Disidentes y disidencias en la historia de México

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DISIDENCIA Y DISIDENTES
EN LA HISTORIA DE MÉXICO
COORDINACIÓN Y EDICIÓN
FELIPE CASTRO Y MARCELA TERRAZAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
MÉXICO 2003
Primera edición: 2003
DR © 2003, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, 04510. México, D. F.
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS
Impreso y hecho en México
ISBN 970-32-1263-8
RECONOCIMIENTOS
La investigación que originó este libro se benefició del financiamiento
del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico
de la UNAM. Asimismo, la Dra. Virginia Guedea, directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM dio generosamente su respaldo a esta propuesta desde sus inicios.
Claudia Agostoni, Elías Palti, Erika Pani, Leticia Reina, Carmen
Vázquez Mantecón y Juan Pedro Viqueira participaron en distintos
momentos en nuestras actividades y, bajo diferentes modalidades, contribuyeron con sus comentarios y sugerencias al buen fin de esta investigación.
Vaya para todos estos colegas e instituciones nuestro agradecimiento.
Los coordinadores
LA INTRODUCCIÓN DE LOS DISIDENTES EN LA HISTORIA
DE MÉXICO1
FELIPE CASTRO GUTIÉRREZ
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
Este libro nació de una preocupación compartida por varios investigadores que, partiendo desde diferentes épocas y temáticas, encontramos personas y grupos que se oponían a las autoridades, transgredían
las normas existentes y se adentraban en conductas y actitudes consideradas inconvenientes, indeseables y dignas de reprobación o castigo. En conjunto, nos resultaba difícil definir a estos hombres y mujeres
con las categorías usuales de interpretación histórica. No eran exactamente respetables súbditos o ciudadanos que aceptaran las reglas de
la legalidad para defender sus puntos de vista, pero tampoco fueron
rebeldes o revolucionarios. El nombre de disidentes parecía convenir
a este heterogéneo colectivo que se encontraba en el impreciso y ambiguo terreno entre el disenso aceptable y la completa ruptura con el
orden social.
Lo que procuramos en discusiones realizadas en un seminario, y
posteriormente en un coloquio, fue pasar de la función adjetiva a la
sustantiva; o, en otras palabras, introducir en nuestro análisis una categoría analítica que podría ser estudiada y comparada en diferentes
contextos sociales, geográficos y temporales. Salvando las distancias,
la idea y el procedimiento fue similar a la introducción en la discusión
historiográfica de ciertos personajes colectivos, como los “bandidos
sociales” propuestos hace varias décadas por Eric Hobsbawm.2
1
Estas reflexiones preliminares deben obviamente mucho a los trabajos de los autores
aquí publicados, así como a los comentarios de otros colegas participantes en las reuniones
previas de este grupo de trabajo. Con ellos compartí muchas concordancias y, asimismo,
algunas divergencias. La responsabilidad sobre las propuestas e hipótesis aquí presentadas
es, desde luego, individual.
2
Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976; una puesta al día y revisión crítica de su propuesta se encuentra en Gilbert M. Joseph, “On the Trail of Latin American
Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance” en Patterns of Contention in Mexican History,
Irvine, University of California, 1992.
8
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
En primera instancia, nuestro objetivo parecía ser metodológicamente sencillo, porque los disidentes abundan en la historia de México. Nuestra historiografía les ha confiado un papel privilegiado en la
formación de la conciencia nacional y la memoria compartida de nuestro pasado; dan nombres a calles, ciudades, sindicatos, centros comerciales y escuelas, sus estatuas se levantan en las plazas principales de
ciudades y sus nombres a veces alcanzan la gloria de ser representados en letras de oro en la Cámara de Diputados. Podíamos por tanto
proceder a ubicar, identificar y reconstruir la disidencia un poco a la
manera en que un arqueólogo excava y une los muchos fragmentos de
una delicada vasija de arcilla. Se trataba, sin duda, de un propósito
complejo pero que reducía el problema al nivel de la búsqueda documental y las generalizaciones de mediano rango que resultan conocidas y confortables para los historiadores.
Sin embargo, prontamente arribamos a problemas que pusieron
en cuestión nuestra inocencia metodológica. Un primer paso nos llevó
a buscar los rasgos comunes de la disidencia, esto es, a considerar que
los disidentes tenían ciertas características o comportamientos intrínsecos que los definían y apartaban de su opuesto lógico, los buenos
súbditos o ciudadanos de moralidad irreprochable, fieles creyentes y
cumplidos contribuyentes fiscales. Y efectivamente, en distintas épocas y circunstancias encontramos personas o grupos que se apartaban, rechazaban o quebrantaban las leyes y convenciones aceptables.
Sin embargo, cuando consideramos el tema en una perspectiva amplia, resulta que el transgresor de hoy puede muy bien ser el gobernante autoritario o el censor de las costumbres del mañana; las normas
cambian, los espacios de tolerancia se amplían o colapsan, la transgresión se convierte en norma, y lo que en algún tiempo pudo ser motivo de sanción o escándalo pasa más adelante a ser conducta aceptada
o, al menos, considerada con indiferencia.
Así, examinada con cuidado, la disidencia parece originarse en una
transgresión, en un comportamiento concreto que se aleja del orden
establecido, pero esta conducta sólo se convierte en una disidencia
cuando es considerada como tal desde alguna posición de autoridad.
En casos extremos, puede ocurrir que un comportamiento en principio ilegal pase a ser de hecho parte del juego político cotidiano; y a la
inversa, desde posiciones de poder puede ser conveniente considerar
como peligrosos transgresores a personas o grupos respetuosos de la
ley, que tienen propósitos reformistas y moderados. Por estas razones,
llegamos a la conclusión de que la figura del disidente es esencialmente ambivalente y su definición depende del contexto concreto de sus
INTRODUCCIÓN
9
relaciones con la autoridad, como esperamos demostrar en los trabajos que reúne este volumen.
Esta conclusión provisional nos llevó a considerar la etimología
del término “disidencia” tal como lo fija la Real Academia Española: el
disidente es quien no respeta las normas, aquel que se separa de la
común doctrina, creencia y conducta.3 Esta era, en términos generales, la opinión que sostenía Durkheim, uno de los primeros pensadores sistemáticos sobre el tema, cuando escribía que el delito es lo que
ofende los “sentimientos colectivos”, es decir, la totalidad de creencias
y sentimientos comunes a la media de los miembros de una misma
sociedad.4
El problema de esta definición de confortable sabor estadístico es
que la “común doctrina, creencia y conducta” no resulta siempre clara
y evidente. Para empezar, definir las normas prevalecientes en una sociedad no es algo tan sencillo. Las leyes solamente establecen el “deber ser”, y resultaría vano el intento de comprender una realidad sin
considerar cuidadosamente las normas no escritas que regulan el proceso político, el procedimiento legislativo, la vida económica o las relaciones sociales. Estas normas informales pueden incluso estar en
contravención con la ley; el ejemplo de la corrupción, frecuentemente
denostada pero ampliamente tolerada, viene bien al caso. Esto es aún
más evidente en los sistemas políticos donde el “uso y costumbre” y la
“tradición inmemorial” se consideraban como normas válidas aplicables, como en el caso novohispano. El desobedecimiento creaba aquí
una tradición que con el tiempo se transformaba en costumbre de la
que los individuos tenían “uso y posesión”. En las sociedades regidas
en parte o enteramente por el derecho consuetudinario, la transgresión genera su propia legalidad.
El quebrantamiento de la norma también conlleva diferentes grados de castigo. Hay normas que son compulsivas y cuya violación
produce indignación o sentimientos de culpabilidad porque ataca elementos que son considerados fundamentales para la convivencia y el
orden social. Hay otras reglas que caben dentro de ámbitos más específicos y corresponden a las necesidades o responsabilidades de la autoridad —como el pago de impuestos o los reglamentos de tránsito—
que son obedecidas ya sea porque parecen adecuadas o por el temor a
la sanción, pero que son moralmente neutras. Y en fin, hay normas
que son consideradas “recomendables”, como las de cortesía y preser-
3
4
Diccionario de la lengua española, 18a. ed., Madrid, Real Academia Española, 1956, p. 32.
Emile Durkheim, El suicidio, México, Premiá, 1986, p. 160-64.
10
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
vación de los papeles aceptados para el propio género, condición social, profesión y edad, cuyo cumplimiento es más o menos voluntario
y cuya transgresión conlleva una sanción que no va más allá de la ridiculización o el aislamiento social. La diferencia podría establecerse en
la distinción entre ley, reglamento y costumbre.
Esta consideración sobre la variedad de las normas nos lleva a su
vez al punto de que los individuos rara vez las respetan íntegramente.
Si así fuera, los conflictos sociales no existirían y viviríamos en un curioso mundo donde el cambio social y desde luego la historia —como
disciplina dedicada al estudio de la innovación y la ruptura— no tendría
razón de ser. Entre la norma y la conducta hay un “área gris” de tolerancia que se cierra o expande según las circunstancias, las conveniencias
y el contexto cultural. En todo espacio normativo existe, pues, este espacio de variable flexibilidad jurídica y moral que resulta de particular
interés porque es frecuentemente el escenario de los conflictos sociales.
Debe tenerse en cuenta, asimismo, que la transgresión ocasional es
parte de cualquier sociedad y no pone necesariamente en riesgo su integridad y supervivencia. De hecho, cierto grado y ciertas modalidades
manejables de transgresión —como también lo mencionó Durkheim en
su momento— pueden ser convenientes, dado que el aislamiento, castigo y reincorporación del transgresor proporcionan un medio muy didáctico de señalar los límites que, desde la visión de la autoridad, no
pueden ser violados impunemente.5 Se construye así, como señala Antonio Ibarra, una sintaxis de la culpabilización (y de su contraparte, el
arrepentimiento) que permite construir la figura retórica del delito. Un
caso extremo es el analizado en este volumen por Juan Manuel Romero, donde se pone en evidencia que la continua existencia de un grupo
considerado como transgresor, en condición marginal y reprimida, es
benéfica para la preservación del orden social. En conjunto, bien puede sostenerse que la autoridad no se ejerce realmente exigiendo el cumplimiento de la norma, sino delimitando y administrando el margen
aceptable de la transgresión.
Por otro lado, una expedición en búsqueda de las personas que quebrantan las normas nos lleva hacia un universo demasiado heterogéneo,
que va desde los criminales habituales o los transgresores ocasionales,
pasando por las minorías culturales, hasta los rebeldes y revolucionarios. La amplitud y diversidad de la transgresión convierte esta categoría en tan inclusiva como de dudosa utilidad analítica. Así, dentro de
este gran universo de conductas y comportamientos encontramos que
5
Ibidem, 317.
INTRODUCCIÓN
11
parecía pertinente diferenciar un subconjunto particular que podíamos identificar como el espacio propio y distintivo de la disidencia.
En otros términos, concluimos que aunque el disidente podía ser razonablemente definido como un transgresor, no todo transgresor parecía ser un disidente.
Las perplejidades de esta búsqueda nos llevaron en su momento a
recurrir al cómodo artilugio retórico de la definición por negación, en
particular respecto de la relación entre criminalidad, transgresión cotidiana y disidencia. En efecto, aunque desde el poder frecuentemente
se define al disidente como un criminal, resulta adecuado excluir a los
criminales habituales u ocasionales de nuestro objeto de interés. Los
delincuentes quebrantan ocasional o permanentemente las normas,
pero no ponen en cuestión su legitimidad; simplemente encuentran
conveniente o necesario correr los riesgos que implica su violación. Lo
mismo se aplica a quienes de manera incidental o accidental pasan
por encima de leyes, reglamentos o costumbres —lo cual, desde luego,
abarcaría en algún momento de su vida a prácticamente todos los
miembros de una sociedad. Lo que distingue al disidente es que su condición no es pasajera; llega incluso a ser parte de su condición social y
su identidad personal.
Este procedimiento de exclusión nos condujo poco a poco hacia
una generalización: la disidencia no implica sólo el desobedecimiento
de las normas, sino el cuestionamiento implícito o explícito de su misma utilidad o legitimidad. La disidencia se vincula con ideas contrapuestas acerca de lo que es justo e injusto, moral o inmoral en un
contexto dado; de alguna manera pone en cuestión la legitimidad de
las instituciones y personas que habitualmente se reservan el derecho
de establecer la diferencia entre lo aceptable y lo inaceptable. Por estas
razones, la disidencia suele inducir un discurso moralizante en todos
los actores involucrados y la manifestación de encendidas emociones:
reprobación, cólera, adhesión o entusiasmo. Algo que distingue al disidente es, precisamente, que rara vez puede ser visto con indiferencia
o imparcialidad por sus coetáneos o, incluso, por los historiadores que
tiempo después se ocuparán de su vida y hechos.
La disidencia expresa, pues, un conflicto subyacente o explícito
sobre los valores que dan sustento a las normas. Incluso cuando se trata de un disidente solitario, aparentemente aislado, que se planta frente
al poder, una institución o una costumbre para decir su verdad, el elemento que lo identifica como tal es que encuentra un eco en las necesidades y las simpatías de un conjunto más amplio de personas. De
hecho, no es raro que la disidencia se alimente de valores muy antiguos y arraigados, o que un grupo ha desarrollado a partir de su expe-
12
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
riencia histórica. Dicho de otra manera, quien para algunos es un disidente, para otros es alguien que defiende los recursos, las tradiciones y
los derechos colectivos frente a una amenaza que viene desde fuera
y desde arriba del orden social. Así, no es extraño comprobar que uno
de los contextos reiterativos de la disidencia se deriva del proceso de
centralización del Estado en perjuicio del espacio propio de los grupos
indígenas o de la autonomía de las oligarquías regionales, como puede
apreciarse en las contribuciones de Felipe Castro y Marcela Terrazas.
De lo anterior se desprende una conclusión del mayor interés: en
sociedades donde el proceso político pasa por corporaciones, gremios
y linajes, la participación individual en un movimiento de disidencia
puede ser no tanto un acto de desafío como una manifestación de obediencia a la autoridad inmediata. La adhesión a los profundos vínculos del parentesco, la vecindad y el matrimonio, como ha propuesto
Eric van Young 6 y argumenta aquí María José Garrido, puede tener
los mismos resultados.
Como quiera que sea, la vieja fantasía conservadora de que los disidentes son personas marginales o “no integradas” simplemente no se
sostiene. Este postulado nos remite a las construcciones ideales de los
padres de la sociología del siglo XIX, que veían sociedades culturalmente
coherentes, con valores compartidos y vigilados por un Estado-nación
imparcial y paternalista. En la práctica, lo más parecido que podemos
encontrar a un orden normativo uniforme son las instituciones “totales”, como las aldeas campesinas anteriores a la penetración del capitalismo donde generación tras generación se regía por un conjunto de
ideas y reglas que organizaba la vida de las personas desde la mañana
hasta la noche y desde el nacimiento hasta la muerte. Aquí realmente
podría hablarse de un universo de valores compartidos y de un mundo
que, según se vea, era de una confortable armonía vital o de una claustrofóbica intolerancia, pero aun así, estas aldeas campesinas no existieron en un vacío ideal, sino que formaban parte de un sistema político
y social más amplio. Y la amplia bibliografía contemporánea sobre la
“economía moral” o la “conciencia de clase” del campesinado muestra
a las claras que en las sociedades agrarias existían diferentes conjuntos de normas, de valores, y que un campesino elogiado por los señores de la tierra podía ser despreciado o ridiculizado por sus vecinos en
el ámbito local.7
6
Eric van Young, The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology, and the Mexican Struggle
for Independence, 1810-1821, Stanford, Stanford University Press, 2001, p. 91-110.
7
Véanse sobre estos temas James C. Scott, The Moral Economy of the Peasant. Rebellion
and Subsistence in Southeast Asia, Westford, Yale University Press, 1976, y George Rudé, Re-
INTRODUCCIÓN
13
Este contexto característico de conflicto de valores propio de la disidencia cobra particular intensidad en momentos de transición o,
mejor aún, de crisis. Puede tratarse, como lo muestra en este volumen
María Teresa Álvarez Icaza Longoria, de la secularización de un pueblo
de misiones, o bien, como señala Margarita Guevara, de la irrupción de
empresarios capitalistas en el espacio de una sociedad tradicional. En
todos estos casos, más allá de conflictos concretos sobre tierras o derechos parroquiales, puede encontrarse detrás un choque entre diferentes maneras de organizar y comprender la sociedad.
Esta disonancia normativa lleva en ocasiones a los disidentes a
plantear —a veces de manera explícita, en otras de forma más confusa
y contradictoria— ideas y proyectos alternativos acerca de las relaciones entre las personas, entre la población y el gobierno o bien de todo
el conjunto social con lo sobrenatural. El disidente típicamente no se
considera un transgresor; encuentra una razón para su conducta que
en ocasiones puede no ir más allá de una justificación o racionalización
momentánea, pero que en otras evoluciona hacia un conjunto más o
menos sistemático de ideas, una “ideología”. Un buen ejemplo de estos frecuentemente ambiguos y erráticos pasos aparece en los liberales plebeyos de que se ocupa Luis Fernando Granados.
Hay en estas justificaciones algo que puede reconocerse como una
evolución histórica que separaría a los disidentes “tradicionales” de los
“modernos”. En una primera etapa, los disidentes niegan ser tal cosa,
y sus propósitos implícitos o explícitos están dominados más por la
“restauración” que por la “revolución”. Como aparece en el caso de los
torpes conspiradores estudiados por Alfredo Ávila, desde su punto de
vista la verdadera disidencia se hallaba en sus enemigos; ellos defendían las buenas y justas normas del pasado. Esto tiene su razón de ser,
porque si se examina la historia de México en perspectiva es posible
sostener que los gobiernos han sido los principales factores de subversión del orden tradicional de las cosas. Muchos de los grandes movimientos sociales han tenido como propósito restaurar y defender
privilegios, acuerdos y libertades que, con razón o sin ella, se creían
amenazados desde arriba. En estas sociedades, el imaginario colectivo estaba dominado por el concepto de bien común, la “libertad” era
vuelta popular y conciencia de clase, Barcelona, Crítica, 1981. Una revisión crítica general puede consultarse en Scott Guggenheim y Robert P. Weller, “Introductions: Moral Economy,
Capitalism, and State Power in Rural Protest”, en Weller y Guggenheim, Power and Protest in
the Countryside. Studies of Rural Unrest in Asia, Europe, and Latin America, Durham, Duke University Press, 1982. Para el caso mexicano: Eric van Young, “To see Someone not Seeing:
Historical Studies of Peasants and Politics in Mexico”, en Mexican Studies, Irvine, University
of California Press, 6, no. 1, 1990.
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DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
un riesgo y no una promesa, la idea de progreso no existía y el cambio
era visto como una preocupante degradación del pasado. En este universo moral, la promoción de los intereses particulares de un grupo
era considerada inconveniente y facciosa.
Desde luego, no es imposible que estos movimientos restauradores
acabaran por destruir los cimientos del viejo orden, o que en su propio
seno maduraran propuestas radicales. Es muy representativo al respecto el movimiento encabezado por Miguel Hidalgo, que como ha argumentado recientemente Marco Landavazo, siempre se pronunció en
público por la restauración de Fernando VII y nunca se manifestó a favor de la independencia; por el contrario, insistió en que eran sus enemigos los que pretendían oponerse “a la común doctrina” y entregar el
reino a los franceses.8 Que años después se asumiera explícitamente
un proyecto de nación independiente es algo que en buena medida se
deriva de la experiencia previa de una fase legitimista.
Es sólo posteriormente, y aun así con mucha lentitud, con vacilaciones y de manera incompleta que se acepta que la existencia de “partidos” —es decir, de los representantes y promotores de las conveniencias
de una “parte” de la sociedad— es legal y legítima. La evolución coincide de manera significativa con la aparición de ideas y principios que
proponen una sociedad futura regida por normas distintas y mejores a
la del pasado, como puede apreciarse en este volumen en los trabajos
de Pedro Salmerón y Lucrecia Infante. Esto nos acerca a una disidencia “moderna”, vinculada con la idea de progreso, con la secularización de la vida política (que supone a los hombres creadores de su
propio destino), la difusión del anarquismo, el socialismo o el feminismo, y la progresiva legitimación del faccionalismo partidario como algo
no solamente inevitable sino necesario.9 Sin embargo, el imaginario
consensual, de la nación o la sociedad (en su encarnación reciente de la
“sociedad civil”) vista como un todo orgánico con intereses necesariamente comunes, no ha desaparecido enteramente del discurso político;
así puede apreciarse en cualquier revisión superficial de los discursos
oficiales o los editoriales de la prensa contemporánea.
Hemos establecido que en gran medida el disidente se define —o
mejor, es definido— por sus relaciones con la autoridad. Para los gobernantes y los grupos privilegiados siempre resulta excelente difun8
Marco A. Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en
una época de crisis. Nueva España, 1808-1822, México, El Colegio de México-Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán, 2001.
9
Véanse al respecto las pertinentes reflexiones de Elías Palti, “Introducción”, en La
política del disenso. La “polémica en torno al monarquismo” (México, 1848-50) y las aporías del liberalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 52-58.
INTRODUCCIÓN
15
dir e imponer la convicción de que el descontento o la protesta no son
problemas políticos o sociales, sino de orden público. Y ha sido la actitud intolerante de las autoridades la que con frecuencia ha conducido
hacia el radicalismo a movimientos que tuvieron en sus inicios propósitos moderados o fines puramente religiosos o morales.
Hay, reconocidamente, gobiernos y grupos gobernantes que son
intolerantes frente al desacuerdo y la protesta, y otros que son flexibles e incluso consideran que la crítica y la oposición son inevitables y
prefieren la cooptación antes que la represión. La diferencia entre unas
y otras actitudes no se halla solamente en inclinaciones personales.
Existen sistemas de autoridad que tienen una estructura que acepta,
permite e incluso estimula cierto margen de conflicto y protesta, mientras otros resultan más cerrados y excluyentes. William Taylor describió y comentó con minuciosidad como los tumultos de los indígenas
—que legalmente eran delitos graves— acabaron por ser tolerados como
parte casi normal del proceso político.10 En contraste, las agitaciones
agrarias indígenas del siglo XIX fueron casi invariablemente etiquetadas
como “guerras de castas” por la prensa y el gobierno.11 Asimismo, existen coyunturas en las cuales los gobernantes se sienten amenazados o
consideran necesario reforzar la obediencia con algunos castigos ejemplarizantes; recurren entonces súbitamente a la represión frente a actitudes anteriormente toleradas, como puede muy bien apreciarse en los
trabajos de Gerardo Lara y Antonio Ibarra.
Ciertamente puede reconocerse en estas situaciones una evolución
histórica, pero que no parece seguir necesariamente un inevitable progreso hacia una sociedad más respetuosa de las diversidades y las diferencias. Y, desde luego, no puede hablarse de la actitud de los gobiernos
frente a la disidencia en abstracto, como si sus diversas instituciones
y miembros actuaran siempre de manera homogénea y concertada.
Como demuestra Elisa Speckman, entre la norma legal y la actuación concreta de jueces y jefes de policía existe un ámbito de variables
prejuicios, intereses locales y adecuaciones que puede tener consecuencias muy dignas de detenida consideración.
Por otro lado, si la relación más obvia y llamativa del disidente es
la que establece con el gobierno, no es menos interesante la creada
con la población en general. Existe un reconocimiento social de la disidencia, aunque sea difuso, no del todo consciente y difícilmente pre10
William B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,
México, Fondo de Cultura Económica, 1987.
11
Friedrich Katz, “Introducción: Las revueltas rurales en México”, en Revuelta, rebelión
y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, México, Era, 1988, v. 1.
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DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
visible. El disidente puede atraer sobre sí la indignación de la mayoría
moral de la sociedad, o bien servir de catalizador a los temores y resentimientos que resulta demasiado riesgoso manifestar en público.
También ocurre que en él se proyecta el resentimiento difuso contra
quienes gozan de poder e influencia y tienen la capacidad de exigir
respeto y obediencia en la vida cotidiana. El disidente es quien se atreve a vivir a su manera, crear sus propias normas y está dispuesto a
desafiar las consecuencias. Por ello, es reverenciado o detestado, pero
rara vez visto o recordado con indiferencia.
En ambos casos —la visión de los grupos en el poder o desde la
sociedad— la disidencia es una percepción, una “construcción” que
parte de una realidad, pero no se limita a ella. El disidente puede tener
la intención de desafiar el orden establecido, pero en otros casos sus
fines personales pueden ser mucho más confusos, inmediatos o puramente particulares. Sin embargo, esta “construcción social” puede crear
su propia realidad. En la medida que ocurre lo que los teóricos del derecho han llamado un “etiquetamiento” en el cual se adjudican —con razón o sin ella— ciertas conductas o actitudes a una persona o a un
grupo social, las respuestas de la población, del gobierno y del mismo
disidente tenderán a responder a esta percepción.12 A la larga, esto deriva en la formación de un estereotipo. Así, hay personas o grupos que
son definidos como “delincuentes” o “revoltosos”, que se asumen como
tales y que actúan en consecuencia. La memoria histórica de un grupo
humano se construye con el recuerdo del pasado; pero este recuerdo
no solamente es selectivo, sino que está asimismo influido por ideas
colectivas que dictan lo que ese pasado significa.
En varias ocasiones me he referido a que cada sociedad y cada
momento histórico tienen formas distintivas y características de disidencia. En efecto, las expresiones concretas de oposición no son aleatorias o arbitrarias; obedecen siempre a un contexto histórico y cultural.
Las formas inéditas de disidencia se recogen de la experiencia previa
y, también, reciben ejemplos e influencias externas. Una protesta, antes de ser llevada a cabo, debe imaginarse, incluirse entre las opciones
de la conducta posible. Desde este punto de vista, la disidencia es de
interés en sí misma, pero también porque nos dice mucho acerca de la
sociedad que les da origen.
Es bueno cerrar estas propuestas preliminares con un comentario
sobre el papel de la disidencia en la evolución de una sociedad. En cier12
Véase a este respecto Howard S. Becker (especialmente el capítulo 10, “Labelling
Theory Reconsidered”), Outsiders. Studies in the Sociology of Deviance, New York, The Free Press,
1973.
INTRODUCCIÓN
17
tos casos, los movimientos de disidencia han conducido a grandes conmociones y dramáticos cambios en la distribución del poder, en la constitución de las leyes y las reglas aceptadas para la producción, la
vida política y la moralidad cotidiana. En otros, sus efectos han sido
más limitados e incluso han pasado casi inadvertidos. Sin embargo,
en todos los ejemplos puede apreciarse que la disidencia provoca directa o indirectamente ciertas transformaciones en la sociedad y la cultura. Tanto su éxito como su fracaso crean instituciones, leyes, ideas y
costumbres; el “retorno a la normalidad” no es exactamente la vuelta
al punto de partida. La derrota de los disidentes puede reforzar las estructuras represivas o bien resultar en una serie de reformas destinadas a evitar su reaparición. Asimismo, cuando una disidencia alcanza
cierta perdurabilidad e institucionalidad, acaba inevitablemente por
generar su propio conjunto de normas y reglas cuyo obedecimiento
suele exigirse —aunque parezca paradójico— con particular intolerancia. Las consecuencias últimas de la actividad de los disidentes no son
obvias ni previsibles, y no siempre resultan ser las que sus simpatizantes y opositores desearon y tuvieron en mente.
Una de las consecuencias de largo plazo de la actividad de los disidentes nos regresa a nuestro punto de partida. Muchos de estos personajes y grupos han alcanzado un lugar privilegiado y celebrado en
nuestra conciencia del pasado. Desde posiciones aparentemente divergentes, la historiografía liberal y la radical han coincidido en ver la
historia de México como un devenir difícil, pero inevitable, hacia los
ideales de libertad, independencia y justicia social. Esta interpretación
finalista de la disidencia, sin embargo, se sostiene sólo si hacemos abstracción de los muchos movimientos similares al de los “colorados”
orozquistas de que se ocupa Pedro Salmerón, que acabaron por quedar en el “lado equivocado” de la historia. No quiero decir con esto
que no pueda apreciarse una evolución de larga duración en el carácter de la disidencia. Más bien quiero sostener que esta evolución no
sigue un rumbo previsible, no es rectilínea ni sus ritmos corresponden
con la realización de algún ideal abstracto.
Por otro lado, la disidencia tiene en México un prestigio y un espacio historiográfico que no alcanzan los creadores de leyes e instituciones, los empresarios innovadores, los obreros satisfechos, los creyentes
ortodoxos o los puntuales contribuyentes fiscales que, al cabo, constituyen la mayor parte de la población de cualquier sociedad. Nuestra
visión del pretérito mexicano ha estado en gran medida guiada por una
búsqueda romántica de lo excepcional, de la transgresión y la protesta. Las razones para que esto así sea deberían, en sí, ser razón y motivo de reflexión.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO: MAGIA DAÑINA
Y DISIDENCIA ENTRE LOS NAHUAS PREHISPÁNICOS
JUAN MANUEL ROMERO GARCÍA
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
El mundo sagrado y las distintas vías de acceso
Según la cosmovisión de los antiguos nahuas,1 la realidad estaba dividida en dos grandes ámbitos íntimamente relacionados. Nosotros solemos llamarlos “sagrado” y “profano” o “natural” y “sobrenatural”.
Para algunos esa denominación es impropia por originarse en investigaciones ajenas a la cultura en cuestión. Sin embargo, diversos estudios confirman su presencia en Mesoamérica, asociada con una gama
extensa de seres “sobrenaturales”.2 El grado y tipo de sacralidad, propio de cada ser del universo, determinaba su esencia.3 Ésta fue la base
de la concepción misma de la materia, que ha sido denominada materia
“ligera” y materia “pesada”, según se refiere a lo sagrado o a lo profano,
respectivamente.4 El ámbito sagrado estaba constituido por fuerzas formadas por pura materia ligera y concentradas principalmente en los
cielos y los inframundos, con la continua capacidad de ingresar en el
1
“La cosmovisión puede definirse como un hecho histórico de producción de pensamiento social inmerso en decursos de larga duración; hecho complejo integrado como un
conjunto estructurado y relativamente congruente por los diversos sistemas ideológicos con
los que una entidad social, en un tiempo histórico dado, pretende aprehender el universo.”
Alfredo López Austin, “La cosmovisión mesoamericana”, en Sonia Lombardo y Enrique Nalda
(coordinadores), Temas mesoamericanos, México, Instituto Nacional de Antropología, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes (Colección Obra Diversa), p. 471-500; p. 471.
2
“Empecemos por reconocer que más allá de la concepción de los seres que estrictamente han sido llamados dioses, fueron imaginados otros que participaban de algunas de
sus cualidades. Hay una gran distancia entre el dios supremo, ubicuo, dueño de todo lo existente, frecuentemente llamado Único, y los dioses menores, enanos guardianes de las fuentes o conductores de cántaros de agua entre las nubes.” En Alfredo López Austin, Los mitos
del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990,
p. 158.
3
Sobre la división dicotómica del universo y la constitución de todos los seres véase
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, 2 v.,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1984.
4
López Austin, Los mitos del tlacuache..., p. 179-184.
20
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tiempo y el espacio terrenal. El ser mundano, en cambio, era en lo externo materia pesada, pero en su interior poseía materia ligera que le
daba tanto su forma como sus características.5 La explicación se cifró
en una antigua creencia: el mundo había sido creado por fuerzas sagradas cuyos fragmentos quedaron atrapados en la profanidad al culminar su empresa incoativa. Los rayos del Sol primigenio —símbolo
del inicio de los tiempos terrenales— formaron una especie de cáscara
exterior que impidió la reintegración de las esencias sobrenaturales,
obligándolas a permanecer en el mundo natural.6
Lo puramente sagrado también tenía presencia cotidiana en el
mundo, en virtud de los flujos sobrenaturales que tanto del cielo como
de los inframundos arribaban periódicamente al plano terrestre, siguiendo un riguroso ritmo calendárico. Cuando las fuentes se refieren
a los cielos y a los inframundos se está describiendo ese ámbito exclusivo de dioses y demás númenes. En cambio, el sector profano era el
de la superficie de la tierra, lugar donde se desenvolvía la vida del hombre y de los demás seres naturales bajo el gobierno de lo sobrenatural.
Los hombres —máximos representantes del mundo profano— buscaban influir en los procesos sagrados, con el propósito de orientarlos
en beneficio de la vida diaria. Todo suceso, benéfico o perjudicial, dimanaba de los dioses, quienes eran concebidos como sujetos con defectos y virtudes, capaces de conmiseración pero también de deseos
de venganza y envidia. Para los seres profanos, lo sagrado o sobrenatural era oculto y misterioso. Con frecuencia imponía un acceso difícil
rodeado de constante peligro en virtud de su fuerza intrínseca. Los dioses tenían el poder para brindar los bienes anhelados por los hombres,
como la reproducción humana, el amor, la salud, la fortaleza, la fertilidad de la tierra, la alegría y el placer. Sin embargo, quienes desearan
obtenerlos debían esforzarse y correr riesgos.
En las ceremonias nahuas prehispánicas encontramos puntuales
preparativos y secuencias perfectamente cuidadas. Todo ello nos habla de la precaución indispensable para el contacto con lo sagrado.
Cuando algo fallaba debía corregirse de inmediato. Así aparece, por
ejemplo, en cierto rito peculiar, propio de la fiesta de etzalcualliztli,7
5
Mercedes de la Garza llama materia sutil a la sagrada y materia corpórea a la mundana, en Mercedes de la Garza, Sueño y alucinación en el mundo náhuatl y maya, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 1990, p. 16.
6
Al respecto véanse de López Austin, “De la naturaleza de los dioses I”, en Los mitos del
tlacuache..., p. 147-170, y “Ofrenda y comunicación en la tradición religiosa mesoamericana”, en Xavier Noguez y Alfredo López Austin (coordinadores), De hombres y dioses, México,
El Colegio de Michoacán - El Colegio Mexiquense, 1997, p. 209-227; p. 214-217.
7
Según Sahagún, sexta veinte del calendario de 365 días o xíhuitl, en la que se comía
un guisado llamado etzalli, hecho con maíz y frijol.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
21
donde los sacerdotes bisoños que habían cometido algún error de secuencia u omisión ritual, recibían severos castigos:
Desta manera los llevaban hasta la orilla del agua donde los habían de
zabulir [zambullir], la cual llamaban Totecco. Allegados a la orilla del agua,
el sátrapa y los otros ministros quemaban papel en sacrificio, y las formas
de copal que llevaban y las imágenes de ulli, y echaban encienso en el
fuego. Y otro derramaban alrededor, sobre las esteras de juncia con que
estaba ordenado aquel lugar. Juntamente con esto, los que llevaban los
culpados arrojábanlos en el agua, cuyos golpes hacían gran estruendo en
el agua, y alzaban el agua echándole en alto, por razón de los que caían en
ella. Y los que salían arriba, tornábanlos a zabulir. Y algunos que sabían
nadar iban por debaxo del agua, a sumorgujo [somorgujo], y salía lexos, y
así se escapaban. Pero los que no sabían nadar, de tal manera los fatigaban que los dexaban por muertos a la orilla del agua. Allí los tomaban sus
parientes y los colgaban de los pies para que echasen fuera el agua que
habían bebido, por las narices y por la boca.8
La importancia atribuida al cuidado en las formas de contacto con
lo sagrado bien pudo ser la razón de su arraigo hasta nuestros días.
Los nahuas actuales denominan a lo sagrado “delicado”. Según William
Madsen, en el pueblo de San Francisco Tecospa hay tres imágenes del
santo patrón: San Francisco de Peregrinación, imagen cargada por la
montaña, en una jornada de cuatro días para presentarla ante el Señor
de Chalma; San Francisco de las Cinco Llagas y, la más importante,
San Francisco El Patrón, que sólo puede ser tocada por los sacerdotes
y ocupa el lugar principal en el altar de la Iglesia. 9
A pesar de los constantes obstáculos e interdicciones para el contacto con lo sobrenatural, los entes sagrados eran accesibles y, en cierto sentido, vulnerables, pues estaban determinados por un rígido orden
cósmico, producido en el momento mismo de la creación del universo. Ciertas reglas de tiempo y espacio hacían de los dioses y demás
seres del “otro” mundo esencias limitadas y diferenciadas en cuanto a
8
Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España. Primer
versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice Florentino, 3a. ed., 3 v.,
estudio introductorio, paleografía, glosario y notas por Alfredo López Austin y Josefina García
Quintana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Editorial Patria-Alianza Editorial Mexicana, 2000 (Cien de México); lib. II, cap. XXV, p. 205.
9
“Only the priest may touch this image, which occupies the place of honor above the
altar”, William Madsen, The Virgin’s Children. Life in an Aztec Village Today, Austin, University
of Texas Press, 1960, p. 141. Sobre la expresión y manejo de lo sagrado y lo profano entre
los nahuas actuales puede verse también Enzo Segre, Metamorfosis de lo sagrado y de lo profano:
narrativa náhuatl de la Sierra Norte de Puebla, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 1990.
22
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
calidades y poder, incluso de distinta concentración en determinados
momentos y lugares. Por tanto, con frecuencia se recurrió a procedimientos como la súplica, el ofrecimiento de bienes y las promesas con
el propósito de “merecer” sus bienes. Aunque también se pretendió
obtener el don sagrado a través de la amenaza, el insulto y hasta el
intento de coerción con base en sofisticadas técnicas. Algunos han considerado este último el escenario propio de la magia.
Religión y magia: ¿dos caras de una misma moneda?
No hay unanimidad acerca del concepto de magia. Un caudal de criterios antropológicos, históricos, filosóficos y religiosos han producido
una maleza teórica casi imposible de abarcar. Si a ello le sumamos
prejuicios etnocentristas y cronocentristas, el problema crece considerablemente. Algunos de los representantes de estos “ismos” se consolidaron a lo largo del siglo XIX, cuando, por cierto, crecía el interés por
el estudio de las sociedades no occidentales al amparo de la colonización. Entonces se acuñaron ideas tales como “pueblos primitivos” e
“infancia de la humanidad”.10
Dentro del influyente cauce de la antropología evolucionista británica, James George Frazer ha sido uno de los más famosos y sus postulados aparecen en un sinnúmero de libros de texto. A pesar de ello,
muchas de sus tesis parecen insostenibles. Frazer definió la magia
como un conjunto de técnicas orientadas a controlar las fuerzas sobrenaturales.11 El proceso se desata a partir de dos secuencias. La primera es la similaridad: “lo semejante produce semejanza”. La segunda
es la contigüidad: las cosas que han estado en contacto continúan afectándose mutuamente. Ambos principios constituyen la llamada magia
simpática.
Para Frazer, la magia es una taxonomía del mundo, la primera,
cuya mecánica se mueve en los límites de la necesidad y la causalidad:
ciertos actos producen ineludiblemente determinadas consecuencias
y todos los seres involucrados, sagrados y profanos, responden a esta
legalidad. Sin embargo, representa sólo una etapa en la evolución de
10
Son buenos ejemplos Edward Burnett Tylor, Primitive Culture: Researches into the Development of Mythology, Philosophy, Religion, Language, Art and Custom, 2 v., New York, Gordon,
1977, y Lewis Henry Morgan, Ancient Society, Cambridge, Belknap Press of Harvard University,
1964.
11
Para ver una síntesis de sus razonamientos véase James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión, traducción de Elizabeth y Tadeo I. Campuzano, México, Fondo de Cultura Económica, 1951. La segunda edición de La rama dorada... se publicó en 1990.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
23
la conciencia humana. Es primitiva y propia de hombres “simples”,
que han llegado al nivel de la relación causal, pero han equivocado el
procedimiento. Con el tiempo, nos dice, y al mostrar su falibilidad contrastada con un pensamiento más evolucionado, será reemplazada por
la religión, segundo nivel clasificatorio donde los seres sobrenaturales
no están sometidos a causalidad alguna. La religión implica la ayuda
deliberada de un ser sagrado al que se conmueve con súplicas, ofrendas y conductas apropiadas. Mas la evolución del pensamiento humano también sustituirá la religión por la ciencia, cuya naturaleza se rige
por la causalidad, pero ahora de tipo experimental.
A decir de María Rosa Palazón, el positivismo evolucionista encabezado por Frazer llamó “salvajes” a quienes a través de “supersticiosas” técnicas intentaron controlar el mundo. Partían, según el estudioso
británico, de bases asociativas correctas pero llegaban a conclusiones
falsas, construyendo “sistemas espurios de leyes”. Ahora bien, aquellas “ingenuas tentativas” no fueron criticadas del todo, pues aún en la
“fase infantil” del pensamiento humano, iniciaron la observación de
los fenómenos en su desarrollo natural, lo que redundaría a mediano
plazo en una orientación en favor de la “verdadera” ciencia.12
Diez años después, Marcel Mauss hizo una severa crítica al pensamiento evolucionista de Frazer.13 En ésta reconoce importantes logros
de su predecesor, más intenta puntualizar sus excesos. Según el etnólogo francés, los hechos simpáticos pueden formar parte de la magia, pero su presencia no la define, pues también hay simpatía en la
religión.
No sólo hay ritos mágicos que no son simpáticos, sino que la simpatía no
es especial de la magia, ya que hay también actos simpáticos en la religión. Cuando el gran sacerdote en el templo de Jerusalén, en la fiesta de
Souccoth, deja caer el agua sobre el altar, mientras levanta al cielo los brazos, es evidente que está realizando un rito simpático destinado a provocar la lluvia. Cuando el oficiante hindú, durante un sacrificio solemne,
alarga o acorta, según su deseo, la vida del sacrificado, según el trayecto
que hace seguir a la libación, su rito es también eminentemente simpático. Tanto en uno como en otro, los símbolos son claros, el rito parece actuar por sí mismo y, sin embargo, en ambos casos, es eminentemente
religioso. Los agentes que lo llevan a cabo, el lugar y los dioses que se
invocan, la solemnidad de los actos, la intención de quienes asisten al cul-
12
Sobre la concepción positivista de la magia véase María Rosa Palazón M., “¿Qué es la
magia? Un análisis filológico y filosófico”, Anales de Antropología, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México, v. 32, 1995, v. 35, p. 257-265, p. 258.
13
El estudio apareció en 1902 con el nombre de Esquisse d’une théorie générale de la Magie.
24
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
to, no ofrecen ninguna duda. Por lo tanto, los ritos simpáticos pueden ser
tanto mágicos como religiosos.14
En efecto, tiempo después, Ferdinand Saussure mostró tales principios como propios del lenguaje humano y no exclusivos de la magia.
Al establecer la relación entre metáfora y sintagma señaló los dos ejes
básicos de la comunicación humana: la analogía y la relación. Al respecto, Palazón explica:
Saussure visualizó estas asociaciones como una coordenada cartesiana:
el eje paradigmático, la línea vertical, correspondiente a la sincronía, es la
asociación por semejanza, es decir, el reemplazo analógico o reacción
sustitutiva (relaciones virtuales entre unidades susceptibles de conmutación), cuya forma más breve es la metáfora (o “ley” de semejanza, para
Frazer). Y el eje sintagmático, la línea horizontal, correspondiente a la
diacronía, que es la asociación por contigüidad, complemento sintagmático o reacción predicativa (relaciones que mantienen las unidades en la
cadena hablada), cuya forma más breve es la metonimia (o ley de contacto, para Frazer).15
Mauss no concordó tampoco con la distinción entre magia y religión basada en el tipo de contacto. Frazer supuso que la coerción era
propia del rito mágico, mientras que la abnegada adoración y súplica
correspondía al homenaje religioso. Sobre ello, el etnólogo francés sentenció:
Esta distinción, sin embargo, tampoco es suficiente, ya que con frecuencia el rito religioso obliga también, puesto que Dios, en la mayoría de las
religiones antiguas, no era capaz de sustraerse al rito realizado sin vicio
de forma. Por otra parte, tampoco es exacto, como luego veremos, que
todos los ritos mágicos hayan tenido una acción directa, ya que dentro de
la magia hay espíritus, e incluso, a veces, están presentes los dioses. Por
último, el espíritu, ya sea dios o diablo, no obedece siempre fatalmente
las órdenes del mago, el cual acaba por rogarle.16
Podría unirme a las críticas contra Frazer cuestionando también
la concepción evolutiva entre magia, religión y ciencia; es evidente la
ligereza del supuesto “reemplazo” de estas instituciones a lo largo de
la historia cuando estudios seculares apuntan a su coexistencia.
14
Marcel Mauss, “Esbozo de una teoría general de la magia”, en Sociología y antropología, introducción de Claude Levi-Strauss, traducción de Teresa Rubio de Martín-Retortillo,
Madrid, Tecnos, 1979, p. 43-157; p. 52.
15
Palazón, op. cit., p. 261.
16
Mauss, op. cit., p. 52
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
25
Para definir y distinguir la magia de la religión es indispensable,
como bien señala Mauss, atender el marco general donde se desenvuelven ambas instituciones. Éstas no conforman estancos puros; quien
practica la magia, dice Mauss, reconoce la existencia de un sustrato
común, sagrado, donde opera también la religión. Así que ambas constituyen partes de un mismo conjunto. En un extremo del espectro, los
ritos religiosos son típicamente solemnes, públicos, obligatorios y regulares. En el otro cabo están los ritos mágicos de corte privado, prohibido, oculto y punible; casos típicos son los maleficios. Pero cuidado,
también hay ritos maléficos de carácter religioso, y éstos aparecen cuando la promoción del daño no contiene prohibiciones; son ritos religiosos maléficos las imprecaciones contra los enemigos, contra quienes
violan un juramento o una sepultura. Es entonces la interdicción lo
que señala el antagonismo en los extremos del espectro magia-religión.
En medio de los polos hay una pluralidad de prácticas y preceptos
cuyo carácter no se define fácilmente. Por ejemplo, muchos actos no
son prohibidos ni prescritos; además, hay actos religiosos individuales
y magia lícita.
...unos son los actos ocasionales del culto individual y los otros las prácticas mágicas asociadas a la técnica, como, por ejemplo, la medicina. El
campesino francés que exorciza a los ratones de sus tierras, el indio que
prepara sus medicinas de guerra, el finlandés que encanta su arma de caza,
persigue fines lícitos y llevan a cabo actos que están permitidos. El parentesco entre la magia y el culto doméstico es tal que en Melanesia la magia
se ejecuta en la serie de actos que tienen por objeto los antepasados. Lejos, pues, de negar la posibilidad de confundirlos, debemos insistir en ello
aunque dejemos la explicación para más tarde. Por el momento, aceptaremos la definición de Grimm, casi en su totalidad, definición que considera la magia como “una especie de religión creada para las necesidades
inferiores de la vida doméstica”.17
Otro factor por considerar es el de los actores protagónicos de los
dos tipos de ritos. El mago, asegura Mauss, tiende a ser un especialista, carece de un cuerpo abiertamente organizado y claramente jerárquico de culto; sus facultades personales determinan su poder. Muchas
veces depende de una relación personal con cierta fuerza sagrada. El
sacerdote, en cambio, forma parte de una institución explícita, jerárquica y oficial, que trabaja en estrecha relación con los demás miembros de su grupo. Además, el acto mágico y el religioso se realizan, en
sus expresiones extremas y típicas, en lugares diferenciados. La magia
17
Ibid., p. 53-54.
26
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
habita bosques, encrucijadas solitarias, y aún siendo lícita y realizándose delante de la gente, procura cierto aislamiento y confidencialidad.
En cambio, el acto religioso clásico se realiza en templos, ante fieles
partícipes del proceso.
En resumen, la práctica religiosa es abiertamente jerárquica, se lleva a cabo en lugares de acceso público, está prevista y prescrita, y forma parte de un culto oficial reconocido como tal por la comunidad; el
tributo a las divinidades, el sacrificio y el homenaje, son todos actos
regulares, obligatorios y necesarios. En cambio, el rito mágico, aunque sea en ocasiones periódico —como en el caso de la agricultura—,
se considera irregular, restringido, apartado, y no en pocas ocasiones
desestimable según el discurso oficial.
Los ritos médicos, por útiles y lícitos que se imaginen, no tienen ni la solemnidad ni el sentimiento de deber cumplido del sacrificio expiatorio ni
de la promesa hecha a la divinidad curativa. Se recurre al hombre médico, al propietario de un fetiche o de un espíritu, al curandero o al mago
por necesidad y no por obligación moral.18
Estas consideraciones que relacionan la definición de la magia con
la percepción dominante serán fundamentales para la caracterización
de la práctica mágica de los nahuas prehispánicos y coloniales.
Los magos nahuas
Como hemos dicho, para los antiguos nahuas el contacto con lo sagrado era indispensable y, al mismo tiempo, peligroso. A través de un conocimiento profundo, los hombres buscaron influirlo y así obtener los
bienes necesarios para reproducir adecuadamente la vida diaria. Los
ritos mágicos y religiosos jugaron un papel sobresaliente como vías
privilegiadas de contacto y comunicación entre el mundo profano y el
sagrado. Quizá las fuentes privilegian la práctica religiosa en detrimento de la magia, pero es clara la presencia de ésta en todos los espacios
de la vida cotidiana. Estaba presente en la sementera, la cacería, la
recolecta de miel, la defensa contra los ataques animales a cultivos y a
los bienes personales, contra la enfermedad y hasta para la seducción.
Según Hernando Ruiz de Alarcón, los antiguos nahuas usaron la magia incluso para aplacar el enojo.19
Ibid., p. 54-55.
Hernando Ruiz de Alarcón, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas
que oy viven entre los indios naturales de esta Nueva España, escrito en México, año de
18
19
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
27
El término genérico con el que las fuentes se referían a los magos
era nahualli. Significa “brujo”, “mago”, “hechicero”.20 En su expresión
abstracta se usó el término nauallotl que se traduce como “magia”, “nigromancia”, “sortilegio”, “hechicería”.21 Su raíz está asociada con la
noción de “oculto”, “reservado”,22 rasgo propio de la práctica mágica
náhuatl.
Lo otro advierto la denominación y significación del nombre nahualli, que
puede derivarse de una de tres raíces que significan: la primera, mandar;
la segunda, hablar con imperio; la tercera, ocultarse o revocarse. Y aunque
hay conveniencias para que se acomoden las dos primeras significaciones,
me cuadra más la tercera que es del verbo nahualtia que es esconderse cubriéndose con algo, que viene a ser lo mesmo que revocarse, y así, nahualli
dirá revocado, o disfrazado debajo de la apariencia del tal animal, como
ellos comúnmente lo creen.23
La palabra nahualmictia, por ejemplo, compuesta de la raíz nahual
más el verbo mictia, “matar”, significa “matar cautelosamente u ocultamente”. Ello explica por qué los discursos de los magos reciben el
nombre de nahuallatolli, o “lenguaje oculto”,24 propio de verdaderos
especialistas.
Muchas referencias dan cuenta de toda una criptología en el discurso mágico. Jacinto de la Serna lo afirma al describir los conjuros
del granicero, quien pronunciaba palabras incomprensibles para la gente común:
Otro conjuraba con una culebra viva revuelta en un palo, y esgrimía con
ella hacia la parte de los nublados, y tempestades con soplos y acciones de
cabeza, y palabras, que nunca se podían entender.25
1629”, en Jacinto de la Serna y otros, Tratado de las idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicerías y otras costumbres gentílicas de las razas aborígenes, 2 v., notas, comentario y estudio de
Francisco del Paso y Troncoso, México, Fuente Cultural, 1953; t. II, p. 107-109.
20
Rémi Siméon, Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, traducción de Josefina Oliva
de Coll, México, Siglo Veintiuno Editores, 1991, p. 304.
21
Ibid.
22
Deriva del verbo nahualtia, “esconderse”, “ocultarse”.
23
Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 28.
24
La palabra se integra con la raíz nahual, el infijo indeterminado de cosa tli, más el
verbo itoa, “hablar”.
25
Jacinto de la Serna, “Manual de ministros de indios para el conocimiento de sus
idolatrías, y extirpación de ellas”, en Tratado de las idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicerías y otras costumbres gentílicas de las razas aborígenes, 2 v., notas, comentario y estudio de Francisco del Paso y Troncoso, México, Fuente Cultural, 1953, t. I, p. 78.
28
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
El término “nagual”26 también define al sujeto capaz de exteriorizar una de sus entidades anímicas para penetrar personas, animales o
cosas. En el conocido relato sobre el regreso a Aztlan, consignado por
fray Diego Durán, los enviados por Moctecuhzoma I y Tlacaélel se valieron de facultades mágicas:
Así, en aquel cerro invocaron al demonio, al cual le suplicaron les mostrase aquel lugar donde sus antepasados vivieron. El demonio, forzado por
aquellos conjuros y ruegos, y ellos, volviéndose en forma de aves unos, y
otros, en forma de bestias fieras, de leones, tigres, adives, gatos espantosos, llevólos el demonio a ellos y a todo lo que llevaban a aquel lugar donde sus antepasados habían habitado.27
La fuente es muy clara al respecto: sólo los magos —o mejor aún,
cierto tipo de magos— tenían esta facultad. La exclusividad pudo ser
la razón de asociar la magia con el nagualismo al grado de terminar
siendo sinónimos.
Los dioses también podían penetrar sustancias al fragmentar sus
esencias. Es más, ésta es la vía para su estancia en el ámbito mundano, pues dada su naturaleza, “ligera” o “delicada” —dirían los nahuas
actuales—, requerían de un continente terreno, por sutil que fuera, verbigracia el viento. Por tanto, la presencia periódica de las fuerzas alternantes en los ciclos calendáricos se realizaba a través de la posesión
sagrada. Tanto magos como dioses podían ocupar objetos o personas
sólo en correspondencia con su calidad cósmica. Así, el granicero tenía influencia sobre ciertos fenómenos gracias a su proximidad con
las fuerzas acuosas, femeninas, frías; fuera de ese radio era un hombre tan vulnerable como cualquier otro.
Además de nahualli, los magos prehispánicos recibieron otros nombres genéricos. Según Ruiz de Alarcón, también los llaman texoxqui,
teyolloquani o tetlachihuiani.28 Texoxqui significa “el que encanta a la
gente”.29 Teyolloquani se traduce como “el que come el corazón de
la gente”.30 Y, por último tetlachihuiani se traduce por “hechicero”,
Es la forma castellana de nahualli.
Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, edición paleográfica del manuscrito autógrafo de Madrid, con introducciones, 2 v., notas y vocabulario de palabras indígenas y arcaicas por Ángel María Garibay K., México, Porrúa, 1976,
ils. (Biblioteca Porrúa 36 y 37); t. II, p. 217.
28
Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 27, 110.
29
Se deriva del verbo xoxa: “hechizar”, “encantar”, en Alonso de Molina, Vocabulario en
Lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, 2a. ed., estudio preliminar de Miguel León
Portilla, México, Editorial Porrúa, 1977, p. 161v; Siméon, op. cit., p. 781.
30
Se compone del sustantivo yóllotl, “corazón”, más el verbo cua, “comer”.
26
27
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
29
“mago”, “brujo”, “encantador”;31 deriva del verbo tlachihuia que, según
Molina, significa “hechizar o aojar a otro”, mientras que Siméon lo traduce como “fascinar, encantar, embrujar a alguien”.32
Aunque las fuentes son en exceso parcas al describir las actividades de los magos, sí dan elementos para establecer al menos algunos
de sus orígenes. Uno fue la predisposición según la fecha de nacimiento. Eran proclives a convertirse en magos quienes nacían bajo el influjo de los días ce ehécatl y ce quiáhuitl.33 Pero la determinación no era
entendida como un fatalismo inamovible. La influencia de los días podría trocarse cambiando la fecha de bautizo y sujetando la conducta a
los preceptos de la moral oficial. Otra vía fue el proceso de aprendizaje, como el caso de la hechicera Malinalxóchitl —madre del brujo
Copil—, quien durante la migración mexica fue abandonada por practicar la hechicería y fundó el pueblo de Malinalco, formando una comunidad de magos.34 Un tercer camino, según parece típico de los
curanderos, era contar con algún defecto físico congénito, con el que
se vinculaban al dios Xólotl, “señor de los monstruos y de los brujos”,
o bien, haber estado en el límite de la muerte, ya por enfermedad ya
por accidente de rayo, ahogamiento, etcétera.
Los magos nahuas, a diferencia de los sacerdotes, ejercían ritos
orientados a la adivinación y la hechicería. Entre sus fines estaban producir lluvia; desviar el granizo; promover la curación de los enfermos;
adivinar lo oculto del pasado, presente y futuro; encontrar cosas perdidas; seducir; provocar desgracias materiales, y herir o enfermar personas hasta matarlas.35
Es digno de mención que los textos hacen poca referencia al poder
intrínseco del sacerdote, el cual necesariamente existió, pues de otra
manera sería imposible el manejo de tan delicadas obligaciones. Empero, la insistencia es hacia las facultades extraordinarias del mago.
Nuevamente, el relato sobre el regreso a Aztlan es digno de señalamiento. Moctecuhzoma I, interesado en saber dónde estaba Aztlan, comenMolina, op. cit., p. 107v; Siméon, op. cit., p. 521.
Molina, op. cit., p. 117v; Siméon, op. cit., p. 569.
33
Sahagún, op. cit., lib. IV, cap. XXXI, t- I, p. 1405-1407; y lib. IV, cap. XI, t. I, p. 371.
34
Al respecto véase Códice Ramírez. Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva
España según sus historias”, en Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicana, anotada por
Manuel Orozco y Berra, México, Porrúa, 1980 (Biblioteca Porrúa, 61), p. 26; y Durán, op.
cit., t. II, p. 30-32.
35
Para un catálogo pormenorizado de magos nahuas prehispánicos son indispensables
los textos de López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. VII, p. 87-117 y “Los
temacpalitotique: brujos, profanadores, ladrones y violadores”, Estudios de Cultura Náhuatl,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. VI, 1965, p. 97-117.
31
32
30
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tó a Tlacaélel, su cihuacóatl, la intención de enviar soldados en busca
del lugar de origen. Su sabio consejero le respondió:
Has de saber, gran señor, que esto que quieres hacer y determinar, no es
para hombres de fuerza, ni valentía, ni depende de destreza en armas, para
que envíes gente de guerra ni capitanes, con estruendo ni aparato de guerra, pues no van a conquistar, sino a saber y ver dónde habitaron y moraron nuestros padres y antepasados, y el lugar donde nació nuestro dios
Huitzilopochtli. Y para esto, antes habías de buscar brujos o encantadores y hechiceros, que con sus encantamientos y hechicerías, descubriesen
estos lugares porque, según nuestras historias cuentan, ya aquel lugar esta
ciego con grandes jarales, muy espinosos y espesos, y con grandes breñas,
y que todo está cubierto de espesos carrizales y cañaverales, que será imposible hallarla si no por gran ventura.36
Aztlan es tierra sagrada; está protegida por interdicciones; sólo
hombres muy poderosos, especialistas en el contacto con lo sobrenatural, podrían, no sin riesgo, descubrirlo y trasladarse.
Y así, mandó luego que llamasen y buscasen por todas las provincias a
todos los encantadores y hechiceros que pudiesen hallar. Y fueron traídos
ante él sesenta hombres que sabían de aquella arte mágica, ya gente anciana.37
Nótese, ni soldados ni sacerdotes podrían acceder al lugar de los
orígenes, cargado de una fuerza colosal, sólo resistible por magos de
edad avanzada. 38
Los tlatlacatecolo o magos dañinos
Si quisiéramos clasificar los tipos de magos podríamos hacerlo con base
en sus especialidades. Sin embargo, aunque las fuentes ponen atención en ellas su interés se concentra en otro lado: los catalogan según
los beneficios o perjuicios derivados de sus técnicas. Y tal clasificación podría descalificarse por su aparente liga con la religiosidad europea, obsesionada en encontrar magia “blanca” y magia “negra”. Sin
36
Durán, op. cit., t. II, p. 215-216.
Ibid., t. II, p. 217.
38
En el México prehispánico se entiende por anciano a la persona que cuenta con 52
años o más. Son múltiples las referencias a la adquisición de poderes especiales de todos los
viejos; es la razón por la cual podían beber pulque sin riesgos.
37
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
31
embargo, si somos atentos veremos que hay términos nahuas claramente asociados al daño producido por efecto de la magia. El nombre
genérico para designar al mago dañino era tlacatecólotl.39 Su significado literal es hombre-búho. Es cierto que el búho era concebido como
un animal asociado con lo funesto, con la muerte,40 pero, con independencia de ello, Alfredo López Austin ha mostrado que el término
mismo hace referencia al daño. La palabra se integra con el prefijo
indefinido de persona te, más el verbo coloa, cuyo significado es “dañar”; luego, “tecolote” significa “el que daña gente”. Tlacatecólotl además se nutre con el sustantivo tlacatl, “persona”.41 Tenemos entonces:
“persona que daña a la gente” o “dañador de gente”. Los procedimientos y poderes de magos benéficos y dañinos suelen ser comunes; dato
importante para no cometer el error de suponer que por el tipo de facultad podríamos saber si eran benéficos o dañinos. Había, por igual,
viajeros anímicos o naguales, lectores de los destinos o tonapouhque,
graniceros y promotores de lluvia.
Otra distinción digna de considerar es la disposición de acceso a
los portentos mágicos. Muchos magos dañinos habían nacido en días
de influjo nefasto o por un adiestramiento especial. Según parece, no
hay magos benéficos nacidos en fechas aciagas ni dañinos asociados
de nacimiento con el dios Xólotl, numen vinculado con la medicina
curativa. Entonces, el condicionamiento congénito y el adiestramiento definían, al menos en muchos casos, tanto las especialidades como
los resultados perjudiciales o benéficos.
Como referencia, podemos tomar algunos procesos juzgados por
la inquisición apostólica contra indios acusados de hechicería, en tiempos de fray Juan de Zumárraga. Uno particularmente interesante es el
de Andrés Mixcóatl, indio de Tetzcoco. En una ocasión, Andrés se fue
al pueblo de Copilla y pidió a los lugareños que le diesen papel, copal y
hule con el propósito de detener la abundante lluvia que, desde varios
días atrás, destruía los maizales y algodonales de la comarca. Los indios
le proporcionaron todo, excepto el papel porque no tenían. El susodicho granicero fracasó en su empresa; la lluvia pertinaz continuó.
39
El plural es tlatlacatecolo.
Véase, por ejemplo, Códice Laud, Graz, México, Akademische Druckund VerlagsanstaltFondo de Cultura Económica, 1994, p. 25. En ella aparece el búho asociado con el señor
Mictlantecuhtli quien recibe ofrendas, a lo que comentan los editores: “Ofrendas para encerrar el tlacatecólotl, la fuerza mala, en una jaula”, Ferdinand, Maarten Anders, Jansen y Luis
Reyes, La pintura de la muerte y de los destinos. Libro explicativo del llamado Códice Laud, contribución de Alejandra Cruz Ortiz, México, Sociedad Estatal Quinto Centenario, Akademische
Druckund Verlagsanstalt y Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 161.
41
López Austin, “Cuarenta clases de magos...”, p. 88.
40
32
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Y dijo el que depone [Juan, cacique de Xinatepec] que aunque el sobredicho Miscoatle [Mixcóatl] hizo las dichas ceremonias, no dexó por eso de
llover.42
Después, el mismo Andrés fue a otro pueblo donde fue aprehendido. Se le preguntó quién era y para qué hacía aquellas cosas. Se supo
entonces que era hermano de otro mago, Martín Ucelo —Océlotl— a
quien la gente “tenían por dios del viento, sobre el que tenía poderes
destructivos”. Andrés mismo gozaba de facultades semejantes y así lo
demostró cuando, en el pueblo de Cupinala, castigó a quienes le negaron comida, provocando la perdición de los maizales con ayuda del
viento: “E a la sazón aconteció que hizo una gran tempestad que se los
destruyó; y luego todos creyeron que el dicho Tláloc había mandado al
viento que los destruyese, y así le dieron crédito, y tuvieron por cierto
que él lo hacía”.43 En otra ocasión amenazó a los del pueblo de Cupitla,
quienes no cumplieron sus exigencias y recibieron desgracias:
La tempestad fue hecha, con temor vieron los de dicho pueblo donde a
cierto días acaeció el dicho Miscoatle pasar cerca de aquel pueblo y enviólos a llamar a que viniesen a verse con él, con amenazas, que si no viniesen que les haría constreñiría, y ellos, con temor que tenían del dicho su
hermano de los vientos y a este le tenían por señor de la piedra y granizo,
y por eso vinieron luego y le traxeron mantas y miel, y de lo que tenían.44
Hasta aquí quedaría confirmado el hecho de que Andrés Mixcóatl
era un tlacatecólotl, porque habría mostrado incapacidad para beneficiar y grandes facultades para generar perjuicio. Sin embargo, en el
pueblo de Metepec logró la lluvia después de la sequía: “El dicho Andrés pidióles copal y papel para ofrecer y hacer sus encantamientos,
y luego se lo dieron, y acabando de arder el copal, que fué de noche,
luego a otro día, a medio día, llovió mucho, por lo cual creyeron en
él.”45 Así fue que la gente de otros tres pueblos —Zacatepec, Apipiluasco
y Atliztaca— le hicieron su casa en Atliztaca, como muestra de reverencia.
Este pasaje parece mostrar la capacidad de un mago de dañar o
producir el bien, pero bajo amenazas de promover desgracia si la gen-
42
“Proceso del Santo Oficio contra Mixcóatl y Papalotl, indios, por hechiceros”, en Publicaciones del Archivo General de la Nación. Procesos de indios idólatras y hechiceros, México, Tipografía Guerrero Hermanos, 1912, v. 3, p. 53-78; p. 53.
43
Ibid., p. 54.
44
Ibid.
45
Ibid., p. 56.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
33
te no le daba los bienes que exigía, incluido el reconocimiento exclusivo de ser el puente entre lo mundano y la sacralidad. Me explico: en el
pueblo de Tepehualco había un “papa” y no llovía. Andrés hizo llover y
el pueblo sacrificó al religioso:
En Tepehualco, habrá cuatro años, que estaba allí un papa y no llovía, y
este dicho Andrés, pasando por el dicho pueblo hizo sus encantamientos,
en que hizo arder copal y papel, y esto era de noche, y otro día, en medio
día, llovió mucho, por lo cual le tuvieron por dios, y luego mataron al dicho papa que tenían allí, porque decían que por él no quería llover; esto
confesó el dicho Andrés, y en su nombre de indio Mixcóatl.46
Lo anterior mueve a pensar que cierto tipo de magia podría ser
ejercida tanto en beneficio como en perjuicio de la gente, pero esa magia coexistió con otro tipo de hechicería necesariamente perjudicial.
Las fuentes permiten consignar nombres de diversos tipos de magos
cuyas prácticas no dejan duda en cuanto a su orientación. Tal es el
caso del mago llamado tepan mizoni. Su nombre significa “sangrador
de gente”. Era descrito como asesino y destructor. Derramaba su sangre perniciosa sobre las personas o las cosas, provocando la muerte y
la destrucción. Otro era conocido como tetlepanquetzqui, “el que prepara el fuego para la gente”. Para cometer sus maldades adornaba un
palo con papel mortuorio al que ofrecía alimentos funerarios durante
cuatro noches seguidas. Terminaba su ceremonia con la incineración
de una efigie de la víctima. A la mañana siguiente convidaba a la persona que habría de matar.
Quizá los más sorprendentes fueron los temacpalitotique, nombre
que significa “los que hacen danzar a la gente en la palma de la mano”.47
Trabajaban en grupo y por la noche. Eran profanadores de tumbas, en
virtud de su vínculo calendárico con las cihuateteo, mujeres muertas
en el primer parto a quienes debían arrancarles el brazo izquierdo y
así obtener el instrumento para inmovilizar a sus víctimas y poderlas
robar y violar.
Estos casos no permiten la consideración de magia eventualmente
benéfica; los iniciados realizaban sus actos en fechas y lugares abominables, y sus ligas con las fuerzas sagradas sólo permitían el perjuicio
de la gente.
46
47
Ibid.
López Austin, “Cuarenta clases de magos”..., p. 94.
34
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Lo que nos puede decir el diablo colonial del Tlacatecólotl
Seguramente no fue gratuito el relevo que a mediados del siglo XVI se
hizo entre los términos “diablo” y “tlacatecólotl”. Jorge Klor de Alva
hizo notar que en los primeros documentos coloniales en lengua náhuatl no se traducía el nombre “diablo”.48 En los más tempranos la
palabra aparece asociada con sufijos y prefijos propios del náhuatl,
con objeto de integrar la voz castellana al discurso indígena, pero en
la década de los cincuenta comenzó la sustitución precisamente por
el término “tlacatecólotl”.49 Fray Andrés de Olmos pudo ser uno de los
artífices. En 1553 escribió su Tratado de las hechicerías y sortilegios cuyo
propósito fue educar a los indígenas en la abominación de las fuerzas
malignas. El documento está escrito en forma de exhortaciones:
Vosotros habéis de saber que este hombre-búho [tlacateculotl] se nombra,
se llama verdaderamente por una multitud de nombres: mal ángel, Diablo, Demonio, Satán. Acaso os han contado a menudo que fue arrojado
del cielo por la grandísima falta que cometió porque era vanidoso, orgulloso, presuntuoso, él no quería en ningún modo obedecer al único... Mucho deseaba la divinidad, el poder, la gloria, la fama. Cerca de Él, muy
cerquita de Él, de Dios, hubiera querido situarse el Diablo, sobre su estera
sobre su sitial, porque quería rivalizar con Él.50
Nótese que en el pasaje antes citado hay típicas reiteraciones propias de la sintaxis náhuatl, además de un difrasismo de origen prehispanico.51 El texto parece un documento indígena. Ante esto, surge la
pregunta: ¿qué pretendía Olmos al escribir un tratado sobre hechicería
como si fuera una exhortación antigua o huehuetlahtolli? 52 La duda cala
más hondo cuando vemos en el diablo de Olmos un típico personaje
prehispánico, una divinidad autóctona, como lo afirma Georges Baudot:
48
Jorge Klor de Alva, “La historicidad de los coloquios de Sahagún”, Estudios de Cultura
Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. XV, 1982, p. 147-184.
49
Véase los textos de Georges Baudot, “Fray Andrés de Olmos y su Tratado de los pecados mortales en lengua náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. XII, 1976, p. 33-59; y México y los albores del discurso colonial,
México, Nueva Imagen, 1996.
50
Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicería y sortilegios, paleografía del texto náhuatl,
versión española, introducción y notas de Georges Baudot, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990, p. 13.
51
El difrasismo aparece en la frase yn ipetl yn icpac, que Olmos traduce como “su estera
su sitial”, y significaba “gobierno”, “autoridad”.
52
Josefina García Quintana consideró como auténticos huehuetlahtolli los documentos
coloniales en forma de exhortación que imitaban la forma prehispánica; los denominó
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
35
Su aparición es entonces, siempre, la de un señor de la nobleza aborigen
de la época precolombina, vestido con la indumentaria propia tal y como
aparece en los códices, con las galas y vestiduras de tiempos anteriores a
la llegada de los españoles, y que reclama cultos, ritos y ofrendas desterradas por los conquistadores.53
Todo parece apuntar hacia una estrategia, una bien pensada “política” de colonización religiosa. Fray Andrés conocía puntualmente las
tradiciones prehispánicas, de lo contrario no hubiera sido capaz de reproducir una especie de neo-huehuetlahtolli —si se me permite el exceso—. Y en esta obra decide reemplazar ocasionalmente el término
“diablo” por tlacatecólotl. Resulta por demás interesante la postura de
Sahagún acerca del término en cuestión:
Este vocablo tlacatecólotl propiamente quiere decir nigromántico o brujo: impropiamente se usa por diablo.54
Esta política evangelizadora aprovechó una vieja tradición, la del
rechazo y el temor hacia el tradicional tlacatecólotl, con objeto de construir la nueva figura del mal absoluto, del diablo indígena novohispano.
Olmos hizo uso de un término inscrito en una larga tradición denotativa y connotativa, claramente asociada con el mal, rasgos que quiso
aprovechar para caracterizar el mal por excelencia, cifrado en un ser
opuesto a las “buenas costumbres”. Después fue frecuente integrar el
nombre a todos los dioses prehispánicos.
Tlatlacatecolo y disidencia: los límites de la violencia moral y legalmente
aceptada
Los tlatlacatecolo fueron disidentes, en primer lugar, porque realizaban actos en contra de la normatividad oficial, ejerciendo una violencia inaceptable según los criterios hegemónicos. El discurso público,
expresado en infinidad de fuentes, demandaba a la sociedad alejarse
de las prácticas del hombre-búho, subrayando su condición de “enemigo” de la gente:
huehuetlahtolli cristianos. Al respecto véase “El huehuetlahtolli —antigua palabra— como fuente para la historia sociocultural de los nahuas”, en Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. II, 1976, p. 61-71, p. 70.
53
Georges Baudot, “Introducción”, en Olmos, op. cit., p. XXV-XXVI.
54
Sahagún, op. cit., libro IV, cap. XI, t. I, p. 371. El subrayado es mío.
36
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Hombre nocturno que anda de noche gimiendo y espantando; hombre
nocturno espantoso, hombre enemigo.55
Los efectos propios de su actuar se señalaban como perniciosos
para todos; no sólo en las relaciones humanas, trastocadas por la violencia interna con inspiración privada y egoísta, sino también por el
deterioro en el vínculo de los hombres con los dioses, quienes, en reciprocidad a los actos nefastos de los tlatlacatecolo, enviaban desgracias
al pueblo. Por tanto, los tlatlacatecolo eran considerados “delincuentes” y eran ejecutados precisamente en fechas asociadas con la magia
dañina, y que los textos califican de nefastas.56
Ahora bien, los tlatlacatecolo no fueron los únicos responsables de
ejercer la violencia e infligir daños. Los sacerdotes con frecuencia
actuaban como promotores de perjuicios y no merecían sanción alguna ni rechazo social. Y no sólo en lo referente al sacrificio humano y
sus concomitancias, también a multitud de actos cargados de perjuicio.
Un buen ejemplo lo encontramos en los preparativos para los ritos de la
fiesta etzalcualiztli, en la cual se acostumbraba que los sacerdotes fueran a Temilco57 por juncos, con objeto de adornar los templos. De camino, ellos golpeaban y saqueaban a cuanto transeúnte se les cruzara:
Por donde el camino donde venían nadie parecía; todos los caminantes se
abscondían de miedo dellos, y si con alguno encontraban, tomábanle cuanto traía, hasta dexalle en pelo, y si se defendía maltratábanle de tal manera
que le dexaban por muerto. Y aunque llevase el tributo para Motecuzoma
se lo tomaban. Y por esto ninguna pena les daban, porque por ser ministros de los ídolos tenían libertad para hacer estas cosas y otras peores, sin
pena ninguna.58
El texto es muy claro: sin importar el valor de lo arrebatado, los
sacerdotes agredían hasta el límite, pero en ese contexto era “válido”,
pues se realizaba dentro de la normatividad ritual pública reconocida
55
Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria cuanto a las cualidades, dispusiciones, descripción, cielo y suelo destas tierras, y condiciones naturales, policías, repúblicas, manera de
vivir e costumbres de las gentes destas Indias Occidentales y Meridionales, cuyo imperio soberano pertenece a los Reyes de Castilla, 2 v., edición preparada por Edmundo O’Gorman, con un estudio
preliminar, apéndice y un índice de materias, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Históricas, 1967, t. II, p. 79.
56
El día ce quiáhuitl, “uno lluvia” era la fecha de diversos tipos de “hechiceros”. Y precisamente en ella se ejecutaban a los condenados a muerte por “pecado criminal”, Sahagún,
op. cit., lib. IV, cap. XI, p. 371.
57
Manantial del Citlaltépec en el que crecen cañas que los sacerdotes cortaban para la
celebración, Siméon, op. cit., p. 470.
58
Sahagún, op. cit., lib. II, cap. VI, p. 145.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
37
y respetada. No era condenable el ejercicio de la violencia en sí, sino
su presencia fuera del marco de las distintas normatividades oficialmente aprobadas. Podríamos decir, con Mauss, que los sacerdotes o
tlamacazque ejercían violencia —justificada por el discurso oficial—
como parte de un ritual público, necesario y promovido, supuestamente, para el “bien común”. En cambio, los magos eran exhibidos como
ejecutores de violencia para fines personales o de un grupo no reconocido abiertamente por la sociedad.59
El tlacatecólotl era además de un disidente de múltiples normas
legales, un disidente social. Por lo menos eso se colige de las fuentes
que los califican de “pestíferos”, “infelices”, “harapientos”, “solitarios”
“faltos de afecto” y condenados a morir violentamente.60 Los huehuetlatolli aconsejaban frecuentemente alejarse de las prácticas del hombre búho so pena de sufrir graves daños:
El hombre que tiene pacto con el Demonio se transfigura en diversos animales, y por odio desea muerte a los otros, usando hechicerías y muchos
maleficios contra ellos, por lo cual él viene a mucha pobreza, y tanta que
no alcanza tras qué parar, ni un pan qué comer en su casa; al fin, que en
él se junta toda la pobreza y miseria, que anda siempre lacerado y mal
aventurado.61
El asunto de la pobreza que reiteran las fuentes debe ser tomado
con reservas. Justamente Martín Ucelo —Océlotl—, el hermano de Andrés Mixcóatl, fue juzgado por la inquisición apostólica en 1536 y llama mucho la atención la cantidad de bienes que, por efecto de la
condena, le fueron confiscados; contaba con varias casas, monedas de
oro y diversas joyas.
Unas casas con cuatro cuartos, todas ataviadas al modo de ellos muy bien.
A la entrada del patio, a mano izquierda, está un oratorio con su arco de
cantería y un tabernáculo, en el cual está pintado a una parte San Francisco y a otra San Gerónimo y en medio San Luis, todo nuevamente hecho; y las dichas casas todas son nuevas.62
59
El grupo sacerdotal actuaba muchas veces en beneficio propio sin exhibir abiertamente los beneficios recibidos. Piénsese, sólo por citar un caso, en la llamada Guerra Florida. Los beneficios de ésta casi nunca recaían en la gente común y, sin embargo, ésta debía
guerrear ante las amonestaciones del grupo sacerdotal.
60
Sahagún, op. cit., lib. X, cap. IX, t. II, p. 597; véase también Gonzalo Aguirre Beltrán,
Medicina y magia. El proceso de aculturación en la estructura colonial, comentario preliminar de
Carlos Viesca Treviño, México, Universidad Veracruzana-Instituto Nacional Indigenista-Gobierno del Estado de Veracruz-Fondo de Cultura Económica, 1992.
61
Sahagún, op. cit., lib. X, cap. IX, p. 877.
62
Ibid., p. 37.
38
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Aun siendo conscientes de que la fuente refiere una relación
poshispánica y que mezcla elementos de tradición católica —como
la presencia de pinturas de santos católicos—, podemos suponer que
muchos magos dañinos hicieron fortuna a través del robo y las amenazas. Por tanto, hemos de ser cuidadosos con respecto de lo que
debiéramos entender por “pobreza”, pues bien podría ser propia no
de la vida del tlacatecólotl, sino más bien de su desenlace final, irremediablemente desdichado según el discurso oficial. Con todo lo
poderoso que pudiera haber sido, el hombre-búho se enfrentaba con
las formas socialmente típicas: vivía desarraigado tanto por sus prácticas como por el temor que en la gente producía y no realizaba las
faenas tradicionales. Sin el apoyo social estaba condenado a la segregación y corría el peligro de morir ejecutado o padecer graves
desgracias de origen divino, producto de sus fechorías.
Las personas procuraban evitarlo y buscaban la manera de apartar a sus hijos de su influencia, cambiando las fechas de bautizo, si era
necesario, y escondiéndolos en días aciagos. Y a pesar del rechazo generalizado hacia los magos maléficos, la gente común era su razón de
ser. Las apetencias personales, motivadas por la venganza, la lujuria y
la ambición, fueron el acicate por el cual el mago realizaba su trabajo.
La insistencia de los discursos oficiales por descalificar ese tipo de prácticas hace pensar que su actividad fue prolija y capaz de poner en entredicho la autoridad y el poder sacerdotal.
La disidencia vista por los otros: la visión sacerdotal del tlacatecólotl
Sin duda, fue el ámbito religioso desde donde más claramente se subrayó la postura disidente del tlacatecólotl. No sólo contravenía sistemáticamente las normas de conducta impuestas por el ritual religioso,
también violaba las restricciones calendáricas al romper las abstinencias que prohibían la realización de actividades rituales nocturnas los
días dominados por el influjo de la magia perjudicial. Era imposible
no entrar en franca oposición con las interdicciones promovidas por
el cuerpo sacerdotal si sólo esos días se podían realizar los maleficios.
Los magos eligieron hasta cierto punto su lugar en el marco de las relaciones con lo sagrado, obteniendo un fabuloso poder pero al mismo
tiempo corriendo graves riesgos. La vía sacerdotal típica, mostraba un
camino diametralmente opuesto: la obediencia a las normas religiosas,
la súplica y el merecimiento a través de ofrendas. Solamente recuérdese que la palabra genérica de sacerdote era tlamacazqui que significa
“el que ofrece cosas” u “oferente”.
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
39
Para comprender mejor la oposición entre religión y magia dañina es necesario renunciar a la idea de que una eficaz relación con lo
sagrado demanda una moral positiva. En nuestra tradición cultural
la fuerza divina es absolutamente buena y no hay posibilidad de obtener favores de Dios a través de actos inmorales, pero ése parece no
haber sido el caso en la religión prehispánica. Los dioses no eran
benéficos o perjudiciales en sí mismos, sino con base en complejas
relaciones cósmicas. Y el acto propiciatorio o el fin perseguido podían
ser inmorales, mas no por eso ineficaces. Cabía entonces la posibilidad de contravenir las “buenas costumbres”, con la consabida respuesta en reciprocidad que implicaba tener que restituir lo recibido,
generalmente con un futuro desdichado.
Lo anterior significa que si los magos lograban sus cometidos era
porque fuerzas sagradas los estaban respaldando. El dios patrono por
excelencia de los tlatlacatecolo era precisamente Tezcatlipoca. Basta
ver algunos de los rezos propios de los tlatlacatecolo, consignados en
las obras de Hernando Ruiz de Alarcón y Jacinto de la Serna para advertir que quien está hablando con la voz y el cuerpo del mago es justamente Tezcatlipoca. Pongamos un ejemplo: Ruiz de Alarcón refiere el
rezo de los temacpalitotique o profanadores, ladrones y violadores. En
él se afirma que para encantar e inmovilizar con la intención de dañar
—“en especial siendo como siempre es dirigido a alguna obra mortal,
como hurto o adulterio”—, se pronunciaba el siguiente conjuro:
Yo mismo, cuyo nombre es tinieblas, para que yo para que de nueve partes para entonces ven ya sueño encantador, para cuando fui a traer a mi
hermana nueve veces. Yo sacerdote (o demonio, fábula de la antigüedad),
cuya hermana es la diosa Xochiquetzal, aunque mucho la guardaban los
sacerdotes y el resto del pueblo, el príncipe y los más poderosos, con que
era imposible entrar, para lo cual invoqué a voces al sueño, y con eso se
fueron todos a los nueve profundos (y las guardas quedaron dormidas profundamente). Porque soy yo el mancebo, yo a quien crujen las coyunturas, y que disparatadamente grito a todas partes... yo que soy la misma
guerra, para quien todo es burla, y que ya dispongo burlas de todos, convirtiéndolos en otros, haciéndoles quedar insensibles, yo que soy la misma guerra, burlador de todos, que los quiero ya entregar para que queden
borrachos perdidos en tinieblas de sueño.63
Este pasaje nos aproxima al mago, pero sólo tangencialmente porque el rezo describe al dios que invoca y aparece: Tezcatlipoca. Es él
quien habla a través del hombre; es él quien se nombra hermano de la
63
Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 63-64.
40
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
diosa y de la misma guerra, quien se burla de todos y los somete.
Debemos recordar que según un mito, Xochiquetzal vivía hilando y
tejiendo en Tamoanchan, hasta que un día Tezcatlipoca la sedujo.
Así, el dios poderoso, de quien somos juguetes en la palma de su
mano, se convierte en el medio a través del cual el mago violador
lograba su cometido y el dios mismo ejerce a través de su poseso.
La fuerte liga con Tezcatlipoca debió darles a ciertos magos mucho poder. Según Henry Nicholson, Tezcatlipoca era el dios supremo
en el momento de la conquista.64 Su nombre significa “Espejo Humeante” y está asociado con lo oculto o difícil de conocer. Se caracteriza
por su poderío y omnipresencia. Todas las criaturas son impotentes
ante él. Le llamaban Titlacahuan, “de quien somos todos esclavos”;
Yáotl,65 “enemigo”; Moyocoyotzin, “dios caprichoso”. En el texto de la
Historia de los mexicanos por sus pinturas se dice:
Y de estos cuatro hijos de Tonacatecutli y Tonacacihuatl el Tezcatlipuca era
el que sabía todos los pensamientos y estaba en todo lugar y conocía los
corazones, y por esto le llamaban Moyocoya (ni), que quiere decir que es
todopoderoso, o que hace todas las cosas sin que nadie le vaya a la mano.66
Era el gran mago ligado con la oscuridad y la noche; su animal
asociado era el jaguar, que estaba relacionado con la hechicería y sus
practicantes.
