domingo faustino sarmiento

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DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
Recopilación realizada por Ángel Cabaña Integrante del equipo del CEDOC
Escritor, educador y estadista argentino, nació en San Juan el
día 15 de febrero de 1811 y murió en Asunción del Paraguay el
11 de septiembre de 1888. En su homenaje se celebra en esta
fecha el Día del Maestro.
Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que
mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo
que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido
todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores
humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido
favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la
tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna, que
nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero
una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que
yo esperé, y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores
condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las
instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de
vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que
yo gocé sólo a hurtadillas.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
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INTRODUCCIÓN
A lo largo de nuestra historia, la interpretación histórica se inserta en la lista de
causas que nos enfrentan a los argentinos. Salvo las figuras de San Martín y
Belgrano, el resto de nuestros próceres inspiran encendidas polémicas.
Un ejemplo de este enfrentamiento lo tenemos en la figura de Domingo
Faustino Sarmiento, educador, historiador y sociólogo, político, escritor,
periodista, militar, diplomático, senador, ministro y Presidente de la Nación,
en torno a cuya figura se repiten argumentos que sirven tanto para venerarlo
como para denostarlo.
De él se dijo que era: arrogante, visionario, ambicioso, canalla, asesino,
insoportable por sus viarazas, titán, el más fanático de los sectarios, Don Yo
por su vocación de autoelogio, patotero de la palabra, irónico, visceral,
alborotador, vehemente político; maestro del fraude electoral, incomprendido,
violento en nombre del progreso y la civilización; perseverante, instrumento
de la oligarquía porteña; indomable, intelectual amamantado en el
pensamiento liberal europeo; racista; genio, burgués sin burguesía,
propagandista del trabajo productivo, agresivo, traidor, constructor de la
Argentina, loco de atar.
Criticado por asociar la barbarie con el campo y las ciudades con la
civilización para “azonzar” a los argentinos e implantar la “colonización
pedagógica” a través de la inmigración europea”; despreciar y exterminar a
indios, negros, gauchos y caudillos federales porque obstaculizaban el
progreso del país; admirar incondicionalmente las instituciones republicanas y
democráticas de los Estados Unidos; denigrar la España monárquica y católica
“que nos había dado el idioma y la fe”; formar con los emigrados de
California una colonia norteamericana en el Chaco, intentar crear una escuela
yanqui en San Juan, auspiciar la enseñanza del inglés y francés; a favor de
Francia e Inglaterra durante el conflicto de éstas con Rosas y de la ocupación
de las Malvinas por Inglaterra; entregar la Patagonia a los chilenos; instigar el
aniquilamiento del pueblo paraguayo, así como de imaginar unos Estados
Unidos del Río de la Plata (Argentina, Paraguay y Uruguay) con capital en la
isla Martín García. Sujeto de burla en la ciudad de Buenos Aires por haber
proyectado en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires el Jardín
Botánico y el Jardín Zoológico; insultado y casi golpeado por un grupo de
jóvenes siendo senador por negarse a apoyar una ley de amnistía a los
insurrectos mitristas de 1874; víctima de un atentado organizado por dos
jóvenes italianos, y, ya convertido en estatua, blanco de piedras, pintadas,
explosivos y bombas de alquitrán arrojadas por los jóvenes de la agrupación
nacionalista Tacuara por ser uno de los principales inspiradores de la ley 1420,
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de enseñanza laica, en menoscabo de la escuela confesional. Acusado por
miembros del revisionismo histórico de ser el principal responsable de la
introducción de ideas extrañas a nuestra tradición colonial, católica e
hispánica.
¡Honor y gratitud al gran Sarmiento! ¡Gloria y loor! ¡Honra sin par/ para el grande entre
los grandes,/Padre del aula, Sarmiento inmortal!
Sin embargo, más allá de las críticas que recibió, aparecen aspectos
sumamente reivindicables de su recorrido como hombre público: concebir a la
educación como el factor prioritario en el proceso de modernización que
permitiera crear un mínimo de igualdad de oportunidades al mayor número de
habitantes. En particular, la instrucción primaria, bajo la responsabilidad del
Estado –el gobierno federal y los gobiernos provinciales- independiente del
poder político y de la influencia religiosa, impartida, sin distinciones, tanto a
varones como a mujeres, antes que la universitaria, para formar elites,
costeada por los pobres que no educan a sus hijos; la lectura como la garantía
de la emancipación intelectual, ya que “todo se aprende leyendo”, su pretensión de
hacer de los exámenes públicos, un acto solemne y una fiesta popular; haber
invitado a 67 maestras de Estados Unidos para la formación de docentes
actualizados; sus ideas en materia de edificios escolares. Su rechazo al pasado
colonial por su peso en la sociedad y en la cultura pese a la independencia
política lograda en 1810; el haber señalado los efectos del ambiente local,
caracterizado por la escasa población y el estancamiento del comercio y las
comunicaciones; instalar, junto a la educación, la tecnología y la ciencia y la
inmigración en el centro de la escena para transformar la Argentina; lograr que
el Estado diera carta de ciudadanía comercial al alambrado y que todo el país
dejara de ser camino; su sensibilidad para comprender y superar el
relegamiento de las mujeres de su época mediante la denuncia el maltrato
doméstico y las observaciones sobre usos y costumbres: “¡ Si fuera yanqui! -le
escribe a Aurelia Vélez- Si viese ferrocarriles, vapores, hoteles, calles llenas de jóvenes
solteras, viajando como aves del cielo, seguras, alegres, felices!”; haber editado libros de
enseñanza religiosa en reemplazo de los libros muy malos que se empleaban
en las escuelas ante la indiferencia e inercia de las autoridades eclesiásticas; el
haber dirigido El Monitor de las escuelas primarias (1849), la primera revista
de educación que apareció en América y fundar, con José Hernández (Martín
Fierro, 1872), nuestra literatura con su Facundo (1845), donde tocó por
primera vez el tema de la ciudad y el campo, la “barbarie” y la “civilización” en
América; ser protagonista con Juan Bautista Alberdi de la más célebre
polémica de la organización nacional –las Cartas Quillotanas y las Ciento y
una-; su comprensión de la necesidad de introducir el mapa en lugar del
baquiano y el Remington en el ejército de línea; como Presidente de la Nación
la reglamentación del servicio en la Biblioteca Nacional, la creación de
bibliotecas populares y la fundación de la primera Escuela Normal para la
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formación de maestros, la instalación del primer servicio de tranvías, el
Colegio Militar, la Escuela Naval y el Observatorio Astronómico de Córdoba,
la realización del Primer Censo Nacional.
“¡Bárbaros! ¿No queréis, en fin que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro
auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas para que vengan a sentarse en medio de
nosotros? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así nomás! No se renuncia aunque los pueblos
en masa nos den la espalda…La Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en
cambio de nuestras materias primas, y ella y nosotros ganaremos en el cambio. La Europa
nos pondrá el remo en las manos y nos remolcará río arriba… ¿Traidores a la causa
americana? ¡Cierto! Dicen todos. Traidores es la palabra. ¡Cierto! Decimos nosotros.
¡Traidores a la causa americana española, absolutista, bárbara!...
Directo, siempre firmando lo que escribía porque sabía que cumplía con su
deber, honesto sin intención alguna de enriquecerse, familiarizado con los
grandes problemas del país, de inteligencia similar a su voluntad, polemista y
polémico, de contar cautivante, supo expresar su pensamiento con pasión:
“escribid con amor, con corazón, lo que se os alcance, lo que os antoje, que eso será
apasionado, aunque a veces incorrecto; agradará al lector aunque rabie Garcilaso…”.
En su vejez, en una sociedad donde muchos habitantes vivían mejor pero
escaseaban los ciudadanos, sus esfuerzos por el reparto de la tierra y la
participación republicana en la política se vieron frustrados por una elite
letrada (de la que él formaba parte) que denominó “aristocracia con olor a bosta”
la que, al igual que en Europa, se valía de la violencia, la corrupción y los
fraudes en las elecciones, sólo interesada en el goce del ocio a costa del erario
público. Afortunadamente, quedaría en pie su proyecto de educación popular.
No obstante, lejos de una ancianidad inútil y solemne, crea un parque forestal
en Carapachay, casi funda en Junín una lechería modelo, escribe un libro de
selvicultura y, consecuente consigo mismo en sus creencias, dice a sus
familiares: “Así como yo les he respetado sus creencias, sin violentarlas jamás,
devuélvanme ahora ese respeto. Que no haya sacerdote junto a mi lecho de muerte. No quiero
que una debilidad pueda comprometer la integridad de mi vida”.
Sarmiento fue despedido de este mundo con honores de presidente de la
República, 30 oradores, acorde con nuestra cultura necrológica, lo alabaron,
incluso aquellos que lo habían combatido; mucha gente, a pesar de la lluvia, lo
acompañó hasta el cementerio de la Recoleta. Tapa en todos los diarios..
Muchos años después, en 1947, la Confederación Interamericana de
Educación declararía el 11 de septiembre Día Panamericano del Maestro en
homenaje a su pasión educadora.
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En síntesis, en estas 131 páginas reunimos amplia información sobre un
Sarmiento en cuerpo y alma. A través de datos sobre su trayectoria de hombre
público, un mosaico de opiniones de destacados representantes de la cultura
argentina y algunos extranjeros; fragmentos de escritos del propio Sarmiento;
anécdotas y pensamientos que lo pintan de cuerpo entero; actividades para la
escuela secundaria; una novelas y un artículo periodístico que dejan constancia
de su proximidad y permanencia.
A modo de cierre, la bibliografía usada, a tono con el espíritu que prevaleció a
lo largo de este trabajo, ofrece material adecuado para debatir sobre porqué la
vida de Sarmiento sigue generando polémica.
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INDICE
INTRODUCCIÓN
DATOS BIOGRÁFICOS
CHILE: UNA SOCIEDAD BURGUESA
El ESCORIAL, UN CADÁVER FRESCO
LAS FRUICIONES QUE ESTÁN AL VULGO VEDADAS
SARMIENTO VIAJERO
LA CIUDAD Y EL CAMPO
SARMIENTO: ESTADO Y EDUCACIÓN
UNA GRAN POLÉMICA NACIONAL
“¡CERQUEN, NO SEAN BÁRBAROS!”
SARMIENTO: GOBERNADOR DE SAN JUAN
LA VIOLENCIA DE LOS CIVILIZADOS
LA ESCUELA NORMAL DE PARANÁ
LA UNIVERSIDAD PARA LOS RICOS
LAS FIESTAS PÚBLICAS. LA ALFABETIZACIÓN
UN ESCRITOR FECUNDO
INTRODUCCIÓN AL FACUNDO (FRAGMENTOS)
LAS IDEAS Y LOS PROYECTOS DE ALBERDI Y SARMIENTO
SARMIENTO Y LA “BARBARIE”.
SARMIENTO Y LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
SARMIENTO Y LA PROBLEMÁTICA FEMENINA
SARMIENTO Y LA CONSTITUCIÓN DE LA CIUDADANÍA
LETRADA
MANIFESTACIÓN DE MAESTROS PARA RECIBIR A
SARMIENTO
PROGRAMA DE SARMIENTO
LA POLÍTICA DE LA ÉPOCA
SARMIENTO PRESIDENTE DE LA NACIÓN
LA FIEBRE AMARILLA
LA CRISIS ECONÓMICA DE 1873
RECUERDOS DE PROVINCIA (INTRODUCCIÓN)
LAS ESCUELAS DE SARMIENTO
SORDO Y SENADOR
ORGANIZACIÓN DE LA ESCUELA PRIMARIA: LEY Nª 1420
EL MALÓN
LA CUESTIÓN INDÍGENA
SARMIENTO Y LAS TELECOMUNICACIONES
EDITOR DE LIBROS DE ENSEÑANZA RELIGIOSA
SARMIENTO SOCIAL
SARMIENTO EN PEQUEÑAS DOSIS
ANECDOTARIO
SARMIENTO: SUS ÚLTIMOS AÑOS
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SARMIENTO Y MARIQUITA SÁNCHEZ VIUDA DE THOMPSON
SARMIENTO & AURELIA VÉLEZ: CONTRA VIENTO Y MAREA
HIMNO A SARMIENTO, LEOPOLDO CORRETJER
SARMIENTO, POEMA DE JORGE LUIS BORGES
OPINIONES SOBRE LA OBRA Y EL PENSAMIENTO DE
SARMIENTO:
SARMIENTO
SEGÚN
LAS
DISTINTAS
CORRIENTES
HISTORIOGRÁFICAS
AQUELLOS HOMBRES
EL ILEGALISMO HISPANOAMERICANO
LAS IDEAS SOCIOLÓGICAS DE SARMIENTO
LA IDEOLOGÍA IMPORTADA
LANZA, REMINGTON Y ESCUELA
EL PROGRESO SOCIOCULTURAL COMO REQUISITO DEL
PROGRESO ECONÓMICO
REPUDIO DE LA HERENCIA COLONIAL
CONCEPCIÓN HISTÓRICA DE LAS MONTONERAS
LA ILUSIÓN DE LAS OLIGARQUÍAS
HOMENAJE A SARMIENTO
SARMIENTO EDUCADOR
ACTIVIDADES PARA LA ESCUELA SECUNDARIA
BIBLIOGRAFÍA
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DATOS BIOGRÁFICOS
Los padres de Sarmiento fueron José Clemente Sarmiento, hombre patriota y
emprendedor, y Paula Albarracín, verdadera columna del modesto hogar,
construido y luego mantenido gracias a su trabajo y abnegación. El retrato de
sus padres, de su hogar y de los primeros recuerdos de su infancia forman dos
capítulos de su Recuerdos de provincia, intitulados: “La historia de mi madre”
y “El hogar paterno”.
En 1817 ingresó en la Escuela de la Patria, donde se distinguió como el
alumno más aventajado. Su primer maestro fue Ignacio Fermín Rodríguez,
quien lo orientó en los momentos decisivos para la formación de su
personalidad, dándole a leer libros y enseñándole latín, geografía y religión,
fue su tío, el presbítero José de Oro.
Cuando contaba tan sólo quince años, en 1826, fundó en San Luis, en San
Francisco del Monte de Oro, su primera escuela. A sus alumnos, jóvenes de su
misma edad e incluso mayores que él, sarmiento les contagió el deseo de
aprender y su gran amor a los libros. En 1827 trabajó en la tienda de su tía,
Ángela Salcedo, en San Juan, y poco tiempo después se trasladó a Chile por
asuntos de negocios.
En 1830, horrorizado por la actitud de los caudillos, se hizo unitario y se alistó
con el grado de ayudante en las tropas de Nicolás Vega, que se había
sublevado contra Facundo Quiroga, e intervino en varios encuentros.
Derrotadas las fuerzas unitarias en la batalla de Chacón, huyó a Chile,
acompañado de su padre.
Sarmiento en Chile
En Chile fue maestro, en Valparaíso trabajó como dependiente de tienda, en
Copiapó y Chañarcillo como minero; allí enfermó gravemente de tifus y sus
compañeros decidieron enviarlo rápidamente a San Juan, pues temían por su
vida. En 1836, de vuelta en San Juan fue protegido por el doctor Antonio
Aberastain, y fundó la Sociedad Literaria, filial de la Joven Argentina. Esta
Sociedad Literaria era una verdadera logia, en la cual se leían y discutían los
libros y las ideas más avanzadas de la época. En 1839 fundó El Zonda, del
cual aparecieron tan sólo seis números, pero que tiene el valor de haber sido el
primero de los periódicos que fundó Sarmiento. También en el mismo año,
fundó el Colegio de Pensionistas de Santa Rosa para mujeres, cuyo reglamento
redactó y del que su primer director; éste fue el comienzo de su intensa
política educacional, pues poco o nada se había hecho hasta el momento.
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Los artículos de El Zonda lo malquistaron con el gobierno de Benavides,
caudillo que respondía a Rosas, quien lo encarceló y mandó castigar
brutalmente. Consecuencia de estos hechos fue su segundo destierro a Chile
en 1840. Al alejarse de su suelo natal, grabó en los Baños del Zonda, sobre
una piedra, las célebres palabras de H. Fortoul: On ne tue point les idées, o sea
“Las ideas no se matan”. Su segundo destierro en Chile duró de 1840 a 1851,
con el paréntesis de un viaje a Europa en 1845-1848. La actividad que
desarrolló en Chile fue realmente portentosa. Sin más ayuda que su talento,
luchó con todo y con todos hasta lograr los altos fines que se había impuesto.
En Chile maduró su talento de escritor, y puede decirse que mucho de lo que
Chile fue después como país culto y emprendedor se lo debe, aunque en
menor proporción que al gran venezolano Andrés Bello, a esta gran argentino
y americano. Allí fue redactor de El Mercurio, donde combatió al
tradicionalismo y los resabios de la colonia. En 1841 fundó la Crónica
Contemporánea de Sud América y empezó su amistad con el entonces ministro
chileno Manuel Montt, quien en cierta oportunidad le dijo a Sarmiento: “Salvo
presidente, usted puede ser todo en Chile”. También en 1841 volvió a cruzar la
Cordillera para incorporarse al ejército de Lamadrid que luchaba contra Rosas.
En plena montaña, en Rodeo del Medio, se encontró con los restos del
ejército vencido; organizó entonces lo que fue una jornada memorable: el
salvamento de los varios centenares de soldados fugitivos, perdidos en la
nieve. Regresó a Chile y fundó junto con Manuel de la Barra El Nacional; luego
fue nombrado por Montt director de la Escuela Normal de Profesores de
Santiago de Chile.
La obra escrita de Sarmiento
Publicó su primera obra en 1843, Mi Defensa, apunte autobiográfico, para
responder a los ataques de los que era blanco. Siguió recuerdos de provincia;
en 1845 publicó El general Félix Aldao y Facundo, y en 1846 Método gradual de
lectura. Para estudiar los problemas relacionados con la educación y salvarlo de
los encarnizados enemigos, Montt lo envió a Europa y a Estados Unidos
(1845-1848). De este viaje regresó muy rico en experiencias y se vinculó a
grandes hombres del extranjero; en 1849 publicó De la educación popular, en el
que informaba de lo que había visto sobre el particular en todos los países que
había visitado, y casi de inmediato publicó Viajes por Europa, África y América.
En Estados Unidos conoció personalmente, llegando a ser buen amigo, del
educador, estudioso, revolucionario de la organización y enseñanza pública de
su país natal, Horace Mann (1796-1859).
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En 1850 se embarcó para Montevideo (el sitio ya había sido levantado) con
Mitre y otros argentinos para ponerse a las órdenes de Urquiza, que preparaba
el ejército que venció a Rosas en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Después del triunfo, disgustado con Urquiza por creerlo orientado hacia la
dictadura, se expatrió voluntariamente. Primero viajó a Río de Janeiro y luego
regresó a Chile. En 1852 publicó allí Campaña con el Ejército Grande, dedicada a
Alberdi y en cuyas páginas critica fuertemente a Urquiza. Por ese hecho tuvo
una violenta polémica con el mismo Alberdi, la cual fue origen de Las ciento y
una (colección de las cartas de Sarmiento) y las Cartas quillotanas (colección de
las de Alberdi).
En 1852 también inició en Santiago de Chile la publicación de El Monitor de las
Escuelas Primarias, primera revista de educación que apareció en América. En
1854 renunció a la diputación en Buenos Aires y Paraná; en la lucha que se
entabló entre Buenos Aires y la Confederación (Mitre y Urquiza) dijo
Sarmiento que él “se sentía provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias y
eEargentino en todas partes”.
En 1855 se trasladó a Buenos Aires, abandonando Chile. Fue el comienzo de
la etapa más gloriosa en su destino de constructor de la nueva Argentina. Fue
concejal de la ciudad, jefe del departamento de Escuelas, senador, diputado a
la convención provincial y ministro del gobierno de Mitre, y gobernador de
San Juan (1862-1864), donde desarrolló un gobierno progresista. También fue
embajador en Estados Unidos (1865-1868).
Durante su permanencia en Estados Unidos fue elegido presidente de la
República por el periodo 1868-1874. El Journal des Débats de París, al conocer
la elección de Sarmiento, escribió: “el pueblo argentino se honra a sí mismo eligiendo
para presidente a un maestro de escuela, prefiriéndolo a un general”. Llegó al país el 30
de agosto de 1868 y asumió el mando el 12 de octubre.
Carles de Gispert, Historia de la Argentina, Grupo Océano, Barcelona,
2012, p. 778-782
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CHILE: UNA SOCIEDAD BURGUESA
Durante el siglo XIX, el mejor ejemplo del éxito de una sociedad burguesa en
América Latina se encontró en Chile… La fiebre de oro en California y
Australia le abrió grandes mercados a los productos agrícolas chilenos en la
cuenca del pacífico, en tanto que Europa descubrió e importó masivamente el
cobre y los nitratos chilenos. El sentimiento de poseer un superior destino
nacional, incluso llevó a Chile a una guerra injusta contra Perú y Bolivia para
conquistar los depósitos de salitre del desierto de Atacama. Bolivia perdió su
acceso al mar. Perú, sus provincias sureñas. Pero Chile, controlando el
comercio del Pacífico a través del puerto de Valparaíso, vio la emergencia de
grandes fortunas nacionales y, junto con ellas, la creación de instituciones
políticas únicas en el continente sudamericano.
Al cabo, Chile pagó un enorme precio por esta expansión. El país llegó a
depender excesivamente de sólo un par de productos: el cobre o los nitratos.
pero con el aumento o desplome de sus precios mundiales, las fortunas
chilenas ascendieron o se desplomaron también. El país independiente
dependió cada vez más del mundo, y éste cada vez menos de Chile, y cuando
la producción de nitratos sintéticos apareció en Alemania, la nación chilena se
arruinó. En 1918, Chile era un país en bancarrota, precediendo por más de
una década a la gran depresión mundial.
Pero durante los años venturosos del siglo XIX liberal, el desarrollo político
chileno alcanzó un feliz equilibrio en relación con su progreso económico.
Entre la supremacía política de Diego Portales en los años 1830 y la
presidencia de José Manuel Balmaceda en los años 1880, Chile se convirtió en
la más estructurada sociedad política de la América Latina. Es cierto que las
libertades eran algo reservado para las clases media y superior, y no eran
extensibles a campesinos y trabajadores. Pero, dentro de estos límites, Chile
adquirió un equilibrio político basado en el principio del elitismo diversificado.
La vida política desarrolló opciones entre el poder del Congreso y el poder del
Ejecutivo, entre la industria y la agricultura, la iniciativa privada y el sector
público. Recordemos que México y Argentina, en estas mismas épocas,
estaban aplastados bajo las tiranías de Santa Anna y Rosas.
En efecto, Chile se convirtió en el asilo contra la opresión argentina de Rosas.
Le abrió las puertas a los grandes maestros, el argentino Sarmiento y el
venezolano Andrés Bello. Creó el mejor sistema educativo de América Latina.
Sus pensadores eran liberales y anticlericales como José Victorino Lastarria y
Francisco Bilbao; sus historiadores, entre los mejores que jamás hemos tenido:
Benjamín Vicuña Mackenna y Diego Barros Arana.
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Todo ello convirtió a Chile en la primera nación relativamente moderna de la
América Latina. Y una de las primeras señas de la modernidad en nuestras
repúblicas pubescentes fue la aparición de una literatura de la independencia,
novelas y poesía, pero también periodismo e historia. Los más grandes
debates culturales del siglo XIX ocurrieron precisamente en Chile, la nación
con la clase media ascendente y un público lector cada vez más amplio, el país
con instituciones que favorecían la libertad de la elite. El periodismo, liberado
al fin de la vigilancia de la Inquisición, fue la más grandes novedad de todas.
Los dos más grandes periódicos del siglo XIX fueron fundados en Argentina
con cuatro meses de diferencia: La Prensa en 1869 y La Nación en 1870. Los
latinoamericanos podían citar las famosas palabras del poeta y estadista
francés Lamartine: “La prensa es el principal instrumento de la civilización en
nuestro tiempo”.
Definir a la civilización era el problema mismo en el cual se centró el debate
cultural en el siglo XIX. ¿Qué era esta categoría civilizada a la cual
aspirábamos, con la cual identificábamos la vida moderna y el bienestar
mismo? Por exclusión, decidimos que la civilización no significaba ser indio,
negro o español. En vez, quisimos creer que la civilización significaba ser
europeo, de preferencia francés.
Las aspiraciones modernizantes de las élites latinoamericanas acabaron, de
esta manera, por derrotarse a sí mismas. Dividieron artificialmente los
componentes de nuestra cultura, sacrificándolos a una opción simplista entre
“civilización y barbarie”, como la definió Sarmiento en el subtítulo del
Facundo. En él explicó que “es ley de la humanidad que los intereses nuevos,
las ideas fecundas, el progreso, triunfen al fin de las tradiciones envejecidas. de
los hábitos ignorantes y de las preocupaciones estacionarias”.
Fuentes, Carlos, El espejo enterrado, FCE, México, D. F., 1992, p. 303305
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EL ESCORIAL, UN CADÁVER FRESCO
Noviembre 15 de 1846
Al llegar a aquel páramo os enseñan un peñasco desnudo en donde Felipe II
hizo ahorcar a los trabajadores que no querían conformarse con el escaso
estipendio que les había asignado, medio seguro de resolver la cuestión del
salario. Una fondita tenido por mujeres, un sacristán ciego, que enseña a
tientas y con precisión los cuadros, son las tristes novedades que allí se
ofrecen. Habréis oído decir que el Escorial está construido en forma de
parrilla en honor de San Lorenzo y de la batalla de San Quintín; todo esto
puede ser, pero ningún mal hace a la arquitectura este sombrío y bárbaro plan.
es la montaña vecina quien aplasta y anonada el monumento, dándole un alma
oprimida, helada, torva. Por la mañana no está el sol allí para creerse uno libre;
el frío, que bajo aquellas bóvedas sepulcrales penetra hasta los huesos, tiene
no sé qué de calabozo, de subterráneo que os hace procurar
involuntariamente las puertas, mirar las ventanas, buscando, como las plantas,
la luz del cielo
Un recuerdo me venía sin cesar al espíritu al contemplar este extraño y
espantable edificio. Veníame al espíritu que todas las civilizaciones han
levantado al morir un grande monumento, como la tumba en que debían
quedar sepultadas. El Panteón de Atenas, el Coliseo de Roma, enterraron la
democracia allí, el patriciado aquí. El poder temporal del papado se sepultó en
San Pedro de la Roma moderna. Las anatas, las indulgencias y las bulas de la
Santa Cruzada, con cuyos productos se construyó, dieron al mundo el
protestantismo; el protestantismo, hijo de la libertad de examen, engendró la
educación pública y la discusión; y de estos padres nacieron más tarde la
libertad política y la democracia moderna, la química y la mecánica, el vapor y
las ciencias- Versailles había sepultado el poder absoluto de los reyes,
empobrecido a la Francia, y convocados los estados generales para remediar la
espantosa deuda., engendrado la revolución de 1789 que ha regenerado el
mundo. Pero Versailles, como San Pedro, eran la glorificación de las artes y las
ciencias antiguas, y cada piedra asentada hacía surgir una nueva idea,
suscitando un hombre, un recuerdo. En San Pedro, Miguel Ángel y el antiguo
Panrteón, la Roma de los césares y la de los papas; en Francia el gran rey, y
todos los grandes hombres que brillaron en el siglo de Luis XIV. Así estos dos
monumentos han quedado vivos, aunque hayan muerto los instrumentos que
sirvieron a su construcción. Versailles necesita dos caminos de hierro para
proveer al movimiento de atracción que causa. La Europa entera remolinea en
derredor de aquellas artísticas y esplendorosas ruinas, al paso que el Escorial
no tiene veinte visitantes en la semana. Si es un cadáver, es un cadáver fresco
aún, que hiede e inspira disgusto. No hace veinte años que el alma abandonó a
aquel cuerpo. El Escorial no fue la pirámide elevada al último representante de
una forma de civilización, era el trono para los que iban a heredar el poder de
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Felipe II y de la Inquisición. El escorial fue construido con el sudor de la
España y el botín de la guerra, convento de monjes. He aquí lo que Felipe II
quiso honrar, perpetuar, un coro de doscientos frailes que cantaban el
miserere a la libertad de pensar que había él asesinado. Las bóvedas del
convento de San Lorenzo se abajan en formas planas sobre el coro, para
repercutir aquellas roncas plegarias de los dominadores de la España. Todo
iba a morir, poder de la España en Europa, escuadras, colonias, letras, bellas
artes, ciencia, porque todo había sido desangrado, chupado, cortado, talado,
arrasado, para levantar el convento normal, monumental, regio, inquisitorial.
Felipe II murió y la España entera se hizo fraile; en cada familia noble o
plebeya hubo uno, y al nacer un niño, los padres lo destinaban ya para monja,
si era mujer; para sacerdote, si era hombre. Huno momento en que la España
contuvo doscientos sesenta mil monjes, la flor como la hez de la nación,
porque todos los caminos abiertos a la actividad humana venían a parar a la
puerta de un convento. Allí se daba la sopa a los pobres que dejaba en todas
partes la absorción de aquel monstruoso vampiro con medio millón de
cabezas, de aquel pólipo que crecía en el seno de la España; y cuando esta,
moribunda, quiso hacer el último esfuerzo para vivir, encontró que los tres
cuartos del territorio de la península eran temporalidades, y tres millones de
españoles dependían para vivir de la chirle sopa distribuida en la puerta de los
conventos. ¡Oh, Escorial!, aquí, bajo tus bóvedas sombrías está toda la historia
de esta pobre enferma, cuyo hondo mal médico alguno ha estudiado todavía.
El ex clérigo o fraile que os enseña las raras curiosidades de aquel vasto
sepulcro, las urnas de los reyes, la silla de baqueta en que se sentaba Felipe II,
y el banquillo manchado en que ponía su pierna enferma, mil tradiciones de
sucesos sin consecuencias, apréciame uno de aquellos sacerdotes del Egipto
que a Thales o a Herodoto explicaban los jeroglíficos de las pirámides,
revelándoles la historia secreta del pasado del que ellos solos eran intérpretes,
porque era la obra de ellos solos. El espíritu del antiguo convento anda por
aquí todavía rondando, pronto a reconquistar su presa al menor vaivén
político, y es ya fama que el gobierno quiera hacer del Escorial un Hotel de
Inválidos de la Iglesia, reuniendo allí un nuevo coro que cante letanías, porque
todos sienten que el Escorial ha sido construido para hacer retemblar bóvedas
y claustros con los cánticos solemnes del culto católico. Entonces la montaña
triste y descarnada que sombrea y humilla el monumento; entonces el frío
glacial de aquellas paredes húmedas; entonces la desolación de aquel valle
estéril y pedregoso; entonces la pobreza cerril de aquellos pocos habitantes
que pastorean sus ovejas en el atrio del convento, toman su verdadero
significado, la muerte de la España, su despoblación, su ignorancia y su
ociosidad. Entonces el miserere de doscientas voces puede helar la sangre y
hacer hincarse de rodillas al español de nuevo, y pedir a gritos misericordia
por los males y la degradación que lo agobian.
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El Escorial encierra preciosos monumentos de ciencia y arte. Están cautivos
allí los manuscritos árabes; y todavía después de tres siglos de incomunicación,
aquellos ilustres presos no han sido interrogados; nadie sabe sus nombres, ni
entienden las excusas que pueden hacer a favor de la civilización morisca. la
antigua legislación contra herejes e infieles está vigente para ellos, la prisión
perpetua, la incomunicación y la denegación de audiencia. Pero, en fin, no han
sido quemados vivos los manuscritos árabes, y aún esperan que se les haga
justicia. Varios cuadros de la escuela italiana han pedido y obtenido que se les
pase al museo de Madrid, por ver gente, por gozar un poco del sol. Los
franceses se llevaron otros.
