cuales
los primeros en adorar al Niño Dios hayan sido pastores.
II.Ahora, como nos encontramos en un Instituto de Filosofía debemos
preguntarnos, sin anteojeras ideológicas: ¿quién es un pastor? Es un hombre
que cuida de un rebaño, propio o ajeno, que lo apacienta.
Un pastor es un hombre que realiza una tarea, un trabajo, saludable y
magnífico. Es el custodio, que vela por el bien de cada animal que integra el
rebaño, sea éste grande o pequeño.
Gustave Thibon cuando se refiere a las tareas del hombre
contemporáneo afirma: “cuando digo humanizar el trabajo, no quiero decir
hacerle necesariamente más fácil y mejor remunerado; quiero decir, en primer
término hacerle más sano. Hay una vida dura y difícil que es humana: la del
campesino, la del pastor, la del soldado, la del antiguo artesano pueblerino…
hay también una vida blanda y fácil que es inhumana, la del obrero standard
en tiempo de altos salarios, la del burócrata amorfo y bien pagado, etcétera”
(Diagnósticos de fisiología social, Nacional, Madrid, 1958, p. 36)
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Pero, además, existen otras vidas sanas la del sacerdote y la del
religioso, la del médico, la del político, la del juez, la del abogado, la del
escribano, la del educador, la del arquitecto y muchas más. Las vidas
sacerdotales y religiosas a veces se corrompen por el olvido de su misión de
servicio a lo sagrado; son invadidas por lo mundano, y acaban en los campos
de la sociología, la psicología, la protesta, el marxismo. La del médico, que
amputada la relación con el paciente por la colectivización de la salud, se
convierte, al decir de Platón, no en un médico de hombres libres, que enseña,
sino en un médico de esclavos, que receta. La del dirigente político, que
renuncia al servicio del bien común por su medrar particular, y de sus nepotes
y secuaces. La del juez, que reemplaza su servicio a la justicia por la acepción
de personas. La del abogado, que de colaborador de la administración de
justicia se convierte en un logrero por la pérdida del honor y la dignidad
profesional. La del escribano, que pierde su autoridad jurídica en la maraña de
normas y en el ahogo de las imposiciones y cargas públicas. La del educador,
que no tiene tiempo para estudiar y ocuparse de los educandos, y que debe
multiplicar sus lecciones para subsistir. La del arquitecto, que ha sustituido
tantas veces a la belleza por el reinado de la fealdad o de la monstruosidad.
Además, hace tiempo que nos gobierna un afán masificador e igualitario
que nivela para abajo; hace tiempo que el Estado ha dejado de ser una
“persona de bien” y cualquier funcionario honesto, por lo menos, molesta.
Todo esto se agrava en las megalópolis y en las grandes ciudades.
III.Hace poco, desde la miopía ideológica, hemos escuchado parcializar la
venida del Mesías, quien se habría dirigido a los pastores porque eran
“marginados”. ¡Por favor!
A esta mirada torva, torcida, errónea, le opondremos la magnífica
descripción que hace Saint-Exupéry, de la vida como pastor y hombre libre, de
un esclavo que había conocido en Cabo Juby, en el Sahara Español. Como
todos los esclavos había perdido hasta su nombre y se llamaba Bark.
El esclavo había vivido en Marruecos del Sur, y no como un marginado
ni un villero, sino como un señor; allí, era conductor de rebaños, único
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responsable de un pueblo de ovejas, “único conocedor de las tierras
prometidas hacia las que ascendían, único capaz de leer su ruta en los astros,
macizo en una ciencia que no es dada a las ovejas, él decidía sólo con su
sabiduría, la hora del reposo, la hora de las fontanas. Y a la noche, de pie,
durante el sueño de las ovejas, lleno de ternura por tanta debilidad ignorante y
bañado de lana hasta las rodillas, Mohamed, médico, profeta y rey, rogaba por
su pueblo”.
Hasta que un día muy triste, es raptado por los árabes y vendido como
esclavo. Entonces, sí podemos hablar de un “marginado”, que ha perdido hasta
su nombre, y realiza día y noche el trabajo de los esclavos, privado como un
sordo de voces familiares.