La liga de los tlatlacatecolo con el numen bien pudo provocar luchas por el control de lo sagrado entre los sacerdotes y los magos, muy
semejante a como sucedió entre los gobernantes de corte territorial,
como los tlatoque, quienes combatieron a esos personajes encarnados
en el hombre-dios. El hombre-dios era un personaje con la virtud de
ser recipiente de divinidades y así servir de puente comunicativo entre
las personas y sus patronos divinos. Esa facultad le daba la autoridad
de gobierno que comenzó a decrecer en virtud de su sustitución por
los gobernantes, amparados en un linaje y en la jerarquía sacerdotal.67
64
Henry B. Nicholson, “Religion in Pre-Hispanic Central Mexico”, en Robert Wauchope
(editor), Handbook of Middle American Indians, t. X, Austin, University of Texas Press, 1971, p.
395-446.
65
Yáotl: “enemigo”, en Molina, op. cit., p. 31. Sin embargo, parece que la raíz yao tiene
que ver con la guerra.
66
“Historia de los mexicanos por sus pinturas”, en Ángel María Garibay K. (editor),
Teogonía e historia de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI, México, Porrúa, 1985 (Sepan
cuántos..., 37), p. 24.
67
Al respecto resulta indispensable el texto de Alfredo López Austin, Hombre-Dios,
p. 125-127 y 175-180; para identificar un ejemplo en la historia de la migración de los
DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO
41
Desde el ascenso de Itzcóatl (1427-1440) los grupos del nuevo poder
atacaron a estos personajes, pertenecientes a los más diversos sectores sociales, para sustituirlos por los tlatoque. Los sacerdotes construyeron entonces la imagen de sus rivales: los magos en general y los
dañinos en particular, a quienes catalogaron de “falsos”, “enemigos”
“delincuentes” y “promotores de desgracias”, siendo que en muchos
casos éstos habrían sido producto del contacto y de la tutela del
mismísimo señor omnipresente, Tezcatlipoca.
mexicas, véase Federico Navarrete, “Los hombres y los dioses”, en Cristóbal del Castillo,
Historia de la venida de los pueblos mexicanos y otros pueblos e historia de la conquista, p. 51-60.
LOS DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA,
SIGLO XVIII
MARÍA TERESA ÁLVAREZ ICAZA LONGORIA
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
“El término disidencia es equívoco. Abarca muchas
sectas, muchas tendencias intelectuales y teológicas
en conflicto, tropieza con muchas formas diferentes
en medios sociales distintos.”
E. P. Thompson
La formación de la clase obrera en Inglaterra
Las misiones: un orden creado para desaparecer
El establecimiento de misiones en las zonas de frontera de la Nueva
España fue una labor emprendida por el clero regular, fundamentalmente por los franciscanos y los jesuitas, con variaciones en el ritmo
de avance en los tres siglos del período colonial. Esta institución se
constituyó como el mecanismo para reducir a los indios a la vida en
“policía” según los cánones de los colonizadores: se buscaba lograr que
los indios estuvieran asentados en forma permanente y concentrada
en un poblado, dedicados a cultivar para su sustento y a la realización
de diversas actividades productivas y de comercialización, adecuadamente doctrinados, recibiendo los sacramentos con regularidad, y gobernados por oficiales de república indígenas, entre otros objetivos.1
Al conseguir que en alguna región ocurriera todo lo anterior, los
misioneros debían partir hacia donde se requiriera de su labor dejando a los indios doctrinados bajo la tutela del clero secular. Estaba pues
previsto que el orden creado por ellos sería sólo temporal. En teoría se
consideraba suficiente un lapso de diez años para que se completaran
1
Sobre las funciones y objetivos de las misiones en las zonas fronterizas, sigue siendo
de interés revisar el viejo texto de Herbert Bolton, “La misión como institución de frontera
en el septentrión de Nueva España”, en David J. Weber, El México perdido. Ensayos escogidos
sobre el antiguo norte de México (1540-1821), México, SEPSETENTAS, 1976; p. 45.
44
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
las metas enunciadas. Sin embargo, es claro que en las áreas periféricas
las dificultades de abasto, la actitud de mayor resistencia al avance
colonial de los grupos indígenas, las presiones de los pobladores civiles, entre otros factores, hacían que las condiciones distaran de ser las
ideales para lograr la estabilidad material y espiritual de las misiones;
por tanto, frecuentemente, los religiosos prolongaban su estancia por
muchos años más.
Los misioneros deben haber experimentado la sensación de un agricultor que hacía todos los preparativos para la siembra, desyerbaba,
luchaba contra las plagas, vigilaba el crecimiento de las plantas y se
retiraba para que otros recogieran el fruto de la cosecha. Lo más difícil de aceptar era que inevitablemente el cuidado cosmos creado por
ellos para los indios desaparecía con su partida. El nuevo orden establecido con la llegada del clero secular implicaba para los indios salir
de un estado de excepción e incorporarse como contribuyentes al Estado y a la Iglesia. La misión pasaba a ser un pueblo de indios regido por
la normatividad general aplicada a éstos en la Nueva España. Para los
miembros del clero regular el cambio jurisdiccional conllevaba aflojar
las riendas, especialmente en el terreno religioso, por el establecimiento
de una rutina menos exigente para los feligreses. Según los religiosos,
el clero secular no se sentía atraído por los proyectos ambiciosos de
expansión de la fe, se conformaba con administrar sacramentos y predicar sermones, preferentemente en los centros urbanos, y no mostraba particular interés por los indios. Visto así, resulta natural entender
la reticencia de los misioneros a la secularización y su búsqueda de
que el paréntesis en la vida de los indios se prolongara todo lo posible.
En contraste, otros habitantes de las zonas fronterizas esperaban
ansiosamente la salida de los misioneros; ese era usualmente el caso
de los colonos. Muchos de ellos habían llegado como soldados y se habían asentado después como pobladores, involucrándose en actividades
lucrativas. Para esos fines anhelaban ejercer, sin estorbos, un control
más amplio sobre los recursos naturales y humanos. Las misiones les
resultaban incómodas pues poseían tierras, defendidas tenazmente, y
porque los indios de la zona se instalaban y trabajaban en ellas.
Respecto de la actitud de los indios asentados en las misiones resulta más difícil generalizar. Por un lado, la presencia de los frailes
entrañaba vivir bajo una estrecha disciplina, por el otro, posibilitaba
estar exentos de contribuir económicamente al erario y a la Iglesia, protegidos de los abusos y despojos de los colonizadores. Puede observarse
esta ambigüedad en un episodio protagonizado en la Sierra Gorda entre
1761 y 1762 cuando un grupo de indios pames, apoyados por algunos
colonos, buscaron promover la secularización de las misiones estable-
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
45
cidas allí con el fin de acabar con las restricciones que traía consigo la
vida misional, mientras otros se negaban a la salida de los misioneros,
considerando no estar listos para el pago de diezmos y tributos.
Este trabajo se ocupará del estudio de ese caso. En él se intentará
seguir los postulados de la “nueva historia misional”,2 la cual se centra
en los indígenas que vivieron en contacto con las misiones y busca entender el impacto de éstas en las sociedades indígenas, reconociendo
tanto factores restrictivos como oportunidades positivas; asimismo, se
interesa por las diversas formas de resistencia sostenidas por los indios. Esta propuesta coincide con la nueva historia cultural en su interés por estudiar los sectores subalternos y sus intentos por deconstruir
formaciones hegemónicas. Ambas, igualmente, ponen acento en la necesidad de realizar estudios etnohistóricos.3
La gestación del conflicto
Las misiones de indios pames de la parte nororiental de la Sierra Gorda —Jalpan, Concá, Landa, Tilaco y Tancoyol— se habían establecido,
en 1744, en un esfuerzo concertado de los religiosos del Colegio de
Propaganda Fide de San Fernando de México y de José de Escandón,
teniente de capitán general de las misiones, presidios y fronteras de la
Sierra Gorda.4 Basado en la experiencia de los fernandinos en la región
entre los indómitos jonaces y en la mayor docilidad de los pames, Es2
Eric Langer y Robert H. Jackson (editores), The New Latin American Mission History,
University of Nebraska Press, 1995, Latin American Studies. Véanse la introducción de Robert
Jackson, p. VI-XVIII y el artículo de David Sweet, “The Ibero American Frontier Mission in
Native American History”, p. 1-48.
3
Eric van Young hace especial énfasis sobre estos aspectos en “The New Cultural History
Comes to Old Mexico”, Hispanic American Historical Review, 79-2, may 1999, Duke University
Press, Durham; p. 211-247. También se encuentran reflexiones de interés en la introducción
de Lynn Hunt (editor), The New Cultural History, Berkeley-Los Ángeles-Londres, 1989, University of Califonia Press, p. 1-22. Véanse, igualmente, Peter Burke “Obertura: la nueva historia, su pasado y su futuro”, p. 11-37, y Jim Sharpe, “Historia desde abajo”, p. 38-58, ambos
en Peter Burke (editor), Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza, 1993.
4
Patricia Osante, incansable seguidora de las huellas de Escandón, manifiesta reticencias sobre la cordialidad de las relaciones entre éste y los fernandinos. Creo que sus reservas
son válidas para las circunstancias concretas de la colonización del Nuevo Santander, como
lo demuestra en sus obras. Véanse Orígenes del Nuevo Santander (1748-1772), México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1997, 300 p.
y “Presencia misional en Nuevo Santander en la segunda mitad del siglo XVIII. Memorias de
un infortunio”, en Estudios de Historia Novohispana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 17, 1997, p. 107-145. Sin embargo, en la Sierra Gorda, aunque hubo quejas motivadas por su impulso de la colonización civil, los frailes siguieron pidiendo su intervención
en situaciones de conflicto.
46
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
candón confiaba en que las misiones, a las cuales describía como “sostenidas por el brazo divino” 5 podrían pasar a manos del clero secular en
un corto lapso de ocho años. En la realidad sus palabras no pasaron de
ser buenos deseos, pues los primeros años estuvieron llenos de dificultades. Mientras lograban que los indios sembraran lo suficiente, los religiosos debían permitirles salir de las misiones para recolectar diversos
productos con objeto de garantizar su subsistencia; igualmente les dejaban ir a cultivar sus rozas en los cerros. Este ir y venir permitió a los
pames conservar un margen considerable de libertad, muy a pesar de
los frailes. Aún estaba por fraguar la disciplina misional.
Los frailes sabían que la permanencia de los indios en los cerros
estaba asociada a las costumbres gentiles, pues allí estaban los adoratorios de los antiguos dioses. La distancia y el medio se prestaban
para continuar con prácticas idólatras lejos de la mirada de los misioneros. Éstos estaban conscientes de que sólo podrían transformar significativamente la vida de los indios si lograban asentarlos de modo
definitivo en las misiones, donde podrían controlar su trabajo y su asistencia a la doctrina, entre otros muchos asuntos; para ello se esforzaban por alcanzar lo antes posible el bienestar temporal. Transcurridos
los primeros ocho años ya se contaba con cosechas y ganado en cantidad considerable; sin embargo, todavía había deserciones por hambre
y el pronóstico de Escandón parecía lejos de cumplirse.
Antes de la llegada de los fernandinos ya vivía “gente de razón”6 en
la Sierra Gorda. Durante los primeros años la relación de los frailes
con los colonos del área parecía ir por buen camino. En general en las
misiones se reconocía la utilidad de los soldados para lograr el resguardo de la paz, la protección en caso de ataques y la búsqueda de
los indios huidos. No obstante, el mismo Escandón sembró el germen
de la discordia, pues, con la idea de consolidar la colonización en la
zona, promovió el establecimiento de más hombres de armas a quienes ofreció tierras para atraerlos. En un primer momento se permitió
que algunos lugares fueran asignados en común a los indios y la gente
de razón;7 la competencia por los recursos provocó el surgimiento de
los roces.
Conforme la obra de los misioneros iba tomando más forma, fue
evidente que los intereses de ellos y de los colonos divergían. Aunque
se logró una ansiada estabilidad, tras la llegada de un nuevo grupo de
Archivo General de la Nación (en lo sucesivo AGN), Californias, v. 60, f. 111.
Término utilizado en la documentación para referirse a los españoles, mestizos, mulatos, es decir, los que entraban dentro de la república de los españoles.
7
AGN, Californias, v. 60, f. 81.
5
6
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
47
entusiastas fernandinos encabezados por fray Junípero Serra, la situación se tensó. En 1751 los frailes, esgrimiendo en su apoyo las Leyes
de Indias,8 obligaron a los colonos a salir de las misiones y éstos se
establecieron en el cercano valle de Tancama, donde fundaron la villa
de Nuestra Señora del Mar de Herrera.9 Los pobladores se enemistaron con los religiosos por desalojarlos de la tierra de que gozaban y
llegaron a quejarse de acoso.
Los frailes se opusieron al paraje elegido y propusieron otros, pero
los colonos insistieron en su propósito. Las desavenencias continuaron por las dificultades para seguir aprovechando los frutales y otros
recursos que tenían allí las misiones y por los daños ocasionados por
el ganado sobre sus siembras. Los religiosos, además, acusaban a los
colonos de aprovecharse de los indígenas, comprándoles el maíz a precios muy bajos, y de presionarlos para quejarse ante Escandón y el
virrey. Sin lugar a dudas los misioneros se habían constituido en intermediarios obligados entre los colonos y los indios. Como planeaban
seguir desempeñando ese rol, y para evitar suspicacias por las protestas de los colonos, argumentaron: “… [era] contra el instituto de los
expresados religiosos misioneros el perseverar en los pueblos más tiempo del necesario para la reducción y enseñanza de los indios…” 10 La
aclaración era pertinente, pues a diez años de establecidas las misiones en Sierra Gorda los fernandinos pidieron quedarse por otra década para entregar los indios bien preparados a los curas y reiteraban
que al obtener la estabilidad material y espiritual ellos pasarían a otros
lugares. La propuesta parecía factible pues ya se habían conseguido
logros considerables, se contaba con suficientes tierras sembradas y
pocos años después había también los animales necesarios. Además,
todos los indios de las misiones recibían los sacramentos como estaba
prescrito.
Sin embargo, los religiosos se mostraban temerosos de la fragilidad de lo conseguido, en especial les preocupaba la huida de los indios de las misiones. Algunos indios todavía “vagueaban”; como eso ya
no era preciso para el sustento, según los frailes, sólo hacían esto los
“viciosos” que buscaban evadirse de la disciplina misional, para entonces en pleno funcionamiento. Los huidos fallaban a sus obligaciones cristianas, volvían “a sus antiguos vicios y detestables costumbres”
8
Éstas prohibían expresamente que la gente de razón tuviera sus habitaciones en los
pueblos de indios.
9
AGN, Californias, v. 60, f. 87.
10
AGN, Colección de Documentos para la Historia de México (en lo sucesivo CDHM), 2a. serie, t. II (v. 8), f. 111.
48
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
y además, decían, se dedicaban a robar y a otras fechorías. Las acusaciones, más allá de mostrar la necesidad de los frailes de tipificar a los
fugitivos como delincuentes, evidenciaban que para algunos indios la
vida en las misiones resultaba intolerable y por ello preferían una existencia marginal en los cerros o mudarse a un lugar donde existieran
menores exigencias laborales y religiosas. Se intentó acabar con el problema castigando a los que se habían “remontado”, cuando se les capturaba, y amenazando con mandar a un obraje por tres años a los
oficiales de república de otros pueblos si se les sorprendía encubriendo a los culpables; sin embargo, la repetición de estas acciones revela
el escaso éxito obtenido.
Los frailes vinculaban estrechamente la existencia de este problema con su necesidad de permanecer por más tiempo en la zona y advertían que si no se encontraba una solución “…les sería imposible el
entregar jamás aquellas reducciones al ordinario en la forma que debe,
viéndose precisados a conservar en ellas diez ministros que desocupados podían emplearse en la reducción de otros infieles y propagar nuestra santa fe…” 11
Los colonos mudaron su poblado a Saucillo hacia 1754, pero el
conflicto con los frailes se recrudeció cuando el número de vecinos se
incrementó y volvieron a enfrentarse por asuntos de tierras. El desarrollo de unos y otros parecía contraponerse. La situación era bastante complicada, ya que para entonces los misioneros decían no tener
claro cuáles terrenos les habían sido asignados al momento de su establecimiento y la mayor parte de las mojoneras había desaparecido, lo
cual se prestaba a mayores enfrentamientos futuros.
Más enterado de los avances en las misiones que de sus problemas, en 1760 el colector del diezmo de Ixmiquilpan quiso cobrarlo a
los indios asentados en ellas. La oposición de los misioneros fue contundente. Reconocían, como no podían dejar de hacerlo, su disposición a entregar las misiones cuando los indios estuvieran catequizados
y reducidos a la vida cristiana y política, pero, sostenían, el momento
no era indicado para el cobro de diezmos. Todavía se justificaba su
presencia, pues las misiones permanecían en estado de conversión viva
al seguir llegando neófitos. Igualmente alegaron la miseria de los indios; admitían obtener buenas cosechas algunos años, aunque, explicaban, en otros todavía había hambre y todos los recursos excedentes
se precisaban para la edificación de las iglesias y la atención de las
necesidades de los indios. Argumentaron estar amparados por la cos-
11
Ibid., f. 75v.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
49
tumbre, pues los indios no habían pagado ningún gravamen antes y
no debían hacerlo sino hasta ser administrados por el clero secular.
En este contexto los religiosos afirmaron que sabían de la existencia
de una campaña de desprestigio encabezada por los colonos del área:
…hay personas que llaman de razón y también de carácter que viendo el
infatigable cuidado con que los padres cuidan los indios no sólo en lo espiritual sino también en el fomento y aumento de lo temporal dicen que
los padres de las misiones son codiciosos y que están ricos pero esto nace
de una diabólica envidia y los ciega para no querer ver nuestro desinteresado modo de proceder y de una rabia infernal que reina en sus corazones al experimentar que por la vigilancia de los padres no tienen lugar
para desollar a los pobres indios… aprovechándose de sus bienes y frutos
como lo hacían antes…12
De las inquietudes y alborotos en las misiones
Era un recurso común en la documentación emitida con motivo del
establecimiento de una misión poner en boca de los indios peticiones
compatibles con las decisiones tomadas por las autoridades encargadas de la gestión. Así, por ejemplo, se consignaba cómo el capitán13 de
Tilaco, al momento de la fundación de esa misión, expresó su deseo de
que fueran los fernandinos quienes se asentaran allí para que “…les
moviesen a que trabajasen para sí en sus siembras y granjerías” pues,
decía, “los ánimos de los indios estaban dispuestos para ello”.14 Decir
que estaban complaciendo a los indios al elegir a un determinado grupo
de religiosos sonaba como si se les atendiese cuidadosamente y finalmente “coincidía” con lo recomendado por Escandón, quien casualmente
iba acompañado sólo de los fernandinos en su visita de inspección a la
Sierra Gorda.
Sin embargo, años después, la expresión de los deseos de un grupo
de indios para que los fernandinos salieran de la Sierra Gorda obtuvo
una respuesta diametralmente opuesta. A fines de 1761 e inicios de
1762 se hablaba “nuevamente” de inquietudes y alborotos en las misiones, especialmente en Jalpan y Concá. Sin embargo, esta situación
Ibid., f. 114.
Aunque no tengo datos precisos de cuándo le fue otorgado el cargo de capitán a este
personaje, sí sabemos que fue un nombramiento anterior a la llegada de los fernandinos. El
título parece implicar responsabilidades de orden y protección sobre su comunidad. En documentos posteriores no volví a encontrar ese cargo mencionado.
14
AGN, Californias, v. 60, f. 59v.
12
13
50
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
presentaba diferencias importantes con las dificultades enfrentadas
hasta entonces por los misioneros frente a los indios de la zona, pues
lo que estaba en marcha ya no eran iniciativas aisladas de resistencia,
como las huidas anteriores, sino un plan concertado que ponía en peligro su obra.
Según el expediente todo empezó así: “…amaneció Agustín Pérez
en la cárcel porque se entró una noche no con el traje que acostumbraba a la casa del gobernador don Diego Francisco queriendo forzar
a una depositada que había allí y no consintiendo la dicha a su intento
dio voces y arrancó para afuera…”15 Por ello se originó un alboroto y
Pérez fue a parar a la cárcel de donde pudo escapar con ayuda del alcalde Luis de la Cruz y de un herrero, dejó la misión y se refugió en los
cerros cercanos a Pisquintla, una de las rancherías concentradas en
Jalpan. Poco después de este suceso el fugitivo se reunió con dos colonos de Saucillo, Mariano Lobatón y Juan Márquez, quienes elaboraron una carta para pedir un cura; la misiva debía ser llevada a México
junto con una nómina de los indios de acuerdo con la secularización
para respaldar la petición.
El grupo de indios y colonos inconformes con los frailes trató de
convencer a los demás indios por medios diversos para conseguir “aliados”.16 Por ejemplo, intentaron provocar su temor: “por ruines y cobardes vosotros hacen los padres lo que quieren y sino mirad dos padres
han estado siempre en esta misión, ahora hay tres y breve habrá diez o
doce y no será menester que vengan de México cuando alguno muera
sino que de estos mismos se repartirán en las demás misiones y sucederá lo que en Texas que los padres tienen obrajes y cuarenta años ha que
los mantiene el Rey, que esperáis que suceda lo mismo con vosotros por
cobardes…”17 El miedo a los duros trabajos forzados de los obrajes quizá pudo haber convencido a más de uno. También pretendieron desvanecer la posible gratitud de los indios a los frailes: “no hay más remedio
que pedir cura porque vuestro trabajo es mucho y lo que os dan los
padres no os lo dan de balde sino que sale de vuestras costillas.”
Pérez particularmente pretendió conseguir adeptos prometiendo a
los indios que al administrarlos los curas vivirían “menos sujetos y en
su libertad en los cerros” como estaban antes de que llegaran los misioneros, cuando, aseguraba, “la vida era buena”. En realidad él mismo no pretendía reconstruir en su totalidad el mundo de los pames tal
como era previamente al establecimiento de los fernandinos; más bien
15
16
17
AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 116.
Se llamaba a los conjurados los “aliados”.
AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 117v.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
51
intentaba evocar la imagen de un pasado idílico, pero útil para despertar entusiasmos. No aludía a su gentilidad, sino a la época cuando los
administraban los agustinos, pues entonces la presencia de los religiosos era mucho más esporádica y el control sobre la vida de los indios
bastante menos rígido.
En sus afanes propagandísticos, los quejosos describían un panorama desolador de la vida en las misiones; decían que estaban “como
los más abatidos esclavos y aun con más infelicidad porque éstos a
más de la comida les dan sus amos el vestuario lo que no logran los
indios”.18 Además, sostenían, pagar tributo y diezmo implicaría una
mejoría respecto de su situación: “se hacen el juicio que por mayores
que fueran los gravámenes y contribuciones a que se sujetaren sería
incomparablemente más suave este vasallaje que el que tienen con los
padres.” 19 Pero, más allá de las exageraciones, Pérez hizo una serie
realmente abundante de denuncias contra el orden misional, convirtiéndose en el portavoz de varios indios disidentes, quienes vivían bajo
las normas establecidas por los frailes pero estaban a disgusto con éstas, pues se oponían a sus intereses particulares; esto último, cabe subrayar, también justificaba el apoyo de los colonos a la iniciativa.
En referencia a los asuntos laborales, se describía cómo hacían trabajar a los indios en los cultivos largas jornadas sin descanso. A cambio de ello, los misioneros les daban a diario una ración de maíz a los
indios de cada misión; sin embargo, según los quejosos, ésta era escasa,
“insuficiente aun para las gallinas”. De generalizarse esta percepción los
efectos serían catastróficos para la empresa misional, pues se había determinado la entrega de raciones justamente como un mecanismo para
mantener a los indios asentados en forma estable, temerosos de su huida, tanto si contaban con mucho maíz como si carecían de él.
Seguramente los indios debían dedicar más tiempo que antes a la
realización de labores agrícolas, pues se pretendía prescindir de la recolección, a cambio de lo cual contaban con mayor seguridad en recibir alimentos. No obstante, no deben haber sido muy abundantes, pues
los propios misioneros, incluso ya pasados los años duros, hablaban
de la necesidad de cuidar lo que había: “…para que esto dure todo el
año [el maíz y el frijol] es menester andar con mucha economía en la
distribución diaria de la ración que se da a cada familia y por más cuidado que se ponga rara vez sobra alguno para venderse y con su producto vestir a los indios…” 20
Ibid., f. 130.
Ibid., f. 131.
20
Ibid., f. 106.
18
19
52
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Al parecer, en efecto no había granos como para repartirlos a manos llenas. Los indios no gustaban de guardar para después lo que
podían consumir o vender en el momento, lo cual llegó a producir
episodios de escasez. Sin embargo, había cierto alarmismo en el tono
de los religiosos, pues sí era común el logro de un excedente. El comercio existente desde antes del establecimiento de los fernandinos se
intensificó con la mayor producción agrícola y por la elaboración de
nuevos productos como el piloncillo; todo ello se expendía en Zimapán
y la Huasteca. Igualmente se denunciaban las dificultades enfrentadas
por los indios cuando buscaban obtener licencia para ir a vender sus
productos. La primera consistía en que debían pagar por ella y la segunda en el poco tiempo concedido para dedicarse a sus ventas, por lo
cual, se lamentaban, acababan malbaratando sus productos.
Respecto de las cuestiones espirituales, también se mostraban molestos porque los hacían rezar mucho. Los religiosos, siguiendo las instrucciones aplicadas en otras misiones, habían determinado que los
adultos acudieran a la doctrina una vez al día, hasta saber las oraciones básicas,21 los mandamientos y los misterios de la fe. Asimismo,
como parte de la enseñanza, se les exhortaba a la obediencia y el respeto hacia los misioneros. Los niños y los reacios al aprendizaje iban
tanto por la mañana como por la tarde. Todos debían asistir a misa y
participar en las festividades religiosas realizadas durante el año. Con
este ejercicio continuo los religiosos esperaban enraizar con firmeza
la fe en sus feligreses. El programa ciertamente era intenso, en gran
contraste con los pocos requerimientos impuestos por los agustinos,
sus antiguos misioneros. Quienes habían vivido bajo el orden anterior
no podían dejar de resentir el cambio.
Pérez y sus adeptos se quejaban de la intervención de los frailes en
el ámbito político y afirmaban no poder realizar la elección de sus autoridades en libertad; así, los gobernadores designados resultaban ser
siempre aliados de ellos. Esta acusación resulta contradictoria, pues
es cierto que los misioneros “supervisaban” quienes habían sido elegidos con el fin de corroborar que fueran personas idóneas para servir
como ejemplo a los otros indios y buscaban que ejercieran los cargos
los indígenas de “mejores costumbres y más acertadas conductas”. Sin
embargo, en este episodio algunos oficiales de república, tanto en funciones como de gobiernos anteriores, actuaron con cierta autonomía.
Una de las denuncias más graves hacia los frailes consistía en describirlos como “azotadores y corajudos”. Se hablaba de un trato áspero y de la aplicación de castigos crueles si por alguna causa faltaban al
21
Eran cuatro: Padre Nuestro, Ave María, Credo y Salve.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
53
trabajo. Aunque era inherente a la labor de los frailes el ejercicio de la
persuasión, es innegable el uso de coerción en las misiones. Testimonios diversos hacen referencia a los azotes administrados a los indios
cuando se evadían de ellas, tras regresarlos por la fuerza; además, había cárceles y se menciona la existencia de esposas y grillos. Los misioneros, como la autoridad inmediata de los indios, consideraban
necesario demostrar mano firme para mantener el control, pero no deja
de ser paradójico que los seguidores de San Francisco de Asís utilizaran la violencia en el proceso de conversión.
Podría pensarse de lo anterior que las quejas de los inconformes
se originaban sólo por abusos y estrecheces sufridos en las misiones
—los cuales podrían moderarse y corregirse— más que contra las misiones mismas, pero, debe subrayarse, los inconformes no pedían la
enmienda de la situación por parte de los misioneros, sino su salida de
la zona. Es cierto que los pames ya habían efectuado cambios en sus
usos y costumbres en épocas anteriores por la presencia de otros religiosos y colonos, pero echar a andar un proyecto misional en toda forma, como lo estaban haciendo los fernandinos, dejaba pocos resquicios
para conductas mal vistas e implicaba una serie de transformaciones
significativas en ámbitos muy diversos de la vida de los indios.
En primer lugar, al establecerse en la misión los indios tuvieron
que dejar sus anteriores lugares de residencia, las rancherías, donde
estaban asentados de manera más bien dispersa, para mudarse permanentemente a un poblado erigido en torno a la misión, siguiendo
un patrón concentrado. Ello implicaba no sólo vivir en un espacio físico diferente, sino alejarse de los montes donde tenían sus rozas y sus
zonas de recolección y cacería. Para los hombres esto significó dejar
atrás los roles tradicionales de su sexo, vinculados sobre todo a la cacería y a la guerra, para dedicarse de manera prioritaria a las labores
agrícolas y después al aprendizaje y ejercicio de nuevos oficios: albañilería, carpintería y herrería, entre otros. Las mujeres, tradicionalmente
recolectoras, también debieron ocuparse de nuevos deberes, ayudando
en algunas tareas agrícolas y aprendiendo las labores que los misioneros consideraban propias de su sexo, como tejer, coser e hilar; asimismo, se abocaron a la elaboración de objetos de ixtle y cerámica para
venderlos. Todas las actividades anteriores conllevaron el uso de instrumentos e implementos occidentales. Asimismo, se hizo mucha insistencia en vestir a los pames a la usanza de los indios “más racionales”,
tanto por cubrir sus cuerpos como por darles una apariencia más arreglada y próspera.
La tarea principal del misionero era convertir gentiles; por ello vivir en las misiones suponía recibir una instrucción religiosa intensiva.
54
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Los franciscanos intentaron mostrar una religión atractiva y por ello
dieron gran importancia a la realización de fiestas en las misiones, que
incluían música, escenificaciones y procesiones semanales. Cuando
alcanzaron la estabilidad material habían conseguido la asistencia diaria de los indios a la doctrina, pero los documentos reflejan gran diversidad de opiniones en torno a los alcances de su comprensión del
cristianismo. Éstas iban desde los más optimistas que hablaban de la
perfecta inteligencia de los indios, hasta los que se lamentaban de su
corta capacidad. Tampoco la aceptación de los indios de la religión
cristiana era homogénea. Algunos habían mostrado resistencia a la congregación pero no a la cristianización; en contraste, otros asociaban
su gentilidad con la abundancia de tierras y su vida posterior al bautizo con carencias. Los religiosos eran conscientes de las dificultades del
proceso de conversión y de las amenazas que podían hacerlo tambalear:
“…ya grandes y después de acostumbrados a sus vicios e idolatrías, como
a éstos les es insoportable la asistencia diaria a la explicación de la doctrina y durísimo el vivir como cristianos. Dejando sus vicios y depravadas costumbres, al menos pensar se huyen a los cerros, ya con sus
familias, ya dejándolas desamparadas…” 22
Los religiosos tenían razones para preocuparse, pues a su llegada
a la Sierra Gorda los pames todavía reconocían al sol por dios. No fueron suficientes las prédicas de los frailes ni la seguridad en el abasto
ofrecida por las misiones para acabar con las antiguas creencias. En
plena época de consolidación de las misiones se encontró en lo alto de
un cerro el adoratorio de Cachum, identificada como madre del sol.23
Su sacerdote era un indio viejo a quien los indios acudían para que
intercediera ante la diosa y ésta les concediera agua para sus siembras, curación en sus enfermedades, éxito en sus viajes y mujer para
casarse; a cambio le ofrecían votos y obsequios.24 Asimismo, cerca del
adoratorio se encontraron los sepulcros de varios indios principales que
habían pedido ser enterrados allí.25 El episodio denota las persistencias
de la religión anterior, pero simultáneamente muestra cómo empezaban a dar fruto los afanes de los frailes, pues la existencia de la diosa
22
AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 103.
La diosa se representó a través de una escultura de la cara de una mujer tallada en
piedra; se consigna que también se hallaron otros idolillos.
24
Francisco de Palou, Fray Junípero Serra y su obra, México, SEP, [s. f.], p. 51.
25
Se trata de una permanencia interesante de costumbres antiguas; Kirchhoff menciona que los pames hacían templos en los cerros y cerca de ellos sepultaban a sus principales.
Paul Kirchhoff, “La unidad básica de la cultura de los recolectores-cazadores del norte de
México”, en El norte de México y el sur de Estados Unidos, México, Sociedad Mexicana de Antropología, 1944, p. 133-144.
23
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
55
fue revelada por los propios indios, lo cual permitió acabar con su culto y enviar la imagen al colegio de San Fernando como prueba del triunfo de la fe cristiana. Aún así, algunos años después, tenemos noticias
de que persistía la creencia de los pames en hechiceros; éstos por supuesto, debían actuar en secreto y amenazaban con hacer daño a quien
los delatara ante los religiosos.26
Un asunto que resulta clave es el de las modificaciones introducidas en el aspecto político. Según los usos y costumbres de los pames
la opinión del miembro más viejo de la familia era clave para tomar
decisiones importantes como matrimonios, entierros, trabajo y venta
de bienes, entre otros asuntos.27 Sin embargo, al avanzar la colonización en la zona empezaron a introducirse otros mecanismos para el
ejercicio del poder y desde el siglo XVII los pames habían empezado a
elegir sus autoridades locales. Los misioneros, siguiendo las Leyes de
Indias, reconocían el autogobierno indígena en las misiones, aunque elemental y limitado. En general se buscaba respetar la estructura social
existente, nombrando a los indios más prestigiados,28 pero los cambios
en el grupo de la elite eran inevitables; los frailes buscaban aliados para
su labor y no todos los principales resultaban igualmente útiles para esa
función. Se esperaba de los oficiales de república colaboración decidida
para el triunfo de la causa misional; se les pedía, por ejemplo, controlar
las fugas y revisar los padrones. No obstante, muchos oficiales elegidos
no sabían ni firmar; de ello resultaba un amplio margen de dependencia de los religiosos; ahora ellos mandaban y quienes antes ocupaban
un status más alto entre los indígenas debían subordinárseles.
En conjunto puede observarse cómo el establecimiento de las misiones había trastocado drásticamente la vida de los pames. Ante los
nuevos modelos de conducta, trabajo y religiosidad creo posible hablar de un efecto de desorientación cultural, complejo y heterogéneo
26
Así lo consigna fray Juan Guadalupe Soriano, religioso franciscano descalzo de la
provincia de San Diego, en su “Prólogo historial”, en el cual incluye interesantes noticias
sobre las prácticas de hechicería vigentes entre los pames asentados en las misiones del colegio de San Francisco de Pachuca en la zona de Zimapán. Véase “Prólogo historial de fray
Juan Guadalupe Soriano (Jiliapan, Zimapán, 1767)”, en Héctor Samperio Gutiérrez, Historiografía hidalguense II, Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas, 1978-1979
(Anuario de la Revista Teotlalpan, números 10, 11 y 12), p. 149-151. No tenemos detalles tan
específicos sobre actividades de hechicería realizadas por los pames de las misiones fernandinas, sin embargo, las persistencias religiosas consignadas y el contacto continuo con
Zimapán permiten inferir que éstas podrían haber tenido importancia, a pesar del control
ejercido por los misioneros.
27
Heidi Chemin Bässler, Los pames, [s. l.] CONACULTA-Culturas Populares Unidad Regional Querétaro, 1997, p. 155.
28
Bolton, op. cit., p. 51-52.
56
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
como lo era la respuesta de los indios a las normas obligatorias establecidas por los misioneros. El proceso de aculturación iniciado con
la incorporación de algunos elementos de la cultura de los dominadores
había dado paso a una desestructuración radical de su antigua forma
de vida.29 Al lograr el anhelado bienestar material los religiosos habían
conseguido tener a los indios a su alcance y vigilar estrechamente su
comportamiento. Muchos aceptaron el dilatado poder ejercido sobre
ellos, pero otros buscaron vías para demostrar su inconformidad, como
lo hicieron Agustín Pérez y sus seguidores, quienes con sus acciones
hicieron evidente su afán de acabar con el orden misional. Los religiosos debieron resentir la gravedad del asunto al no contar con posibilidades de controlarlo, pues su ámbito de acción eficaz era sólo al interior
de las misiones. Como los conspiradores se habían evadido de ellas
fue necesario pedir el apoyo de las autoridades civiles para castigar a
los disidentes y acabar con la amenaza de la propagación generalizada de su propuesta. Aquí entra en juego una interesante articulación
entre los misioneros y otras instancias de poder más generales.
Es importante saber qué ofrecía Pérez a quienes se sumaran a su
iniciativa. La respuesta es sugerente: les aseguraba tendrían tierras
abundantes, alimento, dinero, libertad para comerciar y mayor soltura. A cambio, decía, pagarían únicamente un corto tributo, el cual sería fácil de cubrir, pues tendrían mucho maíz. Debe señalarse que Pérez
incluía en su oferta beneficios derivados de la permanencia de las misiones; en los hechos, de salir los frailes de la zona, sólo la promesa
referente a la mayor soltura resulta creíble.
Es necesario subrayar que Pérez no se mostraba opuesto a la religión cristiana, sino sólo al régimen disciplinario de los fernandinos. Proponía que desde sus rozas los indios bajarían a oír misa y a rezar, pero
solamente quienes quisieran, pudiendo dar prioridad a la atención a sus
milpas. En otro momento les ofreció construirles una iglesia o la posibilidad de ir a la de Escanela o Ahuacatlán; incluso el cura de Escanela,
Tiburcio de Salazar, se entrevistó con los alzados; éste aseguraba que si
los indios quedaban a cargo suyo no los haría trabajar tanto como los
misioneros. De todo esto se deduce que Pérez y sus seguidores no se
29
Para la reflexión sobre el proceso de aculturación se retomaron ideas de Gonzalo
Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio sociocultural en México, México, Fondo de
Cultura Económica-Universidad Veracruzana-Instituto Nacional Indigenista-Gobierno del
Estado de Veracruz, 1992, 238 p. (Obra Antropológica, v. 6); de Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII,
México, Fondo de Cultura Económica, 1991, 311 p.; y de Nathan Wachtel, “La aculturación”,
en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la historia. I. Nuevos problemas, Barcelona, Laia, 1985,
p. 135-156.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
57
rehusaban a estar sometidos, pero pedían un control más laxo. Los ofrecimientos referentes al cuidado espiritual evidencian cómo la religión
cristiana ya ocupaba un lugar importante en la vida de los pames.
El movimiento contra los religiosos estaba lleno de contradicciones;
los inconformes sólo conseguirían la secularización argumentando que
los indios de las misiones vivían en muy buenas condiciones, listos para
vivir sin tutela; en razón de ello describían a los pames como “muy racionales y ladinos”. Hablaban con insistencia de las muchas familias
asentadas, de la abundancia de tierras fértiles, de los avances en la instrucción religiosa y en la vida política, de las iglesias bien edificadas,
todo lo cual de alguna manera significaba un reconocimiento a la labor de los misioneros. Como otra prueba de su preparación decían que
muchos indios hablaban castellano, otomí o mexicano. No obstante, aun
el propio vocabulario pame reflejaba una cultura mestiza, en la cual el
contacto prolongado con los colonizadores había dejado huella.30
Un aspecto muy relevante de este movimiento es la búsqueda de
una acción concertada por parte de los inconformes. Pérez primero
buscó adeptos para su petición de curas entre los habitantes de Jalpan,
con quienes se reunía en secreto, a solas, preferentemente de noche,
pidiéndoles actuaran con disimulo mientras el asunto caminaba; asimismo, afirmaba contar con un espía dentro de la misión para avisarle de todo lo necesario. En particular buscaba evitar se enteraran del
asunto los oficiales de república, pues se lo harían saber a los padres,
a quienes se ocultaba la iniciativa. Varios de los indios involucrados
tenían algún oficio: se menciona un herrero, un carpintero y un albañil. El aprendizaje de estas actividades probablemente estuvo vinculado
a la construcción de las iglesias e irónicamente, tras haberse formado
junto a los padres, buscaban su sustitución.
Poco más adelante entre varios indios de Concá, encabezados por
Lorenzo de la Cruz, fiscal e intérprete de su misión, también se empezó a planear traer un cura. En este caso los indios pasaron directamente a la acción, pero sin tener una idea clara de con quién acudir
para conseguir su propósito. Primero fueron a Valladolid a llevarle su
solicitud escrita al obispo; allí los mandaron a Querétaro, al convento
de San Francisco, pero los frailes dijeron que las misiones no dependían de ellos. Fueron luego a Cadereita ante el capitán Juan de Rivera
Maldonado, teniente de capitán general de las fronteras de Sierra Gorda, sus presidios y misiones, quien los instó a volver y les dio cartas
30
Leonardo Manrique Castañeda, “Análisis preliminar del vocabulario pame de fray
Juan Guadalupe Soriano”, en Anales de Antropología, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, v. XII, 1975, p. 324.
58
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
para evitar fueran azotados. Sin embargo, al regresar a la región encontraron un mensaje para reunirse con Pérez, por lo cual no entraron a su misión. Los frailes enviaron a algunos indios a seguir a los
huidos, pero éstos se sumaron a la confabulación.
Luego los de Concá vieron a Juan Márquez y Mariano Lobatón;
ellos los instaron a perseverar y les ofrecieron darles cartas para un
conocido en México, quien los pondría en contacto con el arzobispo
para conseguir su objetivo. Les decían que si conseguían cura podrían
tratar directamente con los españoles, trabajar en las minas y comerciar; por cierto no les mencionaban las desventajas de ello.
En ambas misiones existía un líder local promotor de la iniciativa
de secularización; sin embargo, los dos buscaron sumar fuerzas. Lorenzo de la Cruz reconoció implícitamente el mando de Pérez, quien
vería aumentada su influencia más allá de su propia misión. Los dos
jefes eran hombres ligados a la elite indígena, como se ha señalado
antes, en tiempos pasados más poderosa y entonces sometida a los misioneros. Pérez tenía varios motivos de resentimiento hacia los misioneros: “…siendo como es el nominado Agustín Pérez, tan sedi[ci]oso,
osado y vicioso por todos términos que habiéndole puesto de gobernador, de dicha misión de Jalpan luego que se concluyó su congregación,
fueron tales sus excesos, que se vio precisado a despacharle a un obraje, de donde, porque pretextó la enmienda le sacó, y en lugar de ella,
vuelto a dicha misión repitió la sedición e inquietud…”31 Respecto de
las razones de Lorenzo de la Cruz para buscar la salida de los misioneros, la información es bastante difusa.
En el caso de Pérez se había manifestado una fractura entre un
miembro de la elite y los misioneros. Sin embargo, eso no ocurrió con
otros indios identificados como principales. Algunos fueron capaces
de crear alianzas con ellos; ese fue el caso de Baltazar Coronel, cuya
historia puede contraponerse a la de Pérez. Coronel había sido gobernador en Jalpan en 1737; un año después hubo quejas por excesos en el
cobro de derramas y diversas crueldades cometidas por él, pues con
el apoyo del fraile agustino encargado del lugar había logrado quedar
como escribano y se aprovechaba de que el gobernador electo era iletrado para excederse en sus funciones. Tras la denuncia fue encarcelado
por un tiempo.32 Sin embargo, a la llegada de los misioneros, Coronel,
descendiente de indios pames y mexicanos, resultó pieza clave como
intérprete en las diligencias de fundación de las cinco misiones, pues
31
32
AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 403.
AGN, Indios, v. 54, exp. 301, f. 275.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
59
sabía castellano y las lenguas de la región; los misioneros agradecidos
le concedieron título de cacique, tierras y lo señalaban como ejemplo
de lealtad.33 Resulta notable que él fue quien sustituyó a Agustín Pérez
como gobernador en la primera elección realizada tras el establecimiento de las misiones. Puede observarse que las concesiones de los misioneros reforzaban el status de algunos miembros del gobierno indígena;
en cambio, se desplazaba a otros de la posibilidad de seguir ejerciendo
su anterior influencia.
De cualquier manera Pérez había sacado lecciones provechosas de
su contacto con el mundo español; mostró tener una idea bastante clara de las redes de la estructura institucional novohispana y promovió
que llevaran un escrito a México al juez de tributos, ofreciendo incorporarse como contribuyentes si eran secularizadas las misiones. La iniciativa era interesante, pues sonaba factible la aceptación de tal oferta.
Pero no quedaba allí la búsqueda de apoyo; pretendía presentar su petición ante el propio virrey, expresando su confianza de ser bien recibido
por él.34 Pérez, como queda en evidencia, no se manifestó inconforme
con las estructuras de dominación colonial y reconoció la legitimidad
de las autoridades generales de la Nueva España.
Resulta necesario reflexionar sobre el papel desempeñado por la
gente de razón involucrada en los alborotos. El personaje más activo
de éstos fue Mariano Lobatón, teniente de alcalde mayor del real de
Escanela. Llaman la atención varios datos sobre él: era mestizo, había
sido soldado en Jalpan y tuvo conflictos por los cuales había sido castigado en el pasado: “…es de color quebrado, casado con india de dicha misión de Jalpan, de la que era soldado poblador, y por torpes excesos
lo tuvo su señoría en esta capital desterrado de dicha misión más de
año y medio…” 35 Lobatón realizaba reuniones de los inconformes en su
casa y les ofrecía fondos. Además, se comprometió a ver al cura de
Escanela y al alcalde mayor de Cadereita con objeto de pedirles apoyo
para la secularización; sin embargo, se mostró renuente a realizar él
mismo un escrito pidiendo cura, seguramente pensando en eventuales
escarmientos. Manifestó actuar preocupado por el bienestar de sus cu-
Baltazar Coronel siguió desempeñando un papel clave más adelante, pues se menciona que fue el maestro de pame de fray Junípero Serra. Maynard J. Geiger, The Life and
Times of Junípero Serra, O.F.M., or The Man who Never Turned Back (1713-1784), Washington,
Academy of Franciscan History, 1959, v. I, p. 111.
34
Taylor comenta que en los últimos años del dominio español se presentó una avalancha de litigantes indígenas ante el virrey, a quien aceptaban como autoridad y árbitro legítimo. William Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México,
Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 243.
35
AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 404.
33
60
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ñados, indios de la misión de Jalpan, pero, obviamente esperaba recibir algo a cambio de sus gestiones: pedía un pedazo de tierra cuando
se consumaran los planes y también se menciona que le daban zacate
para su caballo cuando se reunían con él. Por desgracia no contamos
con información equivalente respecto de Juan Márquez.
De los Saldívar y los De la Rama, ambas familias de colonos bastante conocidas, se decía que contribuirían económicamente al buen
éxito del asunto; también se esperaba juntar dinero entre los españoles de Saucillo, el Sabino y otros ranchos. La historia de la relación
entre la familia De la Rama y los misioneros ilustra con claridad cómo
se había deteriorado la situación entre los colonos influyentes y los
frailes. Gaspar Fernández de la Rama, propietario de trapiches en una
hacienda cercana a Concá y minero en Escanela, recibió a los misioneros a su llegada en su propia casa y fue su síndico; sin embargo,
pronto estalló un conflicto entre ellos por las tierras asignadas a la misión de Concá.36 El escenario se complicó cuando la misión de Concá
estableció un trapiche y empezó a comercializar piloncillo, producto
antes monopolizado por De la Rama. Éste se mostraba disgustado de
que los religiosos se salieran de “la sagrada predicación, educación y
conquista de las almas [pues al instalar el trapiche referido] se ha trascendido a lo mundano y temporal”,37 por ello pidió la mudanza de la
misión y la restitución de sus tierras; además, exigió que los religiosos
no se metieran en su pleito con los indígenas. Éstos se habían quejado, pues De la Rama los hacía lazar y amarrar y los obligaba a trabajar
aun de noche, sin pagarles con dinero sino con productos vendidos a
precio excesivo. El enfrentamiento se hizo frontal: “ha divulgado que
ha de quitar las misiones aunque se quede sin camisa”.38 Los religiosos contestaban en el mismo tono; decían que habían tratado de convencer a los indios de que trabajaran para De la Rama, pero ellos
“aborrecen tanto el de la labranza y peculiar tráfico del referido capitán que primero quieren perecer de hambre que ir con él...” 39 La enemistad continuó todavía tras la muerte de Gaspar Fernández De la
Rama, pues los que buscaban la secularización se reunieron algunas
ocasiones en Guasquilico, la hacienda de fundición de su hijo Cristóbal de la Rama.
Los Saldívar también estaban resentidos con los fernandinos por
asuntos de tierras: “todos los Saldívares decían que le ayudarían porque
36
37
38
39
AGN,
AGN,
AGN,
AGN,
Indios, v. 54, exp. 221, f. 208.
CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 62v.
Indios, v. 54, exp. 221, f. 208v.
CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8) f. 71.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
61
todavía sentían que por causa de los padres se habían mudado de la
tierra…” 40 Varios colonos habían seguido incitando a los indios de las
misiones a huir a los cerros, con el argumento de que allí tenían mejores siembras y no trabajaban tanto ni los azotaban. Además, según se
afirmaba, los inducían a la displicencia, así como al odio a los misioneros y a la doctrina cristiana.
Resulta fundamental saber cuál fue la reacción tanto de los misioneros como de las autoridades civiles de la región ante los disturbios.
En la denuncia de los hechos los misioneros pasaron a ser parte agraviada. El presidente de las misiones, fray Juan Ramos de Lora, acusó a
los inconformes de querer desacreditar a los misioneros por medio de
calumnias, causándoles gran pesar: “han procurado al mismo tiempo
los mencionados cabecillas, con falsas imposturas, y conocidas calumnias, desacreditar la buena conducta de los padres ministros, vulnerándoles su crédito, y denigrándoles su ajustado proceder procurando
obscurecer la verdad, y esparciendo voces siniestras y ajenas de ella…”41
Las averiguaciones se establecieron como un medio de acabar con
las inquietudes en las misiones. No se llegó a plantear el apoyo a la
iniciativa de secularización, a pesar de que las diligencias fueron encomendadas específicamente a las autoridades civiles de la zona, en
específico a don Joaquín Alejo Rubio, teniente de capitán protector del
presidio y poblado de Nuestra Señora del Mar de Herrera, quien en
última instancia era también un colono y podía ver con agrado la salida de los frailes. Rubio, a su vez, rendía informes a don Juan de Rivera
Maldonado, teniente de capitán general de las fronteras de Sierra Gorda, sus presidios y misiones; este último en varias ocasiones había reconocido el buen estado de las misiones gracias a la labor de los religiosos.
Como medida de precaución se pidió a los capitanes de los contornos
que estuvieran con las armas listas para lo que se ofreciera. Rivera
Maldonado consultó al virrey sobre cómo apaciguar las inquietudes
de los indios; éste le respondió que debía castigarse a los cabecillas
después de que Rubio hiciera las averiguaciones pertinentes.
El procedimiento fue interrogar a un abundante número de indígenas de Jalpan, Concá y Tancoyol por medio de un intérprete, pues la
mayoría se expresaron en idioma pame. Es interesante que varios de
los interrogados eran jóvenes y en su testimonio afirmaron no recordar cómo había sido la vida antes de la llegada de los misioneros, pues
eran niños entonces; sin embargo, aceptaban “la autoridad de los ma-
40
41
Ibid., f. 117v.
Ibid., f. 113.
62
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
yores”, como Pérez, quien además había sido gobernador, cuando les
decía que era mejor estar sujetos a un cura.42
¿Cuál fue la respuesta de la comunidad de las misiones a la iniciativa de Pérez, De la Cruz y demás confabulados? Varios de los involucrados
empezaron a hablar de la necesidad de esperar otra ocasión más propicia y acabaron por desistir del intento. Luis de la Cruz pidió perdón
a los frailes por instrucción de Silvestre Coronel, aunque ambos habían participado de las inquietudes. Tras algunos titubeos la mayoría
de los indios eligió el camino más seguro y optaron por seguir apoyando a los misioneros, pues reconocían que con ellos tenían garantizadas sus necesidades básicas. A cambio de esto se mostraban dispuestos
a soportar el orden misional con todo y sus inconvenientes; querían
acabar con el asunto y regresar a la “normalidad”. Uno de los indios
interrogados lo expresó así: “aunque trabajaba en su misión tenía seguro con los reverendos padres maíz y frijol y carne cuando la había”.43
En Jalpan los oficiales de república en funciones y muchos de los
anteriores, incluyendo a algunos de los que habían estado en contacto
con los alborotadores, se dirigieron a Rubio para decir que no querían
cura; según ellos los pocos que habían dado su nombre a Pérez lo habían hecho por miedo. La razón de su decisión era clara: decían no
tener lo suficiente para sus familias, de lo cual se derivaba su imposibilidad de pagar cura y tributo. Según expresaban, los desórdenes les
habían acarreado incluso el disgusto divino: Dios los había castigado
con enfermedades y mortandad por andar en tales enredos. Se mostraban preocupados de que llegaran religiosos desconocidos, quizá no mejores, a hacerse cargo de las misiones: “no está bueno que nos quiten
nuestros padres y que vengan otros padres a quienes no conocemos ni
podemos mantener.”44 Finalmente acusaron a Pérez de buscar mujeres
para pecar y de no querer a los padres, pues éstos lo castigaban por sus
líos de faldas.45 Ellos también pedían se enviara un escrito al virrey y el
castigo de los alborotadores, desterrándolos de las misiones.
42
E. P. Thompson postula que cada generación está en relación de aprendiz con sus
mayores, lo cual constituye el mecanismo para la transmisión de las tradiciones, perpetuadas por transmisión oral con un determinado repertorio de anécdotas y ejemplos narrativos.
E. P. Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII ¿lucha de clases sin clases?”, en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona,
Crítica, 1984, p. 43.
43
AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 119v.
44
Ibid., f. 124v.
45
Según la Relación de Querétaro entre los otomíes sólo los principales podían tener
varias mujeres, lo cual daba a la poligamia un rasgo de status social que algunos buscarían
conservar. René Acuña (editor), Relaciones Geográficas del siglo XVI: Michoacán, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1987, p. 207-248.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
63
Los indios principales de Concá, incluso también varios de los implicados, igualmente presentaron un texto en el cual manifestaron estar tristes porque Lorenzo de la Cruz y Pérez habían pedido curas a
quienes debían alimentar y pagar por las misas y sacramentos. Dijeron
no estar listos para ello “todavía” y de igual forma se mostraron renuentes
a la llegada de padres desconocidos. Señalaban que De la Cruz buscaba
libertad para hacer sus embustes y quería otros padres para librarse de
nuevos escarmientos: “los padres lo han castigado porque es mala gente
y dicen muchos que es hechicero y que anda siempre enredando a la
gente…”46 No hay más referencia a sus actividades de hechicería; probablemente se buscaban más argumentos para reforzar su petición de
que fuera castigado y no pudiera regresar a la misión.
¿Cómo actuaron los fernandinos en su calidad de autoridades inmediatas, al mismo tiempo que de agraviados? Se consigna que perdonaron a quienes regresaron a las misiones mostrándose arrepentidos.
A su pesar, los cabecillas se les fueron de las manos y todavía buscaron
quien los representara y defendiera.47 Pérez y De la Cruz acusaron a
los religiosos por haber tomado presas a la mujer e hija del primero y
por confiscarle sus animales; también, denunciaron, habían encarcelado a otros indios involucrados y a Juan Márquez. Lobatón sí había
logrado evadirse. Incansables, ambos indios volvieron a presentar sus
argumentos para solicitar curas y pidieron la libertad de los presos
mencionados.
Las aguas siguieron agitadas. Pocos meses después del episodio
en cuestión, fray Juan Ramos de Lora se dirigió a Escandón pidiéndole visitara la zona, entre otros objetivos para que acabara con las inquietudes posteriores al movimiento de Agustín Pérez y Lorenzo de la
Cruz. Entonces narró cómo los inconformes habían seguido en plena
actividad.
Agustín Pérez logró presentarse ante el arzobispo. No obtuvo su
apoyo para la secularización y éste lo reconvino acremente, amenazándolo con enviarlo a un presidio si volvía a meterse en alborotos,
pero le dio una carta para que pudiera volver a su misión sin que lo
molestaran, tras lo cual regresó a ésta, de donde poco después volvió a
huir. Siguieron entonces las gestiones de Pérez:
dejando otra vez tal revolución en Jalpan que ya estaba todo medio sosegado, que no fue esta segunda revolución inferior a la primera, y habien-
46
AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 124v.
Era común, según Taylor, la aplicación de castigos poco severos a los cabecillas indígenas, quienes con frecuencia salían antes del término de la sentencia, op. cit., p. 183.
47
64
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
do enfermado en su fuga se fue al colegio de San Fernando enfermo en
donde pidió perdón de lo pasado y suplicó encarecidamente le permitiesen mudarse a vivir con su familia a la misión de Tancoyol, porque ya no
le convenía estar en Jalpan; y habiéndolo allí curado por haberse visto
muy malo ya convalecido lo enviaron con cartas para que no se molestase
y lo dejasen venir a Tancoyol…48
Habiendo visto frustrado su intento, Pérez buscaba evitar las represalias y se movió con mucha habilidad para salirse con la suya. Él y
sus compañeros de avatares no obtuvieron entonces la secularización;
quizá les quedaba el consuelo de saberla inevitable.
Finalmente, Agustín decidió no regresar a las misiones, sino que
se quedó en Zimapán junto con otros indios fugitivos haciendo carbón
para vender; allí también se encontró con su viejo conocido Mariano
Lobatón. Desde ese lugar seguían en contacto con los indios de las misiones que acudían todos los domingos al tianguis. Juan Márquez,
mientras tanto, ya se encontraba libre en Cadereita.
El presidente de las misiones serragordanas se quejaba de que no
había habido resultado de las anteriores diligencias practicadas por
Rubio y había razones para maliciar de su falta de empeño. Según fray
Juan Ramos de Lora, por la falta de castigo no se acababan de sosegar
los indios de las misiones: “pues con el ningún miedo que cobran a
vista de los otros se alientan muchos a poner en ejecución cualquier
desacato o maldad…”49 Esto resultaba particularmente delicado, pues
podía incitar a la huida de los indios y a nuevos episodios de oposición
a los frailes.
Escandón decidió tomar cartas en el asunto. Se dirigió a fray Joaquín Osorio, ministro de Concá, para pedirle su opinión sobre la situación en las misiones. A él explicó cómo había seguido pendiente de la
situación de Sierra Gorda: “No habiéndome permitido el continuo
tráfago de la expedición de esta costa del Seno Mexicano, pasar a visitar las misiones de la Sierra Gorda, para darles la última mano (lo que
he deseado mucho) di orden al capitán comandante, don Juan de Ribera Maldonado, mi lugarteniente en ella, lo hiciese, en las de Jalpan,
Landa, Tilaco, Tancoyol y Concá….” 50
Tras recibir los informes solicitados Escandón decidió actuar; se
refirió a los culpados como “cuatro zánganos viles” y ordenó fueran
castigados. Pidió a Juan de Valverde, vecino comerciante de Zimapán,
48
49
50
AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 398-399.
Ibid., f. 399v.
Ibid., f. 407
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
65
que sin tardanza llevara presos a Agustín y sus secuaces 51 ante el virrey y le autorizó a pedir ayuda de otros soldados si la necesitaba, amenazando con castigar a quien se negara. Sobre Lorenzo de la Cruz,
quien estaba en Santa María del Río, de donde era su mujer, se determinó que se quedara allí sin poder ir a las misiones, bajo pena de pasar tres años en un obraje o presidio.
Valverde debía notificarle a Mariano Lobatón el destierro por diez
años de 40 leguas de las misiones, a cumplirse en un plazo de tres días
desde la notificación; de lo contrario éste se verificaría en un presidio
ultramarino. A Juan Márquez sí se le ordenó pasar por diez años a ultramar. Se advertía a los demás pobladores que de continuar los alborotos se les aplicaría la misma pena.
Poco después de los sucesos narrados Vicente Posadas, vecino de
Río Verde, comisionado por Escandón, visitó las misiones. En sus comentarios traslucía su desacuerdo con que en ese tiempo se pusieran
curas: “…por propensión natural inclinados dichos indios a la deserción y vida brutal de los montes en que se hallaban connaturalizados
no estando bien radicados aún todavía [sic] en lo católico hallándose
como se hallan en las cercanías muchos bárbaros que los inducirían a
la deserción que será indubitable faltando el celoso cuidado de los ministros que los están criando y conteniendo con conocimiento práctico que es difícil hallar en un cura…” 52 También decía que las cortas
obvenciones a obtener harían imposible poner un sacerdote secular
en cada misión y mencionaba con inquietud el caso de la misión de
Ahuacatlán, que se encontraba en buen estado pero se despobló en
cuanto se agregó al curato de Escanela.
A la postre las cinco misiones serragordanas fueron secularizadas
en 1770. Los temores de Posadas se cumplieron: sólo se establecieron
curas de fijo en Jalpan y Landa; los otros tres pueblos quedaron con el
status de visitas. Según los documentos fueron los propios indios quienes pidieron seculares; 53 esta vez, como en el momento de las fundaciones, su petición era coincidente con otras circunstancias, lo cual
“permitía concedérselas”. Entonces los misioneros dijeron ya no considerar necesaria su presencia en la zona, y se manifestaron “prontísimos”
a entregar sin tardanza las misiones, pues ellos debían partir a California donde eran indispensables para continuar la labor de los jesuitas, recientemente expulsados.
tres.
51
Sólo se identifica a Silvestre ¿Coronel? y a Cruz su sobrino, aunque se dice que eran
52
Ibid., f. 415v.
AGN, Archivo Histórico de Hacienda, v. 623, s. f.
53
66
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
En este contexto se hizo el repartimiento de las tierras entre los
indios con la emisión de la documentación pertinente para evitar futuras discordias y despojos.54 Las autoridades indígenas desempeñaron un
papel importante, pues ellos recibían las tierras, así como las construcciones y herramientas poseídas en común. Se les recomendó siguieran
con la práctica de entregar raciones; lo cierto es que las precauciones
eran vanas, la prosperidad lograda desaparecería con la ausencia de
los misioneros y lo mismo ocurriría con la coraza protectora que mantenía a raya a la gente de razón.
Los siguientes años hubo continuas quejas contra los colonos,
quienes invadían tierras y se llevaban el ganado. A consecuencia de
los continuos abusos, muchos indios acabaron metidos en bosques y
barrancos, dedicados a sus antiguas actividades de recolección, como
antes de la fundación de las misiones. Aun así tenemos noticia de
que los indios de Concá no se quedaron cruzados de brazos y nombraron a un apoderado para que defendiera sus intereses en la ciudad
de México.
Tras la secularización, las deserciones de los indios de sus pueblos
se incrementó, pese a proseguir en funciones los soldados de Saucillo,
quienes, por cierto, reanudaron su solicitud de tierras. En 1780, a diez
años de la salida de los misioneros, era necesario exhortar a los indios
a que sembraran para sostener a su vicario. En 1790 se presentaron
quejas por el precio excesivo de maíz, lo grave era que se acusaba al
propio cura de tener maíz encerrado y provocar carestía. Los indios
vivían una problemática diferente, al parecer más difícil que en los
tiempos de las misiones.
Consideraciones finales
Las acciones encabezadas por Agustín Pérez, Lorenzo de la Cruz y su
grupo de aliados en desafío al orden misional presentan varios rasgos
dignos de subrayarse, tanto desde la perspectiva de la historia misional
como para reflexionar en torno a las variantes de los movimientos disidentes.
Los intereses de quienes se movían dentro de las misiones o en torno a ellas no siempre eran coincidentes con los de los misioneros; del
intento por hacer prevalecer los de cada grupo podía surgir el conflicto.
54
En 1765 se habían hecho algunas diligencias encaminadas a la realización de un repartimiento de tierras en Sierra Gorda; entonces los colonos no presentaron contradicción,
seguramente en espera de ocasión más propicia: la salida de los misioneros.
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
67
El episodio estudiado nos permite acercarnos al tipo de enfrentamientos
que tenían lugar al desarrollarse un proyecto misional determinado. No
fue ésta la única ocasión en la cual se presentaron disputas en las misiones fernandinas de la Sierra Gorda; sin embargo, debe insistirse,
los involucrados en este caso intentaron llegar bastante lejos; buscaron de plano la salida de los misioneros y el fin del orden material y
espiritual creado por ellos.
Un aspecto que considero relevante es que el grupo de inconformes
con las misiones logró una acción concertada, la cual se hizo presente
a varios niveles. El líder de cada una de las misiones donde se presentaron alborotos consiguió seguidores inicialmente entre la comunidad
local, pero este límite se trascendió pues se sumaron las fuerzas de los
dirigentes y adeptos de dos misiones distintas; además, se contó con
ayuda desde afuera proporcionada por algunos colonos interesados
en la salida de los misioneros. No obstante, la alianza fue coyuntural;
unos y otros pretendían obtener beneficios particulares, a la larga contradictorios, de su participación en el pronunciamiento contra los misioneros.
Las motivaciones específicas de los dos líderes indígenas resultan
de interés. Dada su renuencia a aceptar las implicaciones de la vida en
las misiones, ambos habían sido castigados en el pasado y habían ido
acumulando resentimientos contra los misioneros. Es sugerente reflexionar sobre cuál era la fuente de autoridad de Agustín Pérez y Lorenzo de la Cruz. Como miembros de la elite indígena, aunque de la
desplazada por los frailes, demostraron que gozaban de un prestigio
muy útil para conseguir simpatizantes para su iniciativa. Además, como
pudo observarse, Pérez era un hombre informado y audaz, se movía
con gran soltura en el mundo de los españoles, supo bien a cuáles autoridades religiosas y civiles acudir para promover sus intereses y eludir castigos. De la Cruz no demostró el mismo conocimiento del ámbito
legal hispano, lo cual pudo ser una razón para que reconociera el mandato general de Pérez sobre el movimiento.
En el caso de los colonos, los problemas entre ellos y los misioneros se habían presentado desde épocas muy tempranas; por ello no fue
nada raro su apoyo a una iniciativa cuyo propósito era el fin del control ejercido por los fernandinos sobre los hombres y los bienes del
noreste de la Sierra Gorda. Los colonos, por otro lado, fueron también
los comisionados para poner orden tras los disturbios. Evidentemente
les convenía fingir diligencia y tardarse en cumplir este mandato. La
falta de empeño de las autoridades locales quedó en evidencia, a pesar
de los lamentos de los misioneros y de las órdenes emitidas por autoridades regionales de mayor jerarquía y por el propio José de Escandón,
68
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
quien demostró estar todavía muy involucrado en la problemática de
la zona. De cualquier modo, por muchas dilaciones y disimulos que hubiera en el asunto, los promotores de la salida de los misioneros tenían
perdida la batalla legal. La secularización de las misiones serragordanas
era un hecho inevitable, pero sólo se haría cuando las autoridades del
virreinato lo juzgaran conveniente y así lo ordenaran.
Las quejas presentadas por los líderes inconformes con el sistema
misional eran de índole muy diversa; incluían asuntos como la escasez de alimentos, las extenuantes jornadas laborales, las exigencias doctrinales, los castigos, las injerencias de los frailes en el ámbito político,
entre otras. A mi juicio el aspecto político revistió especial relevancia,
pues era la cuestión que había afectado más directamente a algunos
de los miembros de las elites indígenas, como Pérez y De la Cruz. Sin
embargo, sus adeptos bien pudieron sumarse por estar contra el conjunto de las normas o sólo contra una parte de ellas. No es difícil
imaginar las motivaciones que tendrían los indios del común para sumarse al movimiento; el establecimiento de las misiones había conllevado transformaciones drásticas en su forma de vida, actividades
y costumbres.
Pero no todos los cambios eran negativos; la mayoría de los pames
encontró en las misiones fernandinas de la Sierra Gorda una alternativa viable de vida a la que pudieron adaptarse. No eran desdeñables la
seguridad en el abasto y la protección ofrecida por los misioneros. Yo
creo que esto explica el fracaso de la batalla social que libraron Agustín
Pérez y Lorenzo de la Cruz para conseguir el consenso entre sus comunidades para la iniciativa secularizadora. Incluso fue fácil la reconciliación con los frailes; éstos deseaban fervientemente que las aguas
regresaran a su cauce y lo mostraron otorgando el perdón a quienes se
habían sumado a los alborotos.
No sabemos a ciencia cierta si los hechos de 1761-1762 de alguna
manera pudieron crear un precedente que incidiera luego en que la
secularización efectivamente ocurriera. Lo que sí quedó claro es que
ésta tuvo consecuencias no mencionadas en el intento encabezado por
Pérez y De la Cruz. El contrasentido de esta historia es que el éxito
posterior del proyecto impulsado por los disidentes para terminar con
el orden misional acabó por perjudicar a los indios al dejarlos indefensos. El resultado de la secularización no fue el esperado, pero de cualquier modo el paréntesis se cerró.
Por último, me gustaría destacar que los hechos analizados nos
invitan a repensar la idea de que la disidencia está necesariamente asociada a períodos de crisis. En el caso estudiado el conflicto se presentó
cuando se había conseguido la estabilidad material de las misiones y
DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA
69
el sistema parecía funcionar mejor según las intenciones de sus impulsores. Sin embargo, todas las exigencias y presiones que conllevaba
acabaron por poner en peligro de crisis al propio sistema misional. No
resulta extraño terminar esta narración con una paradoja.
SOBRE LA RELATIVIDAD DE LA DISIDENCIA O LA DISIDENCIA
COMO CONSTRUCCIÓN DEL PODER: DISIDENCIA
Y DISIDENTES INDÍGENAS EN SIERRA GORDA, SIGLO XVIII
GERARDO LARA CISNEROS
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
¿Disidencia desde dónde?
Tal vez uno de los asuntos que plantea mayores problemas para la investigación histórica es el manejo y delimitación de ciertas categorías
conceptuales que por su amplitud pueden resultar demasiado escurridizas. Un ejemplo de esto es el de disidencia. En este sentido, algunas
de las preguntas básicas que podrían hacerse son: ¿qué es la disidencia? ¿quién puede llegar a convertirse en disidente? ¿por qué se da ese
paso?
Desde la perspectiva histórica, las respuestas pueden ser muy diversas y polémicas. En el caso concreto de la historia de México es
una categoría que no ha gozado de tanta fortuna como otras, por ejemplo las de rebeldía, revolución, o incluso resistencia, por mencionar
quizás a las más recurrentes. El asunto es complejo, y puede ser abordado desde la perspectiva de distintas disciplinas como la sociológica
o la política, pero ¿cómo puede abordarlo un historiador? ¿qué utilidad puede tener dentro del amplio campo de la historia?
La disidencia es un fenómeno recurrente en la historia mexicana,
y sus manifestaciones son diversas, pues van desde los grandes movimientos revolucionarios hasta la oposición cotidiana encubierta o velada. Esta constante resulta de importancia, pues en muchos casos la
disidencia ha sido el motor generador de movimientos de transformación regional o nacional. En el caso mexicano es posible encontrar una
amplia gama de tipos de disidencia; esto sugiere que las posibilidades
de establecer un modelo acorde con las múltiples épocas y regiones
sea una tarea compleja.
Algunas pistas para rastrear las respuestas a éstas y otras preguntas pueden ser encontradas a través del camino clásico del historiador: el estudio de casos concretos. Por ello, estas páginas pretenden
contribuir a la discusión sobre el problema de la disidencia de los pue-
72
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
blos de indios en zonas marginales de la Nueva España durante el siglo XVIII.
Este trabajo debe entenderse como una oportunidad para poner
sobre la mesa de debates la pertinencia del empleo de una categoría
conceptual como la disidencia en la historia de México. No es, ni aspira a ser una explicación de la disidencia en general o en términos teóricos. Este ensayo pretende apuntar algunas observaciones respecto de
la disidencia política en los pueblos de indios del siglo XVIII en la Sierra Gorda.
Los conflictos políticos en el mundo indígena colonial han sido
tema de trabajo de múltiples autores. Los casos que aquí trataré bordan en el terreno político a partir de la identidad y religiosidad étnica
local. Los personajes fueron líderes de comunidades pequeñas y apartadas; individuos que expresaron inquietudes, ideas y sentimientos
construidos durante años por sociedades marginales con respecto de
las poblaciones y regiones centrales de la Nueva España. Líderes que
fueron manifestación de tendencias calladas y subterráneas, las cuales
dominaron el ambiente de pueblos apartados y marginados. En cierta
forma fueron la expresión de construcciones culturales creadas y alimentadas por grupos a los que con frecuencia las fuentes históricas
tradicionales ignoran o tocan de manera sesgada. Es también una historia de la “disidencia” que se construye a jirones, a retazos y de manera
fragmentada. Parte de su importancia histórica radica en su “pequeñez”, tal vez un estudio más amplio —en el sentido de ocuparse de una
muestra más numerosa y de mayores alcances geográficos— pueda
demostrar la suposición de que la repetición de este tipo de sucesos no
fue escasa, y de que a la larga, ha trascendido más de lo que puede
parecer en la historia rural e indígena de México.
Algunos de estos movimientos son visibles gracias a la documentación que los procesos judiciales seguidos a sus líderes produjeron.
Así es como hemos podido identificar a indígenas acusados por las autoridades de rebeldes y hechiceros. Se trata de indios que habían estado sometidos a un largo proceso de aculturación y que tras de sí nos
dejan ver —aunque sea de manera tangencial— un mundo en el que
las disidencias vinculadas con el sentido de pertenencia a un grupo
que defiende sus usos y costumbres eran cotidianas.
La documentación objeto de este estudio se debe a la pluma de las
autoridades coloniales que se encargaron de reprimir los casos aquí
expuestos. Se trata de fuentes que se refieren a la población indígena,
aunque sus autores no fueron indígenas sino españoles o mestizos,
quienes les imprimieron una perspectiva oficialista; condición que no
las invalida aunque sí nos alerta para emplearlas con cuidado. No obs-
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
73
tante su matiz español, estos documentos son valiosas fuentes para dilucidar diversos aspectos acerca de las culturas indígenas; en suma,
parte de su riqueza radica en que nos aportan información desde las
perspectivas hispana e indígena a la vez.
Este artículo tiene como objetivo analizar la disidencia desde dos
puntos de vista: el de los indios acusados, y el de las autoridades que
deciden reprimirlos, captarlos o controlarlos de alguna manera. Es decir, desde la óptica del impugnador y del impugnado. Se puede afirmar
que los archivos de la disidencia pocas veces nos reflejan de manera
directa a quien se separa de la común doctrina, sino que más bien nos
dibujan lo que las autoridades consideraban condenable, pues casi toda
la documentación fue elaborada por ellos. Escasos son en realidad los
documentos en los que la autoría recae en los acusados o los perseguidos. Las fuentes casi siempre son autos legales en los que es común
encontrar que las declaraciones de los implicados parecen ajustarse a
ciertos modelos o patrones y en pocas ocasiones se nota libertad en el
declarante. A pesar de ello siempre existe la posibilidad de encontrar
ventanas al pensamiento del procesado, por ejemplo mediante la interpretación de sus giros lingüísticos o de sus acciones.
Por otro lado, las características que guardan estos textos van determinando qué es lo que en cada caso era considerado condenable
por las autoridades. Desde la perspectiva documental, el investigador
puede encontrar en la repetición de casos y asuntos que se persiguen y
castigan, el trazo delineado del perfil de lo que se consideraba disidencia en cada época.
Los casos que aquí se presentan tratan sobre algunos líderes indígenas que habitaron, y en su momento gobernaron, uno de esos apartados
pueblos de una de las tantas serranías mexicanas que han participado
de forma marginal dentro de los grandes procesos nacionales: San Juan
Bautista de Xichú de Indios, Sierra Gorda. Una de esas regiones en donde el tiempo histórico lleva un ritmo diferente al de las grandes ciudades y de los centros del poder político, económico, religioso o cultural.
La Sierra Gorda y el pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios
Sierra Gorda es el nombre con el que se conoce a una serranía enclavada en el centro del territorio actual de México. Es una derivación de
la Sierra Madre Oriental que se extiende por varios estados: el sur
de San Luis Potosí, el oeste de Hidalgo, el norte de Querétaro y el noreste de Guanajuato. Desde la época prehispánica, la Sierra Gorda fue
un territorio de confluencia de diferentes tradiciones culturales. Una
74
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
región fronteriza de aculturación,1 habitado por un variado espectro
étnico que dotó a estos cerros de una faz pluriétnica y pluricultural.2
Ante los ojos hispanos la Sierra Gorda fue una región de contrastes
geográficos y humanos cuya integración al resto de la colonia resultaba un verdadero reto.
El proceso de dominación colonial de la Sierra Gorda fue lento y
estuvo plagado de dificultades, avances y retrocesos.3 Religiosos, militares y colonos se toparon con obstáculos que representaban complicadas
adversidades ante las que poco éxito inicial lograron. A lo largo de los
siglos XVI y XVII buena parte de este espacio geográfico permaneció prácticamente insumiso, y a pesar de los repetidos intentos de agustinos,
dominicos y franciscanos por incorporar a su población al “mundo cristiano”, la comarca se mantuvo así durante décadas. Poderosas razones atraían la atención de evangelizadores y colonos para aventurarse
en tierra tan hostil. Para unos, el interés estaba en el control espiritual
y material de un importante volumen poblacional; para otros, en la
esperanza de explotar tierras, minas y mano de obra nativa.
La Sierra Gorda colonial se caracterizó por ser una región que mantuvo una autonomía relativa respecto del gobierno central —civil o eclesiástico— de la Nueva España. Los múltiples obstáculos para concretizar
un programa de incorporación colonial de la comarca al reino novohispano generaron las estructuras que dieron a la serranía la característica
1
Sobre el concepto de “aculturación” ha corrido mucha tinta y las posiciones teóricas
aún son encontradas. Sin embargo, es posible señalar que para que este complejo proceso se
realice hay ciertas condiciones que deben cumplirse. Me refiero a la heterogeneidad cultural, al contacto y al cambio cultural. Además de éstas, existen otras condiciones que no
siempre se presentan con claridad, tal es el caso del dominio. Algunos autores se han preocupado por establecer tipos de aculturación, por ejemplo Nathan Wachtel quien ha hablado
de una aculturación estratégica como táctica de transformación cultural. Véase Gonzalo Aguirre
Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México (Obra antropológica de Gonzalo
Aguirre Beltrán: VI), Gobierno del Estado de Veracruz-INI-Universidad de Veracruz-Fondo de
Cultura Económica, 1992, 238 p. (Sección de Obras de Antropología); Nathan Wachtel, “La
aculturación”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (coordinadores), Hacer la historia, traducción
de Jem Canabes, 2a. ed., 3 v., Barcelona, Editorial Laia, 1985 (I. Nuevos problemas), p. 135-156;
Ignacio del Río, “Una propuesta de principios metodológicos para el estudio de los procesos
de aculturación”, en Alain Breton, Jean Pierre Berthe y Sylvie Lecoin (editores), Vingt études sur
le Mexique et le Guatemala. Réunies à la mémoire de Nicole Percheron, Toulouse, Francia, Université
de Toulouse-Le Mirail, 1992 (Collection Hespérides), p. 369-377; Mario Humberto Ruz, “Los
rostros de la resistencia. Los mayas ante el dominio hispano”, en María del Carmen León,
Mario Humberto Ruz y José Alejos García, Del katún al siglo. Tiempos de colonialismo y resistencia entre los mayas, México, CONACULTA, 1992 (Regiones); cap. 3, p. 85-162.
2
Sobre la cuestión de grupos étnicos y sus fronteras, véase Fredrik Barth (compilador),
Los grupos étnicos y sus fronteras. La organización social de las diferencias culturales, traducción de
Sergio Lugo Rendón, México, Fondo de Cultura Económica, 1976 (Sección de Obras de Antropología).
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
75
de marginalidad respecto del centro del país. Esto facilitó las condiciones autonomistas a través de las cuales la población indígena de la zona
se acostumbró a vivir con una presencia casi inexistente de las autoridades civiles y eclesiásticas. Durante buena parte de la época colonial
mexicana estos grupos étnicos lograron mantener márgenes de libertad e independencia comparables a los de otras regiones marginales,
como la Sierra del Nayar, la selva chiapaneca, algunas zonas de la
Mixteca, y buena parte de las sierras del sur y del norte del país. Los
continuados intentos de colonización y evangelización propiciaron una
fuerte transformación de los procesos originales y resultaron a la larga en una aculturación de diferentes grados entre los indígenas. Por
ello, para el siglo XVIII, era posible encontrar pueblos en la zona con
una historia de más de 200 años, en tanto que había otros que apenas
estaban en el proceso de su formación definitiva.
El arribo de los españoles a la comarca acentuó su carácter de frontera cultural, pues junto con ellos llegaron nuevos grupos otomíes y
nahuas, además de negros y otras castas. Esta zona marginal fue incluso “escondite” de portugueses que luego fueron acusados de judaizantes. Eran montes donde la presencia de las instituciones coloniales
era débil y la autonomía indígena evidente. Para lograr su incorporación definitiva al sistema colonial, durante el siglo XVIII fue necesaria
una intensa doble campaña, evangélica y militar a la vez, en la que la
intervención del coronel José de Escandón y del franciscano fernandino
fray Junípero Serra hicieron posible la exitosa congregación de importantes núcleos de pames. Sus mayores logros se concretaron en la zona
de Jalpan, donde refundaron definitivamente cinco misiones (Jalpan,
Landa, Tancoyol, Tilaco y Concá).4
La segunda mitad del siglo XVIII representó un periodo de intensos cambios y constantes enfrentamientos entre los pobladores indígenas y españoles de la Sierra Gorda. Fue un tiempo de profundas
transformaciones y del establecimiento de un nuevo mapa demográfico, económico y cultural en la comarca.
Entre los indios que habitaban la región era posible encontrar familias enteras que se negaban a reducirse en las congregaciones y se
apegaban a vivir de acuerdo con sus modelos tradicionales de asentamientos dispersos, en tanto que por otro lado era factible localizar
3
Una descripción de este proceso puede verse en Gerardo Lara Cisneros, “Resistencia y
rebelión en la Sierra Gorda durante el siglo XVIII. El Cristo Viejo de Xichú”, México (tesis de
licenciatura en Historia); UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, México, 1995, caps. 2, 3 y 4.
4
Véase Lino Gómez Canedo, Sierra Gorda. Un típico enclave misional en el centro de México, Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas, 1976 (Colección Ortega
Falkowska, 2).
76
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
indígenas que sabían leer y escribir, y además formaban parte de familias que tenían por tradición gobernar a sus comunidades con base en
los modelos de los cabildos impuestos por los españoles. Diferentes
tradiciones culturales se entremezclaban en esta zona, mesoamericanos, aridoamericanos, europeos y africanos hacían de ésta una región en donde los procesos de aculturación se caracterizaron por su
extrema longevidad y su alto grado de complejidad.5
En esta región hubo diversos momentos en los que el control colonial fue cuestionado por los habitantes indígenas; la oposición de los
indios a la presencia española se reflejó en los conflictos con los hacendados y comerciantes que se establecieron en la zona. Uno de los fenómenos más interesantes es que este contacto prolongado entre las
tradiciones indígena y española propició un proceso de aculturación,
en el cual los indios terminaron haciendo sus propias interpretaciones
de la cultura española. Como se verá más adelante, algunos líderes indígenas terminaron conociendo tan bien el sistema legal novohispano
que fueron capaces de emplear estratagemas y argucias legales en contra de sus, “en teoría”, dominadores para defender lo que ante los ojos
de algunas autoridades podían ser manifestaciones de disidencia política y social.
La historia de estos cerros también encierra pasajes desconocidos
que se alejan de la espectacularidad que rodea a los grandes personajes. Tal es el caso del pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios
(hoy Victoria, Guanajuato) en el occidente de Sierra Gorda. La historia de este pueblo conserva particularidades que nos invitan a reflexionar sobre el proceso de evangelización en los pueblos fronterizos y el
comportamiento de la cultura indígena en una zona marginal ante la
imposición del orden colonial. Aparte de estos, otros factores —como
la aridez del paisaje y lo malo y peligroso de los caminos— incidieron
para hacer del occidente de Sierra Gorda uno de esos puntos de la Nueva España donde el control imperial era bastante laxo. Es factible que
la falta de recursos para controlar a los indígenas del lugar no le dejaba más remedio a la Corona que permitirles ciertas libertades que en
otras circunstancias o en otro lugar tal vez no se hubieran concedido.
A mediados del siglo XVIII San Juan Bautista de Xichú de Indios
era un pueblo poco atractivo para los colonos, pues aunque había algunas minas cercanas no eran lo suficientemente ricas para atraer numerosos pobladores. Su tierra y clima en general eran demasiado áridos
5
Véase Gerardo Lara Cisneros, El cristianismo en el espejo indígena. Religiosidad en el Occidente de Sierra Gorda. Siglo XVIII, México, Archivo General de la Nación-Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 2001 (en prensa).
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
77
para representar un negocio rentable y atractivo a los ojos de los colonos. Era un poblado indígena dentro de una zona marginal que, en
1790, fue descrito como “muy infeliz”.6
Este “olvido” incidió en que Xichú fuera un espacio donde al menos hasta mediados del siglo XVIII, los indígenas vivieron con gran autonomía. Algunos acontecimientos apuntan en este sentido: el primero
fue el motín en San Luis de la Paz a raíz de la expulsión de los jesuitas;7 el segundo fue la aparición de una religiosidad indígena basada
en el culto de “hombres-dioses” en Xichú y San Luis de la Paz.8
Sobre la expulsión de los jesuitas es conveniente señalar que el levantamiento que se generó en San Luis de la Paz con tal motivo fue
uno entre la serie de motines populares en los que también destacaron
los escenificados en San Luis Potosí, Valladolid, Pátzcuaro, Uruapan y
Papantla.9 Estos disturbios populares propiciaron que las autoridades
coloniales tuvieran temores de una revuelta de mayores dimensiones,
razón por la que el visitador José de Gálvez, personaje principal en
dichos acontecimientos, tomó la decisión de reprimir con gran severidad cualquier desobediencia, delito o intento de subversión. El temor
de las autoridades ante una rebelión de grandes dimensiones se materializó en la orden de perseguir y castigar de manera ejemplar y severa
a cualquier cabecilla o delincuente que fuera detectado en el reino; en
especial si se localizaba cerca de alguna de las poblaciones en las que
se escenificaron los motines populares.