D. F. Sarmiento, De “Madrid”, Viajes por Europa, África y América
(1849), en Cosmópolis. Del flâneur al globe-trottter, Selección y prólogo
de Beatriz Colombi, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010, p. 49-53
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LAS FRUICIONES QUE LE ESTÁN AL VULGO VEDADAS
Omito otros detalles que no importan gran cosa en mi vida en París. Mis
estudios sobre la educación primaria me ponen en contacto con savants,
empleados y hombres profesionales; pero hay otro costado de París que me ha
llamado profundamente la atención, y son sus placeres públicos, y la influencia
que ejercen sobre las costumbres de la nación. Aquí donde la inteligencia
humana ha llegado a sus últimos desenvolvimientos, donde las opiniones,
todos los sistemas, las ciencias como las creencias, las artes como la
imaginación, marchan en líneas paralelas, sin atajarse las unas a las otras como
sucede en otras naciones, sin descollar un ramo por la excesiva depresión de
otros aún más importantes; aquí donde el hombre marcha en la verdad como
en el error sin tutela, sin trabas, la naturaleza humana se muestra a mi juicio en
toda su verdad, y puede creerse que es realmente como ella se presentas, y que
ha de presentarse así toda vez que se la deje seguir sus inclinaciones naturales.
No hay que decir que el lujo corrompe la energía moral del hombre, ni menos
que el placer enerva, puesto que a cada momento vése a este pueblo dar
síntomas de energía moral desconocida entre los pueblos más frugales o más
sobrios.
El francés de hoy es el guerrero más audaz, el poeta más ardiente, el sabio más
profundo, el elegante más frívolo, el ciudadano más celoso, el joven más dado
a los placeres, el artista más delicado, y el hombre más blando en su trato con
los otros. Sus ideas y sus modas, sus hombres y sus novelas, son hoy el
modelo y la pauta de todas las otras naciones; y empiezo a creer que esto que
nos seduce por todas partes, esto que creemos imitación, no es sino aquella
aspiración de la índole humana a acercarse a un tipo de perfección, que está en
ella misma y se desenvuelve más o menos, según las circunstancias de cada
pueblo. ¿No es, sin duda, bello y consolador imaginarse que un día no muy
lejano todos los pueblos cristianos no serán sino un mismo pueblo, unido por
caminos de hierro o vapores, con una posta eslabonada de un extremo a otro
de la tierra, con el mismo vestido, las mismas ideas, las mismas leyes y
constituciones, los mismos libros, los mismos objetos de arte? Puede esto no
estar muy próximo; pero ello marcha y llegará a ser blanco, a despecho, no del
carácter de los pueblos en que no creo, sino del diverso grado de cultura en
que la especie se encuentra, en puntos dados de la tierra. Y será siempre la
gloria de Fourier haber llevado la inteligencia del hombre hasta hacerla capaz
de mejorar el universo, de haber deificado en la criatura el poder Creador,
poetizando el trabajo y la inteligencia humana, en lugar de la fuerza
destructora de héroes sanguinarios, que hacen hasta hoy el caudal de la poesía
épica, como en los tiempos antiguos dioses inmorales, caprichosos e injustos.
Sugiérenme estas reflexiones tan sesudas los bailes públicos de París, adonde
me asomo de vez en cuando, para curarme del mal de la patria que me
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incomoda. No tengo tiempo, ni gusto, ni dinero para engolfarme en las
gustosas frivolidades cuyo goce envidio a otros. ¡Ah, si tuviera cuarenta mil
pesos nada más, ¡qué año me daba en París! ¡Qué página luminosa ponía en
mis recuerdos para la vejez! Pero, soy sage, y me contento con mirar, en lugar
de pilquinear, como hacen otros.
D. F. Sarmiento, Viajes, tomo I, Hachette, Buenos Aires, 1955, en Noé
Jitrik, Los Viajeros, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969, p. 28-29
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CON EL EDUCADOR HORACE MANN
El principal objeto de mi viaje era ver a Mr. Horace Mann, el secretario del
Board de Educación, el gran reformador de la educación primaria, viajero
como yo en busca de métodos y sistemas por Europa, y hombre que a un
fondo inagotable de bondad y de filantropía reunía en sus actos y sus escritos
una rara prudencia y un profundo saber (es ahora diputado al Congreso).
…Pasamos largas horas de conferencias en dos días consecutivos. Contóme
sus tribulaciones y las dificultades con que su grande obra había tenido que
luchar, por las preocupaciones populares sobre educación, y los celos locales y
de secta, y la mezquindad democrática que deslucía las mejores instituciones.
La legislatura misma del Estado había estado a punto de destruirle su trabajo,
destituirlo y disolver la comisión de educación, cediendo a los móviles más
indignos, la envidia y la rutina.
Su trabajo era inmenso y la retribución escasa, enterándola él en su ánimo con
los frutos ya cosechados y el porvenir que abría a su país. Creaba allí, a su
lado, un plantel de maestras de escuela que visité con su señora, y donde, no
sin asombro, ví mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas,
química, botánica y anatomía, como ramos complementarios de su educación.
Eran niñas pobres que tomaban dinero anticipado para costear su educación,
debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras, y como
los salarios que se pagan son subidos, el negocio era seguro y lucrativo para
los prestamistas. Gracias a sus desvelos, el estado de Massachussets, de que es
Boston la capital, contenía en 1846, en las trescientas nueve ciudades y villas
que lo forman 3.475 escuelas públicas, con 2.589 maestros hombres y 5.000
maestras, asistidos por 174.084 niños. Observe Usted que el número de
maestros de escuelas es mayor en este Estado que el monto total del ejército
permanente de Chile, y el tercio del de todos los Estados Unidos.
Usted ve, mi querido amigo, que estos yanquis tienen el derecho de ser
impertinentes. Cien habitantes por milla, cuatrocientos pesos de capital por
persona, una escuela o colegio para cada doscientos habitantes, cinco pesos de
renta anual para cada niño, y además los colegios. Esto para preparar el
espíritu.
Para la materia o la producción tiene Boston una red de caminos de hierro,
otra de canales, otra de ríos y una línea de costas: para el pensamiento tiene la
cátedra del Evangelio y cuarenta y cinco diarios, periódicos y revistas; y para el
buen orden de todos, la educación de todos sus funcionarios, los meetings
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frecuentes por objeto de utilidad y conveniencia pública y las sociedades
religiosas, filantrópicas y otras que dan dirección e impulso a todo.
¿Puede concebirse cosa más bella que la obligación en que está Mr. Mann,
secretario del borrad de Educación, de viajar una parte del año, convocar a un
meeting educacional a la población de cada aldea y ciudad adonde llega, subir a
la tribuna y predicar un sermón sobre educación primaria, demostrar las
ventajas prácticas que de su difusión resultan, estimular a los padres, vencer el
egoísmo, allanar las dificultades, aconsejar a los maestros y hacer las
indicaciones, proponer las mejoras en las escuelas que su ciencia, su bondad y
su experiencia le sugieren?
Domingo Faustino Sarmiento, Viajes Europa-África-América.
(Selección), EUDEBA, Serie Siglo y Medio, Volumen 30, Buenos Aires,
1961, p. 126-128
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SARMIENTO VIAJERO
“Vengo de recorrer la Europa, de admirar sus monumentos, de prosternarme
ante su ciencia, asombrado todavía de los prodigios de sus artes; pero he visto
sus millones de campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos
de ser contados entre los hombres; la costra de mugre que cubre sus cuerpos,
los harapos y andrajos de que visten, no revelan bastante las tinieblas de su
espíritu; y en materia de política, de organización social, aquellas tinieblas
alcanzan a oscurecer la mente de los sabios, de los banqueros y de los nobles”,
escribe sarmiento en su libro “Viajes”
Después de recorrer Europa, lo envuelve el desengaño político, hasta que
visita Estados Unidos, donde descubre la república. Le escribe a Valentín
Asesina en noviembre de 1847:
“Salgo de los Estados Unidos, mi estimado amigo, en aquel estado de
excitación que causa el espectáculo de un drama nuevo, lleno de peripecias,
sin plan, sin unidad…Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior,
una especie de disparate que choca a primera vista, y frustra la expectación
contra las ideas recibidas, i no obstante este disparata inconcebible es grande i
noble, sublime a veces, regular siempre….No es aquel cuerpo social un ser
deforme, monstruo de las especies conocidas, sino como un animal nuevo
producido por la creación política, extraño como aquellos megaterios cuyos
huesos se presentan aún sobre la superficie de tierra. De manera que para
aprender a contemplares preciso ántes educar el juicio propio, disimulando
sus aparentes faltas orgánicas, a fin de apreciarlo en su propia índole, no sin
riesgo de venida la primera extrañeza, hallarlo bello, i proclamar un nuevo
criterio de las cosas humanas…”
La euforia de Sarmiento ante el espectáculo de Estados Unidos después del
desencanto puede rastrearse en las lecturas de su adolescencia, como el propio
sarmiento lo manifestó: “El segundo libro fue la Vida de Franklin y libro
alguno me ha hecho más bien que éste. La vida de Franklin fue para mí lo que
las vidas de Plutarco para él, para Rousseau, Enrique IV, Mme. Roland y
tantos otros. Yo me sentía Franklin, y ¿por qué no? Era yo pobrísimo como
él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo sus huellas, podía un día
llegar a formarme como él, ser doctor ad honores como él, y hacerme un lugar
en las letras y política americanas.
Sin ninguna duda, Sarmiento encontró en la Autobiografía de Franklin y en los
Estados Unidos (“El espectáculo de esta decencia uniforme, y de aquel bienestar
general…La igualdad es, pues, absoluta en las costumbres y las formas”) un ejemplo de
sociedad y de funcionamiento de las instituciones republicanas y democráticas
dignas de admiración.
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Ya en nuestra despedida de Sarmiento, leamos una extensa cita de sus Viajes,
que podemos comparar teniendo en la mente aquella otra que en Facundo
describía la pampa sin sociabilidad posible como consecuencia de una
extensión infinita y una economía pastoral.
“Imagínese usted veinte millones de hombres que saben lo bastante; que leen
diariamente lo necesario para tener en ejercicio su razón, sus pasiones públicas
o políticas; que tienen qué comer y vestir; que en la pobreza mantienen
esperanzas fundadas, realizables de un porvenir feliz; que se alojan en sus
viajes en un hotel cómodo y espacioso; que viajan sentados en cojines muelles;
que llevan cartera y mapa geográfico en su bolsillo; que vuelan por los aires en
alas de vapor; que están diariamente al corriente de todo lo que pasa en el
mundo; que discuten sin cesar sobre intereses públicos que los agitan
vivamente; que se siente legisladores y artífices de la prosperidad nacional.
Imagínese usted este cúmulo de actividad, de goces, de fuerzas, de progresos,
obrando a un tiempo sobre los veinte millones, con rarísimas excepciones, y
sentirá usted lo que he sentido yo al ver esta sociedad sobre cuyos edificios y
plazas parece que brilla con más vivacidad el sol, y cuyos miembros muestran
en sus proyectos, empresas y trabajos, una habilidad que deja muy atrás a la
especie humana en general.”
Aquí el acento está colocado sobre una sociedad frugal: tienen lo bastante, leen
lo necesario; es una sociedad sin excesos. Al mismo tiempo, es una sociedad
republicana: la gente participa de la “cosa pública”, discute sin cesar sobre
intereses públicos, se siente artífice de la prosperidad nacional. En esa misma
época, en 18565, Sarmiento le escribe una carta a su amigo Mariano de
Sarratea: ahora el escenario ya no es ni Francia ni los Estados Unidos, sino la
propia ciudad de Buenos Aires. Aquí surge su confesión de las expectativas
altamente optimistas respecto del futuro de Buenos Aires y de la Argentina:
“Buenos Aires es ya el pueblo de la América del Sur que más se acerca en sus
manifestaciones exteriores a los Estados Unidos. Mezclándome con las
muchedumbres que acuden a los fuegos en estos días, y llenan completamente
la Plaza de la Victoria, no he encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos. El
lugar de los rotos de Chile lo ocupan millares de vascos, italianos, españoles,
franceses, etc. El traje es el mismo para todas las clases; o, más propiamente
hablando, no hay clases. El gaucho abandona el poncho, y la campaña es
invadida por la ciudad, como ésta por la Europa. Aquí hay, pues, elementos
para una regeneración completa. Con la guerra, la paz, la dislocación o la
unión, este país marchará.”
No hace falta el elogio de la igualdad. Es una inmigración que, en este
momento, todavía sigue viéndose como una palanca fundamental para la
modernización del país. Cuando sea presidente, Sarmiento creerá ver realizado
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este programa en un nivel micro en Chivilcoy. En 1868 pronuncia allí un
discurso pragmático:
“Chivilcoy fue una utopía que seguía por largos años, y la veo ahora realidad
práctica. Yo había descripto la pampa sin haberla visto, en un libro que ha
vivido por esa descripción gráfica. Pero encuentro algo más que no entraba en
mi programa. Y es el espíritu republicano, el sentimiento del propio gobierno,
la acción municipal de los habitantes. Heme aquí, pues, en Chivilcoy, la pampa
como puede ser toda ella en diez años. He aquí el gaucho argentino de ayer,
con casa en que vivir, con un pedazo de tierra para hacerle producir alimentos
para su familia. He aquí el extranjero ya domiciliado, más dueño del territorio
que el mismo habitante del país.”
Es evidente que el programa nacional que enuncia tiene su inspiración
fundada en la democracia agraria que Sarmiento ha visto en los Estados
Unidos, país del cual ha lamentado empero la esclavitud como “la llaga, la
fístula incurable que amenaza gangrenar el cuerpo robusto de la Unión”. Pero
en su propia nación jamás se realizará la construcción de un país de granjeros
(de farmers), debido al régimen de apropiación latifundista de la tierra. Ante
esa decepción, el viejo Sarmiento acuñará el célebre insulto dirigido a la clase
poseedora: “Aristocracia con olor a bosta”.
Ausentes en la realidad argentina de su tiempo el reparto de la tierra y la
participación republicana en la política, del proyecto sarmientino sólo quedará
en pie (aunque como un satélite sin su planeta) el proyecto de la educación
pública.
Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones
iniciales, 1810-1980, Siglo Veintiuno-Fundación OSDE, Buenos Aires,
2012, p. 88-90.
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LA CIUDAD Y EL CAMPO
Negros, mulatos, indios y mestizos acudieron al llamado y formaron en los
ejércitos de la Independencia y San Martín pudo decir de los primeros que
eran los mejores soldados de su ejército. Pero fueron las guerras civiles las que
dieron mayores oportunidades de integración y ascenso a las gentes de la
plebe rural. No sólo las convocaron para grandes empresas los jefes que
desempeñaron un papel importante en la política como los que llevaron las
montoneras a Buenos Aires en 1820, o a México en 1855, o a Lima en 1865;
cada hacendado tuvo alguna vez necesidad de intervenir en alguna contienda
con su ejército de peones, y en la lucha se destacaron algunos que no
volvieron a su humilde condición originaria. Una conciencia de que ellos eran
“el pueblo en armas” se fue generalizando, y ese sentimiento conformó una
democracia elemental que, lentamente, buscaría más tarde su expresión
política.
(…) Una situación de hecho –la casi permanente crisis de poder- obligaba a
cada hacendado a organizar su propia defensa. El bandidaje fue una expresión
más, y acaso la más importante, de la explosión de la plebe rural y de la crisis
del sistema tradicional después de la Independencia. Los caminos se llenaron
de bandidos que saqueaban a los viajeros y que no vacilaban en asaltar las
haciendas. Cuando aparecían, nadie sabía quienes eran, porque no era raro que
se confundieran con las partidas de los ejércitos irregulares que combatían en
la guerra civil. Bandidos y soldados eran dos caras de la misma moneda. (…)
Más grave era el problema de los caminos. Malos de por sí, se hacían más
peligrosos aún en los tramos sinuosos, en las sierras o en las zonas boscosas.
(…) Tropas rurales entraron muchas veces en las ciudades y la gente urbana
las vio llegar con terror como si no obedecieran más que a instintos primarios.
Las ciudades temieron ser el anhelado botín de guerra de gentes que se
suponía que las odiaban por su refinamiento y su riqueza: tembló Buenos
Aires ante el avance de los caudillos López y Ramírez y tembló Lima cuando
el negro montonero León escobar entró en la ciudad y se sentó por un día en
el sillón presidencial. Y, ciertamente, si no era odio el que los rurales sentían,
era, al menos, resentimiento contra los “cachacos”, los “catrines”, los
“currutacos”, motes que designaban al señorito urbano. También el hombre
de campo que había logrado sus galones en la pelea tenía cierto resentimiento
contra el “doctor” con quien tenía que negociar o compartir la paz o la guerra.
Y en el suburbio donde convivían y acordaban sus tratos, chocaban el hombre
de ciudad y el del campo, este último acostumbrado a desconfiar del pulpero
malicioso que aprovechaba su inexperiencia en los retorcidos mecanismos del
trato comercial.
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Tanto el Facundo de Sarmiento como el Martín Fierro de José Hernández –dos
obras argentinas particularmente representativas de la época- revelaron el
alcance de ese enfrentamiento entre el campo y la ciudad. La ciudad aspiraba a
recuperar el papel que había tenido durante la colonia, ahora apoyada en su
certidumbre de que representaba la civilización. En rigor se había fortalecido
con la incorporación de ciertos grupos de hacendados a la sociedad urbana;
quizá por eso sintió más su orfandad la plebe rural, contra la cual se unían
todas las fuerzas para reducirla a la antigua sujeción; traspuesta la mitad del
siglo, el “gaucho malo”, el rebelde, jugó solo su última carta contra la
civilización de las ciudades, y perdió la partida. Martín Fierro fue la expresión
de su lamento.
El enfrentamiento se hizo patente en el contraste de las formas de vida.
Bartolomé Hidalgo, payador oriental de la época de la Independencia, cantó la
ingenua admiración de un gaucho de la Guardia del Monte frente a las fiestas
con que Buenos Aires celebraba el aniversario de la Revolución de Mayo.
Décadas después escribiría el chileno Jotabeche sobre El provinciano en
Santiago y el venezolano Daniel Mendoza sobre El llanero en la capital, este
último creando un típico personaje, Palmarote, que simbolizaba las reacciones
provocadas en el campesino por un mundo que sentía como ajeno. Fue
también el tema que, años más tarde, desarrolló el argentino Estanislao del
Campo en su Fausto, en el que el gaucho Anastasio el Pollo ofrece no sólo
una ingenua versión del tema de Goethe sino también sus impresiones sobre
la vida de Buenos Aires.
Campo y ciudad, vida rural y vida urbana, expresan los polos que puso de
manifiesto la irrupción de la sociedad criolla dentro del marco todavía vigente
del mundo colonial. Triunfaría la ciudad, pero al precio de cambios profundos
en la fisonomía de la sociedad urbana, que debió conjugar las fuerzas de las
antiguas burguesías dentro de los nuevos patriciados.
José Luis Romero, Latinoamérica, las ciudades y las ideas, Siglo
Vintiuno, Argentina, 2001, p. 183-196
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SARMIENTO: ESTADO Y EDUCACIÓN
En un informe redactado para el ministro de gobierno (1856), Sarmiento
destacaba la importancia que debía tener el Estado en la educación, y cómo
ésta debía preocuparse fundamentalmente de los pobres cuando el Estado
tenía pocos recursos. Había gran cantidad de niños (la mayoría) que no recibía
ningún tipo de educación, y a ellos debía dedicarse el Estado; el censo de 1869
reveló que el 82% de la población era analfabeta. Trató de buscar los medios
más eficientes para que la mayor cantidad de niños pudieran ser educados con
los recursos del Estado, y analizó cuáles eran las condiciones materiales en las
que el niño aprende mejor: por ejemplo espacio y no demasiada cantidad de
alumnos en cada establecimiento, ya que lo contrario traía “perturbaciones,
malestar y consiguiente distracción”. Crear las condiciones adecuadas (como
los edificios que deberían ser construidos al efecto, ya no casas de familia
refaccionadas), tendría como consecuencia mediata la economía de tiempo en
la enseñanza. Pensando también en los recursos del Estado, había que
contratar mujeres y no varones como docentes, porque los sueldos de los
hombres eran más elevados.
“Los maestros cuestan ochocientos pesos al mes, mientras que las maestras
están bien pagadas con quinientos pesos, y aun costarían menos para escuelas
menos numerosas que las que hoy dirige la Sociedad de Beneficencia; pues
que las habilidades manuales de su sexo, no las proporcionan en ningún caso
por más de doscientos pesos mensuales de retribución. El conocimiento de
este hecho ha sido aprovechado en los Estados Unidos, en muchos de los
cuales, de los encargados de impartir la instrucción pública, menos de un
quinto son varones (Primer Informe del Jefe de Departamento de Escuelas de
Buenos Aires, 1856, en D. F. Sarmiento, Obras completas).
Para multiplicar la enseñanza se necesitaban formar docentes, y para contar
con educadores actualizados con métodos modernos, Sarmiento trajo
maestras de los Estados Unidos. En 1870 creó la Escuela Normal de Paraná y
por ley se otorgaron becas a cambio de que los becarios, una vez finalizados
los estudios, prestaran servicios gratuitamente durante tres años. En 1892 se
dispuso que las becas para las Escuelas Normales serían concedidas a mujeres,
ya que los hombres no cumplían con las obligaciones contraídas con el
Estado, y en lugar de enseñar en las escuelas primarias aspiraban a los cursos
universitarios o se dedicaban a la política (Tedesco, 1982). Existía una
diferencia, entonces, entre los alumnos que cursaban en los Colegios
Nacionales y los de la Escuela Normal: los primeros formarían las elites
dirigentes, los segundos –de clases medias y bajas- eran para educara la masa
de la población. Sarmiento afirmaba:
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“Hay, es verdad, becas para pobres, pero estos pobres son los de la
democracia decente. Pídelas un diputado, un amigo, alguien; pero este alguien
es de buena familia.”
Sarmiento concibió a la educación como el factor prioritario en el proceso de
cambio y modernización, ya que existía una relación entre el nivel de
educación y la estabilidad política. Para convencer a la burguesía de la
necesidad de educar a grandes masas de la población, afirmaba que la
educación era un elemento que enseña a respetar la propiedad ajena aun “bajo
el aguijón del hambre”, haciendo a la vez de “cadenas y sustentáculos” con
respecto al orden social existente; otras veces calificaba a la educación como el
mejor sistema de policía (Tedesco, 1982). Consideraba que la educación era
fundamental para la socialización de los futuros ciudadanos: educarlos bajo el
liberalismo sería la mejor manera de solucionar el problema de las
sublevaciones internas.
La política educativa arrojó las siguientes cifras: de 30.000 niños que se
educaban en el país en 1868, se pasó a 100.000 en 1874; en seis años se
crearon unas 800 escuelas, y de 1.778 maestros se pasó a tener 2.868
(Panettieri, 1982). Se continuó con la fundación de colegios nacionales, y se
promulgó la ley de Bibliotecas Populares, fomentando su creación en todo el
país. Se crearon el Observatorio astronómico de Córdoba, la Facultad de
Ciencias Físicas y Matemáticas y la Academia de Ciencias; se contrataron
científicos en el exterior para formar investigadores argentinos.
Teresa Eggers-Brass, Historia argentina. Una mirada crítica 1806-2006,
Maipue, Buenos Aires, 2009, p. 336-337
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CAMPAÑA EN EL
SUDÁMERICA (1852)
EJÉRCITO
GRANDE
ALIADO
DE
Editado en Chile, en ese libro Sarmiento cuenta, no solo la crónica de la
guerra contra Rosas, sino también por qué le fue imposible colaborar con
Urquiza: documentos, desahogos de la vanidad herida, descarríos, paisajes,
retratos, escenas, anécdotas, sobre todo anécdotas, todo ameno como el diario
íntimo de un novelista. El perro Purvis que seguía a Urquiza; la risa de Ortiz a
punto de ahogarse en el río; el retrato de Urquiza y sus mujeres en los bailes;
el pasaje del río Paraná por el ejército; Sarmiento, su uniforme y pertrechos
europeos en medio de las tropas de chiripá; el extraño caso del cataléptico
Aldao; la pampa de noche, de día, con espantadas de caballos y domas de
potros; la descripción de las ciénagas de Palermo y el recuerdo de Rosas,
“presuntuoso sapo, habitante de pantanos”; el desfile de Urquiza y sus
soldados por las calles de Buenos Aires, y así por el estilo. Vayan como
muestra unos pocos ejemplos, elegidos por la brevedad:
Si alguno de los millares de argentinos que han recibido heridas graves en
nuestras eternas luchas civiles leyere estas páginas, recordará aquella extraña
sensación que se experimenta al recobrar el uso de la razón y, abriendo los
ojos, no poderse dar cuenta de sí mismo y preguntarse interiormente: ¿quién
soy y qué lugares son éstos? ¿Por qué no puedo moverme y qué fisonomías
extrañas son las que me rodean?...Este hecho, frecuente también en pos de
sueños letárgicos y enfermizos, explica el puf norteamericano que refiere
cómo, alojándose un inglés en una posada, contiguo a la habitación de un
pasajero negro, y habiéndole tiznado por travesura a él mismo la cara un
amigo mientras dormía, viose negro el rostro al ser despertado de madrugada,
según lo tenía prevenido, para continuar su camino; y lleno de indignación y
compadeciéndose del chasco exclamó, volviendo a dormirse: “este bruto de
sirviente ha venido a despertar al negro, y el pobre inglés (era él) va a rabiar
mañana cuando lo recuerden tarde para seguir su viaje”. Sucédenle cosas a
uno en la política americana que no sería extraño tomarse despierto, bien
despierto, por el negro del cuento, experimentando realmente aquella
desorientación de que hablaba al principio y –vale la pena de contarlo- la
fascinación que, después de disipada, me ha inducido a poner orden por
escrito a mis últimas reminiscencias (54). Soldado, con la pluma o la espada,
combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y
arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento (61). Antes de todo,
en todas las transacciones de la ida pública y privada quiero ser yo, siempre yo,
tal como la naturaleza me hecho, y no deformado por las presiones exteriores
(68). Para mí no hay más que una época histórica que me conmueva, afecte e
interese, y es la de Rosas. Éste será mi estudio único, en adelante, como fue
combatirlo mi solo estimulante al trabajo, mi solo sostén en los días malos. Si
alguna vez hubiera querido suicidarme, esta sola consideración me hubiera
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detenido, como a las madres que se conservan para sus hijos. Si yo le falto,
¿quién hará lo que yo hago por él? (71-2). Estos apuntes, como todos los
escritos que emanan de reminiscencias individuales, se resentirán en su origen.
Yo ví, yo oí, yo hice. Léalos en que quiera. Critíquelos el que guste (76).
Descendimos el río, y el Blanco atracó a las barrancas del Espinillo, puerto
intermedio entre el convento de San Lorenzo y la villa del Rosario. Descender
a tierra y montar a caballo fue obra de algunos minutos. ¡A caballo, en la orilla
del Paraná, viendo desplegarse ante mis ojos en ondulaciones suaves pero
infinitas hasta perderse en el horizonte la Pampa que había descrito en el
Facundo, sentido por intuición, pues la veía por primera vez en mi vida!
Paréme un rato a contemplarla, me hubiera quitado el quepi para hacerla el
saludo de saludo de respeto si no fuera necesario primero conquistarla,
someterla a la punta de la espada, esta Pampa rebelde, que hace cuarenta años
lanza jinetes a desmoronar, bajo el pie de sus caballos, las instituciones
civilizadas de las ciudades. Echéme a correr sobre ella como quien toma
posesión y dominio y llegué al campamento del coronel Basavilbaso, a
orientarme y pedir órdenes para el desembarco de mi parque de tipos, tinta y
papel para hacer jugar la palabra (138-9).
Domingo Faustino Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande Aliado
de Sudamérica, en Enrique Anderson Imbert, Genio y figura de
Sarmiento, EUDEBA, Buenos Aires, 1967, p. 100-102
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UNA GRAN POLÉMICA NACIONAL
“Por lo demás, ha dicho usted, observaré que la América necesita más de
escolares que de escuelas; y más bien de medios de emplear el tiempo
sobrante que de métodos para abreviarlo sin necesidad. Mucho podrá deber al
alfabeto, pero más falta le hacen hoy la barreta y el arado.”
(…)
¡Para manejar la barreta se necesita aprender a leer, abogado Alberdi. En
Copiapó se paga 14 pesos al barretero rudo, palanca de demoler ciegamente la
materia; y 50 pesos al barretero inglés que, merced a saber leer, se le
encomiendan las cortadas, socavones y todo trabajo que requiera el uso de la
inteligencia. ¡Para manejar el arado se necesita saber leer, periodista-abogado!
Sólo e n los Estados Unidos se han generalizado los arados perfeccionados,
porque sólo allí el peón que ha de gobernarlos sabe leer. En Chile es
imposible por ahora popularizar las máquinas de arar, de trillar, de desgranar
el maíz, porque no hay quien las maneje, y yo he visto en una hacienda
romper la máquina de desgranar en el acto mismo de ponerla en ejercicio.
Para hachar madera en los bosques se necesita saber leer, ¡abogado traficante
con la prensa! y el pueblo norteamericano es el único en la tierra que sabe
hachar, porque es el único que sabe leer. Págase en los Estados Unidos a
cuatro pesos el acre cuadrado de bosque primitivo hachado, y a cuatro pesos
el desmonte de esos mismos árboles, para separar los troncos de las ramas,
esta tarea la desempeña un solo hombre en tres días.
Diez de los nuestros no lo hacen con perfección en una semana. ¿Recuerda
usted aquel Williams, que en mis viajes encontré náufrago en Mas-Afuera? Ese
era un marinero, pescador de lobos, que sabe leer. Está establecido hoy en San
Juan, donde el reloj público yacía descompuesto hacía años; había cuatro
piezas de artillería, que por sus defectos y lacras llevaban muertos seis
artilleros, arrancándoles los brazos; el peón yanqui dijo: veré en dónde está el
mal; y las remendó y dejó servibles; los molinos eran como los que nos
legaron nuestros padres; Williams dijo: pero en mi país los molinos no son así,
y construyó uno que decuplicaba el producto. Las piedras eran labradas
imperfectamente; y Williams dijo: muéstrenme el lugar donde están las
canteras, y labró las piedras a su manera, volviendo a decir a todos: he visto
mármol, pórfiro y otras piedras utilísimas. Es éste, Alberdi, un peón que sabe
leer, y que en el momento en que San Juan se creyó libre levantaba
suscripciones por departamentos agrícolas, para ir a traer instrumentos de
labranza y hombres de su país.
No, Alberdi. Deshonradme ante mis compatriotas, como lo habéis hecho en
vuestro libro, preciándoos de haberlo hecho con moderación, sin ruido, como
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el hábil ladrón que rompe las cerraduras, y el dueño de casa no despierta; que
abre las puertas, y los goznes no rechinan; que descerraja los armarios y no
deja señales aparentes de sustracción. Deshonradme en hora buena; pero no
toquéis la educación popular, no desmoronéis la escuela, este santuario, este
refugio que nos queda contra la inundación de la barbarie, que elevaís a
sistema americano, a `palanca de progreso.
De mi Silabario tengo el único elogio ajeno que necesito, y es el de un
candoroso maestro de escuela que me decía: “señor, por este libro le serán
perdonados en la otra vida todas las penas del purgatorio, y le sobrarán seis
años de indulgencia todavía”.
Domingo Faustino Sarmiento, Quinta carta de Las ciento y una, en J.
B. Alberdi y D. F. Sarmiento, La gran polémica nacional. Cartas
Quillotanas - Las Ciento y una, prólogo de Lucila Pagliai, Leviatán,
Buenos Aires, 2005, p. 255-257
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“¡CERQUEN, NO SEAN BÁRBAROS!”
El sistema de estancias abiertas, que permitía el vagar incesante de las
haciendas, soliviantaba en grado sumo a sarmiento, que no perdía ocasión
para persuadir a los estancieros que debían alarmar sus campos: “gasten lo
necesario y hagan estable su fortuna”, les decía.
“ -Estamos bien como estamos y el ganado no se pierde, puesto que alguno lo aprovecha al
fin…”-respondían los más retrógrados.
“ -Está claro; pero el que aprovecha lo ajeno, lo roba. Resulta que los más ricos son los que
roban el ganado de los vecinos indivisos. Viven ustedes de las marcas desconocidas.”
