Esclavos del siglo XXI

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Esclavos del siglo XXI... en España
Antena 3 emite hoy un reportaje de EL MUNDO TV sobre las redes africanas que se
dedican al tráfico de personas en nuestro país
EL MUNDO TV
LOS NUEVOS OPRIMIDOS. EL REPORTAJE DE INVESTIGACION QUE EMITE
ESTA NOCHE ANTENA 3 A LAS 23.55 HORAS DESCUBRE LA NUEVA
ESCLAVITUD A LA QUE SON SOMETIDAS EN ESPAÑA PERSONAS QUE
PROVIENEN DEL AFRICA OCCIDENTAL. UNA ESCLAVITUD EN LA QUE YA
NO SE UTILIZAN NI GRILLETES NI LATIGOS PERO SI LA HUMILLACION Y
LA EXPLOTACION. ESTOS NUEVOS OPRIMIDOS, LOS ESCLAVOS DEL SIGLO
XXI, SE DEDICAN A LA PROSTITUCION Y A LAS LABORES AGRICOLAS
BAJO CONDICIONES DE TRABAJO INFRAHUMANAS. LA MADRILEÑA CASA
DE CAMPO Y LOS INVERNADEROS DE LA COSTA OCCIDENTAL DE
ALMERIA SON LOS ESCENARIOS DONDE EL MUNDO TV HA CENTRADO SU
INVESTIGACION Y HA HALLADO HISTORIAS ESPELUZNANTES QUE
PARECEN SACADAS DEL PASADO NEGRO.
Las mujeres que ejercen la prostitución en la Casa de Campo son traídas de
manera ilegal a España en vuelos poco vigilados y pagan una deuda contraída por
el viaje con un patrocinador.
«Estas chicas te las vendo con garantía, si no te pagan o tienes algún problema, llamo a
Nigeria y mi padre se carga a sus familias. Así son las cosas allí. Africa no tiene nada
que ver con Europa». Con su blanca sonrisa, Steven Jovia nos lo confirma: comprar
seres humanos en España es un negocio rentable.
Jovia es la cabeza en nuestro país de un clan familiar que opera en toda Europa
vendiendo hombres y mujeres al mejor postor. Empezamos por seguir diversos grupos
de chicas que hacen el turno de la noche, para saber dónde y con quién viven.
Estas mujeres trabajan para sí mismas y se mueven por las zonas rojas de la capital,
aunque sus lugares de residencia son Móstoles, Getafe, Leganés o Alcorcón. Areas de
alquiler más barato en el sur de Madrid, donde un piso modesto puede albergar de
cuatro a ocho personas, siempre vigiladas por una Mama o la pareja sentimental de
alguna, un chulo que les raciona el dinero, el tiempo y las amistades.
Una de las ubicaciones imprescindibles es el locutorio, lugar de reunión para los
inmigrantes africanos y punto de partida para nuestra investigación. En las
inmediaciones de uno de éstos repartimos publicidad falsa de un supuesto club en
Asturias como coartada para localizar a los traficantes de personas. Nuestras 200
tarjetas solicitando africanas para trabajar en invierno funcionaron rápidamente.
Mujeres de todas las edades llamaron necesitadas de dinero fácil.
Pero el anzuelo del club falso también lo mordieron varios hombres interesados en
vendernos su mercancía. Se les conoce como los promotores porque tienen la capacidad
económica para traer a España decenas de chicas para las cuales el primer mundo
resultaría inalcanzable.
El «promotor»
Kevin fue uno de los primeros interesados. Aseguró tener contactos para conseguir entre
10 y 20 chicas. Ante la posibilidad de llevarse una comisión, no tardó en ponerse en
contacto dejando un mensaje en el que hablaba de organizar una cita con el promotor en
la plaza de Aluche.
Kevin acudió al día siguiente acompañado de otro nigeriano, de nombre Steven Jovia.
La reunión empezó en la hamburguesería dentro de un centro comercial. Allí nos
esperaban dos chicas recién llegadas que no superaban los 20 años. Kevin hizo las
presentaciones: «Este es el tío del que os hablé, él las trae de Africa, es su jefe y ellas le
pertenecen. Tiene seis en este momento, más otras dos que llegarán en avión mañana.
Podéis negociar con él».
Para tantear al traficante le pedimos cuatro mujeres poniendo como condición que
tuvieran papeles. Jovia nos contesta bajito, pero sin vacilar, que por 500.000 pesetas su
abogado consigue un permiso de residencia permanente. «En tres días lo arregla todo,
con la policía, con los del Gobierno, es un cacho abogado».
El negocio es infalible: cada chica vale dos millones de pesetas (valor de compra venta),
pero como sus nuevos dueños recibiríamos 10 millones que ella iría pagando a lo largo
de los meses que fueran necesarios (valor de la deuda). «Si las ponéis a trabajar bien y
son espabiladas os lo terminarán de dar en un año».