La distancia entre Xichú de Indios y San Luis de la Paz resultó ser
lo suficientemente corta como para que las medidas represivas afecta-
6
Aunque anónima, esta descripción posiblemente sea el borrador de un informe elaborado por el brigadier Pedro Ruiz Dávalos durante la inspección que realizó a las milicias
de Sierra Gorda por órdenes del virrey Revillagigedo entre 1787 y 1792. El documento fue
publicado por Lino Gómez Canedo, “La Sierra Gorda a fines del siglo XVIII. Diario de un
viaje de inspección a sus milicias”, en Historia Mexicana, El Colegio de México, v. XXVI, n. 1,
julio-septiembre de 1976, p. 148.
7
Véase Biblioteca Nacional de México (en adelante BNM), Fondo de origen, manuscritos,
v. 1031. Descripción y consideraciones sobre este asunto se pueden encontrar en Luis Navarro García, “El virrey de Croix”, en José Antonio Calderón Quijano (dirección y estudio preliminar), Los virreyes de la Nueva España en el reinado de Carlos III, 2 v., Sevilla, Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, 1967 (Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla), v. 1, p. 159-382 —en particular capítulo VI—. El asunto también ha sido
trabajado en Lara Cisneros, El cristianismo..., caps. III y IV.
8
Véase Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión...”, cap. 6, y El cristianismo..., caps. IV y V.
9
Véase Navarro García, op. cit. Estudios más recientes se deben a la pluma de Felipe
Castro Gutiérrez; véase Movimientos populares en Nueva España. Michoacán, 1766-1767, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990 (Serie Historia Novohispana, 44),
y Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, El Colegio de Michoacán-Universidad Nacional Autónoma de México, 1996.
78
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ran de manera considerable los ritmos de vida en el pequeño poblado
de indios. Así fue como los ojos de la burocracia estatal y sus mecanismos represivos posaron la mirada en el hasta entonces casi olvidado
Xichú de Indios. Estas condiciones influyeron en el endurecimiento
de las normas aplicadas a los indios de Sierra Gorda, en especial en
las cercanías de San Luis de la Paz; al mismo tiempo, es posible afirmar que dichas razones inflamaron el espíritu interventor del Estado
borbónico en Sierra Gorda y, por ende, fueron algunas de las causas
por las que la relativa estabilidad en que Xichú de Indios vivió durante
décadas se rompió en la segunda mitad del siglo XVIII.
La paranoica búsqueda de culpables que emprendió Gálvez en las
zonas cercanas a los focos de los levantamientos de 1767 trajo como
resultado una buena cantidad de procesos criminales. Sucesos que nos
hacen un trazo de perfil de lo que a la autoridad reformista le preocupaba reprimir, y por ende un dibujo de lo que en esos momentos el
gobierno novohispano, como parte del Estado borbónico español, consideraba disidencia y a quién y por qué se les podía considerar o acusar de disidentes. Es así que en la documentación producto de las
pesquisas judiciales salieron a la luz delincuentes comunes, líderes autonomistas y personajes carismáticos, que la Corona se preocupó de
someter. De esta manera, la existencia de una religiosidad heterodoxa
entre los habitantes indígenas de Xichú de Indios se hizo visible. Al
poner en práctica sus afanes controladores, las autoridades coloniales
se percataron de que los indígenas de Xichú practicaban una versión
muy poco ortodoxa del cristianismo.
La religiosidad practicada por los indígenas de Xichú de Indios fue
considerada herética y sus líderes y practicantes fueron perseguidos y
reprimidos. El castigo del líder —quien se hacía llamar el “Cristo Viejo”— y de sus adeptos fue otro de los factores que rompió la relativa
estabilidad reinante entre los vecinos del occidente de Sierra Gorda en
la segunda mitad del siglo XVIII. Por lo mismo es posible afirmar que
el descubrimiento de la herejía entre los habitantes de Xichú de Indios
fue una de las causas que motivaron la intervención estatal en la vida
del remoto pueblo serragordano.
Estos sucesos sugieren que hasta antes del motín de San Luis de la
Paz, en 1767, a las autoridades novohispanas no les preocupaba demasiado ejercer un control estricto sobre regiones que tal vez les parecieran muy pobres o lejanas, como podía ser el caso de Sierra Gorda o
de Xichú de Indios en particular. Por otro lado, tal vez las autoridades
novohispanas pensaran que invertir recursos para controlar regiones
inhóspitas y poco productivas como Sierra Gorda era un gasto excesivo que no estaban dispuestas a mantener, o bien que quizás no tenían
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
79
la capacidad material de hacerlo. Hasta mediados del siglo XVIII, al
gobierno español le resultaba más rentable mantener a esas zonas en
condiciones de marginalidad ya que, al fin y al cabo, si no eran capaces de generar grandes ganancias a la Corona tampoco le ocasionarían gastos fuertes. Es decir, era preferible un estancamiento u “olvido”
prolongado que una zona bien controlada a costa de onerosas inversiones económicas.
El impulso represor y controlador del Estado borbónico propició
no sólo la aparición pública de manifestaciones culturales subterráneas, como el cristianismo heterodoxo del “Cristo Viejo de Xichú”, sino
que además sacó a la luz las actividades subversivas de líderes políticos disidentes indígenas. El primer caso fue el de Felipe González, un
líder antiespañol y autonomista de la década de 1760; el segundo, el
del caudillo Leonardo Ramírez a fines de la década de 1770. Este trabajo se ocupará de ambos.
Felipe González: la disidencia como construcción del poder
En 1767-1769 los disturbios que se habían desarrollado durante 40 años
en Xichú de Indios llegaron a su punto más alto. La población presenció las diligencias judiciales que el alcalde mayor de San Luis de la
Paz, Juan Antonio de la Barreda, efectuó a raíz de las denuncias del
cura y juez eclesiástico de Xichú, Joseph Diana.10
El 21 de julio de 1768, el bachiller Joseph Diana acusó a sus feligreses indígenas de cometer múltiples ofensas entre las que se contaban insultos y agresiones en contra de él y otros vecinos españoles;
además, decía que se oponían a cualquier cambio material en el templo
—como la pintura y arreglo de techos y bóvedas— y, en especial, a la
renovación de imágenes. Diana los acusaba de negarse a pagar los aranceles parroquiales promovidos por el arzobispo Lorenzana en 1767,11 y
aun de agredir física y verbalmente a las autoridades eclesiásticas y civiles. Se hacía hincapié en la poca disposición de los indios para colaborar con cualquier autoridad que no emanara de entre ellos mismos.
La queja se presentó en el momento en que la atención de las autoridades estaba puesta en la zona, pues los indígenas de San Luis de
Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Criminal, v. 305, exp. 27, f. 70r-72v.
AGN, Bandos, v. 6, exp. 32, f. 82, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; Bandos, v. 6, exp. 77, f. 265-274, “Bando
para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; y Bandos, v. 6, exp. 87, f. 391, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio
de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México.
10
11
80
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
la Paz habían escenificado un motín al intentar impedir la expulsión
jesuita. El visitador Gálvez dispuso atender con rapidez y severidad
cualquier desorden que se presentara en la comarca, y dictó órdenes
para que Felipe González fuera procesado. Por eso, De la Barreda inició una indagatoria expedita en la que ordenaba capturar al cabecilla
del motín de San Luis de la Paz: Juan Ignacio de Aguilar,12 y junto con
dicha disposición ordenó la captura de González y sus secuaces a la
brevedad posible.13 Sin el motín de San Luis de la Paz difícilmente se
hubieran preocupado las autoridades coloniales por perseguir con el
mismo ahínco y celeridad a personajes como Felipe González.
Desde el principio, la investigación hizo evidente que los indígenas
de Xichú venían protagonizando ataques contra sus escasos vecinos españoles desde años antes. Su principal blanco fueron los representantes
de la Iglesia, primero frailes franciscanos y desde 1751 curas seculares.
Estos conflictos se desarrollaron por una doble vía: un movimiento
antiespañol, encabezado por varios de los principales del pueblo agrupados en torno del cabildo indígena; y por otro, una herejía que condujo a la formación de una ritualidad opuesta a la oficial, en la que
destacaba la participación de un grupo de mujeres.
Felipe González tenía cierta influencia sobre la población xichuense, pues no sólo era el gobernador del cabildo, sino que fue escribano
y había enviado a las autoridades algunos escritos en contra de los curas del lugar. Al parecer, González era heredero de una tradición familiar de rebeldía, pues los testigos declararon que desde años antes su
padre —Pascual González— había protagonizado varios incidentes violentos parecidos a los que ahora llevaba a cabo su hijo.14 El blanco de
sus ataques eran los españoles avecindados en el pueblo, especialmente
si éstos eran prósperos comerciantes, hacendados o curas. Incluso llegó
a humillar públicamente a las autoridades que intentaron poner fin a
sus prácticas. Es claro que González no estaba solo, ni era el iniciador
del movimiento. Más bien era continuador de una tradición entre las
familias notables de Xichú, quienes agrupadas en el cabildo habían logrado manejarse con relativa autonomía ante las autoridades españolas. Ejemplos de estos ataques abundan, como el caso en contra de fray
Blas de Aguilar, quien al tratar de proteger a una vecina española de
12
Juan Ignacio Aguilar y Morales fue identificado como uno de los principales cabecillas de la revuelta de 1767 en San Luis de la Paz. La información sobre su proceso judicial
puede ser consultada en la BNM, Fondo de origen, manuscritos, v. 1031.
13
AGN, Criminal, v. 305, exp. 27, “Carta del visitador general de la Nueva España, don
José de Gálvez al alcalde de San Luis de la Paz, Juan Antonio de la Barreda”, 5 de marzo de
1768, f. 76v.
14
AGN, Criminal, v. 305, exp. 27.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
81
los ataques de los indios, él mismo fue objeto de la furia de los naturales. Fray Blas de Aguilar sufrió el embate de Pascual González —padre
del gobernador indígena Felipe González—, quién intentó darle de
garrotazos. Aguilar se salvó de mayores contratiempos gracias a que el
español Carlos García lo protegió con un sable en la mano.15
Fray Joseph María, quien era ayudante de fray Blas de Aguilar, también fue objeto de maltratos que lo obligaron a abandonar el pueblo
junto con su superior.16 Episodios como éste le tocaron vivir a fray Juan
Chirinos, sucesor de Aguilar, quien tuvo que soportar una turba de mujeres que le arañaron y estuvieron a punto de estrangularlo.17 Luego de
la secularización, el turno correspondió al padre Mariano Rodríguez;18
lo peor fue contra don Miguel de los Ángeles, a quien acusaron de vivir amancebado19 y por lo cual intentaron quemar las casas curales.20
Este sacerdote inició un proceso penal contra sus agresores y pidió que
fueran conducidos a un obraje de castigo. Para lograr su cometido se
trasladó a la ciudad de México, donde finalmente murió sin lograr su
objetivo.21
Las mujeres tuvieron una destacada participación en estos procesos. Al parecer fueron ellas las que comenzaban los ataques, arañaban
y agredían a los clérigos. Su combatividad era una constante en las declaraciones de los testigos interrogados en la investigación emprendida
por De la Barreda. Destacó la participación de un grupo al que por sus
vínculos familiares con el escribano de república Antonio Chamorro
—uno de los principales cabecillas— se les llamó “las chamorras”.22
Los ataques en contra de Joseph Diana se presentaron cuando éste
intentó hacer lo que él consideró mejoras materiales al templo; sin embargo, la opinión de los indios era contraria. El padre Diana había levantado a su costa un colateral con la advocación de Nuestra Señora
de la Luz, además había blanqueado y pintado el templo, y había mandado a hacer, y vestir, una imagen de Nuestra Señora de los Dolores al
igual que unas tallas de siete ángeles y una urna para el Santo Entierro de Cristo.23 También criticaba a las imágenes que había en el tem-
15
Ibidem, “Declaración de don Carlos García, español”, f. 84-84v. En este documento se
narran los ataques en contra del franciscano.
16
Ibidem, f. 82v.
17
Ibidem, f. 94v.
18
Ibidem, f. 97v.
19
AGN, Bienes Nacionales, exp. 11, 14 y 88.
20
AGN, Criminal, v. 305, exp. 27, f. 85.
21
Ibidem, f. 97.
22
Ibidem, f. 77v.
23
Ibidem, f. 78-78v.
82
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
plo por considerar que eran “santos antiguos [que causaban] irrisión y
muchísima irreverencia y ninguna devoción.” 24
Es posible que el padre emprendiera las modificaciones sin consultar entre los indios, por lo que Diana sufrió los embates indígenas
cuando intentó sustituir la imagen de Nuestra Señora de los Dolores
porque decía que causaba mucha “irreverencia”, y en 1768 se vio precisado a ceder ante las exigencias o demandas indígenas.25 Así, en el
domingo de Pascua de Resurrección se levantó un alboroto de “indios
e indias y el gobernador”, que tenía como intención evitar la sustitución de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores. En dicho evento
por poco asesinan al cura pues fueron las mujeres quienes le arañaron
y casi le ahorcaron, “arañándole sin causa, y metiéndole casi los dedos
por los ojos, tratándole con mil vituperios”; al final el cura argumentó
que la sustitución de la virgen era necesaria por “la ninguna devoción
que causaban, por ser como son a la verdad muy extraños y ridículos”.26 El agravamiento de esta situación se presentó al intentar imponer el cobro de los nuevos aranceles eclesiásticos impulsados por el
arzobispo Lorenzana en 1767.27
La desconfianza que los xichuenses tenían contra sus clérigos fue
expresada por el gobernador Agustín del Prado así: “todos los curas
pasados y el presente [Joseph Diana], eran amigos de arañar haciendo
señas con las manos y dedos con grande [a]vilantés.”28 El hostigamiento
no sólo se dirigía en contra de los curas párrocos tanto regulares como
seculares, sino también de los vecinos españoles, en especial si éstos
eran prósperos comerciantes o terratenientes. Cuando los indios intentaban expulsar a algún español de su pueblo o de sus inmediaciones, empezaban por insultarlo y agredirlo físicamente. Entonces, el
insulto más frecuente era el de “perro negro mulato”. Además, se hacía mención específica de que el pueblo de Xichú de Indios era precisamente de indios y no de españoles, por lo que éstos no eran bien
24
Ibidem.
Ibidem, f. 85-85v.
26
Ibidem.
27
AGN, Bandos, v. 6, exp. 32, f. 82, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; Bandos, v. 6, exp. 77, f. 265-274, “Bando
para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; y Bandos, v. 6, exp. 87, f. 391, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio
de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; además Criminal, v. 305, exp. 21, f. 5; f. 8282v. Comentarios interesantes con respecto del arancel de 1767 se pueden encontrar en
William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, 2 v.,
trad. de Óscar Mazín y Paul Kersey, México, El Colegio de México-Secretaría de Gobernación-El Colegio de Michoacán, 1999 (Colección Investigaciones), v. 2, p. 634-643.
28
Ibidem, f. 82v.
25
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
83
vistos ni recibidos y que debían abandonar el pueblo.29 Felipe González
era el cabecilla principal, por lo que fue el primer blanco de la represión.30 Durante la investigación resultó que ya existía una orden de
aprehensión girada en contra de González, y que éste ya era considerado fugitivo.31
González se había desempeñado como maestro de primeras letras
en Santa María Amealco, pueblo otomí cercano a San Juan del Río.32
Un testigo señaló que González era el autor de diversos escritos en contra de los clérigos de Xichú que habían sido dirigidos al arzobispo de
México.33 También se decía que intentaba atraer a los indios de los cercanos poblados de Tierra Blanca, Santa Catarina y Cieneguilla.34 Era
un hombre astuto que tenía contactos en una parte importante de Sierra Gorda y aun fuera de ella, pues sus redes se extendían incluso hasta San Juan del Río, en la zona del Bajío.
Una condición hacía diferente a González: sabía leer y escribir. Al
estar alfabetizado, poseía un conocimiento que le debió haber conferido un importante prestigio social, controlar un saber especial le otorgaba una condición de iniciado pues al mismo tiempo que compartía
los valores y estructuras de pensamiento indígenas también tenía cercanía con los valores y estructuras de pensamiento hispanas, o por lo
menos mestizas. Su condición de maestro (un agente de modificación
cultural) favorecía su control sobre la población, en particular sobre
los niños, y le vindicaba como un importante puente de aculturación y
transformación cultural. La preparación de González lo hacía un mediador cultural, su capacidad de leer y escribir, su pertenencia a una
familia principal, y formar parte de los órganos de gobierno locales fueron elementos que le proporcionaron la seguridad suficiente como para
atreverse a encabezar un movimiento autonomista.35 La pretendida autonomía que González quería para el pueblo de San Juan Bautista de
Xichú de Indios consistía en la libertad de elegir a sus autoridades civiles sin injerencia alguna de gente que no fuera de la localidad, ade-
Ibidem, f. 101v.
Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión...”, p. 216.
31
AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, “Declaración de don Juan de Sotomayor”, f. 80.
32
Ibidem, f. 114.
33
Ibidem, f. 80.
34
Ibidem, f. 86.
35
Sobre el asunto de los impulsos autonomistas de las comunidades rurales en Nueva
España puede consultarse: Eric van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza, 1992 (Raíces y razones);
William B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1987 (Sección de obras de historia).
29
30
84
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
más de intervenir de forma directa en las decisiones que afectaran al
templo, y de forma especial en la construcción de una versión de cristianismo propia.
En su discurso y su acción González empleaba recursos y argumentos aprendidos de los españoles; él, como muchos otros indios, sabía que para enfrentar de manera exitosa a los hispanos tenía que usar
su misma lógica. El contacto que este líder indio había tenido con la
cultura occidental le habían llevado a conocer y emplear sus valores,
pero atacó abiertamente sus jerarquías, es decir que aceptó sus valores mas no sus roles sociales. Esta condición fortaleció su papel de
puente cultural y al mismo tiempo definió su actitud disidente ante los
ojos del poder novohispano. Para los españoles González mantenía una
actitud políticamente subversiva, una actitud disidente. En contraste,
ante la mirada de los indios, González era un líder de opinión y de
conciencia pues era depositario de la tradicional autonomía xichuense.
Este episodio fue resultado de los renovados impulsos del mundo
occidental por irrumpir en la tradición local de Xichú. Podría pensarse que González tan sólo era la cabeza visible de una tradición autonomista sostenida por las familias de principales en Xichú, quienes
por generaciones controlaron el cabildo local.36 Era un movimiento
guiado por las personas que detentaban el poder en el pueblo, un grupo de notables que se rotaba los puestos políticos locales.
Dentro de este marco disidente hay que recordar la existencia de
una religiosidad herética en Xichú. En sus ceremonias, los indios
de Xichú celebraban misas en las que oficiaba un personaje que se
hacía llamar “El Cristo Viejo”, quien era un indio de nombre Francisco Andrés y se le atribuían poderes sobrenaturales. Al oficiar sus misas, Andrés empleaba tortillas en lugar de hostias y en lugar de vino
usaba el agua de los baños rituales a los que se sometía con frecuencia. Sus seguidoras eran mujeres y de Andrés se decía que se creía
Dios.37 Francisco Andrés concentraba el poder del sentimiento religioso local, actitud que le hizo competir con los diferentes representantes
de la Iglesia católica, primero con los misioneros franciscanos y con
los curas seculares después. El “Cristo Viejo” era el vínculo entre el
poder divino y lo humano. Era un hombre-dios que personificaba a
Cristo y al Dios Viejo al mismo tiempo. El “Cristo Viejo” era la cara
36
Entre estos personajes se encontraban: Felipe González, Francisco Andrés, Eugenio
García, Joseph Ignacio Santos, Pedro de Doña María, Agustín del Prado, Antonio Chamorro,
Bernardo de la Cruz, Ramón Domingo Ramírez y Antonio Justo.
37
El caso del “Cristo Viejo” de Xichú ha sido estudiado a detalle en Lara Cisneros,
“Resistencia y rebelión...”, cap. 6; un análisis general de la religiosidad indígena en Sierra
Gorda puede consultarse en Lara Cisneros, El cristianismo...
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
85
religiosa de una disidencia que tendría en el indio Felipe González su
expresión política y social. Ambos líderes participaron de un mismo
asunto aunque a través de vías diferentes. Como líder espiritual, el
“Cristo Viejo” equilibraba el balance del poder político de González.
Es posible que cuando las investigaciones comenzaron, el movimiento de González estuviera en vías de formar una organización que
rebasara el nivel inmediato. Varios testigos declararon que González
aprovechaba su cargo para recabar fondos y promover la rebeldía entre las comunidades cercanas y/o dependientes de Xichú de Indios.
Resulta plausible especular que las condiciones de periferia y marginalidad que privaron en Xichú durante muchos años fueron el medio
propicio para que González y su grupo fermentaran la idea de mayor
autonomía ante el gobierno virreinal. ¿Aspiraba Felipe González a construir una organización regional cuya finalidad era invertir los roles sociales? Esta es una pregunta cuya respuesta parece afirmativa; no resulta
lejana la posibilidad de que González formara parte de una nueva clase
de notables indígenas que, gracias a las políticas borbónicas —entre
las que se incluía la instrucción escolar— habían tenido la oportunidad de acercarse y ver desde adentro la cultura occidental gracias a la
educación recibida. Según Gruzinski, eran una nueva clase de notables indígenas “ilustrados”.38
El discurso disidente de González y seguidores se oponía a la intervención de autoridades civiles y eclesiásticas foráneas en los asuntos locales; no se negaba la validez de las instituciones, sino de los
individuos que ellos consideraban ajenos. En contraste, se apuntaba a
la idea de que los indios de la localidad detentaran el poder político,
religioso y económico. Al pretender que los indios ocuparan el lugar
de los españoles y que éstos pasaran a desempeñar el lugar de los indios sugería una inversión de la jerarquía social. Era una especie de
utopía de lo inverso: una inversión de roles. Es decir, indios notables
que intentaron presentar una respuesta alternativa ante la dominación
colonial, indios notables que al “occidentalizarse” pretendieron “obligar a los españoles a reconocer la supremacía indígena y a someterse a
la manera en que esos indios conciben la divinidad, las relaciones sociales y políticas, el espacio y el sentido de la historia”.39 Felipe González
no fue el inventor de tales quimeras, pero sí fue miembro de una gene-
38
Serge Gruzinski, “La segunda aculturación: el estado ilustrado y la religiosidad indígena en Nueva España (1775-1800)”, en Estudios de Historia Novohispana, UNAM, Instituto de
Investigaciones Históricas, v. VIII, 1985, p. 175-201.
39
Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización
en el México español. Siglo XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991; p. 256.
86
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ración que recogió el sentir de muchas generaciones precedentes y que
a través de su función de maestro intentó amalgamar el sentir de sus
padres y abuelos para transmitirlo a las nuevas generaciones.
A principios de septiembre de 1768, y con la finalidad de detener a
González, al “Cristo Viejo” y a sus allegados, el alcalde mayor De la
Barreda reunió a un grupo de militares entre los que destacaba el teniente Galván. Así, reunidos en la hacienda de Pozos —localizada muy
cerca de San Luis de la Paz—, De la Barreda y Galván fraguaron un
proyecto para atrapar a los acusados. El plan consistía en reunir a los
miembros del cabildo de Xichú en la casa de Galván —quien vivía en
Xichú— bajo el pretexto de tomar cuentas al comisario y allí prenderlos a todos por sorpresa. Para alcanzar el éxito contaron con el apoyo
de unos treinta hombres armados que se reunieron en la hacienda de
Palmillas y luego, ya en Xichú, se escondieron en lugares estratégicos
alrededor de la casa de Galván y en su interior cuidando puertas, ventanas y el corral. Para evitar algún imprevisto, el 2 de septiembre De la
Barreda juntó a sus capitanes y les mandó vigilar los caminos que comunicaban al pueblo.40
Aunque el plan funcionó de manera exitosa, no fue el golpe maestro que se esperaba, pues los dos líderes principales no cayeron en la
trampa. El “Cristo Viejo” se dirigía a la cita y extrañamente, de manera
repentina, decidió alejarse del lugar; tal vez alguien le dio aviso del engaño o quizás alguna extraña premonición le advirtió sobre la celada.
La verdad tal vez nunca la conoceremos. Hasta donde sabemos, el “Cristo
Viejo” nunca fue capturado.41 Felipe González, el otro líder principal,
tampoco fue aprehendido, aunque eso no se debió a algún golpe de suerte o a su sagacidad, sino a que en esos días se encontraba en el pueblo
otomí de Santa María Amealco, donde trabajaba, como se ha señalado
antes, como maestro de escuela. Desde el 2 de septiembre De la Barreda
sabía eso y giró instrucciones para capturarlo antes de que se enterara
de lo que pasaría con sus compañeros. Así despachó a don Rafael Galván
con las instrucciones y documentación pertinente para tomar prisionero a González. Galván se dirigió a Querétaro, Santa María Amealco y
San Juan del Río. El arresto de González lo llevaron a cabo las autoridades de San Juan del Río, quienes, cumpliendo con el encargo de De
la Barreda, condujeron al prisionero hasta Xichú de Indios.
Al final, los prisioneros principales —Felipe González, Eugenio
García y Antonio Chamorro— fueron enviados con colleras de madera
40
41
AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, f. 109v-110r.
Ibidem, f. 109r-112r.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
87
al destierro y condenados a practicar trabajos forzados en la lejana
fortaleza de San Blas.42 A otros —Pedro de Doña María, Bernardo de
la Cruz, Ramón Domingo Ramírez y Antonio Justo— se les condenó al
destierro perpetuo en distancia de 20 leguas, con la advertencia que de
romperlo serían enviados a servicio forzoso en San Blas por diez años.43
Aunque el “Cristo Viejo” nunca fue capturado, fue calificado de enfermo mental y condenado en ausencia a asistir por dos años al hospital
para dementes de San Hipólito, en la ciudad de México. La recomendación fue observar su conducta a fin de evaluar su estado mental y determinar si merecía o no la libertad o, en su caso si era necesario tomar
alguna otra providencia.44
A pesar de que González tenía varios años practicando sus ataques
en contra de autoridades y vecinos españoles, no fue sino hasta después de los disturbios de 1767 que la paranoia gubernamental decidió
reprimirlo, porque entonces le consideraron peligroso, disidente. Fueron dichas circunstancias las que propiciaron que quienes representaban el poder político novohispano se sintieran amenazados y decidieran
que González no podía ser tolerado: ese es un ejemplo de cómo la disidencia se construye desde el poder.
Leonardo Ramírez: la relatividad de la disidencia
Después del episodio de Felipe González y del “Cristo Viejo”, el pueblo
de Xichú y su comarca siguieron siendo escenario de disturbios y agitaciones sociales. Aunque a finales de la década de 1760 los líderes indígenas de Xichú fueron reprimidos, las precondiciones que hicieron
factible su surgimiento se mantuvieron y produjeron nuevos pasajes
de agitaciones. Ejemplo de esta continuidad en las disidencias fue el
caso de Leonardo Ramírez, caudillo de las tres congregaciones pames
de San José de Linares, San Fernando de Linares de Arroyo Zarco, y de
San Gabriel de Linares de Corral de Piedras, dependientes del pueblo
de San Juan Bautista de Xichú de Indios.
42
Ibidem, f. 117r. Sobre la fortaleza de San Blas se puede decir que formaba parte del
sistema de fortificaciones de defensa que el propio visitador José de Gálvez impulsó como
parte importante en su programa de reformas. Véase José Antonio Calderón Quijano, Las
fortificaciones españolas en América y Filipinas, prólogo de Ramón María Serrera, Madrid, Editorial MAPFRE, 1996 (Colección Armas y América), p. 141-145; así como Historia de las
fortificaciones en Nueva España, prólogo de Diego Angulo Íñiguez, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1953 (Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, LX).
43
AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, f. 107r-107v.
44
Ibidem, f. 106r-106v.
88
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
A fines de la década de 1770 cayó una verdadera cascada de acusaciones sobre el caudillo Leonardo Ramírez. Los agravios que se le imputaban eran de múltiples tipos y diversa gravedad, iban del terreno
moral al político y judicial; se le señalaba como responsable de: imponer su voluntad en la designación de los miembros del cabildo; de confrontar la autoridad del capitán protector de indios Lorenzo de Lara;
de estar coludido con ladrones locales; de cobrar contribuciones a los
indios con la finalidad de un “beneficio común”; de aprovecharse de
su autoridad para abusar de las jóvenes próximas a casarse y que eran
“depositadas” en su casa; de imponer su voluntad sobre las decisiones
de la población de su comunidad; de incitar al motín y de imponer su
autoridad por la fuerza haciendo uso de la violencia en contra de quien
se opusiera a sus decisiones.45
Las actividades disidentes que se le atribuían a Leonardo Ramírez
hacían ver a su antecesor —tal vez maestro— Felipe González casi
como un principiante en lo referente al manejo de los ámbitos burocráticos de la Nueva España. Sin embargo, una diferencia entre ambos era
evidente: el discurso de González tenía claros matices antiespañoles y
autonomistas, en tanto que en el caso de Ramírez existían los dos elementos, pero los tintes eran más autonomistas que antiespañoles. Otro
elemento diferente era que con Ramírez no había el sentimiento anticlerical que guió a González; además, en el caso de 1781 no se tiene conocimiento de un líder carismático con características similares a las
del “Cristo Viejo”.
Por otro lado —y de mayor trascendencia que las diferencias— se
pueden encontrar ciertas continuidades. En primer lugar, es conveniente señalar que el actuar de González tal vez representó un periodo de
aprendizaje para Ramírez y los suyos. Al analizar el obrar de unos y
otros pueden reconocerse ciertos paralelismos, como el respaldo en la
comunidad, el empleo de recursos legales en su argumentación de defensa, o su vinculación con los cabildos locales. Asimismo, no hay que
olvidar que los dos líderes formaron parte de las familias más importantes de la localidad. En ambos casos están implicados familiares directos de los líderes: junto con González se menciona a su padre, y en el
caso de Ramírez a su hijo. La vinculación entre los dos movimientos es
clara, tanto que en los interrogatorios realizados durante el proceso de
Ramírez varios testigos mencionaron como referencia los disturbios
45
AGN, Provincias Internas, v. 130, exp. 2, 1781, “Autos sobre capítulos formados por los
indios de San Juan Bautista de Xichú contra Leonardo Ramírez”; y AGN, Provincias Internas,
v. 129, exp. 4, 11 de noviembre de 1785, “Instancia de Leonardo Ramírez, cabo de las misiones del Xichú. Sobre que se le conceda su retiro”.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
89
en los que participó González o alguno de sus hombres. Al final queda
la impresión de que Ramírez aprovechó la experiencia de González
para tratar de eliminar sus errores y perfeccionar o evitar sus fallos.
En cierto sentido fue un proceso de mejoramiento en la tradición de
autonomía, y ya para esas alturas el perfeccionamiento de una tradición de disidencia política en el que el elemento religioso resultaba
estorboso.
El 12 de enero de 1779 el capitán protector de indios46 de Sierra
Gorda con residencia en Xichú de Indios, don Lorenzo de Lara, denunció al caudillo Leonardo Ramírez, por diversas razones. Las más
sobresalientes eran que impedía las elecciones del cabildo local al imponer a quien él deseaba en los cargos importantes, así como las agresiones que profería en contra del propio capitán protector. En su
denuncia, Lara hacía recuento de los agravios que desde tiempo atrás
el caudillo venía protagonizando en la población. En su escrito, Lara
decía ser de edad avanzada y encontrarse enfermo, razones que le impedían ejercer acciones legales en contra del acusado; por esta causa
el teniente de capitán don Joseph de Cos fue comisionado para efectuar las indagatorias pertinentes.
En primera instancia el virrey Bucareli y Ursúa dispuso que Lara
procediera a nombrar un nuevo caudillo y que pronto se pusiera a resguardo al indio Leonardo Ramírez. Para ello Lara mandó llamar a
Ramírez, pero éste se negó a responder en repetidas ocasiones. Ramírez
estaba dispuesto a dar la batalla en el terreno legal o en el que fuera, y
una de sus primeras acciones fue nombrar un nuevo cabildo e informar de ello mediante carta al capitán Lara; aunque Ramírez no sabía
leer ni escribir —otra diferencia con respecto de González— tenía conocimiento de que para que el nuevo cabildo fuera legítimo debía seguir el procedimiento legal que incluía contar con la aprobación del
capitán protector de indios. La respuesta fue una orden para realizar
nuevas elecciones bajo la supervisión de uno de los hombres de confianza de Lara, el teniente Cos. Ante el temor de una insurrección de
mayores proporciones, otro funcionario había tomado cartas en el
asunto; se trataba del subteniente de capitán Francisco Barbero, co46
El cargo de “capitán protector de indios” en realidad era un puesto para controlar
todo lo vinculado a las necesidades, estabilidad y seguridad de las zonas donde había congregaciones indígenas. En realidad la labor de los capitanes protectores de indios muchas
veces resultaron nefastas para la población indígena, pues los detentadores de dichos cargos
con frecuencia abusaban de su posición para enriquecerse a costa de los recursos naturales
propiedad de sus “protegidos indios”, o bien a costa de la mano de obra de los naturales. En
todo caso, la labor de estos personajes también fue la de agentes de aculturación, pues al
igual que los maestros fueron agentes del cambio cultural.
90
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
mandante de las compañías de caballería miliciana en la Sierra Gorda
y sus presidios y fronteras, quien residía en la población de Cadereyta
(hoy Estado de Querétaro), y cuya autoridad estaba por arriba de la de
Lara. La participación de Barbero sería determinante pues, como se
verá a continuación, él fue quien se encargó de ordenar las investigaciones finales y además era una autoridad real que mediaba en el conflicto
entre una autoridad indígena, el caudillo Ramírez, y otra autoridad real,
el capitán Lara.
Con la llegada de Cos a Xichú, Ramírez buscó refugio en el interior de las casas curales, razón por la que Cos solicitó apoyo militar.
Para evitar una confrontación mayor el cura párroco fungió como mediador y se realizó una junta en el edificio que servía de refugio al acusado. En la reunión, Ramírez negó todas las acusaciones y se mostró
muy violento, aunque mediante la intervención del cura terminó ofreciendo disculpas y diciendo estar arrepentido de sus actos, por ello el
capitán Lara otorgó su perdón y aceptó las elecciones que el caudillo
había presidido.47
Hasta aquí, todo pareciera ser un asunto menor; sin embargo, el 7
de abril de 1779 se acumuló una nueva acusación contra Ramírez, en
esta ocasión fue por los escándalos que protagonizó durante las fiestas
de Semana Santa. Ahora se le culpaba de golpear al indio Martín de
Mata. Esto sólo fue el pretexto para que emergieran de nuevo las acusaciones en contra de Ramírez. Entre los nuevos cargos, se decía que se
apropiaba de las rentas de las tierras de las misiones, se aprovechaba de
las muchachas que eran depositadas en su casa, y de cobrar el trabajo
que los indios de las misiones hacían en las haciendas cercanas. Se pedía además la destitución del caudillo y la imposición de uno nuevo.48
El resultado fue que Barbero emitió una nueva orden de aprehensión en contra de Ramírez, tarea que le tocó cumplir al capitán Joseph
de Cos.49 Al mismo tiempo se presentó una nueva acusación en la que
se le culpaba de proteger a unos salteadores de caminos que operaban
en las inmediaciones de Xichú, así como de oponerse a la entrada de
gente que no fuera del poblado.50 Sin embargo, al momento de querer
tomar preso al caudillo Ramírez, éste amenazó con organizar un motín y levantar a la gente en contra de los oficiales que lo buscaban,
para luego refugiarse de nueva cuenta en las casas curales.51
47
AGN, Provincias Internas, v. 130, exp. 2, 1781, “Autos sobre capítulos formados por los
indios de San Juan Bautista de Xichú contra Leonardo Ramírez”: f. 88r-90v.
48
Ibidem, f. 92r-94r.
49
Ibidem, f. 94v-95r.
50
Ibidem, f. 96r-97v.
51
Ibidem, f. 105r-105v.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
91
La nueva investigación conducida por Barbero arrojó testimonios
en los que se vinculaba a Ramírez con los disturbios que años antes se
habían escenificado en contra de los representantes de la Iglesia en el
pueblo, en especial en contra de fray Antonio Chirinos. Ahora se acusaba al caudillo de llegar incluso a abofetear al capitán Lara y de
manotearle en la cara al cura párroco. Los intentos de aprehenderlo
fueron en vano pues Lara y sus hombres no contaban con los soldados
suficientes para llevar a cabo su cometido con seguridad. Ante la imposibilidad de capturarlo optaron, aunque fuera momentáneamente,
por tolerar su impunidad, concretándose tan sólo con removerlo de su
nombramiento de caudillo.52
Para apresar a Ramírez, el capitán Barbero ideó un ingenioso plan.
Primero le hizo creer que sus alegatos habían surtido efecto y que era
declarado inocente. Luego esperó un tiempo para que tomara confianza, y como hacía poco una epidemia de viruela había azotado la región, le solicitó un censo de las congregaciones. Una vez terminado el
censo le pidió que se lo llevara hasta Cadereyta, lugar en el que Barbero residía. Rodríguez cayó en la trampa y fue hecho prisionero en aquel
pueblo, lejos de la protección de su gente.53
Como siempre, en su declaración, el caudillo negó todos los cargos.54 Entonces comenzó un juicio en el que Rodríguez nombró como
su defensor a don José Joaquín Santana,55 un español que resultó ser
un extraordinario abogado, el cual, a través de argucias legales, ganó
tiempo para preparar la defensa y luego alegó parcialidad en la investigación previa. Pidió citar a nuevos testigos y logró que el proceso regresara a Xichú, donde podrían ejercer mayor presión para liberar a
su defendido.56 Allá los testigos todos fueron favorables a Rodríguez,
incluso el testimonio del cura local. Uno a uno fue invalidando las acusaciones de sus oponentes, y nunca hubo un fiscal o parte acusadora
que se le opusiera.57
Una vez terminadas las indagatorias el expediente fue enviado a
Cadereyta, donde el capitán Barbero recibió el expediente y a su vez lo
envió a sus superiores en la ciudad de México. El resultado final fue la
libertad del reo, y no sólo eso, sino la reprimenda en contra de sus
acusadores. Incluso se obligó al capitán Lara a pagar todos los costos
Ibidem, f. 106v-112v.
Ibidem, f. 127v-129r.
54
Ibidem, f. 129r-132r.
55
Ibidem, f. 132v.
56
Ibidem, f. 133r-143r.
57
Ibidem, f. 143r-154r.
52
53
92
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
del juicio. A los demás que le acusaron se les amonestó que de reincidir
en sus propósitos serían desterrados.58 Así, el acusado terminó siendo
acusador y de perseguido pasó a perseguidor porque además el mismo
virrey mandó su reinstalación en su puesto y de hecho su prestigio se
vio aumentado.59 Ramírez triunfó: era la relatividad de la disidencia.
Ramírez logró dar una vuelta de 180° a un proceso en el que todo
se veía en su contra. La estrategia central fue trasladar el proceso judicial al pueblo de Xichú; ahí la intimidación que los soldados podían
ejercer sobre los testigos no era de peso y sus testimonios siempre terminaban siendo favorables a Ramírez. La principal fuerza del caudillo
radicaba en su espacio inmediato, en refugiarse en su terruño, en su
espacio vital. Esto era evidente a juzgar por las muchas ocasiones en
que se refugió en el templo, un espacio que los indios de Xichú debieron sentir propio, un sitio en el que la fuerza de la comunidad se concentraba.
Las declaraciones de los interrogados en Xichú fueron totalmente
favorables a Ramírez. Estar dentro de su pueblo, su terreno natural,
ayudaba a Ramírez a tener el apoyo de la comunidad sobre la que ejercía el liderazgo que le daba el ser heredero de la tradición disidente de
Felipe González y el “Cristo Viejo”. Ramírez se valió con éxito de los
recursos legales y de las herramientas jurídicas que, en principio, habían sido usadas en su contra, y además pudo manejar el juicio a su
voluntad y en su provecho. De nueva cuenta parecía que el gobierno
novohispano prefería evitar enfrentamientos directos en zonas marginales; el recuerdo de la insurrección de San Luis de la Paz y de Felipe
González ahora parecía lejano.
No obstante las diferencias entre Felipe González y Leonardo Ramírez compartieron una serie de elementos, como su pertenencia a familias notables, su buen prestigio entre la población local, su liga con
el cabildo del pueblo, la defensa de su tradición autonomista y el manejo de fondos comunitarios. Entre sus diferencias encontramos que
González tenía un fuerte rechazo a las autoridades eclesiásticas y un
estrecho vínculo con el movimiento herético del “Cristo Viejo”, además de que sabía leer y escribir. En contraste, Ramírez tenía un fuerte
apego al cura párroco y su educación era pobre, pues era analfabeta.
Pareciera que sus semejanzas los hicieron compartir el papel de disidentes, en tanto que sus diferencias los alejaron de ese rol, eso es lo
que nos presenta un mayor radicalismo en González que en Ramírez:
esta era también la relatividad de la disidencia.
58
59
Ibidem, f. 157r-213r.
Ibidem, f. 213v-233r.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
93
La identidad comunitaria de la población de Xichú descansaba en
elementos como la representatividad étnica de las tradiciones y herencias culturales. Tal vez por ello los españoles avecindados que lograban alcanzar alguna prosperidad material eran blancos de ataques y
debieron haber sido vistos como intrusos y competidores desleales.
Además, la comunidad reconoció los espacios comunes como parte
esencial de su identidad, tal es el caso del control de la iglesia. Probablemente los seguidores de González, Andrés y Ramírez —en especial
las mujeres—, vieron el templo del pueblo como un punto central de
la comunidad. Simbólicamente el templo representaba uno de los centros de poder, uno de los ombligos del pequeño universo de Xichú, y
por lo mismo no podía estar bajo el dominio de miembros ajenos a la
comunidad. El pueblo mismo era atravesado por procesiones que marcaban los espacios de concentración simbólica del poder. Lugares que
al ser considerados bienes comunes frecuentemente estaban resguardados por mujeres; quizás esa es una de las razones por las que casi
siempre fueron ellas quienes comenzaban las agresiones.60
Las razones que llevaron a González y Ramírez a la disidencia también pueden estar en la tradición de autonomía en que la gente de
Xichú se acostumbró a vivir durante décadas. Hasta la segunda mitad
del siglo XVIII, el pueblo de Xichú se había desarrollado como una localidad marginal y apartada de casi todo el resto de la Nueva España.
Tampoco se trataba de una ínsula, sino de un lugar en el que la influencia de las autoridades novohispanas no siempre era tan clara. Sus
contactos con el resto de la colonia no eran tan intensos aunque tampoco fueron inexistentes; por ejemplo, siempre hubo un intercambio
comercial o un paso de viajeros con destino al cercano Real de Minas
de Xichú o Xichú de Españoles, como también se le conoció.
Estas circunstancias incidieron en el desarrollo de la autonomía
indígena de Xichú. Sus habitantes se acostumbraron a vivir con la presencia de los religiosos y de algunos españoles, pero en esencia su cotidianidad transcurrió en el marco de una relativa libertad que en otros
ámbitos resultaba impensable. Tal vez esta tradición de vivir en libertad influyó en la construcción de la disidencia de González, Ramírez y
sus seguidores.
Los líderes del pueblo de Xichú de Indios eran disidentes porque
aceptaron un estado de cosas en el que habían vivido durante décadas
y que les permitió gozar de una autonomía relativa dentro de su ámbi-
60
nismo...
Para una explicación más detallada sobre este asunto, véase Lara Cisneros, El cristia-
94
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
to, o sea su pueblo, pero cuando sintieron que sus “usos y costumbres”,
es decir su tradición, se alteraba, entonces “protestaron”: su “protesta”
fue hacer lo que hasta entonces habían hecho cotidianamente, sólo que
ahora las autoridades veían esas actividades como algo censurable.
El “desacuerdo” de los indígenas no era en sí contra las estructuras o instituciones coloniales, como la Iglesia o el Cabildo, sino más
bien contra lo que empezaron a percibir como una nueva intromisión
en su forma de vida tradicional.61 Ante la mirada de las autoridades
novohispanas estos indígenas aparecían como subversivos o disidentes, cuando en el sentir indígena seguramente se creía que no estaban
haciendo otra cosa más que defender lo que siempre habían considerado suyo, es decir, sus tradiciones, sus espacios.
Los vecinos de Xichú trataron de mantener viva su tradición de
autonomía, como siempre lo habían hecho. Fue un choque entre la
tradición indígena local y las innovaciones políticas de la modernidad
ilustrada de las reformas borbónicas. Fue también la defensa de una
elite local que vio amenazados sus intereses por la intromisión de las
disposiciones de otra elite mucho más poderosa, un conflicto de desigualdad. Las elites locales creyeron perder su hegemonía y privilegios,
las nuevas disposiciones de la autoridad seguramente fueron interpretadas por ellos como un atentado en contra de su identidad. Entonces
surgieron líderes que enfocaron el descontento a través de los componentes étnicos y religiosos como puntos de cohesión social. El discurso de los líderes disidentes se nutrió de la tradición, pero al mismo
tiempo incorporó elementos propios del discurso de las autoridades
borbónicas: la legalidad jurídica. La lucha se centró en el control del
cabildo local y el blanco de ataques fueron autoridades y clérigos, en
especial si eran españoles.
¿Porqué calificar a González y Ramírez como disidentes? Según el
Diccionario de la Lengua Española, disidencia es la “acción y efecto de
disidir”, y también “un “grave desacuerdo de opiniones”.62 Y sobre el
término disidir apunta que es “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”.63 Al nacer, el disidente reconoce la validez del sistema
económico, social, político, religioso o cultural del que forma parte y
se asume como integrante del mismo. Sin embargo, al identificar una
serie de intereses propios, diferentes a los del sector dominante, se con-
61
Respecto de estos sentimientos autonomistas, véase Eric van Young, La crisis..., y Taylor,
Embriaguez...
62
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 6 v., Madrid, Espasa-Calpe,
1970, v. 3, p. 489.
63
Ibidem.
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
95
vierte en su opositor y ataca las jerarquías, las estructuras, las instituciones o alguna otra parte del sistema o grupo al que en ese momento
adjudica el papel de rival o antagonista. Es decir, el disidente es tal porque se opone al grupo que domina la sociedad de la que surgió y su
oposición es reconocida, perseguida y reprimida por el grupo que detenta
el poder.
Más allá de lo que identificó o diferenció a las disidencias de González y Ramírez, es curioso percatarse que ambos movimientos tuvieron
finales muy distintos. González fue condenado al exilio con trabajos
forzados, en tanto que Ramírez fue liberado, reinstalado en su puesto
y sus acusadores castigados.
Hegemonía y disidencia, tolerancia y represión: los valores
de la disidencia
Muchos fueron los momentos en los que la hegemonía española se vio
cuestionada por los indígenas en Sierra Gorda. Para la segunda mitad
del siglo XVIII las etnias que habitaron esta región estaban formadas
por individuos que heredaron tradiciones que, a esas alturas, tenían
dos siglos de estar sometidas a un proceso de aculturación, de manera
que algunos indios de Sierra Gorda podían hablar español, eran cristianos, sabían leer y escribir y conocían los vericuetos burocráticos del
sistema legal novohispano. Se trataba de indios cuyas estructuras mentales habían incorporado, al menos en parte, algunos de los esquemas
occidentales hispanos. Ese cambio no fue una mera sustitución o superposición de valores, sino una recodificación de estructuras, esquemas y valores españoles a partir de las estructuras, esquemas y valores
de las tradiciones indígenas.
El comportamiento de estos individuos fue resultado de un intenso proceso de transformación cultural. No fue el común de la población, por lo general eran personajes que pertenecían a familias de
principales que habían acumulado privilegios y prerrogativas; controlaban los cabildos; eran reconocidos y tratados como autoridad y ejercían influencia entre importantes grupos de la población indígena.
Además, fueron depositarios, portadores y transmisores de principios
autonomistas que de cuando en cuando manifestaban su abierta oposición al poder económico y político que los colonos ejercían en sus
localidades. En repetidas ocasiones enfrentaron al poder colonial, personificado en la figura de los sacerdotes seculares y religiosos y en otras
ocasiones a las autoridades civiles representadas por los alcaldes mayores, capitanes protectores y otros funcionarios. Su oposición al or-
96
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
den establecido les llevó a construir su propia versión de cristianismo,
vinculándose así con manifestaciones de herejías religiosas. Ellos tenían la conciencia y el orgullo de ser indios, y defendían su derecho a
serlo; conocían y aprovechaban los privilegios que la ley les otorgaba
por su condición indígena. En ciertas ocasiones, quizás las más extremas, como en el episodio de Felipe González, enarbolaron la idea de
un mundo en el que el orden de cosas debía ser exactamente a la inversa de como era entonces; pensaban que los indios debían estar en
la parte superior de la jerarquía económica, social, política y religiosa,
en tanto que los españoles debían situarse en la parte baja.
En sus confrontaciones con la hegemonía hispana —civil y religiosa— se valieron de los argumentos, métodos y herramientas reconocidas como válidas por las autoridades, en especial la letra escrita y los
procedimientos y alegatos legales. Fue una elite indígena defendiendo
el status que la dinámica social serragordana les había dado. Su disidencia apareció no con su tradición autonomista, sino con la intolerancia del nuevo gobierno Borbón que tenía la intención de ejercer un
mayor control sobre sus súbditos.
Factor importante en este viraje fueron los motines de San Luis de
la Paz.64 Hay que recordar que fue eso lo que desencadenó la paranoica persecución del visitador Gálvez contra los que consideraba disidentes. Esto marcó el cambio en la percepción de lo permitido y lo
perseguido y representó un claro indicador de la reducción en los límites de la tolerancia oficial. En este sentido fue que la disidencia de
González estaba en relación con la percepción que de ella tuvieron sus
perseguidores. ¿Por qué durante varias décadas no se reprimió a los
indios de Xichú que agredían a los representantes de la Iglesia Católica y autoridades civiles con gran frecuencia? ¿Por qué no se castigó a
los que participaron en actos violentos como los que incendiaron las
casas curales? ¿Por qué fue hasta 1769 que se inició la represión siendo que los disturbios tenían varias décadas de realizarse? Tal vez porque para las autoridades estos sucesos no afectaban el bien común y
estabilidad del reino; en otras palabras, no había peligro de que se extendieran a otras zonas. Por el contrario, es posible que pensaran que
si se intentaba reprimirlos entonces sí se corría el riesgo de que los
disturbios se extendieran, y para reprimirlos requerían tropas de las
que no disponían y que de instalarlas hubieran representado un gasto
excesivo que no se contemplaba hacer, y que no se hizo quizás porque
64
Es importante recordar que la serie de motines por la expulsión de los jesuitas puso
en alerta máxima al gobierno virreinal. Véase Castro Gutiérrez, Movimientos populares... y
Nueva ley y nuevo rey...
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
97
la Sierra Gorda no producía tantos beneficios materiales como para
hacer un gasto de esa índole.
Después de los motines de 1767 la percepción de disturbios como
los de Xichú fue completamente diferente; el acuerdo de reciprocidad
moral de la sociedad se vio amenazado y el antiguo equilibrio se tambaleó.65 Los antecedentes de la región y las políticas de la administración
borbónica propiciaron que —al menos durante un tiempo— cualquier
inestabilidad social en esa zona fuera interpretada como disidencia y
por lo tanto había motivos para promover su represión: era la disidencia construida desde el poder.
El disidir de los líderes indígenas de Xichú puede ser visto de diferentes maneras; así, desde la perspectiva india fue una protesta en defensa de sus tradiciones, de sus formas de vida; en tanto que desde el
punto de vista de las autoridades coloniales fue interpretada como una
actitud subversiva ya que atentaba contra la estabilidad y hegemonía
coloniales en la zona. No obstante, la actitud de las autoridades ante
esta situación no siempre fue la misma. Sabemos de las actividades y
actitudes “indisciplinadas” de los vecinos de Xichú por lo menos desde la década de 1730, sin embargo no fue sino hasta después del motín de
San Luis de la Paz, en 1767, que emprendieron campañas represoras
en contra de las acciones que antes habían tolerado entre esos mismos
indígenas. La represión no se dio tanto por las actividades “subversivas” de los naturales de Xichú como por la nueva intolerancia y el temor a perder el control de las autoridades españolas. En ese sentido se
puede concluir que la disidencia de la segunda mitad del siglo XVIII en
Xichú fue construida desde el poder, pues el punto de referencia, el
común denominador en ambas situaciones, fue el poder: los indios tratando de defender sus privilegios y de obtener una posición más ventajosa, y las autoridades tratando de consolidar su posición dominante.
¿Por qué las autoridades coloniales mantuvieron diferentes grados
de tolerancia ante las disidencias de Felipe González y de Leonardo
Ramírez? ¿Por qué la autoridad colonial en Xichú transitó de una tolerancia amplia entre 1730 y 1767, a una muy intolerante entre 1767-1770,
y de nuevo volvió a ser laxa hacia finales de ese siglo? La respuesta a
estas preguntas puede ser un movimiento de campana en el que el Estado novohispano apretó el control y el rigor de su autoridad en la medida en que se sintió amenazado. Después de pasada la emergencia
provocada por el temor de levantamientos sociales la actitud tolerante
65
Sobre el asunto del agravio moral remito al lector a Barrington Moore, La injusticia:
bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales,
1989.
98
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
de la Corona volvió, aunque en menor grado. De nuevo, los líderes indios aculturados de Xichú, como Leonardo Ramírez, pudieron practicar sus argucias legales que les permitieron enfrentar exitosamente los
impulsos represores de las autoridades coloniales. La estabilidad estaba de vuelta, aunque por poco tiempo.
El contraste entre la laxitud inicial, la severidad posterior y de nuevo la laxitud es evidente. Parece que el concepto de disidencia se alteró un tanto con el cambio de condiciones y sobre todo a partir de la
intervención del visitador José de Gálvez. Signo de la mutación de los
límites en la tolerancia oficial para con las comunidades indias, o de
los afanes estatales de normar y controlar aun los rincones más alejados dentro del extenso imperio. La disidencia perseguida por las autoridades fue la interpretación que ellas mismas hicieron de la práctica
cotidiana de las tradiciones autonomistas de los naturales de Xichú.
Las disidencias de Felipe González y Leonardo Ramírez descansaron en un sentir compartido por los miembros de sus comunidades, es
decir, sobre una base social. Se trató de movimientos sociales promovidos como defensa de una forma de vida; de tradiciones que peligraron al cambiar las condiciones de la dinámica social. Fueron respuestas
ante la ruptura del “pacto social” establecido con los españoles y sus
instituciones; fueron reacciones en contra de lo que debió considerarse una asimetría o desequilibrio social.
Los disidentes de Xichú de Indios compartieron un sentimiento de
injusticia y la reivindicación de una tradición o herencia de legitimidad histórica. Por esta razón, González, el “Cristo Viejo”, y sus adeptos
formularon la idea retórica de un mundo que subsanaría las deficiencias —o al menos parte de ellas— de la sociedad en la que vivían. Su
retórica consistía en proponer un mundo de jerarquías invertidas y una
religión sin españoles; era obviamente una propuesta inviable, aunque
muy atrayente para el común de los naturales del pueblo de Xichú de
Indios.
Fue una clara actividad de grupo y la aparición de los líderes sólo
se explica por la existencia del grupo de sus adeptos. Tanto González
como Ramírez aceptaban los valores reconocidos por la sociedad dominante (cristianismo, legalidad, etcétera), y a partir de esa condición,
fueron dando mayor peso a sus intereses y valores inmediatos, es decir locales, para terminar navegando a contraflujo del poder establecido. Sus disidencias fueron expresión de un sentimiento social local de
inequidad, de injusticia y “agravio moral”.
El liderazgo de González y Ramírez fue factor importante en el
comportamiento, tipo y grado de sus respectivas disidencias. Fue resultado y motor de sus movimientos disidentes, una especie de catali-
DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA
99
zador social y político de los desacuerdos sociales o de los “agravios
morales”. La mayor o menor virulencia de los discursos de González y
Ramírez les llevó a consolidar disidencias que se atrevieron a proponer cambios más radicales. Así, puede identificarse a González como
un personaje que encabezó una disidencia más radical y estructurada
que la de Ramírez. En cierta forma se podría pensar que la disidencia
de Ramírez fue, en parte, un eco del movimiento de González y el “Cristo Viejo”.
¿Por qué, a pesar de haber cometido muchas faltas similares la
justicia juzgó de manera tan diferente a González y Ramírez? El
comportamiento cambiante del Estado español nos invita a pensar en
la disidencia como una categoría analítica de carácter relacional; es
decir, la disidencia como un concepto en el que los valores determinantes están en relación directa con el poder, ya sea considerado desde el punto de vista de quien lo detenta como de quien protesta. Se
puede afirmar que la categoría de disidencia es escurridiza por su carácter relacional, pues ser disidente no depende necesariamente de que
el “disidente” se considere a sí mismo como tal, sino de que sea visto
en esos términos por alguien más, especialmente por quien detenta el
poder y se siente amenazado o contrariado por el otro. En otras palabras, la categoría de disidente deriva de la relación que los diferentes
partidos o bandos mantienen con respecto del poder. La disidencia resulta una categoría analítica relacional de amplio espectro y de gran
ductilidad. Relativa aunque diferente a las de resistencia, delincuencia, reforma o revolución y, desde mi perspectiva, más cercana a la de
rebeldía y rebelión.
LOS “INDIOS CAVILOSOS” DE ACUITZIO.
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA
EN MICHOACÁN COLONIAL
FELIPE CASTRO GUTIÉRREZ
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
Acuitzio del Canje (“el lugar de las serpientes”) es hoy día una tranquila población, con su correspondiente multicolor mercado, su antigua
iglesia, y una mezcla de tradición y modernidad que incluye arrieros
que bajan con carbón y vigas de la sierra, fotocopiadoras y vendedores
“ambulantes” dedicados a comercializar tanto las artesanías tradicionales como teléfonos celulares chinos. Si se pregunta a la gente por el
pasado, siempre aludirán a un acontecimiento epónimo: en 1865, durante la guerra de Intervención, imperialistas y liberales acordaron reunirse en Acuitzio para intercambiar prisioneros de guerra. Sin embargo,
Acuitzio tiene un largo, larguísimo pasado, y es un pretérito que coloca
a los pacíficos acuitzeños en una terca tradición de protesta y de disidencia que tiene pocos paralelos en la sierra michoacana.
Poco sabemos de San Nicolás Acuitzio en los primeros años de la
conquista. La mayor parte de las referencias aluden a la cercana Tiripetío, donde los agustinos edificaron el primer convento de la provincia. Aquí tuvo sus sesiones la primera escuela de altos estudios del
Nuevo Mundo, donde brillaron las luces del filósofo novohispano fray
Alonso de la Veracruz. Acuitzio resultó opacado por sus celebrados vecinos, lo cual probablemente debió parecerles favorable a los más bien
huraños acuitzeños. No pudieron, sin embargo, escaparse durante demasiado tiempo de los trastornos y reacomodos que expresa o inadvertidamente provocó la imposición del orden colonial. Decía el corregidor
de Tiripetío en 1580 que
En la jurisdicción deste pueblo hay ciertos pueblos que el día de hoy, y
desde que fue este pueblo encomendado en Juan de Alvarado, obedecen a
esta cabecera y es jurisdicción suya; porque antes en su gentilidad, cada
uno tenía su principal, y todos puestos por el rey de Mechoacan, o irecha
en su lengua. Después el marqués del Valle, cuando repartió esta tierra
dando encomiendas a los conquistadores, señalaba un pueblo por cabece-
102
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ra, que era chico y adjudicábale o acompañábale de otros pueblezuelos, y
hacía una buena encomienda.1
Así, Acuitzio acabó como sujeto gubernativo y religioso de Tiripetío.
Las repercusiones, como veremos, serían amargas y duraderas.
A fines de siglo varios sujetos de Tiripetío iban a ser congregados
en la cercana Huiramba, pero finalmente Acuitzio fue escogido como
lugar más a propósito. De esta manera, recibió en sí a Tamangueo,
Petatzécuaro, Guajumbo, Omécuaro, Atiquiucario, Haratzeo y Tararameo, por mandamientos del virrey conde de Monterrey en 5 de agosto
de 1602 y de su sucesor, el marqués de Montesclaros en 31 de marzo de
1605.2 Esto le permitió acrecentar sus tierras y su población: en 1619
contaba con 150 indios casados, mientras Tiripetío no reunía más que
50.3 El asunto tendría sus consecuencias porque sobre esta base las autoridades de Acuitzio reclamarían que en el partido había dos “cabeceras”, esto es, dos gobiernos indígenas con iguales derechos y jerarquía.
Historias de desamor: Acuitzio y Tiripetío
En 1658 los oficiales de la “república” o gobierno indígena local de
Acuitzio argumentaron que los de Tiripetío se habían congregado con
ellos, acordando elegir gobernador alternativamente cada dos años. Se
quejaban de que cuando les tocaba, les obligaban a irse a vivir a Tiripetío, con lo cual dejaban su hogar y familia; cuando volvían, encontraban sus casas y tierras menoscabadas y quedaban pobres por no
poderlas cultivar. Se agraviaban, además, de que los de Tiripetío les
causaban perjuicios y obligaban a dar servicios personales y pensiones. Por esta razón, y por tener más de 80 tributarios, con muchos
sembradíos, casas, iglesia con ornamentos y que antiguamente habían
sido cabecera principal y sitio de congregación, pidieron licencia para
elegir por sí mismos gobernador y oficiales de república. El virrey se
limitó de momento a mandar vagamente que se guardase la costumbre, y que la justicia no consintiera que el gobernador de Tiripetío les
hiciera agravios.4
1
René Acuña (editor), Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán, México, UNAM, 1987,
p. 352.
2
Archivo de Notarías de Morelia, Tierras y Aguas (en adelante AN), leg. 1-2, f. 66-74,
1714.
3
“Relación del obispo Covarrubias”, en Ernesto Lemoine (editor), Valladolid-Morelia. 450
años. Documentos para su historia (1537-1828), Morelia, Editorial Morevallado, 1993, 262 p.
4
Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Indios, v. 23, no. 44, f. 33ar.
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
103
Al mismo tiempo, Acuitzio la emprendió contra los doctrineros
agustinos del convento de Tiripetío. Esto no era inusual porque una
parte fundamental de los servicios personales que daba un sujeto a su
cabecera eran para beneficio de la iglesia y de los párrocos. Por lo mismo, las pretensiones secesionistas de los sujetos con frecuencia derivaban en acusaciones de abusos, malos tratos o deficiente atención
parroquial en contra de sus doctrineros o clérigos. Al mismo tiempo,
una parroquia separada era frecuentemente el sustento o el preámbulo de una agitación separatista. Así, casi inevitablemente los curas párrocos se veían arrastrados hacia pleitos de los que en sentido estricto
no eran culpables y cuyos orígenes no comprendían del todo.
El mismo día que Acuitzio reclamó su autonomía política se quejó
también de que al retornar de oír misa en Tiripetío (situado a media
jornada a pie), encontraban sus casas robadas y por esta razón había
quienes se quedaban sin atención espiritual. Además, muchos morían
sin recibir los sacramentos y las criaturas sin bautismo. Pedían que se
les pusiera un clérigo que supiera su lengua —esto es, que se creara
una parroquia secular separada— argumentando que tenían suficientes pobladores y una iglesia con retablos, altares y ermitas donde se
celebraba la fiesta titular de San Nicolás y otras conmemoraciones religiosas. El virrey dispuso por lo pronto que el obispo averiguara el
asunto e informara para que, en su caso, se hicieran las diligencias
conducentes a la posible creación de un curato.
La solicitud provocó de inmediato la respuesta airada de los agustinos, que nunca se echaban para atrás cuando se trataba de defender
sus recursos y privilegios. El prior de Tiripetío dijo que la petición era
en descrédito de los religiosos, cuando era público que atendían a los
indios con caridad y amor, que ambos pueblos estaban “casi a sonido
de campana” y que los religiosos habían acudido cada vez que se les
solicitaba, sin pedirles más contribución que lo muy poco que era costumbre. Consideraba que la petición se debía a que los acuitzeños eran
maliciosos y amigos de novedades.
Los de Acuitzio no se midieron en su respuesta y entregaron lo que
probablemente es la queja más enconada y violenta de los indios michoacanos en contra de sus padres espirituales. Declaraban que andaban “como perros” porque los religiosos los trataban muy mal, les
pedían hasta 14 indios de servicio sin que les pagaran ni dieran de comer y la desatención que sufrían era tal que permanecían hasta un
año sin oír misa. Además, los frailes les decían que eran unos indios
cabrones, infieles, judíos y perros, y que ojalá les cayera un rayo que
los quemara con sus hijos. Se indignaban por este trato, diciendo que
ellos no eran esclavos, sino súbditos del rey a quien daban tributo; in-
104
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
sistían en que se les pusiera un clérigo, y advertían que si les obligaban a ir a Tiripetío abandonarían su pueblo para irse donde fueran
bien tratados.5
La petición de separación de parroquias no prosperó ante el obispo Ramírez del Prado, quien aunque había tenido sus roces con los
agustinos difícilmente hubiera condescendido en darles tal afrenta pública.6 El enfrentamiento con los frailes continuó, pero ahora en relación a unas tierras que los de Acuitzio consideraban propias y donde
los agustinos habían metido un arrendatario. El pleito finalmente se
sentenció a favor del pueblo en 1661.7
La secesión de gobiernos, sin embargo, corrió con mejor suerte,
porque en 1660 Acuitzio eligió gobernadores y oficiales de república, y
así continuaron haciéndolo al menos hasta 1688.8 Fuese por esta u otras
causas, Acuitzio parece haber gozado en esta época de cierta prosperidad. Estaba no muy lejos de Valladolid y consta que producía trigo,
becerros, quesos y gallinas seguramente destinados al gran mercado
urbano y a los pasajeros que transitaban hacia tierra caliente. El hospital del pueblo tenía en 1632 una milpa de trigo donde recogía unas
200 fanegas9 y hacia 1666 estos cultivos habían proporcionado los recursos para proceder a fabricar un molino, contratando para ello a un
maestro carpintero.10 En 1716 dicha “labor” se había convertido en un
rancho ganadero.11
Esta amplia producción de mercancías con valor en el mercado
motivó incluso el interés y las ambiciones del recaudador de diezmos
del Obispado, con quien los indígenas siguieron un pleito quejándose
de “extorsiones y molestias” hasta que consiguieron que se ordenara
guardar la costumbre y que la recaudación se hiciera según un “concierto” o transacción que se haría en la puerta de la iglesia.12
5
AGN, Indios, v. 23, n. 43, f. 32a-32v; n. 69, f. 57v-60.
Sobre este obispo y sus relaciones con los agustinos, véase Jorge Traslosheros Hernández, La reforma de la Iglesia del antiguo Michoacán. La gestión episcopal de fray Marcos Ramírez
del Prado, 1640-1666, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1995,
X-294 p.
7
AGN, Indios, v. 19, n. 253, f. 141ar; AN, leg. 1-2, exp. 6, f. 66-74.
8
AGN, Indios, v. 29, n. 24, f. 31a-33a. De hecho, no consta que existiera un mandamiento virreinal autorizándolos a separarse de Tiripetío. No es imposible que fuera una situación
de hecho que —por falta de denuncia— escapara a la supervisión virreinal.
9
Ramón López Lara (editor), El obispado de Michoacán en el siglo XVII, Morelia, Fimax,
1973, p. 207.
10
Archivo Histórico del Ayuntamiento de Pátzcuaro, caja 14, exp. 2, 1 f., 1666
11
AN, leg. 9-32, f. 372.
12
AGN, Indios, v. 29, n. 24, f. 31a-33a.
6
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
105
Los indios “cavilosos”, los vecinos “de razón” y los conflictos “de clase”
Acuitzio prácticamente desaparece de los registros documentales durante casi un siglo. Tal parece que los indígenas se dieron por satisfechos, y ni los oficiales de república de Tiripetío ni los agustinos tuvieron
interés o ánimos para volver sobre el litigio.
Sin embargo, a mediados del siglo XVIII las fricciones retornaron
con particular violencia. Como podrá apreciarse, varios de los incidentes y conflictos tendrían como protagonistas o víctimas a la acrecentada población de los “vecinos” españoles y castas. Se trata de una línea
de fractura social que obedecía a tensiones distintas de las que oponían a la cabecera indígena y su sujeto, pero que vino a entremezclarse
y complicar la preservación del orden. Curiosamente, los oficiales de república de Tiripetío se vieron en el caso de apoyar las quejas de los “vecinos” no indígenas de Acuitzio para reforzar su propia autoridad.
Un episodio de las agitaciones ocurridas en el contexto de las reformas borbónicas puede dar una idea del número, cohesión y determinación de estos vecinos en la defensa de sus intereses.13 En octubre de
1766 el mayor Felipe de Neve, encargado de levantar los batallones
de milicias provinciales, llegó a Tiripetío y mandó se reunieran los españoles y “castas” de la región. En respuesta, arribaron al lugar 120
hombres a caballo, algunos de ellos armados, que dijeron ser vecinos
de Acuitzio. Manifestaron que no querían sufrir tropelías, que los oficiales y cabos debían ser criollos, y que entre ellos mismos nombrarían a los que habrían de servir. Neve salió del paso replicando que el
alistamiento no les traería perjuicios y que los vecinos ocuparían algunos cargos menores. Con esto consiguió que se retiraran dando vivas
al rey y haciendo disparos al aire.14
No tenemos información circunstanciada de la composición social de este nutrido y belicoso grupo. De distintas declaraciones judiciales de algunos de ellos se aprecia que eran de modesta condición social;
se trataba de rancheros, arrendatarios de las haciendas cercanas, o fun13
Sobre estas reformas, véase Josefina Zoraida Vázquez (coordinadores), Interpretaciones del siglo XVIII mexicano: el impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992,
215 p.
14
La desconfianza de los vecinos respecto de las milicias provenía de una pésima experiencia previa, cuando en 1762, en ocasión de la guerra con Inglaterra, las alarmadas autoridades recurrieron a métodos en extremo coercitivos para poner el puerto de Veracruz en
estado de defenderse contra un hipotético desembarco enemigo. Véase Felipe Castro Gutiérrez, Movimientos populares en la Nueva España: Michoacán, 1766-1767, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990, p. 99.
106
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
cionarios de diversas instancias gubernamentales y eclesiásticas, como
recaudadores de diezmos, de la renta de tabacos y la alcabala. En el
ámbito de los pueblos, sin embargo, debían pasar por personas más o
menos prósperas e influyentes. Es posible que existiera entre ellos cierto desequilibrio demográfico entre géneros, porque varios estaban amancebados con mujeres indígenas. Esto puede haber sido algo más que un
chisme pueblerino, pues como veremos un subdelegado llegó a sostener que en Acuitzio los indios no eran tales, sino mestizos y mulatos.
En 1761 los integrantes del “común” de Acuitzio se presentaron ante
el alcalde mayor quejándose contra los vecinos españoles Pedro de Alexandre y Juan Francisco Viveros. Decían que Alexandre se había avecindado sólo por su conveniencia y era de ningún provecho al pueblo; estaba
amancebado escandalosamente con una mujer casada, causaba inquietudes y discordias, no respetaba a los oficiales de república, había maltratado a un alcalde y a un “viejo” (esto es, a uno de los “notables”
indígenas) y quería “predominar sobre todos”. Respecto de Viveros, tenía “ilícito comercio” con una viuda, causaba discordias y maltrataba
a los naturales. Pedían que ambos fuesen expulsados del pueblo.
Estas acusaciones tenían sustento legal, dado que las leyes prohibían que los españoles, mestizos o mulatos vivieran en pueblos de
indios. Sin embargo, muchos de estos “vecinos” no indígenas permanecían en los pueblos durante décadas sin mayor oposición y en ocasiones eran convenientes cuando se necesitaban testigos “de razón”
para informaciones judiciales o bien para obtener pequeñas sumas en
préstamo cuando la república pasaba por apuros para pagar los tributos y obvenciones parroquiales. Como puede verse, la acusación contra Alexandre es que no les era “útil”; al parecer los indígenas estaban
dispuestos a aceptar a los “vecinos” españoles y castas siempre y cuando colaboraran de alguna manera al bienestar común. También es evidente en las quejas algo que es una constante en otros lugares: los
indígenas consideran que las mujeres del pueblo eran parte de los “recursos propios” que, como la tierra y las aguas, debían quedar reservados a los lugareños.
En todo esto, en realidad, no hay mayor novedad; forma parte de
un patrón de conducta y de un discurso moralizante habitual en las
repúblicas indígenas, sobre todo desde mediados del XVIII, cuando el
crecimiento económico y las comunicaciones más frecuentes hicieron
que aumentara el número de “vecinos” en los pueblos de indios. Sin
embargo, la apelación de uno de los acusados presenta un contexto
que no es el usual. Viveros presentó varios descargos en su favor: que
aunque había descalabrado a un indio lo había hecho en legítima defensa y en una discusión sobre los favores de la viuda; que vivía en el
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
107
pueblo porque era recaudador de los diezmos, e insistió en que era
“útil” porque arrendaba tierras a los indios, les pagaba por adelantado
y les daba para solventar sus fiestas, los tributos del rey y los parandis,
o sea las contribuciones y presentes que daban a su párroco. Pero lo
que más nos interesa es su dicho de que la acusación era resultado de
la “cavilosidad” de los indios. Decía que querían exasperar a los vecinos “de razón” para que desamparasen el distrito (“que esta pretensión siempre han tenido”) y se quedaran sin quien les reprendiera sus
malas costumbres; que a varios vecinos ya los conminaban a irse y otros
vivían bajo amenazas. Mencionó que en 1740 los indios se habían
atumultuado contra el párroco fray Juan Marques porque los compelía a asistir a la doctrina; le cerraron la puerta de la iglesia y acaudillados por la mujer del escribano de república (quien gritaba “que lo
matasen”) se le echaron encima y le desgarraron el hábito. Lo hubieran de hecho llevado a cabo si no hubieran acudido los vecinos de razón armados a rescatarlo, que permanecieron de guardia en la puerta
del templo mientras se celebraba la misa y después lo escoltaron hasta
el convento de Tiripetío. Posteriormente hubo dos intentos de tumulto
contra los párrocos que se frustraron tan sólo por la vigilancia que siempre mantenían los vecinos de razón. Mencionaba que hacía siete años
la violencia se había dirigido contra los mismos vecinos durante una
fiesta, y que en todos los tumultos los indios habían estado ebrios con
charape y otros brebajes prohibidos que acostumbraban consumir.
Agregó Viveros una acusación que da un sorprendente giro a la naturaleza del conflicto: un martes de carnaval, hacía cinco o seis años,
los indios se habían puesto los sagrados ornamentos reservados a los
sacerdotes y el capitán de los cantores se había montado sobre un burro fingiendo ser el padre prior y los criollos que lo acompañaban, y por
burla y con mucha algarabía habían hecho la parodia de un casamiento
y otras ceremonias sacrílegas. Con la misma intención habían tratado
de quedarse con la llave de la sacristía para echarle azúcar al vino de
consagrar;15 no querían acudir a la doctrina y tenían continuamente atrevimientos con los curas y vicarios. Todo esto podría descartarse como
una invención o una malintencionada maniobra judicial, pero otros testimonios posteriores de los oficiales de república de Tiripetío y de vecinos españoles confirman lo acontecido en lo que llegó a conocerse
como la “mascarada de carnaval”.
15
Por razones rituales el vino de consagrar debía ser puro, sin adulteraciones como la
muy común de agregarle azúcar o frutas para aumentar su grado alcohólico y darle un sabor
más al gusto de los consumidores novohispanos. Un sacerdote podía incluso negarse a dar
misa si tenía “escrúpulos” porque el vino era demasiado dulce.
108
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Los naturales, por su lado, insistieron en sus quejas contra Alexandre
y Viveros y en una frase muy reveladora alegaron que los vecinos de
razón eran “de una misma clase, y contrarios a nosotros”. Estaban dispuestos a devolver la renta que les había pagado por adelantado Viveros con tal de que se fuese del pueblo. Respecto de Alexandre, ya había
abandonado el pueblo sin presentar escritos a su favor. La causa se
mandó recibir a prueba y no consta la sentencia final.16
En agosto de 1764 se presentó en Tiripetío, ante el teniente de alcalde Vicente Sánchez, un “español” que arrendaba tierras en Acuitzio.
Se quejó de que estando en este pueblo, en casa de un indígena donde
vivía, sin motivo alguno el alcalde y otros oficiales de la república lo
habían prendido y llevado a golpes y empellones hasta las casas reales, donde lo amarraron y azotaron; pedía que fuesen castigados por la
injuria “tanto a su persona como a su calidad”. Lo que denunciaba
Sánchez era una verdadera subversión del orden jurídico, porque los
funcionarios indios no tenían potestades para detener y mucho menos
condenar a azotes a un español, pero, además, el denunciante narraba
una situación de agitación general, de tumultos, poco o ningún respeto a los justicias españoles y curas párrocos, mofa y desprecio de la fe,
grandísimo desprecio de Dios y “total antipatía” a la gente de razón.
Creía que solamente ayudados del demonio podían haber salido impunes durante tanto tiempo de semejantes maldades.17
Por estas mismas fechas, en 1763, el pleito entre cabecera y sujetos resurgió cuando los oficiales de república de Acuitzio dijeron que
el gobernador y naturales de Tiripetío los obligaban a llevar materiales
y a trabajar en la fábrica de las casas reales, siendo que ellos tenían en
su pueblo sus propias casas parroquiales y hospital, celebraban sus funciones religiosas “y que somos y estamos desde la antigüedad separados
del dicho pueblo de Tiripetío, como cabecera que es el dicho nuestro
de aquellos [pueblos] que a él se congregaron”. Pedían que no les molestaran pidiéndoles servicios personales. En su favor presentaron actas de elecciones de gobernadores y oficiales de 1660 y 1664, sin que
los de Tiripetío contradijeran entonces; dijeron que si bien después dejaron de realizar elecciones, esto había sido por descuido de sus mayores e ignorancia de sus títulos y privilegios.
El gobernador y oficiales de Tiripetío replicaron diciendo que los
de Acuitzio pretendían liberarse de sus obligaciones como sujeto; pedían que se les ratificara como cabecera y se obligara a los acuitzeños
16
Archivo Histórico Municipal de Morelia (en adelante AHMM), t. I, 4. 1, caja 51, exp.
31, 14 f.
17
AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 2, 9 f.
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
109
a acudir con trabajo y materiales como hacían todos los pueblos sufragáneos con sus “metrópolis”. Argumentaban que Acuitzio no era realmente pueblo sino un barrio, y aun admitiendo que fuese pueblo eso
no les quitaba la subordinación que siempre habían tenido.18 Decían
que el verdadero motivo de la demanda de los acuitzeños era disfrutar
de mayor libertad para sus varios y abominables vicios, entre los que
destacaban la embriaguez y que “este como sea vicio capital o raíz o
principio de la lujuria la ha producido en ellos con tanta eficacia que
no se acomodan en su uso a la naturaleza sino que van directamente
contra ella, perpetrando la sodomía”. Un tal Balthasar había sido castigado por este delito y otro reo había muerto oculto en los montes,
como se ofrecían a demostrar jurídicamente. Agregaron posteriormente
que aun habiendo tenido sus contrarios alguna “despótica jurisdicción”
se debía volver a reducirlos por su altivez y soberbia, porque habían
cometido innumerables tumultos particularmente en contra de sus párrocos y los tenientes de alcaldes españoles. Los alcaldes indios de
Acuitzio habían, además, “divorciado” a dos indígenas a los que no permitían vivir juntos, poniéndolos bajo vigilancia de los padrinos; y aunque el párroco había tratado de remediarlo no lo había logrado por
temor de sufrir un atropello. Llegaba a tanta su audacia que tenían
atemorizados a los vecinos de razón y no les permitían enterrar a los
muertos en el cementerio. Su poca religiosidad se hacía evidente en
que la iglesia de Acuitzio estaba tan descuidada que se metían los puercos al camposanto y desenterraban los cadáveres. El teniente de alcalde español se había ido de Acuitzio porque las casas reales estaban
gravemente deterioradas y por el temor a sus inquietudes y audacias.
En resumen, eran de “notoria flojedad, acrisolada infidelidad y pública audacia y licenciosa vida”.19
Los de Acuitzio no tardaron en replicar que los abultados vicios
que les achacaban no venían al caso de lo que se litigaba. No negaban
el de la embriaguez, pero decían que también lo padecían sus contrarios; de los “demás” vicios sólo referían discretamente que se había
castigado a los culpables. Los otros argumentos de sus contrarios eran
“temeridad”; los entierros de los españoles eran asunto del cura párro-
18
Los pueblos de indios tenían derecho a tener sus propios oficiales de república y
poseer tierras de comunidad. Los barrios, en cambio, sólo tenían un mandón o alguacil y no
poseían más tierras que las que les concedía la cabecera. La distinción no era siempre muy
clara, y con frecuencia daba lugar a muchos litigios. Véase Francisco G. Hermosillo, “Indios
en cabildo: historia de una historiografía sobre la Nueva España”, en Historias, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, abr.-sep., 1991, núm. 26, p. 25-63.
19
AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, f 6a-9r.
110
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
co, la iglesia del hospital estaba en construcción y de las casas reales
no debían responder ellos, sino el teniente de alcalde español.
Como el litigio se alargara, con representaciones y alegatos de una
y otra parte, los oficiales indígenas de Tiripetío dijeron que para evitar
mortificaciones y un costoso litigio se desistían y pedían que el alcalde
mayor absolviera a Acuitzio de su obligación de prestar servicios personales “por ahora”.20 La transacción podía parecer salomónica, pero
desde luego no era definitiva.
Los funcionarios españoles y los indios que antes eran candorosos
En su etapa final, el conflicto entre cabecera y sujeto derivó en buena
medida en contra de las autoridades españolas residentes en Tiripetío.
Esto era en cierto modo inevitable, porque la actuación de los funcionarios como recaudadores de tributo, servicio personal y administradores de justicia los llevaba a coincidir con el papel directriz de la
cabecera. Pero, por otro lado, las nuevas quejas probablemente reflejan la mayor influencia de los funcionarios locales en el contexto borbónico. Hay que tener en cuenta que en 1767 una expedición dirigida
por el visitador José de Gálvez había caído sobre la provincia: realizó
severos castigos con decenas de reos y sentenciados a pena capital, decretó la disolución de varias repúblicas (aunque esto no afectó a Tiripetío) y en gran medida restableció la supremacía del poder laico sobre
el episcopal.21 Y en 1786 la nueva Ordenanza de Intendentes creó funcionarios provinciales con amplias facultades, que se apoyaban localmente en subdelegados que tenían potestades para supervisar más
estrechamente a los oficiales de república e incluso intervenir directamente en su nombramiento. La Ordenanza, además, prácticamente confiscó los bienes de comunidad de las repúblicas indígenas, que pasaron
a ser administrados por el intendente supuestamente en beneficio de
los pueblos.22
Tenemos un buen ejemplo de estas fricciones en 1778, cuando el
común de Acuitzio se quejó ante la Real Audiencia porque el teniente
de alcalde español había pasado a radicar en su pueblo y los obligaba
a darle un topil al que no le pagaba cosa alguna, metía a los naturales
AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, 13 f.
Castro Gutiérrez, op. cit., p. 131-139.
22
Martha Terán, ¡Muera el mal gobierno! Las reformas borbónicas en los pueblos michoacanos
y el levantamiento indígena de 1810 (tesis), México, El Colegio de México, 1995, cap. I: “Fin
del régimen particular de los indios”, p. 1-31
20
21
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
111
a la cárcel, les cobraba cuatro reales de carcelaje y se entrometía en
certificar testamentos de los indios que, tradicionalmente, se hacían
en papel simple ante sus alcaldes o gobernadores. El día de la fiesta
titular les había quitado al recurso de cobrar un derecho a quienes llegaban para poner puestos “movedizos”; además, se quedaba con las
maderas que los indios traían para cercar la plaza principal, de manera que pudieran lidiarse toros. El virrey Bucareli mandó que el teniente residiera en Tiripetío y que no cometiera los abusos denunciados. 23
La alusión a los testamentos nos lleva a una situación particularmente delicada, que nos permite asomarnos a los conflictos internos,
usualmente muy poco visibles, de la sociedad indígena. En estos años
Acuitzio padecía una visible tendencia hacia la privatización de hecho
de las parcelas comunitarias. La posesión de la tierra, que había sido
anteriormente una consecuencia de la pertenencia a un “común”, se
convertía poco a poco en una mercancía que podía ser objeto de herencia, venta y arrendamiento.24 Esta transición amenazaba la integridad de la organización social indígena, porque tendía a introducir una
jerarquía social que ya no se basaba en el linaje y en el prestigio que
daba ocupar cargos para el servicio a la “república”, sino en la acumulación de tierras y riquezas.