“- ¡Lo que usted nos dice es contra todo sentido común!”
“- El sentido común –gritábales el perpetuo combatiente- no es sino el modo general
de sentir en el país donde se vive. Lo que les propongo viene del sentido común de los
agricultores del mundo. ¿Cerquen, no sean bárbaros!”
Es que aun a costa de simplificar al extremo los problemas (y sin tiempo de
parar en sutilezas) el gran constructor los reducía a menudo a una antítesis:
barbarie era la fuerza contraria a la civilización. Y aquí barbarie significaba la
indolencia y el desorden, oponiéndose activamente al trabajo y al progreso.
Muchísimas veces abordó don Domingo Faustino Sarmiento la cuestión de
los cercados, en especial al tratar, desde las columnas de “El Nacional”, el
entonces candente asunto de las “marcas desconocidas”. El 5 de diciembre de
1855 escribe: “La falta de límites en los campos es la causa inevitable de la confusión y
extravío del ganado, vagando por circunferencias dilatadas, pero de esa dilatación misma de
los campos consagrados al pastoreo resulta que la defensa de las fronteras requiere esfuerzos y
consuma las rentas del erario.” Y al día siguiente insiste: “En Buenos Aires tiene el
extravío del ganado causas que se refieren al sistema de cría que se sigue hasta aquí, á
campo abierto y sin domesticidad, exonerándose el criador de todo trabajo preparatoria en
corrales, plantíos, cercos, para resguardar su propiedad: por cuya razón se somete
voluntariamente á los inconvenientes de la dispersión de algunas cabezas, á cuya
readquisición renuncia porque el negocio da para todo.”
A Halbach lo elogió en diversas ocasiones y en una de ellas le dice: “Su ejemplo en cuanto a
cercar los campos empieza a ser imitado en los alrededores, y cuando sus beneméritos efectos
hayan sido comprendidos por los estancieros, irá de “proche en proche” invadiendo la
campaña salvaje, hasta que el alambrado encierre a cierto taimado doctor en lo que es
bárbaro y atrasado, y que se burlaba de nosotros, cuando en 1854 indicábamos desde Chile,
y no hemos cesado de repetir aquí desde 1855, la posibilidad y conveniencia de dividir la
propiedad y doblar con esto sólo los productos del pastoreo.”
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Con todo, puede decirse que el de 1855 es el “año del alambre”. Por primera vez
en los anales de nuestro comercio exterior figura como artículo de
importación: por la aduana de Buenos Aires entran 578 rollos y 9.080
quintales, que en total representan la suma de 857.000 pesos. Es corriente ver
ahora entre las cargas de los barcos de ultramar los rollos de alambre
consignados a distintas casas, mezclados con pipas de vino, cajones de
ginebra, latas de sardinas, cajas de pañuelos pintados, etc. Así, Jorge Bell y Cía.
–instalado en el Nro. 66 de la calle San Francisco (hoy Moreno)-, el 19 de
enero recibe 506 piedras para vereda y 78 rollos de alambre; y la casa
importadora de Alfredo Barber (Perú 13), un fardo de pellones y 85 rollos de
alambre.
Y aparecen en los diarios avisos de este tenor, hasta entonces desusados:
“Alambre galvanizado para cercos, de calidad superior, hay en venta, calle Santa Rosa
Nro. 152.” O este otro: “Grampas para cercar. En la calle Chacabuco Nro. 98, se
venden a un precio equitativo.”
Hasta que en la Ley de Aduana de 1857 hace su aparición el “alambre para
cercar” como sujeto al pago de un impuesto igual al cinco por ciento de su
valor. El Estado, pues, acaba de darla “carta de ciudadanía” comercial a este
nuevo factor del progreso argentino.
Noel H. Sbarra, Historia del alambrado en la Argentina, EUDEBA,
Buenos Aires, 1964, p. 58-60
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SARMIENTO, GOBERNADOR DE SAN JUAN
La concepción sarmientina de “educación popular” sería muy útil al proyecto.
La popularización de la educación debía entenderse como la extensión de un
servicio en manos del Estado a la resultante social de la aniquilación de la
“barbarie”. Popularizar la educación era la única garantía de que no surgieran
nuevos “Chachos”.
Habiendo tomado el Estado en sus manos, se consolidaría el proceso de su
creciente importancia en materia educativa, iniciándose el proceso que
convirtió a la educación en un fenómeno fundamentalmente estatal. Desde
1862 a 1864 Sarmiento gobernó la provincia y sentó las bases de lo que
paulatinamente se extendería por todo el territorio argentino, tras la consigna
de que “Enseñar a leer, escribir, contar, geografía, etc., es hoy función del
Estado”.
El triunfante coronel sarmiento asumió la gobernación en enero de 1862, en
abril del mismo año, la Legislatura bajo la presidencia de Amado Laprida
sancionaba la primer ley educativa, estableciendo el fondo permanente para
educación. En octubre se designó a Pedro Echagüe como Inspector General
de escuelas, quien al producir el Primer Informe del Consejo de Educación de
la provincia, daba cuenta de que la matrícula total de algunos había crecido de
643 alumnos en 1861 a 1498 en ese año. Se sumaron luego los decretos
sarmientitos con penas para los padres, infractores a la obligatoriedad de
enviar sus hijos a la escuela, y los ligados a subvenciones para el
establecimiento de escuelas particulares; se estableció el Colegio Preparatorio
dependiente de la Universidad de Buenos Aires, que a partir de 1865, bajo la
dirección del chileno Pedro Álvarez –uno de los pilares de la obra educativa
Liberal- se convertiría en el Colegio Nacional, y se inauguró la Quinta Normal
que daría el marco para la futura Escuela de Agricultura.
El control social que ejercería la obra educativa de sarmiento en la provincia,
estableciendo una extendida red que había colocado su primer eslabón en
1839, al inaugurarse el Colegio de Santa Rosa, no tenía otro sentido que
asegurar a la provincia como uno de los principales baluartes del liberalismo.
Gobernador militar de San Juan, -luego electo por la Legislatura provincial
con carácter de “gobernador propietario” gozó del apoyo del gobierno central
para tomar las medidas conducentes a asegurar aquel “nuevo orden” en la
región; gobernó en Estado de Sitio (Decreto del 27/3/1863), prohibiendo y
cortando toda comunicación con La Rioja desde su asunción (Decreto del
25/2/1862).
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Luis Garcés, San Juan: De Sarmiento a la búsqueda del sujeto popular,
en Adriana Puiggrós (dirección), La educación en las Provincias y
Territorios nacionales (1885-1945), Galerna, Buenos Aires, 2001, p. 397398
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LA VIOLENCIA DE LOS CIVILIZADOS
La guerra fue corta. Ente otras razones, porque la sublevación federal resultó
más espontánea que racionalmente planificada. Además, Peñaloza y todos sus
lugartenientes confiaron en las fuerzas que se plegarían automáticamente a
Urquiza no bien éste asumiese la conducción de la campaña. Y no hay que
olvidar que el ejército mitrista tenía fusiles Enfield de última generación, que
terminaron diezmando a las montoneras con sus tercerolas ya obsoletas y sus
tacuaras de una época pasada. Tras ser derrotado en la batalla de Los Playos, a
las afueras de Córdoba, el 28 de junio, Peñaloza dedicó los meses siguientes a
huir de sus perseguidores. Mientras el “Chacho”, entre sus paisanos, se volvía
inhallable, Sarmiento, atribuyéndose facultades insólitas, declaraba el estado
de sitio hasta acabar con todo resabio de federalismo. Confiscó los bienes de
quienes consideraba adversarios; ordenó fusilar a los enemigos, prisioneros o
sospechosos; dejó que Sandes torturara a los montoneros vencidos, y celebró
más tarde el asesinato de Peñaloza.
El 12 de noviembre, tras casi cinco meses de deambular sin ton ni son por los
llanos, el mayor Irrazábal –que batía la zona por orden de Arredondo- se topó
en Malanzán con una partida federal y la apresó. Al parecer, uno de los
riojanos se quebró luego de declarar y se ofreció a conducir a los mitristas
hasta la guarida de Peñaloza. Se le encargó la misión al comandante Ricardo
Vera, quien tomó por sorpresa al “Chacho” cuando estaba a punto de
desayunar con su mujer y el menor de sus hijos. Vera le exigió la rendición y
Peñaloza, viéndose sin posibilidades, se entregó pacíficamente y le dio la única
arma (si puede considerarse tal) que llevaba encima: su facón. Vera había
enviado por Irrazábal, quien acudió a todo galope y entró en la casa de
Peñaloza a los gritos: “¿Quién es el bandido del “Chacho”? El riojano respondió:
“Yo soy el general Pañaloza, pero no soy un bandido”. Apenas lo escuchó, Irrazábal
tomó la lanza de uno de los soldados presentes y sin más atravesó al caudillo.
Después, mandó decapitarlo y clavó la cabeza en un palo en la plaza de Olta.
También le cortó una oreja y se la envió a Natal Luna, en La Rioja.
(…)
¿Cuál fue la reacción de Sarmiento y Mitre? El primero no sólo felicitó al
victimario; también le gestionó un ascenso. Como escribir no era el fuerte de
Irrazábal, Sarmiento –que descollaba en ese arte- tomó la pluma, redactó el
parte y falt´`o a la verdad: dijo que Peñaloza había muerto en una pelea. es
difícil saber si pensó o no en las consecuencias que ello acarrearía. Por
supuesto, la mentira no se sostuvo. Cuestionado desde el gobierno central, no
tuvo empacho en reconocer que había aplaudido la muerte del “Chacho”
precisamente por la forma en que había sido ultimado: “(…) sin cortarle la
cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, no se habrían aquietado las
chusmas en seis meses”. Según José Hernández, ordenó lo que ningún otro de los
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contendientes en nuestras guerras civiles: cargar de cadenas a la mujer de
Peñaloza condenándola a barrer la plaza de San Juan.
(…) Entre 1810 y 1870 hubo, pues, cuatro estrategias distintas sobre el uso y
la justificación de la violencia política; cada una con su discurso
correspondiente: la de la Junta de Mayo, la de la logia unitaria, la de Rosas y la
de la organización nacional. Vayamos a cuentas. El 11 de octubre de 1810
Mariano Moreno publicó en La Gazeta el “Manifiesto de la Junta acerca del
fusilamiento de Liniers y de sus cómplices”. (…) Escribió: “Los conspiradores de
Córdoba (…) trataron de envolver estas provincias en la confusión y los desórdenes de una
anarquía (…) nuestra exterminio era lo que únicamente podía satisfacer sus deseos (…) A
la presencia de estas poderosas consideraciones, exaltado el furor de la justicia, hemos
decretado el sacrificio de estas víctimas a la salud de tantos millones de inocentes. Sólo el
temor del suplico puede servir de escarmiento a sus cómplices”. Pero, además, la Junta
actuó sobre la base de dos criterios: la violencia que esgrimiría iba a ser
defensiva y de su ejercicio todos sus miembros labrarían un verdadero pacto
de sangre. Dicho en términos diferentes: desenvolvió un discurso en el que la
violencia quedaba legitimada porque era un instrumento vital en defensa de la
libertad. Al mismo tiempo, como las decisiones que se debían tomar eran más
que drásticas e implicaban el ajusticiamiento de los jefes enemigos, sus
miembros asumirían una responsabilidad, que hicieron pública, en conjunto.
La violencia de los unitarios, cuando menos en lo que atañe a Manuel
Borrego, más que defensiva parece vengativa. La logia decembrista obró de un
modo exactamente contrario a la Junta de Mayo. Sus integrantes tomaron la
decisión de fusilar a Borrego a condición de que fuera Lavalle quien aceptara
la responsabilidad histórica. De ahí que Juan Cruz Varela pidiera al héroe de
Río Bamba la destrucción de la carta donde le aconsejaba la muerte de
Dorrego, o la precaución de algunos de “los hombres de casaca negra” de no
firmar misivas comprometidas y comprometedoras.
Rosas, por su parte, se recostó en las facultades extraordinarias y por
momentos creyó que tenía un cometido divino. La violencia rosista, en tanto y
en cuanto se asumió como una forma de domesticar o de avasallar la voluntad
de sus enemigos, no tuvo demasiadas diferencias con la que ejercieron los
gobiernos anteriores o posteriores a la Confederación. (…) Rosas fue el único
que de nada se arrepintió – a diferencia de Lavalle, por ejemplo-, porque
desde un principio consideró que los poderes omnímodos que le habían
otorgado resultaban tan odiosos como necesarios.
Por fin, Mitre y Sarmiento montaron la justificación de la violencia sobre la
base de la criminalización explícita y jurídica de sus adversarios. En cierta
forma, ambos podrían haber hecho suya la famosa frase de kart Marx, según
la cual “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”.
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El rasgo característico de la violencia mitrista fue considerarla un instrumento
de civilización. Las montoneras eran la sociedad vieja, del rancho y del chiripá,
destinada a ser barrida por los ejércitos de línea porteña para refundar, sobre
sus escombros, una Nación que pocas décadas después asombraría al mundo
por su pujanza económica y desarrollo cultural.
Anexo:
Conciudadanos: Peñaloza se ha quitado la máscara. Desde la estancia de Guaja, secundado
por media docena de bárbaros oscuros que han hecho su aprendizaje político en las
encrucijadas de los caminos, se propone reconstruir la República sobre un plan que él ha
ideado, por el modelo de los Llanos.
Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto desierto, donde reinen el
pillaje, la barbarie sin freno y la montonera constituida en gobierno.
No es un sistema político lo que estos amenazan destruir. es todo orden social, es la
propiedad tan penosamente adquirida, toda esperanza de elevar a estos pueblos al goce de
aquellas simples instituciones que aseguran a más de la vida, el honor, la civilización y la
dignidad del hombre.
Conciudadanos: Vosotros conocéis La Rioja, donde han imperado por años hombres que
eran todavía algo más adelantados que el Chacho. Es hoy un desierto poblado por
muchedumbres que sólo el idioma adulterado conservan de pueblos cristianos. Habeislo visto
en 1853 en San Juan, incendiando inútilmente las propiedades y robando cuanto atraía sus
miradas para cubrir su desnudez y saciar sus instintos rapaces.
Tendríais otra vez a esas chusmas en san Juan, no sólo para robaros vuestros bienes, sino
para hacerse de medios con que llevar la guerra y la desolación a otros puntos de la
República. Vuestras mercaderías, vuestras mulas, vuestros caballos, vuestros ganados,
vuestros trabajadores, vuestro dinero arrancado por las extorsiones y la violencia, son el
elemento con que cuentan para llevar adelante sus intentos salvajes, porque mal los
honraríamos con llamarles planes de subversión.
San Juan, por la cultura de sus habitantes, por la posición que ocupa en esta parte de la
República, tiene algo más que hacer que defender sus hogares y su propiedad. Débele a la
patria común, a la dignidad humana, salvar la civilización amenazada por estos
vergonzosos levantamientos de la parte más atrasada de la población que quisiera entregarse
sin freno a sus instintos de destrucción. San Juan reducido a la barbarie, San Juan
saqueado, San Juan gobernado por el Chacho y sus asociados, desaparecerá del mapa
argentino el día en que se apresta por sus propios recursos, por su propia industria y
esfuerzo, a contarse entre las provincias más adelantadas y ricas de la República.
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Todo país encierra en su seno elementos de desorden. Los nuestros son numerosos. Están en
la barbarie dominante en las campañas, en la despoblación de nuestros desiertos, en las
pasiones feroces que este estado de cosas desenvuelve.
Pero recordad nuestra historia de cincuenta años a esta parte, y veréis que cada día pierden
fuerzas, y que hasta con Quiroga, Rosas, Urquiza y tantos otros, han sido vencidos
sucesivamente, hasta prevalecer un orden regular.
Sucederá hoy lo que ha sucedido siempre. Harán daños, desquiciarán el orden,
interrumpirán los trabajos que adelantan los pueblos; pero al fin, como siempre, triunfarán
la civilización, el orden regular, las leyes que nos ha legado la Europa.
San Juan no está sola hoy, como otras veces, luchando en defensa de sus derechos. Sobre toda
la República se extiende el poder protector del gobierno nacional. Sus vapores dominan
exclusivamente los ríos. Sus batallones victoriosos guardan las ciudades.
El valiente coronel Sandes al este de los Llanos, con mil veteranos, tiene a la vista Ontiveros
y Puebla, la vanguardia de Peñaloza. A vuestro lado está el comandante Arredondo, a
quien conocen Ángel, el Chacho y demás bandoleros.
Tenemos armas, ya la brillante guardia nacional que no ha de ir a las órdenes de oscuros
bárbaros a despedazar y robar a otros pueblos, que es lo que les impondrían los enemigos
que no supiera vencer.
San Juan ha adquirido un nombre glorioso en la República, y por sus minas hasta en
Europa se busca en el mapa dónde está situado San Juan
Próximo está el día en que mostremos que toda virtud, todo heroísmo, todo valor, toda
acción noble y toda abnegación, tiene representantes dignos y modelos en San Juan.
Conciudadanos: A las armas, y que San Juan sea un ejército, un baluarte contra la
barbarie, y un ejemplo para todos los pueblos argentinos. Esto es lo que espera de vosotros
vuestro compatriota y amigo, Domingo Faustino Sarmiento.
San Juan, 7 de abril de 1863
Vicente Massot, Matar y morir. La violencia política en la Argentina
(1806-1890), emecé, Buenos Aires, 2002, p. 130-138
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LA ESCUELA NORMAL DE PARANÁ
¿Por qué la profesión militar de matar hombres es honrosa, mientras la de la enseñanza, de
educarlos es desdeñada? Tal vez la contestación se encontraría en los varios grados
honorarios que tiene la profesión militar, y la falta de éstos en la profesión de enseñar.”
George A. Stearns.
Carta al ministro Onésimo Leguizamón, 6 de noviembre de 1875.
Mientras Sarmiento trataba de asimilar su disgusto ante la negativa de Mary
Gorman a trasladarse a San Juan, y poco antes de que llegaran las otras tres
maestras que iban a sumir la misma actitud y renovar las furias presidenciales,
nuevos viajeros ponían pie en el país.
George Albert Stearns había sido recomendado a Sarmiento por Mary Mann,
que en una carta del 2 de enero de 1869, al presentar al joven docente,
elogiaba también las cualidades de su esposa….
Poco más de un año después de la fecha de esa carta, acompañado por su
mujer, Julia Adelaida, y su pequeño hijo, Stearns desembarcaba en Buenos
Aires. Tenía veinticinco años y una maestría en artes de la Universidad de
Harvard, cuyo presidente había hecho un gran elogio de sus cualidades. En la
Argentina iba a recibir un sueldo equivalente a dos mil cuatrocientos dólares
anuales, y su esposa recibiría mil.
El joven profesor era, por temperamento, un luchador, y esa cualidad, así
como su resistencia al sufrimiento, habría de ser puesta a prueba más de una
vez en los seis años que permaneció en el país.
(…)
LA PRIMERA ESCUELA
La Escuela Normal de Paraná, la primera que se abrió por inspiración de
Sarmiento, fue creada “con el designio de formar maestros competentes para
las escuelas comunes”. Comprendía un curso normal, “para que además de
adquirir conocimientos, los aspirantes a profesores aprendan el arte de
enseñar”, y una escuela modelo de aplicación “para la instrucción primaria
graduada de niños de ambos sexos y para amaestrar a los alumnos del curso
normal en los buenos métodos de enseñanza y manejo de escuelas.”
El plan de estudios fue aprobado por un decreto del 13 de junio de 1870. La
duración del curso normal se fijaba en cuatro años, divididos en tres términos
de trece semanas cada uno. En la escuela de aplicación, la enseñanza se
desarrollaría a lo largo de seis años, cada uno dividido en tres términos de
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trece semanas. Los aspirantes a alumnos-maestros debían tener más de 16
años, buena salud, moral intachable y buena instrucción; debían aprobar un
examen previo. No había alumnos internos.
Se anticipaba que algunos estudiantes serían sostenidos por el Tesoro
Nacional y, una vez egresados, tendrían el compromiso de dedicarse por seis
años a la enseñanza. En caso de que no cumplieran con este requisito o de
qque abandonaran el curso antes de terminarlo – fuera por voluntad propia o
por ser expulsados-, deberían devolver los importes recibidos. Más tarde, de
acuerdo con esta previsión, el gobierno nacional, por ley del 8 de octubre de
1870, creó setenta becas, destinadas a alumnos de otras provincias o del
interior de Entre Ríos.
El inglés se enseñaba desde el primer grado de la escuela de aplicación; el
francés comenzaba en quinto grado y se retomaba en tercer año del curso
normal. Hubo críticas de los sectores más tradicionalistas a lo que
consideraban una “extranjerización” de la enseñanza, pero el aprendizaje de
idiomas era un requerimiento esencial en tiempos en que no había buenos
libros de texto en español. Los alumnos, que en primer grado comenzaban a
hablar inglés y a partir de cuarto aprendían a escribirlo y luego a traducirlo,
llegaban al curso normal en condiciones de poder utilizar textos modernos en
esa lengua. Al francés se le dedicaba menos tiempo, pero el objetivo era
también que los estudiantes pudieran manejar libros. Durante años una parte
importante del trabajo de los maestros consistió en traducir al español las
lecciones de cada día, para que los alumnos pudieran copiarlas.
Esencialmente, el plan de estudios había sido obra de Stearns, como lo sería
después la organización de la escuela y los lineamientos a seguir, mantenidos
más tarde en lo fundamental, aun después de las modificaciones que se fueron
haciendo necesarias. Su trabajo fue una adaptación del sistema norteamericano
y él se expresó muy claramente cuando llegó el momento de explicar sus
decisiones, en el primer informe sobre la marcha del establecimiento…
LIBROS Y BALAS
(…)
El alzamiento de López Jordán, con ramificaciones en Corrientes y santa Fe,
no fue detenido hasta que el caudillo sufrió dos sucesivas derrotas, primero en
Santa Rosa, el 123 de octubre, y luego en Ñaembé, el 26 de enero de 1871,
cuando los restos de su ejército fueron batidos por la milicia de Corrientes, al
mando del gobernador Santiago Baibiene, con la ayuda de refuerzos
comandados por Julio Argentino Roca. López Jordán debió refugiarse en
Brasil y luego en Uruguay, desde donde habría de renovar su amenaza dos
años más tarde.
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En ese clima de convulsiones, el trabajo en la escuela se hacía penoso y difícil.
Pero el recién llegado no era hombre de dejarse intimidar por el desafío. Los
preparativos siguieron adelante. Con dos profesores como todo personal
docente, las clases se iniciaron el 16 de agosto de 1871. Al terminar el año
había ocho alumnos en el curso normal y veintidós en la escuela de aplicación;
todos varones.
Los informes anuales que Stearns enviaba a Buenos Aires iban dando cuenta
de la marcha de la enseñanza, las necesidades de la escuela y sus relaciones
con la sociedad de Paraná. En el primero, de 1872 –que corresponde al curso
de 1871-, menciona escuetamente las penosas condiciones iniciales.
(…)
Pronto pasa a relatar cómo se habían logrado los primeros resultados. La
energía y dedicación al trabajo de este maestro quedan en evidencia en una
serie de iniciativas rápidamente puestas en práctica. (…) El informe de 1874
muestra lo que la buena organización y el trabajo intenso pudieron lograr en
tres años: estudios sistemáticos, disciplina racional, métodos objetivos.
Importantes innovaciones eran la propuesta de una lección modelo,
comentada por el curso; el sistema de promociones sujeto a un plan fijo, con
examen escrito y oral mensual y trimestral; la organización de sociedades de
estudiantes con fines literarios; la iniciativa de traer maestros norteamericanos
para la escuela de aplicación. A todo esto se agregaba el espíritu cívico,
sugerido con el ejemplo del director, que tomó parte en la defensa armada de
la autoridad nacional contra el caudillo López Jordán y dio instrucción militar
a los alumnos.
TRAGEDIA FAMILIAR
A comienzos de 1872, los Stearns se encontraban felizmente instalados en
Paraná. Habían sido bien recibidos por la sociedad local. Superando enormes
dificultades, la escuela hacía continuos progresos. Vivían en una casa
“magnífica, espléndidamente amueblada para este país y bien `para cualquier
otro”; su hijo mayor, nacido con deficiencias mentales, crecía en medio de una
naturaleza pródiga y amable, y habían tenido otro niño. Todos los esfuerzos
comenzaban a rendir frutos cuando, repentinamente, en el agobiante calor de
febrero, la señora Stearns cayó enferma de fiebre tifoidea y murió en pocos
días. Todavía no había cumplido veintitrés años. El joven profesor se
encontró de repente viudo, en un país desconocido y con la necesidad de
atender a un hijo de dos años, retrasado, y a otro de tres meses de edad.
Al dolor de la pérdida se sumó la consternación por no poder dar inmediata
sepultura a la esposa fallecida. Julia Adelaide Hope Stearns parece haber sido
la primera persona de credo protestante que murió en Paraná, y no se la podìa
enterrar en un cementerio reservado a los católicos. El `problema tuvo que ser
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debatido por la autoridad civil con la jerarquía eclesiástica. Mientras tanto,
durante tres días y tres noches, el ataúd quedó depositado fuera del
camposanto. Armado con dos revólveres, el viudo montaba guardia para
proteger al cadáver de posibles ataques de las fieras.
Finalmente se autorizó el entierro junto a los muros del recinto, pero del lado
de afuera. Poco tiempo después moría el hijo mayor del matrimonio y era
enterrado junto a su madre. George A. Stearns dejó un dibujo, de su propia
mano, en el que muestra el lugar de las sepulturas con el fondo de bóvedas y
árboles del cementerio.
Julio Crespo, Las maestras de Sarmiento,
Comunicaciones, Buenos Aires, 2007, p. 105-111
Grupo
Abierto
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LA UNIVERSIDAD PARA LOS RICOS
La preocupación de Sarmiento era la escuela primaria, para educar a las
mayorías, antes que la universidad, para formar elites.
“La educación más arriba de la instrucción primaria la desprecio como medio
de civilización. Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral
de los pueblos. Todos los pueblos han tenido siempre doctores y sabios, sin
ser civilizados por eso.”
“Los colegios y universidades extienden sus beneficios sobre una minoría de
antemano presentada por la sociedad, no en razón de la idoneidad del
recipiendario sino de la posición social de que le ofrece, y sería imposible que
en ese circunscripto número estén comprendidos todos los caracteres y las
capacidades dominantes. La educación común obra sobre una masa ilimitada
de seres y despierta el talento, la virtud, el genio que habrían sin ella quedado
ocultos y malogrados, como los gérmenes que faltos de calor y humedad dejan
de fecundarse en el seno de la tierra.”
En repetidas oportunidades señaló la desidia de las clases dominantes por la
educación popular y denunció la injusticia plena de actualidad, la universidad
gratis para los hijos de las clases altas, contrapuesta al abandono de las
escuelas primarias públicas donde sólo van los pobres:
“Ya sé qué puede comprender lo que entiende de democracia el que decía que
lo vendrían a fastidiar con escuelas. Las escuelas son la democracia. Para ellos
que tienen la Universidad para que se eduquen gratis sus hijos, la tierra para
solazarse y el gobierno, la escuela es para el vulgo y entonces dicen: que allá se
la compongan con el oso, que es la ignorancia, la pobreza y el vicio.”
“El resultado del sistema gubernativo es, pues, exonerar a los pudientes y
querientes de costear la educación de sus propios hijos haciendo que las rentas
del Estado le economicen su propio dinero, mientras que el pobre que no
educa a sus hijos paga por la educación de los hijos de los acomodados.”
Para el colegio pagado, los ricos, y por el colegio gratis, los pobres, la
democracia decente se siente invenciblemente desinteresada en la dotación y
fundación de escuelas para todos, y si lo hacen, por la negra hornilla, lo hacen
con mano avara. (…) De ahí la necesidad de la renta especial para sostener la
educación gratis, pero sostenida por la propiedad de todos, a favor de todos.
De ahí también la resistencia a aceptarla mientras las clases más
contribuyentes se pueden proporcionar educación en beneficio propio a
expensas de todos.”
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“…comparando datos y mirando cómo avanza cual marea la barbarie del
pueblo al mismo tiempo que más ufana se muestra la oligarquía docta a la que
tenemos el honor de pertenecer. Es uno de los hechos más notables y que
vengo persiguiendo y estudiando en Chile y aquí el desdén, el odio de las
clases cultas a la educación general. Nunca le ha interesado de corazón a
nadie, por más que a veces haya sido de buen tono político prestar atención.”
Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentinas,
Sudamericana, Buenos Aires, 2003, p. 25-26
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LAS FIESTAS PÚBLICAS
Los pueblos necesitan fiestas públicas; ellas son la expresión de sus
convicciones y los momentos consagrados a la asociación íntima. Sólo las
fiestas tienen el poder de avivar los recuerdos, de atraer voluntariamente al
pueblo a confundirse en un mismo pensamiento aplaudiendo una misma idea.
Las edades históricas del mundo han hecho célebres las estaciones del año
como los acontecimientos más memorables que podían mover el corazón de
hombres sencillos y rudos; Moisés ordenó el ritual que cuarenta siglos debían
seguir para celebrar la libertad del pueblo escogido; los griegos inmortalizaron
el día de la muerte de sus tiranos Harmodio y Aristogiton; los cristianos el
nacimiento y la muerte de nuestro Redentor; los franceses revolucionarios el
día del asalto a la Bastilla; nosotros el de nuestra emancipación política. En
cada una de estas grandes solemnidades hay una idea que domina, una idea
que nace de la condición especial de cada pueblo o de cada edad, de su
civilización, de sus necesidades y de sus creencias. Unos inmortalizan la
naturaleza, otros la libertad, otros las convicciones morales y religiosas, es
decir la idea de que la sociedad vive y que alienta su existencia.
¿Y cuáles grandes fiestas se suceden a éstas que han quedado fuera de uso? La
de Gutenberg en Estrasburgo, que ha reunido voluntariamente a toda la
Alemania, y cuyo estrépito ha resonado en el corazón de todos los hombres
cultos del mundo, que tarde o temprano celebraron al inventor de la prensa a
que deben su condición actual lo mismo que los judíos la Pascua en
celebración de su salida de Egipto, lo mismo que los pueblos antiguos, la
vuelta del sol a su hemisferio que les libraba de la escasez y las privaciones del
invierno.
Hemos presenciado unos exámenes de provincia; estaba presente el maestro,
que no carecía de instrucción, un sacerdote, un padre de familia y un joven. La
voz de los alumnos que daban un excelente examen se perdía en el ámbito de
un extenso patio. ¿Santo Dios! ¿Cómo ha de progresar la educación así! ¿Qué
se da a cambio a un niño por sus mortificaciones? ¿Con qué se le paga a un
padre la falta que su pequeño trabajo le hace? Es, pues, preciso, indispensable
honrar la educación, estimulada por toda clase de medios grandes y pequeños;
es necesario darle mucha importancia a los ojos del pueblo para que él la
aprecie; es preciso hacer de los exámenes públicos una solemnidad, una fiesta
popular.
ALFABETIZACIÓN
Los esclavos fueron libertos y arrojados al grande osario de las muchedumbres
blancas o cobrizas. Pero al recorrer hoy los ciudadanos del Norte de Estados
Unidos los países donde la esclavitud se mantuvo a despecho de la igualdad
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proclamada, otro mal se encontró, removiendo los escombros, que era más
negro que la negra servidumbre. Como una antorcha aplicada de improviso, se
ha descubierto lo que el general Howard ha revelado en una sola y terrible
frase. “Atravesando los Estados de Georgia y las Carolinas, ¡vaya, encontré un
niño blanco que supiera leer!” Si hay exageración en la frase, la exageración no
es mía. Por este rasgo nos hallamos pues en plena América del Sur. Puede el
viajero recorrer comarcas enteras sin encontrar sino rara vez quien sepa leer.