«Jovia, vas a tener que esperar. El club en Asturias no abrirá hasta final de mes. El
gerente ha tenido algunos problemas». Con este pretexto llamamos dos semanas
después a nuestro contacto, pero él insistió en vernos inmediatamente. La cita fue en
Aluche y Jovia se presentó antes de lo acordado. Estaba tenso y tenía prisa por cerrar el
trato. Según nos dijo, conseguir los papeles de tantas mujeres y alojarlas en su casa lo
estaba arruinando.
La situación era paradójica, Jovia prefería mantener a las recién llegadas en vez de
prostituirlas, porque después no las podría vender tan fácilmente.
Toda chica que firma el contrato en Nigeria sabe que cada dólar entregado reducirá su
deuda total. Dicho saldo lo tienen presente como la cuenta regresiva para su libertad. Si
Jovia empezaba a usarlas y le pagaban a él, después no podría venderlas con la garantía
de que devolverán cinco veces su propio precio.
¿Pero quién les marca semejante cantidad? Jovia responde: «Yo se lo advierto en
Africa. Si te llevo a Europa, ¿me pagarás 50.000 dólares? Si ellas dicen que sí, entonces
se firma un papel. Si no te pagan o tienes algún problema, llamo a Nigeria y mi padre se
carga a sus familias».
La conversación sube de tono, Jovia golpea la mesa y se exalta al confesarnos que en su
país quien tenga riquezas puede acribillar al que sea y nadie se entera.
Jovia nos exigió una cantidad por adelantado para cubrir sus gastos. Para ello hubo una
reunión final en un céntrico hotel en el que se instalaron dos cámaras ocultas. En esta
última cita el proxeneta conocería al jefe del supuesto club asturiano (otro periodista)
para cerrar el trato.
Invernaderos
Jovia estuvo a la defensiva, permaneció con las gafas de sol toda la entrevista y casi
enmudeció. «¡Quiero ver vuestros papeles!, no sé si sois policías».
Si la esclavitud femenina se centra casi exclusivamente en torno a la prostitución, la
ejercida sobre los hombres africanos se camufla bajo los invernaderos del milagro
almeriense de El Ejido.
La investigación llevada a cabo por EL MUNDO TV resalta las difíciles relaciones
entre los almerienses y los trabajadores extranjeros de los invernaderos. «No somos
racistas, lo que pasa es que no nos gustan ni los moros ni los negros ni los gitanos»,
dicen algunos propietarios de invernaderos.
Cada amanecer, las plazas de varios pueblos de la zona se llenan de inmigrantes de
Africa, Ecuador, el Magreb o los países del Este para buscar un patrón, un jefe que les
quiera para la cosecha en los invernaderos. La espera se prolonga hasta las 9.00 horas y
sólo unos pocos son elegidos para subir en las camionetas que les llevarán a una jornada
de recogida de pepinos, calabacines, tomates o sandías.
En una de estas mañanas, Abuy -un guineano que accedió a hacerse pasar por un
inmigrante sin papeles- comprobó cómo algunos empresarios sacan adelante sus
explotaciones con trabajadores ilegales a los que pagan lo que quieren. Abuy cobró por
media jornada de trabajo (de 9.00 horas a 14.00 h.)... 2.000 pesetas.
Tina, una chica buena
Tina es una guapa chica de 22 años, tiene un novio serio y se prostituye desde hace un
año y medio, desde que la trajeron. Como la mayoría, Tina afirma tener pagada su
deuda, cosa difícil de creer si se echan cuentas por tiempo de trabajo y precio de los
servicios.
Como presentación, Tina te lanza sus primeras palabras en español: «1.000 chupar,
2.000 follar», vocabulario indispensable para moverse en este negocio.
Así están las cosas en un mundo entre las exuberantes rubias de ojos azules del Este
europeo, el dulce acento de las sudamericanas y el exotismo salvaje de las africanas.
En la conversación que tuvimos con ella, Tina nos habla de sus sueños blancos, sus
pinitos en la peluquería de una amiga en el cercano barrio de Campamento y de su vida.
«Yo soy una buena chica, yo pido perdón a Dios por este trabajo pero éste no mí país»,
nos cuenta mientras su mirada se vuelve infantil.
Nos cuenta que para su familia, allá en la lejana y perdida Sierra Leona, ella es una feliz
peluquera que les manda un dinero que les ayuda a sobrevivir.
Se los imagina allí, los domingos a la salida de la iglesia, construyendo la vida de su
hija junto a un novio blanco que pronto conocerán y unos futuros nietos con pasaporte
del primer mundo. Mientras, Tina paga su deuda y baila entre los árboles con sus
amigas.
Las miradas blancas que conoce son o de deseo barato o de desprecio de vuelta a casa
en el autobús. Ella cierra los ojos de puro cansancio y como único escudo a un mundo
que no conoce y que no le dejan conocer.
Acabada la charla, la chica buena con sueños de peluquera sale del coche con aire
agresivo, masca chicle con descaro y su mirada se vuelve felina cuando ve un coche.
Cosas del oficio.
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