Asimismo, la privatización creaba un contexto en el cual las normas aplicables eran confusas. Veamos un caso concreto: un propietario indígena tuvo dos matrimonios, y del primero tuvo una hija y del
segundo tres. Como falleció sin testamento, su padre decidió (a la manera tradicional, donde el patriarca decidía sobre las herencias) que la
hija del primer matrimonio recibiría la mitad de los bienes, y sus tres
medios hermanos la fracción restante. Como en el interin la viuda se
había vuelto a casar, el padrastro de los tres hermanos protestó ante el
alcalde indígena de Acuitzio. Cuando su queja tropezó con una negativa (el alcalde le dijo “que se callara la boca”), acudió ante el subdelegado español de Tiripetío. Este determinó que los bienes se repartieran
en partes iguales, lo cual provocó la apelación del marido de la ahora
perjudicada hija del primer matrimonio. El subdelegado mandó al al-
23
AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 19, 20 f.
En tarasco el verbo “poseer la tierra”, literalmente significa “emparentar con la tierra”. La tierra es el fundamento de las relaciones sociales y familiares. En la época prehispánica, al conceder un señor la tierra a un grupo establecía un lazo que era a la vez de parentesco
y de dependencia. Puede verse esto muy bien en el “título de Cherán”, donde se dice que
“de esta tierra señalada hablaré en cuanto emparenté (minguare)”, y más adelante: “Aquellos
que antiguamente eran reyes cuando hicieron por todos lados cada yacata, la tierra habiendo sido emparentada (“mincuarenca”) en los pueblos.” Agradezco a Cristina Monzón la interpretación lingüística.
24
112
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
calde de Acuitzio que entregara la causa, pero éste solamente cumplió
a medias y no entregó el testamento.25
El pueblo había dejado de ser un ámbito socialmente cerrado, homogéneo y solidario, y las autoridades indígenas y españolas entraban
en conflicto por los servicios personales, los recursos comunales, la
administración de justicia y, desde luego, por el derecho a decidir en
asuntos de tierras. En el fondo, lo que estaba en cuestión era la subsistencia de un espacio jurisdiccional indígena que anteriormente había
decidido sobre la adjudicación de la tierra y otros recursos sin interferencia de los magistrados españoles. Vista de esta manera, la persistente pretensión de Acuitzio de conseguir un gobierno “de por sí”, con un
gobernador poseedor de mayores facultades, cobra su pleno sentido.
En 1795 Acuitzio pidió al intendente Díaz de Ortega que se le diera licencia para elegir gobernador el año siguiente, amparándose en
su crecido número y varios documentos que acreditaban que habían
sido cabecera juntamente con Tiripetío; los acuitzeños dijeron que si
habían dejado de elegirlos había sido por descuido de sus antecesores.
Los oficiales de república de Tiripetío, por su lado, se quejaron de que
los de Acuitzio pretendían hacer elección de gobernador y que aun llegaban a querer subyugar a su cabecera. Consideraban que la pretensión tenía por fin la independencia, “que nadie duda es origen de las
disoluciones, de los escándalos y de otras funestas resultas de tan feo
o peor semblante”. Mencionaban que siempre sus contrarios habían
acudido a Tiripetío a confirmar las elecciones de su alcalde y oficiales,
de modo que la novedad pretendida era extravagante, sediciosa, “turbativa” del buen gobierno y contraria a la armonía de la “sociedad civil
de gentes”. El intendente pidió informes al subdelegado de Tiripetío,
quien representó que ni siquiera los viejos tenían memoria de que hubiera habido gobernadores en Acuitzio. Finalmente, la petición fue rechazada.26
En 1804 los de Acuitzio volvieron a presentar sus anteriores argumentos para negarse a dar servicio personal al subdelegado residente
en Tiripetío, una exención de la cual decían tener “inmemorial posesión o cuasi posesión”. Este funcionario español, Valentín Hernández,
contestó diciendo que la representación nacía “por la enemiga [sic] que
tiene un pueblo con otro, a causa de que el de Acuitzio quiere que sea
cabecera y lleva a mal el que lo sea Tiripetío”. Hernández tenía una
pésima impresión del pueblo de Acuitzio, del que decía que “está po-
25
26
AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 21, f. 22r. (1804)
AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 21, 44 f.
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
113
seído de todos los vicios, de manera que no se encuentra en él más
[que] estupros, amancebamientos, adulterios, incestos, robos, heridores
y embriagueces.” Añadía que era inconveniente que por sus privilegios
vivieran “en un total despotismo” y que “estiman en más la libertad
que los intereses”. Reconocía que había reservado para sí parte de los
permisos que se cobraban a los marchantes que llegaban para la fiesta, pero argumentaba que esto era porque en las festividades tenía que
trasladarse a Acuitzio para mantener el orden y aunque los naturales
hacían grandes gastos en comida y bebidas alcohólicas, no le ayudaban para los suyos. Opinaba que aunque las leyes protectoras de los
indios habían tenido su razón de ser, los indios ahora ya no tenían el
“candor o sencillez” del pasado, por estar ahora “poseídos enteramente de malicia y que con pleno conocimiento cometen los delitos porque en la realidad ya no son indios puros sino mezclados con todas las
demás castas” y que “aunque ellos para mover a compasión se presentan ante los magistrados con la mayor sumisión, haciéndose que ni
entienden lo que se les dice, yo apreciaría los observasen en sus pueblos, y hallarían ser al contrario de las exterioridades que representan
en los tribunales, y por consiguiente ser acreedores a tratarse con todo
el rigor de las leyes”. El alcalde de Acuitzio había llegado al extremo
de ordenar que bajo pena de azotes las causas judiciales se presentaran ante él, y no con el subdelegado, y de hecho había comenzado a
sentenciar diferentes causas de tierras según unas “leyes nuevas” que
decía tener; y había dado en usar un bastón de mando con borlas negras, como los intendentes. Los indios se negaban a dar alojamiento o
asistencia a los funcionarios españoles de visita, llegaban a no quitarse el sombrero en su presencia y omitían darles un lugar preferente en
la iglesia. Otros vecinos españoles, citados para este fin, confirmaron
las acusaciones.27
El expediente se prolongó durante varios años, hasta que en 1807
se hizo saber a los de Acuitzio que estaban obligados a prestar servicios personales a las obras públicas de la cabecera, y que su gobierno
local debía entenderse sólo en su régimen económico.28 En otras palabras, que los litigios entre cabeceras y sujetos eran cosa del pasado
porque los privilegios de los pueblos habían quedado generalmente
abrogados por el nuevo orden borbónico.
27
AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, 13 f.
Ibidem., f. 36-44. Las incendiarias acusaciones de Hernández y otros españoles en
contra de Acuitzio encontraron la indiferencia de las autoridades virreinales. Es posible que
el hecho de que reconociera haber cobrado contribuciones prohibidas debilitara sus alegatos.
28
114
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Del conflicto a la disidencia: Acuitzio contra el mundo
El caso de los seculares pleitos de Acuitzio tiene varios aspectos interesantes. Estas agitaciones no son, ciertamente, casos de “resistencia
étnica” (a no ser que se quiera restringir la etnicidad al espacio de un
pueblo). Los de Acuitzio seguramente conocían que compartían una
lengua y un pasado con la cabecera indígena de Tiripetío, pero esta
común herencia cultural no impidió que ambas poblaciones se enzarzaran durante décadas en una enredada pugna: no había aprecio ni
solidaridad entre ellos.
Este es un caso en el cual un pueblo se enfrenta y rechaza todo el
mundo inmediato circundante. Los acuitzeños veían a su alrededor un
entorno uniformemente hostil, donde se movían actores, instituciones
y personalidades —poco importaba que fuesen laicos o religiosos, indios o españoles— que coincidían en meterse en sus asuntos, en querer apropiarse de sus recursos colectivos y exigir tributos y servicios
indebidos. La pretensión —podríamos decir, incluso, la utopía— de este
pueblo se acercaba a un comunalismo, a una búsqueda y preservación
de un espacio propio, aislado, dentro del contexto colonial.
No hay aquí, al menos formalmente, ninguna alusión o comportamiento que pudiera señalar alguna nostalgia por el mundo anterior a
la llegada de los españoles. Por el contrario, los momentos fundacionales del pueblo, que son la fuente de su identidad y reivindicaciones,
se remiten con claridad a las congregaciones realizadas por la Corona
a principios del siglo XVII. No existe siquiera —como ocurre en otras
repúblicas, como por ejemplo la cercana Tzintzuntzan— un intento de
justificar sus privilegios con derechos concedidos por los señores
“de la gentilidad”.29 Tampoco, hasta donde llegan mis conocimientos,
se aprecia una supervivencia de la vieja religión o formas heterodoxas
de sincretismo. Es notable como los agustinos, que no tenían especial
aprecio por los acuitzeños, nunca alegaron la existencia de “supersticiones” o “idolatrías”. Incluso, bien mirados, los elementos culturales
presentes en la famosa “mascarada de carnaval” tienen muy poco de
mesoamericanos y se parecen más bien a las “fiestas de locos” y a los
rituales de inversión social del medioevo europeo.30 En otras palabras,
29
Felipe Castro Gutiérrez, “Tzintzuntzan: la autonomía indígena y el orden político en
Nueva España”, en Carlos Paredes (coordinador), El gobierno indígena en Nueva España,
Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo (en prensa).
30
Jacques Heers, Fêtes de fous et Carnavals, Paris, Fayard, 1983, p. 177-189, describe
procesiones satíricas no muy diferentes a las de Acuitzio. Faltaría saber si se trata de una
DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN
115
lo que presenciamos en Acuitzio es la aculturación de las formas de
disidencia —un resultado paradójico del éxito de la implantación de los
valores y normas culturales españolas.
Por otro lado, la forma en que este conflicto se desarrolla es peculiar y característica del régimen colonial novohispano. Sus orígenes se
hallan en la subyugación (real o supuesta, poco importa) de Acuitzio
en favor de Tiripetío, por conveniencias y necesidades gubernativas y
religiosas de la Corona. El desarrollo del litigio es típico de una sociedad cuyas jerarquías económica, social y política estaban estrechamente entrelazadas. Lo que inicia como un enfrentamiento jurisdiccional
con la cabecera indígena deriva en un cuestionamiento de la autoridad de los misioneros agustinos de Tiripetío; éstos, a su vez, son grandes propietarios de tierras que son objeto de pleitos. La hostilidad
contra los propietarios “de razón” en su conjunto lleva a un enfrentamiento con los tenientes de alcaldes y subdelegados. Y los “vecinos”,
como es lógico, protegen a los eclesiásticos y convenientemente dan la
razón en sus declaraciones judiciales a las denuncias de la cabecera indígena de Tiripetío en contra de su desobediente sujeto. Podríamos suponer que en una sociedad con la estructura propia de la novohispana,
los conflictos específicos que no alcanzaban una pronta resolución tendían a extenderse y diseminarse hacia otros ámbitos. Desde luego, es
preciso considerar otros casos con detenimiento antes de arribar a generalizaciones válidas.
Este entrelazamiento de los conflictos lleva consigo, asimismo, una
progresiva escalada, que va de modalidades aceptadas y aceptables para
las autoridades hacia una progresiva radicalización. Las reivindicaciones de Acuitzio comienzan como una cuestión jurisdiccional a mediados del siglo XVII, pero después evolucionan hacia la ridiculización de
los frailes y de la religión, una usurpación de facultades legales por parte de las autoridades indígenas, un desafío a las órdenes de los funcionarios españoles de la cabecera y una especie de inversión simbólica de
la conquista: los españoles son excluidos de la convivencia conyugal,
acaban expulsados de sus tierras y sometidos a la vigilancia y la coerción disciplinaria de los alcaldes indios.
Esta creciente radicalización puede adscribirse a dos procesos convergentes. Lo que discuten inicialmente los acuitzeños es una cuestión
de conveniencia: manejar por sí mismos los tributos y servicios personales obligatorios, contar con su propio curato y no depender de otros
similitud que se deriva de un contexto similar, o de un préstamo cultural cuyo origen habría
que dilucidar.
116
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
para cuestiones de orden público. Dos siglos después, lo que está en
cuestión es la supervivencia: la presencia cada vez mayor de los “vecinos” españoles y castas juntamente con la privatización de las parcelas familiares amenaza el control corporativo sobre las tierras, que es
el fundamento mismo de la existencia comunitaria. La mención del “total despotismo” que pretendían los alcaldes de Acuitzio tiene su razón
de ser, porque la aparición entre los indígenas de un grupo “modernizador” que prefería o encontraba conveniente acudir ante los funcionarios españoles de la cabecera en cuestiones que antes se decidían
localmente ponía en grave riesgo la autonomía comunitaria y la autoridad de los oficiales de república.
Aun así, los indígenas siguen reconociendo la legitimidad de los
altos funcionarios de la ciudad de México y continúan luchando por
obtener mandamientos favorables para su causa. De hecho, se presentaban a sí mismos como defensores de la costumbre y la legalidad. Desde su punto de vista, lo que hacían era defender las viejas y buenas
normas del pasado y una y otra vez negaron que pudiera considerárseles
como rebeldes. Son, paradójicamente, sus adversarios —los oficiales de
república de la cabecera, las autoridades españolas locales, los “vecinos”
de razón— quienes insisten en que son irremediablemente viciosos,
carentes de toda moralidad, desobedientes a las autoridades civiles y
religiosas y, en fin, subversivos del buen ordenamiento social. La prolongada movilización de los indios de Acuitzio se ubica, como puede
apreciarse, en un ámbito intermedio entre el conflicto rutinario y la
rebelión abierta y formal, pleno de ambigüedades y contradicciones,
que es el propio y característico de la disidencia.
LA PERSECUCIÓN INSTITUCIONAL DE LA DISIDENCIA
NOVOHISPANA: PATRONES DE INCULPACIÓN Y TEMORES
POLÍTICOS DE UNA ÉPOCA1
ANTONIO IBARRA
Posgrado de Economía, UNAM
La conspiración y el desenlace contrafactual
La noche del 15 de septiembre de 1794, de cumplirse los delirantes
planes de Juan Guerrero y socios, el gobierno español en la ciudad de
México hubiera sido depuesto, el aparato virreinal paralizado, el arzobispo hecho cautivo, así como los principales comerciantes y hombres
ricos de la capital capturados. Eventualmente se hubieran abierto los
puertos al comercio libre, fortalecido las entradas del reino para impedir su reconquista y una misión diplomática hacia las “Colonias Americanas” hubiera conseguido un aliado valiosísimo para enfrentar la
respuesta del imperio. La bandera de la libertad habría ondeado en el
palacio virreinal.2
En ausencia de una fuerza regular, capaz de impedir que por el
ánimo de la plebe y sus dirigentes “se alzaran con el reino”, se cortarían
vínculos con la península, el contador Guerrero y sus socios tomarían
los haberes en las Cajas reales de la Casa de Moneda y suprimirían la
salida de caudales que tanta penuria causaban en la Nueva España.
Tales despropósitos, de haber sido llevados a cabo, hubieran hecho
impensables dos hechos futuros, igualmente descabellados si los pensamos desde el año de 1794: primero, la conspiración de los hombres
poderosos del reino contra la autoridad del virrey, en aquel caso Iturrigaray; segundo, el levantamiento de los criollos y la plebe novohispana
1
Agradezco a Felipe Castro y a Alfredo Ávila su invitación al Coloquio que dio origen a
este trabajo. A Eric van Young le reconozco sus estimulantes orientaciones y criticas, así como
su hospitalidad académica. Las condiciones favorables para la elaboración de este ensayo las
debo al Center for U.S.-Mexican Studies de la Universidad de California en San Diego y a la
Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM.
2
Un tratamiento anterior de esta conspiración puede verse en un trabajo previo: Antonio Ibarra, “Conspiración, desobediencia social y marginalidad en la Nueva España: la aventura de Juan de la Vara”, en Historia Mexicana, México, XLVII: 183, 1997, p. 5-31.
118
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
en el modesto pueblo de Dolores que desataría una insurrección general en el reino.
En esta comunicación trataremos de mostrar algunos elementos
de la trama institucional orientada a indagar, perseguir y penalizar las
formas políticas de desobediencia y deslealtad que podríamos interpretar como formas primitivas de “disidencia”, así como sus respuestas simbólicas de “obediencia” que en conjunto definen el discurso de
la transgresión política de la época.
Nos interesa explorar algunos aspectos retóricos de la calificación
de los delitos políticos, tanto a luz de los temores del poder que juzga
y penaliza como en los términos en que los delatores, testigos de cargo, implicados y ocasionales actores presenciales conjuntaron un lenguaje del imaginario político popular.3 Es importante para nuestra
exploración advertir que no nos interesa saber si efectivamente la verdad judicial consigna los “hechos”, sino establecer como la factualidad
del crimen político depende de la interpretación de la ecuación obediencia-disidencia. Los casos aquí mostrados, por tanto, son apenas
indicativos de una lucha simbólica de la época que, pese al sigilo en
que se libró esta batalla, constituía una “caja de resonancia” de las
estridencias políticas que flotaban en el ambiente de la época y sobre
las cuales no tenemos sino fragmentos testimoniales.4
Contornos de una época de miedos políticos
Dado que España estaba en guerra contra la Francia revolucionaria,
los temores de una invasión parecían fundados: el costoso mantenimiento de la Luisiana no garantizaba la seguridad del vulnerable y cosmopolita puerto de Nuevo Orleáns, donde la presencia angloamericana
y francesa era preocupante; 5 además, la relativa porosidad de las fron3
Sobre el tema de la retórica en el conocimiento histórico véase el estupendo trabajo
de Ginzburg, quien constituye una fundada crítica a la retórica tan en boga en la historiografía
reciente. Carlo Ginzburg, History, Rethoric, and Proof, Brandeis Hannover & London, University Press-Historical Society of Israel, 1999, p. 1-37.
4
Una aguda discusión sobre la estrategia interpretativa de la subjetividad durante la
insurgencia a través de los testimonios judiciales, puede verse en el trabajo de Van Young.
Eric van Young, “Confesión, interioridad y subjetividad: sujeto, acción y narración en los
inicios del siglo XIX”, en Signos, México, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa,
2002 (en prensa). Agradezco al autor la copia de su trabajo. En otros aspectos, referidos a
las transgresiones políticas, su libro será una referencia obligada. Eric van Young The Other
Rebellion. Popular Violence, Ideology, and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821,
Stanford, Stanford University Press, 2001, p. 111-124.
5
Ya Revillagigedo había llamado la atención sobre este peligro, en cartas al duque de
Alcudia, a don Diego Gardoqui y a don Antonio Valdés, ministros reales: “La guerra con los
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
119
teras y costas del reino hacían posible una operación de desembarco
exitosa sobre todo por la costa noreste del reino, probablemente entre
Tampico y Tejas.6 Sin embargo, las señales interiores resultaban más
preocupantes aún, por insistentes. El temor al contagio político que
inspiraba la revolución francesa supuso un peligro mayor: el debilitamiento de las bases de la obediencia política en el reino, largamente
edificadas, que se desvanecían ante el reformismo de la nueva casa
gobernante.
Razones adicionales había para pensar en un relajamiento que podría quebrantar la lealtad: los recuerdos y desórdenes que dejó la hambruna de 1785-1786, el hacinamiento que asfixiaba a la capital y los
trastornos que ya se hacían sentir en la economía novohispana, cada
vez más lejos de la imagen de prosperidad que sus minas podrían hacer creer a los contemporáneos y que aún hoy fascinan a los historiadores.7
La Nueva España era rica pero los novohispanos pobres, como nos
lo ha recordado Romano recientemente.8 Las razones de la desigualdad de la época no eran sólo preocupación de los hombres ilustrados
que miraron desde una exterioridad cultural y analítica el fenómeno,
como el barón Alexander von Humboldt, sino también para los ojos de
penetrantes testigos agobiados por un eventual estallido social, como
el futuro obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, así también
para quienes tenían a su cargo la seguridad del reino e impartían justicia desde la Audiencia y los tribunales criminales, y percibían esa fermentación de animosidades.9
franceses exige, según mis conceptos, precauciones prudentes [sic] en la Provincia de la
Luisiana, porque la mayor parte de sus vecindarios se componen de familias de aquella nación...”, Revillagigedo al duque de Alcudia, 30 de abril de 1793, en Nicolás Rangel, Los precursores ideológicos de la Guerra de Independencia, 1789-1794. La revolución francesa, una de las
causas externas del movimiento insurgente, Publicaciones del Archivo General de la Nación, XIII,
México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929, p. 111.
6
“Esta colonia se halla poblada de franceses que reconocen el dominio español de pocos años a esta parte, y por consecuencia no ofrecen seguridades de lealtad y amor al Rey...
[...] Los Estados Unidos Americanos son hoy receptáculo de otros muchos franceses trasladados de Europa y de las Islas que poseían inmediatas a este continente ... [por otra parte,
concluye, AI] de suerte que si los colonos americanos intentan y logran el dominio de Nuevo Orleáns, pueden aspirar a otras empresas por mar y tierra contra la Nueva España.”,
Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794, en ibidem, p. 160-161.
7
Eric van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la
Nueva España, 1750-1821, México, Alianza Editorial Mexicana, 1992, p. 51-123.
8
Ruggiero Romano, Monedas, seudomonedas y circulación monetaria, México, Fondo de
Cultura Económica-Fideicomiso Historia de las Américas, 1999.
9
Abad y Queipo dio testimonio del temor de un sector moderado, agraviado por la
política borbónica, especialmente por la Cédula de Consolidación de Vales Reales, en su
Representación a nombre de los labradores y comerciantes de Valladolid... del 24 de octubre de 1805.
120
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La persecución de síntomas de descontento, de infiltración de “ideas
perversas” venidas de la revolucionada Francia o de manifestaciones
populares de desafección al monarca, la religión y las autoridades virreinales, empezaron a inquietar a quienes con perspicacia interpretaban
el descontento social como una alerta de peligrosidad política.10
El ilustrado virrey conde de Revillagigedo, por su parte, había hecho notar el poder del nuevo régimen entre las elites, fomentando luchas corporativas entre los ricos del reino para sacar partido pecuniario
en favor de la Real Hacienda.11 El caso de las manifestaciones de lealtad del Consulado de comercio de México destaca cómo el intercambio
de privilegios y favores estimuló a los comerciantes a invertir en préstamos graciosos procurando revocar la decisión real de crear nuevos
consulados provinciales en Veracruz y Guadalajara, hasta exigir
su extinción.12
Cuando reveló su autoría años más tarde, en 1813, sentenció que “...es bien cierto que ha
tenido [la citada Cédula, AI] bastante influjo en la insurrección que actualmente nos aflige.
[...] Previendo yo estas consecuencias procuré demostrarlas con la claridad y energía posible, pero sin faltar al decoro y respeto que son debidos al gobierno. [...] Sin embargo, uno
de los señores fiscales de México pidió que se averiguase el autor de este escrito por los
suscriptores y que se formase causa de Estado como a un revolucionario. La ignorancia o la
lisonja cegaron a este señor ministro, para no ver que él sólo era en el caso un perturbador
público y no el autor del escrito, como se lo hubiera probado en juicio, si me hubieran
reconvenido”. Masae Sugawara (editor), La deuda pública de España y la economía novohispana,
1804-1809, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia 1976 (Colección científica, 28), p. 59-74 [cursivas nuestras, AI].
10
Desde diciembre de 1783 don José de Gálvez había enviado a nombre del rey una
prevención sobre “segura noticia que una potencia extranjera trata de enviar a nuestras Indias comisarios disfrazados, con el pérfido fin de sublevar a sus naturales y habitantes ...
[recomendando expresamente, AI] ... para desempeñar completamente este gravísimo encargo y mantener todo evento la subordinación y fidelidad de los pueblos y vasallos que le
tienen confiados, sin causar para ello gastos extraordinarios, ni tomar providencias que causen novedad en el publico, ínterin no se adviertan movimientos que las hagan indispensables, pues en este caso deberá V. E. ocurrir con la mayor celeridad a sofocar y extinguir el
fuego en los principios, escarmentando prontamente a los autores y cómplices de semejantes excesos”. Gálvez al virrey Revillagigedo, 1 de diciembre, 1783. Rangel, op. cit., p. 151.
11
“...en el discurso de un año y poco más de cinco meses —escribió Revillagigedo al
ministro de Hacienda— tendré la satisfacción de haber remitido trece millones doscientos
cincuenta y dos mil ochocientos noventa y ocho pesos, pertenecientes al Rey, para que disponga de ellos a su soberano arbitrio, y trece millones ciento ochenta y un mil setecientos
setenta y siete pesos de sus fieles vasallos, cuyas contribuciones y las que deben resultar de
sus comercios y giros progresivos, aumentarán los ingresos de ese y este Erario, proporcionando nuevos recursos para socorrer las urgencias del día”, Revillagigedo a Gardoqui, 31 de
marzo de 1794. Rangel, op. cit., p. 138. Para una visión exhaustiva de la política financiera
del imperio y el monto de las exacciones extraordinarias, véase el libro de Carlos Marichal,
La bancarrota del virreinato, Nueva España y las finanzas del imperio español, 1780-1810, México,
Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 1999.
12
Guillermina del Valle Pavón, “Antagonismo entre el Consulado de México y el virrey Revillagigedo por la apertura comercial de Nueva España, 1789-1794”, en Estudios de
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
121
A nivel popular, el esmero correctivo se tradujo en un espectáculo penalizador que marcaba una nueva política de policía y buen gobierno. La ciudad de México fue testigo, entonces, de una serie de
célebres ejecuciones, como la de los asesinos del rico comerciante don
Domingo Dongo, y se convirtió en rutina la peregrinación de supliciados
por sus calles, así como la instalación de cepos y cadalsos en las principales plazas de la ciudad.13
A la renovación ilustrada de la vida urbana, sobrevino una serie de
medidas disciplinarias que habrían de lesionar el sensible tejido social: ahora con una matanza de perros, ahora con una reglamentación
al expendio callejero, ahora con el control sobre la vida nocturna o la
expulsión extramuros de cientos de vagabundos que pernoctaban en
las calles de la ciudad. La iluminación, centinelas y serenos, el aseo
público y el frenético esfuerzo reglamentador de los nuevos funcionarios borbónicos hizo evidente a los novohispanos la fuerza del cambio
de una época.14
El sucesor de Revillagigedo, marqués de Branciforte, interesado
en hacer notar las omisiones y desidias de su antecesor fue más lejos
en sus esfuerzos retóricos por mostrar su eficacia persecutoria, al enfatizar la permisividad con que se toleró a los franceses, “a la sombra
de un disimulo indulgente”, a pesar de que eran para el nuevo virrey
emblema de la disidencia y un peligro latente del contagio de ideas
perversas.15 La rudeza de una rivalidad entre ambos virreyes, traducida en represión política, llevó a los calabozos a muchos sospechosos
de transgresiones políticas, desde nuestros conspiradores hasta varios
extranjeros que presuntamente sembraban desconfianza e influían en
el ánimo popular con sus comentarios aprobatorios a la Asamblea Nacional y el regicidio ejecutado por aquélla. En este contexto, hasta al
Historia Novohispana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, n. 24, 2001,
p. 111-137.
13
Para una apreciación cotidiana y pormenorizada merece consultarse el Diario del alabardero José Gómez, quien muestra la modificación del espectáculo punitivo en la vida urbana, por el cual demuestra conocimiento y simpatía. José Gómez, Diario curioso y cuaderno
de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794), ed. de Ignacio González-Polo, México, Universidad Nacional Autónona de México, 1986.
14
Enrique Florescano, “El embate de la ilustración”, en Margarita Menegus (coordinadora), Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina: homenaje a
Carlos Sempat Assadourian, México, CIESAS-UNAM-El Colegio de México-Instituto Mora, 1999.
15
“Advertí desde luego que se había tratado con indolencia y que los franceses establecidos en esta capital vivían libres a la sombra de un disimulo indulgente, diametralmente
opuesto a las sabias justas y saludables deliberaciones que se tomaron en España contra estos hombres fanáticos y seductores.” Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794.
Rangel, op. cit., p. 157.
122
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
propio cocinero del virrey Revillagigedo y algunos peluqueros de la
ciudad fueron puestos en bartolinas.16
La relevancia de estos hechos está, desde luego, no sólo en las disputas camarales de los virreyes, sino también en el hecho de que a partir de entonces la persecución de delitos políticos se convirtió en una
empresa delicada que pretendió penetrar en los ánimos populares y
explicar el descontento novohispano a la luz de la trama política de la
época revolucionaria vivida en Europa.
Una época de miedos y represión se abriría entre 1794, año de los
procesos reseñados, y la erección de la Junta de Seguridad y Buen Orden, en 1809, cuando se estableció un control institucional sistemático
para perseguir y procesar delitos políticos, paradójicamente en la víspera de la insurgencia. Mientras la Junta perseguía las voces anónimas de
una espectral disidencia, ignoraba el desenlace que se preparaba en el
levantamiento insurgente. La batalla institucional de inteligencia política parecía irónicamente perdida, toda vez que se hizo manifiesta su incapacidad de previsión, pero los “hechos” daban cierta cuota de razón
a los temores del poder, aunque estuviesen “fuera de foco”.
El miedo al contagio de ideas perversas: la cruzada de Branciforte17
Al llegar a la capital, en julio de 1794, el nuevo virrey, Branciforte, hizo
saber a la población, por bando público, que debía denunciar a los enemigos de la religión y la Corona, quienes bajo la bandera de la Francia
revolucionaria se escondían entre los leales súbditos novohispanos.18
Para ello, convocaba a audiencias con el objeto de conocer las denuncias y prometía observar sigilo en su persecución. La respuesta que
alarmaría a los cuerpos de orden y seguridad vendría por una cédula
16
Testimonio de los autos formados por el señor don Pedro Jacinto Valenzuela, del
Consejo de su Majestad, sobre la libertad y desacato con que varios individuos de la Nación
francesa y otros se producen en tertulias y conversaciones, apoyando los procedimientos de
la Asamblea, dando por bien ejecutada la muerte de los reyes, por ser opresivo y tirano su
gobierno. Ibid., p. 200-254.
17
Miguel La Grúa y Talamanca, marqués de Branciforte, es el caso más notable de
encumbramiento militar y burocrático gracias a sus vínculos familiares con la política palaciega. Cuñado del Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, entre 1791 y 1793 coleccionó un catálogo de cargos y condecoraciones, hasta llegar al virreinato novohispano. Fue nombrado
por Real acuerdo de 2 de enero de 1793, embarcó a Veracruz el 29 de abril de 1794 y llegó a
México el 12 de julio. Javier Ortiz de la Tabla, “Comercio neutral y redes familiares a fines
de la época colonial”, en Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (editores), Relaciones de poder
y comercio colonial: nuevas perspectivas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos-Texas
University, 1999, p. 165-166.
18
Decreto de Branciforte, 14 de julio de 1794, Gazeta de México, VI, 400-404.
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
123
anónima puesta coincidentemente en las narices del nuevo virrey, en
la esquina del palacio virreinal, que rezaba:
Los más sabios
Son los franceses
El seguirlos en sus
Dictámenes, no es absurdo
Por mucho que hagan la Leyes
Nunca podrán sofocar los gritos
Que inspira Naturaleza19
La ocasión le permitió ratificar sus sospechas, expandir su política
persecutoria y buscar el apoyo de otras instituciones encargadas de la
justicia criminal y de conciencia, como el Santo Oficio, estableciendo
una red de vigilancia que habría de crear el clima de persecución política descrito como una lucha por preservar la obediencia del reino.20
Resultado de este propósito, llevado adelante en forma de cruzada
política, el virrey Branciforte envió al duque de Alcudia una relación
de los casos más señalados de conspiración acaecidos en el reino,
magnificando su impacto y destacando la celeridad con que se desempeñó frente a tales asechanzas. Los documentos judiciales de esta jornada de persecución política constituyen valiosos testimonios de la
acción punitiva del poder, de la gramática de sus temores y de las medidas tomadas para infundir a la sociedad un amor patriótico nacido
de la disuasión y los castigos ejemplares.21
Nuestros conjurados que tramaron la conspiración de la Alameda,
el contador Juan Guerrero,22 el presbítero Juan de la Vara23 y el pelu19
Pasquín que amaneció fijado el 24 de agosto de 1794 en la esquina de Palacio que
llaman de Provincia, en la del Portal de Mercaderes y en el sitio que la hace a la calle primera de los Plateros para ir a la de San Francisco. Rangel, op. cit., p. 151.
20
“...estuve prevenido y vigilante para ocurrir al pronto remedio de cualquier novedad
que pudiese perturbar el sosiego público, y porque con singular complacencia vi resplandecer los afectos más tiernos y piadosos de religión, lealtad y amor al Rey en el muy reverendo
Arzobispo, venerable Cabildo de esta Santa Iglesia, Tribunales de la Inquisición, Real Audiencia y de más Magistrados, Jefes militares, vasallos nobles y familias decentes, cuyo ejemplo influía en los corazones de la gente de la ínfima plebe.” Branciforte al duque de Alcudia,
3 de octubre de 1794. Ibid., p. 159.
21
Los documentos provienen del AGN, Infidencias, v. 8, 20 y 139. La compilación impresa, a que hemos recurrido en este ensayo, se encuentra en el citado texto de Rangel.
22
Español, natural de la villa de Estepona, costa de Granada, soltero según declaró y
que era oficial supernumerario de la Contaduría de la Real Hacienda de Filipinas, y le nombraron contador de la fragata San Andrés, última nao que llegó al reino en el año 1791.
Primera declaración de D. Juan Guerrero, 19 de septiembre de 1794. Rangel, op. cit., p. 176.
23
Español, natural del reino de Galicia, presbítero de 32 años y “su modo de hablar es
apresurado”. AGN, Infidencias, tomo 139.
124
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
quero José Rodríguez Valencia,24 por azares de este giro político, cayeron en las redes de este nuevo entramado institucional, amplificándose
su caso por ser la primera evidencia incontestable de los ánimos de
fermentación que había en el reino y que habrían llevado a españoles
peninsulares a semejante despropósito, sólo por “verse arrancados” en
la pobreza. Su tratamiento judicial expresa, por otra parte, los contornos de esta búsqueda sigilosa y sistemática de una nueva culpabilidad
que hiciera evidente que los agentes de la revolución francesa habrían
pisado suelo americano y conspiraban con súbditos desleales.
Proteger la salud política del reino obligaba, entonces, a una suerte
de “acordonamiento sanitario” de ideas y valores políticos que garantizaran reconocer la discordia, el propósito sedicioso y la transgresión política. En esta nueva trama de obediencia y disidencia, los procesos
judiciales habrían de crear una nueva cultura de la persecución, de la
delación, de la culpa política y de la penalización ejemplar.25
En la búsqueda de las más profundas raíces de las conjuras no se
escatimaron recursos de inculpamiento, echando a andar toda una economía de la persecución en la cual el más mínimo detalle de desviación moral suponía una evidencia de la corrupción de la obediencia
política.26 A los despropósitos, maledicencias o revanchas de “malquerientes” habría que asignarles un estatuto de credibilidad que hiciera
posible su persecución, que mostrara el visible espíritu de sedición que
permeaba a la época, permitiendo a las autoridades virreinales destacar su audacia persecutoria y celosa lealtad.
El discurso persecutorio, en su expresión judicial de interrogatorio, constituye una glosa elocuente de los temores políticos de una época: al esfuerzo sistemático de inculpación acompañaba una convicción
institucional de que la disidencia rondaba por todos los rincones del
reino quebrantando voluntades, conjurando malicias y rencores, para
hacer de la paz del reino un valor muerto. El discurso de interpelación
política, en este nivel, constituye una evidencia de esa búsqueda y esos
temores.27
24
Español, natural de la villa de Cartami y vecino de esta ciudad de México, soltero, de
oficio peluquero, que vive en la calle de las Escalerillas, junto a una fonda. Declaración de
[José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Rangel, op. cit., p. 171.
25
Antonio Ibarra, “Crímenes y castigos políticos en la Nueva España, 1809-1816: una
aproximación cuantitativa al perfil social de la disidencia política colonial”, Ibero-Amerikanisches
Archiv, 26: 1-2, Berlín, 2000, p. 165-172.
26
Seguimos en esto la conocida reflexión de Foucault sobre la economía del castigo. Michel
Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo Veintiuno Editores, 1978.
27
Hemos hecho un análisis en esta dirección, usando distintos testimonios judiciales,
particularmente de la Junta de Seguridad y Buen Orden, para buscar en las razones de quien
persigue los temores del orden político que representa. Antonio Ibarra, “Crímenes y casti-
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
125
La profesionalización del interrogatorio político se convirtió en una
misión relevante, desprendiéndose de la justicia regular para adquirir
progresivamente un estatuto propio. Los personajes que llevaron a cabo
esa empresa habrían de adquirir una importancia singular, toda vez que
serían ellos quienes crearían un discurso de la inculpación y habrían
de encontrar el lenguaje que hiciera evidente que entre el universo de
incoherencias populares sobre la política de la época, había un razonado decálogo de delitos y normas de obediencia.
En efecto, don Pedro Jacinto Valenzuela,28 alcalde ordinario de la
Real Sala del Crimen de la Audiencia de México, y don Ambrosio Sagarzurieta, antiguo fiscal de la Audiencia de Guadalajara,29 fueron dos personajes significativos en esta cruzada contra la disidencia política y
artífices de un discurso de la obediencia, desprendido de los fragmentos luminosos de las “palabras sediciosas” que rondaban los ánimos
populares.30
De esta manera, nuestro examen de la construcción y dinámica de
discursos de obediencia y disidencia parten de una consideración simple: los “hechos” de disidencia forman parte del imaginario de la obediencia. Esto es, sólo a partir de una sintaxis de culpabilización es
posible entender cómo los despropósitos políticos pueden adquirir coherencia y reputarse como delitos. Dicho de otra manera, en la construcción del delito se definen los contornos que limitan la obediencia
de la disidencia y se pueden advertir en momentos retóricos definidos,
a saber: en la denuncia, en el interrogatorio y en la construcción judicial de la culpa. Empecemos al revés, si se nos permite: esto es, con la
construcción judicial de la culpa.
La evidencia revelada: disidencia individual y convergencia sediciosa
En su balance de los procesos seguidos a los sediciosos españoles y
franceses, el fiscal don Pedro Jacinto Valenzuela informaba al virrey
Branciforte, con enfática convicción, acerca de los delitos imputables
gos políticos en la Nueva España borbónica: patrones de obediencia y disidencia, 1809 1816”, en José Antonio Serrano y Marta Terán (editores), Las guerras de independencia en la
América española, México, El Colegio de Michoacán-INAH-UMSNH, 2002, p. 255-272.
28
Alcalde ordinario de la Sala del Crimen de la Real Audiencia de México.
29
Felipe Castro, “Ambrosio de Sagarzurieta: un reformista ilustrado en la crisis de la
colonia”, en Amaya Garritz (coordinadora), Los vascos en las regiones de México, México, UNAMGobierno del País Vasco, 1999, v. IV, p. 331-350.
30
Se antoja necesaria una recuperación sistemática de los pareceres judiciales de ambos personajes, así como reconocer las estrategias de interpelación que desarrollaron en sus
interrogatorios para la Junta de Seguridad y Buen Orden.
126
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
a los mismos. De su convencimiento sobre la culpabilidad de aquéllos
nacía una calificación moral de los sujetos, una representación de los
“hechos” y una valoración de la subjetividad de los mismos que probaban no sólo su torpeza o extravío, sino también una perversidad y quebranto moral que se traducía en convicciones sediciosas. Según el puño
y letra del fiscal:
El Contador D. Juan Guerrero, en el estado presente del proceso, está confeso y convicto de haber formado el execrable proyecto de levantarse con
este Reino, aunque se excepciona que no fue su ánimo ponerlo en ejecución, y sólo descubrir por este medio cierto particular que le acomodaba
saber, pero lo cierto es que él lo formó y propuso, hallándose perdido por
haber gastado sus propios intereses, y los que trajo por comisión de Manila,
sobre cuyo cobro hay autos pendientes en el Superior Gobierno; y también
es cierto que le aprehendí entre sus papeles la lista de sujetos que componían parte de su proyecto, y la hace de cuerpo del delito, y estoy averiguando
en lo extrajudicial y reservado, cierta especie que dijo, la cual si se justifica
le agrava demasiado, y hasta apurarla he suspendido concluir su confesión por hacerle en ella ese mayor cargo...31
Pero, además, los “hechos” convergen en favor de las evidencias
de “verdad” que las suposiciones judiciales levantan sobre un perfil moral del acusado, una suerte de expedita interpretación de su subjetividad política y de la previsible colusión de ánimos y propósitos que lo
unían a los franceses sediciosos, aun cuando no existiera evidencia alguna que lo afirmara, sino tan sólo el haber sido procesado por delitos
convergentes en un punto de peligrosidad política distinguido por el
fiscal. A saber:
...De un hombre disipador de lo suyo y lo ajeno, como lo es D. Juan Guerrero, habiéndole faltado qué gastar, y estando enjuiciado por sus acreedores, no hay que admirar cualquier especie sediciosa, especialmente si lleva
por objeto el tener a la mano caudales que disipar, ostentando vanidades
con ellos: pudo muy bien haber quedado convencido de la temeridad de
su proyecto por las razones que le expusieron los dos sujetos con quienes
lo comunicó [De la Vara y Rodríguez Valencia]; pero también pudo esperar
mejor ocasión y buscar sujetos a propósito, para hacerlo ejecutar, y no sería
extraño que encontrase con Durrey, Mexanes y Fournier, con los demás enjuiciados por mí y por el Alcalde Ordinario D. Joaquín Romero Caamaño,
que en realidad todos ellos no son pocos para dar a esta ciudad un sentimiento general, si acaso no se extendía éste a otras partes del Reino.
31
Valenzuela a Branciforte, 1 de octubre de 1794. Rangel, op. cit., p. 163-165. (Cursivas
nuestras en lo sucesivo).
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
127
Por su parte, los franceses procesados estaban “convencidos de seductores y partidarios de la más abominable Asamblea”32 que había
llegado al regicidio, según convicción del virrey fundada en el testimonio de Valenzuela. El registro del fiscal es igualmente elocuente:
Don Juan Durrey está convencido perfectamente, en el actual estado de su
causa, de ser un seductor de la plebe, inclinándola con razones capciosas a
que adoptasen el partido de los franceses de la Revolución o Asamblea,
procurando infundir en sus corazones el odio para con todos los Reyes,
hablando pésimamente de éstos y extendiendo su atrevimiento hasta nuestros católicos Monarcas, llevando a tanto grado, que procuraba juntar gente para que auxiliasen a los franceses cuando vinieran a este Reino, como él
daba por seguro, declaran varios testigos y más por menos especifica Don
José Joaquín Vargas Machuca, hacendero de Zapotlán el Grande, jurisdicción de Guadalajara.
De una manera transparente, los “inquietadores de la plebe” expresan la malicia y el encono que subyace a la admiración de la Asamblea y, simultáneamente, al desprecio por la figura del monarca y los
españoles:
Don Armando Mexanes resulta asimismo inquietador de la plebe, con sus
proposiciones sediciosas a favor de la asamblea, y en contra de los españoles; y con mayor grado de malicia y delito D. Juan Fournier, pues no sólo
presentaba en sus conversaciones alicientes para la unión con la Asamblea, y sí que también intentaba inclinar a algunos soldados nuestros para
que la sirvieran.
De una forma genérica, entonces, la convergencia de delitos y la
claridad de las convicciones que pretenden infundir en corazones políticamente inocentes se revelan en la prístina traducción de los valores modernos de la igualdad y libertad. Una vez perseguida la evidencia
del influjo de la revolución francesa, tanto como premisa de la búsqueda como evidencia que resulta de los “hechos” descubiertos, el círculo de la persecución se cierra simbólicamente con una precisión
admirable. En palabras del fiscal Valenzuela:
Todos los otros están convencidos de esparcir en sus conversaciones la tiranía del gobierno de los reyes y las ventajas del de la Asamblea, como más
conforme a la natural libertad del hombre, y a la igualdad de todos, que han
32
Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Ibid., p. 158.
128
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
sido los principios sediciosos que han puesto a la Francia en el lastimoso
estado que se halla...33
Sin embargo, los propios testimonios judiciales nada prueban de
esta conclusión política, antes bien, son elocuentes evidencias de la construcción del delito político nacido de los temores del poder y la malicia,
devenidos de una cultura de la delación promovida desde el poder. En
un sentido sustantivo, sin embargo, resulta evidente que la pluralidad
de motivos que llevaron a los “conjurados”, “sediciosos” e “inquietadores de la plebe” se reducen a encontrar la evidencia del temor perseguido: los valores políticos de libertad e igualdad. Son estos testimonios,
pues, resultado de una verdad sabida que nace del temor del poder y
que se supone encuentra, en la perversidad de ciertos hombres, como
un “sentimiento general” de peligrosas consecuencias.
El virrey Branciforte podía escribir, no sin jactancia: “...yo me he
hecho cargo de este mando en los tiempos más turbulentos”, sin embargo, el peligro estaba conjurado “porque mis providencias oportunas
y prudentemente mañosas han descubierto todos los proyectos perniciosos, desvaneciendo sus funestas resultas”.34 Un optimismo lejano a
lo que efectivamente ocurría en el reino.
La verdad salida de la obediencia: delación y exculpación.
Cuando el presbítero De la Vara decidió delatar a Juan Guerrero como
autor de la conspiración, bajo juramento in verbo sacerdotis tacto pectore et corona, probablemente no llegó a estimar la virulencia de la
respuesta institucional: sus argumentos, cargados de retórica condenatoria, habrían de ser tomados por verdad y la persecución de esta certeza habría de envolverlo a él y a los presuntos implicados. Guerrero,
Rodríguez Valencia y el propio De la Vara habrían de experimentar la
expresión viva de los temores políticos de la época ya que sus desmedidos planes fueron puestos en la balanza de la geopolítica del momento, por más extraviados que pareciesen.
Es nuestro interés, más allá de concluir sobre la veracidad de tales
despropósitos, advertir cómo se construyó una verdad inculpatoria que
cobró vida propia con independencia de las inconsistentes evidencias
y contradictorios testimonios de los implicados. Es aún más relevante
33
34
Valenzuela a Branciforte, 1 de octubre de 1794. Ibid., p. 163-165.
Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Ibid., p. 159-160.
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
129
examinar el diálogo entre el actor inculpatorio y el sujeto inculpado,
así como sus estrategias retóricas de interlocución.35
Para el caso que nos ocupa, hemos diseñado una suerte de rutina
metodológica que busca llegar a ciertas hipótesis sobre la construcción de una verdad salida de los miedos políticos de una época y su
capacidad de expresarlos.
Un primer elemento, relevante para la explicación de los ánimos
de los actores, se produce en la delación misma al momento de hacer
verosímil cualquier acusación. La intimidad de los sentimientos arrancados por la espontaneidad adquiere, por tanto, una dimensión retórica
importante. En su caso, De la Vara hizo descansar la veracidad de su
testimonio en la confianza que generó en el acusado para que con transparencia revelara sus propósitos. Según consignó en su declaración:
...le estimuló a que se declarase con el declarante, y asegurándose que le
guardase secreto, le confiaría sus sentimientos, los que se dirigían a una sublevación y levantarse con el Reino, para lo cual tenía tiradas las más acertadas líneas y formados planes...36
Enseguida, la explicación detallada de la trama conspirativa, expresada con acuciosa puntualidad por el delator, pretendía reflejar los
más recónditos propósitos del sedicente Guerrero, como criterio de verdad, y limpiar de sospecha alguna al delator. Empero, el testimonio
complementario de Rodríguez Valencia comprometió la neutralidad
del presbítero y reveló una extraña colusión entre los tres insensatos
conjurados que habría de ser un objetivo primordial de los interrogatorios.
Según testificó el peluquero don José Rodríguez Valencia, las revelaciones de la conjura resultaron de una secuencia incidental de encuentros, conversaciones triviales y la afirmación de una amistad que
les llevaría a compartir altos riesgos políticos en la disidencia. A saber:
...habiendo tomado comunicación en casa de Don Antonio Caamaño con
un clérigo presbítero llamado, según se acuerda, Don Juan [de la] Vara, y
“ The world of legal and royal documents had in it stories that were claimed to be
true —sostiene Natalie Zemon Davies—, had been ratified as true, and had been used as a
basis for social reconciliation. Yet we have seen them often surrounded by doubt and
challenge. That authors and readers found piquancy in uncertainty about truth in literary
works and perhaps fed by the inescapable uncertainty about truth in document relied on for
order in a monarchial state.” Natalie Zemon Davies, Fiction in Archives. Pardon Tales and their
Tellers in Sixteenth-Century France, Stanford, Stanford University Press, 1987, p. 113.
36
Declaración del presbítero [Juan] de la Vara, 12 de septiembre de 1794, Rangel,
op. cit., p.167.
35
130
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
frecuentándola muchos días, le dijo el padre en uno de ellos, tratándole el
declarante de lo escaso que andaba de dinero: pues amigo, si hubiera conocido a usted ahora poco tiempo hace, hubiéramos hecho un proyecto, que
no se hizo por faltar uno así de valor, porque no estábamos más de dos...
Que lastima, respondió el que declara, que no nos hubiéramos conocido.
Que con estas conversaciones tomaron estrechez, y que le comunicó que
tenía un amigo hábil y hombre de valor, que junto con él podrían hacer
algo; [...] le hizo el clérigo un panegírico de los talentos y valor de dicho
Guerrero. Que habiéndose incorporado los tres, dijo el Padre al Contador:
puede usted hablar con toda confianza, que este es un amigo de valor y que
se halla también escaso de reales [...] habiéndole el Padre instado a que
descubriese el proyecto para que lo había citado, dijo el Contador que estaba aguardando a obispo, para que entrase también, por conocerlo mozo
de espíritu, a lo que el clérigo y declarante contestaron, diciéndole: ¿Es
proyecto de alguna cantidad grande de dinero, donde nos podamos habilitar?, a que le replicó el Contador, eso no sirve, porque como saben que estamos arrancados, en viéndonos con dinero, nos averiguan la vida; mi proyecto
es levantarnos con el Reino; ... eso es un empeño escandaloso, dijo el que
declara, se necesitaba mucho dinero y mucha gente, pues habemos [sic] visto ejemplares de la América inglesa, de la Francia y de otras partes, a que el
Contador respondió: no dificulte usted nada hasta que usted me haya oído...37
Si bien la contundencia de los propósitos insurreccionales contrasta con la ingenuidad sobre los medios a su alcance, no deja de ser notorio
el vínculo retórico que se establece con un momento de incertidumbre
política que, pese a todo, hacía entendible semejante insensatez. Sin
embargo, dado el espacio de interlocución del testimonio, es decir el
interrogatorio judicial, resulta más relevante que la precisión de los hechos la retórica de entendimiento del proyecto.
Para De la Vara, sin duda más hábil en el manejo de conceptos políticos, la iniciativa era un “monstruoso y bárbaro proyecto” nacido de
“su perverso pensamiento”, fundado en “horribles máximas” y en “el
impío proceder que pensaba”. Siendo un “depravado intento”, el complot debía ser considerado como “el horrendo y enorme delito en que
se halla constituido por vil exasperación”. Las adjetivaciones, convenientemente ajustadas a la retórica condenatoria de quien juzga, pudieron
haber supuesto para De la Vara una cuota adicional de veracidad y una
elocuente distancia respecto de sus pensamientos, justificando con ello
su delación “en descargo de su conciencia”. Para Rodríguez Valencia,
por contraste, simplemente era un “disparate” y en caso extremo solamente “pensarlo es delito de muerte”.
37
Declaración de [José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Ibid., p. 171-172.
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
131
En este punto, las valoraciones subjetivas de la conspiración requerían de argumentos factuales que hicieran ver la lealtad del delator, así como del incidental implicado, frente al extravío del acusado.
En su caso, De la Vara narró su esfuerzo disuasivo sobre el animoso
Guerrero con una retórica ejemplar de la obediencia:
...el declarante se apersonó con el citado Contador a los dos días, movido
del mayor celo y ver asimismo la perdición de este hombre; le hizo ver su
perverso pensamiento, el que dándole muestras de arrepentimiento de lo
que había pasado, le prometió el prescindir enteramente de aquel error,
advirtiendo que si así no lo hacía y no enmendaba sus pasos, se presentaba contra él [...] sosegado y tranquilo ya su espíritu de que había conseguido el tan deseado fin para sí, cual era el haberle desvanecido aquellas falsas
e impías ideas... [sin embargo] se empezó a inquietar interiormente, reflejando para sí no se que aquel hombre hubiese aparentado su corrección
por ver que ni Rodríguez Valencia, ni el declarante han querido convenir
con sus depravados y facinerosos intentos. [...] en este supuesto se halla
temeroso el que hayan revivido aquellas amortiguadas cenisas [sic]...38
También refiere haber hecho con Rodríguez Valencia un ejercicio
de cordura, lealtad y sensatez influyendo en su ánimo a efecto de no
seguir con el proyecto. Según dijo:
...se estuvo hasta las diez largas de la noche, haciéndole ver y palpar, con
demostraciones evidentes, el error y precipicio en que aquel hombre se hallaba metido y quería meterlos; que con estas razones de su limitada instrucción le dictaban, hizo ver a [Rodríguez] Valencia que era este asunto
de grave peso, y que era preciso tomar la más seria providencia, dando parte del pensamiento inicuo de este hombre.39
Para Rodríguez Valencia, por contraste, la disuasión supuso una
valoración sobre la torpeza de los propósitos, lo inalcanzable de tal
proyecto y la ironía que suponía su identidad en aquella trama. Sin
embargo, no dejó de consignar sus esfuerzos disuasivos guiados por el
simple sentido común. Según testificó:
...el Padre y el declarante se vinieron juntos al Café de enfrente de la Profesa, donde pidieron café y empezaron a hacer reminiscencia de todo el
proyecto, considerando(se) el Padre, Arzobispo, y el declarante, Embajador,
de que se rieron fuertemente; prometiéndose los dos unánimes de no pensar
38
39
Declaración del presbítero De la Vara, 12 de septiembre de 1794. Ibid., p.168.
Ibidem.
132
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
semejante disparate, pues sólo el pensarlo es delito de muerte, y de ver como
le quitaban el proyecto de la cabeza; que fuera el declarante a ver los planos a ver que tales están para que nos riamos y divirtamos más [sic]... [días
mas tarde] le volvimos a hacer presente, el Padre y el declarante, que de
ningún modo conveníamos en su proyecto, que era un gran disparate, y
que nos dejáramos de todo esto; [...] el siguiente día en casa de dicho Contador, tomó en su compañía chocolate; y tratándole del proyecto, lo encontró muy diferente de los días anteriores, pues de él mismo salió que
era un gran disparate y que no se podía dar paso sin tener mucho dinero;
que mudaron a otras conversaciones muy diferentes y se despidió el declarante de él y no ha vuelto a verlo...40
De esta manera, tanto las “amortiguadas cenizas” de la subjetividad de Guerrero como la peligrosidad de soslayar el hecho serían, a
fin de cuentas, un valioso argumento para recurrir a los tribunales,
formular el argumento adecuado a los propósitos de persecución y favorecerse de ello, haciendo notar su lealtad. Y así declaró que:
...vive persuadido que con sus razones y temor que hay un Dios, a quien
debemos dirigir todas nuestras acciones, [por ello] lo convenció de sus
falsas y monstruosas impías máximas, que tan horrendas y denigrativas
eran al Estado y la Patria, y últimamente a lo que nos debe sorprender
como católicos, y principalmente al declarante como Ministro del Altísimo, el dar el buen ejemplo con sus tratos y conversaciones a todos aquellos que viese se partan del verdadero camino de la salvación, y siendo
que el fin depravado de este hombre nos acarrearía funestas consecuencias, y que puede servir de alguna instrucción esta declaración...41
De esta manera, habiéndose conformado un acervo factual de evidencias, junto con una descripción valorativa cargada de adjetivos condenatorios de la disidencia y expresiones retóricas de obediencia, la
construcción de la verdad sediciosa adquiere una autonomía que depende de quien culpabiliza, toda vez que éste la crea conceptualmente.
Valga decir que de los quince “hechos” que fueron referidos como
parte del estructurado proyecto conspirativo, tanto en la delación del
presbítero De la Vara como del testimonio de Rodríguez Valencia y la
expresa narración de cargo que hiciera el fiscal Valenzuela, sólo cuatro de ellos son compartidos por quienes le señalan a Guerrero la
autoría del complot. A saber: (1) tomar las cárceles y liberar los presos; (2) confiscar los caudales de la Casa de Moneda y/o las Cajas rea-
40
41
Declaración de [José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Ibid., p. 173-174.
Declaración del presbítero [Juan] de la Vara, 12 de septiembre de 1794. Ibid., p. 170.
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
133
les para auxiliar el movimiento y corromper a la plebe; (3) tomar el
palacio y capturar al virrey; y (4) colocar la bandera de la Libertad
en el mismo.
Sin embargo, los hechos y su correspondencia a un principio sistemático de realidad, dejan su lugar a un factor aún más determinante:
la exploración de los motivos profundos que subyacen al proyecto de
sedición. En un segundo momento, en el interrogatorio, se produce
entonces la transformación de la subjetividad de los implicados de
acusadores en sospechosos de lo que condenan, toda vez que estando
en cautiverio, tanto delatores como delatados, están técnicamente en
la misma condición de subordinación respecto de quien elabora la culpa, a quien juzga.
La verdad nacida del miedo: confesión y culpabilización
Cuando Juan Guerrero fue sometido a interrogatorio, “bajo juramento
que hizo por Dios Nuestro Señor y la señal de la Santa Cruz, a cuyo
cargo prometió decir la verdad...”42 la trama conspirativa estaba detalladamente asumida por sus acusadores y convertida en evidencia de
la perversión política de los implicados, restando, para quienes le juzgaban, sólo dos propósitos definidos: primero, admitir la culpa por parte de los acusados, y segundo, advertir la profundidad de la trama
política de la conspiración, para reconocer en ella el influjo del enemigo externo.
Los sucesivos interrogatorios a Guerrero y socios, se convirtieron
en la lucha entre dos estrategias discursivas que perseguían propósitos opuestos: por parte de quien juzga, acotar la culpa con evidencias
y testimonios; por cuenta de quien se exculpa, construir una retórica
de la obediencia que le alejara del campo magnético de la sospecha.
Este juego de habilidades retóricas se tradujo en un doble discurso de
culpabilización y fuga que se expresó en un duelo de argumentos, valores, condenas morales y amenazas.43
Declaración primera de [Juan] Guerrero, 19 de septiembre de 1794. Ibid., p. 176-182 .
“...la bidimensionalidad de la mayor parte de los recuentos de este tipo —sostiene
Van Young, al referirse a las distorsiones de los testimonios penales—, se incrementó aún
más por las dos lógicas sinérgicas de las confesiones judiciales: la primera auto-exculpatoria,
que obedece a la necesidad del actor de evadir la autoridad del estado y el castigo, y la segunda discursiva. Esta segunda lógica de confesión, o de narrativa judicial formuláica [sic],
en este caso, constituiría lo que el científico político James Scott ha llamado la ‘transcripción
pública’ de dominación y subordinación: una representación dialógica [sic] de lo que se espera que alguien diga, y a quién.” Eric Van Young, “Confesión...”, p. 11-12.
42
43
134
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Si tomamos la primera declaración de Guerrero, en la cual el propósito de quien juzga es establecer la autoría del proyecto insurreccional, el conocimiento y providencias que de ello tenían los implicados
y el mínimo “núcleo racional” que tenía tan disparatado proyecto, podemos ya notar la expresión de esta estrategia de culpabilización.
Como hemos advertido, la delación del presbítero De la Vara y el
testimonio incriminatorio de Rodríguez Valencia, convienen en que
el autor del proyecto era el andaluz Guerrero. Convergen, también,
en el hecho de que, al haberles solicitado su participación, éste les ofreció también ventajas que les sacarían de su estrechez económica: al
primero nombrándolo arzobispo y al segundo encomendándole la misión diplomática de buscar el respaldo de los colonos angloamericanos del Norte. En su caso, la secrecía del proyecto determinaba una
suerte de complicidad colectiva, en tanto que su difusión implicaba
riesgos, por lo cual aunque advirtiesen con escándalo su perverso fin
(De la Vara) o con irónica desconfianza su realización (Rodríguez Valencia), para quien juzga y culpabiliza todos estaban técnicamente implicados.
En su estrategia discursiva, Guerrero estableció un principio de
fuga frente a los acotamientos del interrogatorio que se movieron en
esta tenue percepción de la culpa colectiva. Su declaración, por tanto,
es un claro ejemplo de la estrategia retórica de inculpamiento del poder y de los recursos de fuga de quien no asume la culpa, aunque implícitamente acepte el conocimiento del proyecto por el cual se le
juzga, ya sea matizando la retórica de la culpabilización o bien corrigiendo los “hechos” imputados, pero también recurriendo a una estrategia retórica inteligente que persigue implicar a los acusadores.
De esta manera, el itinerario del interrogatorio expresa una secuencia de acotamientos de quien culpabiliza, con criterios fácticos que hacen referencia a “hechos” previamente establecidos por delación o
testimonio; pero también, de un acotamiento fincado en criterios morales, que mediante valoraciones condenatorias de los hechos procuran apremiar la subjetividad del acusado, propiciando una suerte de
tormento emocional; y, finalmente, bajo criterios de implicación política que persiguen establecer el efecto que los “hechos” o los “dichos”
tienen sobre la obediencia política de los súbditos. En conjunto, esta
combinación de acotaciones procura establecer la aceptación discursiva de la culpa, la expiación moral subjetiva mediante la revelación
de su perversidad y la implicación delictiva a otros actores no reconocidos por los testimonios recabados.
La suma de todo ello, visible en los interrogatorios, nos permite
advertir el proceso de acotamiento emocional de los acusados, ence-
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
135
rrándolos en una suerte de laberinto discursivo en el cual la salida es
la interiorización de la culpa, mediante la aceptación del delito o a través de la desesperada implicación de terceros. En cualquier caso, las
respuestas defensivas a este discurso de la culpabilización generan un
texto paralelo que replica puntualmente a los distintos tipos de acotamiento inculpatorio, algunas veces elaborando una expiación fundada
en la ignorancia, la estupidez o la risa, o bien en otras ocasiones reinterpretando las aristas inculpatorias del interrogatorio en un discurso de
la obediencia.
De esta manera, por ejemplo, cuando a Guerrero se le cuestionó
directamente su autoría del proyecto de “levantarse con el Reino”, acotándole un hecho, su estrategia de fuga se reduce a mostrar un fatal
desengaño sobre la “perfidia” de quien le ha hecho autor de su inspiración, en este caso implicando a De la Vara. El recurso de fuga moral,
en este particular, le lleva a declarar a Guerrero que “si Dios no le tuviera a uno de su mano” probablemente idearía proyectos más perversos, pero por implicación del axioma moral y religioso estaría muy lejos
de tales despropósitos.
En otro sentido, cuando se le acota a explicar por qué propuso a
Rodríguez Valencia ir a concitar el favor de las Colonias Americanas
del Norte como embajador de la conspiración, el recurso de fuga se
aparta de toda consideración política para situarse en el terreno de la
trivialidad, asumido como una “gran broma y chacotería” pero endosando al propio Rodríguez Valencia la autoría; por tanto, el cargo se
sustentara sobre el propio testimonio. Así también, cuando se le expone lo riesgoso del proyecto y lo catastrófico de los principios políticos
que lo animan, como se muestra en el caso de “los primeros inventores de Francia”, recurre a suprimir toda interlocución política aduciendo que no “recayeron sobre él estas expresiones”.
En su segunda declaración, mediada por varios careos, el “foco”
de las estrategias discursivas está en procurar establecer un vínculo
fáctico o ideológico entre los conspiradores del reino y la trama política internacional. Como hemos señalado, en este punto crítico la persecución de un proyecto tan disparatado, como el de Guerrero y socios,
adquiere relevancia para estimar los miedos del poder. De esta manera, la lectura de los aspectos centrales de este interrogatorio acaso
nos permite concluir cerrando el círculo de nuestra búsqueda: la profunda trama política que alimentaba a la conspiración.
De la textualidad del interrogatorio se desprenden algunas consideraciones relevantes: primero, que en este punto se llegó al clímax
del acotamiento discursivo para pasar a las amenazas explícitas de “tormento”; segundo, que la perseguida complejidad de la trama conspi-
136
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ratoria y sus nexos con los enemigos externos, se desvanece ante la
trivialización de los motivos de su autor cuando afirma que “fue sólo
imaginación que se (le) ocurrió”; y tercero, que los vínculos políticos e
identidad ideológica con los enemigos externos se degradan a un hecho incidental, ya que Rodríguez Valencia sería el embajador de los
conspirados sólo por estar “en posesión del idioma”. La estrategia de
inculpación parece, entonces, haber fracasado pese a que el discurso
de la obediencia construyó toda una interpretación de la peligrosidad
política de la trama. De esta manera, las “providencias oportunas y prudentemente mañosas” del virrey Branciforte acaso no son sino otro recurso retórico de los medios que agobiaron al poder virreinal frente a
una trama disidente que no logró comprender, pero que diseñó de
acuerdo con los temores políticos de una época de revolución.
A modo de conclusión
Como advertimos antes, el examen de las estrategias retóricas no constituye un elemento de prueba de los “hechos” realmente ocurridos, ni
una prueba sistemática que nos permita narrar los hechos para luego
interpretarlos. Antes bien, aquí los “hechos” son los propios discursos,
su gramática constituye los matices relevantes del pensamiento que
subyace al discurso formalizado, y los vínculos discursivos entre las
dos estrategias de inculpación y exculpación, la materia sustantiva de
este discurso político de la obediencia y la disidencia, considerados
como una unidad. Este ejercicio es apenas un ensayo de una nueva
lectura que procuramos intentar sobre viejos testimonios que nos dieron elementos de prueba de “hechos” que ahora juzgamos secundarios.
Ciertamente estos testimonios tienen sus enormes limitaciones, básicamente de carácter textual e interpretativo porque están hechos bajo
un formato judicial, en tanto evidencias de la verdad perseguida, y también porque media entre los interlocutores la traducción sistemática a
un discurso implicatorio. Pese a ello, lo relevante de los testimonios
está, justamente, en establecer una estrategia de interpretación que nos
permita trascender su rigidez discursiva y nos muestre las estructuras
profundas del pensamiento disidente y las formas codificadas del discurso de la obediencia.
Hemos examinado, por tanto, la retórica de una estrategia discursiva que buscaba interpretar distintas señales de desobediencia como
una amplia y compleja trama conspirativa urdida tanto por los enemigos externos, particularmente los franceses, como por súbditos desafec-
PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA
137
tos a los valores políticos dominantes. La calificación de los disidentes,
en el discurso del virrey Branciforte, expresa la combinación de una
lógica de persecución y un discurso de culpabilización.
La investigación habría de mostrar, a medida que se penetraba en
el imaginario político de los conspirados, las evidencias de una verdad
sabida —la trama conspiratoria internacional— ajustándola a los discursos exculpatorios de los implicados. En resumen, la causa criminal
habría de conformar una textualidad de los miedos políticos y formas de obediencia defensivas que señalan otras tantas formas estereotipadas de lealtad. La información judicial nos revela, finalmente,
la existencia de estrategias retóricas definidas que permiten explicar la construcción de un discurso político de la disidencia, así como
una retórica de la obediencia nacida del miedo, más allá de la “veracidad” de los hechos.
En síntesis, las estrategias retóricas advertidas en este tipo de testimonios nos permitió hacer un ejercicio interpretativo sobre la construcción del discurso inculpatorio de la disidencia, advertir las estrategias
de fuga de la retórica de la obediencia y de esta manera acercarnos al
imaginario político de la época. Esperamos haber logrado persuadir a
nuestros lectores de su importancia.
¿CÓMO SER INFIDENTE SIN SERLO?
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809*
ALFREDO ÁVILA
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
Para Isabel y Elías Palti
Proclama: = Habitantes de la América: los esforzados
y valientes soldados españoles no han podido resistir a las fuerzas superiores del tirano Napoleón, que
según las últimas noticias estaban en las cercanías
de Madrid. La España toda por fatal desgracia, va a
gemir ya bajo su yugo. Abrid los ojos y conoced los
terribles males que os amenazan, si no os preparáis
desde ahora contra ellos. Ea, olvidad todo lo pasado:
uníos estrechamente: haced un solo cuerpo y mostrad
que sois fieles al rey y verdaderos defensores de la
santa religión y de la patria. Proclamad la independencia de Nueva España, para conservarla a nuestro
augusto y amado Fernando Séptimo, y para mantener pura e ilesa nuestra fe. Téngase por traidor y por
enemigo de la religión, de la patria y del rey a cualquiera que pretenda directa o indirectamente nuestra sujeción a aquel tirano: muera en el momento.
Sí, muera semejante traidor. = Virtuoso y justo Garibay, sabios oidores y alcaldes, celosos y patriotas
regidores, convocad a todos los representantes de
todas las provincias y formad una junta que represente a la nación, y en ella al soberano. Ya no es tiempo de disputar sobre los derechos de los pueblos: ya
se rompió el velo que los cubría: ya nadie ignora que
en las actuales circunstancias, reside la soberanía en
*
Pese a ser un artículo tan breve, he recibido la orientación de muchas personas que lo
han leído y con quienes estoy muy agradecido, en especial con mi lingüista de cabecera
Dinorah Pesqueira, con Elías José Palti (con quien tengo una deuda intelectual más grande
de lo que él imagina), y con los miembros del Seminario de Historia Intelectual Latinoamericana de El Colegio de México; aunque mi mayor reconocimiento es para los autores de
este libro y en especial para los participantes en el Seminario de Disidencia y Disidentes en
la Historia de México.
140
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
los pueblos. Así lo enseñan infinitos impresos que
nos vienen de la Península. Sí, ya ésta es una verdad
confesada y reconocida. Clero respetable e ilustrado, sacerdotes del altísimo, juiciosos y esclarecidos
letrados, contribuid con vuestras luces y consejos a
tan heroica obra. Nobleza americana, hombres ricos
y beneméritos, estimables artesanos, honrados labradores, y vosotros, valerosos militares, soldados intrépidos, concurrid con vuestros votos y auxilios a la
libertad de la América. = No se oiga de vuestros labios más voz que la independencia. = Así seremos
verdaderos defensores de nuestra santa religión y fieles vasallos del amado y deseado Fernando Séptimo,
y no esclavos del tirano de Europa.
Introducción
Este artículo es un ensayo de historia intelectual que pone atención a la
cultura política y al programa propuesto por un grupo de conspiradores
que, en 1809, pretendía hacer independiente al virreinato de Nueva España. De aspectos como la organización y las redes de los conjurados
me ocuparé poco, tan sólo para poner en antecedentes al lector. Los
documentos pertinentes se hallan en el ramo Infidencias del Archivo
General de la Nación de México,1 y fueron publicados (incompletos)
en 1910 por Genaro García, como parte de la inconclusa colección para
la conmemoración del centenario de la independencia. Los procesos a
los que haré referencia se encuentran en el volumen primero, junto
con la traducción de la causa que se siguió en Estados Unidos contra
James Workman y Lewis Kerr en 1807 y el proceso abierto a los conspiradores de Valladolid en 1809. Sospecho que Genaro García imaginaba que todas las causas de infidencia incluidas en el mencionado
volumen (salvo la de Workman y Kerr), se vinculaban de alguna manera. Las autoridades encargadas de perseguir a estos infidentes también creían que los diversos casos estaban relacionados, si bien sólo
consiguieron demostrar la existencia de nexos entre el del licenciado
Julián de Castillejos y el del marqués de San Juan de Rayas, y no pudieron comprobar que estuvieran ligados con las especies sediciosas
expresadas por el franciscano Miguel Zugasti [o Zugástegui] ni con la
célebre conspiración de Valladolid.
1
“Testimonios de la causa seguida contra el licenciado don Julián de Castillejos”, México, 1809, en el Archivo General de la Nación, México, Infidencias, v. 6, exp. 11, cuadernos
1, 2, 3, 5, 6 y 7, 147 f.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
141
Creo que sus sospechas eran fundadas, aunque de momento sólo
puedo adelantar, a título de hipótesis, que tras la captura del virrey
José de Iturrigaray, algunos individuos, entre quienes destacaba el marqués de San Juan de Rayas (muy comprometido con el virrey depuesto), procuraron llevar a cabo las propuestas del Ayuntamiento de la
ciudad de México en 1808, a saber, constituir una Junta Provisional
que gobernara el reino en nombre de Fernando VII, mientras durara
su ausencia. Según una misiva anónima (que resultó ser del capitán
José María Falces) enviada al oidor Guillermo de Aguirre y Viana a
principios de 1809, en casa del marqués de Rayas se tramaba una conspiración que tenía por objeto asesinar al magistrado.2 Poco después se
averiguó que había un grupo muy nutrido de participantes en las reuniones de la casa del marqués, entre quienes descollaban varios militares y otras personas de representación, como se decía por entonces,
como José María Fagoaga y el licenciado Julián de Castillejos. Como
he dicho, las autoridades sospechaban que fray Miguel de Zugasti también estaba involucrado en esos conciliábulos, pues —imprudente—
había dicho a un conocido que tenía ganados a algunos oficiales y a
un grupo capaz de revolver el reino contra las autoridades que habían
dado el golpe de mano en septiembre de 1808.3
El motivo explícito de estos conspiradores era que las autoridades
establecidas tenían un origen espurio, si bien puede adivinarse que en
el caso de Rayas había una razón más inmediata: su relación (no muy
clara) con José de Iturrigaray. En 1803, cuando éste se encargó del
virreinato, Rayas encabezó un grupo de mineros de Guanajuato para
darle una recepción de gala, en la cual consiguieron que se les enviara
la mitad del mercurio adjudicado para todas las minas de esa ciudad,
aunque sólo produjeran el 20 % del total de la plata.4 Las relaciones
entre estos dos personajes no siempre fueron buenas, como cuando el
virrey implementó la famosa ley de consolidación de vales reales. El
más perjudicado por la consolidación sería el marqués de Aguayo,
2
“Carta recibida el trece de febrero [de 1809] con sello de México”, en Genaro García,
Documentos históricos mexicanos. Obra conmemorativa del primer centenario de la Independencia de
México, 7 v., México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1910, v. I,
p. 229-231.
3
“Exposición por escrito de D. Hilario Michel y Loredo”, México, 11 de febrero de
1809, ibid., v. I, p. 185-186.
4
Doris Ladd, La nobleza mexicana en la época de la independencia, 1780-1826, traducción
de Marita Martínez del Río de Redo, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 133;
“Extracto de la representación que la junta de diputados y electores de la minería de Guanajuato hizo sobre la conducta del virrey Iturrigaray”, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México, José María
Sandoval impresor, 1877, v. 1, doc. 253, p. 638-640.
142
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
quien debía casi medio millón de pesos; lo seguían Gabriel de Yermo y
el mariscal de Castilla, que adeudaban poco menos de 200 000 cada
uno; mientras que Rayas debía casi ciento 150 000 pesos. Los hermanos Fagoaga, a quienes se vincularía con la conjura de la casa del marqués, debían juntos poco más de 100 000.5 Es verdad que ninguno de
estos grandes propietarios pagó las enormes cantidades que adeudaban. De seguro, las buenas relaciones que tenían con el virrey los ayudaron. Rayas, por ejemplo, sólo cubrió 2 900 pesos, pero aun así el
descontento por estas medidas se hizo manifiesto. Aguayo fue el encargado de elaborar una representación (que incluía la firma de un apoderado de Rayas), en la cual exponía las quejas por la consolidación y
que enfureció a las autoridades del virreinato. Muchos años después,
una persona que fue de las fuentes empleadas por Lucas Alamán para
escribir su Historia de Méjico afirmaría que “el primer pensamiento de
la independencia mejicana, ocurrió a los propietarios tenedores de los
capitales usurpados a un objeto por la famosa ley de consolidación”.6
Lo cierto es que las relaciones entre el virrey y algunos de estos
personajes, como Rayas, eran muy comprometedoras. Éste es, quizá,
uno de los motivos más importantes para explicar la participación conjunta entre Iturrigaray y los criollos que proponían una Junta Provisional en 1808. No debe olvidarse que el propio marqués elaboró un
proyecto para la reunión de una junta de autoridades del reino. No
resulta extraño entonces que, tras los acontecimientos de septiembre
de 1808, Rayas asumiera la defensa del depuesto virrey y se dedicara a
conspirar: veía en peligro su posición, amén de haber perdido los privilegios que tenía bajo el corrupto gobierno de Iturrigaray. En su casa se
reunían los individuos ya mencionados para tratar acerca de la ilegitimidad del nuevo gobierno y de la necesidad de actuar con la suficiente
rapidez y fuerza para derrocarlo. Uno de los asistentes era el licenciado
Julián de Castillejos y, por lo que se apreciará más adelante, fue el encargado de difundir las ideas de aquel heterogéneo grupúsculo.
Las líneas que siguen están dedicadas al pensamiento de Castillejos
desde la perspectiva de la historia intelectual, en la que se apreciará
mi deuda con las propuestas de Quentin Skinner, en especial, en cuanto a la importancia de la contextualización de las ideas y el giro lingüístico.7 No obstante, debo fijar mi posición. Muchos académicos han
Doris Ladd, op. cit., p. 146-147.
Fray Manuel de San Juan Crisóstomo a Lucas Alamán, Guadalajara, 17 de abril de
1849, en Alamán, Obras de Don Lucas Alamán XIII. Documentos diversos (inéditos y muy raros),
v. 4, compilación de Rafael Aguayo Spencer, México, Jus, 1947, p. 60-65, la cita en la p. 61.
7
Como afirma Quentin Skinner, parece claro que las condiciones religiosas, económicas y políticas, entre otras, determinan el significado de los textos o, en otras palabras, que
5
6
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
143
restado méritos a las ideas en la historia y debo reconocer que han
tenido razones justificadas. En buena medida, esto ha sido culpa de
quienes las estudian como si su desarrollo fuera autónomo. Durante
mucho tiempo, los historiadores dedicados al estudio de las ideas limitaron sus objetivos a averiguar cómo algunos libros (los llamados
clásicos) han influido en otros, en los “grandes hombres” o en la construcción de las naciones. En la mayoría de los casos, no se hace explícita esta filiación de las ideas con los hechos, de modo que no se
responden preguntas como por qué, en muchas ocasiones, los actos
de los personajes, en especial los políticos, parecen contradecir las ideas
con las que se supone comulgan. En la búsqueda de mejores explicaciones para estos fenómenos, la historiografía marxiana consideró que
ideas y creencias no eran más que una superestructura dependiente
de factores materiales, sin ningún peso en la transformación de éstos.
Muchos otros, como Lewis Namier y sus numerosos seguidores, las
han reducido a un mero papel justificador de actos originados en intereses particulares.8
No obstante, quienes nos dedicamos a la historia intelectual consideramos que las ideas son capaces de generar cambios,9 aunque para
las ideas no están en un topus uranus sin relación con el contexto que las produjo (Skinner,
“Meaning and Understanding in the History of Ideas”, en Meaning and Context. Quentin
Skinner and his Critics, James Tully (editor), Cambridge, Cambridge University Press, 1988,
p. 29-67), aunque esto no pretende restar originalidad al pensamiento y reducirlo al papel
de una mera superestructura (John Patrick Diggins, “La ostra y la perla: el problema del
contextualismo en la historia intelectual”, Historias, n. 19, oct.-mar., 1987, p. 57-62). En un
sentido amplio, el giro lingüístico propone basar nuestro conocimiento de la realidad (en
este caso histórica) en el lenguaje, en su uso, comprensión y significado. Es posible estudiar
un problema, si se analiza cómo se producen, reproducen y trasmiten las palabras en distintos periodos y contextos. Elías José Palti, Giro lingüístico e historia intelectual, Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes, 1998, p. 25-27.
8
En términos generales, a partir de la década de 1970 la historia social desplazó de un
modo evidente a la historia de ideas. Para el caso de los Estados Unidos, véanse John Higham,
“The Study of the Intellectual History of the United States since Parrington”, en Memoria del
Primer Congreso de Historiadores de México y los Estados Unidos / Proceedings of the First Congress of
Historians from Mexico and the United States, México, Editorial Cultvra, 1950, p. 297-312, y Robert
Darnton, “Intellectual and Cultural History”, en The Past Before Us. Contemporary Historical Writing
in the United States, ed. de Michael Kammen, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1980,
p. 327-353. En México, la historia de ideas parece que goza de buena salud (véase Henry C.
Schmidt, “The History of Mexican Ideas 1968-1988”, en Memorias del Simposio de Historiografía
Mexicanista, México, Comité Mexicano de Ciencias Históricas-Gobierno del Estado de MorelosUniversidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990,
p. 301-319), aunque durante mucho tiempo estuvo dirigida más por preocupaciones ideológicas y políticas que académicas; véase, como ejemplo, Leopoldo Zea, “La Historia Intelectual en Hispanoamérica”, en Memoria... / Proceedings..., p. 312-320.
9
Norman J. Wilson, History in Crisis? Recent Directions in Historiography, Upper Saddle
River, NJ, Prentice Hall, 1999, p. 73.
144
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ello debemos tratar de hacer explícita la manera como se relacionan
con otros acontecimientos. Una forma de hacer esto, es rechazar que
los discursos pertenezcan a un nivel diferente del de los hechos históricos.10 Esto ha propiciado que centremos nuestra atención no tanto
en las ideas aisladas sino en el modo como fueron producidas y expresadas y en el significado que esto tuvo para quienes las conocieron. En
este ensayo, me acercaré a las ideas de algunos individuos que favorecían la independencia en 1809. Primero, estudiaré el discurso en el que
se proponía la separación política entre Nueva España y la península,
y después cómo fue expresado. Por cierto, si la primera parte resulta
ser muy analítica, en la segunda no he podido renunciar al relato ofrecido por las pesquisas hechas por las autoridades encargadas de perseguir a los conspiradores. A través de esa narración y del contraste
con otros discursos (en el tercer apartado), procuraré mostrar cómo
las ideas producidas en el virreinato ante la crisis ocasionada por la
intervención francesa en España tenían un significado diferente, dependiendo de cómo fueron expresadas. En última instancia, me propongo probar que las autoridades calificaron de sediciosas unas ideas
por las propuestas prácticas que sus autores hacían, por las consecuencias que esperaban y, sobre todo, por la manera como lo hacían.
Unir para separar
Cinco copias de la proclama que sirve de epígrafe a este artículo se
hallaban anejas a una carta que recibió en Puebla, a principios de 1809,
el licenciado Tomás Mariano de Bustamante. La remitía un individuo
llamado Justo Patricio Paiserón, de la ciudad de México, quien sin presentarse siquiera, aseguraba que algunos amigos le habían informado
que Bustamante era un hombre de “bien conocidas luces y eficacia”,
lo cual lo adecuaba para la misión que deseaba encomendarle. Ésta se
reducía a enviar copias de la proclama a los oidores Guillermo de
Aguirre, Miguel Bataller, Tomás Foncerrada, José Arias Villafañe y el
10
Se puede aceptar que las ideas son hechos históricos cuando fueron expresadas, pues
las ideas profundas o no manifiestas de los personajes son irrelevantes para los propósitos
de la investigación histórica. Uno de los primeros autores en señalar esta característica fue
John Austin, quien señaló que las locuciones son actos de habla (speech-acts) por el sólo hecho de ser enunciados (acto ilocucionario), pero sobre todo por los efectos que provocan
(perlocución). Hay, además, algunas oraciones y verbos que son performativos, pues al mismo tiempo que se expresan realizan lo que enuncian, como el caso de las frases “yo digo” o
“yo declaro” o “yo proclamo”. En las páginas siguientes seguiré la terminología de Austin
para analizar el discurso de la independencia en 1809: How to do Things With Words, 2a. ed.,
edición de J. O. Urmson y Marina Sbisa, Londres, Oxford University Press, 1976.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
145
alcalde de corte Juan Collado. También le pedía que la extendiera a
“todos aquellos que puedan ser útiles”, amén de recomendarle que sería “bueno que usted esparza [sic] copias, aun fuera de esa ciudad”.11
Por el contenido de la mencionada proclama podía apreciarse que, no
obstante la petición de enviarla a los miembros de la Audiencia, en
realidad iba dirigida a un público más amplio. De hecho, ya habían
aparecido copias suyas en las ciudades de México, Querétaro, Oaxaca
y hasta en la lejana Zacatecas. Puede inferirse que Paiserón había enviado cartas similares a otros individuos en esos lugares, quienes tal
vez también le eran desconocidos. Si no temía ser delatado era porque, como señaló a Bustamante: “no creo que un americano ilustrado
deje de concurrir con cuantos auxilios pueda a la libertad de su patria.”12 Mostraba así su convicción de la universalidad de la razón: cualquier persona ilustrada (es decir, ajena de prejuicios) nacida en esta
tierra, estaría persuadida de que, ante la terrible situación por la que
atravesaba la monarquía española, lo más conveniente sería la independencia del virreinato.
La fe en la diosa razón no sólo le servía como garantía para depositar su confianza en personas desconocidas, sino también como argumento de legitimidad para sus planes. En efecto, así podía mostrar que
su propuesta de alcanzar la independencia de Nueva España no estaba
fundada en su propio interés sino en la evaluación de los sucesos de la
península que, una vez conocidos por todos, provocarían la misma respuesta. La razón era tan universal que el principio de la soberanía de
los pueblos había sido aprendido de los propios españoles europeos,
pues “así lo enseñan infinitos impresos que nos vienen de la Península” y que habían tenido la virtud de ilustrar a la población de Nueva
España, de desterrar la ignorancia casi trisecular.