El gobernador Andrew de Massachussets decía en acto solemne, que de mil
soldados de un regimiento de la Nueva Inglaterra doce no sabían firmar, y
aprendieron durante la campaña; mientras que de un regimiento de mayor
número de blancos del Sur, un número menor que la antedicha excepción
sabían leer. En 1852 en la República Argentina, de cuatrocientos y más
hombres de caballería, doce, entre oficiales y soldados, declararon saber leer.
D. F. Sarmiento, Cuentos Ocultos. Investigación y selección a cargo de
Hugo Ditaranto, Marisa Escobar y Pablo Cantor, Besana, Buenos
Aires, 2011, p. 231-232/353
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UN ESCRITOR FECUNDO
La distancia no tiene mucho sentido en lo que concierne a la extraordinaria
fecundidad, que no fecundidad, verbal, incesante flujo de escritura sin
desfallecimiento y sin medida, llevado a cabo mediante rupturas y sobresaltos,
de insólita nerviosidad y de una libertad extraordinaria en lo que se refiere a
retóricas o géneros o modos de discurso.
Sobre este aspecto se ha dicho mucho: melancólicos lectores que quieren ver
en el Facundo novela, poema épico, historia, biografía, ensayo sociológico;
seguramente hay de todo: si es así, será más bien una poética de mezcla que,
dándose en otros planos, produce también veloces desplazamientos a partir de
una enunciación irresistible, que mucho le debe, por cierto, al periodismo,
pero que constituye también su marca de estilo propio.
Desentrañar lo que estos desplazamientos producen podría explicar, quizás,
por qué este libro abrió un camino a una literatura todavía en ciernes:
reproduce, además, la vertiginosa mezcla que define la realidad misma de su
momento y acaso de todos los momentos. Y tal vez, esa homología entre su
modo de escritura, de mezcla, y el país que intentaba desentrañar, porque lo
consideraba un enigma, reproduce el enigma mismo pero esta vez de una
literatura, de un escribir, no ya de un país. A esta suposición induce la
invocación inicial: “¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que,
sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a
explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las
entrañas de un noble pueblo!”. Con razón, y a propósito, Jorge Luis Borges
observaba que Sarmiento estaba deslumbrado y al mismo tiempo enceguecido
por la realidad, cuyo secreto y cuya miseria lo asediaban. De ahí, quizás, sus
urgencias, que contrastan con la morosidad provinciana y los resabios
coloniales: en esa urgencia reside su modernidad., un hacer febril en todos los
órdenes semejante a las máquinas que estaban apurando el ritmo del mundo.
De ahí, también, el exceso, la demasía, la exageración, la metáfora; es lo que le
reprocharon los iniciales críticos, en especial Valentín Alsina, que le señaló
con minucias inexactitudes, lo que, implícitamente, traicionaba una verdad
fáctica y, por lo tanto, debilitaba el esperable rigor de una pretensión de tal
tamaño. Condescendiente con el patriarca, Sarmiento atendió a las sugerencias
pero en escasa medida; es como si hubiera presentido que modificar el ritmo
febril de su escritura fuera a quitarle vivacidad y poder de seducción.
Noé Jitrik, prólogo a Facundo de Domingo Faustino Sarmiento,
Longseller, Buenos Aires, 2006, p. 8-10
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INTRODUCCIÓN AL FACUNDO (FRAGMENTOS)
Je demande à l’historien l’amour de l’humanité ou de la liberté; sa justice
impartiale ne doit pas éter impasible. Il faut, au contraire, qu’il souhaite, qu’il
espère, qu’il souffre, on soi heureaux de ce qu’il reconte. *
Villemain (Cours de Littérature)
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el
ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida
secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble
pueblo! Tú posees el secreto: írevélanoslo!. Diez años aún después de tu
trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos
al tomar diversos senderos en el desierto, decían: "íNo; no ha muerto! íVive
aún! íEl vendrá!". íCierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones
populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su
complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más
perfecto; y lo que en él era solo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en
Rosas, el sistema , efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara,
cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz
de presentarse a la faz del mundo, como el modelo de ser de un pueblo
encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio que
domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano,
bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos
Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que
hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la
inteligencia de un Maquiavelo Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿Por qué sus
enemigos quieren disputarle el título de Grande que le prodigan sus
cortesanos? Sí; grande y muy grande es, para gloria y vergüenza de su patria,
porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan a su carro
para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a millares, las
almas generosas que, en quince años de lid sangrienta, no han desesperado de
vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de
la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan; y la Esfinge Argentina,
mitad mujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, morirá a sus
plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado que le toca entre las
naciones del Nuevo Mundo.
• “Le pido al historiador amor a la humanidad o a la libertad; su justicia
imparicla no debe ser impasible. Es necesario, por el contrario, que
desee, que espere, que sufra o sea feliz con lo que narra.
Villemain (Curso de Literatura)
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Si algunas inexactitudes se me escapan, ruego a los que las adviertan que me
las comuniquen; porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo
simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como lo han
hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario
consagrar una seria atención, porque sin esto, la vida y hechos de Facundo
Quiroga son vulgaridades que no merecerían entrar sino episódicamente en el
dominio de la Historia.
Pero Facundo, en relación con la fisonomía de la naturaleza grandiosamente
salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina;
Facundo, expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus
preocupaciones e instintos; Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por un
accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos de su
voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable que puede
presentarse a la contemplación de los hombres que comprenden que un
caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en
que se reflejan en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades,
preocupaciones y hábitos de una nación en una época de su historia (...).
Es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los
pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello
de originalidad que le daban ciertos visos orientales, cierta tintura de sabiduría
salomónica en el concepto de la plebe. ¿Qué diferencia hay, en efecto, entre
aquel famoso expediente de mandar partir en dos al niño disputado, a fin de
descubrir la verdadera madre, y este otro para encontrar un ladrón?
Entre los individuos que formaban una compañía se había robado un objeto,
y todas las diligencias practicadas para descubrir el ladrón habían sido
infructuosas. Quiroga forma la tropa, hace cortar tantas varitas de igual
tamaño como soldados había, hace en seguida que se distribuyan a cada uno, y
luego con voz segura, dice: “Aquel cuya varita amanezca mañana más grande
que las demás, ése es el ladrón”.
Al día siguiente se forma de nuevo la tropa y Quiroga procede a la verificación
y comparación de las varitas. Un soldado hay, empero, cuya vara aparece más
corta que las otras. “¡Miserable! –le grita Facundo con voz aterrante-, ¡tú
eres!... Y, en efecto, él era: su turbación lo dejaba conocer demasiado. El
expediente es sencillo; el crédulo gaucho, temiendo que, efectivamente,
creciese su varita, le había cortado un pedazo. Pero se necesita cierta
superioridad y cierto conocimiento de la naturaleza humana para valerse de
estos medios.
Se habían robado algunas prendas de la montura de un soldado, y todas las
pesquisas habían sido inútiles ara descubrir al ladrón. Facundo hace formar la
tropa y que desfile delante de él, que está con los brazos cruzados, la mirada
fija, escudriñadora, terrible, Antes ha dicho: “Yo sé quién es”, con una
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seguridad que nada desmiente. Empiezan a desfilar, desfilan muchos, y
Quiroga permanece inmóvil; es la estatua de Júpiter Tonante, es la imagen del
Dios del Juicio Final. De repente avanza sobre uno, le agarra del brazo y le
dice con voz breve y seca: “¿Dónde está la montura?” “Allí, señor”, contesta,
señalando un bosquecillo. “Cuatro tiradores”, grita entonces Quiroga.
¿Qué revelación era ésta? La del terror y la del crimen, hecha ante un hombr4e
sagaz. Estaba otra vez un gaucho respondiendo a los cargos que se le hacían
por un robo; Facundo le interrumpe diciendo: “Ya este pícaro está mintiendo;
¡a ver...cien azotes! Cuando el reo hubo salido, Quiroga dijo a alguno que se
hallaba presente: “Vea, patrón; cuando un gaucho al hablar está haciendo
marcas con el pie, es señal que está mintiendo”. Con los azotes el gaucho
contó la historia como debía de ser, esto es, que se había robado una yunta de
bueyes.
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Longseller, Buenos Aires,
2006, p. 13,14, 22/107-108
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IDEAS Y PROYECTOS DE ALBERDI Y SARMIENTO
Para Alberdi la inmigración no sólo provocaría un rápido aumento de la
población sino que la ventaja más importante sería que con ella se consolidaría
la influencia de la civilización europea. Suponía que la apertura de la Argentina
a la entrada y al libre juego de las fuerzas de la economía capitalista sólo podía
producir resultados positivos. La mano de obra extranjera y los capitales
foráneos serían los instrumentos adecuados para crear una comunidad
civilizada. La población extranjera, con sus hábitos y costumbres, propios de
una economía desarrollada, lograría la transformación global del país.
Alberdi no negaba la necesidad de la instrucción primaria pero consideraba
que la educación estaba relacionada con el influjo del ambiente, fuera de los
inmigrantes de los países más adelantados o del progreso material obtenido
por cualquier forma. Éstos serían el medido de instrucción más conveniente
para los pueblos que empezaban a crearse, como era el caso de la Argentina
en aquel momento.
Asimismo, el Estado sólo debía sentar las bases del orden. La propuesta
alberdiana quedó reflejada en la Constitución nacional que establecía la
coexistencia de dos tipos de repúblicas: la república abierta y la república restrictiva.
La primera estaría regida por la libertad civil (libre tránsito de bienes y
personas, libertad de expresión y de culto, etc.) en la que tendrían cabida
todos los habitantes, nativos y extranjeros. En la república restrictiva, los
ciudadanos no intervendrían en la designación directa de los gobernantes ni de
sus representantes –excepto en el caso de los diputados- sino que serían los
electores quienes lo harían. Este pequeño grupo de ciudadanos gozaría de
plenas libertades para participar en la elección de senadores, presidente y
vicepresidente de la nación. Es decir que para Alberdi el poder debía recaer en
las manos seguras de la elite rica e ilustrada y proclamaba que había que “alejar
el sufragio de las manos de la ignorancia”.
Sarmiento, al igual que Alberdi, consideraba que la inmigración europea
ayudaría a introducir a la población en una nueva civilización moderna.
Asimismo, compartía con Alberdi la idea de que la Argentina sería renovada a
través de su plena incorporación al mercado capitalista. La diferencia es que
para el sanjuanino la imagen del progreso económico se basaba en postular un
cambio de la sociedad en su conjunto, no como resultado final de ese
progreso sino como condición para lograrlo.
Además, sostenía la necesidad de un nuevo modelo, aplicado por Estados
Unidos, cuyo éxito no se debía a la superioridad étnica sino a que allí se
desarrollaba una civilización, asentada sobre la plena integración del mercado
nacional y la existencia de una masa de consumidores que para serlo debían
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disponer tanto del poder adquisitivo necesario como de sólidas aspiraciones
para mejorar su situación económico-social.
Para alcanzar este objetivo la educación popular se convertiría en el
instrumento adecuado La inmigración, según Sarmiento, debía ser encauzada
y fomentada por un Estado que también debía ser capaz de gobernar los
procesos económicos y sociales para superar los conflictos que generarían el
libre juego de las fuerzas del mercado. Confiaba en el rol transformador del
Estado que por medio de la alfabetización ayudaría a la población a
introducirse en una nueva civilización. En particular le asignaba a la educación
primaria un rol estratégico en la transformación masiva de la población. En
este sentido, desde el gobierno se debían implementar planes para el
desarrollo de la escuela primaria y la formación de maestros; sólo así sería
posible una nueva civilización argentina.
Susana Yazbek y Laura Alori, El proceso de inmigración en la
Argentina moderna, en Argentina. Desde su emancipación hasta la
crisis de 1930, Ángel Cerra (coordinador), Biblos/Estudios Fundación
Simón Rodríguez, Buenos Aires, 2011, p. 67-68
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SARMIENTO Y LA “BARBARIE”
Lo autóctono es “lo bárbaro” que es preciso eliminar: los indios, por ejemplo.
Así sostiene: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de
América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla
no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si
reapareciesen. Lautaro y Caupolicán don unos indios piojosos, porque así son
todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y
grande. Se les debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya
el odio instintivo al hombre civilizado”.
En otra oportunidad, afirma: “Estamos por dudar de que exista el Paraguay.
Descendientes de de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por
instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial
(…) Son unos perros ignorantes (…) Al frenético, idiota, bruto y feroz
borracho Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y
mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese
pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excresecencia
humana, raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.
De manera semejante se refiere a los negros: “Los negros (…) ponían en
manos de Rosas un celoso espionaje, a cargo de sirvientes y esclavos,
proporcionándole, además, excelentes e incorruptibles soldados de otro
idioma y de una raza salvaje (…) Felizmente, las continuas guerras han
exterminado a la parte masculina de la población”.
Con respecto a los gauchos, ya se han reproducido algunos juicios rotundos
como que “su sangre es lo único que tienen de humano” y resulta “un buen
abono para la tierra” en carta a Mitre, del 20/9/1861, o que son “animales
bípedos de perversa condición”, también en carta a Mitre, del 24 de marzo de
1863.
Por su parte, en su libro Conflictos a armonías de las razas en América, abundan las
referencias despreciativas hacia indios, negros y gauchos. De la misma manera
repudia las raíces hispánicas, suponiendo que todo lo español es
necesariamente autoritario y reaccionario, óptica que lo conduce a idealizar lo
anglosajón. Esta propuesta de aniquilar a lo que llama “barbarie” se expresa
con motivo del degüello del Chacho Peñaloza –según hemos señalado- así
como en su consejo a Mitre después de Pavón: “Urquiza debe
desaparecer…Southampton o la horca”. Del mismo modo preconiza el
asesinato de Benavídez: “La muerte del gobernador Nazario Benavides es
acción santa sobre un notorio malvado. Dios sea loado”.
(…)
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Respecto a Artigas, también descarga su odio en gruesos epítetos, siempre
relacionados con la supuesta barbarie: “cruel, bárbaro y sanguinario, cuatrero y
salteador”, “monstruo, endurecido animal de rapiña”, “bestia, animal y feroz”.
Estas opiniones despectivas sobre Artigas, Rosas y el resto de los caudillos
federales abundan en diversos escritos de Sarmiento, y son propias de quien
juzga bárbaras a las masas populares que les dan apoyo.
SARMIENTO Y LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Siguiendo el relato de Liborio Justo –quien reivindica al indio y participa de la
idea de que se trata de una lucha de potencia a potencia- nos encontramos en
esos años con reiterados malones. En febrero de 1853, Calfucurá realiza una
nueva invasión y se lleva 130.000 vacunos. En 1855, tribus araucanas de los
caciques Catriel y Cachul atacan a las fuerzas del gobierno. Allí Mitre es
derrotado por las fuerzas de Catriel, cerca de Sierra Chica, a la cual trepa y
queda sitiado dos días hasta que logra fugar de noche y llegar milagrosamente
a la ciudad de Azul. Luego se produce la acción de Tapalqué, donde mueren
dieciocho jefers y oficiales y doscientos cincuenta soldados. A su vez,
Yanquetruz avanza hasta Tandil y aniquila ciento veinte hombres del coronel
Otamendi. Para esa época, Justo señala que “`por todas las fronteras de
Buenos Aires, sus pobladores y los gauchos huían aterrados ante el furor de
los araucanos”. Esta situación se fue agravando durante la presidencia de
Mitre: en febrero de 1864, los tehuelches atacaron cerca de Tapalqué y en
mayo, Calfucurá encabezó un malón sobre Tres Arroyos; en octubre de 1865
atacaron las inmediaciones de Claromecó y en diciembre, otra vez Tapalqué.
Asimismo, los ranqueles, “en marzo de 1866, atacaron por la frontera sur de
Córdoba y el 22 de noviembre llegaron hasta las inmediaciones de Río Cuarto
capturando ganado y tomando cautivos. La represión fue violenta y en marzo
de 1867 fueron derrotados en las cercanías de Villa Mercedes (…) En abril de
12868, Calfucurá insistió sobre el sur de Córdoba, al frente de 2.000 hombres
que regresaron con un gigantesco arreo; en febrero de 1867 grupos de
araucanos que habían invadido el sur de Olavaria debieron emprender la
retirada ante la ofensiva del coronel Álvaro Barros que les produjo 30
muertos(…) Durante todo este periodo, la expansión y la superioridad
indígenas fueron la regla”.
Al asumir Sarmiento –no obstante sus reiteradas declaraciones contra los
pueblos originarios- intenta una política de acuerdos, especialmente con los
ranqueles, más débiles en ese momento, aunque, como bien señala Martínez
Sarasola, esas gestiones no prosperan. Los caciques admitían declarase
súbditos argentinos, no reconocer a ningún cacique como autoridad, prestar
servicio en la frontera, practicar la agricultura, recibir sacerdotes para que les
enseñasen religión católica, pero en general estos acuerdos no se cumplían.
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Así resultó que en 1870, Calfucurá volvió a invadir al mando de mil araucanos,
la zona de Tres Arroyos y luego, en octubre, Namuncurá atacó Bahía Blanca,
con 2000 hombres. El gobierno contraatacó y murieron 50 indios en las
tolderías arrasadas. En marzo de 1872, se produjo una invasión impresionante
con 6000 guerreros de Calfucurá entrando en los partidos de Alvear, 25 de
Mayo y 9 de Julio, lo que dejó 300 pobladores muertos, 500 cautivos y
llevándose 200.000 cabezas de ganado. Esta fue “la más grande invasión (…) y
marcó la cima del poderío indígena”.
Calfucurá se asentó cerca de San Carlos de Bolívar y allí fue derrotado por el
coronel Rivas, en marzo de 1872, en una de las mayores batallas, donde
murieron 200 de sus guerreros. Se dijo entonces que la congoja produjo su
muerte poco después, en salinas Grandes, quedando como jefe su hijo
Namuncurá. Un diario de Buenos Aires sostenía, por entonces, que los
caciques, con la diestra firmaban “comprometidos a poner a saco y fuego las fronteras
de Buenos Aires, y con la izquierda el tratado de paz con la lista de pedidos de yeguas,
uniformes, paños y pañetes, yerba, azúcar, tabaco, jabón y otros vicios y gollerías, condiciones
y precios aplacadores para celebrar las paces”.
Norberto Galasso, Historia de la Argentina. Desde los pueblos
originarios hasta el tiempo de los Kirchner, Tomo 1, Colihue, Buenos
Aires, 2012, p. 431-432/ 446-448
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SARMIENTO Y LA PROBLEMÁTICA FEMENINA
1) Denuncia el maltrato doméstico hacia las mujeres
Resulta sorprendente su estilo avanzado al cuestionar las formas patriarcales
del mundo familiar de entonces. En una carta escrita en 1843 a su primo
Domingo Soriano sarmiento le aconseja tener un trato humano con su
cónyuge. Dice:
“Vea usted, sin embargo, como veo yo el casamiento. No creo en la duración
del amor que se apaga con la posesión. Oiga usted esto, porque es capital, su
felicidad depende de la observancia de este precepto: No abuse de los goces
del amor, no traspase los límites de la decencia, no haga a su esposa perder el
pudor a fuerza de hacerla prestarse a todo género de locuras. Deje a su mujer
cierto grado de libertad en sus acciones y no quiera que todas las cosas las
haga a medida del deseo de usted. Una mujer es un ser aparte que tiene una
existencia distinta a la nuestra. Es una brutalidad hacer de ella un apéndice,
una mano para realizar nuestros deseos. Cuando riñan, guárdese por Dios de
insultarla. Si en la primera riña le dice usted bruta, en la segunda le dirá infame
y en la quinta puta. Tenga usted cuidado con las riñas.”
2) Acerca del surgimiento de la obrera fabril
(…) Si bien el proceso de desarrollo industrial en Argentina –a partir de 1870se encuentra en un estado embrionario, los conceptos morales de la época
aluden a un clima pernicioso en la fábrica, que corrompe a los sujetos. El
Censo Municipal de Buenos Aires de 1887 refuerza lo expresado relatando
que “los hijos del país, en su mayoría miran con desprecio el trabajo en la
industria”. Sarmiento, por supuesto, no escapa a esta regla generalizada de
desconfianza y temor al trabajo mecanizado.
Por otra parte, el ingreso de la máquina de coser en Argentina, en 1853,
produce un rechazo mayoritario de nuestras costureras por temor de que
peligre su fuente laboral. La competencia desigual entre la producción manual
y la mecanizada genera una franja de desocupación ostensible. Sarmiento toma
esta cuestión en su discurso a un número importante de mujeres en
Montevideo, hacia 1883. Dirá: “En el Estado Oriental no ha colocación para
las mujeres desde que la máquina de coser reduce a la generalidad a forzada
ociosidad.”
Pese a los cuestionamientos que se plantean, Sarmiento intenta proyectar –
según lo señala Leopoldo Lugones- guarderías para el cuidado de niños,
mientras sus madres trabajan en las fábricas. Asimismo, insinúa a Mary Mann
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que las educadoras seleccionadas para viajar a Argentina sepan instruir a las
nativas sobre el manejo de la máquina de coser.
(…)
5) Su observación sobre usos y costumbres de las mujeres de la época
A lo largo de su vida pública –ya sea como escritor o periodista- Sarmiento se
presenta a los ojos de sus lectores, con sus detalladas observaciones, como un
excelente retratista de costumbres colectivas. Su verdadera inclinación poética
por el teatro –entendido como un género que “debe ser fiel espejo de las
costumbres” lo sensibiliza a hacer notar lo anónimo y representativo de la
realidad social. Facundo, Viajes, La Campaña en el Ejército Grande, son tratados de
costumbres, donde todo es significativo. “Los detalles, lo superficial, lo
aparentemente sin importancia, nunca son casuales para quien sabe leer”
(Sarlo, 1988:2). Ello permite entender su alocada comprensión alrededor de
las expresiones culturales populares, entre ellas el baile callejero. Al detenerse
en la cotidianidad de las grandes urbes, recurrentemente las mujeres aparecen
retratadas en sus prácticas en sus prácticas diarias y gozos. Por ejemplo, en
diversos relatos comenta y exalta la capacidad de disfrute por parte de las
mismas en los bailes populares.
(…) Por otra parte, la libertad y el manejo sin ataduras de las estadounidenses
lo marcan decididamente para estimular a nuestras mujeres a que imiten estos
dignos ejemplos. Habla de las norteamericanas como “un tipo nuevo en el
mundo”, o bien, las simboliza como “mariposas del aire”. En realidad, verlas
trabajar, estudiar, luchar por sus derechos t franquear las vallas morales de la
pacatería social, es un placer para Sarmiento. El 20 de mayo de 1865, le
escribe a Aurelia Vélez desde Nueva York:
“¡Si fuera yanqui! Si viese ferrocarriles, vapores, hoteles, calles llenas de
jóvenes solteras, viajando como aves del cielo, seguras, alegres, felices!”
(Carta tomada de Drei, 1968:44)
(…)
En Argentina, las que pertenecen a sectores más acomodados no estilan
movilizarse por la ciudad si no es en compañía de los sirvientes o familiares.
Cuando lo hacen es, casi siempre, para asistir a misa o visitar parientes
próximos, en horarios matinales o vespertinos. Es tan así que, aún en 1928, se
mantiene un reglamento municipal que prohíbe circular a las mujeres solas por
la noche.
Un detalle que Sarmiento no pasa por alto es la modificación de las
costumbres en las vestimentas femeninas, frente a la salida de las mujeres del
mundo doméstico para incorporarse a otras esferas públicas. Manejarse con
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soltura en la gimnasia y en otras prácticas físicas les permite a las
norteamericanas incorporar el uso de los pantalones. En una carta a Aurelia
Vélez desde Nueva York le relata:
“Fuimos al día siguiente a Lexington a ver el establecimiento de educación
física para mujeres. Vuelve este país a los tiempos de la Grecia, dando a los
juegos gimnásticos una gran atención. Lo que vi ejecutar a las niñas asegura la
mejor perfección de la raza por la fuerza, la belleza y la gracia.”
(Carta del 20-05-1865, tomada de Drei, 19168:44)
Mabel Bellucci, en Mujeres en la educación. Género y docencia en la
Argentina, 1870-1930. Graciela Morgade (compiladora), Miño y Dávila,
Buenos Aires, 1997, p.56-62
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SARMIENTO Y LA CONSTITUCIÓN DE LA CIUDADANÍA
LETRADA
En la concepción sarmientina, la lectura –pilar de la educación pública- será la
garantía de la emancipación intelectual, ya que “todo se aprende leyendo”.
Como así también, la condición para el ejercicio legítimo de los derechos
políticos dentro de una república entendida como una forma de gobierno que
educa.
(…) Los argumentos que justifican la utopía educativa son desarrollados por
Sarmiento en estos términos: “pero en un gobierno como el nuestro, donde el
pueblo es el poder soberano, donde la voluntad del pueblo es la ley de la
tierra, cuya voluntad es abierta y directamente expresada, y donde cada acto de
gobierno puede llamarse con propiedad un acto del pueblo, es esencial que el
pueblo sea ilustrado. Debe poseer inteligencia y virtud; inteligencia para
percibir lo que es justo; virtud para hacer lo que es justo: Nuestra república
puede decirse, por tanto, que está fundada en la inteligencia y la virtud. Por
esta razón dijo con mucha propiedad el ilustrado Montesquieu que en una
República se requiere toda la fuerza de la educación” (Sarmiento, 1848: 275).
(…) El optimismo pedagógico –que el Normalismo jamás puso en duda- daba
fuerzas, orientaba y modelaba la cotidianidad escolar, al imbuir a los maestros
en los ideales de la modernidad letrada. Entonces, la utopía educativa
sarmientina devino mandato pedagógico para el Normalismo, el cual se abocó
a la tremenda empresa civilizatoria que, en la mentalidad normalista, era vista
como la acción de transformar en nación letrada a un desierto de ignorantes: “
(…) los Estados sudamericanos pertenecen a una raza que figura en última
línea entre los pueblos civilizados (…) y si la educación no prepara a las
venideras generaciones, para esta necesaria adaptación de los medios de
trabajo, el resultado será la pobreza y oscuridad nacional (…)” (Sarmiento,
1848: 57).
Si bien Sarmiento compartía la creencia moderna acerca de la necesidad de
instruir al pueblo, no cesaba por eso de manifestar sus sospechas acerca de las
resistencias que opondría la naturaleza bárbara de los habitantes: “La
instrucción derramada con tenacidad, con profusión, con generalidad entre la
clase trabajadora, sólo puede obviar a la insuperable dificultad que a los
progresos de la industria opone (n) la incapacidad natural de las gentes”
(Sarmiento, 1848: 62). Teniendo en cuenta semejante concepción se
comprende el desafío que suponía esta intervención pedagógica iniciada por el
autor y continuada por el Normalismo, en la utópica voluntad de interpelación
de un nuevo sujeto pedagógico.
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Se trataba de integrar a la población en una nueva cultura conformada
alrededor de lo impreso –espcialmente el libro- la escuela y la escritura: “ (…)
las masas populares ocurren irregularmente a recibir el pan de la palabra, y aun
la palabra hablada no obra sino un instante (…) mientras que la palabra escrita
es el pensamiento moral y religioso estereotipado, que vive a todas horas, y se
difunde por todo el país y permanece años dando su tributo de consejos en el
seno de la familia, en el taller, en las mismas horas que su ausencia deja a
merced del fastidio o vaciedad del espíritu a desordenadas pasiones”
(Sarmiento, 1848:33).
La transformación cultural deseada por Sarmiento se hizo realidad a través de
sucesivas camadas de maestros normales que llevaron adelante las campañas
de alfabetización, dando lugar a un viraje cultural sin precedentes. Estas
campañas de alfabetización que fueron el objetivo capital de la política
educativa, ubicaba a la lectura y a la escritura en el centro de la estrategia
pedagógica. Y a comienzos de la década del 1880, José María Torres estimaba
la empresa en las siguientes cifras: había que alfabetizar a una población
estimada en 560.000 habitantes, comprendiendo en esta cifra solamente a los
niños entre 6 y 10 años de edad. Para ello se contaba en el ámbito de la
Nación con 1.800 escuelas, 3600 maestros atendiendo a 115.000 alumnos; se
requerían entonces alrededor de 14.000 maestros más para satisfacer las
necesidades que las políticas de alfabetización imponían (Torres, 1880: 8).
A la urgencia en la capacitación del personal docente idóneo, tarea a la que se
abocó la Escuela Normal de Paraná, debemos agregar varias cuestiones tales
como la redacción y selección de textos de lectura escolar, la elaboración de
una política en la enseñanza de la lengua y la literatura y la elección del
método de enseñanza de la lectura y la escritura. Es decir, la adopción de los
criterios que rigieran la práctica de la lectura, la escritura y el uso del dioma.
Adriana de Miguel, Escenas de lectura escolar: la intervención
normalista en la formación de la cultura letrada moderna, en Para una
historia de la enseñanza de la lectura y escritura en Argentina. Del
catecismo colonial a La Razón de Mi Vida (Héctor Rubén Cucuzza y
Pablo Pineau dir.), Miño y Dávila, Buenos Aires, 2004, p. 114-117
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MANIFESTACIÓN
SARMIENTO
DE
MAESTROS
PARA
RECIBIR
A
Cuando llegó a Buenos Aires, ya electo presidente, Sarmiento fue recibido por
una manifestación popular, seguida, al día siguiente, por otra de maestros,
preceptores y alumnos de las escuelas. En su discurso expresó, entre otras
cosas:
“El pueblo de Buenos Aires me ha hecho ayer una manifestación que bastaría
para enorgullecer a cualquier hombre de la tierra; sin embargo, esa
manifestación puede hacerse a veinte personas más en Buenos Aires (…)que
la merecen más que yo. Pero la manifestación de los preceptores y los niños
de las escuelas no es igual. Esta es puramente mía, ésta no la cedo a nadie;
porque me pertenece exclusivamente, porque es el resultado de mi obra de
treinta años.
Al principio de la lucha electoral que ha concluido un diario de esta ciudad,
combatiéndome decía: “Qué nos trae Sarmiento de los Estados Unidos si es
electo presidente?”, y él mismo se contestaba: “¡Escuelas! ¡Nada más que
escuelas! (…).
Aquel diario decía la verdad, porque vengo de un país, señores, donde la
educación es todo, donde la educación ha conseguido establecer la verdadera
democracia, igualando razas y clases. Nosotros necesitamos escuelas, porque
ellas son la base de todo gobierno republicano.
Lo que sucede entre nosotros con la educación me recuerda un cuento
popular que (…) voy a referir a ustedes. Un día vinieron a decir a una señora
que la vida de su marido se veía amenazada porque lo había acometido un
oso, y ella, sin inmutarse, contestó: “Yo no me entrometo en los asuntos de
mi marido, que él se componga con el oso”. Eso es lo que pasa en la
República Argentina con la educación. Se dice que es necesario educar a los
pueblos; pero los gobiernos contestan: “No me meto con el oso”.
Y luego de una serie de consideraciones sobre el tema, concluía: (…)
necesitamos hacer de toda la República una escuela. ¡Sí! Una escuela donde
todos aprendan, donde todos se ilustren, y constituyan así un núcleo sólido
que pueda sostener la verdadera democracia que hace la felicidad de las
repúblicas”.
Hilda Sábato, Historia de la Argentina 1852-1890, Siglo VeintiunoFundación OSDE, Buenos Aires, 2012, p.191
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PROGRAMA DE SARMIENTO
Desde Nueva Cork, el 7 de diciembre de 1867, Sarmiento ha expresado en
carta a Lucio V. Mansilla: Mi programa está en la atmósfera, en veinte años de vida,
hechos y escritos; eso se desea, y eso será. Como es obvio para cualquier conocedor
de la vasta producción literaria del sanjuanino, sus escritos no son totalmente
coherentes y exhiben contradicciones que algunos, con paciencia digna de
mejor causa, se han ocupado de señalar. Creemos que en ellos, como común
denominador, aparece nítido un febril anhelo civilizador que se extiende tanto
a lo material como a lo espiritual. Las hipérboles que derrocha en sus escritos
son propias de un hombre batallador en quien predomina el temperamento
explosivo sobre un carácter no disciplinado. En su vehemencia generaliza a
veces hasta emitir afirmaciones monstruosas cuyo sentido literal no es
compartido ni por su mismo autor. El 20 de septiembre de 1861 su iracundia
lo lleva a aconsejarle a Mitre en célebre carta: No trate de economizar sangre de
gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen
de seres humanos. Estas bárbaras palabras, transcriptas infinitas veces por
quienes hoy apostrofan al sanjuanino, deben, sin embargo, ser interpretadas
con objetividad, acordándoles el sentido que pretendió asignarles Sarmiento.