Si no hubiera sido por los hombres de La Línea quienes, con su
generosidad sin alardes, compraron muy cara su libertad, su existencia habría
acabado como la de tantos esclavos: después de muchos años los bereberes le
darán la libertad, cuando sea demasiado viejo para valer lo que coma o lo que
vista. “Era como si le hubieran dicho: Has trabajado bien. Tienes derecho al
sueño. Vete a dormir… Poco a poco se mezclaba con la tierra. Secado por el
sol y recibido por la tierra. Treinta años de trabajo y, después este derecho al
sueño y a la tierra” (Terre des hommes, Gallimard, París, 1965, ps. 200/202).
Por último, el propio Jesucristo, en el Evangelio, se compara con un
pastor: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a
mí… También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las
tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo
pastor” (Juan, 10, 14 y 16).
Aquí tenemos al arquetipo divino de todos los buenos pastores
humanos. Porque también existen los malos pastores, ya denunciados, con
palabras de tremenda actualidad, por el profeta Ezequiel: “¡Ay de los pastores
de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el
rebaño? Vosotros os habéis tomado la leche, vestido con la lana, habéis
sacrificado las ovejas más gordas: no habéis apacentado el rebaño. No habéis
fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma, ni curado a la
que estaba herida, no habéis tornado a la descarriada ni buscado a la perdida;
sino que las habéis dominado con violencia y dureza. Y ellas se han
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dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras”
(34, 2/5).
IV.Pero si la manifestación del Mesías a los judíos, comienza por los
pastores, la Epifanía a los gentiles se hace a través de reyes, de reyes que son
ricos, uno le ofrece oro, y tienen cierto poder y fama, por eso son recibidos por
Herodes.
Como expresa ese gran Papa que fue san León Magno, “la estrella hizo
salir de su país a los tres magos, para que conocieran y adoraran al Rey del
cielo y tierra. Su docilidad es para nosotros un ejemplo que nos exhorta a
todos a que sigamos, según nuestra capacidad, las invitaciones de la gracia que
nos lleva a Cristo”.
El llamado del Redentor se dirige a todos los hombres, judíos y
gentiles, ricos y pobres, sabios e ignorantes, no como afirma ese cantito tan
común en algunas iglesias “no has llamado a sabios ni a ricos”. No fueron
llamados pues ni Alberto Magno, ni Tomás de Aquino, que fueron sabios. No
fueron llamados José de Arimatea, ni Nicodemo, que eran ricos. No advierten
esos cortos de seso que en Dios no hay acepción de personas. La aserción del
canto, es ignorancia culpable o herejía.
Los reyes son ricos, y traen sus dones: incienso, a Dios; oro, al Rey;
mirra, al Hombre. ¿Pertenecerán a los “vandálicos ricos” denunciados por
Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú (ver nuestra Declaración
“acerca de corrupciones, saqueos y confusiones”)? No lo creemos.
Y no lo creemos porque en estos Reyes brilla la magnificencia y
quieren que sus dones lleguen a todos los niños del mundo. Pero como eso es
imposible materialmente, delegan en los padres, que son quienes mejor
conocen las necesidades, los deseos y las inquietudes de sus hijos, esa tarea.
Son los Reyes Magos quienes cada 6 de Enero regalan a través de sus
delegados, representantes o mandatarios. No es ese mamarracho de Papá
Noel, en quien aparece desfigurada, por el comercio y el consumo, la noble
figura de San Nicolás de Bari.
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Papá Noel, sus renos, su trineo, nunca podrán ser criollos, nuestros; son
constitutivamente extranjeros, foráneos. Pero sí los Reyes Magos, a quien
nuestro poeta y amigo, Miguel Angel Etcheverrigaray, les dedicó “Huella de
Epifanía”, algunas de cuyas estrofas transcribimos:
“A la huella, a la huella,
Reyes de Oriente:
hay que seguir la estrella
que luce al frente.
Camellos en mis pagos
no hay o son gringos,
por eso aquí los Magos
montan en pingo.
Baltasar un tordillo,
Gaspar un moro,
Melchor un doradillo;
tres fletes de oro.
A la huella, a la huella,
huella de pampa;
en el alma la estrella
se les estampa…
A la huella, a la huella,
siguiendo el viaje,
que se hace luz de estrella
todo el paisaje.
A la estrella, a la estrella
de Epifanía,
llévame por la huella
Virgen María”.
Buenos Aires, enero 6 de 2014.
Enrique Roulet
Bernardino Montejano
Pro-secretario
Presidente
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