No obstante, por si acaso la razón no había arraigado en todos los
habitantes de América, Paiserón pedía la colaboración de ciertos grupos o clases que gozaban de prestigio. Entre los más importantes estaban quienes ocupaban los altos cargos gubernativos de Nueva España
como el “virtuoso y justo Garibay” y los “sabios oidores y alcaldes”. Es
verdad que el virrey y los miembros de la Audiencia eran los candidatos menos idóneos para encabezar el proyecto de formación de un gobierno independiente, dada su actuación en contra de la propuesta
juntista del Ayuntamiento mexicano y de Iturrigaray en 1808; pero la
descripción (que también era una valoración) hecha por Paiserón de
11
Justo Patricio Paiserón a Bustamante, México, 5 de febrero de 1809, en García, op. cit.,
v. I, p. 101-102.
12
Ibid.
146
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
los acontecimientos de la península, en la cual dibujaba un panorama
catastrófico, parecía ser suficiente para convencer a las autoridades
de que no tenían más alternativa que independizar el virreinato o entregarlo a los franceses.13
Los otros hombres de representación a quienes se dirigía eran aquellos que por su formación tenían las luces que a otros podían faltar, y
cuya misión era aportar su saber para la consecución de tan “heroica
obra”. Contaba, sobre todo, a ciertas profesiones, como el “clero respetable e ilustrado, [los] sacerdotes del altísimo [y los] juiciosos y esclarecidos letrados”. Por supuesto, debido al tipo de aventura que pretendía
emprender, Paiserón invitaba también a los “valerosos militares”; pero
de la misma manera deseaba ganarse a aquellos que no necesitaron de
la educación formal en las aulas para comprender que los intereses
del reino eran los propios: las clases trabajadoras, tales como los nobles, “hombres ricos y beneméritos”, los artesanos y los “honrados labradores”.
Debe resaltarse que Paiserón apeló a los argumentos de la razón
en la parte final de su proclama, como si no les tuviera mucha confianza. Antes había resaltado su lealtad al monarca preso, como una
mejor prueba de que su proyecto no pretendía ser sedicioso. La legislación fundamental hispánica había establecido que una de las obligaciones más importantes de los súbditos era la defensa de los territorios
de su señor.14 Paiserón no pretendía introducir ninguna novedad, desde este punto de vista, al proponer la independencia de una parte de la
monarquía: sólo estaba guardando el patrimonio del Deseado Fernando. Por si fuera poco, también incluía la defensa de la religión amenazada como un motivo más para proclamar la independencia. Si Europa
gemía bajo el yugo del “tirano Napoleón”, heredero de la Revolución
Francesa, como conviene recordar, había que cortar los lazos entre los
dos continentes para que América se preservara de la irreligiosidad.
La defensa del rey y de la religión se complementaban con la de la
patria. Esta tríada formaba un tópico que habría de repetirse como
13
Quentin Skinner, a partir de las tesis de C. L. Stevenson (Facts and Values, New Haven,
Yale University Press, 1963), propone la superación de la división positivista entre enunciados descriptivos y evaluativos: de hecho, cualquier descripción es una evaluación (Skinner,
“Some Problems in the Analysis of Political Thought and Action”, en Meaning and Context...,
p. 97-118, en especial p. 111). En el caso de la descripción de los sucesos de España, Paiserón
quiso hacer creer que la que él hacía era objetiva y la valoración que se hiciera de ella dependía del lector, aunque él la inducía.
14
Segunda Partida, título XIX, ley IX, Las Siete Partidas del Rey Alfonso el Sabio, glosadas
por el Sr. D. Gregorio López, reimpreso por el Dr. Don Joseph Berní y Catalá, 4 v., Valencia,
Imprenta de Benito Monfort, 1767, v. I, p. 162.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
147
argumento de legitimidad durante los años siguientes y que suponía
un punto de acuerdo, un lugar común.15 Empero, si no había problemas en definir al rey y a la religión, en cambio ‘patria’ era una palabra
ambigua que lo mismo hacía referencia al lugar, ciudad o país en donde se había nacido16 y que, en el contexto de 1809 podía significar toda
la monarquía española, todas las posesiones americanas, el virreinato
o, incluso, sólo una provincia. Por supuesto, al proclamar la independencia de Nueva España y dirigir copias de su proclama a varias ciudades novohispanas, Paiserón estaba delimitando, de alguna manera,
el tamaño de su patria; pero siempre se podía aducir que ‘patria’ también podía referirse a todos los territorios que estaban bajo la soberanía de Fernando VII.
Está claro que Paiserón había redactado su proclama con mucho
cuidado, tanto para evitar que lo pusieran de inmediato del lado de los
disidentes, como para convencer a sus paisanos de la necesidad de la
independencia con un lenguaje que fuera aceptado por todos. Incluso,
el nombre con el que firmó la carta a Bustamante era significativo.
Justo Patricio era eso: un justo (correcto, bueno) patricio (padre de su
patria). No se llamó a sí mismo “patriota”, pues en esa época era casi
sinónimo de revolucionario. En la carta dirigida a Bustamante empleaba el término “americanos”, que en el contexto posterior a 1808 tenía
alguna carga política, pues se entendía como sinónimo de criollo, opuesto al gachupín. Tal vez por esto, en la proclama prefirió dirigirse a los
“habitantes de América”, con lo que evitaba hacer referencia tanto al
lugar de origen como a la posición política de su público. 17
También procuró dar a su proclama un orden que mostrara la necesidad de su propuesta. Es cierto que no debemos esperar en el pen15
Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del discurso político mexicano del siglo
XIX”, en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coordinadores), La cons-
trucción de la legitimidad política en México, Zamora y México, El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana-El Colegio de México-UNAM, Instituto de Investigaciones
Históricas, 1999, p. 351-383, en especial p. 355-359. Acerca de la tríada “Religión, Rey y
Patria”, véase Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario
monárquicos en una época de crisis. Nueva España, 1808-1822, México-Morelia-Zamora, El Colegio de México-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán, 2001; p. 209-221.
16
Entrada de “Patria” en Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, edición
facsimilar, 3 v., Madrid, Gredos, 1990, v. III, p. 165.
17
Ciertos individuos nacidos en Europa, como José María Fagoaga, eran considerados
“americanos”, por su posición política; mientras que algunos nacidos en el virreinato eran
considerados “europeos”, por ser partidarios de la dependencia. Virginia Guedea, En busca
de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Históricas, 1992, p. 146-147. También agradezco los comentarios que Virginia Guedea me
ha hecho al respecto, en varias conversaciones.
148
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
samiento de otras épocas la racionalidad empleada en la nuestra, pero
esto no significa que en todos los casos nos hallemos frente a ideas
“irracionales”.18 La proclama tenía su propia lógica. En su primer párrafo, exponía la situación imperante en Europa, la pintaba con colores
sombríos que no auguraban nada bueno si se mantenía la dependencia
con el viejo continente. Acto seguido, recurría a argumentos bien aceptados por su público, como la unión y la lealtad, para terminar proponiendo la independencia y la muerte de quienes se empecinaran en
mantener la unión con la península. Si quería tener buen éxito, Paiserón
no podía ir contra corriente, en una época en la que se exaltaba como
uno de los valores más importantes el de la unión.19
Las palabras de la proclama tenían un orden que no es, en definitiva, arbitrario. El caso de los adjetivos es muy significativo. Incluía no
menos de cuarenta calificativos, de un modo mayoritario en el segundo párrafo. Por supuesto, casi todos hacían referencia a virtudes de
los “habitantes de América”, aunque reservó algunos improperios para
Napoleón —El Tirano por antonomasia— y sus seguidores. Sin embargo, quiero llamar aquí la atención acerca de la forma como estaban
dispuestos, cómo estaba construido el discurso. Al dirigirse a las autoridades, Paiserón escribió: “Virtuoso y justo Garibay, sabios oidores y
alcaldes, celosos y patriotas regidores.” En esta construcción hallamos
una figura retórica llamada quiasmo (de la letra griega xi) que consiste en presentar elementos cruzados. En el ejemplo citado, se enumeran tres entidades: el virrey, los oidores junto con los alcaldes, y los
regidores. Como puede apreciarse a continuación, el autor buscaba
equilibrar todos los elementos, dejando dos adjetivos para el primer
sujeto, un adjetivo para los siguientes dos sustantivos y, de nuevo, dos
calificativos para el último sustantivo:
Virtuoso y
Justo
Garibay,
Sabios
oidores y
alcaldes,
Adjetivo
Adj.
Sustantivo
Adj.
Sust.
Sust.
celosos y
patriotas
regidores
Adj.
Adj.
Sust.
18
Agradezco los comentarios que en este sentido me hicieron mis compañeros del Seminario de Historia Intelectual de El Colegio de México.
19
Quentin Skinner ha señalado que cualquier ideólogo, “por más revolucionario que
pretenda ser, una vez que ha aceptado la necesidad de legitimar su conducta, debe mostrar
que algo del rango existente de términos evaluativo-descriptivos favorables puede de alguna manera aplicarse en la descripción de sus propias acciones aparentemente criticables.”
Skinner, “Some Problems...”, p. 112.
149
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
La misma figura vuelve a presentarse en las siguientes enumeraciones, donde es más evidente el equilibrio conseguido por el cruce de
elementos:
Clero
Sust.
Juiciosos y
respetable e
ilustrado,
sacerdotes del Altísimo,
Adj.
Adj.
Sust.
esclarecidos
letrados
Adj.
Sust.
Adj.
Nobleza
Sust.
estimables
Adj.
americana,
hombres
ricos y
Adj.
Sust.
Adj.
beneméritos,
artesanos,
honrados
labradores
Sust.
Adj.
Sust.
Adj.
Incluso, Paiserón no podía sólo decir “valientes militares” o (para
adecuarse más a la sintaxis española) “militares valientes”, sino que
buscaba el quiasmo:
Valerosos
militares,
soldados
intrépidos
Adjetivo
Sustantivo
Sustantivo
Adjetivo
No pretendo sacar de aquí conclusiones relativas a un posible sentido críptico en la proclama. No se me da la sobreinterpretación de
textos ni la tortura de documentos,20 pero resulta claro que el autor
sabía dónde poner las palabras. Estaba familiarizado con la elocuencia y la preceptiva del lenguaje. Sin duda, había realizado estudios en
alguna de las instituciones educativas novohispanas, donde se enseñaba la disciplina del buen hablar. Conviene recordar que la retórica no
se reducía al arte de expresarse con propiedad y elegancia pues, ante
todo, tenía una finalidad persuasiva.21 Paiserón sabía que al hacer su
descripción de la situación política imperante en España, estaba también tomando una posición política, pues la proclama es un tipo de do-
20
Sigo las prevenciones de Umberto Eco en Interpretación y sobreinterpretación, 2a. ed.,
traducción de Juan Gabriel López Guix, Madrid, Cambridge University Press, 1997, p. 56-79.
21
Véanse Blanca Rodríguez, “Antonio de Campany y Montpalau: Filosofía de la elocuencia”, en Jorge Ruedas de la Serna (coordinador), De la perfecta expresión. Preceptistas iberoamericanos del siglo XIX, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1998, p. 35-45, en especial
p. 41, y Rosaura Hernández Monroy, “Catecismo de retórica de Manuel Moreno y Jove: el arte
de enseñar de viva voz”, ibid., p. 59-71, y en particular p. 60-63.
150
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
cumento que no tiene sólo un aspecto locucionario sino performativo.
No importaba que las autoridades novohispanas pudieran alegar que
aún había un gobierno libre del dominio francés en la península. Una
de las características más importantes de los enunciados performativos
es que no se puede evaluar si son verdaderos o falsos. Su carácter
constatativo no tiene relevancia. En el caso, no tenía sentido discutir si
las condiciones que señalaba Paiserón se habían cumplido (si los franceses ocuparían toda la península y, por lo tanto, no quedaría un gobierno fernandista al cual obedecer), el peligro radicaba en que declaraba
la independencia. Esto resultaba todavía más grave si se considera que
el tipo de enunciado que engloba la proclama y la declaración, el
ejercitativo (como lo llamaba John Austin) es un acto de decisión que,
entre otras cosas, manifiesta un ejercicio de poder,22 amenazante para
quienes decían ser la autoridad constituida. En la proclama de Paiserón,
después de los calificativos, abundaban los verbos, que no eran menos
de treinta. Casi la mitad de ellos, eran imperativos que, para colmo,
tenían una carga semántica constructiva: “conoced”, “mostrad”, “haced”, “formad”, “convocad”, “proclamad”, “uníos”, “contribuid”, etcétera. El autor tuvo mucho cuidado de no emplear imperativos que
pudieran parecer agresivos, salvo la condena hecha a los tercos que se
empeñaban en mantener la unión con Europa.
El empleo de la retórica se hace más evidente aún con el uso de
otras figuras y con ciertos tropos, de modo señalado aquellos que se
refieren a la razón: metonimia en “abrid los ojos” por razonar o pensar, y metáfora en “el velo” por la ignorancia que la cubre. No obstante, son más importantes las figuras de significado: la antítesis que aparece
al principio de la proclama hace que su descripción de los sucesos en la
metrópoli parezcan fatales: “los esforzados y valientes soldados españoles no han podido resistir las fuerzas superiores del tirano Napoleón.”
Las hipérboles tampoco son gratuitas: “la España toda por fatal desgracia” caería en manos de los franceses, tal como señalaban los “infinitos
impresos” que llegaban de la península. De estas afirmaciones se desprendería la pregunta, ¿si los españoles valientes no pueden triunfar,
qué hacer entonces? La respuesta sobraba: la única forma como los
novohispanos evitarían caer en manos del Tirano sería declarando la
independencia, oxímoron presente en el discurso: la mejor manera de
conservar lo español (religión, patria y rey) era romper con España.
La palabra ‘independencia’ era, por supuesto, peligrosa. Aparecía
dos veces en la proclama de Paiserón, pero bien enmarcada por manifestaciones de fidelidad y lealtad al soberano que no dejaban de ser
22
J. L. Austin, op. cit., p. 155-156.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
151
ambiguas. La mayoría de los historiadores ha estado de acuerdo en que
documentos como el que vengo analizando se referían a la independencia de la nación mexicana. Sin embargo, esto implica una petición de
principio: supone que dicha nación existía, así fuera de modo embrionario, antes de 1821. Esta afirmación, por supuesto, es teleológica e injustificada. De entrada, Paiserón nunca se refiere a la independencia
de México como el país que después fue (en 1809, México hacía referencia a la ciudad) sino a la de Nueva España, un reino incorporado a
la corona de Castilla.
En 1808, el mercedario Melchor de Talamantes había elaborado algunos documentos en los que se refería a la independencia del virreinato,
aunque resulta significativo que no los dio a conocer de manera pública, sino que los distribuyó entre sus amigos. Incluso para él, la palabra
‘independencia’ resultaba muy fuerte: en un impreso en el que proponía la reunión de un Congreso no la utilizó,23 pese a que sus propuestas
fueron las más radicales que se expresaron en 1808. En los documentos
que le fueron recogidos se afirmaba que las colonias podían separarse
de sus metrópolis, aunque prefiriera decir que los virreinatos en América eran independientes entre sí. Según afirmó Lucas Alamán, fue en
una carta dirigida al virrey donde Talamantes lo calificaba como “primer rey de la Nueva España hecha independiente.”24
Desde hace unos cuantos años, algunos historiadores han sugerido
que se aplique la palabra ‘autonomía’ para la propuesta de estos criollos. Jaime Rodríguez la ha definido como la capacidad de autogobierno y la prioridad regional sobre los asuntos de la metrópoli, fundada
en los principios políticos y legales hispánicos, y manteniendo los vínculos con la monarquía española. Inclusive, ha propuesto que cuando
leamos la palabra ‘independencia’ en los documentos de esa época,
debemos entender autonomía.25 Según puede apreciarse en la pro-
23
Talamantes, “Apuntes para el plan de independencia, por el P. Fr. Melchor de Talamantes” (Impreso), en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., v. 1, doc. 206, p. 494. Acerca
de que no dio a conocer sus ideas al público sino sólo a algunas personas, como Jacobo de
Villaurrutia o Iturrigaray, véase Lucas Alamán, Historia de Méjico desde los primeros movimientos
que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 v., Méjico, Imprenta
de J. M. Lara, 1849; v. I, p. 182 y 214.
24
Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 184; Talamantes, “Idea del Congreso Nacional de
Nueva España. Individuos que deben componerlo y asuntos de sus sesiones”, en Genaro
García, op. cit., v. VII, p. 359, y “Representación nacional de las colonias. Discurso filosófico”,
ibid., p. 385.
25
Jaime E. Rodríguez O., The Independence of Spanish America, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998; p. 2. Resulta significativo que, al citar a Calleja cuando afirma que
los habitantes de América estaban convencidos de las ventajas de “un gobierno independiente”, Rodríguez ponga entre corchetes la palabra “autónomo” (p. 164).
152
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
clama firmada por Paiserón, éste entendía la independencia en el sentido explicado por Jaime Rodríguez, salvo porque suponía que la metrópoli ya no existía, al haber caído en manos de Napoleón. Su propuesta
es bastante clara: la independencia de Nueva España implicaba la separación de Europa y el mantenimiento del orden hispánico simbolizado por la tríada de Religión, Rey y Patria.
En la proclama, se solicitaba a las autoridades que convocaran a
“los representantes de todas las provincias [para formar] una junta que
represente a la nación, y en ella al soberano”. En estas cuantas palabras, se hacía referencia a un gobierno para la nación, identificada con
el soberano, es decir, el rey. Sin embargo, ese mismo gobierno representante de la nación lo sería también de las provincias, con lo cual se establecía una equivalencia entre éstas y aquélla. Según puede interpretarse,
para el autor la nación resultante de su proclama de independencia
sería la reunión de las provincias y del rey. Para apoyar este aserto,
puede observarse que líneas después se afirmaba que “infinitos impresos” enseñaban que la soberanía radica en los pueblos. Vale la pena
señalar aquí dos cosas: primero, tanto en esta referencia como en la anterior relativa a las provincias, el plural es muy significativo; el autor no
estaba aludiendo a una entidad abstracta (el pueblo) sino a unidades
político-administrativas muy concretas; y, segundo, parece incoherente
decir que la soberanía reside en los pueblos justo después de reconocer
al rey como soberano.
Acerca de este último punto, la aparente contradicción puede solucionarse si recurrimos a algunas vetustas tesis de la escolástica tardía
española, que señalaban que la potestad de los monarcas provenía de
Dios, pero a través del pueblo: potestas a Deo per populi. En efecto,
como puede apreciarse, las ideas expresadas por Paiserón estaban muy
lejos del liberalismo y se hallaban arraigadas en un pensamiento más
tradicional, que si bien es anterior a las ideas liberales también tenía
una idea clara de los derechos y libertades.26 Sin embargo, no creo que
la mencionada teoría neoescolástica sea necesaria para explicar por
qué, en un momento, la proclama se refería al soberano (el rey) y poco
después afirmaba que la soberanía (no la potestad) residía en los pueblos. Me parece, más bien, que se estaba refiriendo a dos cosas distintas. Si hacemos caso de la etimología de soberano (super omnia, el que
está sobre todos) podemos entender que aludía al monarca. Esta acep26
Sobre el pensamiento de la escolástica tardía en España y las ideas acerca de la libertad antes del liberalismo, véanse Annabel S. Brett, Liberty, Right and Nature. Individual Rights
in Later Scholastic Thought, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, y Quentin Skinner,
Liberty before Liberalism, Cambridge, Cambridge University Press, 2001.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
153
ción era la más usual en la época.27 En cambio, el término ‘soberanía’
no aparecía en los diccionarios de la época, lo que vuelve su definición
más difícil. Por fortuna, me parece que el propio Paiserón nos dio las
suficientes pistas en su proclama para conocer cuál era el significado
que atribuía a esa palabra, cuando escribió: “no es tiempo de disputar
sobre los derechos de los pueblos [...], ya nadie ignora que [...] reside la
soberanía” en ellos; o en otros términos, la soberanía de los pueblos
son sus derechos, los privilegios de los cuales gozaban.
Para fortalecer esta hipótesis, señalaré que uno de los tropos empleado por el autor era la sinécdoque, presente, por ejemplo, cuando
decía América para referirse a Nueva España. Esta figura también apareció en la enumeración de los grupos señalados (artesanos, nobles,
clero, alcaldes, regidores, etcétera) por toda la población del virreinato.
La sociedad novohispana no estaba integrada por individuos, sino por
grupos. Las metáforas relativas a esa misma sociedad como “un solo
cuerpo” indican la lógica corporativa propia del Antiguo Régimen.28
El reino al cual se refería (y al que buscaba hacer independiente) era
uno en el que el monarca había otorgado privilegios a las corporaciones integrantes de la sociedad, y de modo señalado a los pueblos. Como
François-Xavier Guerra ha hecho notar, en la América de la época de
las revoluciones hispánicas, la nación podía hacer referencia al conjunto de la monarquía, pero también a esas unidades políticas semiautónomas que eran las repúblicas, tanto de españoles como de indios
que —como recordara Joaquín Escriche— gozaban de privilegios.29
27
Véanse las entradas de “soberano” en el Diccionario de Autoridades, v. III, p. 124. Es
interesante señalar que la definición de esta palabra en el siglo XVII aún aludía a la divinidad: “el Altísimo y poderosísimo que está sobre todos”, Sebastián de Cobarruvias Orozco,
Tesoro de la lengua castellana o española (1610), Madrid, Turner, 1984, p. 941.
28
Acerca de la cultura política corporativa del Antiguo Régimen véase Beatriz Rojas,
“Repúblicas de españoles: antiguo régimen y privilegios”, Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, n. 53, mayo-agosto de 2002, p. 7-47; y Alfredo Ávila, En nombre de la nación. La
formación del gobierno representativo en México, México, Centro de Investigación y Docencia
Económicas-Taurus, 2002; p. 21-54.
29
“Las repúblicas, esto es, las ciudades, villas, lugares, concejos o comunes, gozan de
los privilegios de los pupilos”, Escriche, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial
y forense, con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel,
facsímil de la edición de 1837, edición y estudio introductorio de María del Refugio González,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1993; p. 620. François Xavier Guerra,
Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, MAPFRE-Fondo
de Cultura Económica, 1992, p. 338-341; Rojas, op. cit. Annick Lempérière define la república hispánica del Antiguo Régimen como “la comunidad del pueblo unida por vínculos
morales, religiosos y jurídicos e, idealmente, autosuficiente tanto desde el punto de vista
espiritual como político y material”, Lempérière, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)”, en Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII y XIX, introducción de François-Xavier Guerra y Annick Lempérière, México,
154
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
“La libertad de la América” planteada por Paiserón implicaba, pues,
el cumplimiento por parte del rey de los privilegios de los cuales gozaban las repúblicas y demás corporaciones, pero, además, no depender
de cualquier órgano peninsular, pues ninguno contaba con la legitimidad del rey. Bien vista, la propuesta de la proclama de Justo Patricio
Paiserón se parecía mucho a la de los criollos del ayuntamiento mexicano del año anterior. No podía ser de otra manera, dado que ante la crisis
de la monarquía, predominó un solo tipo de discurso. La diferencia más
importante se hallaba en que ni Juan Francisco de Azcárate, ni Francisco Primo de Verdad y Ramos se habían atrevido a sugerir siquiera el
rompimiento parcial con la metrópoli ni, mucho menos, el establecimiento de un orden diferente al tradicional. Pese a que no han sido
pocos los historiadores que han atribuido a los capitulares de 1808 ideas
como la formación de una nación soberana fundada en la voluntad popular,30 su pensamiento estaba más cercano a las propuestas tradicionales del pactismo y del derecho español. Pretendían que mientras el
rey no estuviera en libertad de ejercer su poder soberano, serían las
autoridades constituidas las que lo ejecutarían por medio de una junta.31 El problema que presentaba esta propuesta para la alta burocracia
virreinal, en especial los peninsulares de la Real Audiencia, era que una
junta en Nueva España no tendría por qué subordinarse a alguna de las
que se habían establecido en la península, con lo que —de facto— se estaba rompiendo la dependencia. Para agravar las intenciones de los
juntistas, quienes afirmaban que su propuesta sólo se pondría en práctica mientras durara la cautividad de Fernando VII, a mediados de 1808
muy pocas personas podían confiar en que Napoleón sería derrotado y,
por lo tanto, que los reyes españoles pudieran regresar a su trono.32
Fondo de Cultura Económica-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos,
1998; p. 56.
30
Es muy frecuente hallar esta tesis, entre otros en Enrique Lafuente Ferrari, El virrey
Iturrigaray y los orígenes de la independencia de Méjico, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1941, p. 102. Ha sido rebatida
por Virginia Guedea, quien demostró que los argumentos esgrimidos en 1808 eran tradicionales y fundados en la legislación hispánica, Virginia Guedea, “Criollos y peninsulares. Dos
puntos de vista sobre lo español”, tesis de licenciatura en Historia, Universidad Iberoamericana, 1964; p. 45 y siguientes.
31
Véase el discurso de Primo de Verdad del 9 de agosto de 1808, en Hugh Hamill, “Un
discurso formado con angustia”, Historia Mexicana 28: 3, julio-septiembre de 1979, p. 439474. También “Relación formada por la Audiencia, de las ocurrencias habidas en las juntas
generales promovidas por el señor Iturrigaray”, en Juan E. Hernández y Dávalos (editor),
op. cit., v. 1, doc. 248, p. 618.
32
Por esos días apareció un pasquín con los siguientes versos: “Fernando Séptimo a
España ya no vuelve / no por éste pelean los gachupines / Sí por de Indias el mando y sus
domines”, apud Alfredo Ávila, “Principio y fin de siglo: 1701 y 1808 en Nueva España”, en
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
155
En ese caso, la junta provisional gubernativa sería permanente, lo cual
significaba el establecimiento de un gobierno independiente. El propio virrey José de Iturrigaray (a quien sus enemigos acusaban de querer convertirse en José I) aseguró, cuando se percató de que en la vieja
España no podía hallarse una autoridad, que fuera capaz de ordenar
las varias juntas que se decían supremas:
Concentrados en nosotros mismos, nada tenemos que esperar de otra potestad que de la legítima de nuestro católico monarca el señor don Fernando Séptimo: y cualesquiera juntas que en clase de supremas se establezcan
para aquellos y estos reinos, no serán obedecidas si no fuesen inauguradas, creadas o formadas por Su Majestad.33
Y el problema era que, en las circunstancias por las cuales atravesaba la monarquía, Fernando no podía sancionar ninguna alternativa
de gobierno: ni el establecimiento de juntas insurgentes leales a su real
persona ni el mantenimiento de las autoridades tradicionales, muchas
de las cuales —en la península— habían reconocido a José Bonaparte
como rey de España. En pocas palabras, ninguna de las posiciones políticas que se presentaron en 1808 en Nueva España podía alegar tener
más legitimidad que su contraria, merced a que ambas (la juntista del
ayuntamiento y virrey, y la del mantenimiento del orden promovida
por la Audiencia) decían originarse en nombre del rey preso y para
conservarle sus dominios, aunque ninguna tuviera —de hecho— el respaldo del monarca en nombre de quien hablaban: ambas carecían de
la legitimidad trascendente propia de las monarquías de derecho divino del Antiguo Régimen, en las cuales las opciones políticas que no
contaban con la aprobación del rey podían ser consideradas como disidentes. Tras las crisis de 1808 ninguna de las alternativas contaba
con esa sanción, por lo cual no puede asegurarse que alguna de ellas
fuera disidente.
Justo Patricio Paiserón se percató de que las circunstancias habían
propiciado la aparición de varias opciones de gobierno sin que alguna
de ellas pudiera considerarse auténtica por contar con la legitimación
del rey y, por lo tanto, divina. Las abdicaciones de Bayona fueron el
inicio de una crisis profunda, en la cual se puso en duda el origen de
Carmen Yuste (coordinadora), La diversidad del siglo XVIII novohispano. Homenaje a Roberto
Moreno de los Arcos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2000; p. 262.
33
José de Iturrigaray, “Proclama”, 12 de agosto de 1808, apud Juan López de Cancelada, La verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución de Nueva España comenzada en 15 de septiembre de 1810. Defensa de su fidelidad. Quaderno primero, Cádiz, Imprenta
de Manuel de Quintana, 1811, p. LIX-LX.
156
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
la autoridad y se buscaron posibilidades para suplir a la deidad como
garante del orden político existente. Una de las alternativas fue, como
hizo Paiserón, la fundada en la racionalidad humana. Sin embargo,
en la Nueva España de 1809 parecía todavía muy endeble, por lo cual
se mantenía el argumento de lealtad al rey, pero esto no solucionaba
nada, pues no había un rey que reconociera los actos de sus súbditos.
El nuevo orden que pretendía establecer descansaba sobre las circunstancias y no sobre una base sólida y trascendente. Paiserón se percató muy bien de la accidentalidad que abría la posibilidad de la
independencia de Nueva España. Cuando afirmaba que “en las actuales circunstancias, reside la soberanía en los pueblos”, no hacía más
que reconocer que el principio sobre el cual fundaba su propuesta (y,
si se me permite decirlo, muchos de los proyectos políticos del México independiente) dependía de la “fortuna”, en este caso, de las armas españolas en la península. La política perdía suelo.
Paiserón también se daba cuenta de que el origen de las autoridades novohispanas que gobernaban en 1809 era igual de contingente
que el fundamento de su proclama de independencia. Recuérdese que
el nuevo virrey había llegado al poder por un golpe de estado (por la
fortuna de las armas) y que, por lo tanto, no contaba con la sanción
real. Por tal motivo, Paiserón no se consideraba a sí mismo como un
disidente, pues (lo mismo que las autoridades) decía hablar en nombre del rey, sino que incluso se ubicaba en el lado correcto. Esto le
permitía descalificar a sus oponentes como los verdaderos disidentes.
Como señalaba en la proclama: “Téngase por traidor y por enemigo de
nuestra religión, de la patria y del rey, a cualquiera que pretenda directa o indirectamente nuestra sujeción a aquel tirano [Napoleón]: muera en el momento. Sí, muera semejante traidor.” Por supuesto, para
Paiserón semejantes traidores eran los afrancesados, de manera particular los reales y supuestos agentes napoleónicos en el virreinato, que
buscaban el reconocimiento para su amo, pero también aquellos que,
a sabiendas de que Napoleón se estaba adueñando de la península, seguían manteniendo con terquedad la unión de Nueva España con Europa. El problema era que quienes mantenían el reconocimiento al
gobierno metropolitano —el virrey Pedro Garibay y la Audiencia— también se reconocían leales a Fernando VII y enemigos del Corso. Paiserón
lo sabía y por eso había incluido sus nombres entre los patriotas de su
proclama; aunque tampoco ignoraba que habían sido los “sabios oidores y alcaldes” quienes, en septiembre de 1808, habían destituido al
virrey José de Iturrigaray y encarcelado a los principales líderes del
ayuntamiento de la ciudad de México, por querer erigir en el reino una
junta gubernativa, depositaria interina de la soberanía del rey.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
157
El proceso
En su carta, Justo Patricio Paiserón prometía avisar a Bustamante de
los efectos de la proclama y sólo le pedía acusar recibo. Desde que se
conocieron las noticias de las abdicaciones de Bayona, habían aparecido en las principales ciudades del virreinato pasquines y volantes que
arengaban a la plebe en contra de los gachupines.34 En varios lugares
se había presentado, incluso, agitación popular en contra de los españoles europeos, que podía atribuirse a esos papeles sediciosos.35 Según parece, Paiserón buscaba obtener una respuesta similar cuando
distribuyó su proclama. Por tal razón había pedido a sus corresponsales que la “esparcieran.” Resulta claro, como mencioné, que no iba tanto dirigida a las autoridades de la Audiencia, aunque así lo afirmara,
sino a un público más amplio y susceptible, como los labradores, los
nobles y los “hombres ricos”, quienes se habían visto afectados por la
consolidación de vales reales y por la sequía que venía padeciendo buena parte del virreinato.
Como había un terreno propicio para que fructificaran este tipo
de manifestaciones, el virrey Pedro de Garibay actuó con rapidez para
quitar la proclama de Paiserón de los muros de catedral, donde había
aparecido, amén de ofrecer una recompensa de 2 000 pesos para quien
descubriera al autor.36 El conde de la Cadena propuso al virrey, desde
que se enteró de la carta dirigida a Bustamante, que se armaran varias
compañías y regimientos para combatir a los sediciosos, sin importar
los gastos, pues más importante era la tranquilidad del reino que todos los recursos que se pudieran invertir. También instrumentó un plan
para atrapar a Paiserón. Como éste pidiera a Tomás Mariano de Bustamante un acuse de recibo, se mandó por el correo a México una nota
en la que sólo se decía: “Ya está hecha la cosa”, para atraparlo en la
34
De hecho, las manifestaciones en contra de los gachupines también hallaron algún
respaldo en el cúmulo de proclamas, discursos y sermones hechos por las propias autoridades en contra de los herejes afrancesados, lo cual generó un ambiente de persecución contra
los recién llegados al virreinato, muchos de ellos españoles peninsulares. Véase Alfredo Ávila,
“‘La escuela de Asmodeo.’ Una conspiración en Oaxaca, 1811”, ponencia presentada en el
coloquio La independencia en el Sur-Sureste de México, organizado por la Facultad de Filosofía
y Letras y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma
de México, en el auditorio del propio Instituto, 29 de octubre de 2001.
35
José María Cos a Juan Nepomuceno de Oviedo, San Cosme, Zacatecas, 29 de mayo
de 1810, en Cos, Escritos Políticos, introducción, selección y notas de Ernesto Lemoine, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996; p. 7-9.
36
Lucas Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 289; José María Miquel i Vergés, Diccionario
de insurgentes, México, Editorial Porrúa, 1980, p. 130.
158
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
oficina de correos cuando pasara a recogerla.37 La estratagema dio el
resultado que las autoridades deseaban. El 17 de febrero fueron apresadas dos personas: José Antonio Mateos, quien fue a recoger la presunta carta dirigida a Paiserón, y Julián de Castillejos, que había
permanecido un poco alejado, en un zaguán cercano.38
Según la declaración de los dos apresados, las autoridades de correos nunca les dijeron cuál era el motivo por el que quedaban bajo
arresto y, antes bien, los trataron con especial rudeza. De inmediato
fueron trasladados a la cárcel de la corte, donde el virrey Pedro Garibay
los puso a disposición de Juan Collado, alcalde del crimen y juez de la
provincia de México, quien se encargaría de llevar todo el proceso. Las
primeras diligencias se realizaron en la propia casa del licenciado
Castillejos, en la calle de Santa Inés número 3. El capitán de comisarios José María de Arango y el escribano José Rafael Cartami sólo pudieron descubrir una enorme cantidad de manuscritos: memoriales,
cartas y otros documentos relacionados con la abogacía, profesión ejercida por Castillejos, pero que no lo inculpaban.39
Los primeros datos que señalaron a Castillejos como el autor de la
carta enviada a Tomás Mariano de Bustamante y, por lo tanto, de la proclama que favorecía la independencia, provinieron de su propia declaración. El domingo 19 de febrero, José Antonio Mateos declaró ser
criado de Castillejos, a quien había acompañado a la oficina de correo. Ahí, su patrón retiró una carta y, después, le mandó recoger la
que estaba marcada con el número 557. Cuando cumplió la orden, fue
apresado, mientras que un empleado del correo salía a llamar a su patrón.40 Julián de Castillejos ratificó todo lo dicho por su sirviente, dijo
ser español natural de la villa de Tehuantepec, tener 35 años, y vivir en
la ciudad de México con su mujer, Rosa Joaquina Mateos.41 Estaba
matriculado en el Real Colegio de Abogados de la corte y, como ha37
El conde de la Cadena al virrey Pedro de Garibay, Puebla, 10 de febrero de 1809, en
Genaro García, op. cit., I: 103-104. Un breve relato del caso en Virginia Guedea, En busca de
un gobierno alterno:..., p. 26-29. La carta de Bustamante llegó a la oficina de correos de la
ciudad de México, donde se puso el nombre de Paiserón en la lista de correos.
38
Andrés de Mendívil, administrador de correos de la ciudad de México, a Pedro de
Garibay, México, 17 de febrero de 1809, en García, op. cit., v. I, p. 106.
39
José Rafael Cartami, “Reconocimiento de papeles”, en García, op. cit., p. 108-109;
Garibay a Collado, México, 16 de febrero de 1808, ibid., p. 107-108.
40
José Antonio Mateos era un joven soltero de 18 años, español natural del pueblo de
Calimaya, cercano a México, quien había sido primero criado del cura del real de Tesicapán,
cuando estaba en Sultepec. Era sirviente de Castillejos desde noviembre de 1808 y, al parecer, ignoraba todo acerca de las actividades subversivas de su patrón. “Declaración del criado”, 19 de febrero de 1809, ibid., p. 109-111.
41
“1a. declaración del Licenciado Castillejos”, México, 19 de febrero de 1809, ibid.,
p. 111.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
159
bían podido constatar Arango y Cartami, llevaba un número nada despreciable de casos judiciales.
Castillejos insistió en varias ocasiones en su declaración acerca de
lo injusto del procedimiento con el que lo apresaron. Nadie quiso decirle cuáles eran los cargos en su contra y, al insistir en preguntar por
ellos, recibió amenazas de ser llevado a prisión por la fuerza. Cuando,
en el camino, consiguió que uno de los guardias le dijera que, según
había oído, lo acusaban de ser reo de Estado, Castillejos se puso muy
nervioso (dijo que “sería capaz de volverlo loco semejante especie”),
empezó a argumentar acerca de su lealtad al monarca y hasta mostró
a sus captores algunas de las cartas que acababa de recibir, entre ellas
una del marqués de San Juan de Rayas, donde podía apreciarse su
españolía, referida tanto a la península como a América. Esta carta
fue, en efecto, incluida en el expediente del caso, aunque el comisario
José María de Arango no dejó de advertir a sus superiores que Castillejos había arrancado la posdata.42
Castillejos confesó que después de haber sacado esta primera carta de la oficina de correo, envió a su criado a sacar una que estaba a
nombre de Justo Parracio Palmerión, con lo que se echó la soga al cuello. Reconoció que tenía por costumbre pedir a sus corresponsales que
le remitieran sus misivas bajo diversos nombres, entre los que estaban
los de Justo Pascasio Partero, Julián Rivero, Julián Riverol, Julián
Carbonel, Julián Escauriasa, Joaquín Rivero, Joaquín Riverol “y otros
de que no hace memoria”.43 No admitió que entre todos estos alias estuviera el de Palmerión, pero como esperaba alguna otra carta dirigida a alguno de sus falsos nombres, la “mandó sacar por una mera
curiosidad”.
Curiosidad fue lo que ocasionó en las autoridades esta declaración; así que inquirieron acerca de quiénes eran los corresponsales
de Castillejos, que se prestaban a esos juegos. Entre ellos se hallaban
su compadre el presbítero Manuel Mayol —quien lo visitaba con alguna frecuencia, según Mateos— y el marqués de Rayas, quien también
en alguna ocasión había ido a verlo a su casa, como aseguró el criado.
En la segunda declaración, hecha el 20 de febrero, Castillejos reiteró
que se carteaba con Rayas desde hacía tres o cuatro meses, empleando los nombres de Julián Riverol y Julián Carbonel; pero sorprendió a
todos cuando aseguró que utilizaba estos seudónimos al menos desde
19 años atrás, para evitar que alguien se enterara de sus asuntos, en caso
de que sacaran las cartas de la estafeta, cosa que al parecer ocurría
42
43
Arango a Juan Collado, México, 18 de febrero de 1809, ibid., p. 109.
“1a. declaración”, cit. supra en la nota 41, p. 113.
160
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
con alguna frecuencia.44 El 20 de febrero, ante nuevas inquisiciones,
admitió que había escrito bajo seudónimo al marqués de Rayas.
Según puede apreciarse en los procesos, las autoridades no ejercieron demasiada presión sobre el acusado, pero llama la atención que
Castillejos, aunque no se le hiciera alguna pregunta específica, terminó relatando muchos hechos comprometedores. Así, aseguró que en la
correspondencia que mantenía con el marqués de Rayas escribió que
Le tocó haber oído que se soltó en México un pasquín o proclama, en que
le detalló, en general, que se incitaba a la reunión a todos los habitantes
de América, para que si la Península llegaba a ser dominada del tirano
Napoleón, todos proclamaran la independencia de la Nueva España para
conservarla a nuestro Augusto y deseado Fernando Séptimo; y que a este
efecto se convocaran por el Excelentísimo Señor Virrey, Señores Oidores,
Alcaldes y demás personas de representación, a los representantes del reino, y se formara una Junta Nacional que representara al Soberano.45
En otra misiva, escribió acerca de un alboroto popular, aunque no
sabía si se trataba de un movimiento de españoles o de criollos. Sin
duda, podríamos aplicar a Castillejos aquello de “confesión no pedida,
culpabilidad manifiesta”, salvo porque hizo todas esas declaraciones
para mostrar a las autoridades que, en realidad, era un patriota. Estaría de acuerdo en separar al virreinato de la península, si ésta caía en
manos del malvado Napoleón, pero —según otro relato acerca de una
discusión en el juego de pelota— eso nunca ocurriría. No puedo descartar que esas declaraciones tan comprometedoras estuvieran originadas por el nerviosismo del acusado. En la declaración del 21 de
febrero, Castillejos reconoció que había pedido al marqués de Rayas
que escribiera en su correspondencia el nombre falso porque, entre
otras cosas, trataba de “asuntos pendientes del excelentísimo señor don
José de Iturrigaray”, que eran muy delicados.46 Sin embargo, se nota
que también se esforzó en comprobar ante los jueces que sus móviles
eran honestos y patrióticos, tal vez incluso podría convencerlos de que
sus actos eran aceptables. Según me parece, Castillejos intentó hacer
prosélitos hasta cuando lo estaban juzgando por infidencia. Tal vez
creía que podía convencer a sus jueces de la necesidad de la independencia por la misma razón por la cual en la proclama se solicitaba al
virrey y la Audiencia que reunieran una junta (pese a que esas mismas
“2a. Declaración”, México, 20 de febrero de 1809, en García, op. cit., p. 114.
Ibid., p. 114-115.
46
“3a. Declaración del reo”, México, 21 de febrero de 1809, ibid., p. 118-122.
44
45
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
161
autoridades habían cerrado la posibilidad juntista el año anterior): la situación de España en 1809 no dejaba más alternativas, desde su punto
de vista, que romper con la Europa napoleónica o sujetarse al tirano.
El 22 de febrero, las autoridades empezaron a presionar. Preguntaron a Castillejos si conocía a Tomás Mariano de Bustamante, abogado de Puebla, y si le había escrito con seudónimo. Castillejos confesó
que lo conocía desde hacía bastante tiempo, pero negó que le hubiera
escrito. Para esos momentos, nuestro abogado ya sabía que se hallaba
en muy serios aprietos, por lo cual procuró reforzar su imagen de patriota, lo que, en esos momentos (según me parece) sólo contribuyó a
que las autoridades sospecharan todavía más de su infidencia. Aseguró que “no por sí solo ni con otras personas ha tratado jamás de la
independencia de este reino” y que, antes bien, cuando se enteró de
los rumores y pasquines en ese sentido, había exhortado a sus paisanos para
que se mantuviesen quietos y tranquilos, sin entrar en innovaciones ni movimientos, haciéndoles ver que la divina Providencia había enviado la paz,
que parece había en todo el continente de Europa, a refugiarse en estas
felices regiones; y así aconsejaba a todos que no sólo se abstuvieran de
todo movimiento que pudiese turbarla, sino también de toda palabra, pues
en tales ocasiones eran los más sabios los que más callaban, y para más
persuadirles, les pintó los funestos males de la anarquía a que precipitan
semejantes convulsiones.47
No estoy muy seguro de que estas palabras tranquilizaran a los jueces. Como relataré en el siguiente apartado, esas ideas eran frecuentes
en la época. No eran peligrosas para las autoridades sino en la medida en que promovían la ruptura con España, es decir, el modo como
eran expuestas. En su declaración, Castillejos mencionó que buena parte de sus ideas las había publicado antes en un “Discurso” en el Diario
de México del 7 de agosto de 1808 y que, entonces, no habían sido consideradas subversivas. También comentó que había distribuido copias
de ese escrito por medio de algunas amistades, como José Ignacio
Auricena, Juan Martín Juanmartineña y Marcelo de Anza, personajes
de quienes no se podía dudar de su fidelidad. En poco tiempo, había
más de cien copias del “Discurso” en Veracruz y en otras ciudades del
virreinato. Esta declaración hizo que las autoridades se preocuparan
por averiguar cuál era el círculo de amistades de Castillejos, que al
parecer de manera tan eficiente había promovido las ideas sediciosas.
47
“4º acto de Declaración”, México, 22 de febrero de 1809, ibid., p. 124-125.
162
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Debido a su profesión, Castillejos tenía una gran cantidad de conocidos, entre quienes se contaban el conde de Regla, Nicolás Calera, Juan
Bautista Raz y Guzmán, Benito José Guerra, Juan Navarro y el doctor
Juan Nicolás Larragoiti, del Sagrario metropolitano. Todos estos hombres, encabezados por el marqués de San Juan de Rayas, estarían desde
entonces en la mira de las autoridades. Muchos de ellos fueron llamados a declarar en este caso. Todos hablaron muy bien de Castillejos, lo
cual sólo hizo sospechar a las autoridades que lo estaban encubriendo,
sobre todo cuando, para desgracia del detenido, Raz y Guzmán cometió la indiscreción de afirmar que nunca había escuchado a Castillejos
hablar acerca de la independencia “en términos absolutos”,48 lo cual
significaba (aunque no lo dijera) que sí trató acerca de la posibilidad
de la independencia en algunos otros términos.
Sin embargo, las pruebas más concluyentes en contra de Julián de
Castillejos fueron sus declaraciones, el hecho de haber ido a recoger la
carta de Bustamante al correo y el propio pasquín, que estaba escrito
con su propia letra, según el peritaje que se le hizo. Castillejos se defendió alegando que no era prueba en su contra el juicio de los peritos,
pues la mayoría de los estudiantes terminaban haciendo letras muy
parecidas por la escuela donde habían cursado sus primeros estudios.49
Acerca de haber ido a recoger la famosa misiva dirigida a Justo Patricio Paiserón, Castillejos insistió, de modo poco verosímil, que había
leído “Justo Parracio Palmerión”, un seudónimo parecido a los que
empleaba con algunos de sus corresponsales. Debe señalarse que Castillejos nunca admitió estar metido en una conjura ni ser el autor del
mencionado pasquín. Los jueces no lo creyeron y, según me parece,
con razón; pero en este ensayo no me importa la culpabilidad o inocencia de Castillejos. De hecho, de lo que no pudo librarse fue de sus
propias declaraciones ante el tribunal. El 27 de abril de 1809, en su
tercer acto de confesión, Castillejos volvió a afirmar que no favorecía
“una independencia absoluta, infiel y rebelde”, pero que suscribía la
idea de “una independencia hipotética y condicional, supuesta la desgracia de que el tirano Napoleón subyugase la España”.50 Con estas
palabras, se estaba condenando.
“[Declaración] del licenciado Guzmán”, México, 12 de abril de 1809, ibid., p. 132.
“Juicio de Verazaluze”, México, 2 de abril de 1809, ibid., p. 129 y “2º acto de [confesión de Castillejos]”, México, 26 de abril de 1809, ibid., p. 144.
50
“3º acto de [confesión]”, México, 27 de abril de 1809, ibid., p. 147.
48
49
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
163
¿Cuándo son las ideas sediciosas?
Como ya mencioné, el discurso de Julián de Castillejos recurría a tópicos y a ideas bien aceptadas por la sociedad novohispana, tales como
la defensa del Rey, la Religión y la Patria, y el rechazo al malvado
Napoleón. Más doloroso que las mismas abdicaciones de Bayona y la
guerra en la península, fue la colaboración de muchos españoles con
los invasores y con el rey José, los afrancesados; por eso, otro de los
valores más exaltados durante esos años fue el de la unión y concordia
en todos los medios, desde el Diario de México, dirigido por Carlos María de Bustamante (quien había mandado hacer una medalla en la cual
se representaban los dos mundos de Fernando, vinculados por lazos
insolubles), hasta el púlpito. Los sermones arremetían contra “la variedad de opiniones”, pues esto producía “la división de partidos [que]
engendra la infidelidad”, la cual conducía a la revolución.51
Esta idea no era nueva, lo cual le daba todavía más fuerza. El discurso eclesiástico había ponderado la comunión social desde mucho
tiempo antes, como uno de los primeros deberes de los fieles: “todos
los que participamos de un pan formamos un mismo cuerpo, sin dejar
por eso de ser muchos”, había afirmado Agustín del Río en Guadalajara,
en 1789. En 1810, el obispo poblano Manuel Ignacio del Campillo pedía a sus feligreses: “amémonos todos tiernamente como hermanos que
somos efectivamente y por unos vínculos más dulces y más estrechos
que los de la carne y la sangre. Estamos unidos por la fe que profesamos, y componemos un cuerpo místico que es la Iglesia [y] formamos
también un cuerpo civil.” 52 El impacto de estas ideas sobre la población era muy importante, pues contaban con la sanción de los eclesiásticos que las difundían en sus sermones, pero también porque se
divulgaban a través de la prensa, un medio que no por poco extendido
dejaba de ser importante, en especial porque —en principio— se suponía propio de personajes ilustrados.
Los ayuntamientos y otras autoridades locales en todo el virreinato
también se habían declarado por la unidad como la mejor arma para
hacer frente al ambicioso Napoleón. Incluso, en el conflicto entre el
ayuntamiento de México y la Real Audiencia, no hubo parte que no se
manifestara a favor de estos ideales: unión entre españoles y america51
Antonio Pérez Martínez, Sermón predicado en la Santa Iglesia Catedral de Puebla, Puebla, sin editor, 1808, p. 5-6, apud Brian Connaughton, Dimensiones de la identidad patriótica.
Religión, política y regiones en México. Siglo XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Miguel Ángel Porrúa, 2001, p. 43.
52
Connaughton, op. cit., p. 49, 76; éstos son sólo unos ejemplos entre muchos: passim.
164
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
nos, lealtad al legítimo monarca, reafirmación de la religión católica
y repulsa a Napoleón.53
La perspectiva de que en Europa triunfara el Corso atormentaba
las almas de los leales españoles, como la del canónigo penitenciario
de Puebla, Antonio Pérez Martínez, quien en 1808 aseguraba que en
ese caso se perdería “nuestra religión, nuestras leyes, nuestras costumbres y propiedades [y] antes que todo, nuestra libertad, la dichosa libertad en que los reyes de España nos mantienen”.54 Castillejos no
hacía sino ver confirmados esos temores, por lo cual proponía salvar
todos esos valores que, según Pérez Martínez, estaban por perderse.
En el Diario de México aparecían también constantes colaboraciones de los lectores en ese sentido. El 7 de agosto de 1808, fue publicado en ese periódico un “Discurso” de Julián de Castillejos, como lo
reconocería en su proceso.55 Iniciaba ese escrito con un llamado a los
habitantes de Nueva España para que olvidaran sus diferencias, a fin
de llegar a “la fraternidad con que debéis trataros como vasallos de un
mismo rey”. Afirmaba que en la “unión de los ciudadanos consiste la
fuerza invencible de las naciones”, la cual era necesaria para arrostrar
al enemigo común. Recordaba, además, algunos ejemplos tomados de
la historia, para mostrar cómo, cuando un pueblo se había mantenido
unido, no había podido ser derrotado: “caminad pues a la unión, no
haya en vosotros más que unas mismas ideas y un mismo espíritu.”
Este “Discurso” no difería, pues, gran cosa de los otros impresos,
sermones y publicaciones de la época, a favor de mantener la unidad
para defender el reino en contra de Napoleón. Auguraba entonces, según las últimas noticias recibidas, un pronto triunfo de los “bravos soldados” ibéricos, que pondrían freno a “los progresos de aquel pérfido
emperador y opondrán una barrera insuperable a su ambición”. Mientras tanto, aquende el océano, a los españoles leales “nos toca defender
estas provincias en que habitamos y conservarlas íntegras a nuestros
legítimos soberanos”. Esto ya resultaba en una diferencia con los demás llamados a la unión, en los cuales casi siempre se incluía la necesidad de colaborar (enviando recursos) con los españoles europeos,
mientras que en el presente “Discurso” nada se decía al respecto. Se
pedía unión, pero no tanto con la península, sino entre los habitantes
de Nueva España:
53
Hira de Gortari Rabiela, “Julio-agosto de 1808: ‘La lealtad mexicana’”, Historia
Mexicana, 39: 1, julio-septiembre de 1989; Guadalupe Nava Oteo, Cabildos de la Nueva
España en 1808, México, Secretaría de Educación Pública, 1973.
54
Pérez Martínez, op. cit., p. 12.
55
“Discurso del americano J. J. de C. y C., n. de G., P. de T.”, Diario de México, IX: 1042,
7 de agosto de 1808.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
165
Rechacemos los decretos atrevidos de Napoleón, y castiguemos las osadías de sus enviados, si trataren de sujetarnos a su yugo. Mantengámonos
en la independencia de toda otra dominación que no sea la de nuestros
legítimos reyes.56
Castillejos empezaba a introducir algunos términos peligrosos, a
los que esperaba que el público se acostumbrara y relacionara con los
otros, más aceptables, de lealtad al rey, a la patria y la religión.
Unos días después, envió un “Discurso segundo” a Carlos María de
Bustamante, con la finalidad de que también apareciera en el Diario.
Sin embargo, la censura lo alcanzó y fue detenido aun cuando ya se
habían hecho las correcciones de las planas.57 En términos generales,
reiteraba todos sus dichos del primer “Discurso”: la necesidad de mantener la unión, de preservar este territorio a sus legítimos reyes, oponerse a Napoleón y defender la patria y la religión. Sin embargo, el
autor avanzaba en sus objetivos. Resaltaba el terrible estado de guerra
que había en Europa y lo contrastaba con la paz y prosperidad de América. Castillejos pedía a sus paisanos hacer lo posible para no perder
esos dones: “es necesario que os guardéis de todo motivo que pueda
romper vuestra estrecha alianza. El único medio de conservarla indisoluble es el de respetar las autoridades constituidas, huir y detestar
todo espíritu de innovación y reforma.”
Es verdad que con estas palabras pareciera que el autor se alineaba del lado de la Audiencia, que por entonces se oponía a los empeños
de José de Iturrigaray y del ayuntamiento metropolitano por establecer una junta gubernativa. Sin embargo, debemos recordar que muchos de los más destacados miembros de ese cabildo no consideraban
que sus propuestas fueran innovadoras o reformistas, sino arraigadas
en la secular tradición jurídica hispánica. Más bien, las innovaciones
estaban llegando de España. Tanto los miembros del concejo municipal de México como los miembros de la Audiencia y los publicistas,
incluido nuestro autor, estaban de acuerdo en conservar “estas fértiles
provincias” para los legítimos reyes. Así, pedía que hubiera una “ciega
obediencia a las autoridades” que fueron constituidas por los propios
reyes antes de abdicar en Bayona, entre las que destacaba, en primer
lugar, el propio virrey. Meses después, cuando ya había sido depuesto
Iturrigaray, Castillejos mantenía su opinión relativa al respeto que debía
Ibid. El subrayado es mío.
“Discurso segundo del americano J. J. de C., n. de G. P. de T.”, facsímil de las planas
con correcciones del Diario de México IX: 1047, 12 de agosto de 1808, que no se publicó, en
Genaro García, op. cit., v. I, p. 157-183.
56
57
166
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
haber frente a las autoridades; de ahí su llamado a los miembros de la
Audiencia y a Pedro Garibay, por más hipócrita que pueda parecer.
Como puede apreciarse, las ideas expuestas en la proclama firmada por Justo Patricio Paiserón no eran tan extrañas para la época.
Tal vez, lo único que las hacía diferentes a las demás muestras de patriotismo español radicaba en que lo conducía hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, en esto tampoco era el único: unos días
después de iniciados los procesos contra Castillejos, el canónigo José
Mariano Beristáin predicó acerca de las bondades de América y de
Nueva España en particular, que se había salvado de “los pestilentes
vapores que despide en Europa hacia todas partes de aquella Hidra
monstruosa, que quiere tragarse los tronos de [los] ungidos y aun [el]
mismo solio eternal”.58 Como reconocería tiempo después, Beristáin llegó
a pensar en la posibilidad de que, ante el avance impetuoso del Corso
y de la infidelidad en Europa, el papa romano y el rey español viajaran
a México para forjar aquí la sede de una monarquía católica, separada
de la corrupta Europa.59 Estas ideas, las de Beristáin y las de Castillejos,
fueron definidas hace algún tiempo por David Brading como características del patriotismo criollo: la exaltación de la patria (fundada en el
derecho natural y en los dones divinos a esta tierra) y el orgullo de ser
español y súbdito del rey de España. Sin embargo, la historia de este
pensamiento es la de senderos que se bifurcan. Los contextos de
Beristáin y de Castillejos eran muy diferentes. En pocas palabras, los
dos estaban de acuerdo en que si la península ibérica caía en manos
de Napoleón sería menester la independencia; pero su práctica
discursiva era muy distinta: Beristáin hablaba ante su grey y, de seguro, con la presencia de las más altas autoridades del virreinato; mientras que Castillejos promovía sus pasquines firmados con seudónimo y
en la clandestinidad. Sin duda, los fiscales y jueces perseguían no sólo
las ideas de Castillejos, sino la manera de promoverlas; es decir, las
consideraban sediciosas también por la forma como eran expresadas.
58
José Mariano Beristáin, Discurso político-moral y cristiano que en los solemnes cultos que
rinde al Santísimo Sacramento en los días del carnaval, la Real Congregación de Eclesiásticos Oblatos
de México, pronunció el Dr. Joseph Mariano Beristáin de Sousa, del Orden de Carlos III. Canónigo
más antiguo de la Metropolitana, y prepósito de dicha Congregación. Dedicado por ésta a la Suprema
Junta Central Gubernativa de España y de sus Indias, México, en la Oficina de Doña María
Fernández de Jáuregui, 1809; p. 32.
59
Según Beristáin: “Vista de la persecución que hace al pontífice romano el tirano
Napoleón Bonaparte y a los reyes católicos protectores de la Iglesia de Roma, contemplo
que Mégico puede ser el más seguro asilo al papa y a los monarcas españoles contra la voracidad de aquel monstruo.” [...] “Así pensaba yo el año pasado de 1809” antes de la rebelión
de Miguel Hidalgo, Beristáin, Biblioteca hispano-americana septentrional, 3 v., México, Imprenta de la Calle de Sto. Domingo y esquina de Tacuba, 1816; v. I, p. 277-278.
EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809
167
Epílogo (unas palabras sobre la disidencia)
Julián de Castillejos nunca admitió ser el autor del pasquín subversivo, aunque en las declaraciones terminó expresando ideas tan sediciosas que las autoridades no tenían ya necesidad de probar su autoría:
lo dicho ante los jueces lo inculpaba. Fue declarado culpable de sedición y condenado a destierro en la península, de donde saldría libre
el 30 de noviembre de 1810 gracias al indulto general decretado por las
Cortes de Cádiz. Regresó al virreinato, donde volvió a ser presa de
las autoridades por haber manifestado en abril de 1811 que debía ahorcarse al virrey. En la conjura descubierta ese mismo año en la ciudad
de México, había sido propuesto por los conspiradores para hacerse
cargo de la Audiencia. Tiempo después, en 1812, se vería involucrado
en un nuevo complot en Perote, encabezado por Vicente Vázquez Acuña, quien estaba preso ahí desde 1809.60
Las autoridades aprovecharon la información obtenida en las inquisiciones que se le hicieron para empezar a investigar al gran número de
individuos relacionados con Castillejos. Jacobo de Villaurrutia, San Juan
de Rayas, Juan Bautista Raz y Guzmán, Benito José Guerra, Antonio
Ignacio López Matoso y José María Rebelo serían objeto de la vigilancia
del gobierno virreinal. Algunos de ellos serían miembros de la sociedad
secreta de los Guadalupes y, desde esa trinchera, favorecerían el establecimiento de un gobierno autónomo para la Nueva España.61 Otro
implicado en la causa de Castillejos fue Manuel Peimbert, escribano de
Huichapan, hermano del abogado Juan Nazario Peimbert, quien también se vería involucrado en casos de infidencia. Manuel fue acusado de
repartir proclamas subversivas escritas por él y por el cura de Huichapan,
Manuel Palacios. En septiembre de 1809 fue enviado a Perote junto con
Vicente Vázquez Acuña, José Ignacio Rodríguez Alconedo y otros.62
De momento, no se pudo llamar al marqués de San Juan de Rayas
a hacer su declaración. Al parecer, se temía que pudiera aprovechar la
fuerza de sus operarios para rebelarse. De cualquier manera, las autoridades decidieron ser más precavidas, por lo cual establecieron una
junta consultiva en junio de 1809, compuesta por tres oidores, para
enfrentarse a los casos de infidencia. Poco tiempo después, ya bajo el
60
Anastasio Zerecero, Memorias para la historia de las revoluciones en México, estudio
historiográfico de Jorge Gurría Lacroix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975; p. 276.
61
Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno:..., p. 27-28.
62
Ibid., p. 28-29.
168
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
virreinato de Francisco Xavier Lizana, se estableció la Junta de Seguridad y Buen Orden, por acuerdo del 21 de septiembre de 1809.63 Sin
embargo, no podemos decir que consiguieran frenar el avance de los
movimientos subversivos. En los procesos contra el marqués de Rayas, se mencionó la posibilidad de que estuviera en contacto con el
corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, quien promovía una conspiración junto con otras personalidades del Bajío, donde estallaría una
insurrección en septiembre de 1810.
Lo cierto, es que Castillejos no se consideraba disidente sino patriota, buen católico y leal a la monarquía borbónica y a Fernando VII
en particular. Si las autoridades lo perseguían se debía, acaso, a que la
infidelidad debía buscarse en ellas. Por supuesto, Castillejos no se hubiera atrevido a decir esto ante sus jueces, pero con su declaración de
inocencia subvertía el orden. En las declaraciones hechas por algunos
otros testigos y en la acusación contra el marqués de San Juan de Rayas se aseguró que, en las reuniones de estos personajes, se hablaba
mal del gobierno originado en el golpe de septiembre de 1808. Miguel
de Zugasti [o Zugástegui], a quien se le seguía proceso por las mismas
fechas que a Castillejos (con quien las autoridades sospechaban que
estaba en conchabanza), también creía que la prisión de Iturrigaray
había sido ilegal e ilegítima, y que el nuevo gobierno pretendía entregar el reino a los franceses para establecer una república usurpadora
de los derechos del rey y de los criollos. 64 Tal vez estos personajes se
equivocaban al suponer el afrancesamiento de las autoridades; pero
sabían que su insistencia en mantener la unión con Europa podía propiciar la sujeción al Tirano. De esto se dieron cuenta los propios oidores
quienes estuvieron tentados a dirigirse a la hermana de Fernando VII,
Carlota Joaquina, reina consorte de Portugal por entonces en el Brasil,
para asumir la regencia del reino y evitar caer en manos de Napoleón.65
Esta incertidumbre no hacía sino confirmar que, en efecto, en 1809
resultaba muy difícil definir la disidencia, lo cual tal vez pueda explicar el benigno comportamiento del nuevo virrey Francisco de Lizana
hacia muchos de los promotores de la independencia.
63
Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 294, 315.
“Exposición por escrito de D. Hilario Michel y Loredo” citada en la nota 3.
65
“Dábase por perdida la causa en España, y así lo creyeron el arzobispo y los oidores
que en tres acuerdos continuos y secretos, trataron de lo que en tales circunstancias debía
hacerse, habiéndose decidido a invitar a la infanta Doña Carlota Joaquina, que antes había
pretendido [sin buen éxito] ser reconocida regenta por ausencia de su hermano Fernando
VII, para que con esta investidura viniese a gobernar estos dominios”, lo que al final no se
verificó por las nuevas de la instalación de la Regencia en la península, Alamán, Historia de
Méjico... , v. I, p. 324-325.
64
ENTRE HOMBRES TE VEAS: LAS MUJERES DE PÉNJAMO
Y LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA*
MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ
Instituto de Investigaciones José María Luis Mora
María Regina Barrón, Casilda Rico, María Josefa Rico, María de Jesús
López, Rafaela González, María Manuela Suasto, Petra Arellano, Manuela Gutiérrez, Luisa Lozano, Francisca Uribe y María Bribiesca, con
otras varias mujeres, fueron aprehendidas los días 29 y 30 de noviembre de 1814 en sus casas y calles del pueblo de Pénjamo, Guanajuato,
y de la hacienda de Barajas de la misma localidad, por el coronel
Agustín de Iturbide, comandante general de las tropas del Bajío y segundo del Ejército del Norte. Con sus hijos fueron trasladadas unas a
la ciudad de Guanajuato y otras a la de Irapuato.1
Sin formárseles causa fueron encarceladas en las Recogidas de cada
ciudad,2 lugar donde permanecieron poco más de dos años. Tras soli* Agradezco a la maestra Lucrecia Infante Vargas las valiosas aportaciones hechas a
este trabajo y a Alejandra González Bazua su importante colaboración.
1
No hay claridad sobre la cantidad de mujeres que fueron detenidas en el distrito de
Pénjamo por Agustín de Iturbide. La cifra que mencionan las mujeres trasladadas a Guanajuato
es de 300. El coronel realista en el parte militar informó al virrey Félix María Calleja que el
día 30 de noviembre salió de Pénjamo “llevando presas todas las mujeres de insurgentes” y en
una carta que envió al mismo virrey un año después afirmaba que fueron más de 100. El cura
Antonio Labarrieta indicó que en Guanajuato había “treinta y tantas” mujeres detenidas. Documentos para la historia de la guerra de independencia, 1810-1821. Correspondencia y diario militar
de don Agustín de Iturbide (Publicaciones del Archivo General de la Nación, IX, XI y XVI) 3 v.,
México, Talleres Gráficos de la Nación, 1926, v. III, p. 60; Carta dirigida por varias mujeres
presas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, Guanajuato, 8 de noviembre de 1816, rubricada por Francisca Uribe y María Bribiesca; Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 julio
1816, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, 7 v., México, Instituto Nacional de
Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, v. V, p. 392 y 399, y carta del cura
Antonio Labarrieta a Calleja, Guanajuato, 6 de enero de 1815, en “Notable carta del cura
de Guanajuato, Dr. D. Antonio Labarrieta”, en Boletín del Archivo General de la Nación, t. 1,
sep.-oct., 1930, núm. 1, p. 88-97; p. 90.
2
Las mujeres encarceladas en Irapuato fueron después trasladadas a Querétaro, sitio
desde donde fueron liberadas. Con toda seguridad ahí estuvieron María Josefa Paul, Juana
María Villaseñor y María Josefa Sixtos. Las autoridades realistas afirmaron que la primera
era “amacia” del insurgente José Antonio Torres y que las otras dos eran parientes de José
Sixtos Verduzco. En este artículo no me ocuparé de estas mujeres dado que las fuentes consultadas no me permiten seguir el caso. Cfr. Genaro García, op. cit., p. 401 a 409.
170
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
citar en varias ocasiones su libertad o que en justicia se les instruyera
proceso, fueron liberadas por disposición del virrey Juan Ruiz de Apodaca en enero y julio de 1817. Su liberación fue el resultado de las gestiones que desde su encierro pudieron hacer y de las indagaciones que
sobre el caso realizó el auditor de guerra, Miguel Bataller. Estas indagaciones coincidieron con las averiguaciones que el virrey Félix María
Calleja inició para conocer la conducta política, militar y cristiana del
coronel Iturbide. 3
Si bien se tienen documentados varios casos de mujeres a las que
durante la guerra de independencia se les acusó de infidentes, a quienes se les juzgó y sentenció a ser ejecutadas, encarceladas, deportadas
y privadas de sus propiedades por realizar actividades rebeldes como:
seducción de la tropa, contrabando de mensajes y armas, espionaje,
conspiración, abastecimiento económico; por ser soldadas, guiar a los
rebeldes por los caminos, desempeñarse como enfermeras en los improvisados hospitales insurgentes, llevar agua a los soldados y enterrar a los muertos, el caso que expongo careció de los procedimientos
legales comunes de la época.4 A ninguna de las vecinas de Pénjamo se
le acusó ni se le formó causa. Incluso, es muy probable que varias de
ellas hayan sido del todo inocentes.
La escasa bibliografía que aborda el tema de la insurgencia femenina,5 se ha ocupado de demostrar que la participación de las mujeres
fue complementaria e igualmente valiosa para el esfuerzo bélico y que
la guerra modificó el comportamiento político de las mujeres alteran3
Las mujeres encarceladas en Guanajuato enviaron dos representaciones al coronel
Agustín de Iturbide en junio de 1815 y enero de 1816; dos dirigidas a Félix María Calleja
en noviembre de 1815 y junio de 1816; una al coronel José de Castro cuando era comandante general de la división de Guanajuato y una más a Juan Ruiz de Apodaca en noviembre de 1816. Cfr. Genaro García, op. cit., p. 386 a 401.
4
José María Miquel i Vergés registra en su Diccionario de insurgentes (México, Porrúa,
1969, 617 p.) 134 casos de mujeres que realizaron actividades rebeldes y/o que fueron simpatizantes de los insurgentes. De ellas, aproximadamente la mitad, 62 mujeres, fueron encarceladas y procesadas. Cuatro de ellas fueron condenadas a muerte y ejecutadas; dos más,
compartieron la misma sentencia, pero por hallarse embarazadas fueron sólo encarceladas.
Aurora Tovar Ramírez en Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva. Catálogo biográfico de mujeres de México, México, Documentación y estudios de mujeres, 1996, 767 p., registra
162 casos. Según este recuento, 94 mujeres fueron encarceladas y la mayoría de ellas, procesadas; siete fusiladas y tres perdonadas por hallarse embarazadas.
5
Los primeros textos que se ocuparon de relatar la historia de las mujeres insurgentes
fueron escritos en tono heroico y romántico y se concentraron en las grandes heroínas. Fue
hasta los años setenta del siglo XX cuando a la luz de la historiografía feminista se trató de ir
más allá del carácter anecdótico, incluso escandaloso, de algunas de las biografías mencionadas. Véanse, por ejemplo: José Joaquín Fernández de Lizardi, “Noticias biográficas de
insurgentes mexicanas” (1825); Ilustres mujeres americanas (París, 1825); El cardillo de las mujeres (1827); Panorama de las señoritas (1842); Francisco Sosa, Biografías de mexicanos distinguidos
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
171
do su condición en la sociedad. En estos estudios se ha postulado que
las mujeres insurgentes colaboraron sin ambiciones políticas de ninguna especie “puesto que no habían sido educadas para pensar políticamente o porque no se consideraban a sí mismas como seres políticos de
la misma manera en que lo hacían los hombres”.6 Han propuesto que
las causas que motivaron la participación de las mujeres en la guerra
fueron los desajustes en la economía familiar provocados por las reformas borbónicas, los lazos de parentesco que las unían a los soldados
insurgentes, los sentimientos patrióticos, la recompensa económica que
podían obtener de sus parientes insurgentes, y/o que vieron en la guerra
un mecanismo para manifestar su rebeldía contra la sociedad.7
Supongo que las mujeres de Pénjamo, o algunas de ellas, como
muchas otras que durante la guerra de Independencia optaron por la
insurgencia, colaboraron como integrantes de su comunidad con los
insurgentes de la zona en que habitaban y que fueron los cambios sustanciales en las condiciones económicas de la región, el Bajío, las causas inmediatas que las condujeron al camino de la rebelión.8
(1884); Jacobo María Sánchez de la Barquera, La patria ilustrada (1894); Alejandro Villaseñor
y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la independencia (1910); C. Hernández, Mujeres célebres de México (1918); Luis Rubio Siliceo, Mujeres célebres en la independencia de México
(1920); Mathilde Gómez, La epopeya de la independencia mexicana a través de sus mujeres (1947).
El Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología publicó entre 1910 y 1930 varios
artículos de Elías Amador y de Manuel Puga Acal. En el mismo periodo aparecieron varios
artículos periodísticos en El Universal, Excélsior, El Heraldo de México. En 1949 el Boletín del
Archivo General de la Nación publicó el texto “Mujeres insurgentes” de María Luisa Leal. Janet
Kentner se doctoró en 1975 con la tesis The Socio Political Role of Women in the Mexican Wars of
Independence (1975); Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de
independencia de la Gran Colombia, 1780-1830” (1985); Silvia Arrom, Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857 (1988). Además de los trabajos señalados se publicaron tres obras
de tipo documental que aunque no tuvieron el objeto de recoger únicamente fuentes femeninas incluyeron una buena cantidad de ellas. Me refiero a Colección de documentos para la
historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821 de Juan Enrique Hernández y
Dávalos (1877-1882); Documentos históricos mexicanos de Genaro García (1910) y Diccionario de
insurgentes de José María Miquel i Vergés (1969).
6
Asunción Lavrin (compiladora), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, 384 p. (Colección Tierra Firme); p. 20.
7
Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia, 1780-1830” en Asunción Lavrin (compiladora), op. cit., p. 253-270
y Silvia Marina Arrom, Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857, México, Siglo XXI, 1988,
383 p.; p. 49.
8
Creo que para intentar una comprensión sobre el tema de la participación de las mujeres en la guerra de Independencia (problema que excede los objetivos de este artículo)
habría que sumar a las explicaciones mencionadas, el hecho de que la guerra y la revolución
política liberal dieron lugar a una distinta cultura política que estuvo relacionada también
con distintas formas de participación política. Una cultura política de la que no estuvieron
exentas las mujeres aunque si formalmente excluidas. Juan Ortiz ha propuesto que asuntos
como el autogobierno, la participación de la sociedad en problemas políticos y militares de
172
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
En este artículo me propongo mostrar cómo fue percibida la disidencia de las mujeres de Pénjamo por la autoridad realista que las encarceló y por la de quien abogó por su libertad, el cura de Guanajuato,
Antonio Labarrieta, quien afirmaba ser vocero del sentir de los habitantes de aquella ciudad.
Las razones expuestas por la autoridad para explicar la detención
de las mujeres de Pénjamo hicieron referencia a su condición de “mujer”, mujer familiar de soldado o cabecilla insurgente o por sostener
un vínculo emocional con ellos. Además, la autoridad calificó como
prostitutas a las mujeres que se declararon por la causa insurgente. De
este modo desprestigió su conducta y les negó existencia política pues
sus acciones fueron valoradas en términos morales y no atendiendo a
su preferencia política. La vida privada de las mujeres que optaron por
la insurgencia, se convirtió durante la guerra en un asunto de seguridad política.
Por su parte, quien abogó por la libertad de las mujeres de Pénjamo
recluidas en la ciudad de Guanajuato, sostuvo que eran las acciones
de la autoridad las que estaban motivando la disidencia en aquella región y afirmó que las mujeres carecían no sólo de interés político sino
también de ideas, razones por las cuales, ni sus opiniones ni sus acciones, podían influir en los acontecimientos políticos y militares de la
revolución; cuando más, eran víctimas de los errores de sus familiares, los insurgentes. Así, unos y otros, amigos y enemigos, coincidieron en negar a las mujeres de Pénjamo cualquier tipo de interés político
en la revolución de independencia.
Las fuentes que documentan el caso no registran de manera detallada las acciones rebeldes en que incurrieron las vecinas de Pénjamo.
Tampoco permiten el análisis de las decisiones personales que cada
una de esas mujeres pudo tener para adherirse a los insurgentes ni entender, a cabalidad, cómo fue percibida su disidencia por ellas mismas, pero sí permiten comprender cómo fueron vistas por los otros. 9
la comunidad, la mayor independencia del gobierno virreinal, la “democratización” de las
autoridades locales, la disolución de las diferencias étnicas, la exención de gravámenes y la
expulsión de los españoles, pueden explicar la rebelión de los pueblos durante la guerra.
Estos temas pudieron haber sido asuntos de interés para las mujeres y otros motivos más
para adherirse a la insurgencia. Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, México, Instituto Mora-El Colegio de México-Universidad Internacional de Andalucía, 1997, 256 p. (Nueva América); p. 20.
9
Se tienen documentados varios juicios seguidos a mujeres insurgentes en diversas regiones del país. En ellos se señala claramente el delito en que incurrieron y por el que fueron procesadas. Pese a que para el caso que estudio no se cuenta con el registro del juicio,
porque éste no se les hizo, por el resto de la documentación y la bibliografía revisada es
evidente que algunas mujeres del distrito de Pénjamo efectivamente se adhirieron a los rebeldes de la región.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
173
Estas fuentes son unas cuantas cartas que, aunque rubricadas por
ellas, posiblemente fueron redactadas por el cura Antonio Labarrieta
o por algún abogado que éste les facilitó. En esas cartas se recuperan,
al menos en parte, la información y el sentir que estas mujeres expresaron a sus defensores sobre su detención y encarcelamiento.
Las acciones de la autoridad
La detención y encarcelamiento de las vecinas de Pénjamo formó parte de la campaña desplegada por el coronel Agustín de Iturbide para
acabar con las gavillas de rebeldes insurgentes que asolaban a la intendencia de Guanajuato y, en particular, fue parte del plan de operaciones combinadas acordado el 28 de noviembre de 1814, en el pueblo
de La Piedad por Iturbide y el brigadier Pedro Celestino Negrete, comandante general de la provincia de Nueva Galicia.
Este plan, promovido por Iturbide y aprobado por el virrey Calleja
“por la utilidad que de ello resulta, tanto a la provincia de Nueva Galicia
y a la de Guanajuato, como a la de Valladolid, y al servicio en general”,
tenía por objetivo acabar con las gavillas del “mal presbítero rebelde
Torres”.10
Desde noviembre de 1813 Agustín de Iturbide había informado a
las autoridades superiores que los rebeldes que operaban en el oeste y
sur de la provincia de Guanajuato, en los pueblos de San Francisco del
Rincón, San Pedro Piedra Gorda, Pénjamo y Valle de Santiago, no obraban ya sin relación ni principios: todos, decía, “reconocen como superior al padre Torres”.11
10
Carta de Iturbide a Calleja, Corralejo, 12 de diciembre de 1814, Documentos para la
historia..., op. cit., v. II, p. 300. El cura José Antonio Torres se adhirió a la revolución desde
1810; era entonces uno de los hombres de Albino García. Después de la muerte de éste, se
consolidó como líder guerrillero en la zona del Bajío. Fue vocal de la Junta de Jaujilla, la
que le otorgó el grado de teniente general. Murió en 1818. Miquel i Vergés señala: “La mayor parte de los historiadores han destacado el carácter cruel de este insurgente y la desconfianza en él innata, que sin duda contribuyó mucho al fracaso de Javier Mina. Hay, en cambio,
un mérito de constancia digno de señalarse, ya que constituye casi una excepción entre los
jefes insurgentes que lucharon en el año de 1818”, Miquel i Vergés, op. cit., p. 571.
11
A las fuerzas de Torres se habían sumado las de otros líderes insurgentes de la región:
Ramón Esparza, Fernando Salmerón, José María Contreras, Manuel Cabeza de Baca, Hermosillo, el mariscal Rodríguez, el cura Pedro Uribe, Obregón y Rosales; para mediados de
1814, contaban con 2 480 hombres, 1 090 armas largas, un cañón grande y cinco cañones
pedreros. Carta de Iturbide a Calleja, Irapuato, 28 de mayo de 1813, y “Lista de las gavillas
que se hallan bajo las órdenes del padre Torres, con los nombres de los cabecillas que tiene
desparramados por los rumbos que abajo expreso, y número de hombres sobre poco más o
menos, y gente de toda broza”, Documentos para la historia..., op. cit., v. I, p. 306 y v. II, p. 101.
174
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Además, en el norte de la provincia, en los pueblos de San Luis
de la Paz y Dolores, los rebeldes contaban con una fuerza permanente de 500 hombres que bajo las órdenes de Encarnación Ortiz, Víctor
Rosales y Rafael Rayón, podía aumentar “sin trabajo, cuando quieren”
hasta 1 200 hombres. Iturbide afirmó que a los rebeldes de Guanajuato
se podían incorporar las gavillas que operaban en las zonas fronterizas de la provincia: oeste de Valladolid y sur y poniente de Nueva
Galicia y que todas esas gavillas podían “reunirse prontísimamente aumentando con muchos rancheros”.12
Iturbide aseguró que los 500 hombres de tropa de operaciones con
que contaba eran insuficientes para acabar con los insurgentes y proteger a los once pueblos y a las varias haciendas de la provincia que
habiéndose declarado por la causa del rey exigían la protección del
gobierno. Asimismo, afirmó reiteradamente que las fuerzas de los insurgentes aumentaban con prontitud y facilidad reuniendo a los hombres de las rancherías, y que las gavillas insurgentes eran “capaces de
batir a una división nuestra que no sea robusta, o que aunque lo sea le
falte alguna energía”.13
Convencido de que los rebeldes de Guanajuato eran protegidos por
los habitantes de los pueblos; que actuaban en colaboración con los
rebeldes de las provincias fronterizas, Nueva Galicia y Valladolid; que
era de vital importancia para las tres provincias recuperar el control
de la margen occidental de Guanajuato (Pénjamo, San Pedro Piedra
Gorda y San Francisco del Rincón) y de que el ejército regular y las
milicias con que contaban los partidarios del rey no eran suficientes
para derrotar a los insurgentes, Iturbide propuso en enero, abril y junio de 1814, que las fuerzas de las tres provincias actuaran de manera
conjunta y rodearan a las gavillas que “infestan el territorio de Pénjamo
y San Pedro Piedra Gorda”.14 Pese a sus intentos, el plan no prosperó y en noviembre de 1814 volvió a plantearlo.15
12
Esas gavillas estaban bajo las órdenes de Vargas, Arias, Navarrete, Najar, Villalongín
y los novaleños. Cartas de Iturbide a Calleja, Valladolid, 16 de enero de 1814; México, 16 de
febrero de 1814; Apaseo, 3 de abril de 1814, ibid., v. I, p. 306; v. II, p. 4 y 15.
13
Carta de Iturbide a Calleja, Corralejo, 10 de mayo de 1814, The Papers of Agustín de
Iturbide, 1783-1824. Mexican Soldier Emperor, Personal and Oficial Correspondence, Military
Diary, and Accounts, Chiefly 1812-1824, and Concerned Primarily with Iturbide’s Activities in the
Military and Government: also Papers Concerning his Family and State, Washington, D.C., Library
of Congress, 1972, Cartas circulares.
14
Documentos para la historia..., op. cit., v. II, p. 97.
15
Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato,
Pantoja, 1 de noviembre de 1814, The Papers..., Cartas circulares, año de 1813 y 1814. Al
parecer fueron las diferencias personales que existían entre Iturbide y Negrete y la falta de
recursos militares las causas que impidieron que las fuerzas de las tres provincias actuaran
de manera conjunta.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
175
En esa ocasión acordaron que el 13 de diciembre de 1814 las tropas al mando de Iturbide y las que estaban bajo las órdenes de Negrete
debían atacar y perseguir a los insurgentes acaudillados por el padre
José Antonio Torres en el cerro de los Remedios, sitio donde generalmente se fortificaba.16
En el parte que Iturbide envió a Calleja informándole acerca del
resultado de estas acciones, refirió que el plan combinado no tuvo el
éxito esperado porque Torres “incómodo por algunas providencias que
he tomado para contener sus crímenes, y temeroso por otras [.] promovió y verificó una gran reunión de gavillas incluyendo las de fuera
de su demarcación”.17
La incomodidad de Torres a que hace referencia Iturbide sin duda
se debió a las decisiones que el coronel realista tomó e instrumentó en
la región con la intención de restar fuerza a las gavillas insurgentes
que actuaban en la provincia de Guanajuato y sus alrededores y, evitar, como señaló William Robertson, que el Decreto Constitucional para
la libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 octubre de 1814, las estimulara.18
Agustín de Iturbide estaba convencido de que los habitantes de varios pueblos de la intendencia, y en particular de Pénjamo, colaboraban con los insurgentes. Desesperado y furioso porque después de
meses de persecución siempre se le escapaban, determinó separar a
los habitantes fieles al régimen de aquellos que de palabra o acción se
habían declarado por la causa insurgente.19
Documentos para la historia..., op. cit., v. III, p. 300.
El padre Torres reunió el 8 de diciembre a varios de los principales jefes insurgentes
del Bajío en la hacienda de Cuerámaro. A sus fuerzas se sumaron las de Rosales, Lucas Flores, Cruz Arroyo, Obregón, Cabeza de Baca, el padre Uribe, Contreras, Hermosillo, el padre
Sáenz y Liceaga. Ahí fueron sorprendidos el día 12 por Iturbide, quien los obligó a refugiarse
en la falda del cerro de la hacienda, de donde huyeron después de una débil resistencia. Fue
hecho prisionero el padre Sáenz a quien se fusiló en Corralejo el día 12. Ibid., v. III, p. 301, y
Lucas Alamán, Historia de México. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia
en el año de 1808 hasta la época presente, 5 v., México, Jus, 1990, v. IV, p. 137.