En síntesis, digamos que con esas expresiones brutales procura exteriorizar su
radical oposición a la montonera que, a su juicio, postergaba el anhelo
civilizador. No era, pues, odio al gaucho lo que había tras su prédica, sino
deseo de incorporarlo a la vida honesta y laboriosa. Al día siguiente de llegar a
Buenos Aires, ungido ya por el Congreso como Presidente electo, sintetiza
ante preceptores y escolares su programa civilizador: Las escuelas son la
democracia. Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se
levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia,
enseñar a todos lo mismo, para que todos sean iguales. Y al concluir –comenta Ricardo
Rojas- dejó vibrando en las almas estas dos sentencias: Es necesario hacer del
pobre gaucho un hombre útil a la sociedad. Para eso necesitamos hacer de toda la República
una escuela.
Ambrosio Romero Carranza, Alberto Rodríguez Varela y Eduardo P. M.
Ventura, Historia política y constitucional de la Argentina, Tomo 3, Las
Presidencias, Desde 1868 hasta 1989, A-Z, Buenos Aires, p. 25
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SARMIENTO, PRESIDENTE DE LA NACIÓN
El general Bartolomé Mitre entregó el mando a su sucesor Sarmiento luego de
un proceso eleccionario que señala la creciente complejidad del panorama
político del país.
A diferencia de la primera elección, ahora las fuerzas se habían agrupado en
cuatro tendencias bien marcadas: frente a Mitre, que dirigía la más numerosa,
se levantaba en Buenos Aires el partido autonomista acaudillado por Adolfo
Alsina, mientras Urquiza agrupaba a los electores del Litoral y tabeada a una
Liga del Norte formada por cinco provincias; a estos movimientos partidarios
se sumaba además la opinión del ejército que intervenía en forma activa. En el
extranjero por aquel entonces, Sarmiento ni encabezaba personalmente
ningún partido.
La cronología de los episodios se inicia a mediados de 1867 con el
ofrecimiento de algunos amigos a admiradores, y hacia noviembre su
candidatura es proclamada por primera vez en el país por el partido liberal de
Corrientes, que completa la fórmula con Adolfo Alsina; Urquiza, Rufino de
Elizalde y Alberdi, que eran otros nombres que circulaban para el mismo
cargo aunque no se había concretado ninguna fórmula definitiva. En esas
circunstancias Mitre envió desde el paraguay una carta a José M. Gutiérrez,
calificada de “testamento político”, donde exponía su pensamiento: máxima
prescindencia e imparcialidad del Poder Ejecutivo, condena moral de las
candidaturas de Urquiza y Alberdi que calificaba de reaccionarias, término que
también aplica a la de Alsina por ser fruto de una liga de gobernadores sin
apoyo popular; por último, desaprobaba el clima de virulentos ataques
recíprocos desatado por los partidarios de Elizalde, Sarmiento y Alsina.
Estas palabras sirvieron para aclarar el panorama: su amigo Rufino de Elizalde
no contaría con el apoyo del aparato estatal y como resultado cundió la
impresión de que ninguna candidatura habría de obtener la mayoría absoluta
de electores.
A principios de 1868 Sarmiento es sostenido por el Partido Liberal de seis
provincias y cuenta con el apoyo del ejército que por medio del general
Arredondo trabaja activamente por su candidatura en Santiago del Estero y La
Rioja; Alsina, por su parte, sólo es fuerte en Buenos Aires y ello decide el
orden de la fórmula Sarmiento-Alsina, proclamada en forma oficial por el
Partido Liberal el 2 de febrero.
Todavía se sucedieron sin embargo una serie de combinaciones: Alsina
intentó llegar a un arreglo con Urquiza, lo mismo que los partidarios de
Elizalde; se extraviaron sospechosamente las actas electorales de Tucumán,
provincia favorable a la fórmula Elizalde-Paunero, y no hubo elección en
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Corrientes, feudo urquicista, pero al fin el Congreso realizó el escrutinio y
Sarmiento obtuvo 79 sufragios de los 131 que habían sido declarado válidos, y
con ello 13 votos por encima de la mayoría absoluta.
El presidente electo se enteraría del resultado al pasar por Río de Janeiro en
viaje a Buenos Aires.
Durante su desempeño, y pese a carecer de un partido político propio que lo
respaldara, se aplicó a establecer la disciplina a distintos niveles: en el ejército
inició un sistema de jerarquización; procedió al exterminio de los últimos
brotes montoneros e intervino con la fuerza de que disponía para asegurar las
elecciones provinciales en todos los casos en que suscitaron conflictos.
Convencido de que la total pacificación sólo se lograría con medidas que
cortaran de raíz todo desorden, aprobó la aplicación de la pena de muerte para
los desertores del ejército y los caudillos tomados prisioneros, y en los
conflictos partidarios provinciales llegó a deshacer la Unión del Norte
encabezada por el gobernador de Santiago del Estero, don Manuel Taboada,
al neutralizar su influencia en las elecciones de Tucumán, Salta y La Rioja.
Como lo manifestara en forma pública, estaba dispuesto a hacer cumplir la
Constitución en todos sus aspectos, y no haría para el caso distingos entre
amigos y enemigos; prueba de esta decisión fueron la intervención a la
provincia de San Juan en que procedió contra Manuel José Zavalía, propulsor
de su candidatura, tan pronto aquél infringió disposiciones de la Carta, y el
procedimiento seguido en Entre Ríos luego del asesinato de su antiguo
enemigo, el general Urquiza.
El vencedor de Caseros, luego de su derrota electoral, había acatado el
resultado y apoyaba a Sarmiento con el que se había reconciliado
públicamente; pero en su provincia subsistían elementos contrarios a la
política de unidad inaugurada en 1862 y el 11 de abril de 1870, dos meses
después de realizada su entrevista con el presidente, Urquiza caía asesinado, y
Ricardo López Jordán, era electo gobernador por la Legislatura provincial.
Resuelto a no transigir, Sarmiento decretó la intervención militar a la provincia
y convocó a las Guardias Nacionales de Entre Ríos, de Santa Fe y Corrientes
para aplastar la rebelión. La empresa no fue fácil; López Jordán, de gran
ascendiente entre la población y auxiliado por el partido blanco del Uruguay,
opuso enconada resistencia librándose sangrientas batallas en Los Sauces,
Santa Rosa, Don Cristóbal, hasta que en Ñaembé (Corrientes) el gobernador
de esa provincia, Santiago Baibiene, lo derrotó completamente el 26 de enero
de 1871.
Dos años después, el 1º de mayo de 1873, López Jordán volvió a rebelarse y
se reiniciaron las hostilidades, esta vez con la participación personal de
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Sarmiento, que viajó a Paraná para seguir de cerca las operaciones. A fines del
año, en el mes de diciembre, la victoria de Don Gonzalo puso fin al renovado
intento del caudillo, que reaparecería por última vez –sin éxito- en 1876.
Haydée Gorostegui de Torres, Argentina. La Organización Nacional,
Volumen 4, Paidós, Buenos Aires, 1972, p. 82-85
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LA FIEBRE AMARILLA
Piedras esparcidas por un ciego en calles largas y estrechas: la ciudad es eso.
Piedras que hieden silenciosas bajo un sol de desierto. Puertas y ventanas
cerradas en casas silenciosas y negras bajo la luz de un sol de desierto. La
ciudad es eso.
Nadie en las calles, salvo el señor Sarmiento que camina, sombra adusta y
deformada, bajo un sol de desierto, por las calles vacías de la ciudad.
Pisa escombros, vómitos, vidrios rotos, cenizas, las brasas que se apagan de las
fogatas amarillas, restos viscosos de algo que fue tripa o leche o sangre, y
fermentó. Se quita la galera, y la calva le brilla bajo un sol de desierto, y se
limpia el sudor de la frente con el dorso de la mano, y sus labios feroces, que
no conocieron el amor, se abren y escriben una historia que nadie leerá.
¿Qué hace ese viejo, solo, en la ciudad apestada?
¿Hacia dónde va ese hombre viejo con sus botas polvorientas solo, solo con
su sombra, solo con el paso de sus botas polvorientas? ¿Qué escucha ese
hombre viejo, y solo, en la ciudad silenciosa? ¿Sólo el eco de sus pasos, que
rebota en las paredes de la ciudad silenciosa?
¿Qué sabe de la peste el señor Sarmiento, que camina solo por la ciudad
apestada, inmunizada contra la peste por el odio de los gauchos que mandó
exterminar?
¿Qué los ricos huyen de la ciudad apestada?
¿Qué los pobres, como es natural, mueren en la ciudad apestada? ¿Y que él,
solo, que camina la ciudad apestada con sus botas polvorientas, ordena que se
mate a los gauchos del general Ricardo López Jordán, y al general Ricardo
López Jordán, a esos gauchos y a ese general que asesinaron, a facón y bala, al
general Justo José de Urquiza, gaucho en su palacio de príncipe zarista, allá, en
Entre Ríos, su estancia?
¿De qué habla ese hombre que está solo en la ciudad apestada? ¿Recuerda
cuando puso su sable, en el campamento de Caseros, entre mastines que el
gaucho Urquiza le echó encima, y él mismo, que vestía y montaba a la
europea?
¿De qué se ríe ese viejo, plantado, solo, en la ciudad? ¿Se ríe de él? ¿De su
inútile amargura? ¿De él, que se inventó una borrosa genealogía provinciana
para que los propietarios de la tierra lo aceptasen y lo reconociesen como guía,
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y a quien, en los salones de los propietarios, se lo llama loco? ¿Se ríe de la risa
discreta y agradable y, también, educada, de los propietarios, y no amarga
como la suya, cuando lo llaman loco?
¿Se ríe de los enemigos que mató para que al desierto entraran el tren, el
telégrafo, la chimenea y la escuela?
¿Se ríe del gaucho Rosas, que escapó a su furia de poseído, y que escribe, en
su exilio británico, cartas de chismoso, y enseña, a los farmers, las delicias del
mate?
¿Quién es ese viejo que cruza el silencioso espanto de la ciudad apestada con
sus botas polvorientas, como si la ciudad y su apestado silencio, so
podredumbre, las emanaciones de la pudrición de los muertos y de los que
mueren, y de los que huyen, y las piedras y los muros que sobrevivirán a la
peste, fueran suyos?
Andrés Rivera, El amigo de Baudelaire, Alfaguara, Buenos Aires, 1991,
p. 45-47
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LA CRISIS ECONÓMICA DE 1873
La crisis económica de 1873 se manifestó en Argentina como un reflejo de la
crisis internacional, lo que mostró la creciente incorporación del país al
mercado mundial.
La clase dirigente argentina había tomado el hábito de solicitar préstamos de
divisas al exterior. Muy frecuentemente, los fondos obtenidos no se aplicaban
a los fines para los que habían sido solicitados. Esta conducta irresponsable
generaba un sueño de una falsa prosperidad del que nuestro país era
despertado por los países centrales, que en los momentos de crisis suspendían
los créditos e inversiones y bajaban arbitrariamente los precios de nuestras
materias primas.
Las consecuencias de esta primera crisis fueron quiebras, devaluación de la
moneda, reducción de los salarios de los empleados públicos, disminución de
la inmigración y desocupación.
Como efecto positivo puede mencionarse la aparición dentro de la oligarquía
de un minoritario gripo proteccionista que pretendió fomentar la industria
nacional. Lamentablemente, carecían de firmes convicciones, ya que superada
la crisis retomaron su apoyo al proyecto agroexportador.
Deuda externa
“Somos deudores, puesto que tenemos que pagar lo que compramos para
nuestro consumo. Y en efecto, si examinamos la cuestión con números
veremos que el 85% de los valores que producimos se invierte en pagar los
transportes, las comisiones, los fletes de la marina extranjera, el capital y la
renta de sus fábricas, el sustento y la alimentación de sus trabajadores y
familias. Así, pues, ese 85% queda a beneficio del extranjero. Digan, pues, los
hombres de razón y de criterio práctico, si es posible que ningún país pueda
progresar social y económicamente con semejantes bases.”
Vicente Fidel López, Discurso en el Congreso de la Nación, DSCNA, 1873.
Felipe Pigna (coordinador), Bicentenario. Dos siglos de la Argentina
1810-2010, A-Z, Buenos Aires, 2010, p. 59-60
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RECUERDOS DE PROVINCIA (INTRODUCCIÓN)
Es éste un cuento que, con aspavientos
y gritos, refiere un loco,
y que no significa nada,
Shakespeare,
Hamlet
Decir de sí menos de lo que hay,
es necedad y no modestia;
tenerse en menos de lo que uno vale,
es cobardía y pusilanimidad, según Aristóteles.
Montaigne
A mis compatriotas solamente
La palabra impresa tiene sus límites de publicidad como la palabra de viva
voz. Las páginas que siguen son puramente confidenciales, dirigidas a un
centenar de personas, y dictadas por motivos que me son propios. En una
carta escrita a un amigo de infancia en 1832, tuve la indiscreción de llamar
bandido a Facundo Quiroga. Hoy están todos los argentinos, la América y la
Europa, de acuerdo conmigo sobre este punto. Entonces mi carta fue
entregada a un mal sacerdote, que era presidente de una sala de
Representantes. Mi carta fue leída en plena sesión, pidióse un ejemplar castigo
contra mí, y tuvieron la villanía de ponerla en manos del ofendido, quien, más
villano todavía que sus aduladores, insultó a mi madre, llamóla con torpes
apodos, y le prometió matarme dondequiera y en cualquier tiempo que me
encontrase.
Este suceso, que me ponía en la imposibilidad de volver a mi patria, por
siempre, si Dios no dispusiese las cosas humanas de otro modo que lo que los
hombres lo desean, este suceso, decía, vuelve a reproducirse dieciséis años
más tarde con consecuencias al parecer más alarmantes. En mayo de 1848
escribí también una carta a un antiguo bienhechor, en la cual también tuve la
indiscreción, de que me honro, de haber caracterizado y juzgado el gobierno
de Rosas según los dictados de mi conciencia; y esta carta, como la de 1832,
fue entregada al hombre mismo sobre quien recaía este juicio.
Lo que se ha seguido a aquel paso, sábenlo hoy todos los argentinos. El
gobernador de Buenos Aires publicó aquella carta, entabló un reclamo contra
mí cerca del gobierno de Chile, acompañó la nota diplomática y la carta con
una circular a los gobernadores confederados; "el gobierno de Chile respondió
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a la solicitud, replicó Rosas, se repitieron las circulares, vinieron las
contestaciones de los gobernadores del interior, continuó el sistema de dar
publicidad a todas aquellas miserias que deshonran, más que a un gobierno, a
la especie humana"; y parece que continuará la farsa, sin que a nadie le sea
posible prever el desenlace. La prensa de todos los países vecinos ha
reproducido las publicaciones del gobierno de Buenos Aires, y en aquellas
treinta y más notas oficiales que se han cruzado, el nombre de D. F.
Sarmiento ha ido acompañado siempre de los epítetos de infame, inmundo, vil,
salvaje, con variantes a este caudal de ultrajes que parecen el fondo nacional, de
otros que la sagacidad de los gobernadores de provincia ha sabido encontrar,
tales como: traidor, loco, envilecido, protervo, empecinado, y otros más.
Caracterízanme así hombres que no me conocen, ante pueblos que oyen mi
nombre por la primera vez. Desciende el vilipendio de lo alto del poder
público, reprodúcenlo los diarios argentinos, lo apoyan, lo ennegrecen, y
sábese que en aquel país la prensa no tiene sino un mango, que es el que tiene
asido el gobierno; los que quisieran servirse de ella como medio de defensa,
no encuentran sino espinas agudas, el epíteto de salvaje, y los castigos
discrecionales.
Y, sin embargo, mi nombre anda envilecido en boca de mis compatriotas; así
lo encuentran escrito siempre, así se estampa por los ojos en la mente; y si
alguien quisiera dudar de la oportunidad de aquellos epítetos denigrantes, no
sabe qué alegarse a sí mismo en mi excusa, pues no me conoce, ni tiene
antecedente alguno que me favorezca. El deseo de todo hombre de bien de no
ser desestimado, el anhelo de un patriota de conservar la estimación de sus
conciudadanos, han motivado la publicación de este opúsculo que abandono a
la suerte, sin otra atenuación que lo disculpable del intento. Ardua tarea es sin
duda, hablar de sí mismo y hacer valer sus buenos lados, sin suscitar
sentimientos de desdén, sin atraerse sobre sí la crítica, y a veces con harto
fundamento; pero es más duro aún consentir la deshonra, tragarse injurias, y
dejar que la modestia misma conspire en nuestro daño; y yo no he trepidado
un momento en escoger entre tan opuestos extremos.
Mi defensa es parte integrante del voluminoso protocolo de notas de los
gobiernos argentinos en que mi nombre es el objeto y el fondo envilecido. Mi
contestación que se registra en el número 19 de la Crónica; mi protesta, en el
número 58, y este opúsculo deberán, pues, ser leídos por los que no quieran
juzgarme sin oírme, que eso no es práctica de hombres cultos.
Mis Recuerdos de Provincia son nada más que lo que su título indica. He evocado
mis reminiscencias, he resucitado, por decirlo así, la memoria de mis deudos
que merecieron bien de la patria, subieron alto en la jerarquía de la Iglesia; y
honraron con sus trabajos las letras americanas; he querido apegarme a mi
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provincia, al humilde hogar en que he nacido; débiles tablas, sin duda, como
aquellas flotantes a que en su desamparo se asen los náufragos, pero que me
dejan advertir a mí mismo que los sentimientos morales, nobles y delicados,
existen en mí por lo que gozo en encontrarlos en torno mío, en los que me
precedieron, en mi madre, en mis maestros y en mis amigos. Hay una nobleza
democrática que a nadie puede hacer sombra, imperecedera: la del patriotismo
y el talento. Huélgame de contar en mi familia dos historiadores, cuatro
diputados a los congresos de la República Argentina, y tres altos dignatarios
de la Iglesia, como otros tantos servidores de la patria que me muestran el
noble camino que ellos siguieron. Gusto, a más de esto, de la biografía. Es la
tela más adecuada para estampar las buenas ideas; ejerce el que la escribe una
especie de judicatura, castigando el vicio triunfante, alentando la virtud
obscurecida. Hay en ella algo de las bellas artes que de un trozo de mármol
bruto puede legar a la posteridad una estatua. La historia no marcharía sin
tomar de ella sus personajes, y la nuestra hubiera de ser riquísima en
caracteres, si los que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la
tradición conserva de los contemporáneos. El aspecto del suelo me ha
mostrado a veces la fisonomía de los hombres, y éstos indican casi siempre el
camino que han debido llevar los acontecimientos.
El cuadro genealógico que sigue es el índice del libro. A los nombres que en él
se registran, lígase el mío por los vínculos de la sangre, la educación y el
ejemplo seguido. Las pequeñeces de mi vida se esconden en la sombra de
aquellos nombres, con algunos de ellos se mezclan, y la obscuridad honrada
del mío puede alumbrarse a la luz de aquellas antorchas sin miedo de que
revelen manchas que debieran permanecer ocultas.
Sin placer, como sin zozobra, ofrezco a mis compatriotas estas páginas que ha
dictado la verdad, y que la necesidad justifica. Después de leídas pueden
aniquilarlas, pues pertenecen al número de las publicaciones que deben su
existencia a circunstancias del momento, pasadas las cuales nadie las
comprendería. ¿Merecen la crítica desapasionada? ¡Qué he de hacer! Esta era
una consecuencia inevitable de los epítetos de infame, protervo, malvado, que me
prodiga el gobierno de Buenos Aires. ¡Contra la difamación, hasta el conato de
defenderse es mancha!
Domingo Faustino Sarmiento, Recuerdos de provincia, AGEBE,
Buenos Aires, 2006, p. 7-11
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LAS ESCUELAS DE SARMIENTO
"Los pueblos bárbaros permanecen estacionarios, menos por el atraso de sus
ideas que por lo limitado de sus necesidades y por sus deseos. Donde bastan
una piedra o un trozo de madera para sentarse, la mitad de los estímulos de la
actividad humana están suprimidos.
(…)
"Antes de pensar en establecer sistema alguno de enseñanza, debe existir un
local de una forma adecuada. La instrucción de las escuelas obra sobre cierta
masa de niños reunidos; un sistema de enseñanza no es otra cosa que el medio
de distribuir, en un tiempo dado, mayor instrucción posible al mayor número
de alumnos. Para conseguirlo, la escuela se convierte en una fábrica, en una
usina de instrucción dotada para ello de material suficiente, de los maestros
necesarios, local adecuado para que juegue sin embarazo el sistema de
procedimientos, y enseguida un método de proceder en la enseñanza que
distribuya los estudios con economía de tiempo y de mayores resultados."
"Nuestras escuelas deben, por tanto, ser construidas de manera que su
espectáculo, obrando diariamente sobre el espíritu de los niños, eduque su
gusto, su físico y sus inclinaciones. No sólo debe reinar en ellas el más prolijo
y constante aseo, cosa que depende de la atención y solicitud obstinada del
maestro, sino también tal comodidad para los niños, y cierto gusto y aun lujo
de decoración, que habitúe sus sentidos a vivir en medio de esos elementos
indispensables de la vida civilizada."
De la educación popular (1848)
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SORDO Y SENADOR (1874-1883)
La Legislatura sanjuanina designó a Sarmiento senador nacional por esa
provincia. Domingo dudó en acptar porque su falta de oìdo no iba a
permitirle participar adecuadamente en los debates, pero finalmente juró el
cargo.
Al mes de su ingreso al Senado, el cuerpo empezó a debatir una iniciativa del
presidente Avellaneda tendiente a conceder una amplia amnist´`ia a los
revolucionarios mitristas del año anterior. El flamante senador, que ya en La
Tribuna se había opuesto a esta medida de perdón, integró la comisión de
negocios constitucionales que emitió un dictamen restringiendo el alcance del
olvido propuesto.
Ya en el recinto, Sarmiento expresó que, vigente ya la Constitución, no podía
admitirse la injerencia del ejército en las cuestiones civiles porque, como había
dicho George Washington, el gobierno de los militares es un despotismo
absoluto.
El otro senador por San Juan era Guillermo Rawson, mitrista, quien señaló
que tanto el gobierno de Rosas como el de Sarmiento habían sido despóticos
y abusivos y por ello habían levantado grandes resistencias. Por eso,
argumentó, en aras de la unidad nacional debía concederse una amnistía
generosa a quienes habían recurrido al levantamiento o la rebeldía. Manuel
Quintana opinó en igual sentido y la votación confirmó este criterio, en medio
de un gran desorden de la barra que obligó a levantar la sesión.
Domingo se retiró vencido y ofuscado y, al llegar a la puerta, el público adicto
al mitrismo comenzó a insultarlo y vejarlo. Durante dos cuadras, los jóvenes le
gritaban “chancha renga”, “loco”, “asesino”, y ”canalla”. Mientras lo seguían y
hostigaban con silbidos. Algunos intentaron golpearlo y, mientras era
defendido por un militar, el ex presidente se sacó el sombrero y les gritó:
“Están insultando a mis canas”.
En la sesión siguiente, Sarmiento presentó un reclamo por estas agresiones
por considerar que se habían violado sus privilegios parlamentarios.
Lo que me aflige –expresó- es ver jóvenes que están estudiando; jóvenes de
quince a veinte años, que tienen el coraje de esperar a un senador nacional a la
salida del Congreso de la Nación, para hacerlo pasar como por una carrera de
baqueta; jóvenes que me interrumpían el paso y que puestos en mi presencia,
mirándome, me hacían el saludo de un silbo, una risotada o una burla. Y yo
me pregunto: ¿En qué país estamos? ¿A qué tiempo hemos llegado? Yo podría
decirle a alguno de estos jóvenes: Venga, hijito, a mi lado; hablaré con usted.
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¿Qué edad tiene? Vea la mía; está usted sano, fuerte y robusto, y yo soy
anciano, hasta sordo soy; tengo eso además que me impide hasta oír bien las
injurias que me dirigen.
Ante el silencio de la barra, señaló que no iba a ceder ante la violencia:
Si bien las voces de reprobación, si los gritos que se dan, si la fuerza del
número, que pesa sobre mí principalmente, son medios de coacción para
hacerme pensar como desean los que piensan en contra de mis ideas, yo diré a
los que tengan la posibilidad de hablar con esos jóvenes, que no conocen la
historia. Yo soy don Yo, como dicen, pero este don Yo ha peleado a brazo
partido veinte años con don Juan Manuel de Rosas y lo ha puesto bajo sus
plantas, y ha podido contener en sus desórdenes al general Urquiza, luchando
con él y dominándolo. Todos los caudillos llevan mi marca. Y no son los
chiquillos de hoy día los que me han de vencer, viejo como soy, aunque
dentro de muy pocos años, la naturaleza hará su oficio.
Conmovido pero férreo, terminó su discurso definiéndose a sí mismo:
He querido que la barra me oiga una vez, que vea toda la libertad de que soy
capaz. Y es una pérdida para el país, que ustedes encadenen y humillen y vejen
a este espíritu, que ha vivido sesenta años, duro contra las dificultades de la
vida; que ha sufrido la tiranía, que ha sufrido la pobreza que ustedes no
conocen, y las aflicciones que puede pasar un hombre que no aprendió en la
escuela sino a leer, y que desde entonces viene abriéndose camino con el
trabajo, la honradez y el coraje de desafiar las dificultades. Hablo así para que
vean que es inútil silbarme o aplaudirme; de los aplausos hago poco caso,
porque soy a ellos poco meritorio –y quisiera hablar con muchas personas que
me aplauden, a ver si saben y entienden qué es lo que alaban-, y con los
silbidos sucede lo mismo.
Aunque el Senado rechazó el pedido de formar una comisión investigadora,
sus palabras impactaron y al salir fue incluso vitoreado por algunas personas.
Pero el sanjuanino ni siquiera las miró y, refunfuñando, subió a un coche y se
fue a su casa.
José Ignacio García Hamilton, Cuyano alborotador. La vida de
Domingo Faustino Sarmiento, Debolsillo, Buenos Aires, 2010, p. 320323
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ORGANIZACIÓN DE LA ESCUELA PRIMARIA: LA LEY Nº 1420
El origen inmediato de la ley de educación común se encuentra en el mensaje
elevado al Senado por el presidente Julio A. Roca, solicitando la aprobación
del decreto de enero de 1881 que creó el Consejo Nacional de Educación.
Despachado favorablemente por el Senado de la Nación, pasó a la Cámara de
Diputados, en la cual la comisión de instrucción pública la reemplazó por un
amplio proyecto de ley que organizaba la educación pública en toda la Nación.
Rechazado por la Cámara fue aprobado otro que legislaba solamente para la
Capital y los territorios nacionales, el cual fue sancionado como ley número
1420 el 8 de julio de 1884.
La ley de educación ha sido el fruto de la prolongada acción de Sarmiento que,
aunque no intervino directamente en su sanción, la hizo posible con sus años
de lucha contra las fuerzas negativas de la anarquía y del caudillismo. Ella,
además de recoger las conclusiones del Congreso Pedagógico de 1882, se
inspira, por un lado, en la ley de educación de la provincia de Buenos Aires de
1875, en la que es sensible la influencia de la pedagogía norteamericana
introducida por Sarmiento; por otro lado, se inspira en la ley francesa de 1882,
que surgió como consecuencia del movimiento democrático y liberal que
intentó retornar a la política educacional de Condorcet y de la Revolución.
Estas fuentes de inspiración extranjera no restan ningún mérito a la ley, pues
la búsqueda de inspiración en fuentes foráneas obedeció al deseo de dar a
nuestra educación primaria la mejor estructura posible.
Cuatro principios fundamentales –enseñanza obligatoria, gratuita, gradual y
neutral- han servido de base para la organización de la escuela primaria
argentina.
La obligatoriedad de la educación primaria, es impuesta a los padres, tutores o
encargados de los niños comprendidos en la edad escolar, pero no implica la
concurrencia de éstos a la escuela, pues puede cumplirse en establecimientos
educacionales, públicos o privados, o en el hogar de los niños.
La gratuidad, consecuencia directa del establecimiento de su obligatoriedad,
tiende a asegurar la difusión de la educación primaria, poniéndola al alcance de
todos. La gradualidad impone una educación progresiva, desde el punto de
vista de las dificultades que pueden presentar los distintos contenidos
educativos. (…) La ley no impide la enseñanza religiosa, pero la limita a los
niños que ya tienen una religión determinada y la pone a cargo de los
ministros autorizados de los diferentes cultos, sin que en ella tenga la menor
intervención el cuerpo docente.
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Además, establece que la enseñanza religiosa debe ser dada fuera de las horas
de clases, antes o después de ellas; por consiguiente, no la considera incluida
entre las asignaturas ordinarias de la enseñanza.
Manuel H. Solari, Historia de la educación argentina, Paidós, Buenos
Aires, 2006, p. 187-188
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EL MALÓN
Antes de que el ejército regular consiguiese imponer a los indios el
acatamiento a las leyes de la república, nada era más común que el malón en
las vastas llanuras del Chaco y hasta en las regiones que, por hallarse más cerca
de los centros civilizados, parecían deber estar a cubierto de tales desmanes.
El carácter hirsuto y batallador de las tribus nómadas, que ambulaban sus
mujeres y sus niños de una tierra a otra, batido por los colonos y obligados a
ceder palmo a palmo los territorios que les pertenecían, se arremolinaban a
veces y se tornaba sangrientamente agresivo. Como el huracán de la Pampa,
que arrasa las viviendas a su paso, se desencadenaba el malón, aprovechando
un descuido de la guarnición militar.
Primero era una nube de polvo que aparecía en el horizonte y se acercaba;
después, un torbellino de acero, del que surgía un gran rumor, y, por fin, una
brumosa confusión de centauros desbocados, que esgrimían flechas y lanzas y
entraban a las poblaciones en un vértigo de lucha, entre alaridos espantosos.
Los colonos se parapetaban en las calles, se acantonaban en las casas y
disparaban sus carabinas contra los agresores. Pero éstos traían un empuje tan
brusco, una impetuosidad tan irresistible en el ataque, que lo arrollaba todo. Se
posesionaban del pueblo, hasta que venían refuerzos militares de la población
más cercana y, advertidos de su proximidad, se desvanecían en el llano. Pero
durante los instantes que conservaban en su poder el villorrio le imprimían la
huella de su dominación como un jinete brutal hunde las espuelas en los
flancos del potro recalcitrante.
En la atmósfera de pavor que difundía su llegada, los antiguos reyes de la
región se entregaban a la borrachera de su triunfo. Como las aguas de un mar
que desborda, se infiltraban por todas las rendijas, lo cubrían todo y ahogaban
bajo su número al pequeño grupo de europeos, asombrados y medrosos…En
rachas incontrastables, de las cuales brotaba un clamor de venganza contenida,
forzaban las cerraduras, invadían las casas, saqueaban los templos, violaban,
mataban y destruían como si aquella fuerza borracha trajera un hálito de
disolución y de exterminio.
Eran hecatombes espantosas que hacían pasar un estremecimiento de horror
sobre el país. La racha que dejaba tras de sí arroyos de sangre, montones de
cadáveres, ruinas, miseria y aldeas en llamas, que eran como piras que
levantaba el vengador de la raza en derrota.
Los caciques daban a sus huestes plena libertad de acción. Y terminado el
saqueo, en la niebla del crepúsculo, cuando todo tenía en la aldea devastada las
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huellas de la perturbación que la había conmovido; cuando las jaurías de
salvajes habían entrado por todas las puertas y habían paseado sus armas
ensangrentadas sobre el acatamiento horrorizado de las gentes; cuando el hijo
de América, en una crispada resurrección de los orígenes, había vengado, una
vez más, la amarga humillación de su pueblo, el grupo dantesco de centauros
desgreñados, de donde surgían las cabezas de algunos colonos clavadas en la
punta de sus lanzas, se alejaba tierra adentro, llevándose en su torbellino, los
rebaños, el dinero y las mujeres hermosas, hasta perderse de nuevo en la
oscuridad de la noche.