18
William Robertson, Iturbide of Mexico, Durham, North Carolina, 1952, Duke University
Press, 361 p., p.29.
19
En 1813, Agustín de Iturbide informó al virrey Calleja: “concluí la expedición a
Pénjamo, paseando de una parte a otra aquel territorio, que es el que ocupa el padre Torres;
y de donde saca todos sus recursos.” En una carta que dirigió a Ciriaco del Llano afirmaba:
“repito, que las tropas que tengo el honor de mandar inmediatamente, no pueden imponer
las gavillas del padre Torres, aun cuando se les unan las otras que existen en la provincia de
Valladolid, pues las veo con sumo respeto, como se demuestra claramente por la experiencia: de continuo me paseo con 500 hombres y si no es valiéndome de muchas estratagemas,
nunca logro verlas, porque jamás me presentan acción; pero esto mismo es un mal, porque
con sólo los deseos no pueden ser destruidas; las sigo por una parte y huyen por mil, quedando con su misma fuerza, y en disposición de volverse a reunir.” Carta de Iturbide a Ca16
17
176
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
El 29 de octubre de 1814, una semana después de proclamada la
Constitución de Apatzingán, Agustín de Iturbide ordenó la detención
de las mujeres y familiares de los líderes y soldados insurgentes de la
intendencia de Guanajuato y determinó lo siguiente,
...los malos deben ser segregados de los buenos [.] 1o. Que las mujeres e
hijos menores de los maridos y padres que siguen el partido de los rebeldes, ya sea en clase de cabecillas, ya en la de simples insurgentes, seguirán la suerte de aquellos. [...] 3o. El que contraviniere, y fuere encontrado
por las tropas de mi cargo, u otro lugar, que no sea en compañía de su
marido, o padre, será castigado con todo el rigor de la ley.20
Iturbide pensó que encarcelando a las mujeres e hijos de los insurgentes los grupos quedarían definidos entre los que formaban el partido de “buenos fieles a su soberano y el de los perversos rebeldes”.21
Con esta medida evitaría que los que “andaban agavillados” volvieran
a sus pueblos “fingiéndose inocentes labradores o jornaleros”,22 que
los rebeldes perderían la “comunicación que nos pueda ser perjudicial”,23 es decir, el apoyo proporcionado por los habitantes de los pueblos; que sus tropas podrían, entonces, con toda libertad actuar en los
pueblos de la intendencia a su cargo, organizar en ellos la contrainsurgencia y, como atinadamente señaló en su momento el cura Antonio Labarrieta, creyó que los rebeldes “...se indultarían [.] o por lo
menos que reducidos a la desesperación aguardarían a pie firme una
batalla abierta y decisiva”.24
Como ha señalado Juan Ortiz Escamilla, la reacción de los insurgentes a la detención y encarcelamiento de las mujeres de Pénjamo no
se hizo esperar. “Enfurecidos y no convertidos”, como advirtió el cura
Labarrieta, ordenaron quemar cada tres meses los campos de las haciendas y rancherías que se hallaban a tres leguas en contorno de los
pueblos que estaban en poder de los partidarios del régimen; prohibie-
lleja, Celaya, 17 de noviembre de 1813 y carta de Iturbide a Ciriaco del Llano, Salamanca,
15 de junio de 1814, Documentos para la historia..., op. cit., v. I, p. 306, y v. II, p. 98.
20
Bando proclamado por Agustín de Iturbide el 29 de octubre de 1814 en la hacienda
de Villachuato, Guanajuato, en “Notable carta del cura...”, op. cit., p. 96.
21
Ibidem.
22
Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato,
Pantoja, 1 de noviembre de 1814, The Papers..., Cartas circulares, año de 1813 y 1814.
23
Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato, San Pedro Piedra Gorda, 12 de noviembre de 1814, ibid., Cartas circulares, año de 1813 y
1814.
24
Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 89.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
177
ron, bajo amenaza de muerte, la salida de víveres de las zonas controladas por ellos, y decretaron “exterminios y muertes contra todos”.25
El 6 de enero, es decir, un mes después de sucedidos los hechos de
Pénjamo, los insurgentes de la región ya habían quemado las mieses,
pastos y casas de las haciendas de Temascatío, San Roque, Tomé López
y San Francisco, así como las rancherías de Irapuato, la Sierra y Burras; habían aprehendido y ahorcado a los arrieros partidarios del régimen que conducían víveres a los pueblos de la zona controlados por
los realistas.26
Agustín de Iturbide, enfurecido por estas acciones, ordenó incendiar Valle de Santiago y todas las poblaciones donde hubiese simpatizantes de los rebeldes y, como medida ejemplar, amenazó con fusilar a
las mujeres que tenía presas en las Recogidas de Guanajuato e Irapuato
y a las “que en lo sucesivo aprehendiere” cuando los insurgentes cometieran ciertos delitos. Además aseguró que, para escarmiento de todos, las cabezas de las mujeres así ejecutadas serían colgadas en el
sitio donde se hubiera cometido el delito que castigaba.
Las mujeres serían diezmadas cuando los insurgentes incendiaran “una sola choza”; terciadas cuando éstos asesinaran a algún individuo que prestara cualquier servicio a la causa real como introducir
en las poblaciones leales víveres, leña, etcétera y, serían todas fusiladas, “sin excepción”, cuando los del partido rebelde asesinaran algún
soldado que cumpliendo el servicio de correo fuera hecho prisionero
en el campo y no en acción de guerra. Concluía el bando amenazando con que:
si estos ejemplares y castigos terribles no fueren suficientes para contener
los horrores decretados por los rebeldes [Iturbide entraría] a sangre y fuego
en todo el territorio rebelde: destruiré, aniquilaré cuanto hay en posesión
de los malos; Valle de Santiago, Pénjamo, Pueblo Nuevo, Piedra Gorda, Santa Cruz, dejarán de existir.27
Aunque no tengo noticia de haberse ejecutado una sola mujer como
resultado de estas determinaciones, con estas medidas Agustín de Iturbide violaba, como señaló el cura Antonio Labarrieta, el reglamento para
juzgar rebeldes y se atribuía facultades que no le correspondían. Al parecer, el virrey Calleja juzgó excesiva la conducta de Iturbide, pero con-
Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 133 y Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 92.
Ibid., p. 92.
27
Bando proclamado por Iturbide en Salamanca, [s.f.], Jesús Romero Flores, Michoacán. Páginas de su historia, México, Costa-Amic Editor, 1977, 331 p.; p. 198.
25
26
178
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
siderando necesario el castigo se inclinó por esperar y observar si este
tipo de medidas podía contener a “aquellos hombres sanguinarios”.28
El cura Antonio Labarrieta afirmó que sólo unos cuantos rebeldes
se indultaron para liberar a sus mujeres y juzgó del todo negativa esta
manera de proceder del ejército del rey y, en concreto, de Iturbide.
Labarrieta censuró esta conducta no sólo por sus implicaciones morales, sino principalmente por las repercusiones negativas que para el
desarrollo de la guerra, a su juicio, tendría.
En la carta que dirigió al virrey Calleja el 6 de enero de 1815, abogando por la liberación de las mujeres presas en Guanajuato, opinó
que estas medidas “seguramente causarán la absoluta ruina de todas
estas poblaciones”, y afirmó que lejos de contribuir a pacificar al reino
habían aumentado el espíritu de los rebeldes.29
Por su parte, Agustín de Iturbide aseguró que estas medidas habían producido tan buenos efectos que contuvieron la “desatada furia”
de los rebeldes, los incendios y asesinatos que entonces estaban cometiendo. Además, decía que con ellas logró que las familias de las haciendas y ranchos de la región fueran a “guarecerse” en los pueblos
que estaban en poder de los partidarios del régimen. Convencido de lo
acertada que había sido su disposición afirmó que si no hubiera tenido que unirse al brigadier Ciriaco del Llano en el sitio de Cóporo “puede asegurarse que por un orden común, a esta fecha estaría ya casi
todo pacífico el Bajío y organizados todos o casi todos los pueblos de
la provincia de Guanajuato”.30
La mirada de la autoridad
En los alegatos a que dieron lugar las varias cartas que las mujeres
recluidas en Guanajuato enviaron a varias autoridades, incluido el mismo Iturbide, solicitando su liberación, quedaron manifestadas las razones de la autoridad. Pese a que existían consideraciones militares que
podían explicar su detención, estas razones hicieron referencia, como
28
Al parecer, Calleja censuró las medidas adoptadas por Iturbide a quien envió algunas “advertencias oportunas”; pero, convencido como lo estaba, de que en ocasiones era
necesario “usar el rigor para contener a aquellos hombres sanguinarios que han despreciado y continúan despreciando los infinitos medios de que se ha servido el gobierno legítimo
para volverles a su seno”, las aprobó. Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 134 y Carta de Calleja
a Antonio Labarrieta, 2 de junio de 1815, en “Notable carta del cura...”, op. cit., p. 96 y 97.
29
Carta del cura Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 89 y 91.
30
Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 de julio de 1816, en Genaro García, op. cit.,
p. 390.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
179
mencioné ya, a su condición de “mujer”, mujer familiar de soldado o
cabecilla insurgente o por sostener un vínculo emocional con ellos.
El coronel Agustín de Iturbide dijo que:
...y esta clase de mujeres, en mi concepto, causan a veces mayor mal que
algunos de los que andan agavillados, por más que se quieran alegar leyes
en favor de este sexo, que si bien debe considerarse por su debilidad para
aplicarle la pena, no puede dejarse en libertad para obrar males, y males
de tanta gravedad y trascendencia: considérese el poder del bello sexo sobre el corazón del hombre, y esto sólo bastará para conocer el bien o el
mal que pueden producir.31
Ratificando su posición, en una segunda carta, afirmaba que en su
concepto era conveniente que estas mujeres continuaran a disposición
de la autoridad, porque “indudablemente contienen el ejercicio del furor de los rebeldes en diversos casos, y principalmente aquellas que
tienen sus relaciones o con algún cabecilla o con otro que sin serlo se
halla con influjo en aquel partido”.32
Además afirmó que estaba enterado, por la aprehensión de un emisario de los rebeldes, que las mujeres detenidas en Guanajuato mantenían desde la prisión comunicación con los de Pénjamo y que dos de
ellas, “las peores”, Francisca Uribe y María Bribiesca, tenían la audacia de seguir opinando a favor de los insurgentes.33 La situación de
Francisca Uribe se agravaba porque esta mujer era hermana del padre
Pedro Uribe, compañero de armas de José Antonio Torres.
Antes de estos hechos Iturbide ya había dado muestra de su severidad para con las mujeres que creía eran fieles a la causa rebelde. En
agosto de 1814, meses antes de la detención de las mujeres de Pénjamo,
fusiló, y luego mandó colgar la cabeza, a María Tomasa Estévez de Salas quien fue juzgada por seducir a la tropa en la región de Salamanca,
Guanajuato.34
De este suceso opinó Lucas Alamán:
...pero inexorable para con los prisioneros casi todos eran fusilados, sin
que el sexo débil lo eximiese de esta pena, y antes bien el buen parecer fue
alguna vez motivo para imponerla. En el parte que dio al virrey desde la
hacienda de Villela algunos meses después, entre la multitud de personas
Idem, p. 391.
Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 17 de julio de 1816, ibid., v. V., p. 394.
33
Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 de julio de 1816, ibid ., v. V., p. 391.
34
José María Miquel i Vergés, op. cit., p. 190.
31
32
180
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
que avisa haber sido fusiladas en diversos puntos de la provincia, agrega
haber sido también María Tomasa Estévez, comisionada para seducir la
tropa, y habría sacado mucho fruto por su bella figura, a no ser tan acendrado el patriotismo de estos soldados.35
Parece innegable que la actitud de Agustín de Iturbide era excesiva para con las mujeres que creía fieles a la causa insurgente.36 Sin
embargo, su opinión era compartida por otros militares realistas. Por
ejemplo el subdelegado de Irapuato, el comandante José María Esquivel, aseguró que todos los habitantes del rancho de San Jacinto,
Irapuato, sin distinción de sexo eran adictos a la insurrección, por lo
que se ordenó que los realistas entraran a degüello en aquel rancho y
que exceptuaran de la matanza a los niños y a las mujeres pese a estar
persuadido de que “ellas eran aun más criminales que los hombres”.37
De los casos que tengo documentados el que tal vez revela con
mayor claridad el recelo que a las mujeres les tenían los militares realistas es el de Bernarda Espinosa. A esta mujer se le acusó (Valladolid,
1815) de infidente porque demostró júbilo por una derrota realista.
Juan Manuel de Azcárate, teniente graduado del regimiento de la Corona y fiscal del Consejo permanente, a quien se le encomendó formar
la sumaria contra Bernarda, opinó:
Lucas Alamán, op. cit., v. IV, p. 87.
Vicente Rocafuerte afirmó que su actitud se debía a que saciaba “en estas víctimas
miserables la rabia que no podía desahogar con los hombres”. Esta actitud era, para los
detractores contemporáneos de Iturbide coherente con la conducta que como militar demostró. Solían iniciar la lista de sus crímenes y excesos morales mencionando el “salvajismo” que desde niño mostró. Por ejemplo, Rocafuerte reafirmó que “algunas personas veraces
habían sabido de labios del padre de Iturbide, que éste siendo niño cortaba los dedos de los
pies a las gallinas para tener el bárbaro placer de verlas andar con sólo los troncocitos de las
canillas”. Jesús Romero Flores, op. cit., p. 195. Rafael Heliodoro Valle sintetiza los crímenes
que el cura de Labarrieta enlistó formulando cargos concretos contra Iturbide en el memorial que envió a Calleja cuando este solicitó informes sobre la conducta política, militar y
cristiana del coronel Agustín de Iturbide en junio 1816. Entre ellos se mencionan: “Si alguien se atrevía a decir la verdad, Iturbide le calumniaba llamándole “insurgente”; haber
castigado sin motivo a muchas personas; tener prisioneras, sin formarles causa, a las mujeres que había capturado en Pénjamo; el saqueo de las haciendas de los realistas que han
prestado distinguidos servicios; haberse dedicado al monopolio del azúcar, la lana, el aceite
y los cigarros y la compra de plata a bajo precio, introduciéndola en la Casa de Moneda a
nombre del caballero Mosso; tratar con desprecio y ultrajes a las corporaciones civiles sólo
porque no le auxiliaban en sus comercios y porque no eran esclavos de su voluntad; haber
dispuesto de los caudales públicos y de los particulares, y publicado, derogado o despreciado a su antojo las leyes; haber sacado de las cajas reales de Guanajuato cerca de 1 300 000
pesos, y a pesar de ello las tropas de hallaban en mala situación; y el despotismo, el orgullo,
el espíritu de devastación para hacer su negocio.” Heliodoro Valle Rafael, Iturbide, varón de
Dios, México, Ediciones Xóchitl, 1944, 185 p.; p. 28, 31 y 32.
37
Citado en Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 122.
35
36
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
181
Uno de los mayores males que hemos tenido desde el principio de esta
guerra y ha asentado más la opinión de la rebeldía, son las mujeres, que
fiadas en el sexo han sido el conducto para seducir a toda clase de vivientes, valiéndose de cuanto atractivo tienen. La casualidad nos presenta hoy
poder hacer un público escarmiento en Bernarda Espinosa, que aunque
no consta ha seducido a alguno directamente, pero si ha vertido proposiciones en favor de aquéllos.38
Azcárate deseaba que esta mujer fuera fusilada públicamente, pero
atendiendo a las conveniencias militares sugirió no hacerlo así porque
entonces serían asesinados los 37 soldados realistas que entonces estaban en poder de los insurgentes, y señaló que era “más apreciable
una sola vida de estos infelices que la de 50 mujeres prostituidas y abandonadas como éstas”.39 Por lo que recomendó:
no hay duda; debe morir pero no públicamente (lo que sería mejor para
escarmiento de muchas despechadas que bajo la capa de fieles realistas
viven con nosotros mismos escuchándonos y tal vez dando avisos; y algunos importantes) [.] que esparciéndose la voz de que va a las Recogidas de
México por toda su vida, salga en la primera partida que se proporcione y
en el camino con el mayor sigilo, previos los auxilios espirituales sea muerta, pasándola por las armas por la espalda, como a la traidora, para que
no quede sin castigo.40
Al parecer fue común que los militares y, en general las autoridades realistas, acusaran de prostitutas a las mujeres que se declararon
por la causa insurgente. De este modo les negaban existencia política
y desprestigiaban su posición reduciendo a una condición moral su
conducta. El delito de seducción fue la más frecuente de las acusaciones contra las mujeres que optaron por la insurgencia. El uso de los
atributos femeninos para atraer a la causa rebelde a los soldados realistas fue para la autoridad una grave amenaza que no podía combatir. Por ello, la vida privada y la conducta sexual de las mujeres se
convirtió durante la guerra de Independencia en un asunto de seguridad política.
Evidentemente lo que produjo la rudeza de la autoridad contra las
mujeres de Pénjamo, no fue su condición femenina, sino sus actividades rebeldes. El distrito de Pénjamo, uno “de los más fértiles y considerables de esta provincia y que por su situación entre Valladolid y
Genaro García, op. cit., v. V, p. 378.
Idem.
40
Idem, p. 379.
38
39
182
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Guadalajara participa con más inmediación del fuego revolucionario”,41
según informó Calleja al virrey Venegas en agosto de 1811, se insurreccionó el 15 de febrero de 1811 y como ha señalado Brian Hamnett,
se convirtió en un centro de actividad rebelde duradera.42 Albino García, el padre Navarrete, Toribio Huidobro y, para el año de 1814, el
padre José Antonio Torres, hicieron de él su base de operaciones. Según Juan Ortiz, Pénjamo fue uno de los partidos de la provincia de
Guanajuato en la que se organizaron milicias insurgentes y para 1818
todavía no había sido controlado por los realistas. Su posición vital,
frontera con las provincias de Valladolid y Nueva Galicia, convirtieron
a Pénjamo en una zona estratégica para insurgentes y realistas.43
Agustín de Iturbide, como señalé ya, estaba convencido de que los
habitantes de los pueblos de la zona y en particular Pénjamo, realizaban labores a favor de los rebeldes acaudillados por el padre José Antonio Torres. Su plan para recuperar el control de la región incluía el
desmantelamiento de las bases de apoyo que los habitantes de los pueblos proporcionaban a los insurgentes.
En una carta que Iturbide envió al comandante de armas de Irapuato, el teniente coronel José María Esquivel, expuso las razones militares referentes a la persecución que padecieron las mujeres de Pénjamo
que eran o creía insurgentes. En esa carta Iturbide explicaba:
41
Parte de Calleja a Venegas, 28 de agosto de 1811, Fernando Osorno Castro, El insurgente Albino García. Episodios de la vida y campañas del general guerrillero, México, México Nuevo, 1940, 250 p.; p. 186.
42
Brian Hamnett, Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, 262 p.; p. 208.
43
Pénjamo, como otros pueblos del Bajío, padeció los cambios sustanciales en las condiciones materiales y sociales de la región desde mediados del siglo XVIII: crecimiento de la
población, agricultura comercial, presión sobre la tierra, crisis de subsistencia, abusos administrativos, cargas fiscales, prácticas alteradas de trabajo, violación de derechos consuetudinarios y/o injurias al sentimiento religioso. Cambios que redundaron en un deterioro en los
niveles de vida de la población y en la conciencia del agravio que padecían. Al parecer, la
situación de Pénjamo fue particular porque era de las zonas menos desarrolladas de la región. En este distrito se producía principalmente maíz y era habitado por una población
heterogénea de arrendatarios, no indios. Sobre las causas generales que propiciaron la guerra en los pueblos del Bajío y Guadalajara véanse William B., Taylor, “Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco, 1790-1816”, en Friedrich Katz (compilador),
Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, 2 v., México, Era,
1988; v. I, p. 187-224. (Col. Problemas de México); John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Era, 1986, 372 p.;
Eric van Young, “Hacia la insurrección: orígenes agrarios de la rebelión de Hidalgo en la
región de Guadalajara”, en Friedrich Katz (compilador), op. cit., p. 164-186; Juan Ortiz
Escamilla, op. cit.; Brian Hamnett, Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 17501824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990; 262 p.; David Brading, Haciendas y ranchos del Bajío. León 1700-1860, México, Grijalbo, 1988, 400 p.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
183
La prescripción que hago en bando de 29 del mes próximo pasado dado
en la hacienda de Villachuato, para que las mujeres e hijos de los insurgentes sigan la suerte de sus padres y maridos, tiene por objeto quitar aquella comunicación que nos pueda ser perjudicial. 44
Aunque no se tienen documentadas las características de ese apoyo, de esa “comunicación perjudicial”, es probable que consistiera en
espionaje, abasto de alimentos y pertrechos militares, tareas para entorpecer las operaciones de los realistas o cuando menos en encubrir a
los rebeldes cuando éstos regresaban a los pueblos, ranchos y haciendas del distrito de Pénjamo fingiéndose inocentes labradores. Encubrir
a los rebeldes era una tarea de vital importancia, pues imposibilitaba
que las autoridades realistas detuvieran y castigaran a aquéllos de quienes se tenían sospechas de serlo.45
Iturbide pensaba que si los insurgentes no se indultaban para recuperar a sus mujeres y familiares, por lo menos, con esta medida entorpecería su desempeño pues los rebeldes se verían obligados a cargar
con ellos. Esto sin duda dificultaría sus acciones, les restaría movilidad y eventualmente los obligaría a abandonar las armas. En palabras
de Iturbide, los bandos publicados tenían también la intención de “hacer que sufriendo las familias las fatigas y trabajos que son consecuentes a las continuas y repetidas fugas de los rebeldes y a su estancia en
los cerros y barrancas”, se rindieran.
Si no sucedía así, por lo menos, lograría que los insurgentes vivieran “mortificados [sic] y sin libertad para disfrutar tranquilos con sus
familias el producto de sus robos”.46
La mirada del defensor
Las cartas que las mujeres enviaron a diversas autoridades solicitando
su libertad fueron rubricadas por Francisca Uribe y María Bribiesca,
44
Carta de Iturbide a José María Esquivel, San Pedro Piedra Gorda, 12 de noviembre
de 1814, The Papers..., op. cit., Cartas circulares, año de 1813 y 1814.
45
En un bando proclamado por José de la Cruz se mencionan algunas de las acciones
que posiblemente realizaban los habitantes de los pueblos de Guanajuato y que entorpecían
el desempeño del ejército del rey. En ese bando se prohíbe, bajo amenaza de muerte, que
“en los pueblos, ranchos o haciendas [...] se suministre a los rebeldes víveres, dinero, caballos, sillas, o cualquier otra cosa perteneciente a la guerra; se den noticias; tenga con ellos el
menor comercio, aunque sean padres, hijos o hermanos, o parientes”. Bando de José de la
Cruz, Guadalajara, 23 de febrero de 1811. Juan Enrique Hernández y Dávalos, Colección de
documentos para la historia de la guerra de independencia de México, de 1808 a 1821, 6 v., México,
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, v. I, p. 420.
46
Ibidem.
184
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
dos de las detenidas en Guanajuato y las únicas que sabían firmar. En
esas cartas cuentan la historia de su caso, dan alguna información sobre su condición social y afirman su inocencia. Es muy probable que
ellas hayan sido asesoradas por el cura de Guanajuato, Antonio Labarrieta. Supongo lo anterior no sólo porque el cura fue la única persona
que públicamente declaró y abogó por la libertad de las mujeres; también porque los argumentos que proporcionaron ellas son muy semejantes a los que expuso el cura en la carta que envió a Calleja solicitando
la libertad de las mujeres recluidas en aquella ciudad y en el informe
que envió al mismo virrey dando cuenta de la conducta política, militar y cristiana de Agustín de Iturbide. 47
Son semejantes en lo que se refiere a: 1) argumentar que la condición femenina es incapaz de ser política, 2) argumentar que la condición femenina ningún influjo podía tener en los hombres y en la guerra,
3) argumentar que Agustín de Iturbide se atribuía facultades que no le
correspondían y señalar las consecuencias que ello tenía para el curso
de la guerra y, 4) la propuesta de solución.
Las mujeres cuentan que fue tan violenta la ejecución del bando
que los soldados que las detuvieron ni siquiera les permitieron recoger
a sus hijos, de manera que una de ellas dejó uno abandonado a su suerte. Afirman que fueron obligadas a caminar bajo los ardores del sol 19
leguas desde Pénjamo a la congregación de Irapuato y 14 leguas desde
ahí a Guanajuato en un corto periodo de tiempo; que a lo largo de todo
el trayecto debían igualar el paso de la tropa de infantería para evitar
los 25 azotes que Iturbide había ordenado se dieran a las mujeres que
se retrasaran; que sólo se les dio de comer en dos ocasiones en todo el
viaje, que sus hijos lloraban de hambre, que tuvieron que soportar los
constantes insultos de los soldados y que fue para ellas una vergüenza
entrar a las poblaciones como si fueran una “piara de cerdos”.48
47
En realidad son pocos los datos que se tienen del cura Antonio Labarrieta. Se sabe,
por la información que él mismo proporcionó, que conocía a Iturbide desde joven y que las
familias de ambos se trataban “íntimamente”. Al parecer, después de que fue tomada por las
fuerzas de Hidalgo la ciudad de Guanajuato, el cura abandonó la ciudad y tuvo algún contacto con los insurgentes, razón por la que en diciembre de 1810 pidió al brigadier Calleja
la gracia del indulto. Cfr. “El cura Antonio Labarrieta pide indulto concediéndosele bajo las
condiciones que se expresan”, en Juan Enrique Hernández y Dávalos, op. cit., v. II, p. 371, e
“Informe del Dr. Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, sobre la conducta que observó
Iturbide siendo comandante general del Bajío, Guanajuato, 8 de julio de 1816”, en Documentos para la historia de la guerra de independencia, 1810-1822. Correspondencia privada de Agustín
de Iturbide y otros documentos de la época, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1933 (Publicaciones del Archivo General de la Nación, v. XXIII), p. 5.
48
Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigidas a Calleja en junio de 1816;
al coronel José de Castro, [s.f.] y a Juan Ruiz de Apodaca, noviembre de 1816, Genaro García,
op.cit., v. V, p. 387, 393, 395.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
185
De igual manera informan de la situación que padecieron en las
Recogidas de Guanajuato, al que describen como un lugar estrecho,
insalubre y lleno de miseria. En él dormían en el suelo y comían sólo
“una olla de atole por la mañana, una racioncilla de carne de res y un
panvaso o semita, al medio día”.49
En esas cartas sostienen que siendo inocentes habían perdido sus
casas, bienes, parientes, salud y libertad; que padecían hambres, desnudeces, aflicciones de “espíritu y cuerpo”; que niños y mujeres habían muerto de viruelas y que lo que más las mortificaba era que sus
hijos sufrieran esa situación y el temor al diezmo.50 Poco dicen sobre
su condición social, únicamente señalan que la mayoría de ellas eran
“labradoras y rústicas”.51
Sobre su participación en la guerra de Independencia sostuvieron
que eran del todo inocentes. Afirmaron que ellas no realizaron ninguna tarea que atentara contra la integridad del reino. Aceptaron, sí, que
habían vertido opiniones favorables a la causa insurgente, pero explicaron que esto lo hicieron porque viviendo entre los rebeldes, sus familiares, no podían opinar de manera contraria.
El argumento más importante que dieron para comprobar su inocencia hizo, como en la carta del cura Labarrieta, referencia a su desinterés político e incapacidad para tratar asuntos de esa naturaleza.
Afirmaron que “todas en fin que ni nos encargamos de los asuntos, ni
somos capaces de algún contrapeso a la revolución. Por falta de conocimiento en los asuntos serios, las leyes mismas de España dan por
nulos los crímenes de palabra que cometen las mujeres”.52
Sostuvieron que las mujeres no tenían “por debilidad de nuestro
sexo” ningún influjo en las opiniones de los hombres y que la pérdida
de su libertad no frenaba las actividades de los rebeldes porque ellos
seguramente ya las habrían sustituido.53
Finalmente decían que “si dos años escasos de prisión, agregados
a tanta estrechez, a tanta tropelía, a tanto insulto, a tanta hambre, a
tanto frío, a tanta infamia, y a tanta miseria, bastarían sin duda en el
ánimo que no fuese de Nerón, para dar por compurgado algún delito
49
Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigida a Juan Ruiz de Apodaca,
Guanajuato, 8 de noviembre de 1816, ibid., p. 395.
50
Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigida a Calleja, [s.f.], ibid., p. 387.
51
Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, Guanajuato,
8 de noviembre de 1816, ibid., v. V, p. 389.
52
Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Calleja, [s.f.], ibid., v. V., p. 389.
53
Ibidem, p. 388.
186
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
grave a que nuestra natural flaqueza (tan considerada en las leyes) nos
hubiese inducido”.54
Como lo propuso el cura Labarrieta, solicitaban ser excarceladas
bajo fianza y colocadas en casas honradas de la ciudad de Guanajuato
o que por lo menos se les instruyera proceso. En la última carta que
enviaron al virrey Apodaca, cuando la honorabilidad de Iturbide estaba en entredicho, incluyeron una serie de reflexiones sobre las consecuencias negativas que para el desarrollo de la guerra tenía el proceder
de Agustín de Iturbide. Estas reflexiones, supongo, fueron también obra
del cura Labarrieta.
En esa última carta, escrita en un tono acusador, las mujeres ya no
sólo pedían su libertad ni trataban de comprobar su inocencia. En esta
ocasión denunciaban como arbitrarias e ilegítimas las acciones de
Iturbide. Afirmaban que usando un “puro derecho de represalia” había usurpado las funciones del legislador para castigar ilegalmente a
unas paisanas. Sostenían que Agustín de Iturbide, siendo militar, estaba incapacitado para legislar.55
Y no sólo eso, afirmaban que el ilegítimo proceder de Iturbide había generado consecuencias negativas para el curso de la guerra, pues
en lugar de frenar el espíritu de rebelión había fomentado la insurrección. Decían: “A la sombra de que hoy no valen leyes, que es el desatino común propagado por los que han eregídose en déspotas del reino,
y con el que han aumentado increíblemente la insurrección, haciéndole todos los días muchos prosélitos”.56
Como he mencionado en varias ocasiones, el cura Antonio Labarrieta fue el defensor de las mujeres de Pénjamo recluidas en las Recogidas de la ciudad de Guanajuato. Al parecer habló personalmente con
Agustín de Iturbide solicitándole su liberación. Ante lo inútil de sus
acciones escribió al virrey Calleja una extensa carta en la que además
de señalar la inocencia de las mujeres, cuestionó las acciones políticas
y militares de Iturbide y afirmó que eran del todo negativas para el
desarrollo de la guerra.
Labarrieta aseguró que sus repercusiones eran funestas. Entre otros
argumentos sostuvo que se había paralizado la actividad comercial de
la ciudad de Guanajuato, pues por el temor que los arrieros leales al
rey tenían a ser sorprendidos por los rebeldes en los caminos, desde
hacia varios días no ingresaban productos a aquella ciudad. Esta si54
Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, 8 de noviembre de 1816, ibid., v. V, p. 397.
55
Ibidem, p. 396.
56
Ibidem.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
187
tuación había encarecido los precios de las mercancías. Pronosticaba
que si no se variaba de política la mayoría de los vecinos de Guanajuato
emigraría y los que en ella se quedaran en un mes perecerían de hambre, causando con esto otros tantos males a la actividad económica de
la región.57
En esa carta Labarrieta señaló lo absurda que era la política de
Iturbide. Indicó que el deseo de separar a los habitantes buenos de los
habitantes malos era, dado el estado de guerra, imposible de realizar y
nada conveniente para el curso de la misma. No sólo porque no se podía determinar con toda seguridad quiénes eran “buenos” y quiénes
“malos”; también porque aún en las poblaciones declaradas insurgentes, o en posesión de ese partido, habitaban muchas familias leales a
la causa del rey. Familias que, ante el temor de los excesos del ejército
realista, se veían obligadas a huir cuando éste se aproximaba.58
Señaló además que no se lograrían los fines pretendidos con tal disposición, pues a los niños, buenos por naturaleza, se les forzaba a vivir
con sus “malévolos” padres. Afirmó que los niños por ser menores de
edad eran del todo inocentes y que como ellos lo eran las mujeres, quienes “por falta de ideas no pueden ofender con plenitud”.59
Y no sólo eso. En esta razonada carta expuso que si la intención de
Agustín de Iturbide era proscribir a todos los parientes y allegados
de los insurgentes que habitaban en los pueblos leales al régimen y en
los que no lo eran, entonces el partido del rey perdería la fidelidad de
muchos. Labarrieta preguntaba al virrey:
¿cuántos soldados y aun oficiales del más distinguido mérito, gloriosos
apoyos del trono; cuántos magistrados y patriotas de la más acendrada
fidelidad deberían ser comprendidos? [...] Oh! Pues si los padres y los hijos, los parientes, paisanos, etc., se hubieran uniformado en sus opiniones
en esta revolución ¡cómo habrían triunfado las armas del rey! ¿con qué
tropas hemos defendido el trono de su majestad? ¿Ha venido alguna extranjera? ¿Con cuál venció V. E. en Aculco, Guanajuato, Calderón, etc.,
etc., etc.? 60
Además de indicar que Iturbide violaba el reglamento para juzgar
rebeldes, afirmó que con estas acciones se fomentaba la ingobernabilidad
57
Tiempo después afirmó: “Por conclusión, aseguro a V. E., que toda esta provincia
está aniquilada, casi para expirar, sin agricultura, sin comercio, sin minería, y lo peor de
todo, sin esperanza de remedio, si las cosas siguen como hasta aquí, es decir, bajo el sistema
que seguía el señor Iturbide”. Informe del Dr. Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 10.
58
Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 89 y 90.
59
Ibidem, p. 90.
60
Ibidem.
188
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
del reino. Estas medidas se sumaban a los argumentos de quienes sostenían que “los comandantes de provincia se han vuelto legisladores, usurpando la más alta regalía del gobierno; dirán que hemos caído en una
anarquía legal”.61
Preguntaba: “¿Y qué conseguirá con esto el señor Iturbide? Nada,
nada, sino hacer odioso al gobierno, enajenar los ánimos del amor debido al grande y clemente rey el señor don Fernando VII y sepultarnos
en el olvido.”62
Razones todas por las que pedía se revocaran las disposiciones de
Iturbide, se liberara a las mujeres y se modificara la política de la autoridad. Tiempo después afirmó que las arbitrarias e ilegítimas acciones de Agustín de Iturbide habían “hecho” más insurgentes que los que
había destruido militarmente.63
Reflexión final
La rudeza con que fueron tratadas las mujeres de Pénjamo y de otras
regiones durante la guerra de Independencia no sólo fue una medida
de fuerza para someter a los soldados insurgentes. Es decir, ellas no
fueron detenidas en calidad de rehenes.
En realidad, las autoridades y militares realistas estaban convencidos de que las mujeres actuaban a favor de la causa rebelde. Su plan
para recuperar el control político y militar del territorio incluyó, además de la persecución militar de los insurgentes, el desmantelamiento
de las bases de apoyo que los habitantes de los pueblos proporcionaban a los rebeldes. Y este apoyo era proporcionado por las mujeres
que se quedaban en los pueblos.
Conscientes de la amenaza que representaban, fueron recrudeciendo los castigos contra las mujeres que eran detenidas. Si las calificaron
de prostitutas, si hicieron referencias al “poder del bello sexo”, fue porque de esa manera negaban a las mujeres existencia política y desprestigiaban su posición reduciendo a una condición moral su conducta.
61
Labarrieta opinaba: “la ciencia del gobierno o del mando, y de la obediencia, es muy
vasta y delicada; pide muchos años de estudio, nada en ella es indiferente; una mala tanteada de un general en la promulgación de una ley, ha costado reinos enteros y ríos de sangre.
De aquí es que los soberanos han visto esto con mucho escrúpulo, sin creer que la pericia
militar y el triunfar de los enemigos dé habilidad para gobernar”. Idem, p. 95; y que “el arte
de bien gobernar los pueblos y hacerlos felices, es lo que llamamos política, y podemos añadir que [en] las circunstancias del día, el arte de atraer los corazones a la justa causa del rey”.
Informe del Dr. Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 7.
62
Idem, p. 93.
63
“Informe del Dr. Antonio Labarrieta...”, op. cit., p. 8.
MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
189
De gran importancia para el estudio de la disidencia de las mujeres de Pénjamo y para el estudio de la disidencia en general, es el hecho de que quienes se rebelaron, las mujeres, y de quién abogó por su
libertad, el cura Antonio Labarrieta, afirmaran que la actitud de la autoridad era la que estaba contribuyendo a generar sentimientos de descontento social y obligando a que la población optara por la rebelión.
El ilegítimo proceder de quien sustentaba el poder, en este caso Agustín
de Iturbide, que sin sustento legal usurpaba funciones de legislador,
propiciaba la pérdida del consenso político.
Ni en las cartas enviadas por las mujeres a varias autoridades, ni
en la defensa que de ellas hizo Labarrieta, se hicieron referencias a los
desajustes económicos y sociales provocados en la región en las postrimerías del siglo XVIII, a la política centralizadora de los borbones, a
los discursos independentistas de los líderes insurgentes, a la revolución política liberal gaditana, a la guerra misma, etcétera, como asuntos que explicaran la rebelión. En todos esos documentos se señala a
la pérdida de la creencia en la legitimidad del que gobierna como el
elemento que propiciaba la oposición al régimen.
Siguiendo el razonamiento del cura Labarrieta, la ilegítima acción
de quien detenta el poder es la que genera la oposición al sistema, acorralando a la población, al sector agraviado, haciéndola optar, casi contra su voluntad, por la disidencia. Es la autoridad la que conduce a la
pérdida de la legitimidad y del consenso necesario para el ejercicio del
poder en todos sus niveles. Es la autoridad la que crea al disidente.
DIEZ TIPOS (A MEDIAS) REALES EN BUSCA DE UNO IDEAL.
LIBERALES PLEBEYOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO
EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX*
LUIS FERNANDO GRANADOS
Juego sin reglas, sobre todo cuando de naipes, es oxímoron tan impracticable como las calles de los barrios capitalinos les parecieron a
urbanistas y políticos en los primeros años del siglo antepasado. Es
indispensable, entonces, hacer explícito el sentido de la fórmula que
hace de título en este trabajo para evitar que alguna confusión anide
en quien mira y, en especial, para que la limitada ambición de lo que
sigue sea manifiesta: Pirandello y Weber, por supuesto, aunque en realidad una versión parcial, interesada, de lo que afirma la pieza teatral
del italiano y la fórmula sociológica del alemán. De un lado, la certeza
de que la orquestación de un argumento (como un edificio) obedece
menos al deseo del arquitecto que a la voluntad de las piedras. De otra
parte, la convicción de que un emblema es apenas un momento intermedio en el proceso de conocimiento, un estado parcial de cristalización y no, de ningún modo, el puerto de destino. Y entre paréntesis la
atracción que me provoca el trabajo de Ginzburg, en especial en tanto
que enfatiza la posibilidad de mirar a través de un objeto no obstante
—y mejor: precisamente a causa de— su opacidad.1
El modo en que estos tres ejes se articulan aspira a que los diez
rudimentarios naipes con los que quiero jugar —llamémosles José
María Lobato, Pablo de Villavicencio, Abraham López, Juan Othón,
Francisco Calapiz, Fermín Gómez Farías, Lucas Balderas, Manuel Reyes Veramendi, Francisco Próspero Pérez y Antonio Galicia— ayuden
a comprender, si no la vida política plebeya en la ciudad de México de
* Agradezco a Marcela Terrazas Basante, Rosario Inés Granados Salinas y Sandra
Rozental, cuyas observaciones y comentarios aliviaron en algo el oscurantismo del texto
—aunque menos de lo que ellas hubieran querido.
1
Dicho más simplemente, estoy pensando en los “tipos ideales” de Max Weber, en los
Seis personajes en busca de autor (1921) de Luigi Pirandello y en lo que Carlo Ginzburg reelaboró
de su propia obra en “Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, en C.
Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios: Morfología e historia, traducción de Carlos Catroppi, Barcelona, Gedisa, [1986] 1999 (Serie Cla-De-Ma), p. 138-175.
192
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
principios del siglo XIX, al menos algunos de sus límites, las posibilidades que se ofrecían y que se negaban a quienes, desde la periferia
del liberalismo, intentaban hacer oír sus voces o sus actos. Dicho de
otra forma, lo que quiero es urdir una red con retazos y miradas indirectas e imaginar los bordes dentro de los cuales pudo hacerse la política plebeya en el tiempo en el que el viejo orden era un muerto que gozaba
de cabal salud y el nuevo apenas comenzaba a respirar. En cierto modo,
lo que no aparece en estas líneas es más significativo de lo que sí figura: lo implícito y apenas sugerido por los actos de este puñado de personajes a los que la historiografía ha tendido a situar en los márgenes
de la trama política sin tener presente que la trama social (ahora en el
otro sentido de la palabra) estaba formada también por ellos.
I. La prominencia de José María Lobato en la década de 1820, su
generalato y su proximidad con un prohombre liberal como Lorenzo
de Zavala, pero sobre todo su papel en la rebelión de 1828, podría oscurecer lo extraño que resultan sus hechos de fama a la luz de su vida
durante la segunda década del siglo. Si sólo lo miráramos formar parte de la troika que dirige el ejército imperial encargado de acabar con
Antonio López de Santa Anna en 1823, o parapetándose en un cuartel
de la ciudad de México en la primera asonada antiespañola en enero
de 1824, parecería, en efecto, que se trata apenas de uno de los primeros militares forjados en el molde que “Quinceuñas” hizo famoso.2 Pero
al parecer se trata del mismo sargento realista, originario de Zamora o
de Jalapa, a quien los insurgentes toman preso en 1811 y a quien obligan a unirse a las fuerzas de Ignacio López Rayón. Se trata quizá, más
aún, del mismo individuo afiliado al ejército de Morelos hacia 1813 y
que durante los dos años siguientes estuvo adscrito a las fuerzas encargadas de proteger el congreso de los rebeldes.3
2
Véase Michael P. Costeloe, La primera república federal en México (1824-1835): Un estudio de los partidos políticos en el México independiente, traducción de Manuel Fernández Gasalla,
México, Fondo de Cultura Económica, 1975 (Sección de Obras de Historia), p. 29-30 y 201209; Torcuato S. di Tella, National Popular Politics in Early Independent Mexico, 1820-1847,
Albuquerque, University of New Mexico Press, 1996 [en castellano, Política nacional y popular
en México, 1820-1847, traducción de María Antonia Neira Bigorra, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 140-141.
3
Sobre su posible origen jalapeño, véase Prontuario de los insurgentes, introducción y
notas de Virginia Guedea, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de
Estudios sobre la Universidad-Instituto de Investigaciones doctor José María Luis Mora, 1995,
p. 303; acerca de su condición de comandante de las fuerzas encargadas de proteger al congreso entre enero de 1813 y febrero de 1815, véanse Prontuario..., p. 169, 325, 511 y 525;
José María Miquel i Vergés, Diccionario de insurgentes, México, Porrúa, 1969, p. 330-331, pese
a que lo da por muerto en 1821.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
193
Y si más tarde se une a los guerrilleros sureños, sobrevive a la
asfixia política y a la persecución realista y desfila con los trigarantes
en septiembre de 1821, lo que tenemos que preguntarnos no es sólo
cómo en su caso se frustró el destino de buena parte de los insurgentes —marginados por una oficialidad realista convertida en imperial—
sino, todavía más, especular hasta qué punto su reasentamiento físico
y político en la capital de la nueva república es a un tiempo causa y
consecuencia de una fortuna excepcional. Nada al parecer lo llamaba
a ser un actor capitalino y, no obstante, en ese pequeño suspiro que se
extiende de enero de 1824 a diciembre de 1828, Lobato parece haber
construido una base política y militar hasta cierto punto independiente de caprichos burocráticos —aunque por supuesto no ajena a éstos—,
que hizo posible su actuación en la insurrección popular que acompañó
la imposición presidencial de Vicente Guerrero. Si el grito de guerra
de los asaltantes del Parián es “viva[n] Guerrero y Lobato y viva lo que
arrebato”, quizá tengamos que considerar seriamente la causa de tal
emparejamiento, pues ya sabemos que las fórmulas retóricas suelen
no ser triviales, ni esclavas sólo de exigencias métricas.4
II. Imán de la política en los años tormentosos de la tercera década del siglo XIX, la ciudad de México es también espacio protector que
auspicia el desarrollo del radicalismo. Más todavía que Lobato, Pablo
de Villavicencio —ese “payo” de El Rosario, Sinaloa— se hace radical
al mismo tiempo que capitalino: su nom de guerre, recordémoslo, reúne en un solo gesto una condición social que es en realidad un proyecto político y un origen geográfico que sólo tiene sentido por ser
empleado lejos del noroeste.5 La beligerancia de su pluma y el modo
en que, una y otra vez —como ha mostrado Di Tella—, empalma la
xenofobia con el populismo, así como su relación íntima, sospechosamente íntima, con ciertos líderes políticos, está vinculada y respaldada por ese conglomerado de barrios a cuyos habitantes se dirige y cuya
voz pretende representar.6 Sin La Merced o sin Salto del Agua, la pro4
Para una visión panorámica de su vida, véase Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, v. 2, p. 1050-1051.
5
Como ocurre con casi todas las “identidades”, la de Villavicencio debe entenderse como
una acción antes que como una condición inmanente, como un gesto antes que como una
característica, cuya inteligibilidad depende de que lo implícito de su contenido se empareje
con lo manifiesto. La vida urbana, real o presuntamente sofisticada, se esconde en la afirmación de ser un payo —o sea un paleto, un rústico, un aldeano—, así como el altiplano central acuerpa el recuerdo de la patria chica sinaloense, y de esto resulta una afirmación en
contra de las veleidades palaciegas de la metrópoli, el boato virreinal y el antiguo orden plutocrático y letrado.
6
Di Tella, op. cit., p. 9-10.
194
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
sa del Payo de El Rosario no es una en la que valga la pena detenerse;
es significativa, por el contrario, por esa relación entre la cultura política de los barrios y la cultura política liberal que está emergiendo,
aunque para confirmarlo debamos esperar a que los contornos precisos de aquélla se vuelvan más precisos al observador del siglo XXI.7
En la biografía del Payo, sin embargo, la ciudad de México es sólo
una escala, aunque —indudablemente— sea su momento más significativo. Entre El Rosario y Toluca, los barrios que son su coro no son
un destino como lo son en el caso de Lobato y de tantos otros. Al ser
Toluca el punto terminal de su actuar, empero, los hechos de su vida
iluminan de otra manera la centralidad de la ciudad de México en la
génesis y la morfología de su práctica política. Su asesinato en el curso de la primera ola antifederalista (la revuelta encabezada por Mariano
Ortiz de la Peña en la capital “mexiquense”) es menos trivial de lo que
parece, porque se desvía de una norma casi nunca enfatizada por la
historiografía pero que es crucial para entender la historia decimonónica: el asesinato político, no obstante Guerrero, fue menos extendido de lo que sugiere la vieja imagen del “caos” decimonónico. El Payo
es víctima del frenesí militarista y la mala suerte lo ha sorprendido,
digamos, fuera del espacio donde se afiló su pluma, en un descampado
social que, como negativo fotográfico, acentúa los rasgos “matrióticos”
del radicalismo liberal —rasgos que, aunque no son enteramente desconocidos, tampoco han recibido la atención debida—.8
III. No tenemos evidencia de que Abraham López hubiera conocido a Pablo de Villavicencio. Sólo sabemos, gracias al trabajo de María
José Esparza, que el camino de López debe haberse iniciado en la misma Toluca en la que concluyó el del Payo. Pero poco importa si López
fue educado directamente por el sinaloense o lo fue sólo de manera ejemplar. La ruta del editor, de Toluca a la ciudad de México, vuelve a indicarnos la relevancia política del tránsito geográfico y obliga a fijarnos,
7
Basta mirar los títulos de algunos de sus panfletos para percibir algo de ese vínculo:
Serviles metan las manos que ya se desplomó el templo (1823), De coyote a perro inglés, voy al coyote
ocho a tres (1823), Si el presidente sigue como va, como subió bajará (1826), Ya los gatos se mudaron
al Palacio Nacional (1831), O se van los gachupines o nos cortan el pescuezo (1831).
8
En realidad, el Payo vivió en la ciudad de México menos de una década, pues llegó a
ella en 1822, después —quizá— de haber participado en la insurgencia, y se marchó hacia
1830, cuando cayó el gobierno de sus correligionarios yorkinos. Para una visión un tanto
esquemática de su vida, véase Humberto Musacchio y Luis Fernando Granados, Diccionario
enciclopédico del Estado de México, México, Raya en el Agua, 1999, p. 488. Véase también Di
Tella, op. cit., p. 9-10, 87, 91-92, 108-110, 115, 118, 122-123, 125-126, 135, 141-142, 155156, 168-169, 179-180, 220.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
195
así como en el contenido de los textos y los grabados que constituyen
lo más significativo de sus calendarios, en el proceso de aclimatación
socioespacial de los actores políticos secundarios.9 El espacio urbano,
de nuevo, funciona como un dinamizador de la conciencia, la convicción o la verborrea; pero no es nunca un espacio abstracto o entendido sólo en términos de la cruda división entre el campo y la ciudad.
Como los primeros años de la década de 1840 son esencialmente
análogos a los años veinte, entre la migración del Payo y la de López
las diferencias deben ser de grado antes que de clase. Instalado primero en la calle de Donceles y más tarde en la calle de Santo Domingo, o
sea en una región limítrofe entre los barrios y la antigua ciudad española que ha estado asociada, desde entonces, con las artes gráficas,
López practica desde ahí un oficio antiguo y venerable que todavía no
hace mucho quería verse como ajeno a la práctica política popular. El
género de López es quizá el que más claramente permite comprender
las maneras en que la palabra escrita y los corrillos populares se articulan, pues el calendario, forma plebeya de la literatura si la hay, integra
la utilidad cotidiana con una oportunidad discursiva —política idéntica a la política de altos vuelos— que es tanto verbal como plástica.
Un prejuicio letrado puede llevarnos a caracterizar su escritura
como demagógica o naturalista, que en el contexto presente viene casi
a ser lo mismo. Pero si miramos también la factura de las imágenes, y
si advertimos que López parece haberse mantenido al margen de la
vida política formal o de los vínculos paternalistas que acaso dominaran la época, resulta difícil sostener la idea de que su discurso visual y
literario es sólo resultado de un esfuerzo elitista de manipulación. La
virulencia política, el populacherismo retórico de la prosa y el convencionalismo formal de los grabados invitan a pensar más bien en
que el discurso de López, como el discurso del Payo, evidencia el conocimiento pero no el dominio de los temas y las formas del discurso
liberal de las elites. En otras palabras, que sus maneras eran las maneras de quienes, sin formar parte de la clase dirigente de la ciudad y el
país, estaban suficientemente embebidas de la cultura política dominante como para hacer uso de ella.10
9
Véase María José Esparza Liberal, “Los calendarios de Abraham López: Litografía,
guerra y censura”, ponencia presentada en las Primeras Jornadas 2001, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 19 de junio, 2001.
10
Véase, por ejemplo, “Segundo acto. Últimos acontecimientos de la capital de la república mexicana, [atacada] por el ejército de los Estados Unidos del Norte, hasta el 17 de
septiembre de 1847”, en Décimo calendario de Abraham López para el año bisiesto de 1848, México, Imprenta de Abraham López, 1847.
196
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
IV. La escritura militante del Payo del Rosario o de Abraham López
es vistosa, pero no parece haber sido la forma más efectiva de engancharse los actores políticos populares al carro de la alta política. Si
Juan Othón escribió con los arrestos de aquéllos es algo que es necesario resucitar en los archivos. Su prominencia política, empero, tendría
que llevarnos a creerlo un miembro más de la elite, pues parece claro
que nadie o casi nadie llegó a ser diputado federal en el siglo XIX sin
haberse labrado antes —o heredado, con mayor probabilidad— un patrimonio social y político que lo distinguiera del bajo pueblo. Othón es
uno de los diputados federales elegidos en el muy intenso otoño de 1846,
junto con el prohombre Manuel Crescencio Rejón y su viejo colaborador Ignacio del Río. Con ellos, es acaso la vanguardia del partido de
Valentín Gómez Farías y está tan cerca del asediado vicepresidente que
en marzo de 1847 es enviado por éste a encontrar a Santa Anna en el
camino de San Luis, con el propósito —que resultara infructuoso— de
inclinar al presidente en contra de los polkos sublevados.11
Lo que lo devuelve al terreno que nos interesa explorar, con todo,
no es su participación en la batalla de Belén del 13 de septiembre siguiente, cuando una parte de la guardia nacional mexicana intenta revertir la victoria de los estadounidenses a las puertas mismas de la
ciudad de México. Es más bien que Othón participa en ese combate al
mando del batallón Matamoros, uno de los ocho o nueve organizados
o controlados por los puros desde agosto de 1846, inmediatamente después de la caída del gobierno de Mariano Paredes y Arrillaga.12 Se llama guardia nacional en los años cuarenta, pero, obviamente, estamos
ante la misma milicia cívica que desempeñó papel tan relevante en la
política radical en los años de la primera república federal y cuya importancia fue consolidándose de nuevo desde mediados de la década,
tal como lo señaló Santoni.13 Y como entonces, es imposible ignorar
que las demarcaciones en las que sus miembros se reclutaban y, más,
el ámbito social en los que operaban, los batallones milicianos eran
instituciones enraizadas en un espacio urbano que, digámoslo de nuevo, es cualquier cosa menos homogéneo o indiferenciado.
V. Una doble determinación política y geoespacial parece haber decidido la disposición de estos batallones en la coyuntura crítica de 1846.
11
Pedro Santoni, Mexicans at Arms: “Puro” Federalists and the Politics of War, 1845-1848,
Fort Worth, Texas Christian University Press, 1996, p. 160-161 y 193.
12
Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días…,
Barcelona-México, J.F. Parres, 1880, v. XII, p. 832.
13
Véase Pedro Santoni, “A Fear of the People: The Civic Militia of Mexico City in 1845”,
en Hispanic American Historical Review, v. 68, n. 2, mayo de 1988, p. 269-288.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
197
La confluencia de pobreza y activismo radical o populista en la periferia de la ciudad desde los primeros años del siglo hizo más o menos
inevitable, aunque no en todos los casos, la separación de los batallones afiliados o controlados por los puros con los nuevos batallones forjados por los moderados y los hombres de bien: de manera sugerente
aunque tenue —pues las demarcaciones siguen las líneas de los cuarteles mayores—, los radicales se hicieron fuertes en la periferia, mientras que el casco antiguo de la ciudad pareció concentrar a un mayor
número de los batallones que más tarde, si no de inmediato, habrían
de ser conocidos como polkos. La fortuna con que los partidarios del
gobierno de Mariano Salas maniobraron en octubre de 1846 para marginar a los batallones puros ha sido responsable de que esos batallones hayan prácticamente desaparecido de la memoria historiográfica.14
Francisco Calapiz, de cualquier modo, está a cargo del batallón que
debe acuartelarse en el convento de La Merced. Y decir La Merced,
además de evocar la pluma del Payo del Rosario, debe también hacernos pensar en los curas revoltosos que participaron en la agitación
iturbidista de 1822.15 Lo que sabemos de Calapiz está limitado esencialmente a este breve dato, pero no hay duda posible respecto de lo
relevante que el cuartel y su hinterland significan para la conciencia
—o quizá mejor, para el inconsciente— de la ciudad: será a propósito
de su usufructo que comience la guerra civil de febrero-marzo del año
siguiente. Y aquí encontramos al segundo más pequeño de los actores
de este relato, tan esquivo como Calapiz aunque beneficiario de un apellido que lo hace notable. Fermín Gómez Farías, además de hijo del
patriarca de los radicales, es comandante del batallón Libertad a fines
de febrero de 1847, cuando comienza la segunda parte del conflicto
entre puros y moderados —más o menos resuelto a favor de los segundos en octubre del año anterior—.16 Si lo seguimos luego de la destitución de su padre a las lomas de Cerro Gordo y luego de regreso al valle
de México, hasta verlo desaparecer (al batallón al menos) en la carnicería de Molino del Rey, comprobaremos, por una parte, la condena
14
Véase Rubén Amador Zamora, “El manejo del fusil y la espada. Los intereses partidistas en la formación de la guardia nacional en la ciudad de México, agosto-octubre, 1846”,
tesina de licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1998.
15
Di Tella, op. cit., p. 87, 115 y 136.
16
Carlos María de Bustamante, Campaña sin gloria y guerra como la de los cacomixtles en
las torres de las iglesias tenida en el recinto de México causada por haber persistido D. Valentín Gómez
Farías, vicepresidente de la república mexicana, en llevar adelante las leyes de 11 de enero y 4 de
febrero de 1847, llamadas de manos muertas, que despojan al clero de sus propiedades, con oposición
casi general de la nación, México, [s. e.], 1847.
198
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
que sufren los guardias nacionales partidarios o controlados de los puros, y, por la otra, que la suerte del batallón Libertad es idéntica a la
que corresponde a los subordinados de Lucas Balderas.17
VI. “Polkos de verano” les llaman a los soldados del antiguo sastre
que comanda el batallón Mina.18 Polkos, pero no mucho, pues parece
—o al menos a eso hace referencia la fórmula— que sólo cuando el
calor relaja un poco las costumbres indumentarias de los ricos es posible confundir a los guardias del batallón Mina con quienes militan en
el Hidalgo, el Independencia, el Bravo o el Victoria. Pero a tal punto su
suerte ha estado unida a la de los polkos “auténticos”, al menos durante el último año de su vida, que no es sorprendente que en 1856, cuando el gobierno del moderado Ignacio Comonfort decida honrar a los
héroes de la guerra de 1846-1848, los cinco batallones polkos sean igualmente homenajeados, en sendos monumentos que recuerdan, uno, la
batalla de Churubusco y, otro, la de Molino del Rey, aunque en el combate del 8 de septiembre de 1847, el único de ellos involucrado fuera el
de Balderas (y, por cierto, en el monumento apenas hay referencia al
Libertad, también diezmado por las fuerzas de William Worth).19
Hay algo irónico en la elevación de Balderas, pues el pasado del
sastre es un mentís a los valores que dicen encarnar los polkos. La patria sagrada de la hora de su muerte no es aquélla, ni de lejos, por la
que Balderas se hizo célebre. Aunque nacido en el Bajío, su formación
es esencialmente capitalina, al mismo tiempo como sastre y como oficial del batallón Fieles de Fernando VII.20 Desde ahí, en su doble condición de artesano y oficial de milicias, fue deslizándose hacia el campo
de quienes, a principios de la década de 1820, hicieron de la xenofobia
y la igualdad sus banderas principales. Protagonista, como paladín de
las milicias cívicas y elector del ayuntamiento en 1826, del bienio sansculotte que precedió a la toma del poder yorkina, Balderas es la mano
que guía a los artilleros milicianos que se apoderan de la Acordada el
primero de diciembre de 1828, y está al lado de Lobato cuando el jefe
17
Zamacois, v. XII, p. 629-630; Ramón Alcaraz et al., Apuntes para la historia de la guerra
entre México y los Estados Unidos, edición facsimilar, México, Siglo Veintiuno, [1848] 1977 (Historia), p. 127-131.
18
Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, presentación y notas de Boris Rosen Jélomer,
prólogo de Fernando Curiel, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992
(Obras Completas de Guillermo Prieto, I); p. 393.
19
Véase María Elena Salas Cuesta (compiladora), Molino del Rey: Historia de un monumento, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropología e Historia, [1985] 1997 (Regiones). Ahí mismo, p. 222-229, hay una pequeña biografía
de Balderas.
20
Di Tella, op. cit., p. 76.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
199
militar de la revuelta aparece victorioso en el Zócalo en la tarde del
día cuatro, poco antes de que se desborde la algarabía popular y los
cajones del Parián comiencen a ser saqueados.21
Como su amigo Reyes Veramendi, Balderas sobrevive a la debacle
victoriosa de los yorkinos y está de vuelta en 1833, rodeado ya del aura
que acompañará por siempre a los “parianistas”. Si nos dejáramos guiar
por las apariencias, o insistiéramos en esencializar la historia del radicalismo liberal, la prominencia de Balderas en 1828 y su retorno en
1833, como inspector general de las milicias del Distrito Federal, debería ser visto como una mera prolongación de su furia plebeya, como
evidencia de que el programa de Guerrero sobrevivió de algún modo a
la reacción de 1830.22 No nos engañemos, sin embargo. No olvidemos
que, al menos en las alturas de la vida política, los “radicales” de la
primera reforma son en realidad viejos imparciales y novenarios, enemigos de los yorkinos en 1828 y hasta cierto punto responsables del
colapso del gobierno de Guerrero: no por nada, Zavala no reaparecerá
en el centro del radicalismo cuando Gómez Farías se haga cargo del
poder.23 (Añadamos entre paréntesis que equívocos historiográficos de
esta especie persistirán mientras nuestra posición ante el liberalismo
siga siendo deductiva y, peor, mientras el liberal por antonomasia siga
siendo Mora, que puede haber sido muy liberal intelectualmente, en
especial visto desde los años cincuenta, pero que en términos políticos
y entre fines de los años veinte y principios de los años treinta era más
bien de derechas.)24
21
Ibidem, p. 206-207; Will Fowler, Tornel and Santa Anna: The Writer and the Caudillo,
Mexico, 1795-1853, Westport (Conn.), Greenwood, 2000 (Contributions in Latin American
Studies, 14), p. 93. Sobre el alzamiento de diciembre de 1828, véanse Costeloe, op. cit.,
p. 201-209, y sobre todo Silvia M. Arrom, “Popular Politics in Mexico City: The Parián Riot,
1828”, en Hispanic American Historical Review, v. 68, núm. 2, mayo de 1988, p. 245-268.
22
Miguel Á. Sánchez Lamego, “El ejército mexicano de 1821 a 1860”, en El ejército
mexicano, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1979, p. 127; Richard A. Warren, Vagrans
and Citizens: Politics and the Masses in Mexico City from Colony to Republic, Wilmington [Delaware],
SR Books, 2001 (Latin American Slhouettes: Studies in History and Culture), p. 111.
23
La historia, por supuesto, es mucho más complicada y compleja. Lo que quiero señalar es que las discontinuidades entre el radicalismo de los años veinte y el reformismo de los
años treinta son tan importantes como sus semejanzas y filiaciones genealógicas. Véase por
ejemplo Costeloe, op. cit., p. 371-411.
24
Por “deductiva” quiero decir que la práctica política de los liberales decimonónicos
ha tendido a verse como mera expresión de ideas y principios ideológicos los que, a su vez,
constituyen un cuerpo de doctrina más o menos estable y coherente. La doctrina constituye,
en esta perspectiva, una suerte de primer principio aristotélico, a partir de la cual es posible
extraer una definición histórica del liberalismo. Como las ideas, sin embargo, no existen al
margen de las prácticas y son, de hecho, prácticas por derecho propio, el estudio del liberalismo quizá debería centrarse menos en las palabras, en los discursos, y más en la escritura,
entendida ésta como una actividad fundamentalmente política. En otras palabras, más que
200
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Algo al parecer comienza a cambiar en la vida y en el contexto de
Balderas conforme la república federal se aproxima a su muerte, aunque todavía en septiembre de 1841 parece haber estado involucrado
en la maniobra farisea con que Anastasio Bustamente intentó salvar a
su gobierno.25 Y, trenzada como ha estado hasta ahora, su vida vuelve
a encontrarse con la de Reyes Veramendi. En ambos casos, parece que
asistimos a una historia de gentrification, de “adecentamiento”, que sin
duda tiene que ver con el envejecimiento, pero que puede ser algo más.
VII. La vida de Manuel Reyes Veramendi sigue en líneas generales
la de Balderas, aunque muy pronto un rasgo más propiamente político se vuelve central en su biografía. No es que no esté vinculado a las
fuerzas armadas desde muy temprano, aunque —y la distinción es importante— lo está más con el ejército que con las milicias cívicas, al
menos en 1823 y 1824.26 Constructor desde entonces de ese fenómeno
que Di Tella, con su habitual perspicacia, ha llamado “cesarismo popular”, Reyes Veramendi está donde debe estar cuando se consolidan
las relaciones entre los radicales y las clases populares: es alcalde en el
cabildo sans-culotte en 1826-1828, conspirador guerrerista en el otoño
de 1828 y espectador a medias responsable del asalto al Parián. La derrota de los yorkinos al año siguiente, como a Balderas, no lo aniquila,
pero al contrario que el sastre, cuando reaparece en la palestra tres
años más tarde, Reyes Veramendi lo hace como vicegobernador del
estado de México, segundo de Zavala, lo que sin duda manifiesta una
capacidad discursiva, “política”, no vista en el de San Miguel. (En esa
coyuntura, por lo demás, Reyes Veramendi es víctima, aunque sólo política, de la asonada que acaba con Villavicencio.) 27
Poco importa el modo en que se resuelve el conflicto entre Zavala
y la coalición imparcial-novenaria que se apresta a gobernar a principios de 1833 (primero se le remueve de la gubernatura, más tarde se le
envía como embajador a Francia). Lo que hay que mirar es a su vicegobernador acomodándose al radicalismo de nuevo cuño, siendo elegido
diputado por el Distrito Federal en junio de ese año y, de este modo,
enganchando su carro al de una forma de liberalismo centrado en la
cuestión religiosa, quizá más vociferante pero menos subversivo en lo
social, más cercana a las delicadezas de Mora que a la furia del Payo.
El sutil pero crucial deslizamiento hacia la derecha, perceptible ya, sólo
estudiar “el liberalismo en la época de Mora”, acaso haya que ocuparse de las personas y los
gestos que crearon el liberalismo e hicieron política en su nombre.
25
Di Tella, op. cit., p. 239-240.
26
Warren, op. cit., p. 111.
27
Ibidem; Di Tella, op. cit., p. 176 y 231.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
201
irá acentuándose con los años, conforme la reacción antiliberal de 1834,
el final de la república federal y el establecimiento del centralismo vayan reduciendo los espacios en que puede operar el agitador de principios de los años veinte.
¿O es una forma oculta y silenciosa preservar y aun ampliar la posición política de aquellos a quienes Reyes Veramendi —por invertir el
dictum zapatista— obedece mandando? No es que haya que negar la
reacción antipopular de las autoridades nacionales y, en especial, capitalinas, en la segunda mitad de los años treinta; Warren ha mostrado
cómo el centralismo fue en los hechos una contrarrevolución política y
electoral.28 Es simplemente preguntarse por la racionalidad de los actos de un actor político cuya fuerza proviene de un espacio social acotado y más o menos estable. Es reflexionar acerca de los vínculos que
atan a ciertos políticos a la tierra, los límites que una constituency popular impone a la acción de quienes, más o menos desde arriba, se
valen de lo “popular” para actuar en el mundo de la política. Y más: si,
como afirma Warren, la contrarrevolución es también el abandono
elitista del ayuntamiento de la capital, la sobrevivencia de actores como
Reyes Veramendi en el cabildo tendría que verse como un empate,
como una forzada negociación, entre los agitadores populares y los
barones del centralismo.
Nunca como en los meses de la guerra contra Estados Unidos y, de
manera todavía más sobresaliente, en su actitud ante el alzamiento del
14, 15 y 16 de septiembre de 1847, la tensión entre política y constituency que define la actuación de Reyes Veramendi se manifestará con
mayor claridad. Pero ya en la coyuntura de septiembre de 1841, cuando sirve a, o se sirve de, la finta federalista del presidente Bustamante,
está claro que su credo moderado tiene de algún modo que negociar
con una agitación que indudablemente está creciendo en la calle y en
los barrios, aunque no podamos precisar sus contornos como quisiéramos. Este vaivén puede verse aún más acentuado cuatro años más
tarde, en 1845, cuando pasa de opositor al restablecimiento de la milicia cívica, en enero y abril, a organizador apresurado de un batallón
miliciano con la idea de impedir la caída del gobierno de José Joaquín
de Herrera, en diciembre.29 Es apenas sorprendente, en consecuencia,
28
Richard Warren, “Desafío y trastorno en el gobierno municipal: el ayuntamiento de
México y la dinámica política nacional, 1821-1855”, en Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri
(compiladores), Ciudad de México: Instituciones, actores sociales y conflicto político, 1774-1931,
Zamora-México, El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana, 1996,
p. 117-130.
29
Di Tella, op. cit., p. 239-40; José Fernando Ramírez, México durante su guerra con los
Estados Unidos, edición de Genaro García y Carlos Pereyra, México, Librería de la viuda de
202
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
que en la hora de la guerra internacional y la derrota mexicana, Reyes
Veramendi sea al mismo tiempo el principal abogado de la pacificación durante la revuelta popular —un enemigo de la violencia con la
que los capitalinos reciben a los estadounidenses, de hecho— y el garante último de la institucionalidad republicana en la ciudad de México
desde el momento mismo en que la capital queda abandonada a su suerte, al punto que los estadounidenses, hartos de lidiar con su patriotismo, maniobrarán para desposeerlo de la alcaldía y la gubernatura del
Distrito Federal en diciembre de 1847.30 Es poco sorprendente, sí, pero
no por eso menos irónico: Reyes Veramendi está en 1847 al otro lado
de la línea que ayudó a trazar en 1828.
VIII. Francisco Próspero Pérez, mucho más que Othón, quizá tanto como López, es el gesto que enlaza —de nuevo— a los radicales con
las comunidades urbanas en el año crítico que comienza en septiembre de 1846, con el regreso de los puros a la política abierta y la revitalización de las milicias cívicas, y que termina en septiembre de 1847,
con la ocupación de la ciudad por el ejército estadounidense y el alzamiento popular que la acompaña. Es el tribuno que recibe a Santa Anna
en las casas consistoriales y lo invita a no olvidar las lecciones de su
primera alianza con Gómez Farías; es el provocador que busca “reconciliar” al médico jalisciense con Manuel Gómez Pedraza, para así
inmovilizar a los moderados; es el agitador protegido por Gómez Farías
y por Manuel Crescencio Rejón; es la incómoda presencia en las cercanías del vicepresidente, que hace renunciar al ministro de Justicia
cuando deben expropiarse los bienes de manos muertas. Pero, ante
todo, su voz es el emblema —esbozado por Abraham López y compuesto, años más tarde, por Guillermo Prieto— que acompaña el inicio de la rebelión capitalina en la mañana del 14 de septiembre de 1847.
Y es también un gesto llamando a Santa Anna a volver a la ciudad para
sumar su ejército a la insurrección.
Ya en otra parte he intentado narrar los pormenores de esta vida
trivial que replica de muchos modos los gestos y las palabras de los
Ch. Bouret, 1905 (Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, III); p. 22.
Santoni, Mexicans at Arms, p. 61.
30
Véanse Luis Fernando Granados, “Sueñan las piedras: Alzamiento ocurrido en la
ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre, 1847”, tesis de licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1999, p. 112-114;
Dennis E. Berge, “A Mexican Dilemma: The Mexico City Ayuntamiento and the Question of
Loyalty, 1846-1848”, en Hispanic American Historical Review, v. 50, núm. 2, mayo de 1970,
p. 229-256.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
203
jóvenes Balderas y Reyes Veramendi.31 Lo que importa subrayar es que
su presencia en la trifulca con la que comienza la insurrección en el
Zócalo ilumina y da cuerpo a su participación política en septiembre y
octubre del año anterior y, del mismo modo, que la clave para entender el impacto de sus maniobras electorales y políticas está en el conjunto del alzamiento septembrino. Los dos procesos y los dos niveles
de acción están de tal modo engarzados que prescindir de uno equivale a perder perspectiva del otro, y ello es especialmente absurdo si queremos comprender tanto el efecto de la retórica y la política liberales
entre las “masas del pueblo” como si intentamos evaluar el papel de la
dinámica política en la gestación del alzamiento. Dicho de otra forma,
el emparejamiento de los dos momentos de la vida de Pérez sugiere
que la lucha política en el año culminante de la guerra con Estados
Unidos no fue etérea ni estuvo restringida a las elites gobernantes y,
por ello, que el restablecimiento de la federación y la agitación reformista de 1846-1847 influyó decisivamente en el clima que hizo posible
la rebeldía de la ciudad.
IX. El clima que hace posible el alzamiento, por supuesto, se ha
formado lejos en el tiempo y se hunde hondo en las estructuras básicas de la vida capitalina. Pero, de nuevo, se acuerpa en espacios concretos y en personajes que contienen historias que todavía no han sido
narradas debidamente. Barrios y dirigentes comunitarios adaptándose a la cultura política liberal, sí, pero barrios y dirigentes cuya forma
de actuar y cuya legitimidad están enterradas en un pasado que se antoja anacrónico para mediados del siglo XIX.32 Digamos Magdalena
Mixhuca, por ejemplo, y estaremos refiriéndonos a uno de los barrios
más antiguos de la ciudad, barrio que debe haber sido poblado mucho
antes de la conquista española —parece indudable que a fines del siglo XV los calpulli están conquistando el terreno entre el islote primigenio y la isla de Mixhuca, lo que quiere decir que la ciudad se extiende
31
Véase Luis Fernando Granados, “Pequeños patricios, hermanos mayores: Francisco
Próspero Pérez como emblema de los sans-culottes capitalinos hacia 1846-1847”, ponencia
presentada en el coloquio La ciudad de México, historia y prospectiva, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, noviembre, 2001.
32
Véase Annick Lampérière, “La ciudad de México, 1780-1860: Del espacio barroco al
espacio republicano”, en Esther Acevedo (compiladora), Hacia otra historia del arte en México,
v. 1, De la estructuración colonial a la exigencia nacional (1780-1860), México, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, 2001 (Arte e Imagen), p. 149-164. La vitalidad de la historiografía
ha quedado de manifiesto recientemente en los trabajos reunidos en Carlos Aguirre Anaya,
Marcela Dávalos y María Amparo Ros (compiladores), Los espacios públicos de la ciudad: Siglos
XVIII y XIX, México, Juan Pablos-Instituto de Cultura de la Ciudad de México, 2002 (Biblioteca Ciudad de México).
204
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
entre las calzadas de San Antonio Abad y la Viga hasta el río de los
Remedios— y que hasta 1812 formó parte de la república (o parcialidad) de San Juan Tenochtitlan. Como la totalidad de la república, Magdalena va a sufrir a partir de entonces la presión de renovados intereses
criollos, que buscan “civilizar” a sus habitantes.33
No dudemos en llamarlos indios. Lo son puesto que, como en muchas regiones de la Nueva España tardía, la vida urbana, el catolicismo ritual, la adopción del castellano y las muchas transformaciones
contemporáneas del régimen borbónico no son obstáculos para la preservación y el cultivo de la cultura aborigen sino, más aún, un catalizador —paradójico si se quiere, pero crucial— que enriquece y dinamiza
la indianidad de los indios. La fascinante flexibilidad de este complejo
cultural quedará muy pronto de manifiesto cuando algunos de los pueblos sujetos de Tenochtitlan —Mexicalcingo, en especial— adopten el
constitucionalismo gaditano y conviertan sus repúblicas en ayuntamientos. Y así, desde entonces, la búsqueda de nuevos moldes y modelos de acción entre los nahuas de la ciudad de México avanzará
coqueteando con el liberalismo y aun con el radicalismo. Pero no se
trata de un destino, como lo atestigua la ambivalencia política de una
multitud de dirigentes nahuas a lo largo del siglo (Juan Rodríguez Puebla el más importante). Es apenas una opción: la opción política de
Antonio Galicia, gobernador de San Juan y al parecer ex alumno del
colegio de San Gregorio, que en 1826 es elegido —con Balderas y con
Reyes Veramendi— al ayuntamiento que devendrá sans-culotte.34
X. Un juez de manzana, semejante a los que pedían instrucciones
al alcalde Reyes Veramendi para organizar la resistencia en vísperas
de la caída de la ciudad, en septiembre de 1847. Un pico de oro que
envuelve a sus conocidos con su labia y les distribuye boletas para ser
depositadas en la iglesia parroquial el día de las elecciones, o un lector
que hace pública la voz del Payo del Rosario y acentúa lo satírico de la
prosa con su entonación, sentado en medio de un corrillo. Un tendero
o artesano, elevado sobre el común apenas lo necesario para merecer
palabras y cortejos de los líderes políticos de la ciudad, pero no tanto
como para perder la confianza de los vecinos. A veces también un ofi33
Véase, para toda esta historia, el clásico de Andrés Lira, Comunidades indígenas frente a
la ciudad de México: Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, El Colegio de México, 1983. Agradezco las observaciones críticas de Margarita Guevara Sanginés,
que frustraron mi propósito de hermanar al abogado oaxaqueño Tiburcio Cañas con el linaje nahua de los Caña. El argumento ha perdido algo de su encanto, al menos a mis ojos,
pero espero que haya ganado algo en precisión.
34
Di Tella, op. cit., p. 176.
LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX
205
cial en un batallón miliciano, o el dueño de la pulquería donde se resuelven los conflictos y se engendran los asesinatos. Si se le oye hablar
acaso se perciban las formas quebradas de un castellano que todavía
sabe a náhuatl, o tonos de una vida campestre, indígena en el doble
sentido de la palabra. Revoltoso en la juventud, cuando la retórica radical fluye libremente y nadie en las alturas está seguro todavía del
efecto que causa en las calles, irá haciéndose más responsable con los
años, apadrinará niños en el bautizo, generará a su alrededor una corte de aspirantes y se deleitará con presumir ante sus jefes políticos el
control que ejerce sobre el barrio. Ostentoso de sus relaciones, en su
presunción está inscrita la ruptura de los valores sociales tradicionales, el fin de la deferencia que el antiguo régimen promovía.
La ciudad anima y limita al mismo tiempo el establecimiento de
vínculos políticos y formas de pensar lo público que contradicen la fragmentación colonial: si de un lado la seducción populista de quienes
elevan al trono imperial a Iturbide o el proteccionismo xenófobo de los
yorkinos, del otro los antiguos justicias de los barrios, los jueces de
manzana, los sacristanes de las parroquias —y también los tenderos y
los evangelistas— canalizando y así deformando, reinventando, el ethos
individualista que palpita en el corazón del liberalismo. Familias, linajes, calpulli, y alrededor y por encima cofradías, gremios, las categorías étnicas de los recaudadores de tributo, el territorio fragmentado
de los barrios y la unidad abstracta implícita en la forma de los cuarteles menores: una retícula menos simétrica que la traza pero más extensa y densa geográfica y socialmente, comunitaria antes que moderna,
en la que se hunden los pies de la nueva cultura política.
El individuo que enlaza ambos mundos, aun si es diputado o funcionario del ayuntamiento o si su pluma define enemigos y convoca a
la movilización, se debe entonces a lo que entiende y es capaz de traducir, pero también a lo que se le escapa, a lo que intuye y formula con
torpeza. Su camino es una exploración de los bordes discursivos del liberalismo y un levantamiento topográfico de lo que es posible en los
barrios, y por ello oscila continuamente entre la obediencia y la disensión: si unas veces anima al saqueo del comercio o cultiva el patriotismo, otras, las más, se pliega a los exhortos a la moderación de los
hombres de bien. En última instancia, su vicariedad define su actuación, lo convierte en una suerte de flâneur político:35 Balderas, Lobato y
35
En clave benjaminiana, el “vago” parisiense es sobre todo un heraldo de la nueva
cultura burguesa: alienado, individualista, enfermo de nostalgia, fascinado por lo moderno
e incapaz de comprenderlo. Véase Walter Benjamin, Poesía y capitalismo: Iluminaciones II, prólogo y traducción de Jesús Aguirre, Madrid, Taurus, [1980] 1991 (Humanidades-Teoría y
Crítica Literaria).
206
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Reyes Veramendi son meros espectadores del arrebato vengador —irracional desde un punto de vista político— de quienes asaltan y queman
el Parián, y unos cuantos días más tarde están vendiendo vajillas orientales en las calles polvorientas de los barrios.
EL PROYECTO ALTERNO RADICAL DE LOS BINNIZÁAS Y SU
LÍDER CHE GORIO MELENDRE FRENTE A LOS PARADIGMAS
MODERNIZADORES DE LA ELITE. LA ENCRUCIJADA DE JUÁREZ
EN EL ISTMO (1834-1853)1
MARGARITA GUEVARA SANGINÉS
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Para Male porque ha hecho realidad la esperanza
Introducción
Este artículo pretende reconstruir desde la perspectiva del común del
pueblo de San Vicente Juchitán o Xhavizénde Ixtlaxochitlan, “lugar de
las flores blancas”, la rebelión y el ideario radical de su líder José
Gregorio Meléndez, el Che Gorio Melendre, como lo zapotequizaron sus
correligionarios. La rebelión fue una más de las muchas que se desencadenaron durante la cuarta década del siglo XIX. Las diversas comunidades protestaron cuando se percataron que habían sido excluidas
del proceso de construcción del Estado-nación aunque sobre ellos gravitaba gran parte del peso económico de su financiamiento. La rebelión muestra como al interior de sus comunidades, los indígenas y
1
Éste es el momento de agradecer a personas e instituciones: a María Adela Oliveros
Maqueo de Miranda, a María Adela Maqueo de Oliveros, y a Bertha y María de los Ángeles
Maqueo por la entrevista concedida; al antropólogo Arnulfo Embriz Osorio, quien compartió su biblioteca y conocimientos; a los doctores Eduardo de la Garza, Miguel Soto y Alicia
Salmerón por la lectura cuidadosa y los agudos comentarios; a los Fondos Reservados de la
Biblioteca Nacional (FRBN), de la Hemeroteca Nacional y del Instituto de Investigaciones
Históricas de la UNAM; a los Archivos Histórico General de Notarías del Distrito Federal,
Archivo General de la Nación (AGNM) y del Estado de Oaxaca; a los Archivos General del
Poder Ejecutivo, de Oaxaca (AGPEO) y del Poder Judicial de Oaxaca (AGPJO); al Archivo Histórico de la Defensa Nacional (AHDN); a Liborio Villagómez, Esther Arnáiz, Alejandra Cortés Hernández, María Guadalupe Flores Carapia, al licenciado Adelfo Jarquín Magno y al
coronel José Manuel Zozaya por haber permitido consultar los acervos que dirigen, pero,
especialmente, a la doctora Virginia Guedea, directora del Instituto de Investigaciones Históricas, y a los doctores Felipe Castro y Marcela Terrazas por la brillante dirección y el apoyo
constante a la reflexión, investigación y edición del trabajo. Por último, pero no por ello
menos importante agradezco la apasionada y respetuosa discusión del grupo de exbecarios
del Seminario.
208
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
mestizos integraron aquellos cambios provenientes del exterior que
consideraban benéficos para su vida comunitaria, pero rechazaron,
resistieron o combatieron aquellos que les impedían conservar sus derechos sobre los recursos naturales, su cosmovisión y cultura, y revela, asimismo, cómo preservaron en la memoria colectiva sus agravios.
Desde la perspectiva de la historia nacional y regional los acontecimientos que narraremos son secundarios,2 y por largo tiempo, aunque presentes, fueron marginales, descalificados o permanecieron en
el olvido, y sólo fueron conservados celosamente en la tradición oral
del pueblo,3 pero, desde la perspectiva de los habitantes del Istmo de
Tehuantepec y en particular del pueblo de Juchitán, esta historia es
fundamental, pues la rebelión fue el intento de los binnizáas, “los hombres de las nubes”,4 y de su carismático líder de imponer sus propias
soluciones a su tiempo. Los acontecimientos iniciaron de manera pa2
Para conocer esa visión con una mirada contemporánea nacional ver Josefina Zoraida
Vázquez, “México y la guerra con Estados Unidos”, en México al tiempo de su guerra con Estados
Unidos (1846-1848), México, Secretaría de Relaciones Exteriores, El Colegio de México-Fondo
de Cultura Económica, 1997, p. 17-46; en el ámbito regional Jorge Fernando Iturribarría,
Historia de Oaxaca (1821-1854). De la consumación de la independencia a la iniciación de la Reforma,
Comité organizador del 450 Aniversario de la Cd. de Oaxaca, 1982 (1935), p. 337-419; Brian
Hamnett, “El estado de Oaxaca durante la guerra contra los Estados Unidos: 1846-1848”,
en Vázquez, México al tiempo..., p. 360-380.
3
Jorge Fernando Iturribarría, Historia de Oaxaca (1935), Oaxaca en la Historia (México,
1960); Miguel Covarrubias, Mexico South. The Isthmus of Tehuantepec, Great Britain, KPI, 1986,
tomada de la edición de 1946; Gilberto Orozco, “Tradiciones y leyendas del Istmo de Tehuantepec”, Revista Musical Mexicana, México, 1946, p. 27-29; Leticia Reina, Rebeliones campesinas en México; (1819-1906), México, Siglo XXI, 1980 (Nuestra América); “Etnicidad y
género entre los zapotecas del Istmo de Tehuantepec, México, 1840-1890” en Leticia Reina,
La reindianización de América, siglo XIX, México, Siglo XXI, CIESAS, 1997 (Nuestra América) p.
340-341; Francisco Abardía M. y Leticia Reina Aoyama, “Cien años de rebelión”, en María
de los Ángeles Romero Frizzi, Lecturas históricas, v. 3, 1990, p. 435-514; John Tutino, “Rebelión indígena en Tehuantepec” en Cuadernos Políticos, núm. 24, abril-junio 1980, y Víctor de
la Cruz, “La rebelión del Che Gorio Melendre” en Margarita Dalton, Oaxaca, textos de su
historia, México, Gobierno del Estado de Oaxaca, Instituto de Investigaciones Doctor José
María Luis Mora, 1997, p. 371-394, en adelante VC2. Originalmente publicado en Juchitán,
Publicaciones del H. Ayuntamiento de Juchitán, 1983; p. 9-23, aunque tienen el mismo título, el contenido varía en ocasiones, en adelante VCI; “Rebeliones indígenas en el Istmo de
Tehuantepec, en Cuadernos Políticos, n. 38, 1983, p. 55; Brian Hamnett, “Imagen, Método,
Trascendencia,” en Letras Libres, Ecos de Juárez, México, n. 39, mayo de 2001, p. 12-18;
Teresa Elizabeth Cueva, “Condiciones de vida indígena y rebelión política en el Istmo de
Tehuantepec. 1800-1853: Che Gorio Melendre y los pueblos indios del Istmo”, tesis de licenciatura, ENAH, INAH, SEP, México, 1994; Manuel Esparza, “Las tierras de los hijos de los
pueblos. El distrito de Juchitán en el siglo XIX”, en María de los Ángeles Romero, Lecturas
históricas de Oaxaca, México, INAH, 1990; t. 3, p. 387-435.
4
Véase Wilfrido C. Cruz, El tonálamatl zapoteco, Oaxaca, Imprenta de Gobierno del Estado de Oaxaca, 1935, p. 143-144; Andrés Henestrosa, Obra completa, México, Editorial
Novaro, 1973.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
209
cífica y culminaron con una irrupción armada. Esta rebelión, originalmente juchiteca-zapoteca, pronto adquirió otras dimensiones al aliarse y confrontarse con otros grupos étnicos asumiendo un proyecto de
“nación” alterno que puso en jaque, por breves periodos en un largo
plazo, a los gobiernos local, regional y nacional. Su prolongada rebeldía cuestionó no sólo al gobierno virreinal y a los gobiernos centralistas del departamento de Oaxaca a partir de 1834, sino que también
interpeló y sirvió como plataforma al aprendizaje político de los gobiernos liberales. En particular, al de Benito Juárez, primero como secretario de gobierno y, posteriormente, como gobernador del estado
de Oaxaca, quien ejerció el poder, “gracias a su habilidad para combinar una versión local del liberalismo con la disposición a darle gusto a
la elite” 5 nacional.
El trabajo es coincidente con una corriente que ha tomado fuerza
en los últimos años en las ciencias sociales, la cual trata de vincular la
investigación histórica de los procesos macro de la economía, con la investigación antropológica-etnográfica de las regiones y su impacto en
la construcción de los estados nacionales. Es decir, el ensayo pretende
explicar la respuesta de las comunidades al embate de los ciclos económicos que derivaron de la internacionalización y expansión del capital
durante el siglo XIX. El proceso pretendía la inserción de las nacientes
repúblicas latinoamericanas en el “concierto de naciones civilizadas”,
su reacomodo en la nueva división internacional del trabajo y la promoción de la apertura comercial. Siguiendo las nuevas tendencias, el artículo intentará vincular los procesos globales en los que están inscritos
con los microrregionales de las pequeñas comunidades, pero también
pretende reconocer la especificidad de estos procesos únicos e irrepetibles. En síntesis, busca hacer una lectura dialéctica de ambos procesos al parecer contradictorios. La disidencia tuvo lugar en el Istmo
de Tehuantepec, región que se convirtió en una zona estratégica en la
relación México-Estados Unidos.
La región y los detonantes
El istmo de Tehuantepec es la parte más angosta de la República Mexicana; por su posición y formación geográfica Hernán Cortés valoró y
difundió su importancia estratégica en la cuarta Carta de Relación al
5
Brian Hamnett, “Imagen, Método, Trascendencia,” en Letras Libres, México, núm. 39,
mayo de 2001, p. 12-18.
210
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
emperador Carlos V.6 Desde entonces se vislumbró la posibilidad de
construir una vía interoceánica que vinculara los mercados asiáticos
con Europa. El Istmo era una de las tres rutas alternativas junto a la
ruta del río de San Juan y el lago de Nicaragua, y la del istmo de Panamá y el valle de Darién. A partir de entonces, otros empresarios fueron
atraídos y emprendieron diversos proyectos de exploración; son dignos de mención: Francisco de Garay (1519), Agustín Cramer y Miguel
Corral (1774), Juan de Orbegozo (1827) y Tadeo Ortiz (1823-1829).
Los primeros proyectos de colonización se planearon en la parte
boreal del Istmo, precisamente en Coatzacoalcos, donde la insalubridad de la zona, la falta de viabilidad del proyecto y la avidez comercial
e imprevisión de los promotores llevaron la aventura al fracaso; los
colonos extranjeros que lograron sobrevivir emigraron a Oaxaca y a
Tehuantepec. En la cuarta década, una serie de estudios científicos difundieron en Europa las riquezas potenciales del Istmo, entre éstos
destacaron por su importancia las obras de Eduard Mühlenpfordt, Carl
C. Sartorius, Michel Chevalier, Gaetano Moro, Mathieu de Fossey y José
de Garay.7 Estas obras contribuyeron a impulsar la fase de expansión
capitalista en el Istmo, que se convirtió en epicentro del interés estratégico de Inglaterra y Francia y en menor medida de los principados
alemanes y hanseáticos. A partir de 1847, en plena guerra con México,
el aplastante triunfo del ejército norteamericano desplazó la atención
de Estados Unidos hacia Tehuantepec; éste sería el nuevo foco de su
política de expansión por lo que se convirtió en la principal fuente de
controversias entre los países.
El Istmo se incorporó a la economía de exportación, proporcionando tintes naturales a la industria textil europea (la cochinilla, el
añil y el caracol de la púrpura), aunque mostraba signos de declinación hacia 1842. Otros productos importantes eran las salinas, las ma-
6
Miguel Covarrubias, op. cit., p. 164; Dolores Duval, “Catálogo documental: La diplomacia mexicana y los proyectos de construcción del camino interoceánico por el Istmo de
Tehuantepec, 1849-1860”, tesis..., Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1996, p. 8.
7
Eduard Mühlenpfordt, Ensayo de una fiel descripción de la República de México, 2 v. (Primera edición en alemán, 1844) traducción y notas preliminar de José Enrique Covarrubias,
México, Banco de México, 1993; Michel Chevalier, “L’isthme de Panama. L’isthme de Suez”,
74 p., en Revue des deux mondes, núm. du 1º janvier, 1844; M. Chevalier, “Mines d’argent et
d’or du Nouveau Monde. Real del Monte”, février 1845, p. 980-1035, Revue des deux mondes,
núm 15 de diciembre de 1846, FRBN 16l af.; Brígida von Mentz, México en el siglo XIX visto
por los alemanes, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982; José Enrique
Covarrubias, Visión extranjera de México, 1840-1867. El estudio de las costumbres y de la situación
social, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas-Instituto Mora, 1998; Charles Etienne
Brasseur de Bourbourg, Viaje por el Istmo de Tehuantepec, México, SEP Ochentas, 1981, y
Mathieu de Fossey, Viaje a México (1844), México, Conaculta, 1944 (Mirada Viajera).
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
211
deras finas y la pesca.8 En 1842 el istmo de Tehuantepec estaba dividido en dos: la parte boreal correspondía a Veracruz y la austral a Oaxaca.
No existían linderos fijos de los departamentos (antiguos estados) y
las únicas zonas pobladas se encontraban en las extremidades del Istmo, las cuales estaban separadas por una densa selva. La población del
departamento de Oaxaca era de 250 380 habitantes y la del Istmo de 30
845 habitantes.9 Por su organización política el distrito de Tehuantepec
era uno de los 8 departamentos en que se dividió Oaxaca, y estaba integrado por 24 pueblos o municipios, de los cuales 16 eran binnizáas o
zapotecos y 5 huaves, y los demás mixes y zoques. La sede regional
tradicional de poder o cabeza del departamento se encontraba en la
villa de Tehuantepec, o Cerro del Jaguar, que los españoles conocían
como villa de Guadalcázar. Sus autoridades eran: un gobernador del
departamento,10 un prefecto, un juez de primera instancia, un comandante militar y un cura párroco. Esta villa y partido contaba con una
población de 13 002 habitantes. Además, había dos cabezas de partido
que eran Juchitán y Santa María Petapa, con 9 700 y 8 143 habitantes,
respectivamente; cada partido subalterno tenía como autoridad a los
subprefectos.11 La lejanía de la capital del estado, la dependencia de
los partidos con respecto a la villa de Tehuantepec y el interés estratégico de la zona en el ámbito federal generó una serie de fricciones por
el control político y de los recursos del departamento. Se produjo así
un triángulo de alianzas y oposiciones, que respondían a las variables
circunstancias y a las polémicas del momento. De aliados originalmente, pasaban a ser opositores para defender los intereses que los confrontaban. Los vértices del triángulo eran ocupados por la federación,
el estado de Oaxaca y la rivalidad de los tres partidos por el control del
departamento.12
Además de las transformaciones que tuvieron lugar en la estructura
electoral censitaria, en la legislación y la supresión de los ayuntamientos durante el centralismo y el periodo de posguerra, los detonantes de
la rebelión de José Gregorio Meléndez, Che Gorio Melendre, provinieron
de tres acontecimientos que tenían su origen en el exterior y que modificaron los patrones productivos, los sistemas de trabajo, y transforMühlenpfordt, op. cit., v. 2, p. 109.
Gaetano Moro, op. cit., p. 8
10
Esparza, op. cit., p. 387-435; Colección de leyes del estado de Oaxaca, p. 207-218.
11
Pedro Garay Garay, “Noticia de las poblaciones de la parte austral del Istmo de
Tehuantepec, con expresión del censo que tiene cada una, deducido de los datos que facilitó
el prefecto de aquel distrito a D. Pedro de Garay”, en El Ateneo Mexicano, t. I, Imprenta de
Vicente García Torres, 1844, FRBN, 117 laf, p. 366-368.
12
Moro, op. cit., 1844, p. 10.
8
9
212
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
maron la cultura, la geografía, el paisaje y las vías de comunicación
del istmo de Tehuantepec. El primero de ellos fue la venta de las 8 haciendas marquesanas del antiguo señorío de Hernán Cortés, y un sitio
de ganado que los juchitecos reclamaban como suyo. Este hecho culminó el primer impulso liberal que buscaba resquebrajar el sistema
señorial e iniciar el proceso de desvinculación de mayorazgos emprendido por las cortes gaditanas.
Los otros dos acontecimientos que impactaron directamente a la
región tuvieron lugar con el advenimiento de la dictadura de 1841-1844.
Durante este periodo, el gobierno provisional de Santa Anna se propuso modernizar al país: emprendió una importante reforma fiscal que
se caracterizó por un enorme despliegue de recursos, retomó algunas
pautas del antiguo proyecto económico borbónico e incorporó nuevos criterios privatizadores para financiar al Estado. Sin embargo,
su proyecto se frenó cuando se percató del poco margen de maniobra presupuestal que le dejaba la presión diplomática extranjera y
los compromisos pecuniarios adquiridos con las convenciones diplomáticas norteamericana y francesa firmadas en 1839 y cuyo plazo
vencía en 1843. Para cumplir los pagos exigidos por las potencias extranjeras y responder a la presión de los acreedores nacionales, Santa
Anna impuso una serie de contribuciones directas e indirectas y préstamos forzosos que debían gravitar sobre los departamentos; suspendió temporalmente los pagos; renegoció los plazos y las prioridades de
pago de la deuda; e hipotecó su principal fuente de recursos: las aduanas marítimas. Para obtener los capitales necesarios celebró 277 contratos o concesiones a particulares, con facultades extraordinarias de
manera discrecional y privilegiada sin la mediación y aprobación del
Congreso que se había convertido en el principal freno de su reforma
fiscal, pero que por precepto constitucional debía ser quien los autorizara. Desde la tribuna se cuestionó al dictador por no haber sometido
los contratos a concurso o licitación y se orquestó una campaña de
desprestigio, con los cargos de peculado y enriquecimiento ilícito amparados en el poder, que culminó con un golpe militar financiado por
empresarios ligados al comercio exterior.
Dos de esos contratos afectaron severamente a las comunidades
del istmo de Tehuantepec y mostraron la relación del dictador con el
proyecto modernizador de dos de los más importantes financieros de
la oligarquía nacional, descendientes de la vieja elite comercial que forjó y consolidó su fortuna a la sombra del tardío Consulado de Veracruz.
En 1842 otorgó la concesión de la construcción de una vía interoceánica
a José de Garay, miembro del clan familiar y del grupo financiero que
había hecho posible, mediante un generoso donativo, el triple golpe
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
213
militar que permitió a Santa Anna implantar la dictadura, y, entre 1842
y 1843 se privatizaron la mayoría de las salinas que integraban el monopolio estatal, como pago de los préstamos que financiaron la guerra
con Francia. Las salinas del istmo de Tehuantepec las vendió al expresidente y financiero veracruzano Francisco Javier Echeverría. La toma
de posesión de los yacimientos salineros y el deslinde de los terrenos
destinados para la colonización y la construcción de la nueva vía sobre las posesiones indígenas, así como la prohibición expresa a los indígenas de continuar la explotación de las salinas para su consumo,
agudizó las tensiones entre estas comunidades y desencadenó una de
las rebeliones mestizas e indígenas más importantes del siglo XIX.
El derecho de los pueblos a la insurrección contra la arbitrariedad
El líder de esa rebelión, el carismático Che Gorio Melendre desarrolló
un discurso que generó una esperanza de cambio y en 1853 proclamó:
…Cuando los pueblos de la nación han dado el grito de animación y vitalidad social, secundando el plan salvador de Guadalajara: […] Tehuantepec
y Juchitán, Tuxtla [Gutiérrez], Tonalá y Ocozocuautla en el estado de
Chiapas, han visto el fruto de sus afanes, malogrados, hace más de dos
años, […] cuando se ha […] generalizado esa idea regeneradora del pueblo soberano, redimiéndolo de la tiranía de funcionarios injustos, y ensayando con éxito el derecho de insurrección contra la arbitrariedad, el justo
derecho de la soberanía contra sus despóticos mandatarios para librar la hermosa y grande nación mexicana del cataclismo que la hundía en la nada y
la precipitaba en el insondable abismo de la nulidad; entonces la tiranía y
la arbitrariedad del Gobernador de Chiapas […] persiguen con todos los
recursos […] al pueblo que levanta su doliente voz por su libertad.13
Con estas palabras, José Gregorio Meléndez, comandante militar
de la villa de Tehuantepec, lanzó su último manifiesto el 20 de marzo de
ese año. En él, señalaba explícitamente su deseo de participar en la
oposición de una manera abierta. Este plan y otros que había dado a
conocer a finales de 1852,14 lo liberaban de la clandestinidad y dejaban atrás sus dos años como prófugo de la justicia del gobierno de
Juárez. El escrito, el cual constituye prácticamente su testamento político, revela el grado de conciencia que había adquirido en sus más de
40 años de militancia política. En su batalla final, esgrimió la legitimi13
14
AHDN, exp. XI/481.3/3604, f. 23-26. El subrayado es nuestro.
AHDN, exp. XI/481.3/3604; Orozco, op. cit., p. 26-40.
214
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
dad de la resistencia a los abusos del poder para justificar su participación en la defensa de los derechos de los pueblos, exigir nuevamente la separación del istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca y
proclamar al federalismo como bandera.
La participación de cinco poblados de tres estados, daba una idea
de la dimensión de la insurrección que acaudillaba: multiétnica, pues
estaba integrada por una coalición de varios grupos étnicos, y pluriregional, ya que traspasaba los límites estrechos del Istmo. Con los restos de la caballería de su antiguo ejército, y empleando un sistema de
guerra de guerrillas, se unió al levantamiento encabezado por Carlos
Zebadúa y Ponciano Solórzano en contra del régimen liberal chiapaneco de Fernando Maldonado. Aunque el manifiesto se apegaba al Plan
de Jalisco, cuya demanda central invocaba el regreso de Santa Anna al
poder, sólo era un trampolín y una tabla de salvación para evadir las
órdenes de aprehensión que pendían en su contra.15
Nueve días más tarde de este manifiesto a la nación, un viajero
alemán, G. F. von Tempsky, intrigado por la figura del carismático líder
y el arrastre de sus bases de apoyo, los cuales merecieron calificativos
de “rebeldes, políticos turbulentos y revolucionarios” que inculcaban
“sus opiniones a punta de bayoneta”, se dirigió a Juchitán y dejó para
la posteridad la última estampa del personaje:
Era un hombre alto, bien hecho, de facciones macizas y nítidas, ojos de
águila, oscuros y centelleantes por debajo de espesas cejas, y un frentón
arqueado y muscular. Traía enredado su sarape, exhalaba el humo de su
cigarro de papel por la nariz, y veía con inefable desprecio nuestro arribo.
Sin sentir asombro ante su apariencia, le dije con rudeza: “¿Me hace el
favor de darnos posada?” Me dirigió una larga mirada y dijo, como siempre: “Pase adelante, caballero”. Al cabo de una conversación de un cuarto
de hora, ya sabía las opiniones de mi anfitrión, y reconocí lo más sobresaliente de su carácter: un odio inagotable hacia todos los mexicanos en general, y al general Santa Anna en particular…16
Como pago a su hospitalidad von Tempsky dictó una lección de
geografía universal y al terminar reconoció “que nunca había visto discípulos tan dispuestos ni tan inteligentes como estos rufianes juchitecos”. La imagen que nos dejó el alemán es completada por la del
15
Carlos Cáceres (editor), Historia general del estado de Chiapas, [s. l.], t. II, 1963, p. 33;
Manuel B. Trens, Historia de Chiapas, México, Ed. La Impresora, 1942, p. 384.
16
G. F. von Tempsky, “Narraciones de incidentes y aventuras personales en Tehuantepec
y Juchitán”, en Guchachi Reza, núm. 8, septiembre de 1981, p. 10-16. Traducción de Malú
Block, revisión de Carlos Monsiváis.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
215
juchiteco Gilberto Orozco, quien añade a los rasgos enumerados los
siguientes: “[Melendre] Era de color moreno; de frente amplia y pómulos algo pronunciados; de ojos investigadores, porte gallardo y hablar animado; y tenía una natural intuición.” Ponía el acento en que
Melendre [era] recto. Solía ajusticiar a los que lo provocaban… Cuando
eran mujeres las amonestaba primero y si seguían renuentes las obligaba
con la presión de su fuete a pasar debajo de su hermoso caballo alazán
“Venceguerra”, que no se movía, y sólo las azotaba con la cola.17
Aunque se desconocen las circunstancias en las que aplicó estos
sistemas correctivos, vejatorios para las mujeres, llama la atención que
la tradición juchiteca enfatizara la rectitud en su proceder. ¿Qué transgresión femenina ameritaba esas sanciones?. Lo que no puede negarse
es que los planteamientos de su lucha comunitaria denotaron un profundo, pero sui generis, sentido de la justicia. Su controvertida personalidad también ha sido descrita por Miguel Covarrubias quien afirma
que “Meléndez era una desconcertante mezcla de un hombre humanitario, bandolero y aventurero, típico de los jefes rebeldes”.18 Pero para
la tradición binnizá o binigulaza, Melendre era el depositario de la memoria colectiva y el único que había logrado aglutinar y dar cohesión a
un movimiento de comunidades de diverso origen para defender sus derechos. Aseguraba que su combatividad y su vida estaban ligadas a su
guenda errante, de quien extraía su astucia, fortaleza y ferocidad. Para
financiar sus campañas exigía préstamos forzosos a la elite comercial
istmeña con métodos arbitrarios, pero, al mismo tiempo, luchaba por
la defensa de los derechos primigenios de los pueblos y por el respeto
de la propiedad comunal. Buscó la reducción de las capitaciones, de los
impuestos y eliminó en algunos momentos las aduanas alcabalatorias
para disminuir la carga fiscal de los pueblos.
Como pretendemos mostrar en este artículo, Melendre fue un disidente porque cuestionó profundamente los modelos privatizadores en
boga, exigiendo que se respetaran los derechos de posesión y usufructo de los recursos naturales a los pueblos originarios, así como los linderos establecidos en sus mapas antiguos y títulos primordiales.19 Pero
Orozco, op. cit., p. 27-29.
Covarrubias, op. cit., p. 220.
19
Según el importante diccionario jurídico de Escriche, los títulos primordiales son “El
instrumento originario y primitivo que contiene la concesión y la época de algún derecho”
reconocido por las autoridades. La definición jurídica contrasta con la evidencia empírica que
Ouweneel sintetiza concluyendo que la mayoría son documentos escritos en náhuatl, con el
estilo de viejos códices, que describen los límites territoriales para reconstituir el viejo altépetl,
17
18
216
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
fue también un transgresor, porque no se conformó con enunciarlo,
sino que pasó a los hechos denunciando y actuando en contra de los
contratos y la legislación recientemente establecidos, que habían trocado el ejercicio de sus antiguos derechos en delitos del orden común,
convirtiéndolos en marginales, y lo más grave, colocándolos en el rango de criminalidad. La comunidad ya no se conformó con explotar las
salinas que le correspondían por derecho, sino otras fuera de su jurisdicción, desafiando al poder y a la oligarquía que dominaban la región. Además se opuso a los proyectos de colonización y la concesión
de la vía interoceánica y a que les expropiaran sus propiedades por
otras alejadas de su altépetl. Aunque la comunidad nunca se consideró
disidente, sino una “nación” con un proyecto alterno que debía defender sus derechos, vista desde el poder se le consideró y calificó como
disidente y aun como criminal. Ante la ineficacia del sistema de administración de justicia, Melendre abogó por un antiguo sistema de usos
y costumbres e hizo justicia por su propia mano, utilizando métodos
de lucha poco ortodoxos, y al final, al sentirse acorralado, sanguinarios. Su rebeldía lo convirtió en un icono tanto en el pasado como en
el presente, mientras en su época los viajeros y aventureros se acercaron para conocer al polémico líder, en la actualidad se ha recurrido a
su figura para conformar una nueva identidad binnizá-juchiteca-zapoteca.20 ¿Pero cuál era la trayectoria política de Meléndez y qué lo orilló
a tomar las armas?
Che Gorio Melendre, como la tradición juchiteca prefiere recordarlo, nació el 12 de marzo de 1793, en el rancho La Palma, subdelega-
pero que en realidad es un discurso de comunidad. Independientemente del origen de los
documentos, el problema en cuestión es si la autoridad lo reconoce como instrumento jurídico
y prueba de propiedad, que es el caso de Juchitán. Joaquín Escriche, Diccionario razonado de
legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan
Rodríguez de San Miguel, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Miguel Angel
Porrúa-Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, 1998, p. 688; Arij Ouweneel,
Shadows over Anáhuac. An Ecological Interpretation of Crisis and Development in Central México,
1730-1810, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1966.
20
Quiero destacar la importante labor de promoción y recreación de una cultura alterna, la de los dixasá-binnizá que inició la Revista Neza, fundada en 1939, por la Sociedad Nueva de Estudiantes Juchitecos, y continuada desde hace más de 40 años por el genial e
irreverente artista juchiteco Francisco Toledo en Oaxaca, tanto en su obra iconográfica y
artística como en el financiamiento de la labor de investigación, recopilación y publicación
de documentos fundamentales para la historia de Juchitán que ha dirigido el poeta y lingüista Víctor de la Cruz. En la plataforma que dio el Ayuntamiento dirigido por la COCEI y
el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) se ha impulsado tanto la escritura de libros
como la importante revista Guchachi Reza (Iguana Rajada), en cuyas páginas se afirma: “Nos
aferramos al dixasá, porque su experiencia en el pasado nos ofrece salidas y soluciones hacia
el futuro, hacia otro tipo de modernidad menos injusta.”
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
217
ción de Tehuantepec, de la próspera y recién instaurada Intendencia de
Oaxaca. Las primeras influencias que marcaron su existencia fueron la
vida ruda del rancho, que lo convirtió en un diestro jinete, hábil en el
manejo de las armas; además, el contacto vital con las culturas zapoteca
y huave, llenas de rituales ligados a la producción y explotación de las
salinas y una celosa educación. Meléndez vivió la inconformidad y efervescencia política que desencadenaron las reformas borbónicas en las
postrimerías del virreinato de la Nueva España. A los 20 años de edad
decidió unirse a la revolución de Morelos y secundar la cuarta etapa de
la campaña militar del sur que encabezaba el mariscal de campo del
ejército insurgente don Mariano Matamoros. Che Gorio quedó vivamente impresionado y cuestionado en lo más profundo por la profética e
“incendiaria proclama” que Morelos dirigió a los “Hijos de Tehuantepec”21 y desde entonces y para siempre decidió luchar por su pueblo.
Comisionado por Morelos, el cura Matamoros tenía la misión de
extender la revolución en el sur de México, dominar la posición estratégica del Istmo y cubrir con sus tropas desde Yanhuitlán, Oaxaca, hasta
Tonalá, Chiapas, donde contuvo y derrotó al ejército realista. En su
campaña de agitación arengó a los juchitecos en el cerrito Hilaari (tendal de ropa), y a partir de entonces, entre otros, Melendre se adhirió a
su causa y recorrió el camino real de Ixtaltepec a Niltepec, donde libraron su primera batalla exitosa.22 Con el triunfo inicial afloraron las
creencias míticas y aceleró el despertar de las comunidades mestizas e
indígenas del istmo de Tehuantepec. Años más tarde, estas comunidades se alimentaron de la propaganda y la movilización social que el
expresidente y general Vicente Guerrero desarrolló con su guerra de
guerrillas, después que fue derrocado por Anastasio Bustamante. Entonces se aliaron coyunturalmente a la lucha del partido popular o de
los yorkinos federalistas que operaba en la región meridional de la República, en los estados de Chiapas, Tabasco, Oaxaca y en la vecina Guatemala, bajo el liderazgo del gobernador chiapaneco Joaquín Miguel
Gutiérrez.
Che Gorio Melendre, como federalista convencido, se levantó en
armas nuevamente en 1834 al ser derrotada la primera reforma liberal
que promovió el cambio de la forma de gobierno y culminó con la implantación del centralismo. Al ser derrocado Gutiérrez como goberna-
21
“‘Desengaño de la América y traición descubierta de los europeos’, Diciembre 1812,
Incendiaria proclama de Morelos”, en Ernesto Lemoine, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época. México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1991; p. 246-256.
22
Orozco, op. cit., p. 27-29.
218
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
dor, el 20 de febrero de 1835, José Gregorio Meléndez se unió a su campaña de guerrillas y desde Tuxtla lo acompañó a San Cristóbal de las
Casas, para luchar contra “la presión que se estaba ejerciendo sobre
los Ayuntamientos para que levantaran y firmaran actas de adhesión
al nuevo régimen”, pero fueron inútiles sus esfuerzos, pues fueron derrotados en la meseta de Copoya.23
Mientras las milicias cívicas en las regiones defendían el federalismo y luchaban abierta o veladamente contra el régimen de Santa
Anna, en la capital de la República el gobierno envió una iniciativa al
Congreso el 15 de enero de 1835 para reorganizar dichas milicias. En
la sesión secreta de la Cámara, del 3 de febrero, la Comisión de Guerra
presentó un dictamen que proponía su supresión o extinción total. Con
la promulgación de la ley del 31 de marzo se dirimió la contradicción y
rivalidad de los ejércitos: al suprimir al ejército popular se impuso el
modelo de ejército jerárquico y de elite y se eliminó al potencial enemigo. En Oaxaca este decreto desencadenó dos revueltas simultáneas en
Tehuantepec y en Huajuapan, encabezadas por los cívicos “activos
de Tehuantepec y Oaxaca”, comandados por José Gregorio Meléndez y
Miguel Acevedo, respectivamente.24 Mientras la segunda fue severamente
reprimida, la que acaudilló Meléndez en mayo de 1835, secundaba el
Plan de Texca, proclamado por Juan N. Álvarez, que solicitaba la destitución de Santa Anna. El compromiso de Meléndez era levantar la
Costa Chica y el istmo de Tehuantepec. Aunque sólo encontró eco en
Jamiltepec, hizo una importante labor entre las tropas de la cabecera
del Partido y consolidó una alianza con los federalistas de San Blas. El
comandante Maroqui, que dirigía las de Tehuantepec, lo combatió y
capturó y junto con los principales dirigentes fue conducido a Oaxaca.25
Después de obtener su libertad gracias a la amnistía general decretada por el Congreso, Meléndez participó en la defensa de Joaquín
Miguel Gutiérrez cuando fue derrocado y expulsado a la frontera de
Guatemala en su segunda administración. Después del asesinato de Gutiérrez, en un enfrentamiento armado en Tuxtla, sus seguidores mantuvieron el contacto y esperaron el momento propicio para recuperar
sus posiciones.26 Fueron estas alianzas tempranas las que explican la
actividad de Meléndez en el exterior del istmo de Tehuantepec, al final
de sus días.
Cáceres, op. cit., p. 33; Trens, op. cit., p. 384.
José López Ortigoza, Exposición que el gobernador constitucional del estado de Oaxaca...,
Impreso por Antonio Valdés de Moya, 1835, AHGPEO.
25
Iturribarría, Historia, p. 216.
26
Cáceres, op. cit., t. II, p. 39.
23
24
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
219
A partir de 1844 se reactivó la fuerte rivalidad de las villas de Tehuantepec y Juchitán por el control del Istmo; mientras la primera villa se inclinaba por el partido patricio (conservador), Juchitán, aliado
al barrio de San Blas —que tenían una fuerte raigambre liberal y popular—, empezó a planear la secesión del estado. Cuando en 1847 Juárez
llegó al poder, en aras de la gobernabilidad buscó atraerse y fincar una
alianza con Tehuantepec, por lo que depuso a Meléndez —quien controlaba la región, mantenía plena autonomía de Oaxaca y fungía como
gobernador de facto del Istmo— e impuso a su compadre, Máximo
Ortiz. Esta rivalidad de los líderes naturales alcanzó su punto culminante en 1851, cuando la rebelión juchiteca secesionista contra el gobierno del estado había alcanzado proporciones inmanejables, por lo
que Juárez tomó la decisión de destituir a Máximo Ortiz de la gubernatura del Istmo y nombró en su lugar a Ignacio Mejía. Para Ortiz, líder tehuano y autor de la Sandunga, la decisión fue un agravio que
nunca le perdonó, pero esperó el momento oportuno para vengarse.
La convergencia de la oposición contra el gobierno de Ignacio
Mejía, sucesor de Juárez en la difícil coyuntura de finales de 1852, permitió que los rivales políticos hicieran a un lado sus añejas rencillas,
formaran una coalición y lanzaran una proclama el 26 de diciembre
de 1852, donde reiteraban su propósito de separarse del estado de
Oaxaca y apoyaban el pronunciamiento contra el gobierno liberal moderado de Mariano Arista, que finalmente renunciaría al cargo. En enero de 1853 Mejía envió al general Ignacio Martínez Pinillos comandante
militar del estado de Oaxaca, para aplastar la rebelión de Tehuantepec.
Al medir la superioridad de la fuerza de 1 800 hombres reunidos por la
coalición, en lugar de combatirlos Martínez Pinillos se sumó a ellos,
suscribiendo el Plan de Jalisco que proclamaban, y con su ayuda se
encumbró en el poder estatal, pero esta alianza fue efímera, pues Martínez Pinillos recibió fuertes presiones de la federación para destituir a
Meléndez del mando y nombrar en su lugar a Ortiz, repitiendo la historia de 1847.
La coyuntura propicia para la venganza de Ortiz tuvo lugar a principios de 1853 en la ciudad de Oaxaca, cuando los liberales del estado
ya habían sido desplazados de la política y Juárez dirigía el Instituto
de Ciencias y Artes. En ese año planeó el asesinato de sus dos enemigos y rivales políticos. El primer intento frustrado tuvo lugar el 9 de
marzo en Oaxaca, contra el exgobernador, cuando Juárez se percató
del atentado “cerró las puertas del balcón, se ciñó su pistola y bajó a
pedirle explicaciones por su actitud.” Cobardemente, Ortiz se refugió
en su casa, y lo ocultó su esposa, por lo que Juárez exclamó en voz
alta: “dígale a mi compadre que si quiere matarme, […] que lo haga de
220
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
frente.” 27 Como premio a su osadía, Martínez Pinillos nombró a Ortiz
gobernador del Istmo, quien dos meses más tarde, se prestó para orquestar una celada para envenenar a Meléndez. Con ello intentaba asegurar definitivamente su poder en el Istmo y evitar ser desplazado
políticamente.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar en la villa de Tehuantepec, Melendre, perseguido, cansado y agotado por sus infructuosas
incursiones en el Soconusco y la población tabasqueña de Teapa, y con
la derrota a cuestas por el frustrado movimiento de Zebadúa y Solórzano en Chiapas, regresó a su terruño. Desafiando el poder de su antiguo rival buscó a su viejo camarada Severiano Gurrión, en uno de los
barrios de Juchitán. A pesar del distanciamiento que se había producido por sus divergencias políticas y militancia en bandos contrarios,
ambos conservaban la amistad y “Melendre, de cuando en cuando [lo]
visitaba […] Después de un rato de charla, en la que participó también
la esposa de don Severiano, de nombre Agustina, Tína Sééhébe, Melendre se acomodó en la hamaca y dejó de platicar. Creyéronlo dormido
[…] mas había muerto”. El testimonio de su muerte fue guardado celosamente por Gilberto Orozco, descendiente de uno de los lugartenientes del coronel.
Cuéntase el siguiente presagio: Provocó la superstición el ulular de muchos búhos, […] que parecía que sitiaban la población en la noche del 28
de mayo de 1853. Fatalmente, en la mañana siguiente, el destino forjó en
el yunque del dolor, el luto que tenía que vestir Juchitán. En la misma
fecha del decreto, muy temprano, a las siete de la mañana, murió Melendre
intoxicado.28
Esta bucólica versión contrasta con otras, como la del historiador
Jorge Fernando Iturribarría, quien afirma que “el cabecilla fue encontrado sin vida la madrugada del 29 de mayo, en un jacal de Juchitán, en
donde había pasado la noche con su amante. Y la versión que corrió por
entonces fue que aquella mujer, seducida y pagada por [Máximo R.]
Ortiz, lo había envenenado mañosamente”.29 Con la muerte de Meléndez
se cerraba un capítulo en la legendaria rivalidad de las villas.
Como cruel ironía, el mismo día que Meléndez expiraba en Juchitán, mientras el cólera morbus asolaba la región, en la capital de la
República, el general Santa Anna hacía su entrada triunfal, llamado
27
Iturribarría, Oaxaca..., p. 161-164, y Charles Allen Smart, Juárez, Barcelona, México,
Ed. Grijalbo, 1971, p. 114-115.
28
Gilberto Orozco, op. cit., p. 27-29.
29
Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 418.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
221
por los más disímbolos sectores, y tomaba posesión como presidente por quinta y última ocasión.30 Un mes más tarde expedía el decreto
de separación del Istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca, con propósitos muy distintos de aquellos por los que había luchado el guerrillero por espacio de más de 20 años. En esta ocasión se le volvía a convertir
en territorio, lo cual permitía, convenientemente, definir desde el centro de la República los destinos de esa agitada y estratégica región.
El conflicto con las haciendas marquesanas, por “la insaciable codicia
de un pueblo bárbaro sin otro título que su fuerza brutal.”
El modelo de colonización europea, presentado por las elites gobernantes como la panacea del desarrollo, produjo los primeros encuentros y
choques culturales en Tehuantepec a partir de 1835. Los conflictos surgieron cuando el político oaxaqueño de ascendencia francesa, José Joaquín Guergué y sus nuevos socios comerciales Stephano y Giuliani
Maqueo, colonos originarios de Bergamo, Lombardía, empezaron a
contender con los juchitecos sobre los límites de sus posesiones. Existían serias discrepancias sobre los títulos de propiedad que poseían
unos y otros, en áreas especialmente productivas.
Este litigio fue complicándose por la resistencia que opusieron los
bandos en conflicto. Los hermanos Esteban y Julián Maqueo (que habían castellanizado sus nombres) y Guergué estaban persuadidos de tener la razón, y estaban dispuestos a ejercer su influencia política para
tener un resultado favorable. Argumentaban que era del dominio público que las haciendas marquesanas hacía tres siglos habían sido otorgadas a Hernán Cortés. Además, que el contrato de compra-venta había sido
concertado por el mismo secretario de Relaciones Interiores y Exteriores,
don Lucas Alamán, como apoderado de los herederos del marqués del
Valle. Y, aunque su actuación como político podría ser cuestionable, nadie dudaba de su probidad. Por su parte, los indígenas, que contaban
con una fuerte tradición oral, guardaban en su memoria colectiva el
triunfo obtenido sobre los dominicos durante el litigio del siglo XVIII, en
que la Corona les había restituido 5 sitios de ganado que estaban organizados en la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario. Durante el juicio de ese litigio, 13 principales de los pueblos vecinos habían ofrecido
su testimonio como testigos definiendo los límites de su altépetl.31
30
Josefina Vázquez, “Los años olvidados”, en Mexican Studies, v. 5, núm. 2, Summer,
1989; p. 313-326.
31
Títulos Primordiales de Juchitán, [s. l.] [s. f.], AGN, Ramo Tierras, v. 578, exp. 5, f. 1-53.
222
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Cuando Guergué compró las haciendas, era ya un importante comerciante y hacendado ganadero y había participado activamente en
la política regional, donde había ocupado puestos de primer nivel en el
gobierno estatal. De ahí se proyectó a la política nacional, llegando a
ser senador de la República. Los nuevos colonos Esteban y Julián Maqueo habían llegado a México a mediados de los treinta, después de que
la derrota del movimiento republicano en el Piamonte los obligó a huir
para proteger sus vidas. Decidieron emigrar atraídos por la propaganda
de la primera colonización de Coatzacoalcos. Al llegar a México portaban aún las hebillas doradas con el águila de alas abiertas del ejército
garibaldino.32 Esteban contrajo matrimonio con Dominga Fesar y se
asoció con Guergué en una empresa comercial llamada Maqueo, Molinaro y Compañía.33 Al ensanchar sus inversiones, compraron de manera conjunta las ocho haciendas marquesanas, especializadas en la
ganadería mayor y menor, la producción de azúcar y el añil. La compra fue una verdadera oportunidad, ya que Alamán apresuró su venta
en cuanto el gobierno centralista, el 9 de abril de 1835, restituyó definitivamente los derechos de propiedad al heredero del señorío del
marqués del Valle, Giuseppe de Aragón Pignateli y Cortés, duque de
Terranova y Monteleone.34
La venta de las haciendas marquesanas la concertó en Oaxaca, Ignacio Goitia, vocal presidente de la Junta del Departamento de Oaxaca,
por 40 000 pesos. Además, en la misma escritura, el antiguo arrendatario Domingo Ricoy Bermúdez vendió el sitio anexo a las haciendas llamado Mata Grande por 1 000 pesos adicionales. Aunque en la escritura
no se especifican sus linderos es altamente probable que fuera el terreno
en discordia. Los nuevos dueños recibieron un mapa recién trazado por
el italiano Betzozzi y tomaron posesión el 13 de agosto de 1835.35
Cinco años más tarde, en 1840, las continuas controversias y discusiones entre los colonos y la República del Pueblo de Juchitán36 por
32
Entrevista con señoras María Adela Maqueo de Oliveros, Bertha y María de los Ángeles Maqueo, 11 de junio de 2001.
33
AGNO, Juan Pablo Mariscal, 1840, Oajaca, 26 sept., f. 321.
34
Conforme a lo estipulado en la ley de la desvinculación de bienes del 7 de agosto de
1823 se hizo la división entre el duque y su primogénito. José C. Valadés, Alamán, estadista e
historiador, México, Robledo, 1938, p. 342-343; Jan Bazant, “Los bienes de la familia de
Hernán Cortés”, Historia Mexicana, v. XIX, n. 74, oct.-dic., 1969; p. 228-247.
35
México, el 27 de oct. de 1835, AGNO, Juan Pablo Mariscal, 5 de abril de 1837; f. 131140v.
36
AGPEO, Secretaría de Gobierno (en adelante SG) “Solicitud de aprobación de deslinde que hace el municipio y apeo puesta por los colindantes de los dueños de las marquesanas,
San Vicente Juchitán 1710-1850”, en Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850. Esparza, op. cit., p. 423.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
223
los límites de la propiedad, obligaron a ambos a acudir ante las instancias judiciales, que eran las únicas con autoridad suficiente para
emitir un dictamen y dirimir la controversia. Por ello, ese mismo año,
los jueces de paz de Juchitán comisionaron a Tomás de la Rosa para
que acudiera al juzgado de primera instancia de Oaxaca, que en ese
entonces estaba presidido por Benito Juárez, para obtener una copia
de los títulos primordiales del pueblo en la capital del departamento.37
Debido al desorden de los archivos sólo se encontró la historia de un
antiguo litigio de 1710 y no los verdaderos títulos primordiales de 1736.
Aunque los linderos asentados eran los mismos, los de 1710 no tenían
validez jurídica, mientras que los de 1736 contenían una Real Orden
de restitución de tierras emitida por la Real Audiencia. A pesar de ello,
Juárez ordenó la compulsa y mandó escriturar los títulos ante el notario Ambrosio Ocampo.38
Según los dos documentos y el deslinde de las tierras, la República
de Juchitán ocupaba un área de 10 leguas de longitud y latitud que
comprendía 10 sitios de ganado mayor y menor (entre las cuales se
encontraban las cinco antiguas cofradías de los dominicos) y las pesquerías donde llevaban a pastar a los ganados. Estos sitios los arrendaba el Ayuntamiento y con sus productos pagaban los impuestos, las
cargas concejiles y mantenían a la iglesia de San Vicente Ferrer.
Dos años más tarde, el problema se agudizó cuando el 3 de julio
de 1842, Pedro Garay, prefecto de Tehuantepec, y secretario de la Comisión Científica, de forma unilateral, les dio a los nuevos colonos posesión oficial de los terrenos en disputa, conforme a los límites del
mapa de Betzozzi, y éstos construyeron unas mojoneras de cal y canto. Aunque Garay tenía plenas facultades para definir los límites, por
las órdenes del gobernador, no siguió las instrucciones de realizar un
apeo y convocar a los vecinos para que a través del cauce jurídico deslindaran sus propiedades. Esto provocó una reacción de la comunidad
juchiteca, que al sentir amenazado su tochan in altépetl (nuestra casa,
la ciudad), trató en primera instancia de resolver el problema de manera legal.
La República de Juchitán recurrió al Juez de Primera Instancia,
Mariano Fuentes, para realizar un nuevo deslinde en mayo del 1844,
tomando como base las escrituras de 1710, el perito ordenó destruir
las mojoneras construidas por los colonos y ordenó edificar otras en
Guiegochachi o el “Cerro de la Iguana” en la frontera entre la hacienda
Esparza, op. cit., p. 387-435.
AGPEO, SG, “Solicitud de aprobación de deslinde”, en Conflictos de Tierras, leg. 64,
exp. 13, 1710-1850.
37
38
224
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
marquesana de Chicapa y Niltepec. Al hacerlo, desplazaron la línea divisoria 3 leguas al norte y 14 leguas de oriente a poniente con lo que
quitaron a los colonos “los mejores terrenos de que ha gozado la hacienda de Chicapa”, y sitios de las haciendas de La Venta, La Ventosa y
Rancho Lagartero.39 Por lo que estallaron las hostilidades.
Para evitar que el conflicto tomara otras dimensiones, el secretario de gobierno de Oaxaca solicitó el 22 de abril de 1845 que se carearan los vecinos ante los jueces José Antonio Santibáñez y Mariano
Fuentes, actuario y de Primera Instancia, respectivamente, y Pedro Portillo, como apoderado general del común del pueblo de Juchitán. Al
realizar el apeo con los vecinos, surgieron acuerdos importantes, pero
también afloraron las discrepancias sobre los límites de los terrenos.40
El representante de Maqueo y Guergué, Cosme Damián Almeida,
argumentó hábilmente la falta de validez jurídica de los documentos de
Juchitán ( 1710), y sostuvo que el litigio se debía a “la insaciable codicia
de un pueblo bárbaro sin otro título que su fuerza brutal protegida por
un juez maliciosamente predispuesto a obsequiar sus avanzadas pretensiones.” Por su parte, los representantes de Juchitán señalaron que
los dueños no presentaron “los documentos primordiales de su antiquísima propiedad”. Como el juez actuario no encontró evidencias jurídicas que concedieran la razón a alguno de los bandos prefirió no
construir ninguna mojonera y diferir el juicio hasta que presentaran
pruebas más contundentes.41
En esas circunstancias los dueños de las haciendas solicitaron a
Lucas Alamán que les proporcionara la documentación jurídica que
sustentara los límites de la propiedad, pero no pudo hacerlo, porque
como informaba al duque de Monteleone en 1850, “en la Casa no los
había, ni ha habido nunca papeles suficientes para defender aquellos
linderos”. Los dueños, para evitarse problemas, suspendieron los pagos
adeudados, reclamaron daños y perjuicios e intentaron regresar la propiedad a Lucas Alamán, pidiéndole que les reintegrara lo que habían
pagado. En la negociación final lograron una significativa reducción de
10 000 pesos del costo original de las haciendas. Una compensación
tardía e insuficiente, porque la rebelión ya había cobrado víctimas entre los administradores de las haciendas marquesanas.42
39
Es decir, el terreno en disputa era de 52 leguas cuadradas. AGPEO, SG, Conflictos de
Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850, p. 28, y leg. 16, exp. 4, p. 189; véase también Esparza,
op. cit., p 429.
40
AGPEO, SG, “Solicitud de...”, en Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850; p. 28.
41
Ibid., f. 35v-37.
42
Lucas Alamán al duque de Monteleone, 11 de febrero de 1850, núm. 188, en Lucas
Alamán, Documentos diversos, inéditos y muy raros, 4 t., México, Editorial Jus, 1947, t. III, p. 519.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
225
“La contumacia de un pueblo desobediente y los males que va a sufrir si
no se somete lisa y llanamente a las leyes”. La rebelión de 1844-1845
El conflicto estalló cuando el pueblo de Juchitán se percató que los
símbolos de su identidad, el mapa y los títulos primordiales del pueblo que debían estar resguardados en las casas consistoriales, habían
desaparecido. Al sentir amenazado su territorio, convocaron a la comunidad para informar de la situación. Hacían responsables de la desaparición a Calixto López y Marcelino Reyes Vera, antiguos jueces de
paz, quienes habían desempeñado sus cargos “cuando se versaron los
negocios de la posesión que se dio a las tierras marquesanas a D.
Estevan Maqueo” y cuando Pedro Garay era prefecto de Tehuantepec
para apoyar los trabajos de la planeación y recopilación de datos para
la vía de comunicación interoceánica.43 En diciembre de ese año, el
pueblo en pleno decidió hacer justicia por propia mano y encarceló a
los antiguos funcionarios después de exigirles que entregaran los fundamentales papeles.
La explosividad del pueblo juchiteco obligó al coronel José María
Ábrego a solicitar la intercesión del cura Félix María Chavarría para
salvar las vidas de los antiguos jueces de paz y evitar el estallido de la
rebelión que la comunidad había convocado para el 10 de enero de
1845 contra las autoridades. Un mes más tarde, el pueblo de Ixtaltepec,
puso en prisión y amarró en el cepo a Manuel Montellano y José Domingo Castillo, antiguos funcionarios, que habían “extraído de sus papeles y títulos varias fojas que resultan arrancadas”.44
El comandante de Tehuantepec, José María Ábrego, envió una partida militar al mando del capitán José Vicente Magro y el teniente Manuel Peimbert para contener los disturbios de la comunidad. Al llegar,
el juez Mariano Fuentes les indicó que el pueblo se hallaba congregado
en las casas consistoriales, en una asamblea presidida por los jueces de
policía, para “hacer valer sus derechos”. En dicha reunión redactaron
un sumario de ejecución contra los antiguos funcionarios municipales
que tendría lugar a las 4 de la tarde. Al llegar a la asamblea el capitán
Magro recogió los papeles, ordenó liberar a los acusados, mandó arrestar y atar a una cuerda a los 82 hombres que se encontraban reunidos
y los condujo a Tehuantepec, caminando cinco horas sin descanso;
43
Antonio de León, gobernador de Oaxaca, a Ministro de Guerra, 30 de diciembre de
1844, AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 1.
44
Antonio de León a Ministro de Guerra, 22 de enero de 1845, AHDN, exp. XI. 481.3.
2131, f. 4-5.
226
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
mientras las independientes y arrogantes juchitecas prorrumpieron en
“injurias contra la tropa”.45
A finales de enero, la comunidad de Juchitán, desesperada por haber agotado los recursos legales ante el Juzgado de Tehuantepec sin
encontrar eco a sus demandas decidió desterrar a las familias del recaudador de la renta del tabaco y alcabalas, Calixto López (incluyendo
a su padre Cesáreo) y a la del antiguo alcalde primero y síndico procurador Agustín Ramírez, acusados de robo del mapa y malversación de
los fondos de la caja de la comunidad, con “las ventas […] del ganado
del común y del patrón de este pueblo”.46 Joaquín Ramírez, padre de
Agustín, se quejó ante el juez Mariano Fuentes, de que el juez de paz
había decretado su expulsión del pueblo sin mediar un juicio y bajo la
advertencia de que, en caso de desobedecer al común del pueblo se
verían precisados a “sacarlos a la voluntad de un lazo hasta la raya del
Estado de Chiapas”. Además, se les exigió sacar sus pertenencias que
se encontraban en las haciendas marquesanas. El 27 de enero de 1845,
el secretario de gobierno de Oaxaca ordenó a Muñoz, comandante de
Tehuantepec, que impidiera que se cumpliera el decreto de expulsión
contra Calixto López porque era un funcionario público de quien dependía el cobro de la capitación y la recaudación de los impuestos de
las salinas, por lo que era imprescindible su presencia en el Istmo.
Cuando el prefecto de Tehuantepec, José María Muñoz, se enteró de
las amenazas al recaudador y la inacción del gobierno, envió una carta el 1 de febrero de 1845, condenando la política conciliadora del gobierno del general León. Aunque reconocía que las circunstancias de
la República no permitían tomar otras medidas que agravaran la situación, solicitaba refuerzos para “reprimir todo desorden, a hacer respetar las leyes y a manifestar a los malvados, que el Gobierno tiene la
fuerza física y moral para reprimirlos”.47
Dos meses más tarde, los brotes de descontento se manifestaron
entre la tropa de la guarnición. El 2 de abril de 1845, el gobierno de
Oaxaca se había retrasado un mes en el pago de los haberes de los
soldados, por lo que el comandante recurrió a los funcionarios municipales. El prefecto Faciliso Pedro Carballo le prestó 400 pesos de los
fondos del Ayuntamiento, suma insuficiente que lo obligó a recurrir a
Rafael Vaquerizo, administrador de las salinas de Echeverría, solicitándole un adelanto de la contribución de salinas. Vaquerizo se negó,
45
Ibidem.
Leocadio del Castillo y José Salazar al prefecto de Tehuantepec, 28 enero de 1845,
AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 9.
47
Carta de Joaquín Ramírez a Juez de Primera Instancia, AHDN, exp. XI.481.3.2131.
46
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
227
mostrando inflexibilidad y poca sensibilidad a los problemas de la comunidad, por lo que estalló un motín en la guarnición.
Al hacer la averiguación de quiénes habían iniciado la insurrección, las autoridades militares prefirieron no actuar “por las relaciones de parentesco y paisanaje” de la tropa con la población. Cinco días
más tarde, el gobernador Antonio León envió 200 hombres para reprimir la rebelión, al mando de José María Muñoz, quien a partir de entonces, debía hacerse cargo de la comandancia militar de Tehuantepec.
A fines de mayo Muñoz recibió informes alertándolo sobre la campaña de agitación política que dirigía Miguel Salgado, desde Teleoloapan
(cerca de Iguala), entre las comunidades indígenas, quien pretendía escindir el departamento de México y crear el de Acapulco. Ese mismo
mes, los militares detectaron una conspiración con características similares y cuyo epicentro era Juchitán, la cual, siguiendo el modelo anterior, planeaba la escisión del distrito de Tehuantepec para independizarse
del departamento de Oaxaca. La conspiración tenía adeptos entre los
auxiliares de la propia guarnición y revelaba la intensa labor política
que encontraba un campo fértil en la falta de pago de sus haberes. Para
evitar conflictos, el comandante desarmó al regimiento y dejó depositado en el cuartel todo el armamento.
Era la primera vez que se veían signos separatistas en el istmo de
Tehuantepec. El 3 de julio de 1845, José María Muñoz, con 200 hombres y una partida de 45 hombres de caballería, llegó a Juchitán. Esto
agudizó el movimiento, lo cual unido a la falta de pago a la guarnición
y a la tensa situación que privaba, culminó con la reunión de 1 500 a
2 000 hombres, de una población de 4 567 del pueblo y 9 700 del partido de Juchitán.
Mientras tanto, los mismos militares separatistas, dirigidos por el
teniente coronel José Gregorio Meléndez, Pablo Puertos, el teniente
José Antonio Fuentes, José María López y los hermanos Macedonio y
Marcelino Ruiz, insistían en exigir que se acatara la orden de expulsión
de los venales funcionarios. Al tratar de recuperar los mapas de la comunidad, destruyeron parte de sus casas y amenazaron de muerte a la
familia López, que logró escapar. Muñoz afirmaba que esos “hechos tan
depravados y escandalosos” merecían la condena enérgica del ejército,
y daba a conocer: “El desagrado con que el Supremo Gobierno ha visto
la contumacia de un pueblo desobediente y los males que iban a sufrir
si no se sometían lisa y llanamente a las leyes.” 48 Cuando llegaron ór-
48
Antonio de León al Ministro de Guerra y Marina, Oaxaca, 23 de julio de 1845, AHDN,
exp. XI.481.3.2131, f. 28-31.
228
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
denes del centro de Oaxaca, las autoridades militares exigieron que se
presentaran los líderes del movimiento, los soldados juchitecos recibieron a la partida militar con muestras de sumisión y respeto, mansamente
solicitaron un indulto y el gobierno los trató con indulgencia.49
Los proyectos cupulares de la vía de comunicación interoceánica 50
En 1842 resurgió con toda su fuerza el antiguo proyecto de comunicación interoceánica. Las necesidades de expansión del comercio y el
empuje empresarial se conjugarían con la voluntad política de Santa
Anna de promover el desarrollo económico del país. José de Garay, el
hijo menor de la dinastía empresarial veracruzana, fundada por Pedro
Antonio de Garay y Llano, antiguo prior del Consulado de Veracruz,
que había acumulado una gran fortuna durante el auge del comercio
irregular, presentó al presidente provisional el 25 de febrero de 1842
un memorial proponiendo la apertura de la vía interoceánica. Ejerciendo sus facultades extraordinarias Santa Anna aprobó cuatro días más
tarde el proyecto y otorgó la concesión, por 50 años, el 1 de marzo
siguiente. La Constitución de 1836 preveía que el Congreso debía someter a ratificación todos los contratos, pero como ésta estaba reformándose, no se cumplió con este requisito.51
Una vez aprobado el proyecto, el empresario contrató a Gaetano
Moro para que encabezara la Comisión Científica, que habría de practicar el reconocimiento del terreno (la exploración, las mediciones
topográficas y astronómicas) para proponer la ruta de la vía de comunicación. Al mismo tiempo, para facilitar los trabajos de la Comisión
Científica se dispuso muy convenientemente desde el centro el nombramiento de prefecto de la villa de Tehuantepec al teniente coronel
Pedro de Garay y Garay, sobrino del empresario, quien trabajaba simultáneamente en la Secretaría de Guerra y Marina y fungía como
secretario y tesorero de la Comisión Científica. Reunía tres responsabilidades: recaudar impuestos, “recopilar noticias estadísticas, materiales, mapas y manuscritos” y obtener información necesaria para la
Comisión, que reunió gracias al “celo de las autoridades, y al empeño
Iturribarría, Historia..., p. 233, y AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 31-40.
Lucía León de la Barra, “José de Garay y la concesión sobre el Istmo de Tehuantepec”,
tesis, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 2000.
51
José Fernando Ramírez, Memorias, negociaciones y documentos para servir a la historia de
las diferencias que han suscitado entre México y los Estados Unidos los tenedores del antiguo privilegio,
concedidos para la comunicación de los mares Atlántico y Pacífico en el Istmo de Tehuantepec, México,
Imprenta de Ignacio Cumplido, 1853, p. 6-7.
49
50
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
229
de personas juiciosas e irrecusables”.52 Al finalizar el estudio, que duró
nueve meses, Moro propuso cuatro alternativas al empresario, aunque
se inclinaba por la construcción de un canal de grandes dimensiones
de transporte de buques que vinculara al río Ostuta con el río Chicapa,
subiera por el valle de Tarifa y lo conectara con el río Coatzacoalcos.
Moro calculó que el costo del proyecto sería del orden de 17 millones
de pesos. Como México carecía de recursos para financiar la construcción, José de Garay elaboró un prospecto de inversión y emprendió un
viaje a Europa para buscar fuentes de financiamiento con que iniciar
la obra y socios que promovieran la empresa de colonización.53
Mientras tanto en el Istmo, los ingenieros militares coordinaron la
contratación de la mano de obra, la construcción del camino carretero
en el paso de Chivela, el entrenamiento y la formación de cuadrillas de
los trabajadores de la empresa que en distintas épocas llegaran a oscilar entre 500 a 1 500 indígenas de diversas etnias. La gran mayoría eran
binizáas, pero también emplearon huaves, mixes, zoques y zambos. Era
muy importante contratar capataces inteligentes y bilingües que sirvieran de traductores e intermediarios y entrenaran a los equipos de
20 trabajadores monolingües.54 La Comisión estableció el centro de
operaciones y mediciones trigonométricas en el pueblo de Juchitán.
Entre otras razones, por que allí se concentraba la mayor parte de la
mano de obra indígena y porque “los soldados zapotecos que llevaban
las cadenas, desplegaron una admirable inteligencia y en poco tiempo
se hicieron diestros”.55
A pesar de la gran capacidad de adaptación de los binnizáas y los
huaves, los conflictos y choques culturales no tardaron en presentarse,
sobre todo cuando los ingenieros se empeñaron en penetrar y traspasar
los umbrales de los lugares sagrados de las comunidades indígenas. Pedro Garay describió una de las múltiples experiencias cuando los ingenieros ordenaron colocar en la cumbre de Manopostiac el vértice de uno
de los triángulos de la red trigonométrica.56 La Comisión Científica ignoraba “el peligro” al que exponía a sus trabajadores cuando les ordenó
guiar a los ingenieros a la isla. Manopostiac era el lugar sagrado donde
Moro, op. cit., p. 1, 36-40.
Moro, op. cit., p. 6.
54
John Jay Williams, El Istmo de Tehuantepec, resultado del reconocimiento que para la construcción de un ferrocarril de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico, ejecutó la comisión
científica bajo la dirección del Sr. J. G. Barnard, traducción de Francisco de Arrangoiz, Méjico,
Imprenta de Vicente García Torres, 1852, p. 70-71.
55
Moro, op. cit., p. 6.
56
Pedro Garay, “Antigüedades zapotecas”, El Ateneo [Mexicano, 1844], p. 142-143.
FRBN 117laf.
52
53
230
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
había tenido lugar el mito fundador de la pugna interétnica entre los
binnizáas y huaves, y que se transmitía de generación en generación.
Entre los exploradores de la Comisión Científica se despertó un
gran interés por la antigua cultura zapoteca, al grado de que Pedro
Garay publicó una elogiosa reseña en El Ateneo Mexicano y entregó
más tarde las piezas arqueológicas recuperadas al Museo Nacional de
México.57 Sin embargo, se refirió con duras palabras a los otros grupos étnicos de la región. Respecto de los mixes, expresó que “física y
moralmente [.] son una raza degradada, de aspecto repugnante y de la
más grosera barbarie.” De los huaves, decía que “algunos entre ellos
manifiestan una inteligencia extraordinaria; pero los más son tan brutalmente ignorantes, que se diferencian poco de un pueblo salvaje”.
Los zambos, en contraste, eran jornaleros robustos y laboriosos, pero
“como en general todos los indígenas de estas partes suelen entregarse
fácilmente al exceso de bebida”.
El 11 de enero de 1843 Pedro Garay presentó un informe con los
avances de la obra y señaló los principales obstáculos para lograr consolidar el proyecto de colonización: la difícil geografía de los terrenos
y la propiedad y tenencia de la tierra. Preveía los conflictos por “las
contradicciones que podían oponer los propietarios por cuyos terrenos pasará la vía de comunicación”, en particular con los pueblos indígenas, que empezaban a intuir que serían desplazados de sus tierras
por un proyecto de desarrollo y, aunque no se oponían a la construcción
de la vía interoceánica pues era generadora de empleos, rechazaban que
fuera a costa suya. Recordemos que el contrato original obligaba a los
empresarios a pagar una indemnización por los terrenos expropiados.
Pedro Garay pedía a su tío José, el empresario, que intentara remover
este obstáculo. El presidente interino, general Nicolás Bravo, otorgó la
“posesión de todo el terreno por donde había de pasar la comunicación,
desde la barra de San Francisco (del Mar) hasta la de Coatzacoalcos
incluyendo a los terrenos baldíos”.58 Además con el decreto del 9 de
enero de 1843 arbitrariamente ensanchó la concesión de 1/4 de legua
a 10 leguas en ambos lados de la vía de comunicación. Y autorizó a
declarar como “terrenos baldíos todos los que excedieran del fundo
legal del pueblo, y los que poseían sin título legítimo por los particulares o corporaciones”.59 Esto quería decir que podían disponer de los terrenos de los pueblos de los partidos de Tehuantepec, Nejapa y Juchitán
Moro, op. cit., p. 30-31.
Ramírez, op. cit., p. 10.
59
Ramírez, op. cit., p. 24.
57
58
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
231
íntegros, quienes además debían probar la posesión de sus títulos, algunos de los cuales estaban desapareciendo “misteriosamente”.60
El gobernador de Oaxaca, el general Antonio de León ordenó la
entrega de los terrenos y el 2 de abril de 1843 le informaron que había
finalizado la toma de “posesión de los baldíos a Pedro Garay en representación de (José [de]) Garay” y que habiendo “concluido el reconocimiento del istmo había salido para México” dejando un representante
de la empresa”.61 De León había advertido a la empresa que debía convocar a los pueblos circunvecinos para señalizar conjuntamente los
nuevos límites y las zonas estratégicas de la vía “para que de una manera fija, permanente e inalterable” quedaran señaladas y no hubiera dudas sobre los límites de la concesión.”62 Sin embargo, como hemos visto
en el apartado anterior, la Comisión Científica violando el acuerdo construyó unilateralmente las mojoneras de cal y canto.63 Esta situación sería uno de los detonantes para desencadenar la rebelión de 1844.
La concesión de la vía tuvo una larga y complicada historia de ratificaciones y declaraciones de caducidad del contrato hasta que finalmente fue anulada, sólo nos interesa rescatar los aspectos que alimentaron
el conflicto de Juchitán. A punto de expirar el primer plazo de caducidad del contrato, en 1846 se ratificó la concesión modificando los
términos prescritos para indemnizar a los propietarios de terrenos expropiados, ya no se pagaría con dinero en efectivo sino con “terrenos
baldíos alejados de las 20 leguas concedidas a los márgenes del canal
interoceánico”.64 Esta disposición que causó gran malestar, pues los
indígenas no sólo serían desplazados de su altépetl sino que trocarían
tierras fértiles por terrenos improductivos. Ese mismo año José de
Garay, sin autorización del gobierno, traspasó la facultad de colonizar
los terrenos baldíos y la explotación de las maderas finas, especialmente
la caoba, a las firmas británicas de Manning y Mackintosh y John
Schneider y Cía., empresa constituida por los cónsules británicos. Y
en 1848 la empresa británica traspasó sus derechos al financiero norteamericano Peter Hargous, y en febrero de 1849 José de Garay se asoció y traspasó sus derechos al mismo empresario norteamericano.
Mientras tanto, el Ejecutivo emitió un decreto el 4 de diciembre de
1846 otorgando nuevas facultades a la Dirección General de Coloniza-
Ramírez, op. cit., p. 11.
Ramírez, op. cit., p. 12.
62
Manuel Larrainzar, Análisis del dictamen de la comisión de negocios extranjeros al Senado
de los Estados Unidos sobre el negocio de Tehuantepec, Washington, 1852, FR IIH, p. 10.
63
Véase Ley de 1 marzo de 1845, en Ramírez, op. cit., p. 12- 20.
64
Decreto de José Mariano Salas, 5 de noviembre de 1846, Ramírez, op. cit., p. 38-39.
60
61
232
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ción e Industria, y nombrando como director a Antonio de Garay, hermano mayor del empresario y socio capitalista de la empresa. Desde
esa posición la empresa se vinculó con la Sociedad Nacional para Emigración y Colonización Alemana presidida por el doctor Kunser, quien
se asoció con los de Garay y autorizó un proyecto de emigración masiva a México con la condición de que se promoviera la tolerancia de
cultos que estaba prohibida por la Constitución, pues la mayoría de los
colonos eran de “religión evangélica protestante, y que sin la seguridad de ejercer su culto y sin la libertad de la instrucción religiosa, no
es posible que se dirijan al suelo mexicano”. Aunque Antonio de Garay
propuso su reforma, el legislativo en 1848 se mostró adversa a tal idea65
y con ello se pospuso la colonización alemana en el Istmo.
El 5 de febrero de 1853 el presidente de la Suprema Corte, Juan B.
Ceballos, fuertemente presionado por Estados Unidos por la rescisión
del contrato anterior, adjudicó el privilegio de construcción de la vía a
la compañía Sloo, encabezada por Ramón Olarte, Manuel Payno y Joaquín Pesado. Y por primera vez, haciendo a un lado sus antiguas objeciones al desaparecer el peligro de la expropiación de sus terrenos para
la colonización, y persuadido por el alemán von Tempsky, José Gregorio
Meléndez se pronunció finalmente a favor de la comunicación y del
regreso de Santa Anna:
Considerando que esta villa hoy más que nunca necesita la pronta reorganización, estabilidad y buen nombre, puesto que en ella se fijan las miradas del mundo entero [sic], principalmente por haberse celebrado ya la
contrata de la apertura del Istmo, y que sin la paz y buen arreglo tampoco
podremos disfrutar de las ventajas de tan grandiosa obra, ni los empresarios podrán sino con grandísimas dificultades comenzar sus trabajos.66
La gubernatura de José Joaquín Guergué, la autonomía del Istmo frente
al Estado y el ascenso de Juárez al poder
Dos años más tarde de la primera rebelión en Juchitán, cuando México
se hallaba al borde de la guerra contra los Estados Unidos, México sufrió una severa crisis de hegemonía. A mediados de 1846, en plena guerra con Estados Unidos, llegó al poder una coalición de liberales mo-
65
Antonio de Garay, Memoria de la dirección de colonización e industria. Año de 1849.
México, Imprenta de Vicente G. Torres, 1850, FRBN, 762laf.
66
Plan de Tehuantepec, 21 febrero de 1853, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (18211854)..., p. 415-416. Véase supra nota 16.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
233
derados y puros en el estado de Oaxaca.67 Mientras tanto en la capital
de la República, por segunda ocasión Santa Anna y Valentín Gómez
Farías, formaron una coalición liberal y militar para sacar adelante un
proyecto de reforma fiscal para financiar la guerra con Estados Unidos, el Congreso promulgó el decreto del 11 de enero de 1847 autorizando un préstamo hasta un tope de 15 millones de pesos que se obtendrían con la hipoteca o venta en subasta pública de los bienes
eclesiásticos. La reacción contra el decreto fue intensa, en Oaxaca el
15 de febrero de 1847 estalló una ola de descontento en el ejército que
culminó con el derrocamiento del régimen liberal de Arteaga y la entrega del poder al vicegobernador José Joaquín Guergué, el dueño de
las haciendas marquesanas. Dos fueron las fuentes de oposición al régimen de Guergué: por un lado, Benito Juárez en la capital de la República, y por otro lado, una rebelión popular de oposición que encabezó José
Gregorio Meléndez en el istmo de Tehuantepec hasta lograr su renuncia
el 28 de mayo. Por casi seis meses, Oaxaca no pudo recuperar el control
de ese departamento. Mientras que las fuerzas norteamericanas avanzaban hacia la capital de la República, Juárez se desplazó en agosto a
Oaxaca, para tratar de restablecer la forma de gobierno federal. Un
movimiento militar derrocó al gobernador en funciones. En teoría debía regresar Arteaga, pues era el gobernador, pero el partido liberal,
prefiriendo un pragmatismo político a la legalidad, entregó el poder a
Juárez en octubre de 1847.68
Uno de los primeros actos de gobierno de Juárez fue afianzar su
poder en el Istmo, nombrando como gobernador interino a su compadre Máximo Ortiz, y a Meléndez como coronel de la guardia nacional
de Juchitán y Tehuantepec y con ello desplazó al coronel que había
encabezado la resistencia al gobierno conservador de Guergué. Esta
decisión chocó con las expectativas de Meléndez. La incongruencia
entre sus aspiraciones políticas y la posición de mando ofrecida lo colocaron en una situación de frustración que lo llevó a acercarse a posiciones ideológicas radicales.
Juárez justificó su decisión en la importancia estratégica de una
buena organización militar ante una eventual agresión estadounidense, ya que el ejército invasor que había desembarcado en Tabasco amenazaba penetrar por el río Coatzacoalcos. En realidad esto era una
promoción al flanco del líder juchiteco, pues como gobernador podría
Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 337-338.
Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 349-351; Reynaldo Sordo Cedeño,
“Benito Juárez y el Soberano Congreso Constituyente, 1846-1847”, en Luis Jáuregui Serrano, Historia y nación, t. II, 1998, p. 355-378.
67
68
234
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
encabezar la defensa del Istmo. Meléndez consideró que se vulneraba
su prestigio ante quien sería su principal rival. Como consecuencia,
acusó al gobierno de Juárez de ilegítimo y se declaró en rebeldía. Juárez
envió al teniente coronel José María Muñoz a restablecer el orden y
para exigir la renuncia de Ortiz.69
Sin embargo, la división del mando político y militar que proponía
Juárez tenía sentido en la coyuntura del momento. El gobernador se
había percatado de las intenciones expansionistas norteamericanas en
el Istmo. Las victorias militares prácticamente habían asegurado la
transcontinentalidad del territorio norteamericano, por lo que el gobierno de James K. Polk empezó a considerar que entre las diversas
propuestas para unir al Atlántico con el Pacífico, la de Tehuantepec e[ra]
la verdadera vía americana”.70 Para lograr su propósito avanzó en dos
direcciones. Por un lado, ordenó a la escuadra que dirigía el comandante Perry en el Istmo iniciar un reconocimiento de la zona que realizó a partir de 1847 y se prolongó hasta 1848.71 Por el otro, Polk giró
instrucciones a Nicholas P. Trist de que ofreciera en las negociaciones
de paz hasta 15 millones adicionales a la indemnización norteamericana, a cambio del paso franco por la zona. Sin embargo la oferta fue
rechazada enérgicamente por los mexicanos.72
Al finalizar la guerra Juárez vio con mucha suspicacia todos los
movimientos de los norteamericanos. El 19 de junio de 1850 llegó a
Minatitlán Charles Webster como cónsul, para preparar los trabajos
de la tercera Comisión Científica de reconocimiento encabezada por
Peter Stuart Trastour, y solicitó autorización para que desembarcaran
los operarios y herramientas que transportaba el navío Gold Hunter.
Juárez se opuso terminantemente, prohibió cualquier injerencia norteamericana y pidió al gobernador del Istmo, José María Muñoz, y al
jefe de la sección hidráulica que lo impidieran, participando su decisión al cónsul norteamericano en Tehuantepec, Charles Webster. Juárez
consideraba que se trataba de aplicar la vieja estrategia colonizadora
norteamericana de Texas al istmo de Tehuantepec.73 Ante ese difícil
69
Benito Juárez, Esposición que en cumplimiento del artículo 83 de la Constitución del
Estado hace el Gobernador del mismo al Soberano Congreso al abrir sus sesiones el 2 de julio de
1848. Oaxaca, Ignacio Rincón, 1848, 35, FRBN 491laf, p. 12; p. 6. fr 491laf.
70
Williams, op. cit., p. 169.
71
Williams, op. cit., p. 6-10.
72
Williams, op. cit., p. 171-172; Alejandro Sobarzo, Deber y conciencia. Nicolás Trist, el
negociador norteamericano en la guerra del 47, México, Fondo de Cultura Económica, 1996,
p. 242-258.
73
Williams, op. cit., p. 6-10; Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 390; Suárez
Argüello, “José Fernando Ramírez: su estrategia para defender la soberanía”, en Jáuregui,
op. cit., t. II, p. 401-419.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
235
panorama internacional, era evidente que Juárez requería de todo el
apoyo político y de aliados nacionales para gobernar, hacer prevalecer
la soberanía del estado de Oaxaca, y llevar a cabo sus reformas. Su
proyección en la política nacional y su participación en el Congreso le
habían dado una visión nítida del peso de la oligarquía nacional en las
decisiones políticas, y de la importancia de sus inversiones en el estado. Para atraer éstas debía asegurar los derechos de propiedad, lo cuál
coincidía con sus propias convicciones de las ventajas de la propiedad
privada sobre la comunal. De tal suerte que “exigió la vuelta al orden”,
es decir, la vigencia de la ley, imponiendo la obligación de respetar el
monopolio de la sal y las propiedades sancionadas por el Estado.
La polémica nacional de las salinas y su expresión en Juchitán
En marzo de 1849, volvió a aflorar de forma aguda el conflicto entre las
comunidades indígenas de Juchitán y las elites nacionales por el control
de los recursos naturales. La discusión no estaba aislada, sino enmarcada
en una polémica nacional que cuestionaba la privatización de las salinas y los contratos firmados durante la administración provisional de
Santa Anna en que se había consolidado un grupo oligopólico muy poderoso. Las puntas de lanza de la oposición eran las legislaturas de
Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas y, desde luego, Oaxaca. Para
1851, Tamaulipas se puso a la vanguardia, cuando decretó la libre explotación de las sales en el estado. Por su parte, Zacatecas, emulando
a Tamaulipas, exigía a la legislatura poner la disposición en vigor, pero
tanto el congreso local como el nacional estaban dominados por aliados de los financieros que además eran miembros del oligopolio. El
presidente de la Cámara de Diputados en 1851 era nada menos que
Francisco Javier Echeverría.74
Lo peculiar es la forma en que la polémica nacional se concretó en
Juchitán y las profundas divisiones que se dieron en el seno de la
subprefectura. En esta ocasión la comunidad se hallaba dividida en
dos posiciones extremas que discrepaban en la concepción de la propiedad y el derecho de explotación de las salinas. Por un lado, la posi74
Ramón Zornosa, “Excitativa que el ayuntamiento de la capital dirige al honorable
congreso del Estado para que se sirva decretar la libertad de la explotación de las sales”.
Zacatecas, febrero 20 de 1851, en Periódico oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos,
sábado 5 de abril de 1851; Congreso Senado, Dictamen de la Comisión segunda de puntos constitucionales del Senado, sobre el decreto de la legislatura del Estado de San Luis Potosí, que gravó las
sales con un impuesto de dos reales por fanega, Méjico. Imprenta de V. G. Torres, a cargo de L.
Vidaurri, 1850, 132 p.
236
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ción sostenida por Tomás de la Rosa, alcalde primero constitucional,
apoyado por Pedro Portillo, subprefecto del partido de Juchitán, consideraba que las salinas que se encontraban dentro de los límites del
pueblo estaban dentro de un régimen de propiedad privada y debían
respetarse como tales. Por otro lado se esgrimía la postura del común
del pueblo, que se había ventilado en una reunión convocada por el Ayuntamiento el 19 de abril de 1849. Esta postura la defendían Macedonio
Ruiz, Simón López, José Hilario López y Santiago y Prudencio Orozco,
quienes, discrepando de las autoridades municipales, consideraban que
por tradición el usufructo de las salinas era un derecho inalienable del
pueblo. Apelaban a la autoridad divina, la única cuya legitimidad era
irrefutable y a la que estaban dispuestos a obedecer: “todo habitante
es libre para disfrutar cualquier beneficio [otorgado] por la Providencia divina en términos de sus terrenos.” 75
Estas salinas, a partir de las reformas borbónicas, se habían convertido en un estanco o monopolio estatal. Con el establecimiento de la
República, el Congreso Constituyente de 1824 decretó que el monopolio
fuera controlado por la Federación76 y autorizó al Ejecutivo para concederlas en arrendamiento a particulares. Con el propósito de obtener recursos, se arrendaron desde 1825 a Echeverría, quien sería su futuro
dueño. Francisco Javier Echeverría y Migoni era un destacado empresario y comerciante del eje México-Veracruz, y uno de los hombres de
más influencia en el mundo de las finanzas públicas y de los negocios
en el México del siglo XIX.77 Su padre, Pedro Miguel de Echeverría,
pertenecía a la elite financiera del ex Consulado de Veracruz, fue uno
de los principales beneficiarios de las operaciones financieras del comercio neutral,78 que le dio una proyección internacional al ligarse a
empresas europeas como las casas de Hope, Baring y Ouvrard.79 Ade75
Para la reconstrucción de este periodo de la rebelión, véanse documentos anexos
en Cruz, VC1, p. 27-69 y que rescata los publicados en Benito Juárez, Exposición del día 2
de julio de 1850, Oaxaca, Ignacio Rincón, 1850, Documentos 8-26; Benito Juárez, Documentos que se citan en la Exposición el día 2 de julio de 1851, Oaxaca, Ignacio Rincón, 1851.
76
Ley de clasificación de rentas del 4 de agosto de 1824, Mariano Galván Rivera, Nueva colección de leyes y decretos mexicanos en forma de diccionario..., 1854, tomo II, p. 587-590,
Dublán y Lozano, Legislación mexicana, p. 710-712.
77
Leonardo Pasquel, Presidentes de la República veracruzanos, México, Ed. Citlaltépetl,
1982, p. 28-36. Enrique Cárdenas, Mil personajes en el México del siglo XIX, Banco Mexicano
Somex, 1979, v. 1, p. 565.
78
Matilde Souto Mantecón, Mar abierto. La política y el comercio del Consulado de Veracruz
en el ocaso del sistema imperial, México, El Colegio de México, 2001; p. 266-267, 287-289.
79
Para un estudio más profundo, véase Guadalupe Jiménez, La Gran Bretaña y la independencia de México, 1808-1821, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 191-260;
Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio Español,
1780-1810, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1999, p. 173-277;
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
237
más, estaba emparentado con el virrey Enríquez de Almanza, por su matrimonio con Refugio Almanza.80 Era socio de un importante consorcio
comercial entre cuyas empresas destacaban la casa “Viuda Echeverría e
hijos” y las empresas de Compañía de Minas Zacatecano Mexicana o
Fresnillo.81 El empresario estaba interesado en ejercer control sobre la
explotación de las salinas por su impacto en la industria de la plata,
la punta de lanza y factor de arrastre de la economía nacional. Como es
sabido las salinas y la saltierra constituyen uno de los insumos esenciales para la explotación minera. Para Echeverría era importante incorporarse a la competencia oligopólica, definir las estrategias, controlar y
proveer a las empresas mineras de su insumo básico.
El gobierno del centro (del estado de Oaxaca) publicó la convocatoria de la venta definitiva de las salinas el 24 de marzo de 1843 en el
Diario del Gobierno, pero sólo fue para llenar el requisito formal, porque prácticamente estaban en su poder, por su prolongado arrendamiento y por haberse convertido en la garantía del préstamo realizado
en 1839. Para administrar sus nuevas posesiones el 21 de noviembre
de 1843 Javier Echeverría firmó un nuevo contrato con Rafael Vaquerizo, vecino de Oaxaca y residente en Tehuantepec, para que a su nombre tomara posesión de las salinas de Tehuantepec y las administrara,
pero en especial le recomendaba “cuid[ar] y defend[er] sus linderos y
que no se introduzcan los colindantes o cualesquiera otros”.82 La venta de las salinas generó mucha animadversión en Oaxaca.
Mientras esto tenía lugar en las altas esferas de la política financiera nacional, los binnizáas, completamente ajenos a las disposiciones constitucionales y a los contratos financieros del Estado, seguían
explotando las salinas sin mayor contratiempo, pero conservaban en
la memoria colectiva del pueblo la defensa de la propiedad de las salinas que habían emprendido algunos caciques, así como las repúblicas
de indios de San Francisco, San Mateo del Mar, Aguatulco, Astata y
Guamelula, cuando disputaron con Miguel Alarcón, administrador de
tabacos de la Real Hacienda en el partido de Tehuantepec, quien había denunciado las salinas ante el propio Ministerio para convertirlas
en estanco en 1778 y 1779. Ante las interpelaciones indígenas, la Corona respetó la propiedad de quienes la demostraron con documentos y
compró la mayoría de las salinas, pero dejó intacto el derecho de los
indígenas a explotarlas y beneficiarse de las sales, aunque les advirtió
Antonia Pi-Suñer, El general Prim y la cuestión de México, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1996.
80
AGNM, Ramón de la Cueva, 169, 1856, 13 de febrero.
81
AGNM, Francisco Madariaga, 426, 1852, Testamento.
82
AGNM, Francisco Madariaga, 426, 1843, 21 nov., f. 1021v-1022.
238
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
en su reglamento que si negociaban con ellas serían tratados como contrabandistas; en la práctica, siempre permitió que las comercializaran
siendo su principal comprador.83
Además de estos antecedentes, en las consideraciones del común
del pueblo pesaba también el decreto del Congreso, de 1845, que había
sujeto a revisión los 277 contratos firmados durante la administración
dictatorial de Santa Anna, entre los que se incluían los de Echeverría.
La profunda divergencia en la concepción de la propiedad y la posesión
de un derecho, dio origen a la división del cuerpo municipal; algunos
ediles consideraban que era responsabilidad del municipio proteger los
derechos de propiedad del importante financiero y expresidente. Los
otros, reconocían la existencia del contrato de Echeverría, pero apelaban a la antigua tradición y defensa de sus derechos.
Después que los contratos habían sido cuestionados por el propio
Congreso Federal, los binnizáas, alegando sus derechos adquiridos, se
dirigieron a las salinas y sacaron de los almacenes de depósito algunos
costales con sal. A solicitud de Rafael Vaquerizo, administrador de las
salinas de Francisco Javier Echeverría, el ejército intervino para proteger la propiedad del político y para evitar que la población siguiera
fomentando los saqueos. En el ámbito municipal, fueron Tomás de la
Rosa, Pedro Portillo y José María Muñoz, comandante de Tehuantepec,
quienes ejecutaron las órdenes y trataron de contener las extracciones
clandestinas. Denunciaron a los miembros de la comunidad que vendían la sal en el mercado, violentando todas las disposiciones emitidas
por el Ayuntamiento. Solicitaron apoyo para aprehender a José Gregorio
Sánchez y a Mariano N., alias Chichic, como los líderes que fomentaban
el robo de los depósitos de sal. José María Muñoz, a su vez, solicitó a
Benito Juárez, gobernador del estado, que enviara 150 hombres para
contener esos abusos.84 A pesar de estas disposiciones, en marzo se prolongaron las extracciones de sal y, el 10 de abril de 1848, José Gregorio
Meléndez y Chichic escalaron el conflicto, pues no se limitaron a extraer salinas de los depósitos de Echeverría, sino que se dirigieron a explotar las de Salina Cruz, que estaba fuera de la jurisdicción de Juchitán.
La respuesta de los miembros del Ayuntamiento y del administrador de las salinas fue ordenar a Manuel Niño López que incautara las
mulas del común del pueblo de Juchitán, el cual continuaba extra83
El decreto de 10 de mayo de 1783 y el artículo 23 del reglamento, no permitía
“extraerla ni negociar en ella, pena de ser tratados como contrabandistas, pero aquellos
indios puedan beneficiar y coger las salinas que necesiten precisamente para su uso”.
Fabián de Fonseca y Carlos Urrutia, Historia General de Real Hacienda escrita por orden del
Virrey Conde de Revillagigedo, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1851, t. IV, p.