Manuel Ugarte, Cuentos de la pampa, Colección universal Nº 309/311,
Espasa Calpe, Madrid, 1933 en leer x leer, Plan Nacional de Lectura,
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, Vol. 3, Buenos Aires,
2004, p. 55-57
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LA CUESTIÓN INDÍGENA
La nueva inclinación de los grupos dirigentes criollos se hizo evidente ya
durante la gobernación de Mitre con un cambio sustancial en el curso
diplomático a través de la reducción significativa del presupuesto destinado al
racionamiento de indios.
(…) En el transcurso de unos pocos años se firmaron más de veinte tratados
con distintos caciques…Pero en los puntos acordados se hacía evidente el
cambio en la relación de fuerzas con un deterioro de la posición indígena y
mayores exigencias por parte del Estado provincial y nacional. Este cambio se
expresó en acciones concretas, como la creación de diez nuevos distritos
rurales sobre territorio indígena durante 1865 y en la promulgación, dos años
después, de la Ley 215, que establecía el adelantamiento de las fronteras hasta
el río Negro. Esta ley no pudo aplicarse de manera inmediata por el estallido
de otros frentes de conflicto que desviaron los recursos del Estado: la guerra
con el Paraguay (1865-1870) y la oposición de las montoneras del interior
(1863 y 1876). Sin embargo, mostraba claramente que el objetivo de los
nuevos dirigentes era el fin del trato pacífico y la expulsión de los grupos
indígenas. Mientras el gobierno implementaba la política de “negociar para
luego hacer la guerra”, fue cada vez más claro para los líderes indígenas que
había terminado la época en que ellos “hacían la guerra para luego negociar”.
El final de esta historia de complejas y cambiantes relaciones entre blancos e
indígenas es, tal vez, mucho más conocido que el relato anterior. Entre 1878 y
1879 se llevaron a cabo una serie de campañas militares sobre el territorio
indígena que culminaron con la expedición hasta el río Negro dirigida por el
ministro de Guerra, general Julio A. Roca. El resultado de las mismas, según
consta en la Memoria del Departamento de Guerra y Marina del año 1879, fue
de 1271 indios de lanza prisioneros, 1313 indios de lanza muertos en combate,
10539 indios no combatientes prisioneros y 1049 indios reducidos
voluntariamente. Los indios prisioneros y los reducidos voluntariamente
comenzaron a transitar caminos diversos, cuyos destinos podían ser los
ingenios y obrajes del norte argentino, el servicio doméstico en la ciudad de
Buenos Aires o las reservas de la región patagónica. Como plantea Walter
Delrío, cualquiera de estos destinos mostraba que los indígenas habían
perdido su autonomía y que se integraban de manera claramente subordinada
al naciente Estado nacional como ciudadanos de segunda clase.
Silvia Ratto, Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras,
Sudamericana, Buenos Aires, 2007, p. 200-203
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SARMIENTO Y LAS TELECOMUNICACIONES
Señores: Asistimos á un acto que, á de ser sensibles la tierra y el agua, se
estremecieran de gozo al sentir atravesar por sus moléculas el pensamiento
humano viajan en alas de la electricidad.
Hemos sido felices los hombres venidos á la vida en este siglo que tantos
prodigios realiza. Parece que todos los que la Historia marca, eran sólo
escalones para llagar a él. Hace cuatro siglos á que tres carabelas, tres goletas ó
lanchones, según nuestras nomenclaturas modernas, atravesaron temblando
de miedo el abismo de abajo, y la extensión sin término de los horizontes, los
mares que nos separan del viejo mundo. A principios de éste, una nave
española trajo noticias de Europa, de un año atrás, comunicando que nuestro
Rey Fernando VII era cautivo de Napoleón. La América se hizo
independiente cuando supo la tarda noticia de que no tenía rey y corría riesgo
de ser entregada á otro soberano.
Hace treinta años á que el sabio venezolano, don Andrés Bello, establecido en
Chile, esperaba tres años contestación á sus cartas dirigidas á su patria, vía
Inglaterra.
He presenciado la inauguración del primer cable submarino á los Estados
Unidos y oído á Mr. Field, el tenaz empresario, la narración de sus fracasos y
el de su triunfo, hasta dejar unido el continente del Norte con la Europa.
Tócame hoy la felicidad de abrir la comunicación de mi país con el mundo
civilizado, y doy de ello gracias á la Providencia que me ha deparado un favor
tan insigne.
Arrástrannos en su curso rápido los acontecimientos y el torbellino de los
progresos humanos, es verdad; pero no ha de decirse que somos testigos
inermes, beneficiarios de ocasión y como al acaso, cual si fuera lluvia que nos
enriquece, sin que nada hayamos hecho para provocarla.
Largo tiempo estuvo el espíritu de empresa detenido ante la legendaria
soledad y extensión de las Pampas argentinas y de la Cordillera de los Andes,
para echar un cable hasta esta parte de América. El Brasil y el Plata no
parecían bastantes á remunerar la empresa, sin las poblaciones del Pacífico.
Estas á su vez, si se prefería el istmo de Panamá, no inspiraban confianza si
los grandes mercados de Atlántico no eran ligados por hilos telegráficos.
Un día se supo en Europa que la República Argentina había decretado abolir
la Pampa, y darle vida y movimiento con el galvanismo que resucita lo que
tiene vida; y desde entonces pulularon las empresas. Esta obra argentina
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precedió y estimuló a las que casi como corolarios le han seguido; y entre
tantas restituciones que deberé a la época, á la opinión y á la necesidad, gran
consejera del progreso, devuelvo aquí en este acto, á mi viejo amigo, mi ex
ministro el doctor Vélez, el honor exclusivo de la atrevida idea y de la rápida
ejecución de la red de telégrafos, que contribuye á dar paz á la República y
bienestar a sus hijos. El capital argentino, además, no ha andado remiso en la
ejecución de la obra.
Y es para mí, fortuna también que mi viejo amigo, don Andrés lamas…sea el
que, después de largos años de silencio, venga á presentarme la punta del cable
submarino que ha negociado en su edad madura para que queden indisoluble
y pacíficamente unidos el Brasil, la República Argentina, la Oriental y la de
Chile, hasta donde irá hoy repercutiendo en vibraciones mudas la palabra
cargada de afectos y felicitaciones. Tócanos, señor Lamas, congratularnos hoy
de lo que hacíamos y deseábamos hace treinta años.(…) Queda abierta al
servicio público la línea telegráfica del cable sub-marino.”
Mensaje inaugural del Presidente de la Nación, D. F. Sarmiento, el 5 de agosto
de 1874
Horacio C. Reggini, Sarmiento y las telecomunicaciones. La obsesión
del hilo, Galápago, Buenos Aires, 1997, p. 178-181
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SARMIENTO
RELIGIOSA
EDITOR
DE
LIBROS
DE
ENSEÑANZA
En 1883, Sarmiento explicó que La Vida de Jesucristo y La conciencia de un
niño fueron traducciones hechas por él en Chile, durante su destierro, en el
periodo rosista, y publicados en 1844 en ese país, con el objeto de poder
reemplazar en la educación religiosa católica de los estudiantes, a los libros
impropios para esa finalidad y muy malos, que entonces se empleaban en las
escuelas, ante la indiferencia e inercia de las autoridades eclesiásticas. Destacó
que algunos de esos malos libros, como los titulados Penas del infierno y De
la confesión, eran sencillamente terroríficos para mentes pueriles y producían
en los niños, en lugar de amor hacia Dios, nada más que miedo por el fuego
del infierno y el diablo. “Careciendo –dijo Sarmiento- las escuelas de Chile de
textos religiosos, porque los que tenían la obligación de darlos, no lo habían
hecho en tres siglos, proveílas yo de La conciencia de un niño y Vida de
Jesucristo, que fueron las primeras nociones, fuera de los rezos aprendidos de
memoria, que llegaron al párvulo, de la religión que profesaban sus padres.
También tradujo y editó en el mismo periodo y con igual finalidad un
Catecismo de la doctrina cristiana, que dedicó a la memoria de su madre,
Paula Albarracín, y reeditó en 1872, mientras fue presidente de la Nación.
Aquellos libritos volvieron a ser editados cuando fue Jefe del Departamento
General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires -1856/60-, con la
finalidad de destinarlos a la educación religiosa católica de los alumnos de las
escuelas oficiales, entonces obligatoria por disposición de la Constitución
provincial. Sarmiento explicó en 1883, que obró así porque encontró aquí, en
la Argentina, el mismo problema que había hallado en Chile y que trató de
remediar mediante las traducciones y ediciones a que nos referimos. Agregó
que se vio obligado a difundir esos trabajos porque las autoridades
eclesiásticas y los párrocos y curas de la provincia y la ciudad de Buenos Aires
no prestaron atención ni apoyo a sus planes de educación religiosa católica de
los estudiantes y solamente se ocuparon de solicitar sueldos para allanarse a
impartirla.
Esos libros fueron reeditados muchas veces a lo largo de cuarenta años. De La
conciencia de un niño se hicieron veinte ediciones y no menos de cincuenta
de Vida de Jesucristo. En 1883 el ministro Wilde le pidió algunos ejemplares.
Al enviárselos, según dijo, para que “en las familias de lugares apartados de la
República tengan las madres un prontuario de moral y religión”, también le
remitió una larga carta explicativa, fechada el 3 de octubre. En ella destacó que
esos libros contienen toda la doctrina cristiana, casi siempre explicada con las
mismas palabras de Jesucristo, y aun “las parábolas de que tan feliz y frecuente
uso hacía”. Dijo que eran “los únicos que están en castellano al alcance de
todos”, y agregó que era de asombrarse “que en medio siglo no hayan los que
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tanto se ocupan ahora de religión en las escuelas públicas, producido en solo
texto comparable a aquél, ni ningún otro conocido de los libreros en
América”. “Mientras se alarman las conciencias –expresó- y se encienden
pasiones rencorosas por saber quién y en dónde debe enseñarse la religión,
sólo aquellos dos libritos han penetrado en los lugares más apartados de Chile,
la Argentina y aun Bolivia, difundiendo nociones cristiana entre las gentes que
carecen de ellas”, pudiendo decirse que “han hecho y hacen más por la
religión cristiana en general, y la católica en particular, que las vanas y no
siempre sinceras declaraciones de la tribuna o de la sacristía”.
José S. Campobassi, Sarmiento, sus ideas sobre la religión, educación y
laicismo. Respuesta a un libro antisarmientista, Liga Argentina de la
Cultura Laica, Buenos Aires, s/fecha de edición, p. 30-31
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SARMIENTO SOCIAL
Sarmiento comprendió que era el sistema el que había hecho nómade al
gaucho, impedido su ascenso social y cerrado todas las puertas para su
adaptación al cambio. Pero debe decirse toda la verdad. Sarmiento enfrentó al
gaucho, la víctima, lo exterior más aparente del problema; pero asimismo y
esto también es importante, atacó con indomable energía y sin desmayos, a lo
largo de décadas, a los todopoderosos intereses ganaderos, responsables y
beneficiarios del sistema que precisamente el cambio de estructuras se
proponía quebrantar
No se piense que Sarmiento fue un hombre carente de sensibilidad por los
humildes y los desposeídos. Los avances de la industrialización en el país
fueron creando núcleos de obreros que organizados en tempranos sindicatos
comenzaron a exigir reivindicaciones salariales y mejores condiciones
ocupacionales.
Sarmiento no estaba de acuerdo con las medidas de fuerza de los trabajadores,
pero no dejaba de reconocer la justicia de muchas de sus exigencias. Es que,
en su opinión el nuevo ordenamiento social, que tantas fatigas venía costando
establecer, no podía ser puesto en peligro, prematuramente, por los nuevos
grupos sociales que las propias clases medias venían engendrando en su
marcha ascendente.
En Tucumán, en 1886, hacia las postrimerías de su vida, encontramos un
testimonio de inequívoca sugestión, y no es el único por cierto, acerca de su
comprensiva actitud hacia la situación de los trabajadores. En esa ocasión
Sarmiento, indignado, describe las condiciones de vida de los obreros criollos
en los ingenios de azúcar.
Habitan estos –lo verifica Sarmiento personalmente- en ranchos agrupados sin
orden, alrededor de las fábricas, hechos del despunte de la caña, lo que les da
una apariencia de destitución y de pobreza salvaje.
En esas tolderías improvisadas –puntualiza en su denuncia- duermen “gentes
allegadizas, atraídas por el trabajo, sin formar sociedad ni villa, ni requerir ni crear
propiedad. No hay espectáculo más afligente que éste para quien se preocupa del lugar que
en adelante van a ocupar estos seres…Todo es duradero en esta industria, el riesgo y el
plantío, la maquinaria y el propietario. Sólo los trabajadores están apiñados, como de paso,
en este tan sistematizado trabajo.”
El gobierno de Sarmiento, con todas sus limitaciones, fue un importante jalón
en el proceso de transformación y moderno reordenamiento de la sociedad
argentina.
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Su obra educacional –seguramente la fase más conocida de su gestión
presidencial- significó no sólo difusión popular de la instrucción primaria y
secundaria sino un formidable esfuerzo por crear nuevos hábitos e
inquietudes para convertir a los individuos en productores y no pasivos
consumidores de riqueza.
La escuela ayudaba a democratizar, nivelando y contactando las distintas capas
sociales e imprimía la necesaria asimilación nacional a gentes de la más dispar
procedencia. Y la enseñanza técnica abría posibilidades inéditas para el
ascenso social de nuevos técnicos y artesanos.
Félix Weinberg, Las ideas sociales de Sarmiento, Centro Editor de
América Latina (CEAL), Nº 24, Buenos Aires, 1970, p. 106-109
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SARMIENTO EN PEQUEÑAS DOSIS
Yo creo firmemente en la transmisión de la aptitud moral por los órganos.
Creo en la inyección del espíritu de un hombre en el espíritu de otro por la
palabra y el ejemplo.
Le prevendremos que Sarmiento no ha sido fiel a nadie porque nunca ha
estado al servicio de nadie.
Los viajes son el complemento de la educación de los hombres, y si el
contacto con personajes eminentes eleva el espíritu y perfecciona a las ideas,
puedo vanagloriarme de haber sido muy feliz.
Hice la guerra a la barbarie y a los caudillos en nombre de ideas sanas y
llamado a ejecutar mi programa, si bien todas las promesas no fueron
cumplidas, avancé sobre todo lo conocido hasta aquí en esta parte de
América. He labrado, pues, como las orugas mi tosco capullo, y sin llegar a ser
mariposa, me sobreviviré para ver que el hilo que después será utilizado por
los que me sigan”.
No está prohibido que un hermano del presidente fuese ministro, pero la
decencia lo impide.
A gente decente a cuyo número y corporación tengo el honor de pertenecer,
salvo que no tengo estancia.
Infundid a los pueblos del Río de la Plata, que están destinados a ser una
grande nación, que es argentino el hombre que llega a sus playas, que su patria
es de todos los hombres de la tierra, que un porvenir próximo va a cambiar su
suerte actual, y a merced de estas ideas, esos pueblos marcharán gustosos por
la vía que se les señale, y doscientos mil inmigrantes introducidos en el país
darán asidero en pocos años a tan risueñas esperanzas.
Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de
la escuela.
¡La empleomanía es la enfermedad nacional, amigo mío! ¡Nuestra patria no
será un gran país hasta que los argentinos no sepan vivir fuera del presupuesto
público!
Hacer las cosas: hacerlas mal, pero hacerlas.
Denme patria donde me sea dado obrar, y les prometo convertir en hechos
cada sílaba, en poquísimos años.
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Es preciso ser honrado el que habla, y las demás virtudes le vienen por
añadidura, si tiene dilatable el corazón.
Tengo la convicción íntima de que puedo hacer el bien, porque sé en qué
consiste. Si tengo sueños de gloria, es la gloria a largo plazo, sin mucho
cuidado por la popularidad momentánea.
¡Bárbaros, las ideas no se matan!
No sólo debe reinar en las escuelas el más prolijo y constante aseo, cosa que
depende de la atención y solicitud obstinada del maestro, sino también tal
comodidad para los niños, y cierto gusto y aun lujo de decoración, que habitúe
sus sentidos a vivir en medio de esos elementos indispensables de la vida
civilizada.
¡Una mujer pensadora es un escándalo! ¡Hay pues de aquél por quien el
escándalo venga, y usted ha escandalizado a toda la raza! ¡Sufra usted por
tanto con la pena tanta dicha! Continúe su tarea y no vaya en vano a tocar las
puertas de los que gobiernan. Diríjase al pueblo, a los vecinos de las
campañas, a esos nobles jueces de paz que de tan noble espíritu se hallan
animados. (A Juana Manso).
Soldado con la pluma o la espada, combato para poder escribir; que escribir es
pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el
pensamiento.
El sentido común no es sino el modo general de sentir en el país donde se
vive. Lo que les propongo viene del sentido común de los agricultores del
mundo. ¿Cerquen, no sean bárbaros!
Para ellos que tienen la Universidad para que se eduquen gratis sus hijos, la
tierra para solazarse y el gobierno, la escuela es para el vulgo y entonces dicen:
que allá se la compongan con el oso, que es la ignorancia, la pobreza y el vicio.
El resultado del sistema gubernativo es, pues, exonerar a los pudientes y
querientes de costear la educación de sus propios hijos haciendo que las rentas
del Estado le economicen su propio dinero, mientras que el pobre que no
educa a sus hijos paga por la educación de los hijos de los acomodados.”
¿Concediese jamás el triunfo a quien no sabe perseverar?
Heme aquí, pues, en Chivilcoy, la pampa como puede ser toda ella en diez
años. He aquí el gaucho argentino de ayer, con casa en que vivir, con un
pedazo de tierra para hacerle producir alimentos para su familia. He aquí el
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extranjero ya domiciliado, más dueño del territorio que el mismo habitante del
país.
De mis relaciones con mis amigos nada tengo que decir; tengo algunos, muy
pocos: ¡pero cuánto les debo!
Hemos presenciado unos exámenes de provincia; estaba presente el maestro,
que no carecía de instrucción, un sacerdote, un padre de familia y un joven. La
voz de los alumnos que daban un excelente examen se perdía en el ámbito de
un extenso patio. ¿Santo Dios! ¿Cómo ha de progresar la educación así! ¿Qué
se da a cambio a un niño por sus mortificaciones? ¿Con qué se le paga a un
padre la falta que su pequeño trabajo le hace? Es, pues, preciso, indispensable
honrar la educación, estimulada por toda clase de medios grandes y pequeños;
es necesario darle mucha importancia a los ojos del pueblo para que él la
aprecie; es preciso hacer de los exámenes públicos una solemnidad, una fiesta
popular.
Vea usted, sin embargo, como veo yo el casamiento. No creo en la duración
del amor que se apaga con la posesión. Oiga usted esto, porque es capital, su
felicidad depende de la observancia de este precepto: No abuse de los goces
del amor, no traspase los límites de la decencia, no haga a su esposa perder el
pudor a fuerza de hacerla prestarse a todo género de locuras. Deje a su mujer
cierto grado de libertad en sus acciones y no quiera que todas las cosas las
haga a medida del deseo de usted. Una mujer es un ser aparte que tiene una
existencia distinta a la nuestra. Es una brutalidad hacer de ella un apéndice,
una mano para realizar nuestros deseos. Cuando riñan, guárdese por Dios de
insultarla. Si en la primera riña le dice usted bruta, en la segunda le dirá infame
y en la quinta puta. Tenga usted cuidado con las riñas.
Gusto, a más de esto, de la biografía…La historia no marcharía sin tomar de
ella sus personajes, y la nuestra hubiera de ser riquísima en caracteres, si los
que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la tradición conserva de
los contemporáneos. El aspecto del suelo me ha mostrado a veces la
fisonomía de los hombres, y éstos indican casi siempre el camino que han
debido llevar los acontecimientos.
En esas tolderías improvisadas duermen “gentes allegadizas, atraídas por el
trabajo, sin formar sociedad ni villa, ni requerir ni crear propiedad. No hay
espectáculo más afligente que éste para quien se preocupa del lugar que en
adelante van a ocupar estos seres…Todo es duradero en esta industria, el
riesgo y el plantío, la maquinaria y el propietario. Sólo los trabajadores están
apiñados, como de paso, en este tan sistematizado trabajo. (Se refiere a los
ingenios de azúcar en Tucumán).
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¡No os riáis, pueblos hispanoamericanos, al ver tanta degradación! ¡Mirad que
sois españoles y la Inquisición educó así a España! ¡Esta enfermedad la
traemos en la sangre!…
La Constitución no se ha hecho únicamente para dar libertad a los pueblos, se
ha hecho también para darles seguridad.
Fui nombrado presidente de la República y no de mis amigos.
Cuando dentro de cien años se descubra una tumba y se encuentre un cadáver
envuelto con las banderas paraguaya, argentina, chilena, oriental y
norteamericana, esa tumba será la mía.
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ANECDOTARIO
Sarmiento publicó Facundo, su libro más famoso, en Chile en plena época de
Rosas (1845). Hizo entrar decenas ejemplares a través de un paquete
despachado por su amigo el Dr. Amán Rawson. El paquete fue rociado con
Azafétida un medicamento de olor nauseabundo y acompañado con una carta
en la que decía que contenía medicamentos contra la coqueluche. Ningún
empleado de correo se atrevió a abrirlo y así comenzaron a circular los
primeros ejemplares de Facundo en nuestro país.
En 1856 Sarmiento era Inspector general de escuelas llegó a un
establecimiento y comprobó que los alumnos eran buenos en geografía,
historia y matemáticas pero flojos en gramática y se lo hizo saber al maestro.
Este asombrado le dijo, no creo que sean importantes los signos de
puntuación. –Que no! Le daré un ejemplo. Tomó una tiza y escribió en el
pizarrón: "El maestro dice, el inspector es un ignorante". -Yo nunca diría eso
de usted, señor Sarmiento. –Pues yo si, dijo tomando una tiza y cambiando de
lugar la coma. La frase quedó así: "El maestro, dice el inspector, es un
ignorante."
Le gustaba tratar a sus adversarios con ironía. En ocasión de discutirse en el
Senado la aprobación del presupuesto para la construcción de un ferrocarril,
los senadores consideraron excesiva la suma de 800.000 pesos fuertes y
demasiado generosa la garantía del 7% de ganancia. No he de morirme sin ver
empleados en ferrocarriles en este país ¡No digo 800.000 sino 800 millones de
pesos!" Como los senadores se empezaron a reír, Sarmiento pidió que las risas
constaran en las actas "Porque necesito que las generaciones venideras sepan
que para ayudar al progreso de mi país, he debido adquirir inquebrantable
confianza en su provenir. Necesito que consten esas risas, para que se sepa
con qué clase de necios he tenido que lidiar."
Como presidente, Sarmiento solía visitar sorpresivamente los hospitales para
ver cómo funcionaban y cómo atendían a la gente. Un día, visitando el
hospital psiquiátrico notó que un grupo de internados charlaban en el patio.
Se acercó a ellos y le dijo: "¡Bienvenido! Yo sabía que el loco Sarmiento iba a
terminar entre nosotros!"
En un debate parlamentario un diputado estanciero acusó a Sarmiento de ser
pobre y que si se lo ponía patas para arriba no se le caería un sólo peso. Don
Domingo le respondió: "Puede ser, pero a usted lo pongan como lo pongan
nunca se le caerá una idea inteligente." "Yo estoy hace tiempo reñido con las
oligarquías, las aristocracias, la gente "decente" a cuyo numero y corporación
tengo el honor de pertenecer, salvo que no tengo estancias."
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Siendo Sarmiento presidente, mantuvo un conflicto con la Sociedad de
Beneficencia sobre cómo debía educarse a las mujeres de ese hospicio. La
Sociedad se había encargado de educar a las huérfanas y Sarmiento estaba
convencido de que debía incorporárselas a la enseñanza común. De esa
manera, sostenía, podrían "crear madres directoras de la educación de sus
hijos…" Pero las damas no querían saber nada y sostenían que "nadie mejor
que nosotras para educar a esas pobres huérfanas".
Sarmiento insistía: "El mal está en que las eduquen ustedes, que no sabrán
hacer de ellas sino señoritas con muchas artes de ornato, y para ganarse la
vida, nada". "Les inculcaremos moral y religión", replicaron las damas. "Ahí
está el error. La moral nace del trabajo; no se produce con rezos, sino con la
educación y la aptitud para el trabajo. Van ustedes a crear sabandijas
devotas…" No había caso. Las damas argumentaron: "Vamos a hacer de ellas
excelentes compañeras para la familia". "Hagan maestras de escuela", propuso
Sarmiento. Y prosiguió: "el medio de educar a los pueblos bien y barato, es
hacerlo a través de la mujer…". Hasta que una de las damas, fastidiada,
exclamó: "¡Cosas de Sarmiento!". Y allí terminó la entrevista.
Cuando Sarmiento fue Legislador debió nombrar al gran Shakespeare en una
alocución, y como estaba disertando ante argentinos, en vez de pronunciar
correctamente ese apellido, dijo "Yaquespeare". Él hablaba fluidamente el
idioma inglés, algo que por estas tierras no era habitual. Como cuando dijo
"Yaquespeare" muchos se rieron ante lo que suponían una muestra de
incultura de Sarmiento, cuando se acallaron las risas en el recinto, prosiguió su
alocución, hasta finalizarla, en perfecto inglés, de modo que nadie (o casi
nadie) pudo entender nada de lo que estaba hablando, demostrándoles a los
risueños legisladores quiénes eran los verdaderos incultos.
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SARMIENTO, SUS ÚLTIMOS AÑOS
Sarmiento, que fustigó con encono al gobierno de Roca, no podía menos que
admirar el progreso material del país…Y escribía ingenuamente maravillado a
José Posse: “Estuve en La plata (fundada hace poco tiempo) y he quedado
asombrado de lo que he visto, de la vitalidad del país y de su fuerza de
expansión. He recorrido las parte del mundo culto que vegetan y crecen y te
aseguro que no hay nada en la tierra como este crecimiento…La Plata sale a la
luz con luz eléctrica, con palacios y monumentos clásicos, con parques
antiguos, calles empedradas, bulevares que se cruzan en ángulos rectos y en
diagonales y con un puerto profundo, elaborado a la holandesa, que de dos
leguas vendrá a la puerta de los almacenes a depositar sus mercaderías.
Estamos, pues, muy avanzados en inteligencia creadora, en arte y en ciencias
aplicadas al bienestar. La América es la antigua colonia, hasta en Chile que ha
andado bastante. Esto, que como todo está saliendo del molde todavía
caliente, es algo mejor que aquello. Sería como Atenas si hubiera un altar para
colocar el Partenón. Me parece que me iré a morir allá, entre cosas nuevas y
formas elegantes.” Y al finalizar la gestión de Roca, sarmiento, opositor
iracundo del presidente, reconoció…lo siguiente que mostraba el estado
próspero del país: “A juzgar por el aspecto de las cosas no hay pueblo más
feliz del mundo. Los cueros, las lanas, sebos, han subido enormemente; el oro
ha bajado en proporción y el metro cuadrado de superficie se ha vendido ayer
en La Plata a cincuenta y seis pesos nacionales. Esto muestra el entusiasmo y
el placer de vivir, porque el valor del terreno para casas sube según las
esperanzas que un pueblo abriga de la prosperidad que sobreviene, o de lo
lujoso de los habitantes que edificaron en una calle.” Pero no obstante todo el
deslumbramiento que producía al viejo luchador el tiempo nuevo presidido
por Roca, una tristeza, una melancólica nostalgia estremecían su alma al
sentirse desalojado y ver desaparecida para siempre su época de combate y de
pasiones, aquella en que con su acción y su pluma conducía a su pueblo
levantisco y triunfaba sobre sus adversarios.
Y abatido ante el oro y el materialismo que irrumpía, escribió:
“Pienso retirarme de la prensa periódica. Es imposible mi rol en el mundo
financiero que nos domina. Mi palabra es la voz en el desierto.” Pero si por
momentos se sentía deprimido su espíritu, Sarmiento no hizo abandono del
periodismo, y desde las columnas de El Censor castigó a los gobernantes que
mercantilizaban al país.
Refiriéndose a Roca y al estado de la política argentina describía a su amigo
Pepe Posse el siguiente cuadro: “Roca hace y hará todo lo que quiera, para eso
tiene una República sin ciudadanos, sin opinión pública, educada para la
tiranía, y corrompida en los últimos tiempos por la gran masa de inmigración
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sin patria allá ni acá, sin ideas de gobierno ni otros propósitos que buscar
dinero por todos los caminos, con preferencia los peores en el sentido de la
honradez. ¡Qué chasco nos hemos dado con la inmigración extranjera! Estos
gringos que hemos hecho venir son aliados naturales de todos los gobiernos
ladrones por la buena comisión que cobran ayudándolos en las empresas
rapaces. Ahora tenemos la amargura de la experiencia sin que nos sirva para
nada, porque nos quedan las puertas cerradas a nuestra espalda para corregir
los errores establecidos.” Así, mientras la República se engrandecía con las
riquezas, enmudecían para la política y sus pasiones.
Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, EUDEBA, Buenos Aires,
1969, p. 27-28
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SARMIENTO & AURELIA VÉLEZ: CONTRA VIENTO Y MAREA
Una mañana del verano de 1865, mientras descifraba laboriosamente la
desastrosa letra de su padre, Aurelia Vélez, La Petisa, se sacó con gesto rápido
los bucles oscuros de la cara, mojó otra vez la pluma en el tintero, y suspiró
con leve sonrisa. A los 28 años, Aurelia no sólo era la hija menor y preferida
de Dalmacio Vélez Sarsfield, sino su secretaria, su mano derecha. Aunque no
era jurista, como el hombre que en la habitación contigua escribía los
principios que regirían las relaciones entre los argentinos de los próximos
siglos, la interesada copista comprendió que el artículo del Código Civil que
reescribía de algún modo la implicaba. Así, La Petisa fue hasta el atestado
escritorio paterno para confirmar lo que entendía. Y había entendido bien:
"Pérdida de la vocación hereditaria por separación de hecho sin vocación de unirse", el
inciso agregado por Tatita a los artículos referidos al matrimonio civil liberaba
a Aurelia de la tutela de su fugaz marido de una década atrás e inhibía al
desgraciado médico Pedro Ortiz de heredar algo de la hija de aquél. Una vez
más, su padre no la había abandonado. Antes de volver a su trabajo salió a la
galería de la quinta de Almagro donde estaban recluidos desde hacía meses trabajando en ese texto él, lidiando con su letra ella- y repasó una vez más la
nueva carta de Nueva York que conservaba en el bolsillo, perturbadora, pero
mucho más fácil de leer. La letra de Sarmiento era decidida como sus ideas,
clara como sus deseos. Le hablaba de Brooklyn, de Broadway, del juicio a los
asesinos de Lincoln, de las mujeres yanquis que viajaban solas; jugaba con sus
celos, la invitaba a embarcarse, a convencer al "doctor cordobés a darse un paseo de
cuatro meses por este país encantado". Esa misma tarde le contestaría: le haría saber
que no deseaba otra cosa que estar con él, claro que sí, pero que el Código la
retenía en Buenos Aires.
De la confluencia
Venían de tiempos, lugares y mundos diferentes. Domingo Faustino
Sarmiento había nacido en San Juan en 1811, apenas un año después de la
Revolución. Aurelia Vélez, en el corazón de Buenos Aires, en 1836. En ese
cuarto de siglo habían pasado muchas cosas -las guerras de la independencia,
las luchas entre unitarios y federales-, pero al final había quedado uno solo,
alguien alrededor de quien giraba todo: Rosas.
Sarmiento, desde su juventud, iba y venía de Chile empujado por la política. El
doctor Vélez Sarsfield, un cordobés ya famoso, unitario de corazón y sin
embargo abogado de la familia del muerto de Barranca Yaco, había quedado
demasiado cerca del poder para estar cómodo. Cuando Lavalle se levantó en
el cuarenta, todos pensaron que ganaba. La derrota los uniformó en las rutinas
del exilio mientras Rosas seguía ahí, imperturbable. En 1845, Sarmiento venía
de Chile y, camino de Europa, quiso juntarse con los que se iban
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amontonando en la cercada Montevideo: Echeverría, Mitre, también Vélez
Sarsfield. Y fue entonces cuando se cruzaron por primera vez: él tenía 34
años, pelo, barba y un libro reciente que lo haría famoso, aunque aún no lo
era: el Facundo. Aurelia tenía nueve y asistía a las reuniones de su padre con
otros señores, sin soltarle la mano y con los ojos así. Siempre recordaría a ese
hombre algo tosco y menos elegante que los otros, pero enfático y persuasivo:
el ruido y la furia. El 3 de febrero de 1852, la batalla de Caseros partió el siglo.
Todo sería antes y después de Rosas. Los perseguidos y postergados de antes
eran los protagonistas de lo que se venía. Pero tras la euforia, las diferencias
volvieron, y llegó la ruptura: Buenos Aires y la Confederación, Urquiza y
Mitre.
En ese clima, en el invierno de 1855, Domingo Faustino Sarmiento arribó a la
ciudad de los sueños y las pesadillas. Esta vez venía a quedarse y a trabajar, a
hacer política en El Nacional, el diario de Vélez Sarsfield. Una fría tarde de
julio llegó a la casa del director del periódico, y al entrar en el escritorio de su
viejo amigo la vio. Tardó un instante en darse cuenta. Habían pasado diez
años y la pequeña Aurelia que lo saludaba con leve sonrisa ya era una mujer. Y
le gustó esa mujer como le gustaban en general las mujeres. El tenía cuarenta y
cuatro años; ella, diecinueve. Y todo empieza ahí.
De los contratiempos
Cuando se conocieron y convirtieron en amantes -tal vez ese mismo invierno
del 55- ninguno de los dos era libre. El ya era el Sarmiento escritor y
periodista acabado, pero no aún el político que sería. Estaba casado, y a
disgusto con la amenazante Benita Martínez Pastoriza, pero había un hijo de
diez años entre ambos, aquel famoso Dominguito, adoptado y propio a la vez.
A la joven Aurelia Vélez le faltaba casi todo. Apenas salida de la adolescencia y
ya (mal) casada, era la hija mayor y secretaria del doctor Vélez Sarsfield,
político de primera plana, funcionario habitual de gobierno, autoridad jurídica
y moral. Aurelia vivía y trabajaba con su padre de regreso de una historia
reciente, escandalosa y sórdida, que incluía casamiento fugaz con desenlace
trágico y vuelta de ella a casa, sola. Demasiado para la hija mimada de un
hombre público.
En esas circunstancias personales se encontraron: los dos se sentían
observados y en los límites de la baja tolerancia de la sociedad porteña. Aurelia
Vélez era la hija mayor de la segunda mujer de un hombre grande y luchó
desde la adolescencia para no quedar atrapada en esa sombra o para hacerse
un lugar reconocible allí. Que la jovencita se enamorara o le apuntara a los
amigos, a los preferidos de su padre, no parece raro. Pero sí de qué manera lo
hizo. Lo desafió a los límites de lo socialmente aceptable y hasta los traspasó
para conseguir su atención, su cuidado, su dedicación absoluta.
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No de otra manera se puede leer el episodio de su fugaz matrimonio con el
primo Pedro Ortiz Vélez, médico brillante, sobrino predilecto de Vélez
Sarsfield, diputado como él y compañero en la Legislatura. ¿Fue Aurelia una
víctima de la intolerancia de su tiempo? No lo parece. A los diecisiete -con
permiso o sin él- se había casado, acaso enamorada y sin duda embarazada;
pero abortó, no se sabe si espontáneamente. Poco después, el atribulado
Pedro Ortiz la sorprendió con su secretario, Cayetano Echenique, y pese a que
el joven se escondió dentro de un ropero, lo mató de un pistoletazo. A
continuación, el marido tomó a su mujer del brazo y la llevó de vuelta a casa
de su padre. Se arguyó estado de demencia del asesino -que salvó la vida, pero
perdió su cargo, su reputación-, pero se confinaron los sucesos a una tradición
maledicente. Aurelia convivió desde entonces con ese estigma; su relación con
Sarmiento -ese mujeriego, ese otro amigo cercano de su padre- no haría sino
confirmar las certezas del escarnio público.
De las evidencias
Cuando Sarmiento llegó a Buenos Aires, en principio solo, la relación con
Benita Martínez Pastoriza tras siete años de matrimonio no daba para más. La
apasionada y vehemente Benita era una celosa feroz, y muchas veces con
motivo. Diez años menor, siempre peleó por él: por retenerlo primero; para
destruirlo después. Los acontecimientos se precipitaron cuando, a principios
de 1857, Benita también desembarcó en Buenos Aires, con su hijo. No es raro
que, tras poner casa y familia reunida en la misma cuadra y vereda que los
Vélez Sarsfield, en seguida descubriera las complicidades, los pretextos, las
argucias de los amantes para estar juntos con cualquier motivo. Y no se calló:
"¿Recuerda usted haber oído un suceso muy sonado que ocurrió aquí (de la hija de uno de
los hombres que figuran en este momento) que se casó embarazada de cuatro o cinco meses
con un médico y que éste mató a los dos meses de casada al que creyó autor de semejante
infamia? -le cuenta en una carta a un amigo santiaguino, Hilarión Moreno-. Pues
bien, mi amigo, ésta es la escoria que ocasiona mi desgracia. No puedo contar a usted
detalles, pero bástele decir que empecé por sospechar y concluí con las pruebas. ¿A qué
tiempo cree usted que las obtuve? A los tres meses dos días de llegada". Y agrega
pormenores: "Para que se forme idea de lo exquisito de mi vida. Vivo una casa de por
medio de la de mi rival y viendo las señas que esa infame hace a mi marido y viéndolo a él
entrar a la casa de ella; sólo viene a mi casa en el momento de comer".
Con semejantes evidencias, no vaciló en enfrentar la situación: apartar a su
marido de la escoria. Acosado, Sarmiento en principio negó todo, luego
admitió a medias y pidió evitar el escándalo. Finalmente, terminó también él
fuera de sí: "Primero quiso persuadirme de que todo se había concluido, pero que era
preciso guardar ciertas apariencias por la amistad del Papá (se refiere a Dalmacio) -cuenta
Benita en la misma carta a Hilarión Moreno- pero como se pasa de amistad porque
más interés tiene en esa casa que por la suya propia, ha concluido por hacerse el guapo y
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decirme que irá aunque me muera, aunque nuestro matrimonio se rompa, después que se ha
cansado de intentar que me vuelva a Chile".
Ella está a punto entonces de desatar el escándalo público, pero las razones de
interés público -y personal, claro- hacen que en principio los hechos queden
en el ámbito privado, espacio de la extorsión. Así, Benita no denuncia a su
marido, pero sí presiona a Aurelia, el eslabón más débil y expuesto al
escándalo. Se teje entonces toda una sorda historia de amenazas que obliga a
los amantes a optar, en principio, por el renunciamiento:
"He debido meditar mucho antes de responder a su sentida carta de usted, como he
necesitado tenerme el corazón a dos manos para no ceder a sus impulsos -dice un
Sarmiento retórico pero elocuente en respuesta a una carta de Aurelia que no
se ha conservado-. No obedecerlo era decir adiós para siempre a los afectos tiernos y
cerrar la última página de un libro que sólo contiene dos historias interesantes. La que a
usted se liga era la más fresca y es la última de mi vida. Desde hoy soy viejo (.) Acepto de
todo corazón su amistad que será más feliz que no pudo serlo nunca un amor contra el cual
han pugnado la más inexplicables contrariedades -continúa, con evidente alivio- (...) Los que
tanto la aman no me perdonarían haberla expuesto a males que no me es dado reparar.
Ante esta responsabilidad, todo sentimiento egoísta debe enmudecer de mi parte, y con
orgullo puedo decírselo, han enmudecido."
Parecía un asunto concluido. Pero no lo estaba. En la relación de Aurelia y
Sarmiento se alternan períodos de cercanía e intimidad con largos lapsos de
separación. Así, vivieron los múltiples sobresaltos de la pasión en esos
primeros y accidentados seis años de Sarmiento en Buenos Aires. Cuando se
separaron por primera vez, él ya tenía cincuenta y ella, veinticinco; y con ese
primer desgarrón saltó el escándalo.
En 1861, Sarmiento fue designado por Mitre interventor en San Juan y partió
solo. Para alivio paradójico de Benita, para angustia de Aurelia. Las cartas que
se conservan de ese momento son las más reveladoras de hasta dónde había
llegado esa relación honda y contrariada a la vez: "Estoy pasando días horribles con
tu retiro, es preciso que esto acabe -dice Aurelia en una carta de fines de ese año, y
tras otras consideraciones sigue la declaración de amor más explícita y
hermosa que se ha conservado-. Te amo con todas las timideces de una niña, y con
toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí
que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Sólo tengo en
mi vista una falta, y es mi amor por ti. ¿Serás tú el encargado de castigarla? Te he dicho la
verdad en todo. ¿Me perdonarás mi tonta timidez? Perdóname, encanto mío, pero no puedo
vivir sin tu amor. Escríbeme, dime que me amas, que no estás enojado con tu amiga que
tanto te quiere. ¿Me escribirás, no es cierto?".
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Y él le escribió, claro. Y muchas cartas fueron y vinieron por canales cada vez
más oblicuos y menos confiables, usando a terceros como destinatarios: "He
recibido tu recelosa carta extrañando mi silencio y recordándome posición y deberes que no he
olvidado -le dice él desde Mendoza, en el verano del 62-. Tus reproches inmotivados
me han consolado, sin embargo; como tú, padezco por la ausencia y el olvido posible, la
tibieza de las afecciones me alarman. Tanto, tanto hemos comprometido que temo que una
nube, una preocupación, un error momentáneo haga inútiles tantos sacrificios (...) La verdad
es que tu amiga me alarmó con las prevenciones que me hicieron temer un accidente, pues ella
anda muy cerca de las personas en cuyas manos una carta a ti, o tuya, sería una prenda
tomada". Y luego, como en ningún otro testimonio que se conserve, Sarmiento
le abre su orgulloso corazón y le muestra el lugar que ocupa en él: "No te
olvidaré porque eres parte de mi existencia; porque cuento contigo ahora y siempre. Mi vida
futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a
despecho de todo; y yo te agrego, a pesar de mi ausencia, aunque se prolongue, a pesar de la
falta de cartas cuando no las reciba (...) Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos
blandos para vivir... Atravieso una gran crisis en mi vida. Créemelo. Padezco horriblemente
y tú envenenas heridas que debieras curar. Al partir para San Juan, te envío mil besos y te
prometo eterna constancia. Tuyo."
En mayo de ese mismo año, una de esas cartas de amor cayó en las manos no
debidas, y de la peor manera. Dominguito fue a buscar correspondencia de su
padre y encontró una carta dirigida a una de ésas destinatarias falsas, una vieja
-dicen- que apenas si sabía leer: es que era para Aurelia, claro.
Benita, que era amiga personal y confidente de las mujeres de Mitre, de
Avellaneda, desató una tormenta que, aunque no llegó a la prensa, sí alcanzó a
San Juan. Sarmiento se sintió traicionado, definitivamente herido, y el
escándalo acabó con un matrimonio muerto hacía rato. Lo que siguió fue un
largo período de más de una década en que el vínculo se afirmó sobre otras
bases. Primero fueron seis largos años de separación, pero denso contacto
epistolar. Sarmiento, concluido su gobierno en San Juan, partía de embajador
a Estados Unidos, país del que sólo regresaría en 1868 para asumir la
presidencia.
A partir de ese momento -él tiene 57 años y Aurelia treinta y dos-, Sarmiento
podrá vivir y compartir a pleno con ella la tan demorada apoteosis del poder.
Aurelia estará en todo junto a él y a su padre -será el primer ministro del
Interior de Sarmiento- como ayudante, consejera, y como posibilidad de
reposo para el hombre que, de regreso a su hogar, pasa cada noche por su
casa tras la jornada de gobierno.
Cuando termina su mandato Sarmiento tiene sesenta y tres años y su carrera
política está de algún modo acabada. En los años siguientes fue Aurelia la que,
por primera vez, necesitó que él la acompañara. En 1875 murió el viejo Vélez,
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y en pocos meses de 1880, en Córdoba y mientras las cuidaba, su hermana y
su madre. Siempre estuvo Sarmiento con ella. Hay en esos últimos años
compartidos gestos conmovedores, como cuando él, ya al borde del retiro, la
incita a escribir y le publica sus excelentes notas de viaje desde Europa,
primero en El Nacional y después en El Censor, su propio diario.
Por eso, cuando Sarmiento muere, familiero, entre nietos, discutido, y prócer
en Paraguay, a los 77 años, Aurelia, la compañera de siempre que había
llegado a visitarlo una semana antes -y que no lo vio morir acaso porque ya
había enterrado a toda su familia- se quedó definitivamente sola. Asistió,
oscura y lateral, a las consabidas, populosas, reparadoras exequias, y
comprendió que ya nada tenía que hacer allí.
De una vieja dama indigna
Aurelia Vélez quedó sola y rica. Entonces se fue a Europa, y no volvió
definitivamente hasta veinte años después. Es probable que, de regreso, haya
visitado y mirado de soslayo, no sin ironía, la estatua de Sarmiento en
Palermo, y es seguro que habrá hojeado la biografía de Lugones, en la que
brilla por su ausencia. No le habrá importado demasiado. Había vivido
mucho, y acaso apostara más al olvido que a una memoria torpe o
malintencionada. Murió a los 88 años, en 1924. Como hubiera especulado
Borges, con esa vieja dama indigna que pese a todo recibió la típica,
adocenada necrológica de la dama patricia, morían muchas cosas más. Esa
mujer había nacido y crecido en una aldea con calles de barro y moría en otra
ciudad, en otro mundo: la Buenos Aires de Marcelo T. de Alvear, ya con
subte, cines y fútbol para "los últimos porteños felices". Llegó demasiado temprano
para los duros códigos de la primera; demasiado tarde para aprovechar la
segunda.
Como el del hombre del que se llevaba las últimas imágenes íntimas, el suyo
había sido también, a su manera, un raro destino sudamericano.
Juan Sasturain, La Nación, Buenos Aires, 16 de enero, 2005
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HIMNO A SARMIENTO
Fue la lucha, tu vida y tu elemento;
la fatiga, tu descanso y calma;
la niñez, tu ilusión y tu contento,
la que al darle el saber le diste el alma.
Con la luz de tu ingenio iluminaste
la razón, en la noche de ignorancia.
Por ver grande a la Patria tu luchaste
con la espada, con la pluma y la palabra.
En su pecho, la niñez, de amor un templo
te ha levantado y en él sigues viviendo.
Y al latir, su corazón va repitiendo:
¡Honor y gratitud al gran Sarmiento!
¡Honor y gratitud, y gratitud!
¡Gloria y loor! ¡Honra sin par
para el grande entre los grandes,
Padre del aula, Sarmiento inmortal!
¡Gloria y loor! ¡Honra sin par!
Letra y música: Leopoldo Corretjer
Leopoldo Corretjer (Barcelona 1862 - Buenos Aires, 1941). Director de
orquesta y compositor, autor de tangos y canciones patrióticas (la letra y
música de Saludo a la bandera y el Himno a Sarmiento). En el Centenario dirigió
en la Plaza del Congreso una banda de 500 músicos y un coro de 30.000
escolares que ejecutaron y cantaron el Himno Nacional Argentino.
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SARMIENTO
No lo abruman el mármol y la gloria
Nuestra asidua retórica no lima
Su áspera realidad. Las aclamadas
Fechas de centenarios y de fastos
No hacen que este hombre solitario sea
Menos que un hombre. No es un eco antiguo
Que la cóncava fama multiplica
O, como éste o aquél, un blanco símbolo
Que pueden manejar las dictaduras
Es él. Es el testigo de la patria,
El que ve nuestra infamia y nuestra gloria,
La luz de Mayo y el horror de Rosas
Y el otro horror y los secretos días
Del minucioso porvenir. Es alguien
Que sigue odiando, amando y combatiendo.
Sé que en aquellas albas de septiembre
Que nadie olvidará y que nadie puede
Contar, lo hemos sentido. Su obstinado
Amor quiere salvarnos. Noche y día
Camina entre los hombres, que le pagan
(Porque no ha muerto) su jornal de injurias
O de veneraciones. Abstraído
En su larga visión como en un mágico
Cristal que a un tiempo encierra las tres caras
Del tiempo que es después, antes, ahora,
Sarmiento el soñador sigue soñándonos
Jorge Luis Borges
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OPINIONES SOBRE LA OBRA DE SARMIENTO
SARMIENTO
SEGÚN
HISTORIOGRÁFICAS
LAS
DISTINTAS
CORRIENTES
A Través de su vida política, de sus luchas y escritos periodísticos, de sus
obras literarias y de su correspondencia, hay varios Sarmientos que
difícilmente pueden identificarse y valorarse de una sola manera.
El más conocido es el Sarmiento ideólogo, que ofrece a sus contemporáneos
un cuerpo de ideas, centrado en la alternativa “civilización o barbarie”, que
conforma durante largo tiempo el pensamiento más representativo de la clase
dominante.
Más allá de que Sarmiento haya sido consciente o no, él entrega a la clase
dominante una herramienta poderosísima para hegemonizar ideológicamente
al resto del país, especialmente a la clase media. En este sentido, sin ninguna
duda, es un reaccionario, porque esa concepción permite legitimar el orden
semicolonial. A través de esas ideas, la oligarquía “azonza” a los argentinos,
implanta la “colonización pedagógica” (en el idioma usado por Jauretche), es
decir, logra el consenso, impone, como diría Gramsci, “el sentido común” de
la sociedad argentina o, como sostenía Marx, logra que “las ideas de la clase
dominante sean las ideas dominantes en la sociedad”.
Por esta razón, la Historia Oficial le rinde homenaje junto a Rivadavia y Mitre,
en agradecimiento no a su gestión presidencial, ni a su literatura, sino al lema
“civilización o barbarie”.
Por la misma razón, los historiadores de la corriente Historia Social lo
respetan y evitan criticarlo (Más bien prefieren dedicarse a denostar a José
Hernández, su reverso ideológico, o a Felipe Varela, una alternativa
latinoamericana, o a Raúl Scalabrini Ortiz, el descubridor del andamiaje de
opresión semicolonial con que nos dominó el Imperio Británico).
A su vez, el nacionalismo clerical lo juzga un enemigo, no por brindarle
ideología a la clase dominante, sino por haber sido defensor de la Ley 1420 de
enseñanza laica, en detrimento de la escuela confesional. Las bombas de
alquitrán con que tradicionalmente la agrupación nacionalista Tacuara y otros
grupos clericales “festejaban” los 11 de septiembre haciendo puntería en los
bustos de Sarmiento tienen ese sentido de defensa de la religión y de lo
tradicional, y no sentido antiimperialista.
Desde el revisionismo nacional y popular, con origen en FORJA, Jauretche
formula la crítica más profunda a Sarmiento en cuanto a la función cumplida
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como ideólogo, reconociéndole virtudes en otros terrenos, como el literario,
pero insistiendo en que lo grave es el sarmientismo, como concepción de la
oligarquía y los “sarmientudos”, cultores de esas ideas, peores aún que
Sarmiento.
El revisionismo federal-provinciano ha retomado ese aporte de Jauretche y se
ha preocupado, además, por rescatar algunas de las facetas positivas del
sanjuanino, especialmente en su desempeño como presidente de la nación.
Asimismo, procura demostrar que Sarmiento no es, como sí lo es Mitre, un
neto representante de la oligarquía.
Norberto Galasso, ob. cit., p. 429-430
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AQUELLOS HOMBRES
Por el instinto de su genio, aquellos hombres superaron el internacionalismo
abstracto de la razón pura para construir una patria concreta, adaptándose a
las ásperas realidades de su época y de aquellos desiertos. Gobernar era poblar
y construir. Pocas veces en la historia se habrá visto con mayor patetismo una
gigantesca empresa práctica llevada a cabo por gobernantes con alma de
poeta; seres para los cuales el más alto ideal era el espíritu puro, pero que sin
embargo lo deponían o postergaban o adecuaban para arremangarse y
ensuciarse las manos en la durísima tarea de forjar una nación. Es fácil sonreír
ahora –y todos lo hemos hecho alguna vez- ante el Sarmiento que vocifera en
su periódico: “¡Alambren, bárbaros!”, o ante su mesianismo escolar, o ante el
positivismo de Alberdi, o ante el candor con que uno y otro escribían
Progreso con mayúscula; pero lo cierto es que sin ellos la Argentina no habría
alcanzado la estatura que logró en su momento de máximo esplendor.
(…)
No ignoro los graves errores e injusticias cometidos por Sarmiento contra los
gauchos, y las mentiras exageradas de su Facundo; he escrito en otros ensayos
sobre todo eso como para que no me vea aquí obligado a repetirlo. (…) Sí,
sigamos riéndonos de Sarmiento, sigamos arrojando bombas de alquitrán
contra sus estatuas –hasta tal punto somos poderosos y perdurables en el
resentimiento, casi en lo único que lo somos-, tomemos en broma a las
maestritas, fantaseemos sobre una Argentina químicamente pura, que en el
mejor de los casos habría servido para preservar algunos desiertos e
innumerables tambos; pero señalemos que los que sonríen irónicamente y
hasta los que abiertamente se ríen no son pobres gente de pueblo, sino
intelectuales formados en las escuelas inventadas por aquel loco, en los
colegios secundarios y en las universidades que únicamente existen gracias a él
y a sus delirantes herederos; que no sólo llenaron el país de gorriones e
italianos, sino de sabios y artistas que, hoy por hoy, y para ser completamente
franco, son los únicos que nos honran en el mundo civilizado.
Ernesto Sábato, Cultura y educación, Cuadernos del Congreso
Pedagógico, Universidad de Buenos Aires, EUDEBA, Buenos Aires,
1987, p. 13-16
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EL ILEGALISMO HISPANOAMERICANO
La Revolución, inspirada en la filosofía roussoniana de la Ilustración, anunció
a los pueblos un evangelio igualitario: “Todos son libres”, “nadie está obligado
a respetar las leyes sino ha contribuido a hacerlas, ni a obedecer a los
magistrados si no ha contribuido a elegirlos”. Pero el racismo y la violencia
institucional que eran consustanciales al régimen colonial fueron recreados y
exacerbados, con otros argumentos, por los ideólogos de la civilización.
Sarmiento lo planteó con toda crudeza en sus últimos escritos, decepcionado
de las reformas políticas y las soluciones militares. A pesar de lo que rezaba la
constitución bajo la cual fue presidente, concluía reflexionando que esta no
era una república representativa y federal, ni el pueblo tenía “aptitud para
gobernarse a sí mismo”.
Ante el desorden que desgarraba a la América del sur, se revolvía contra sus
raíces ibéricas e indígenas y preconizaba inculcar en la sociedad semibárbara
una educación negadora del pasado –en definitiva, otra forma más sofisticada
de violentarla- hasta extirpar la barbarie “insumida en nuestras venas”
(Sarmiento, 2001: t. XXXVIII, 197 y ss.).
Sarmiento y el joven Alberdi querían cambiar las costumbres, el modo de ser
de este pueblo. Pero las costumbres, es decir la cultura de un pueblo, no
puede ser impuesta ni se forja en poco tiempo. Por eso, la urgencia de
aquellos reformadores era trasplantar a América la población europea, con sus
hábitos de trabajo y consumo y su disciplina de acatamiento a la autoridad.
Nuestro gaucho, roto o cholo, pensaban, era impermeable al “mejor sistema
de instrucción”: “en cien años no haréis de él un obrero inglés” (Alberdi,
1952: cap.- XV). Lo que no entraba en los cálculos de estos ideólogos es que
gran parte de los inmigrantes, e incluso sus hijos, maltratados como los
nativos, iban a reaccionar de manera bastante parecida.
Aunque el progreso formal de la legislación fue suprimiendo los extremos más
irritantes de la persecución penal a las clases bajas, de hecho se mantuvo la
aplicación de las normas según la condición personal: algo que era lícito para
el casuismo jurídico y el espíritu feudal del periodo colonial, pero no dentro
del igualitarismo republicano.
He aquí otra dualidad bien conocida, cuando las reglas no se aplican igual a los
ricos que a los pobres, un criterio que se combinó de manera perversa con la
discriminación racial y la corrupción policial.
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Más grave aún era que la clase dirigente se colocara fuera de la ley, prácticas
que vienen desde los orígenes del “capitalismo contrabandista” y se
expandieron al compás del auge de los grandes negocios exportadores: basta
señalar la forma en que se vendieron las tierras antes de la expedición de Roca.
En el plano político, el reflujo del proyecto de la emancipación retrotrajo la
lucha por el poder a la violencia desembozada. En plena “organización
nacional”, en la provincia más adelantada, baluarte de la hegemonía liberal, las
elecciones entre los partidos de la elite se decidían a punta de cuchillo por
hombres como Moreira. Y la conquista del “desierto” se realizó vulnerando el
explícito mandato constitucional de “conservar el trato pacífico con los
indios”.
(…)
Sarmiento resaltó los éxitos de las ex colonias norteamericanas, que edificaron
sus instituciones republicanas en base al respeto y el perfeccionamiento de la
ley, en contraste con los tropiezos constitucionales argentinos. El drama de
nuestro país fue una encarnizada disputa, en cuyo transcurso se dictaron dos
constituciones inaplicables en 1819 y 1826, y cuando se sancionó al fin la de
1853, fue resistida, corregida, violada por los vencedores de Pavón y luego
sistemáticamente vaciada de sentido.
La ley de Homestead, que otorgaba la propiedad al pionero que la ocupaba,
fue uno de los pilares de la sociedad rural norteamericana. En Argentina
también hubo algunas leyes progresistas sobre tierras y colonias, que los
acaparadores y el propio gobierno burlaron escandalosamente.
Los observadores europeos han reparado en ese cuadro de distorsión entre
instituciones formales y práctica social, que expresa una falta de
correspondencia entre la ideología oficial y las estructuras reales de
dominación.
La explicación que Alain Rouquié esboza sobre esa aparente “esquizofrenia”,
subraya el origen ambiguo de esta parte de América, incorporada
definitivamente a Occidente pero con una “herencia social” distinta: lo cual
nos remite una vez más a la contradicción colonial originaria (Rouquié, 1990).
Este conflicto no se resolvió en la transición de la colonia a la república
independiente, sino por el contrario, se tornó más crítico. En su perspectiva
de la historia argentina, David Rock encuentra que la creciente complejidad
del desarrollo de esta sociedad no logró asentarse en un “impulso autónomo”,
y “las estructuras coloniales eran invariablemente reconstituidas, no
trascendidas” (Rock, 1994:23).
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La irracionalidad y la depredación de las explotaciones económicas tienen una
estrecha relación con la falsedad institucional. Max Weber sostenía que el
moderno capitalismo industrial racional necesita tanto de los medios técnicos
de cálculo de trabajo, como de un Derecho previsible y una administración
guiada por reglas formales: sin esto es posible el capitalismo aventurero,
comercial, especulador” (Weber, 1969). Ese es el tipo de empresa que pudo
medrar en nuestros países.
Hugo Chumbita, Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en
la Argentina, Colihue, Buenos Aires, 2011, p. 201-205
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LAS IDEAS SOCIOLÓGICAS DE SARMIENTO
El atraso y la violencia política en que se debatía el país eran debidos, a su
juicio, en buena parte a las costumbres transmitidas por la potencia colonial,
una de las más atrasadas de Europa, y mentalmente cerrada aun en épocas de
mayor esplendor. Sarmiento hablaba mal de España, pero “como un español”,
al decir de Miguel de Unamuno, que admiraba sus escritos y lo consideraba el
mejor autor contemporáneo en esa lengua.
Sarmiento no era mucho más complaciente con la cultura india, aunque ésta
era poco influyente en la Argentina, por comparación a otros países del
continente. Para cortar con esas herencias sarmiento pensaba que el país
necesitaba un revulsivo cultural, administrado por la educación masiva y por la
inmigración, preferentemente originada en países que habían pasado con más
éxito que España por la revolución del mundo moderno.
Pero aparte de la influencia española e indígena, Sarmiento señalaba los
efectos del ambiente local, signado por la poca densidad de población y el
estancamiento del comercio y las comunicaciones. Las clases populares, sobre
todo las rurales, en estas condiciones no podían menos que reflejar el atraso y
a su vez sostenerlo con sus actitudes. En este sentido no ahorraba epítetos y
enfatizaba con saña los aspectos brutalizadotes del tipo de vida a que se veía
reducida la población humilde.
Sarmiento no se forjaba ilusiones acerca del rol que esa masa popular
ignorante podía desempeñar en la transformación del país. Más bien la veía
como factor del atraso, especialmente por vía de su apoyo a los caudillos.
Estos obstaculizaban el progreso económico, al crear una inestabilidad
institucional, basada justamente en su capacidad de manejo de masas en
contiendas cívicas y militares.
(…) Como no apreciaba la forma de vida del gaucho, Sarmiento ha sido
acusado por la escuela historiográfica inspirada en el revisionismo, de tener
una actitud “exterminadora” hacia la población pobre del país. Esto refleja
con alguna parcialidad actitudes que efectivamente Sarmiento expresó, a
menudo en cartas que trasuntan un malhumor espontáneo y que es preciso
contrastar con el resto de su obra.
Sus análisis tienen un componente de racismo, el cual era casi universalmente
aceptado en la época como factor explicativo de las diferencias humanas. En
Facundo había contrastado las ideas de los primeros reformadores liberales, de
la época de Rivadavia, con las de la actual generación. Los rivadavianos eran
una hechura del Iluminismo enciclopedista, demasiado creyentes en las
virtudes de la razón y en la adaptabilidad humana a las construcciones
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institucionales. Ahora, decía, se sabe que el hombre no es tan maleable, y
alberga tendencias instintivas que hay que valorar en su justa fuerza. Esas
tendencia se moldean a través de la cultura, y quedan cristalizadas y
transmitidas por la familia, de manera que en la práctica forman grupos que a
menudo coinciden con las razas, y cuyas actitudes básicas cambian sólo muy
lentamente.
Torcuato Di Tella, Historia argentina (1830-1992), Troquel, Buenos
Aires, 1993, p. 101-102
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LA IDEOLOGÍA IMPORTADA
Dijimos al comienzo que el triunfo de la fórmula sarmientina, con su reclamo
implícito de la europeización de América, comportó para los argentinos
trastornos sociológicos funestos. El principal de ellos, imposibilitar esa
filosofía nacional que Alberdi reclamaba en 1837, a fin de arribar a la
conciencia “de lo que es nuestro y deba quedar, y de lo que es exótico y deba
proscribirse”, como paso principal de emancipación y desarrollo.
La fórmula iluminista, con su escisión fundamental de la Argentina, hirió de
muerte al proyecto de nación autoconsciente que fue entrevista y reclamada
por Juan María Gutiérrez y Estevan Echeverría, para citar a las cabezas de la
llamada generación de Mayo. Europeizar significó, para ellos, liquidar los
valores hispánicos de América, para dar paso a los valores e ideales
anglosajones, representativos de la encarnación iluminista. Pidieron ellos “un
tono nacional”, pero el mismo se evaporó al calor de la ideología progresista.
(…)
La filosofía del progreso como desarrollo horizontal impuso la desestimación
y el vilipendio de lo propio.
Durante un siglo, la cultura y la sociedad argentinas se han visto encajonadas
en el canal sarmientito, ayer bajo la fórmula “civilización o barbarie”, y más
cerca de nosotros, bajo otras enunciaciones igualmente falsas: agricultor-jinete,
en Jorge Luis Borges; o el “vivir en América significa estar gravado por un
segundo pecado original” de H. A. Murena. Variantes de la antigua fórmula
iluminista.
Pasado el ciclo experimental que pagamos como pueblo joven- deslumbrado
por expresiones de una sabiduría más vieja-, nos toca asumir un papel
primordial: invertir la fórmula del equívoco. Porque la verdad de la nación
excluye a la otra verdad: la iluminista.
Fermín Chávez, “Civilización y barbarie” en Civilización y barbarie,
Revista Polémica Nº 27, Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires, 1970, p. 180
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LANZA, REMINGTON Y ESCUELA
Ya está el “loco” Sarmiento en el poder. Había soñado en ese momento único
desde los años de soledad y de destierro. Sanjuanino aporteñado, talentoso
instrumento de la oligarquía porteña, puño implacable de Mitre en la
extirpación de los caudillos y del gauchaje, español antiespañol como todos
los españoles, admirados de los anglo-sajones y de su idioma y fundador, con
Hernández, de nuestra literatura, Sarmiento no ofrece el espectáculo mediocre
de Mitre. Estamos frente a un hombre contradictorio, vital, creador y
provinciano al fin.
El secreto de su personalidad, creo, es éste: era un genio provinciano, por eso
era “loco”. Su autodidactismo heterócrlito y amor por la cultura era la
ansiedad explicable del pobrerío del interior por una nación verdadera. Lo
odió a Facundo, porque Facundo era la realidad sin afeites del medio histórico
provinciano del cual él mismo surgía. Al rechazar esta sociedad, Sarmiento
expresó como nadie la ambición provinciana de sustituir la lanza por el
remington y la escuela. Fue un burgués sin burguesía, maestro lietrado que
hizo su cultura a poncho, que no fundó escuelas (según ha probado
Avellaneda en carta famosa), pero quiso fundarlas y peleó por ellas. Alberdi y
sarmiento fueron los dos intelectuales más notables producidos por el interior;
la diferencia entre ambos radica en que Sarmiento transigió sistemáticamente
con la oligarquía porteña para poder vivir y expresarse; Alberdi, por el
contrario, a partir de su colaboración con Urquiza y la Confederación, fue
extirpado del mapa político del país, donde se le rehusó todo.
Sin embargo, la burguesía comercial porteña, que utilizó muchas veces a
Sarmiento, no lo asimiló nunca por entero. No es aventurado conjeturar que
la masonería, que ya en esa época se había convertido en una organización
política secreta del capitalismo colonial, facilitó las capitulaciones porteñas de
Sarmiento. La oligarquía lo usó después de muerto para hundir en la oscuridad
a la historia argentina bajo su mole de falso genio y lapidar a Alberdi. De este
último, a su turno y como en el caso de Sarmiento, se glorificarán sus
extravíos para reducir a la nada su pensamiento fundamental.
RAMOS, Jorge Abelardo, Revolución y contrarrevolución en Argentina,
Historia de la Argentina en el siglo XIX, Tomo 1, Plus Ultra, Buenos
Aires, 1970, p. 241-242
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EL PROGRESO SOCIOCULTURAL COMO REQUISITO DEL
PROGRESO ECONÓMICO
El ejemplo de los Estados Unidos persuadió a Sarmiento de que la pobreza
del pobre no tenía nada de necesario. Lo persuadió también de algo más: de
que la capacidad de distribuir bienestar entre sectores cada vez más amplios
no era tan sólo una consecuencia socialmente positiva del orden económico
que surgía en los Estados Unidos, sino una condición necesaria para la
viabilidad económica de ese orden. La imagen de progreso que maduró en
Sarmiento fue más compleja que la de Alberdi: postulaba un cambio de la
sociedad en su conjunto, no como resultado final y justificación póstuma de
ese progreso, sino como una condición para su desarrollo.
En el modelo presentado por Sarmiento, la apetencia de la plebe por elevarse
sobre su condición, lejos de constituir la amenaza al orden reinante que temía
Alberdi, podía alimentar su vigencia. Sin duda, esta imagen del cambio
económico-social deseable no dejaba de reflejar la constante ambivalencia en
la actitud de Sarmiento frente a la presión de los desfavorecidos en una
sociedad desigual: si bien quería mejorar su suerte, seguía hallando peligroso
que lograran actuar como personajes autónomos en la v ida nacional. De allí
su idea de que la alfabetización podía enseñar a los pobres a desempeñar un
nuevo papel en la sociedad, pero un papel preestablecido por quienes habían
tomado a su cargo dirigir el complejo esfuerzo de la transformación
económica, social y cultural de la realidad nacional.
Al mismo tiempo, el ejemplo de los Estados Unidos llevó a Sarmiento a
considerar innecesario definir los requisitos políticos para el progreso con la
precisión que lo hizo Alberdi. Desde el punto de vista de Sarmiento, ese orden
férreo mantenido por una autoridad siempre dispuesta a afirmar su
supremacía que, según Alberdi era necesario para asegurar el progreso, no
había sido necesario para asegurar el progreso de los Estados Unidos.
Hubo otra conclusión ante la que Sarmiento se detuvo, asustado del rumbo
que tomaba su pensamiento: el vertiginoso progreso de Buenos Aires era más
antiguo que su turbulenta libertad. Había sido alcanzado primero bajo la
administración de Rosas, cuyo despotismo arbitrario y obtuso el propio
Sarmiento –entre tantos otros- había denunciado como incompatible con
cualquier progreso sostenido. Al parecer ni el despotismo ni la desordenada
libertad tenían consecuencias tan temibles como sarmiento, entre muchos
otros, había creído. Sarmiento se mostró reacio a llevar a fondo la exploración
de esta nueva perspectiva; pero con sólo vislumbrarla confirmó el acierto de
su previa tendencia a colocar en segundo plano el marco político-institucional
en el momento de considerar los requisitos del cambio radical en la estructura
del país que juzgaba a la vez urgente e inevitable.
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Sarmiento se diferenció de Alberdi también en su respuesta a la pregunta
sobre quiénes debían ejercer el poder político. En los días inmediatos a su
retorno del destierro consideraba que quien debía tener a su cargo la función
directiva era, desde luego, la “elite letrada”, de la que se declaraba orgulloso
integrante. Pero, paulatinamente, la acumulación de desengaños políticos lo
convenció de que esa elite letrada no tenía más interés que otros sectores de la
sociedad en favorecer el interés de la Nación o el Estado. Sarmiento se
convenció también de que esa elite carecía de espíritu público y de que, en
definitiva, usaba su “superior ilustración” como justificativo para ver realizado
su ideal del ocio a costa del erario público. Desde entonces, al no descubrir
ningún otro sector mejor habilitado para asumir la tarea de la dirección
política. Sarmiento se resignó a que su carrera política se transformara en una
aventura estrictamente individual
Tulio Halperín Donghi, Una nación para el desierto argentino, Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992, en M. E.
Alonso y E. C. Vázquez, Historia. La Argentina contemporánea (18521999). Documentos y Testimonios, Aique, Buenos Aires, 2000, p.12
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REPUDIO DE LA HERENCIA COLONIAL
Es, pues necesario transformar la mentalidad de los hispanoamericanos,
renovarlos completamente, revolucionar sus mentes. Hay que arrancar de
éstos la herencia española. En ella se encontraban todos los males. El
argentino Sarmiento (1811-1888) exclamaba con su acostumbrada violencia:
“¡No os riáis, pueblos hispanoamericanos, al ver tanta degradación! ¡Mirad que
sois españoles y la Inquisición educó así a España! ¡Esta enfermedad la
traemos en la sangre!…
Así, la nueva lucha con que esta generación se empieza es una lucha educativa,
espiritual, la cual muchas veces habla de servirse de las armas, del acero y el
plomo. Pero ahora ya no preocupa el poder por el poder, sino el poder para
cambiar a los pueblos de Hispanoamérica. La idea de la emancipación mental
alienta a estos hombres. De ella hablaban en sus cátedras, en sus artículos
periodísticos, en sus proclamas y en sus oraciones. Una generación de
románticos, por sus ideales, inicia la lucha en pro de esta nueva emancipación.
A esta generación pertenecen los argentinos Restaban Echeverría, Domingo
Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi; el venezolano Andrés Bello, el
ecuatoriano Juan Montalvo, el peruano Manual González Prada, los chilenos
Francisco Bilbao y José Victorino Lastarria; el cubano José de la Luz y
caballero, el mexicano José María Luis Mora y los paladines de la reforma y
otros más en los diversos países hispanoamericanos
(…)
Toda Hispanoamérica se dividió en dos grandes bandos: el de los que
aspiraban a hacer de ella un país moderno y el de los que creían que aún no
era tiempo y que sólo un gobierno semejante al español podía salvarla.
Unitarios contra federalistas en la Argentina, pelucones contra pipiolos en
Chile, federales y centralistas en México, Colombia, Venezuela y otros países
más.
(…)
Sarmiento se da cuenta también de la inutilidad de los supuestos ideales
sostenidos por los partidos. En realidad, unos y otros aspiran sólo al poder
por el poder…Detrás de ellos se escondían los perpetuos intereses que
animaron siempre a los hombres de la Colonia. Detrás de ellos se ocultaba el
afán de dominio personal, el caudillaje, la explotación de los débiles, los
absolutismos y los fanatismos. Cada hispanoamericano, siguiese la bandera
que siguiese, no aspiraba sino al predominio político, a la eliminación de los
que no pensasen como él.
“Veinte años nos hemos ocupado en saber si seríamos federales o unitarios –
decía Sarmiento (Argirópolis)-. Pero ¿qué organización es posible dar a un
país despoblado, a un millón de hombres derramados sobre una extensión sin
límites?” Y “como pasa ser unitarios o federales” era menester que unos
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eliminasen a los otros, “era necesario que los unos matasen a los otros, los
persiguiesen o expatriasen, en lugar de doblar el país han disminuido la
población; en lugar de adelantar en saber se ha tenido cuidado de perseguir a
los más instruidos”.
Leopoldo Zea, El pensamiento latinoamericano, Colección Demos,
Ariel, Barcelona, 1976, p. 94-99
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CONCEPCIÓN HISTÓRICA DE LAS MONTONERAS
Sarmiento se preguntó cuán alto había sido el costo de la unidad y
organización nacional. ¿Cuánto costó en vida, en riqueza económica, en
unidades de progreso, la aprobación de la Constitución Nacional? ¿Cuánto fue
el gasto humano para hacer entrar en la vida social la idea de ley? Para ganar
costumbres más sensible, superando la rudeza del monte. el hábito del
degüello, la muerte por lanza, prácticas tan frecuentes que el art. 18 de la
Constitución de 1853 contenía la expresa abolición de “toda especie de
tormento, los azotes y las ejecuciones a lanza y cuchillo”, disposición
suprimida en 1860 ¿cuántas vidas y dolores costaron a nuestro pueblo?
¿Cuánto costó el reconocimiento de la bandera nacional y del gobierno
federal?
El largo camino del drama histórico es el camino difícil del aprendizaje de la
civilización. El tema de las montoneras y de los desarrollos sociales de la
ciudad y el campo es constante en las páginas del sanjuanino, pero en el
presente esquema sólo quiero señalar algunas de sus estudios sobre el
Chacho….
(…)
La montonera, el decir el alzamiento de campañas, tiene a su frente caudillos,
sean jefes militares o civiles que han de entenderse según sarmiento como
“uno de esos patriarcales y permanentes jefes que los jinetes de las campañas
se da, obedeciendo a sus tradiciones indígenas, y que impusieron a las
ciudades, embarazando hasta 1862, la reconstrucción de la República
Argentina bajo la forma de gobiernos regulares que conoce el mundo
civilizado, cualquiera que sea la forma de gobierno, con legislaturas, ejecutivo
responsable y amovible, y tribunales que administren justicia conforme a las
leyes escritas, que la montonera había abolido en todas las provincias
argentinas durante treinta años en que, como aquellos hicsos de Egipto logró
enseñorearse en las ciudades”.
(…) Su estudio sobre el Chacho merece leerse y releerse, porque si bien las
ideas que expresa están en “Facundo” toman en este trabajo un desarrollo de
singular sugestión, mostrando el trasfondo social de la lucha por hacer
prácticas las instituciones republicanas y federales, es decir, el gobierno regular
civilizado que obstaculizaban caudillos auténticos de ascendiente moral sobre
las masas que “dejaban el trabajo para aclamarlos”.
Las páginas que dedica al coronel Sandes, cuyo cuerpo era “un museo de
heridas”, atraen por la presentación de un personaje singular, hecha con
fuerza literaria, que termina con la montonera gracias a la rehabilitación de la
caballería regular, arma eficaz de combate. A la fuerza militar debe sumarse “el
gran interés civil” en la destrucción de la montonera como elemento político.
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La antinomia se expresa para nuestro prócer también como oposición
semántica: chiripá, guardamontes, caudillo, mazorca, montonera, bandas
armadas; por el otro lado, “habeas corpus”, constitución, gobiernos regulares,
justicia. Reconoce cualidades humanas (“alguna cualidad verdaderamente
grande debía de haber en el carácter de aquel viejo gaucho, si no era nativa
estolidez, como la terquedad brutal que a veces pasa plaza de constancia
heroica”), pero la necesidad de civilizarnos es una condición de la vida misma,
que de etapa en etapa, cumple la ley interna del desarrollo. Así estudiadas
nuestras instituciones resulta que “el gobierno es un largo hecho
experimental” y que “civilización y barbarie era, a más de un libro, un
antagonismo social”.
Con estas palabras se cierra el estudio de la personalidad del Chacho.
Américo Ghioldi, Con Sarmiento, contra Sarmiento, alrededor de
Sarmiento, en Civilización y barbarie, Revista Polémica Nº 27, Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970, p. 193-194
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SARMIENTO Y LAS MASAS NACIONALES
Domingo F. Sarmiento, por las penurias de su hogar sanjuanino estaba más
cerca de las clases bajas que de las superiores. Su concepto de “barbarie”
alberga un sentimiento de menorvalía social.
(…) Se ha hablado mucho de las contradicciones de Sarmiento. Este juicio
debe ser revisado. Tales contradicciones responden a una intrínseca unidad
negativa, antiespañola, antiamericana y antidemocrática, de su pensamiento
político.
Converso provinciano de la oligarquía porteña, a la que sirvió, su concepto de
la democracia importa su rechazo. En el Facundo, libro admitido por el
mismo sarmiento como apócrifo, es palpable su posición frente a las masas.
En cuanto al aspecto formal de la democracia tampoco le interesó. A raíz de
las elecciones de 1857 escribió: “Los gauchos que se resistieron a votar por los
candidatos del gobierno fueron encarcelados, puestos en el cepo, enviados al
ejército para que sirvieran en las fronteras con los indios y muchos de ellos
perdieron el rancho, sus escasos bienes y hasta su mujer”. Odió todo lo
americano. Al indio y al gaucho. Sobre el indio aconsejaba que debía
asesinarse a sus hijos pues ya de pequeños “tienen el odio instintivo al hombre
civilizado”. Es el mismo sarmiento que instigará, implacable, el aniquilamiento
del pueblo paraguayo. A Francisco Solano López, figura legendaria de
América, lo acusará de “frenético, idiota, bruto y feroz borracho”. A Artigas,
otro americano de altos méritos, lo llamará “tártaro terrorista”. A Güemes lo
desprecia. Calumnió a Guido Spano que estuvo en las barricadas de París en
1848 junto a los trabajadores. Y admira a Garibaldi. A un hombre de ciencia
de la talla de Arago lo menciona como “un tal Arago”. A Fourier lo cita de
oídas. Habla de todo sin conocer nada. Acierta cuando se rebate a sí mismo.
Pero el tuétano de su pensamiento es uno. Cono dijera Alberdi, era
cosmopolita en la medida que en él se inicia la subordinación de la inteligencia
provinciana a la clase porteña empeñada al extranjero. No fue Sarmiento más
que un asalariado perpetuo del gobierno.
(…) No hay contradicciones en Sarmiento. Su descepamiento de América se
prueba por su inquina a figuras como san Martín. Lo elogió cuando mla
repatriación de sus restos. Pero en pieza retórica. Para Sarmiento, san Martín
es un personaje “fabuloso”. Lo dice en sentido envilecedor. Y dirá: “Castigado
por la opinión, expulsado para siempre de América, olvidado por veinte años,
es una digna y útil lección.” Pero este “anciano abatido y ajado, débil de
juicio” como lo infama Sarmiento, envainó la espada en las guerras civiles, no
exterminó a la población criolla ni sirvió al extranjero. Tuvo San Martín, al
comienzo de su carrera, tal vez un compromiso. Pero libertada América, antes
de transar con Inglaterra, se exilió para siempre. Ese es su secreto. Y su
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grandeza incalculable. A diferencia de Bolívar. Y de Sarmiento.- En San
Martín, sarmiento deshonró una vez más a América y a la población nativa
que el Libertador valoraba en alto grado pues con ella construyó una epopeya.
Su extranjerismo mental es enterizo. Se lamentó siempre que las invasiones
inglesas hubiesen sido rechazadas. Estas ideas tenían antecedentes en Carlos
María de Alvear, que llegó a implorar el protectorado de Gran Bretaña a fin de
que estas provincias “se abandonasen sin condición alguna a la generosidad y
buena fe del pueblo inglés”. Y mientras a Facundo Quiroga la oligarquía le
vetó el derecho “post-mortem” de descansar en la Recoleta, Alvear tiene una
de las más notables estatuas ecuestres del mundo debida al genio de Bourdelle.
Para Sarmiento, en su obsecuencia anglosajona, Estados Unidos es el único
país culto que existe sobre la tierra. En carta a María Mann dirá: “Con
emigrados de California se está formando en el Chaco una colonia
norteamericana. Puede ser el origen de un territorio, y un día, de un estado
yanqui (con idioma y todo). Con este concurso genético mejorará nuestra raza
decaída.” Pensó crear una escuela yanqui en San Juan. Era uno de sus tantos
timos. Una manera de cortejar a una nación extranjera. He aquí el patriotismo
de Sarmiento.
Juan José Hernández Arregui, ¿qué es el ser nacional?, Plus Ultra,
Buenos Aires, 1973, p. 97-100
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LA ILUSIÓN DE LAS OLIGARQUÍAS
Los regímenes políticos de la era liberal eran denominados “oligárquicos”,
concepto a la vez correcto y engañoso. Es correcto en el sentido de que se
trataba de regímenes políticos donde la participación estaba limitada y donde
el poder político y el económico, concentrados en una elite restringida,
tendían a superponerse. Además, de este modo se alude al hecho de que, más
allá de la pertenencia a un partido u otro, los miembros de la elite constituían
una oligarquía social, casi siempre blanca y culta, en la cima de una sociedad
fragmentada sobre bases étnicas. En cambio, es engañoso si no se tiene en
cuenta que así era la política en Occidente antes del advenimiento de la
sociedad de masas: una actividad desarrollada por personajes notables y
prósperos; y que la violencia, la corrupción y los fraudes que solían
caracterizar a las elecciones en América Latina eran por entonces fenómenos
comunes en Europa. Resulta aún más engañoso si no se advierten los cambios
en curso en estas décadas a medida que la economía, la sociedad y la cultura se
transformaban, en especial, una clara tendencia a la ampliación de la esfera
pública, a la liberalización del debate político, a la expansión del sufragio y a
competencias políticas más virulentas que en el pasado, al menos en las áreas
urbanas.
(…) Así la ideología positivista legitimó el pacto implícito entre liberales y
conservadores, y la progresiva suspensión de los furibundos ataques de los
primeros contra las corporaciones tradicionales, las cuales –con la iglesia y el
ejército a la cabeza- se tornaron aliadas de la estabilidad política y social. Dicha
ideología –a veces erigida como dogma público de las nuevas clases dirigenteslegitimó aún más la costumbre de gobernar prescindiendo de la política,
entendida como la artificiosa división de una sociedad que Dios o la
naturaleza habían concebido unida y armónica. En este sentido, dichos
regímenes inauguraron una larga y robusta tradición antipolítico, con hondas
repercusiones en la historia latinoamericana posterior.
Precisamente en esto consistió la ilusión de las elites de la época, las cuales
con el tiempo ajustaron cuentas con los efectos de la modernización que ellas
mismas estaban promoviendo. Al transformar a fondo la sociedad y la cultura,
la modernización creó el terreno para que nuevas capas sociales y nuevas
ideologías se asomaran a la vida pública: contestando el orden conservador,
exigiendo una distribución más equitativa de cargas y honores, o pretendiendo
introducir la política donde las oligarquías la habían prohibido. Desde fines del
siglo XIX, el nacimiento de nuevos partidos políticos en diversas partes de
América latina, e incluso de numerosos y combativos movimientos obreros –
anarquistas y socialistas en su mayoría, pero también católicos, desde México
hasta Chile, desde la Argentina hasta Cuba-, fue síntoma de las primeras y
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profundas grietas que estaban abriéndose sobre la superficie estable de los
regímenes liberales.
Loris Zanatta, Historia de América Latina. De la Colonia al siglo XXI,
Siglo Veintiuno-Fundación OSDE, Buenos Aires, 2012, p.84-86
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HOMENAJE A SARMIENTO
El escritor
El Facundo, sin otro objeto evidente que el de un panfleto genial, reveló de
golpe la fuerza de Sarmiento. Especie de colección de apuntes para una
Odisea colosal, ese libro escarpado es, no obstante, el asombro de América.
Parece como que Sarmiento trazó, al escribirle, el plan de su vida. El eco
devuelve sus percusiones de catapulta, transformadas en palabra de creación.
La sombra de Facundo es el pretexto, tal vez la hipocresía diplomática de ese
gigantesco plan de gobierno. “Vean ustedes lo que no se ha hecho y lo que
haré” se lee entre líneas. El autor de semejante libro tenía forzosamente que
mandar en su tierra. Y mandó (…).
El político
A fin de que no se me tache de parcial, resumiré, diciendo que hasta la
presidencia de Sarmiento, la cuestión había oscilado entre estas dos
conclusiones igualmente erróneas: Buenos Aires sobre las provincias o éstas
sobre Buenos Aires. Sarmiento no está ni con la una ni con las otras. Su
objetivo es la Nación. Era la única forma posible de matar el localismo
absorbente, declarando la igualdad de las provincias confederadas, bajo el
imperio de una autoridad que por emanar de todas, no podía jamás localizarse
en una sola sin desprestigiarse y darle a las otras derecho para obligarlas a
conservarse unidas. Sarmiento es quien crea real y positivamente la entidad
“Nación”, aunque antes de él, ésta se había ya organizado teóricamente.
Ante las fórmulas consagradas de “Buenos Aires sobre las provincias” y “las
provincias sobre Buenos Aires”, Sarmiento concretó el pensamiento político
argentino en esta obra, mucho más amplia y solemne: La nación sobre Buenos
Aires y las provincias. Por eso jamás transó con éstas ni con aquella, y legando
a sus continuadores ese gran principio de estabilidad, tuvo la gloria de haberle
dado a su país la segura base de que carecía.
La fórmula de gobierno de Sarmiento puede sintetizarse en tres palabras:
“gobernar es educar”. Ahora bien, la primera condición para educar con
provecho es el orden. Y el orden en los pueblos libres, no se consigue sino
con la tolerancia y el trabajo.
(…) Tales son las consecuencias políticas que he tocado de mi Sarmiento. A
través de su obra enorme, le he visto marchar, siempre el mismo, a pesar de su
genio tan variado, como el iris que refracta el sol en las espumas de una
cascada. Desde su misión personal que consistía en darse todo entero, hasta su
misión social y su misión política, apenas esbozada aquí, no ha habido cabeza
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donde no haya percibido el rastro de una idea suya, ni punto des territorio
donde no haya columbrado alguna chispa de su fuego.
Palabras finales
Mi pobre homenaje está terminado, y ahora solo me resta ir a quitarme el
sombrero ante ese bronce en el cual Sarmiento “se levanta a la faz de la
tierra”, coronada de sol del país la frente venerable, cubierto los pies por la
ofrenda florida de las infancias que tanto amó, mientras su carne dura de
metal se recoge en un movimiento definitivo, y su boca, avara de sonrisas,
parece que va a abrirse para responderle, señalando al pueblo, a algún
formidable interlocutor del infinito:
- Es el niño a quien yo enseñé a leer, que viene a verme.
Leopoldo Lugones, Cuento, poesía y ensayo. Antología. Selección,
introducción, notas y propuestas de trabajo de las profesoras Pampa
Aran de Merites y Silvia Barei, Colihue, Buenos Aires, 2005, p. 149-150
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SARMIENTO EDUCADOR
¿Fue Sarmiento un gran educador, el primero de nuestros educadores?
Ya se ha visto que como Director de Escuelas de Buenos Aires, desde 1856
hasta 1869, sólo fundó en la ciudad, según propia y repetida declaración y
según lo demuestran las estadísticas, dos escuelas. Consiguió también una ley
mediante la cual se levantarían diecisiete edificios escolares. En San Juan creó
una gran escuela. Mientras ocupó la Presidencia, cuanto se realizó fue obra de
Avellaneda. Mas tarde, como Director de Escuelas de la Provincia, poco o
nada hizo Sarmiento, y menos como Superintendente General de Escuelas de
la Nación. Tanto en nuestro país como en otras naciones de Hispanoamérica
son muchos los gobernantes que han hecho más que Sarmiento por la
educación. En el Ecuador, y en la misma época, García Moreno fundó más de
cien escuelas primarias, colegios secundarios y hasta una escuela normal para
los indios. Y entre nosotros, en la provincia de Buenos Aires, Tejedor fundó,
en menos de tres años, sesenta y cinco escuelas.
Sarmiento no consiguió aumentar el número de los alumnos. Escribió mucho
sobre educación. Pero su libro principal fue ignorado, porque toda la edición
se incendió, y los otros, que se referían a la enseñanza en Chile, no fueron
leídos. Tanto él como su nieto reconocieron que nadie leía esos libros. ¿Puede,
pues, decirse que tuviera enorme influencia en el desarrollo de nuestra
enseñanza? Paul G roussac, cuya opinión es de excepcional valer, por su
talento y su cultura, por ser europeo –garantía de imparcialidad- y por haber
ocupado altos cargos en la enseñanza mientras vivía Sarmiento, a quien
conoció y elogió, ha escrito: “es dudoso que el autor del facundo fue el gran
educacionista de nuestros estribillos”. Y pudo agregar que, en materia de
enseñanza, no tuvo Sarmiento nunca una idea propia.
No obstante, creo que, en el sentido de inspirar el deseo de fundar escuelas,
mejorar la enseñanza y estimular a los padres de familia y a los maestros,
Sarmiento ha ejercido mucha influencia, aunque no en vida sino después de
muerto. Pero sus escritos sobre Educación, no fueron leídos ni después de su
muerte. Su nombre, convertido en bandera de progreso educacional, señalado
como ejemplo, ha sido muy útil.
Un escritor de estos tiempos, Juan P. Ramos, hablando como presidente del
Consejo Nacional de Educación, dijo hace muchos años: “Sarmiento no vino
a traer a nuestro pueblo la cultura, sino que fue exponente de su difusión
posterior”. Ahonda más aún, agregando: “no vino a traer la semilla de la
cultura, sino que vino a darle a ésta un impulso eficaz”. Es exacto, Sarmiento
tenía la pasión de la cultura popular. Si se hubiera dedicado sólo a esa pasión
habría realizado una obra gigantesca. Pero él tenía también otras pasiones: el
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periodismo, la política, el progreso material. Creo que su mérito se reduce, y
no es poco, a haber sido un fervoroso animador de la enseñanza y de la
cultura, aunque no lograra en vida sino muy poco de lo que ambicionaba.
Convenció, no a muchos, ciertamente, pero sí a quienes debía convencer, de la
necesidad de que todos supiesen leer y escribir. Como todo renovador,
exageró excesivamente la importancia del saber leer. La grandeza de un
pueblo, la altura de una civilización, no dependen de la falta de analfabetos.
Cuando la guerra de 1914, no había en Bulgaria analfabetos, y no por eso era
este país superior en civilización a Francia, España e Italia, en donde
abundaban.
No hubo, entre los hombres importantes de su época, ninguno tan mal
educado como Sarmiento. Soltaba palabrotas delante de cualquiera y chocaba
con groserías a todo el mundo, hasta a humildes personas. A raíz de haber
aparecido Conflicto, le soltó al historiador Mariano Pelliza, que había juzgado
el libro no muy favorablemente, y en presencia de Lucio López, que los
presentara: “Reconozco ahora al hipopótamo que asomaba los hocicos para
tomar aire lanzando sus chorros de agua con cieno”. En la mesa incurría en
graves incorrecciones. En otras partes hizo cosas increíbles. Sus enemigos le
criticaron esas cosas públicamente y sus amigos en privado. No obstante, él,
falto de autocrítica, se consideraba “juez de modales”, y por la peregrina razón
de haber sido diplomático y frecuentado en sus mocedades la sociedad. La
Nación Argentina preguntábase en cierta ocasión: “¿qué se puede hacer de un
hombre que, siendo el más fatuo, es el más grosero y peor educado de nuestra
sociedad?” No debe atribuirse a la pasión política esas palabras. Tanto o más
que él fueron combatidos Roca, Juárez e Irigoyen, y nadie les dijo nunca
semejantes cosas. Sarmiento podía enseñar a leer, pero no dar educación.
Manuel Gálvez, Vida de Sarmiento. El hombre de autoridad, Emecé,
Buenos Aires, 1945, p. 649-651
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ACTIVIDADES PARA LA ESCUELA SECUNDARIA
PARA INTRODUCIR EL TEMA
Domingo Faustino Sarmiento está reconocido como uno de los principales
próceres de la historia argentina. Sugerimos que los estudiantes reconstruyan
su biografía poniendo atención a sus diferentes facetas –la de educador, la de
político, la de escritor, la de periodista, la de militar, la de presidente de la
nación, la de viajero- y que después discutan sobre porqué la vida de
Sarmiento sigue despertando polémicas.
PARA REFLEXIONAR
Sugerimos trabajar en tormo a los sentidos de la frase del afiche, “Educar es
transformar, transformar es educar”. ¿Qué quiere decir la frase? ¿Qué significa
que educar es transformar”? ¿Qué cosas debería transformar la educación? ¿Y
qué quiere decir que “transformar es educar? ¿Qué transforma y a quién el que
educa?
PARA ANALIZAR
En el año 1923 el Consejo Nacional de Educación obligaba a las maestras a
firmar un contrato para trabajar en las escuelas. En ese contrato, las señoritas
aceptaban una serie de condiciones que, si bien hoy pueden sonar un poco
ridículas, ayudan a visualizar qué se esperaba en aquel entonces del perfil de
una docente. Sugerimos que los estudiantes lean el contrato, conversen acerca
de cómo era ese perfil esperable y porqué. En un segundo momento pueden
conversar con sus maestros o profesores sobre cuáles son las condiciones
actuales que se les exigen a un docente para ingresar a trabajar.
“La señorita acuerda:
1. No casarse. Este contrato queda automáticamente anulado y sin efecto
si la maestra se casa.
2. No andar en compañía de hombres.
3. Estar en su casa entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana, a
menos que sea para atender una función escolar.
4. No pasearse por las heladerías del centro de la ciudad.
5. No abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin el permiso del
presidente del Consejo de Delegados.
6. No fumar cigarrillos. Este contrato quedará automáticamente anulado y
sin efecto si se encontrara a la maestra fumando.
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7. No beber cerveza, vino ni wisky. Este contrato quedará
automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la maestra
bebiendo.
8. No viajar en ningún coche o automóvil con ningún hombre excepto su
hermano o su padre.
9. No vestir ropas de colores brillantes.
10. No teñirse el pelo.
11. Usar al menos dos enaguas.
12. No usar vestidos que queden a más de cinco centímetros por encima de
los tobillos.
13. Mantener limpia el aula:
a) Barrer el suelo del aula al menos una vez al día.
b) Fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua
caliente y jabón.
c) Encender el fuego a las siete, de modo que la habitración esté
caliente a las ocho cuando lleguen los niños.
d) Limpiar la pizarra una vez al día.
14) No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios.
(La Revista del Consejo Nacional de la Mujer, Nro., 12, marzo 1999, Buenos
Aires).
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