104-107, p. 124-125
84
Cruz, VC1, p. 30
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
239
yendo las salinas, desobedeciendo sus órdenes. Para los juchitecos,
la disposición constituyó una afrenta, por lo que organizaron una manifestación de 80 hombres que se presentó a la Sala Consistorial para
exigir la devolución de las mulas y amenazó con desconocer la autoridad de los ediles del pueblo. Simón López y Macedonio Ruiz informaron que el pueblo había tomado la decisión de explotar las salinas, pues
no podía ver con indiferencia que el administrador de Echeverría, Rafael Vaquerizo, no sólo no las explotara, sino que se diera el lujo de perderlas “con rastras y bueyes”, como había hecho con las salinas de
Dovaguichi y Lagunetas. No era justo que se perdieran esos recursos,
sólo por defender el derecho de una propiedad privada.85
Cuando el caso se giró al Juez de Primera Instancia, el común del
pueblo de Juchitán envió un escrito donde declaraba que no podía permitir que continuara la infamia de Vaquerizo e, invocando el “derecho
de naturaleza”, sostenía que eran los “legítimos dueños” y tenían derecho a su explotación
para aprovecharnos de este fruto, pues el Ser Supremo quiso ponerlo en
nuestro suelo, en nuestra costa (bendito sea Dios) y no como se dice que
la estamos robando; producción ofensiva y vilipendiosa; pues el que coge
y disfruta lo que es suyo no lo hurta: Nosotros somos mexicanos, somos la
nación, y somos dueños y tenemos el mismo derecho para que de este fruto
aprovecharnos y de esto que trabajamos tenemos los impuestos que pagarle
a la nación y otras cargas concejiles precisas pertenecientes, como es nuestra Iglesia tan deteriorada de un todo, las obras de beneficencia paralizadas y la de capitación atrasadas y el pueblo insolvente, y supuesto que la
nación no necesita en el día de la sal, repetimos seguir sacando la sal por
ahora y venderlo al mejor postor.86
Cuando Juárez tuvo conocimiento del caso, trató de darle una solución política y evitar que se desencadenara “la terrible guerra de castas”. Temía que escalara la violencia a nivel estatal, por lo que solicitó al
secretario de Relaciones Exteriores, José María Lacunza, que se comunicara con el presidente de la República, le informara la situación e intercediera para influir sobre el dueño, para que flexibilizara su posición
y permitiera al pueblo explotar las salinas y, sobre todo, que pidiera al
administrador que “obrara con prudencia” y dejara de hostilizarlo.87 Aunque no se conoce la respuesta de Echeverría, es evidente que mantuvo
su postura rígida y le negó a la comunidad toda posibilidad de volver a
85
86
87
Simón López y Macedonio Ruiz, 17 abril 1849; en Cruz, VC1, p. 29-30.
Ibidem. Cursivas mías.
Juárez a Lacunza, 23 de abril de 1849, en Cruz, VC1, p. 28.
240
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
explotar las salinas para su consumo personal. En la lógica del empresario la solicitud del pueblo era inaceptable. Aunque las salinas se comercializaban en todo el país y sus principales consumidores eran las
empresas mineras, el pueblo de Juchitán era su mercado y su consumidor potencial. Por ello, no podía acceder a las demandas. En la lógica capitalista, la destrucción del exceso de producción de las salinas
permitía regular la oferta y controlar artificialmente los precios de la
sal en un mercado oligopólico, como era el caso.
Como el Ayuntamiento en funciones había apoyado consistentemente la propiedad de Echeverría y no cedía ante las demandas del
común del pueblo, en un rito de pasaje Macedonio Ruiz convocó a la
comunidad con música ritual, interpretada con instrumentos prehispánicos: dehuééhues (cajas o tambores), gueeres (flautas de carrizo),
vihigus (caparazones de tortuga) y caracoles. Como si se presagiara el
final, se reunieron en El Calvario para proponer la destitución del Ayuntamiento, pues ya no representaba a los intereses del pueblo. El edil Tomás de la Rosa se percató de la reunión y algunos de los regidores del
Ayuntamiento dictaron órdenes de aprehensión contra los líderes del movimiento. Se encarceló a los hermanos Marcelino y Mariano Ruiz y a
Juan López (el hijo de Simón López que en la acción hirió al regidor
Vicente Regalado al impedir que aprehendieran a José Hilario López).
El brote de rebelión se calmó durante la celebración de las fiestas tradicionales del pueblo, el 25 de mayo de 1849. El militar José María Muñoz
llegó a Juchitán con una partida del ejército para mantener el orden.
Los hombres depusieron las armas y la calma regresó, Muñoz cobró la
capitación, estableció una escuela y controló el ramo de policía. Esta
tranquilidad, semejante a la calma chicha que precede a las grandes
tormentas, pronto cedió para dar paso a un conflicto mayor.
Un año más tarde, el 22 de marzo de 1850, la comunidad logró
recobrar el control del Ayuntamiento y volvió a luchar por sus derechos. Simón López fue elegido como alcalde primero en sustitución de
Tomás de la Rosa, apoyado por el común del pueblo y, según la versión
del militar José María Echavarría, “por vecinos perversos”. El alcalde se
percató de la ausencia del mapa del pueblo y sospechó inmediatamente
de Manuel Niño López, por lo que ordenó encarcelarlo.
Niño López era originario de Juchitán y estaba por partida doble
en el ojo del huracán: era arrendatario del rancho Río de Chicapa, uno
de los terrenos en disputa, era empleado de Echeverría, bajo cuyas órdenes ejecutó las sentencias contra los transgresores de las salinas, y
había huido a Tehuantepec por temor a que prosperaran las amenazas
de Simón López. En una carta que envió al gobernador de Tehuantepec
y al subprefecto Pedro Portillo el 20 de marzo de 1850, decía:
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
241
En tiempo en que el terreno denominado Río de Chicapa reconocía a las
haciendas marquesanas, estuve arrendándolo por el espacio de 15 años,
pagando con la debida puntualidad a los dueños de éstas la cuota que convine con ellos; mas luego en el año de 1844, que mi relacionado pueblo
alegó dominio y propiedad […] retiré mi ganado del lugar para evitar
disensiones con el que he reconocido, [y] declarado dueño. En todo el tiempo que estuve poseyéndolo pagué […] con mucha puntualidad el arrendamiento.
La versión de Manuel Niño López es a todas luces una verdad a
medias, porque si abandonó el rancho en 1844, después de 15 años de
renta, debió haber rentado las haciendas marquesanas en 1829, cuando éstas habían sido incautadas por el gobierno; lo que es dudoso. O
bien, lo empezó a arrendar a Maqueo en 1835 y en 1850 todavía vivía
en el terreno en disputa (sin abandonarlas en 1844), o tenía un doble
arreglo de arrendamiento, uno de los cuales evidentemente incumplía.
Esto lo reconocía implícitamente cuando afirmaba:
Señor Gobernador quiero suponer por un solo momento, sin conceder,
que yo hubiera estipulado con el común pagarle cierta cuota anual por el
arrendamiento de Chicapa, y que yo no hubiese cumplido, adeudándole
todos los vencimientos, ¿pero el modo con que ha procedido el alcalde
López, es el prescrito por la ley, para proceder contra los deudores? ¿Él es
la autoridad que puede conocer de la cantidad de 800 pesos que es el cargo insanguinario [sic] que me hace? ¿Qué sentencia ha precedido? ¿En
qué tribunal se me ha demandado y oído? 88
La versión de Gilberto Muñoz, recogida por la tradición oral juchiteca, cuenta que el cuerpo municipal después de aprehender a Manuel
Niño López, Né Nííhíñu, le impuso como castigo el “cepo de campaña”
y éste soltó la lengua y delató al exalcalde Pablo del Puerto, acusado
de haber robado los mapas del pueblo, a los cómplices y a los “vendemapas”, quienes confirmaron su declaración. Como castigo, el cuerpo municipal decretó que se les embargaran sus propiedades y a Niño
se le exigió el pago de 800 pesos que le adeudaba por el arrendamiento
de los terrenos del común del pueblo.89
88
Representante de Manuel Niño López, al gobernador de Tehuantepec, marzo 20
de 1850, en Periódico Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, lunes 1 de
julio de 1850.
89
Orozco, op. cit., p. 27-36.
242
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La matanza de Juchitán y el enfrentamiento entre jurisdicciones, el nivel
nacional, estatal y municipal
El alcalde Simón López, desconfiando del sistema de administración
de justicia, decidió incautar y vender los bienes de Manuel Niño López
sin apegarse a recomendaciones de las autoridades departamentales
de que esperara el fallo judicial antes de emprender cualquier acción.90
Por ello, según la versión de Meléndez, si alguna falta pudiese atribuir
a Simón sería la de “inobediencia al llamado de las autoridades”.
Fue entonces cuando Meléndez decidió participar activamente en
el conflicto, tratando de interceder por el alcalde ante los militares.
Mientras tanto, Simón López, alertado por el despliegue militar que
amenazaba con aprehenderlo, huyó a los montes de Juchitán, pero encargó a sus subalternos que entregaran el mapa y títulos de los terrenos del pueblo a Meléndez, porque era el único capaz de defenderlos,
tal como lo refiere Gilberto Orozco en sus “Tradiciones y leyendas del
Istmo de Tehuantepec”: “Una noche de abril, al claror de la luna, numerosos juchitecos en comisión se acercaron a Melendre en su rancho.” Por su parte, los militares, el gobernador del departamento de
Tehuantepec, José Marcelino Echevarría, y el comandante Miguel Conde, se dirigieron a Juchitán para verificar que se cumplieran con las
órdenes de consignación del juez y para restablecer el orden “subvertido” por el alcalde Simón López, a quien trataron de consignar, pero no
lo encontraron.
El 12 de abril de 1850, cuando las autoridades se enteraron de que
Meléndez tenía en su poder los importantes documentos, se los mandaron pedir por medio del regidor Juan Castillejos. Melendre se rehusó a
entregarlos, pues eran la única prueba con que contaba la comunidad
para definir la propiedad de la tierra y el único sustento de su lucha, ya
que en ellos se registraban los límites de la propiedad, la inclusión de
las salinas en el pueblo. Estaba dispuesto a entregarlos, pero públicamente, para que por medio de esa formalidad se sancionara la responsabilidad ante el pueblo y se evitara que de nueva cuenta desaparecieran.
En la carta que envió a Benito Juárez, decía lo siguiente:
El teniente coronel José Gregorio Meléndez, oriundo de su amado pueblo
de Juchitán, respetuosamente participa considerando que tales documentos son cosas interesantes y de mucha responsiva por pertenecer al co90
José María Echavarría al secretario de Gobierno (Manuel Ruiz), 22 de marzo de
1850, en Cruz, VC1, p. 38.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
243
mún, me abstuve por el compromiso que me redundaría con el pueblo, no
verifiqué la entrega […] pues en mi concepto, los mencionados documentos habían de ser entregados, bajo de una formalidad, quiere decir, en presencia de la población y autoridades correspondientes, no profesando de
ninguna mala fe sobre estos principios; sino únicamente de querer obviar
de algunos males de trascendencia.91
Meléndez trató de evitar la confrontación con el gobernador de
Tehuantepec, por ello nombró una comisión encabezada por el teniente José Antonio Fuentes para que negociaran la entrega de los documentos, y la restauración del orden legal. La respuesta del gobernador
fue inflexible, le exigía que retirara a su tropa y le entregara el mapa
sin ninguna condición. Como el juchiteco no obedeció, el gobernador
José Marcelino Echavarría rodeó su casa. Meléndez, organizó la resistencia y con el apoyo del pueblo se enfrascó en una batalla que duró
dos horas de la que salió victorioso. Echavarría emprendió la retirada
con un saldo para el gobierno de 10 muertos y 22 heridos.92
Profundamente disgustado por la “política conciliatoria” que había seguido Juárez, y dolido por la derrota que le inflingió Meléndez,
Echavarría envió una carta al secretario de gobierno el 26 de abril pidiéndole instrucciones para encontrar una salida frente a la crisis en
Juchitán, donde se había puesto en entredicho su desempeño como
militar. Le informaba que “el faccioso” le había hecho llegar un escrito
sumamente dócil en que manifestaba que no había “pretendido hollar
la constitución y las leyes” y pedía “una mirada de compasión”, pero
recomendaba hacer caso omiso a la súplica pues seguía el mismo patrón de comportamiento que en otras ocasiones. La respuesta del secretario de gobierno Manuel Ruiz al gobernador, en su despacho del
26 de abril de 1850, fue contundente: “Procure emplear con serenidad
todos sus conocimientos militares y los del arte de la guerra, para asegurar el triunfo y conservar el brillo de las armas del Estado.” 93
En vista de los preparativos de una guerra destructiva, el 6 de mayo
de 1850, el párroco de Juchitán, Domingo Ramírez, trató, de buena fe, de
servir de mediador. Envió una carta al gobernador de Tehuantepec
preguntándole si estaba dispuesto a conceder el perdón general como
garantía para negociar con los líderes del movimiento. La respuesta
del gobernador fue la siguiente: “Que se rinda a discreción y entregue
todo el armamento y útiles de guerra el paisanaje que lo sigue, quedanMeléndez a Juárez, 16 abril de 1850, en Cruz, VC1, p. 40-41.
Orozco, op. cit., p. 27-36.
93
Manuel Ruiz a gobierno de Tehuantepec, Oaxaca, 26 de abril de 1850, en Cruz,
VC1, p. 42.
91
92
244
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
do sujeto él y los cabecillas del motín a su juez competente”.94 La mediación había fallado. La falta de negociación política acorraló a Meléndez y no tenía más salida que el enfrentamiento armado y la violencia.
El gobernador del Istmo consultó con el gobierno del Estado el
que contestó que no podía perdonarlo; Juárez decía: “Yo puedo condonar las ofensas personales que se me hagan; pero no está en mi arbitrio permitir que se ultraje impunemente la dignidad del gobierno”.
Cuando el conflicto era inevitable, las tropas de Meléndez que sumaban 1 500 hombres y mujeres se concentraron en El Calvario, armados con machetes, palos, piedras y algunas armas de fuego y caballería.
El 18 de mayo de 1850, el gobernador del Istmo José Mariano Echavarría, salió de Tehuantepec con 360 hombres y una partida de caballería de 70 hombres fuertemente pertrechados, durmieron en Ixtaltepec
y al día siguiente atacaron a las fuerzas de Meléndez. A pesar de la
inferioridad numérica, la superioridad del armamento era evidente. El
ejército situó estratégicamente la artillería en la entrada del pueblo, e
inició con una sostenida descarga de metralla. Según la versión del
militar, la fuerza del fuego provocó un incendio en las casas de palma
que se encontraban en la entrada del pueblo. El viento avivó el fuego,
que se propagó rápidamente consumiendo todas las chozas de los guerrilleros y, según el parte, “la poderosa mano del Altísimo” lo hizo cesar por lo que “se libró lo mejor del Pueblo”.95
El Calvario fue escenario de la ferocidad, la valentía y la táctica
militar de los juchitecos encabezados por Meléndez quienes intentaron sin éxito, circunvalar y emboscar al gobernador tehuano. El brutal
ataque duró tres horas, murieron en la refriega 60 juchitecos y lamentaron un número desconocido de heridos, cifras que contrastan con
las dos muertes y los seis heridos que reportó el ejército. Los guerrilleros combatieron hasta el fin, a pesar de que el fuego consumía sus hogares. Cuando fueron derrotados, se internaron en los breñales y los
bosques del Istmo.
Los funcionarios que combatieron con las armas a los juchitecos
fueron el administrador de alcabalas Máximo R. Ortiz; el juez de primera instancia, Antonio Núñez; el subprefecto de Juchitán, Pedro Portillo;
y el administrador de correos, Cesáreo López. Asimismo, los alcaldes de
los pueblos de Loayaga, Comitancillo, San Jerónimo, Chihuitan, Espinal
e Ixtaltepec, además de los colonos Pablo Pandeli y Julio Liekenz.96
Cruz, VC1, p. 42.
Marcelino Echavarría, a Manuel Ruiz, 20 de mayo de 1850, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 379-382.
96
Parte oficial de Echavarría, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 381-382.
94
95
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
245
La matanza provocó en la sociedad reacciones encontradas: una
parte de la prensa nacional registró fuertes críticas al gobierno de Arista
y de Juárez; otros diarios, en cambio, exigían medidas más enérgicas.
El Tío Nonilla se felicitaba porque el famoso criminal y contrabandista
de sal, al fin hubiera sido derrotado, pero sugería “cortar los males de
raíz” y “fusilar a los autores de los desmanes” Meléndez, Aedo y Orozco:
La sangre de tres hombres hubiera ahorrado la de sesenta y tantos […]
muertos […] la sangre de sesenta hombres honrados quizá, aunque seducidos, con engaños, abusando de su miseria, vale más que la de tres pícaros que no perdonan medio, por inicuo que sea para continuar robando al
país. Porque sabe el gobierno quienes son los pájaros de esta capital que
han facilitado fondos para la facción de Meléndez, […] si el gobierno no
castiga a los verdaderos culpables, el gobierno es el responsable para con
el país.97
Desde Oaxaca, se acusó a Juárez de que el incendio había sido premeditado. Pero otras fuentes, como La Cucarda, afirmaban que “la causa de la insurrección no ha sido otra que las providencias tomadas por
el gobierno del Estado para contener los excesos de estos socialistas.” 98
Meléndez sacó fuerzas de la adversidad: unió los restos dispersos de
su contingente y, con ellos, se internó en el estado de Chiapas para
unirse a los sublevados de Pichucalco. El gobernador de Chiapas pidió
a Juárez que lo apoyara, pero éste se opuso argumentando que la ley
prohibía que las guardias nacionales traspasaran las fronteras estatales. En realidad prefería desproteger el Istmo.
A los ocho meses de iniciada su lucha, Meléndez proclamó el manifiesto del 20 de octubre de 1850. Las demandas del pliego petitorio
de corte liberal exigían, en primer lugar, el respeto a la forma de gobierno federal. En el manifiesto, desconocía a Juárez y solicitaba el
nombramiento de un nuevo gobierno, demandaba la supresión de las
aduanas terrestres, la reposición de los miembros del Ejército (guardia nacional o ejército), pedía respeto y garantías a la propiedad privada y eclesiástica, y se oponía a la candidatura del ministro de Guerra
Mariano Arista a la presidencia de la República.99 Creía que presentando demandas nacionales lograría alianzas con otras regiones.
Desconocía a Juárez por haber ordenado al gobernador de Tehuantepec emprender una “guerra desoladora, que ha atacado a la
“Torpezas del actual gobierno”, El Tío Nonilla, 26 de diciembre de 1850, p. 262.
La Cucarda, Oaxaca, 5 enero de 1851, núm 21, en Guchachi Reza, núm 10, marzo
de 1982, p. 12.
99
Cruz, VC1, p. 6.
97
98
246
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
moral y a la justicia que nos asiste, la propiedad y el derecho de gentes”. Denunciaba la responsabilidad del gobierno estatal que había provocado “el incendio que ha exterminado la mitad de la población, que
ha visto con placer el derramamiento de tanta sangre”, un gobierno
que “lejos de amalgamar los sentimientos, extiende cada día su ira
convulsiva sobre individuos inermes”; en suma, un gobierno que “en
vez de derramar su mano protectora a los hijos del Estado, los ha sacrificado a sus miras de ambición y de barbarie”. Agregaba que se trataba de un gobierno en el que
los ciudadanos son siempre molestados con contribuciones, gravámenes
y servicios forzados que no se pueden sufrir; que lejos de ahorros en los
caudales públicos el poder legislador los grava cada día creando nuevos
destinos: la administración de justicia está desempeñada en nuestros pueblos por hombres ineptos: que no se atiende a los clamores de los pueblos
ni a sus necesidades, ni se les socorre con leyes sabias para que sus habitantes progresen.100
Juárez respondió en su informe de gobierno a la interpelación de
Meléndez. Con una concepción de la política que en adelante seguiría,
se oponía a la defensa de cualquier principio por medios violentos: “Otro
hombre que hubiera levantado la enseña de un partido por íntima convicción, se habría abstenido de cometer los mismos crímenes, […] se
hubiera limitado a hacer respetar los principios que proclamaba.”101
Las reacciones en el país provocaron el cambio de estrategia del
general Arista, quien removió a Marcelino Echevarría del mando y envió al general liberal y federalista José María Castellanos, quien tenía
dotes de negociador, a dirigir la tercera expedición militar en el Istmo
en noviembre. Desafortunadamente, Castellanos murió víctima del brote de cólera, por lo que el secretario de Guerra nombró a José María
Muñoz para comandar la cuarta expedición, pues había resuelto favorablemente la rebelión en 1845.
Acorralado por las fuerzas de los gobiernos de Oaxaca y Chiapas y
las de la federación, Meléndez fue radicalizando su postura; regresó al
Istmo por los pueblos de Tapana y Niltepec. Cegado por la impotencia
y la desesperación, se dirigió a la hacienda de La Venta, donde incendió la finca y asesinó al administrador Miguel Solana. Posteriormente
asaltó en tres ocasiones a la villa de Tehuantepec, en uno de los intentos ordenó también la ejecución de Luis Arias, que había sido secreta100
Manifiesto 20 octubre de 1850, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)...,
p. 385-387; Cruz, VC1, p. 62-53.
101
Informe Juárez, Oaxaca, 2 de enero de 1851, en Cruz, VC1, p. 54-61.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
247
rio del gobierno de la villa.102 Pendiendo una orden de aprehensión en
su contra, Meléndez continuó su campaña y atacó a la fuerza militar
de Ixtaltepec, en donde ejecutó al teniente Fidencio Rodríguez y a Pedro Portillo, subprefecto de Juchitán, quien, además, era uno de los
principales defensores de sus adversarios y recaudador de impuestos,
y que se hallaba oculto en una casa. En su informe Juárez resaltaba
que los juchitecos cometieron “con el cadáver excesos horribles que el
pudor impide referir”. Dentro de la mentalidad binnizá, la serie de asesinatos que culminaron con este riguroso castigo ritual, fue el precio
que tuvieron que pagar por la traición y el agravio a la colectividad.103
Al tomar el mando en noviembre de 1850, Muñoz trató de negociar con el guerrillero, pero los excesos cometidos y los crímenes que
enardecían la opinión pública en contra de Meléndez, obligaron al general Mariano Arista, titular de la Secretaría de Guerra, a autorizar el
envío de una fuerza de 250 soldados de la federación con dos piezas
de artillería, para combatir el movimiento.104 En diciembre de 1850,
Charles Webster, cónsul norteamericano, informaba al Secretario de
Estado que la villa de Tehuantepec había sido tomada por Meléndez y
que después de quemar parte de la ciudad la había abandonado debido a la escasez de municiones.105 Para evitar una masacre, a la que
hubiera conducido una política de fuerza, José María Muñoz buscó
una alternativa y, siguiendo las disposiciones de la Secretaría de Guerra, empezó a trabajar políticamente el conflicto, en abierta contradicción con la política del gobernador del estado.
Juárez ordenó a su secretario que girara instrucciones al gobernador de Tehuantepec. Manuel Ruiz envió un comunicado a Máximo
Ortiz el 2 de enero de 1851 ordenándole que al emprender la campaña
102
Ibidem.
Al parecer esta práctica ritual binnizá que castigaba con la muerte y la mutilación
a los traidores de la comunidad, se repitió en varias ocasiones durante el siglo XIX. En
1872 la comunidad juchiteca asesinó a Félix, El Chato Díaz, hermano de don Porfirio,
“rebanándole la planta de los pies, haciéndolo caminar sobre arena ardiente y castrándolo después”. Por lo que no se trata a un fenómeno aislado de una patología psicológica
de crueldad, locura y sadismo de los líderes juchitecos, sino un fenómeno social que debe
buscar su explicación en la normatividad indígena frente a la traición. El castigo tiene su
fundamento en el código moral que los rige y su obligatoriedad debe explicarse en un
contexto cultural que es coherente con la comunidad zapoteca. Ahora bien, el mérito de
Juárez es cuestionar esa cosmovisión, aun comprendiéndola, pero la represión que ordenó no fue menos cruel. Enrique Krauze y Aurelio de los Reyes, Porfirio Díaz, místico de la
autoridad, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 35 (Biografía del Poder).
104
Arista al comandante, 24 de diciembre de 1850, en Cruz, VC1, p. 51-52.
105
Charles Webster a Daniel Webster, 28 de diciembre de 1850, Records of the Department
of State, Record Group 59, Dispatchs from US consuls in Tehuantepec, Mexico 18531881. Microfilms Instituto Mora, Mf. M183.
103
248
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
hiciera caer en la cuenta a la población sobre la diferencia de conducta de las fuerzas leales del gobierno y las que acaudillaba Meléndez,
“compuestas de hombres que sólo tienen por mira el robo, el incendio
y el asesinato”. Le pedía que en esta ocasión tuviera especial cuidado
en la protección de las mujeres y niños, y en una palabra, que se observaran sus derechos humanos:
El gobierno desea se vea por todos que la persecución sólo se hace a los
malvados que con intención deliberada han hecho causa común con aquel,
y […] que se tenga consideración a los individuos que se averigüe […] haber engrosado las filas de los disidentes por temor o violencia que no hayan
podido resistir.106
Dos días después de que el Congreso declaró presidente electo al
general Mariano Arista y una semana previa a su toma de posesión,
dio luz verde a la nueva estrategia de negociación con el gobierno federal. Meléndez convocó a una “junta de guerra” el 10 de enero de 1851,
en la que sometió a consideración del Ejército la capitulación, ofreciendo entregar las armas a cambio de indulgencia a sus seguidores.
El guerrillero percibía que no había salida política, Juárez había endurecido su posición ante la agudización del conflicto y “las desgracias habidas durante nueve meses de revolución”. Por ello convocó a José María
Muñoz, comandante general del Estado y gobernador del Departamento; a fray Mauricio López, prior del convento de Santo Domingo de
Tehuantepec; al licenciado guatemalteco José Cleto Peralta; a su secretario, doctor Andrés Ruiz, y a su plana mayor. Las pláticas de paz
dieron inicio con las “justas reflexiones” de un hombre de la talla del
dominico fray Mauricio López, quien tenía fama de ser un hombre que
poseía “una instrucción superior a la de la mayoría de los sacerdotes
[…] de México”,107 era muy sensible a las demandas de las comunidades pues corría “sangre indígena en sus venas”, y había participado en
la defensa de los pueblos.
Las pláticas de paz entre los militares del gobierno, los mediadores y asesores y los guerrilleros culminaron con la firma de los convenios del rancho de Mal Paso el 10 de enero de 1851. En este nuevo
plan, Meléndez y su secretario, el doctor Andrés Ruiz, invitaban a José
María Muñoz para que nombrara una comisión que negociara los términos de la rendición y el fin de la guerra e intercediera en el conflicto, mientras declaraban a sus tropas en receso; asimismo, nombraban
106
107
Ruiz a Máximo Ortiz, Oaxaca 2 enero 1851, en Cruz, VC1, p. 61-62, cursivas mías.
Brasseur, op. cit., p. 152.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
249
al licenciado José Cleto Peralta como su representante legal ante el
Congreso, para “que recuperara los derechos de este pueblo ante el gobierno general”, pero si no lograba dicho propósito, o el gobierno de
Tehuantepec no accedía al plan, advirtieron que se mantendrían “en
posición hostil”.108 Aunque ignoramos las credenciales de Peralta, asesor y abogado guatemalteco, es probable que estuviese relacionado con
la lucha liberal del gobernador Gutiérrez en Chiapas, en la década de
1830.
El nuevo pliego petitorio declaró nulo e insubsistente el plan del
20 de octubre de 1850, proclamó nuevamente la secesión de Tehuantepec del estado de Oaxaca, como un principio de derecho y justicia,
“por perjuicios que se le han ocasionado no sólo en los robos y asesinatos cometidos a esta población sino por el incendio premeditado que
se ejecutó en ella por tropas insubordinadas del gobierno del Estado”.
Cambió radicalmente su postura respecto del general Arista, pues por
su nueva política más flexible se le nombraba “caudillo de la libertad
mexicana”. Se reconocía el daño que había causado la guerra civil como
“un elemento propio para disolver y aniquilar los pueblos”, pero “se
aprestaba a recibir el juicio de la historia”. El pliego petitorio concluía
buscando la reconciliación de las villas de Tehuantepec y Juchitán. Para
ello solicitaba la intercesión de fray Mauricio López, a quien encomendó que “con su influjo y persuasiva alocución” los conciliara. En el Plan,
Meléndez expresaba:
Juchitán jamás ha creído ni pensado tener por enemigos a los hijos de la
villa de Tehuantepec, sino por el contrario los ha respetado y querido como
hermanos, puesto que, poseyendo un propio dialecto, están también unidos en sentimientos y en sangre y formando una inmensa familia, deben
aspirar a un solo fin que haga la felicidad del departamento.109
Dos días más tarde, José María Muñoz informaba a Benito Juárez
que Meléndez estaba dispuesto a entregar las armas. Sus lugartenientes
así lo hicieron y se acogieron a la amnistía que ofrecía el Congreso. La
firma de los Convenios de Mal Paso molestó profundamente a Juárez
quien desconoció los términos y, faltando a la palabra de los negociadores, violó el convenio y ordenó la captura de los cabecillas. José María Muñoz, al ver que su palabra se ponía en entredicho, permitió la
fuga de Meléndez y Peralta en abierto desacato a las órdenes de Juárez.
Cruz, VC2, p. 389, Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 387-390.
Plan 10 de enero de 1851. Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 387388; Cruz, VC1, p. 63-65.
108
109
250
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
El primero siguió a salta de mata, perseguido por el gobierno oaxaqueño; el otro, aparentemente, regresó a su país. Juárez en su informe
de 1852 110 justificaba su decisión cuando decía:
quien llevaba la orden de obrar con arreglo a las circunstancias y como lo
aconsejara su honor e instrucción militar, hasta conseguir el objeto del
gobierno, que era castigar a los revolucionarios pronta y eficazmente,
obrando de acuerdo con el gobierno del estado; pero ese jefe separándose
de las instrucciones que se le dieron y sin que mediara un hecho de armas
que hiciera indispensable un acomodamiento entró en tratados con los
sediciosos, les ofreció el perdón de sus crímenes y dejó a los principales
cabecillas en absoluta libertad, desoyendo la voz de la justicia que pedía
el castigo de éstos por los asesinados… De aquí es que cuando supe este
desenlace vergonzoso, ordené que fuesen aprehendidos y conducidos a la
capital los cabecillas Meléndez, Haedo y Orozco, y aunque esta disposición surtió su efecto en cuanto a los dos últimos, no sucedió así respecto
a Meléndez, por la morosidad con que procedió en este negocio el jefe de
la sección de operaciones sobre Juchitán.
Meléndez continuó su guerra de guerrillas. Un nuevo brote de violencia estalló nuevamente en Tehuantepec en el mes de agosto de 1851,
especialmente los días 2, 25 y 26. Ansioso porque la turbulencia política
en el Istmo no cesaba, Juárez pidió al congreso local facultades extraordinarias para resolver la crisis. Éste se las concedió el 13 de septiembre de 1851 y al mes siguiente, en octubre, Juárez salió escoltado por
el Batallón Guerrero rumbo a la zona del conflicto. En el Istmo trató
de obtener una salida política y negociar con los rebeldes. En un análisis de la situación, concluyó que las causas de los disturbios eran
la indolencia y abandono de las autoridades subalternas en el cumplimiento de sus deberes; del abuso que hacían del poder que se les había confiado; de la especie […] que había divulgado, de que el gobierno procuraba
el exterminio de […] Juchitán; de la ineficacia de las leyes represivas del
robo y del contrabando […], pero hay algunos hombres para quienes la
paz y el imperio de la ley es un tormento y trabajan sin cesar para volver
al estado del desorden […]. Máximo Ortiz y Alejandro López, pertenecían
a esta clase de hombres.
El 6 de noviembre de 1851 decretó un indulto a favor de los sublevados de Juchitán, con excepción de los “cabecillas que acaudillaron
110
Juárez, Esposición que el gobernador del Estado, 1852, p. 4, FRBN 491laf. Todas las
citas corresponden al informe.
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
251
el movimiento”, a menos que se pusieran a disposición del gobierno
en el plazo de un mes. Si se acogían al indulto, graciosamente se les
“conmutaría la pena capital” a que se habían hecho acreedores, por
otra pena que el gobierno considerara conveniente. A los presos también se les indultaba. Además, prohibía terminantemente cualquier “reunión popular por medio del sonido de tambores, conchas o campanas”
sin permiso de la autoridad, porque quien lo hiciera sería castigado
como promotor de motín.111 Dos días más tarde, el 8 de noviembre
de 1851, publicó el decreto del Congreso que expedía una amplia amnistía a los que habían participado en el motín de agosto de ese año.
Proponía que las diligencias judiciales se suspendieran y se archivaran
los casos.112
Una vez que Juárez regresó a la capital, Máximo Ortiz se pronunció y Meléndez rehusó sujetarse a las condiciones que le imponía; volvió a emprender la guerra de guerrillas en la selva, con lo cual siguió
siendo prófugo de la justicia. Juárez terminó su periodo constitucional el 12 de agosto de 1852, sin haber resuelto el conflicto.
Las razones de Juárez. ¿Amnistía, indulto o castigo? Las facultades
de la federación contra los poderes federados
El 2 de marzo de 1851, Juárez rindió su informe de gobierno al Congreso Estatal.113 En la Exposición, mostró el endurecimiento de su política ante un movimiento que había traspasado los límites permisibles
de la lucha política y de los movimientos revolucionarios tal como los
concebía. Aunque en otras ocasiones había observado una política comprensiva, tolerante e indulgente, porque reconocía ciertos principios
en la lucha, ahora estaba en completo desacuerdo con el giro que había
tomado. La radicalidad del movimiento bordaba en la delincuencia. Por
ello, desaprobando la fase turbulenta y criminal del movimiento, y desde el poder y como autoridad, descalificó a su opositor, restando legitimidad a su lucha. Juárez enfrentó al transgresor que cuestionó la
legitimidad de su propio poder. Presentó su versión de los acontecimientos y concluyó que José Gregorio Meléndez y sus aliados no eran
luchadores sociales, sino malhechores:
111
Decreto del 6 de noviembre de 1851 de indulto, en Iturribarría, Historia de Oaxaca
(1821-1854)..., p. 393-394.
112
Decreto del 8 noviembre de 1851 de amnistía, en Iturribarría, Historia de Oaxaca
(1821-1854)..., p. 392-393.
113
Juárez, Informe de gobierno, 2 de marzo de 1851, en Cruz, VC1, p. 54-61.
252
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La simple relación de hechos presenta a los cabecillas de Juchitán en su
verdadero punto de vista, los coloca en la línea de los malhechores y no
les da lugar en el número de los reos de una revolución política. Los hombres de un corazón corrompido, avezados al crimen, que atentan contra
la vida y la propiedad de sus semejantes, en nada pueden compararse al
que por error de opinión, por equivocación o por ambición de mando,
proclama un principio y respeta la vida y los bienes de los hombres. Los
primeros son criminales famosos, dignos siempre de castigo; el segundo
merece algunas consideraciones. Meléndez y sus cómplices no han cometido un yerro político; son criminales que han conculcado las leyes en el
territorio del Estado, sin tocar directamente al poder supremo de la nación, por cuyo motivo creo que están sujetos a los tribunales del Estado y
su condonación o castigo de ningún modo puede ser del resorte de las
autoridades de la federación.
Para objetar la decisión del Congreso General que había otorgado la
amnistía al movimiento de Meléndez, Juárez, en primer lugar, emprendió la defensa del federalismo. Argumentó que el pacto fundamental de
la nación había definido con claridad las facultades y las jurisdicciones
de la federación y de los poderes estatales. Por tanto, la federación no
podía inmiscuirse en la administración de justicia del estado de Oaxaca
y exigía que se limitara a ejercer sus facultades en la esfera de competencia. Examinó uno a uno los cargos que pesaban sobre Meléndez:
Los asesinatos, los robos, los incendios y la resistencia a las autoridades a
mano armada, no hieren directa y esencialmente a la nación, ni pueden
llamarse infracciones de la constitución y leyes generales. No lo primero,
porque en nada perturban el reposo general; ni tampoco lo segundo, porque en nada alteran los principios constitutivos. Los ciudadanos inermes
que sucumbieron a su saña y algunos pueblos del departamento de Tehuantepec son los que directamente han sentido los efectos de su criminal conducta.
El panorama expuesto por Juárez le permitió concluir que los crímenes de Meléndez eran del orden común y, por tanto, de la exclusiva
competencia de Oaxaca, por lo que al estado correspondía decidir si
se concedía una amnistía o un indulto. Convocó al Congreso general a
revocar la amnistía que le habían concedido, permitiéndole conceder
el restrictivo indulto. De ser así se comprometía a condonarle la pena
capital, pero no lo eximía de ser juzgado en los tribunales del estado
por los crímenes que había cometido.
Juárez hizo malabarismos para descalificar la actividad política de
Meléndez, trató de probar que a pesar de que publicó dos planes políticos ninguno de ellos atentaba contra la federación. La evidente con-
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
253
tradicción de Juárez, se mostró con nitidez cuando analizó el segundo
plan de Meléndez, los argumentos que utilizó demostraron su carácter
político, contradiciendo la tesis que postulaba:
el ataque a la constitución general y poderes supremos de la nación, está
manifiesto en el art. 3º. del segundo plan, porque en él se proclama la escisión del departamento de Tehuantepec del Estado de Oaxaca, con lo que
se ataca el principio de unidad que la misma constitución consagra; pero a
más de que semejante separación no es para unirse a otra nación atentando contra la integridad del territorio nacional, al proclamarla se sujeta el
éxito del asunto al soberano congreso: es decir, se respeta el principio constitucional, y se confía el arreglo al poder que tiene facultad de hacerlo.
En segundo lugar, Juárez expuso las razones por las cuales Meléndez y sus hombres debían recibir un indulto y no la amnistía, como
había concedido el Congreso general incurriendo en errores jurídicos.
Dichas figuras debían cubrir ciertos requisitos y formalidades. Concluyó que Méléndez y sus “cómplices principales”, no debían ser amnistiados, conforme a los principios del derecho constitucional y público.
Dio una cátedra de derecho y distinguió las dos figuras que tienen una
naturaleza distinta.
Según Juárez, la amnistía consistía en una gracia del soberano e
implicaba un olvido definitivo del delito, lo que sólo se podía conceder
por dos razones: la primera, por delitos políticos cometidos por error
y no por “perversidad arraigada acostumbrada al crimen.” En este caso,
los jueces y el pueblo condonaban la pena definitivamente, con base
en los méritos y el talento personales y en los servicios de utilidad de
la patria; o la segunda razón, cuando un pueblo entero se sublevaba,
es decir, “cuando muchos brazos que pueden ser útiles, hacen falta a
la agricultura y al comercio, dejando a la sociedad un vacío difícil de
llenar; entonces será conveniente la amnistía.” Juárez consideraba que
tampoco cumplían con este requisito ya que no había sido “el mismo
pueblo de Juchitán, sino cuando más un quinto de su población [que]
ha[bía] sido arrastrado por los cabecillas”. Juárez argumentaba que
decretar la amnistía a favor de los sediciosos de Juchitán sería la dificultad de castigar el excesivo número de personas que hubieran tomado parte en esta sublevación; porque no era un número infinito sino limitado de
sediciosos “que es lo principal que inclina al soberano a conceder la amnistía, no existe en el presente caso”.
Meléndez había incurrido en crímenes ordinarios, debía recibir un
indulto y someterse a un tribunal para que los jueces determinaran el
254
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
castigo que debía recibir por los crímenes civiles y de “un carácter horroroso” que había cometido. Además era un hombre que no respetaba los convenios, porque se amoldaba a “un plan que no era suyo, [los
juchitecos] siguen la misma carrera del crimen y en el día, a pesar de
los convenios con el coronel Muñoz, existen armados y abrigados en los
bosques de Juchitán”. Juárez no reconoció en Meléndez y sus seguidores ningún antecedente honroso de virtud cívica, tampoco encontró la
esperanza de servicio a la patria y concluyó que el perdón para Meléndez sólo sería un estímulo para que reincidiera en el crimen.
Conclusiones
El seminario que dio origen a este libro discutió a profundidad el concepto de disidencia, definiéndola como una categoría analítica y mostrando la estrecha relación con el poder. Este artículo ha prestado
especial atención a cuatro ejes que se desprenden de la categoría. El
primer eje: el binomio obediencia-desobediencia (lealtad, sumisión e
insurrección) de las autoridades y sus subordinados en los diversos
ámbitos y jurisdicciones. El segundo, la habilidad que la rebelión tuvo
para empujar al presidente, al gobernador y a los financieros a confrontar sus límites. El tercer eje, el desplazamiento de las actitudes de
tolerancia-intransigencia-clemencia y por lo tanto en el grado de aceptación del castigo, la culpa y la falla. Y el cuarto, los grados de penalización impuestos por la legislación y la normatividad indígena a actos
graves, y las facultades para reprimir y castigar.
Durante el periodo comprendido entre 1844 a 1853 la sociedad oaxaqueña enfrentó una de las rebeliones mestizas e indígenas más importantes del siglo XIX que provocó un fuerte antagonismo y la desgarró
internamente. Un abismo de perspectivas separó a los binnizáas-juchitecos, encabezados por Che Gorio Melendre, de Juárez y del proyecto
empresarial modernizador. Los contendientes no aceptaron el punto
de vista de los otros porque el horizonte cultural desde el cual se asomaron y abordaron a la realidad, desde donde percibieron, pensaron y
vivieron los acontecimientos generó actitudes y prácticas opuestas e
irreconciliables. Su carácter evidentemente contradictorio y la imposibilidad de generar un consenso que conciliara los intereses opuestos, los confrontó hasta sus límites.
El Che Gorio Melendre y los juchitecos se concibieron a sí mismos
como una nación con un proyecto alterno que legítimamente defendía
sus derechos ante la agresión externa. Rescataron y enarbolaron los
conceptos que Morelos y Matamoros les habían enseñado y con ellos
LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC
255
consolidaron un movimiento multicultural, que hizo a un lado las tradicionales pugnas interétnicas, pero que no perdió su identidad y vitalidad original. En un primer momento, la República de Juchitán recurrió
a los mecanismos legales del nuevo sistema judicial liberal, pero al comprobar su ineficacia, intentaron administrar justicia con sus propios
métodos, y por último ejercieron el derecho a la insurrección contra la
arbitrariedad impuesta desde el poder. Adoptaron una política radical
y trataron de imponer por la fuerza y con métodos violentos su perspectiva. Los binnizáas, huaves y zoques no se consideraron a sí mismos disidentes, fue el poder el que los definió como tales, pero si en
algo fueron disidentes, fue en disidir y disentir de la culpa con que se
les quería incriminar. Frente a la alternativa que ofrecía el gobierno de
Juárez de aceptar el indulto para ser juzgados como criminales o emprender la huida errante sin rumbo, optaron por la última. Al hacerlo
rechazaron los cargos de criminalidad con que los inculpaban y cuestionaron a un sistema jurídico y de justicia que había trocado sus derechos en crímenes.
Ni el liberalismo moderado dominante en el gobierno de Arista ni
el gobierno de Juárez, presionado por los grupos de poder, ofrecieron
alternativas reales; la respuesta liberal a la radicalidad del movimiento fue acorralarlo y enviarlo a la clandestinidad. Desde esa posición
Meléndez encabezó actos de violencia cada vez más extremos de oposición al liberalismo y castigó a los intermediarios locales: empleados,
administradores, ediles y burócratas que se les oponían dentro de la
propia comunidad y, que habían jugado un papel ambiguo prestándose a llevar adelante los proyectos de los financieros y empresarios que
estaban estrechamente vinculados y en contubernio con el gobierno,
así como contra la jerarquía política de la villa de Tehuantepec, cabeza de partido que se había convertido en el instrumento coercitivo del
gobierno del Estado.
Por su parte, Juárez estaba en una encrucijada. En un primer momento, en 1844, Juárez se percató de la hostilidad con que las comunidades percibieron los cambios que provenían del exterior y las apoyó
jurídicamente, pero cuando asumió la gubernatura del estado, en 1847,
en plena invasión norteamericana, Juárez trató de concentrar el poder
del estado e imponer su autoridad por encima de los contradictorios
intereses. Tuvo reservas respecto de la autonomía, el prestigio y el poder que gozaba Meléndez en Tehuantepec porque estaba fuera de su
control, e impuso a su candidato en la gubernatura del Istmo, contra las
expectativas de las comunidades indígenas. Meléndez había construido
una base social y un prestigio sin precedentes, ejercía un liderazgo entre las comunidades que se sintieron protegidas en los momentos en
256
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
que fuerzas externas vulneraron sus propiedades y sus derechos. Además, había seguido una sui generis tradición de administración de justicia, dirimiendo las disputas y defendiéndolos de los cobros arbitrarios
del gobierno. Por esas razones había logrado obtener su obediencia y
lealtad. Al desplazar a Meléndez, Juárez perdió legitimidad como gobernante. Un amplio grupo de juchitecos impugnó a un gobierno que
no los representaba, cuyas políticas no expresaban su voluntad ni defendían sus derechos.
Juárez, midiendo la correlación de fuerzas internas y externas, en
un primer momento intentó negociar con las elites nacionales para que
flexibilizaran su postura frente a los derechos de los juchitecos, pero
al final, decidió no aceptar las demandas de estos últimos. De haber
optado por los indígenas Juárez habría colocado a su gubernatura en
una posición de extrema debilidad frente a la elite nacional y probablemente hubiera lesionado la soberanía oaxaqueña. Además, Juárez
debía frenar el impulso expansivo norteamericano que había redefinido
al Istmo y su posición estratégica como una nueva área de influencia,
de transcontinentalidad, redimensionado en la política de seguridad de
Estados Unidos. Por ello Juárez utilizó el argumento de su apego y respeto a la ley, utilizó la fuerza armada para proteger los negocios privados de los oligopolistas salineros y los propietarios de las haciendas
marquesanas, y a nombre de la voluntad general de la nación, sancionó
las concesiones y beneficios a los negocios privados. Un importante
sector de la comunidad juchiteca respondió rebelándose para defender sus derechos y como respuesta sufrió una matanza, un incendio
que acabó con las casas de la quinta parte de la comunidad y más persecución y represión.
Por último, esta rebelión muestra con nitidez cómo las comunidades indígenas aliadas con grupos mestizos, a pesar de su marginalidad,
lograron articular muy bien sus demandas, las que llevaron a sus límites y confrontaron las opiniones y los paradigmas modernizadores de
sus opositores. Los indígenas fueron personajes históricos activos y no
una masa apática e inerte que aceptaba sin cuestionamientos ni reflexión los modelos de desarrollo que se les imponían.
DISIDENCIA ENTRE LAS ELITES. REBELIÓN Y CONTRABANDO
EN EL NORORIENTE DE MÉXICO, 1848-1853*
MARCELA TERRAZAS Y BASANTE
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
Introducción
La guerra entre México y los Estados Unidos, vista comúnmente como
el clímax del expansionismo territorial norteamericano, fue también el
inicio de una relación fronteriza compleja, con frecuencia conflictiva
y con certeza estrecha que, al paso del tiempo, se ha vuelto cada vez
más interdependiente. El tratado de paz firmado al término de la conflagración no sólo alteró los linderos, también transformó de manera
extraordinaria las relaciones entre los habitantes de las regiones ubicadas en ambos lados del Bravo.
Uno de los cambios más sensibles se produjo —desde los años mismos de la contienda— en el ámbito del comercio. Un verdadero alud
de mercancías comenzó a fluir desde el país vecino del norte a partir
del momento en que las fuerzas estadounidenses ocuparon poblaciones como la villa de Laredo, donde eliminaron las altas tarifas mexicanas a las importaciones o Matamoros, que empezó a funcionar
como puerto libre. El intenso flujo mercantil estableció o estrechó relaciones entre texanos y tamaulipecos que hicieron de los negocios el
modo de insertarse en los circuitos comerciales y de convertir a sus
provincias en emporios de prosperidad.
El “paraíso fiscal” llegó a su fin al término de la guerra, cuando las
sucesivas administraciones mexicanas restablecieron los aranceles,
poniendo en entredicho la vigorosa actividad comercial emprendida
por los vecinos de las comarcas del sureste estadounidense y del noreste mexicano, convertidos —a partir de entonces— en contrabandistas. Este hecho coincidió con los proyectos anexionistas de algunos
sectores norteamericanos, insatisfechos con la frontera fijada por el
* Agradezco a Lorenzo Gómez Counahan su colaboración siempre eficaz y entusiasta
en el trabajo de archivo, así como el interés que mostró en las charlas que surgieron a partir
de esta investigación.
258
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tratado de paz de Guadalupe Hidalgo y dispuestos a incorporar nuevas extensiones a la Unión Americana.
Así, los nuevos aranceles dictados desde el gobierno central de México dieron lugar al fortalecimiento de las relaciones entre comerciantes texanos y tamaulipecos, que hicieron causa común en contra de
las nuevas tarifas y en pos del establecimiento de una zona libre.1 Fueron el punto de partida para el estallido de movimientos en los que se
expresaba el descontento con el gobierno central por los viejos agravios (la falta de apoyo en contra de las incursiones de indios nómadas
y el peso de la presencia militar, entre otros). Sirvieron también como
bandera en la formación de alianzas entre los vecinos del bajo Bravo.
Éstas no sólo se levantaban en contra de las medidas arancelarias dictadas por el gobierno federal, sino que apuntaban a la secesión de la
región nororiente de México y —posiblemente— a su ulterior anexión
a los Estados Unidos.
Éste es el telón de fondo donde se desarrollaron rebeliones y expediciones nutridas de contingentes binacionales que atacaron ciudades
fronterizas del noreste mexicano. Es también en este contexto donde
surgen las siguientes preguntas: ¿cuál fue el peso que “la conquista pacífica” —es decir, la extraordinaria expansión comercial estadounidense— tuvo en la recomposición de la sociedad fronteriza?; ¿de qué manera
el fortalecimiento de los empresarios tamaulipecos, logrado gracias al
apoyo de sus homólogos norteamericanos, alteró la relación de las elites
regionales con los grupos en el poder en el gobierno central?; ¿hasta
qué punto las condiciones impuestas por los nuevos linderos y la reciente vecindad modificaron las respuestas de los fronterizos hacia las
políticas de las autoridades federales?; ¿hasta dónde la debilidad del
gobierno federal marcó la percepción de los levantamientos de los fronterizos?
Esta investigación se propone reconstruir y analizar el caso de José
María Carvajal, personaje vinculado al clan Canales y a sectores de comerciantes y especuladores de tierra texanos, estos últimos entusiastas promotores de planes separatistas de la comarca nororiental y de
incursiones punitivas en Tamaulipas. De igual manera, se busca discernir en qué medida este ejemplo se suma a otros muchos de rebeliones y
1
Octavio Herrera define la zona libre o régimen fiscal de excepción como “la franja
territorial paralela a la frontera en la que se permitía la introducción de toda clase de mercancías extranjeras, con la finalidad de ser consumidas por sus habitantes, sin necesidad de
cubrir el pago de derechos aduanales, salvo algunos pequeños impuestos locales”. O. Herrera,
“La zona libre. El régimen de excepción fiscal y la economía, el comercio y la sociedad en la
frontera norte de México, desde su formación hasta el Tratado de Libre Comercio”, tesis
doctoral, El Colegio de México, 1999, p. II.
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
259
revoluciones que surgen para preservar una situación de privilegio. También se pretende estudiar la manera en que los movimientos disidentes
articulan la participación de distintos actores sociales, cuyos propósitos
divergen e incluso se contraponen; y persigue identificar a los agentes
que operan para enlazar a los diversos sectores que, paradójicamente,
buscan tanto el cambio como mantener inalterado el estado de cosas.
Las viejas inquinas
La región a la que habremos de referirnos de manera general es la zona
comprendida por los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila,
aunque la mayor parte de la acción se concentra en el departamento
norte de Tamaulipas.2 Dicha entidad tuvo, desde el periodo español,
una importancia estratégica para la defensa del país, pues se abrigaban sospechas de que los adversarios de España quería invadir el virreinato desde el litoral norte del Seno Mexicano. Más tarde, en los
albores del periodo independiente, se receló —con razón— de que la
antigua metrópoli intentase la reconquista de su preciada excolonia desde esa región. En ambos periodos se temió el embate del expansionismo
norteamericano. Fue posiblemente su condición de frontera la que
movió a los gobiernos, primero novohispano y después nacional, a procurar la organización de la defensa a través de la comandancia militar
en la región. La de los Estados de Oriente 3 operó hasta 1836; la del
Ejército del Norte, a cuya cabeza siempre estuvieron destacados militares de carrera, hasta 1846. La presencia del ejército nacional obedeció también al propósito de frenar las incursiones de indios de las
praderas, intensificadas después de la independencia texana como resultado del expansionismo anglosajón, del empuje de otros grupos de
indios trashumantes y del estímulo que constituía para los indios el
trueque de los efectos robados a los mexicanos en sus correrías. Además, en la década que va de 1836 a 1846, el ejército debió servir de
2
Tamaulipas fue dividida en tres departamentos: Norte, Centro y Sur a cargo de jefes
políticos. El departamento del Norte tuvo su cabecera en Reynosa primero y en Matamoros
después. Se sitúa en una zona semiárida, atravesada por el caudaloso río Grande del Norte
o Bravo. Estaba poblado de villas como Reynosa, Camargo, Mier, Guerrero y Laredo, fundadas a mediados del siglo XVIII. Octavio Herrera, Breve historia de Tamaulipas, México, El Colegio de México-Fideicomiso de Historia de las Américas-Fondo de Cultura Económica, 1999,
p. 111.
3
Esta circunscripción se basaba en la Comandancia de las Provincias Internas de Oriente, establecida por el gobierno virreinal en 1785. Juan Fidel Zorrilla et al., Tamaulipas. Una
historia compartida. I, 1810-1921, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto
de Investigaciones Históricas, 1993, p. 38.
260
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
barrera ante la indefinición de los linderos con la joven república de la
estrella solitaria.4
La presencia del ejército tuvo un enorme peso en la comarca, pues
por una parte reflejaba los cambios políticos que tenían lugar en el
gobierno nacional y, por la otra, formaba parte del juego de poder en
la región al entrar en pugna o establecer alianzas con las fuerzas locales.5 Además, el hecho de que los ingresos aduanales de Matamoros
sirviesen para sostener a la tropa constituyó un elemento de discordia,
ya que tales recursos fueron vistos como un codiciado botín que era
arrancado a la entidad para mantener la presencia del Ejército del Centro en la zona. Por estas razones, y por considerársele un estorbo a las
aspiraciones políticas de los grupos de poder del lugar, el ejército fue,
en general, malquerido especialmente por estos últimos.
Con todo, los principales problemas de la provincia derivaban del
desabasto sufrido desde el periodo colonial. La habilitación de una rada,
que pudo haber resuelto el aislamiento de la provincia en esa etapa, encontró obstáculos insuperables en la política de la metrópoli que convirtió al puerto de Veracruz en la única puerta marítima de la Nueva España
en el Seno Mexicano y se topó con la oposición de los almaceneros de la
ciudad de México, quienes vieron en el proyecto una amenaza a sus intereses. Además, los efectos del monopolio se agravaban con el costo de
los fletes que multiplicaban el precio de las mercancías.6
Los neosantanderinos consideraron la oposición a la apertura de
un puerto propio, y el encarecimiento de los bienes que esto ocasionaba, como un motivo de ofensa; solicitaron a las autoridades “el fin del
oprobio monopólico” que sobre ellos pesaba y exigieron la apertura de
puertos en el litoral del Seno Mexicano y el establecimiento de un consulado comercial en Saltillo.7 Hubo que esperar hasta la guerra de Independencia para que se permitiese la habilitación de Tampico y Soto
La Marina y a que, en 1820, las segundas Cortes españolas decretaran
mayores libertades para el comercio y la apertura de varios puertos.8
4
La década está comprendida entre la independencia de Texas y el inicio de la guerra
entre México y los Estados Unidos. Octavio Herrera, “El clan fronterizo. Génesis y desarrollo de un grupo de poder político en el norte de Tamaulipas 1821-1852”, en Sociotam, v. IV,
núm. 1, 1994, p. 25-61; p. 33.
5
Herrera pone especial énfasis en la pugna entre el Ejército del Norte y los poderes
locales, así como con las elites regionales. Ibid.
6
José de Escandón intentó abrir un puerto en la Barra de Santander pero fue obstaculizado por el visitador José Tienda de Cuervo en 1757 y después la Corona prohibió su apertura. Herrera, Breve historia…, p. 71, 89; “La zona libre…”, p. 3-4.
7
Miguel Ramos Arizpe, representante de las Provincias Internas de Oriente en su Memoria, apud Herrera, “La zona libre...”, p. 9.
8
Las medidas relativas a una mayor libertad comercial que aquí citaremos aparecen en
Herrera, “La zona libre...”, p. 9-13.
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
261
Ya en el México independiente, Tampico y Matamoros se abrieron como
puertos de altura. Este hecho tuvo una enorme repercusión para todo
el nororiente mexicano, pues no solamente conectó a Tamaulipas al
mercado externo en expansión sino que, simultáneamente, la convirtió
en el corredor entre el comercio externo y dos ejes económicos: uno hacia San Luis Potosí y el otro hacia Monterrey, ciudad que se convirtió
en “plaza distribuidora del comercio hacia el interior”.9 Sin embargo,
las incipientes medidas liberales dictadas en 1821 enfrentaron la oposición de quienes exigían poner límites al comercio indiscriminado con
el exterior. Las presiones surtieron efecto y el proteccionismo fue la
tónica constante de la política arancelaria gubernamental en las primeras décadas de la vida nacional, a excepción del esfuerzo por establecer el libre comercio llevado a cabo entre 1833 y 1834. Así, la política
restrictiva al comercio exterior implantada en 1837 generó una activa
resistencia de las autoridades departamentales de Tamaulipas y de los
comerciantes y vecinos de Matamoros, actitud que se repitió en 1845
cuando el gobierno central prohibió la importación de diversos productos, entre ellos algunos de consumo básico.10
El contrabando y la oprobiosa sujeción
Los tamaulipecos encontraron en el contrabando una vía más eficaz
para expresar su descontento.11 Aquél comenzó desde las postrimerías
de la colonia y algunos testimonios nos hablan del que se llevaba a
cabo con el tabaco proveniente de la Louisiana.12 El intercambio ilegal
efectuado en la región no disminuyó en el México independiente; al
marítimo se sumaba el realizado por vía terrestre y su monto superaba al del comercio legal, de acuerdo con una estimación del cónsul
británico en Matamoros en 1830.13 Comerciantes nacionales y extranIbid., p. 18.
Al declararse a Veracruz como puerto único de depósito en el Golfo de México, el 11
de abril de 1837, surgió una tenaz resistencia de las autoridades tamaulipecas a quienes se
unieron comerciantes y vecinos de Matamoros. Por otra parte, en 1845, la Asamblea Departamental de Tamaulipas protestó contra la política fiscal del gobierno central. Ibid., p. 16-17.
Entre los productos prohibidos, según el decreto del 4 de octubre de 1845, se encontraban:
azúcar, harina, manteca, tocino, arroz, café, tabaco y algodón de todo tipo. J. Fred Rippy,
“Border Troubles along the Rio Grande, 1848-1860”, en Southwestern Historical Quarterly,
v. XXIII, julio, 1919, p. 94.
11
Herrera considera que el contrabando fue el remedio al desabasto al que estuvieron
sujetas las provincias del norte de la Nueva España. Herrera, “La zona libre…”, p. 46.
12
Existen testimonios de un caso que tuvo lugar en 1805, en el cual el capitán de la
villa de Reynosa, Juan José Balli, estuvo implicado. Idem.
13
Ibid., p. 49.
9
10
262
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
jeros, habitantes de las villas, funcionarios de aduanas y, en no pocas
ocasiones, los militares destacados en la comandancia promovían y
participaban activamente en el vigoroso comercio. El contrabando de
muebles de lujo que llevó a cabo Lucinda Vautray Griggi, amante del
general Adrián Woll, jefe de armas en Matamoros, es sólo un botón de
muestra.14
Seguramente es por esta razón que el “oficio de contrabandista”
no generaba rechazo alguno entre los pobladores de ciudades como
Matamoros, donde constituía un modus vivendi próspero y era una forma de exteriorizar el rechazo a las constantes prohibiciones del gobierno federal relativas al libre comercio.15 Por otra parte, los habitantes
de la margen izquierda del Bravo apreciaban también esta actividad.
Un historiador que ha estudiado el fenómeno emplea los términos contrabandista y comerciante como sinónimos, y alude a José María Carvajal, a quien considera líder de contrabandistas, como “mexicano de
inteligencia y soñador ambicioso”, lo cual nos da una idea de cómo se
valoraba la actividad entre los estadounidenses.16 Esta percepción compartida del contrabando fue un elemento que unió a las sociedades de
ambas márgenes del río Grande.
Desde luego, el gobierno federal concebía al contrabando de manera muy distinta. Luis de la Rosa, representante de México ante Washington, lo definió como un “acto de agresión y depredación contra
México”, motivado por el interés de ganancia de los residentes de villas situadas en la frontera17 y la Comisión de la Frontera Mexicana
aseguró que causaba “la ruina y la inmoralidad”.18
A la inquina provocada por el proteccionismo entre los vecinos de
la comarca se agregó la que generó la instauración del régimen centralista en México hacia mediados de los años treinta. El centralismo
originó serios desajustes en la entidad al desplazar a los grupos de poder locales de posiciones, puestos ejecutivos, legislativos, judiciales,
cargos aduanales, etcétera;19 además, los privó de recursos propios al
implantar severas restricciones al comercio con el exterior y medidas
proteccionistas que desalentaron el comercio en Matamoros, Tampico
Ibid., p. 50.
Ibid., p. 48-50.
16
Rippy, op. cit., p. 96.
17
Ernest C. Shearer, “The Carvajal Disturbances”, en Southwestern Historical Quarterly, v.
IV, octubre, 1951, p. 201-230, p. 206.
18
Ibid., p. 206.
19
Al establecerse la república centralista en 1835, se disolvió la legislatura local de
Tamaulipas y la mayor parte de los ayuntamientos. El gobernador era nombrado por el jefe
del ejecutivo nacional. Herrera, “El clan…”, p. 28.
14
15
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
263
y Soto La Marina. Inclusive, procuró cerrar estos puertos con el fin de
favorecer el privilegio exclusivista del comercio portuario de Veracruz,20
reeditando con esta acción un viejo resentimiento de los tamaulipecos
hacia las autoridades centrales. Se entrelazaron así dos debates: el del
federalismo versus centralismo y el del libre cambio versus proteccionismo. Ambos eran vitales para la región, particularmente para Tamaulipas debido a sus conexiones con el comercio mundial establecidas
a partir de 1821.21
De esta manera, hacia el segundo lustro de los años treinta, los
tamaulipecos resentían los efectos de los altos aranceles, del centralismo y de una mayor presencia de contingentes militares enviados desde el centro a raíz del triunfo de la rebelión texana, los cuales eran
percibidos como un instrumento del autoritarismo de México, como
un obstáculo para el contrabando y como un elemento que coartaba
las aspiraciones de las elites del lugar. El reacomodo político en la entidad derivó en el surgimiento y actuación del llamado “clan fronterizo”22 y en rebeliones federalistas, una de ellas encabezada por Antonio
Canales Rosillo, miembro del propio clan.
La primera rebelión federalista, iniciada en Tampico el 7 de octubre de 1838, coincidió con el bloqueo naval francés, el cual fue aprovechado por los rebeldes para negociar con los galos la apertura del
puerto para allegarse recursos aduanales. En noviembre, después de
que algunos simpatizantes del movimiento fueron apresados, Antonio
Canales Rosillo encabezó una nueva rebelión en el norte del departamento y, un mes después, Antonio Fernández Izaguirre se puso al frente
de otra en Ciudad Victoria. El movimiento de Canales, al que se sumó
José María Carvajal, reunió adeptos de Tamaulipas, Nuevo León y
Coahuila.23 Los rebeldes reclutaron mercenarios y acopiaron armas en
Ibid., p. 29.
Ibid., p. 26. Herrera señala que “el federalismo respondía a las expectativas de comerciantes y elites emergentes locales, en tanto que el centralismo daba respuesta a los intereses mercantiles del centro de México”. En los hechos, la relación aparece de manera menos
mecánica. Muchas veces los “librecambistas” se beneficiaron de manera considerable de una
negociación con un gobierno centralista. Tal es el caso del “clan Canales” que se benefició
del armisticio pactado con el gobierno centralista en 1840.
22
Recordemos que después de la derrota ante Texas se creó el Ejército del Norte. El
clan fronterizo integrado por las familias Canales, Molano, Cárdenas y Carvajal, influyó en
Tamaulipas durante una parte de la segunda mitad del siglo XIX y enfrentó al clan Fernández
Quintero. El fenómeno del clan fronterizo ha sido bien estudiado por Herrera.
23
Carvajal encabezó la campaña al frente de voluntarios norteamericanos que derrotó
a fuerzas del ejército central cerca de Mier. Shearer, “The Carvajal…”, p. 204. Brown forma
parte de los historiadores que afirman que Canales ambicionaba formar una república independiente constituida por Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila apoyada por los texanos.
20
21
264
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Texas con el beneplácito de su gobierno, sin embargo, fueron criticados por otros federalistas y acusados de traición cuando la prensa de
Texas y Nueva Orleans les adjudicó el plan de crear la República del Río
Grande.24 Tras el fusilamiento de uno de los jefes militares, el movimiento
pactó un armisticio con el general Mariano Arista, comandante de los
Estados de Oriente, en noviembre de 1840. Paradójicamente, el clan
fronterizo que había encabezado la rebelión federalista se vio beneficiado con el desenlace del movimiento y con la sólida relación establecida con Arista al recuperar el poder político perdido al implantarse el
centralismo.25
El paraíso del comercio ilegítimo
El panorama del contrabando en Tamaulipas se complicó durante la
ocupación norteamericana. Cuando en mayo de 1846 Taylor tomó el
norte de la entidad eliminó los aranceles mexicanos, estableció sus propias tarifas, permitió que Matamoros operase como puerto libre e invitó a los comerciantes estadounidenses a introducir productos, con lo
que un alud de mercancías inundó la frontera.26 En contrapartida, el
gobierno mexicano emitió un decreto que consideraba contrabando a
todo artículo proveniente de las zonas ocupadas, en tanto que el gobierno del estado juzgaba ese tráfico como legal.27
Las contradicciones del caso no pararon ahí. La debilidad del gobierno del presidente José Joaquín Herrera aumentó a partir de la presencia de Taylor en Corpus Christi desde diciembre de 1845 y permitió
el fortalecimiento de los grupos locales. Los clanes fronterizos FerCharles H. Brown, Agents of Manifest Destiny. The Lives and Times of Filibusters, Chapell Hill,
The University of North Carolina Press, 1980, p. 148. Véase la nota número 24.
24
Josefina Vázquez asegura que el proyecto secesionista de crear una República del Río
Grande es una invención hecha por grupos adversos a los federalistas radicales del norte de
Tamaulipas para desprestigiar su movimiento, pero que la idea surgió en las cartas a la redacción de periódicos texanos, más bien como una expresión de sus propias expectativas. El
error —que han repetido varios historiadores— se generó a partir de que Herbert Howe
Bancroft las tomó como válidas. “La supuesta República del Río Grande”, en Historia Mexicana, v. XXVI, núm. 1, 1986, p. 49-79. Herrera, Breve historia…, p. 116.
25
José Antonio Canales quedó como comandante militar de las villas del Norte, Jesús
Cárdenas como prefecto del norte y Juan Nepomuceno Molano se situó en el primer nivel
del gobierno de la entidad. Ibid., p. 117.
26
Entre estas mercancías se encontraban: textiles, mercería, vinos, alimentos, ferretería, maquinaria y artículos de piel. Rippy, op. cit., p. 94.
27
Herrera, “Tamaulipas ante la guerra de invasión norteamericana”, en Josefina Vázquez, México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848), México, Secretaría de Relaciones Exteriores-El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 1997; p. 546.
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
265
nández y Canales recuperaron su poder en la región: Francisco Vital
Fernández fue designado gobernador por el congreso estatal y Antonio Canales presidió la legislatura, estableciendo una alianza insólita.
En forma paradójica, la vieja mancuerna Canales-Carvajal se resquebrajó y mientras el primero, al perder su base territorial, se pasó a la
guerrilla en contra de los norteamericanos y apoyó al gobierno estatal,
el segundo se opuso a la invasión pero, amparado por José Urrea, comandante del Ejército del Norte y enemigo acérrimo del gobernador,
medró con el contrabando al igual que su protector.28
La animadversión contra las fuerzas castrenses representantes del
gobierno central no disminuyó durante la guerra contra los norteamericanos. “No puede V. S. mi Gral. figurarse la mala prebensión [sic] de
esta ciudad [Ciudad Victoria] en contra del Ejército”, escribió el general Miñón al ministro de Guerra en el otoño de 1848.29 La lucha entre
representantes de los grupos de poder del estado y la comandancia de
Oriente o del Ejército del Norte también prosiguió. No era extraño presenciar encarnizados enfrentamientos entre ambos, como en el caso
de la pugna entre el gobernador Vital Fernández y el general José Urrea
o entre éste y Canales.
La rebelión de La Loba o la disidencia de un grupo “selecto”
Al término de la guerra entre México y los Estados Unidos, las autoridades mexicanas recuperaron el control de las aduanas. La política
arancelaria combinó medidas proteccionistas con otras menos restrictivas, sobre todo en el bienio que siguió a la contienda.30 Las disposiciones del gobierno mexicano generaron el descontento de los
comerciantes norteamericanos, especialmente de los tabacaleros, y
agudizaron las condiciones para el conflicto entre ambos sectores.31
El hecho de que las autoridades mexicanas eludieran cumplir el artí28
Santa Anna solicitó al general Valencia el nombramiento de José Urrea en la comandancia del Ejército del Norte para hacerle la vida imposible al gobernador, quien lo había
destituido de su cargo. Carvajal atacó a Vital acusándolo de peculado, de favorecer un proyecto secesionista y poniendo en duda la legitimidad de su investidura. Herrera, “Tamaulipas
ante…”, p. 549.
29
Miñón relata la recepción que hizo Ciudad Victoria a su cuerpo. General Miñón al
Ministro de Guerra y Marina. Saltillo, 27 de noviembre de 1848, en Archivo Histórico Militar
de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante AHMSDN), exp. XI/481.3/2481, f. 267.
30
En abril de 1849 el gobierno suprime la prohibición al azúcar, harina, manteca, tocino,
arroz, café, tabaco y algodón. En noviembre de 1849, redujo las tarifas en un 49%. Rippy,
op. cit., p. 94.
31
Ibid., p. 95-96.
266
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
culo decimonoveno del Tratado de Guadalupe que establecía el respeto a los productos norteamericanos que habían ingresado durante el
tiempo que duraron las hostilidades, respetando las tarifas, provocó
tensiones con los comerciantes estadounidenses.32
La insatisfacción con la política tarifaria de la administración central era compartida por los fronterizos mexicanos. El Ayuntamiento de
Matamoros aseguró que “apenas se supo que la paz había [sido] canjeada cuando [comenzaron] a sentirse los funestos efectos de las aduanas marítimas y de efectos estancados”.33
El 20 de julio de 1850, como consecuencia de la presión ejercida
por sus acreedores para poner fin al contrabando, el gobierno creó los
contrarresguardos aduanales, los cuales deberían convertirse en una
barrera de contención al comercio ilegal, paralela a las aduanas. Contaban para su operación con 1 comandante, 10 tenientes y 50 subordinados, quienes recorrían campos, caminos y veredas para asegurar que
los productos que se internasen al país hubieran cubierto los derechos
respectivos.34 Estos mecanismos de control provocaron una gran antipatía entre la población lugareña y fueron mal vistos hasta por los mismos empleados de las aduanas.35 El descontento llegó al punto de que
los vecinos de Matamoros se propusieron deponer al administrador de
la aduana y el general Francisco Ávalos, jefe militar de la plaza, hubo
de desplegar tropa para evitar un motín. Empero, Ávalos reconoció que
“el pueblo, el comercio y la guardia nacional, no pudiendo por más tiempo sufrir el actual administrador de la aduana y lo muy subido que están
los derechos del arancel, se habían resuelto a mejorar su suerte a toda
costa...” 36
El restablecimiento de las tarifas y la creación de los contrarresguardos 37 se resintieron como una opresión intolerable y movieron a
los opositores al gobierno —encabezados por José María Carvajal— a
reunirse en el rancho de La Loba, en septiembre de 1851, con el fin de
Ibid., p. 94-95.
Representación del Ayuntamiento de Matamoros, 11 de julio de 1848, Andrés Saldaña, presidente en turno, Joaquín Argüelles, secretario, en El Defensor de Tamaulipas, Ciudad
Victoria, 21 de agosto de 1848. Apud Herrera, “La zona libre...”, p. 81.
34
Ibid., 78; Rippy, op. cit., p. 96,
35
Herrera, “La zona libre…”, p. 79-80.
36
Ibid., p. 76. (Cursivas mías. En adelante, servirán para destacar la manera en que las
distintas autoridades se referían a los descontentos.)
37
El contrarresguardo se creó en cumplimiento de la ley del 24 de noviembre de 1849.
El “Reglamento para el Contra-resguardo de Nuevo León y Tamaulipas” se expidió el 20 de
julio de 1850. Carlos J. Sierra y Rogelio Martínez Vera, El resguardo aduanal y la gendarmería
fiscal 1850-1925, México, Publicaciones del Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1971, p. 13.
32
33
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
267
elaborar un plan y lanzar una proclama.38 En el llamado Plan de La
Loba se demandó el retiro de la frontera norte del ejército federal, cuya
presencia se consideró como opresora y perniciosa; se exigió la reducción de los impuestos aduanales y la cancelación de prohibiciones; se
pidió el establecimiento de una aduana en Reynosa; y se exigió la abolición de las multas excesivas por contrabando, así como la aprobación de una ley que permitiese el ingreso de productos sin impuestos
durante un periodo de cinco años. También se oponían a la secesión
del territorio o a su anexión a la Unión Americana, pero afirmaban el
derecho a establecer un gobierno provisional en caso de que sus demandas no fuesen satisfechas.39
Comerciantes y hombres de negocios de Brownsville aportaron
apoyo financiero para municiones, hombres y frazadas para el plan de
Carvajal y juntos organizaron un pequeño ejército que incursionaría
en México, constituido por descontentos de los dos lados del Bravo.40
Así, 400 norteamericanos y 300 mexicanos se apoderaron de la villa de
Camargo; Mier y Guerrero se sumaron al plan. Según De la Rosa, los
principales promotores del movimiento eran “contrabandistas, hacendados y comerciantes de ambos lados de la frontera”.41
En respuesta, el comandante de brigada Francisco Ávalos, apoyado por el jefe político del distrito norte y por el ayuntamiento de Mata38
Nacido en San Antonio Béjar alrededor de 1819, José María Carvajal (o Carbajal,
como aparece en varios autores) recibió una esmerada educación en Virginia y mantuvo
—desde temprana edad— una relación cercana con Stephen Austin. Pronto se vio ligado al
negocio de tierras en su natal Texas y su matrimonio con la hija de Martín de León estrechó
su vínculo con los especuladores texanos. Fue diputado en la legislatura de Coahuila-Texas
en 1835, año en que estalló la rebelión. En ese mismo año, enfrentó problemas por participar en la venta de tierras. Más tarde fue perseguido y encarcelado por las autoridades
mexicanas, acusado de incitar los ánimos para desatar una guerra con el fin de que se vendieran los títulos de propiedad. Su matrimonio obró favorablemente en el vínculo con la
elite texana. Shearer, op. cit., p. 201-230; Herbert Davenport, “General José María Jesús
Carbajal”, en Southwestern Historical Quarterly, v. IV, abril, 1952, p. 475-483.
39
El Bien Público, suplemento núm. 82, Matamoros, 17 de septiembre de 1851, en
AHMSDN, exp. XI/481.3/3163, f. 65.
40
El National Intelligencer publicó una nota donde confirmaba que 30 norteamericanos
habían sido contratados en Río Grande City para auxiliar al movimiento secesionista de Tamaulipas. Luis de la Rosa al vicecónsul mexicano en Nueva Orleans. Washington, 19 de septiembre de 1851, en Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México (en
adelante AHSREM), FIL-7 (I), f. 6-7. Banse y Hord, dos reconocidos abogados, reclutaron
gente para la expedición. Nota de Manuel Medina, coronel del ejército y teniente coronel
de infantería, Matamoros, [s. f.], en AHSREM, FIL-7 (II), f. 32, apud Heredia, op. cit., p. 68.
Una compañía de Texas Rangers, al mando de John S. Ford, se unió a Carvajal durante seis
meses. Shearer, op. cit., p. 209; Brown, op. cit., p. 68.
41
De la Rosa, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en los Estados Unidos, a José Fernando Ramírez, ministro de Relaciones Exteriores e Interiores, Washington, 13 de octubre de 1851, en AHSREM, FIL-7 (I), f. 38.
268
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
moros, reformó el arancel vigente reduciéndolo a la cuarta parte. El
general adoptó la medida sin contar con el apoyo del gobierno federal,42 empero, su decisión tuvo el efecto esperado, pues el apoyo a la
rebelión decreció sensiblemente.43 Además, es posible que la orden del
gobierno de Washington de movilizar fuerzas para evitar cualquier expedición ilegal en territorio mexicano haya contribuido a disuadir a
algunos entusiastas anglosajones seguidores del movimiento de permanecer en él.44
Los rebeldes, reforzados por un considerable contingente en Camargo, partieron hacia Reynosa, villa que capturaron sin mayor obstáculo. Ahí, Carvajal eliminó los aranceles a los productos indispensables,
disminuyó los de los bienes suntuarios y publicó una carta en el Texas
State Gazette que explicaba los motivos del levantamiento. Aseguró que
había sido elegido para combatir la opresión y las severas vejaciones
que padecían sus compatriotas a partir de su independencia “nominal”; que el movimiento se dirigía contra los impuestos excesivos, los
monopolios y la tiranía militar. Afirmó también que los mexicanos lanzaban un grito de auxilio para escapar de sus cadenas y para preservar
sus derechos y libertades. Aclaraba que los norteamericanos que lo acompañaban sólo habían venido a rescatar a los mexicanos de su miseria.45
En Matamoros, lanzó una proclama donde se invitaba a los habitantes a levantarse contra la tiranía y a sumarse a las filas insurgentes,
que no recibió respuesta.46 No permaneció muchos días en aquel puerto; se retiró a Cerralvo, atribuyendo su fracaso a las intrigas de los
vicecónsules británico y francés, así como al general Canales. Sin em42
Acta por la que las autoridades militar, política y civil de esta ciudad, acuerdan la alza
de prohibiciones y rebajas del arancel vigente; la cual se acompaña por el Reglamento para
el cobro de derechos en esta Aduana marítima y fronteriza, con otras disposiciones relativas
dictadas en virtud de circunstancias por los señores General D. Francisco Ávalos, Jefe Político D. Leonardo Manzo y Ayuntamiento de esta ciudad, 1851, en Archivo Histórico de Matamoros, Presidencia, caja 12, exp. 7, apud Herrera, “La zona…”, p. 86.
43
Ávalos afirmó que el arancel “era el único recurso que pudo suministrar lo necesario
para hacer la Guerra con buen éxito” y que “cambió la opinión general[,] convirtiéndose en
los más firmes defensores del gobierno los que unos días antes eran sus opositores”. Ávalos
al Ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 17 de diciembre de 1851, en AHMSDN, exp. XI/
483.373163, f. 1.
44
Shearer, op. cit., p. 210.
45
Ibid., p. 215.
46
Al parecer, el comportamiento de tropa, oficiales y jefes en la defensa de Matamoros
fue ejemplar y mereció el reconocimiento del gobierno de la república que entregó medallas
y diplomas. Relación de la Brigada Ávalos sobre el número de efectivos presentes en la plaza
de Matamoros “cuando fue invadida por los filibusteros acaudillados por el traidor Carvajal”. Matamoros, 14 de junio de 1852, anexo al parte de guerra de Jáuregui, Comandante
General de Nuevo León, al Ministro de Guerra y Marina, Monterrey, 5 de julio de 1842, en
AHMSDN, exp. XI/481.3/3157, f. 30.
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
269
bargo, es posible que el retiro respondiese a su encuentro con las fuerzas nacionales, pues, para este momento, los generales Ávalos, Uraga y
Jáuregui habían cumplido las instrucciones del Ministerio de Guerra
y Marina de “…contribuir a sofocar la revolución que ha aparecido en
la frontera”.47
Carvajal y sus hombres, derrotados por Jáuregui en Cerralvo, se
refugiaron en Texas. Ávalos escribió: “aunque el traidor Carvajal se ha
pasado a la izquierda del Bravo con doscientos diez aventureros, estoy
informado […] de que espera refuerzos de Texas para continuar su
empresa.” 48 En efecto, los rebeldes intentaron ocupar esa plaza nuevamente, pero fueron obligados a replegarse allende la frontera.
Los continuos informes recibidos en la ciudad de México hacían
evidente que la percepción de los cónsules y militares destacados en la
región era que el movimiento contaba con amplio apoyo de un buen
número de fronterizos en ambos lados del río Grande. El vicecónsul
mexicano en Brownsville relataba a su gobierno como “una gran parte
de la población de esa ciudad cruzaba la frontera por las noches para
unirse a los ‘bandoleros’”. Las notas revelaban también la certeza sobre
la poca disposición de los funcionarios estadounidenses a combatir a
los seguidores de Carvajal. “[Fueron] la tolerancia y el disimulo de las
autoridades fronterizas los que facilitaron la organización y salida hacia tierras vecinas de los aventureros, los cuales, en su mayoría, eran
ciudadanos norteamericanos”, escribió De la Rosa al secretario de Estado en Washington.49 Las comunicaciones también mostraban el temor
de los jefes castrenses a que la rebelión desembocara en secesión y que
“de no cortarse de raíz, [hiciese] peligrar no sólo la integridad del territorio, sino del país”.50 Veían en las “invasiones del traidor Carvajal y los
aventureros extranjeros […] miras y tendencias demasiado conocidas
y remarcables [...] contra la integridad del territorio nacional”.51
47
Instrucciones a los Generales Uraga, [Antonio María] Jáuregui y [Francisco] Ávalos,
Ministerio de Guerra y Marina, México, 18 de septiembre de 1851, en AHMSDN, exp. XI/
481.3/3161, f. 68-81.
48
Parte del general Francisco Ávalos, jefe de la Brigada Ávalos, al general Antonio María Jáuregui, Matamoros, 13 de diciembre de 1851 [copia], en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161,
f. 96.
49
De la Rosa a Daniel Webster, secretario de Estado, Washington, 12 de noviembre de
1851, en AHSREM, FIL-7 (I), f. 112.
50
Ventura Alcalá, vicecónsul de México en Brownsville, a José Fernando Ramírez, ministro de Relaciones Exteriores e Interiores, Brownsville, 26 de noviembre de 1851, en
AHSREM, FIL-7 (I), f. 147-148, apud. Heredia, op. cit., p. 73; Alcalá al Ministerio de Relaciones Exteriores e Interiores, Brownsville, 8 de noviembre de 1851, ibid., f. 96; Ávalos, general
de brigada al Ministerio de Guerra y Marina, ibid., f. 98-99.
51
Parte del general Adrián Woll, comandante general de Tamaulipas al ministro de
Guerra y Marina. [s. l.], [s. f.], en AHMSDN, exp. XI/481.3/3157, t. 1, f. 169.
270
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Si el movimiento de La Loba constituía o no un peligro real para
la existencia del país es algo que, por ahora no nos interesa dilucidar,
lo que sí deseamos subrayar es su persistencia y la convicción de formar parte de un proyecto emancipador. Convencido del sentido de su
misión, Carvajal premiaba los servicios de sus oficiales “…atendiendo
a las buenas cualidades, honradez y valor que [les] adornaban…”, otorgándoles el grado de teniente del “Ejército Libertador de las Villas del
Norte”, nombre con el cual denominó a su partida.52
En febrero de 1852, después de dos meses de reorganizar a sus
hombres, José María Carvajal, bien armado y con una fuerza considerable, emprendió una nueva incursión sobre Camargo, donde enfrentó
a una compañía mexicana que lo obligó a regresar a Brownsville; ahí
fue apresado con una docena de seguidores y puesto en libertad tres
meses después.53 En el ínterin, el anuncio de que el arancel Ávalos había sido derogado, que la tarifa de 1845 se había restablecido y que
dos prisioneros estadounidenses y un número indeterminado de mexicanos capturados en Matamoros durante la primera incursión de los
rebeldes habían sido ejecutados,54 provocó conmoción en Brownsville
e insufló nuevo aliento a la rebelión.55 El cónsul mexicano en esa población escribió una nota “de preferencia reservada” al ministro de
Relaciones Exteriores donde expresó su preocupación. Dijo: “...es de
temerse que los facciosos aprovechándose del estado de la frontera procuren comenzar de nuevo la revolución. No hay duda de que en ella
52
Instrucción de José María Carvajal, general en jefe del “ejército libertador de las
Villas del Norte”, a Juan H. Allen, teniente ayudante del Cuartel Maestre General, Campo
cerca de Reynosa Viejo, 19 de febrero de 1852, anexa al parte de Ávalos al ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 3 de abril de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 18.
53
Carvajal iba acompañado de una fuerza de entre 200 y 500 hombres con doce cañones de asalto. Nota del general Canales a José María Jáuregui, comandante general de Nuevo León, Camargo, 24 de febrero de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 13; Shearer,
op. cit., p. 222-223; Brown, op. cit., p. 155; Heredia, op. cit., p. 76. Ávalos acusa recibo de “la
noticia comunicada por el S. Gral. Jáuregui del triunfo obtenido en Camargo sobre los
filibusteros” (cursivas mías). Acuse de recibo del general Ávalos al ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 24 de marzo de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 49.
54
Ávalos informa que está enterado de la orden de ejecución dictada contra los reos
George Williams, Robert MacDonald, Jesús Gómez y Estanislao Villegas “por haber pertenecido a las fuerzas del traidor Carvajal”. Parte del general Francisco Ávalos al Ministro de
Guerra y Marina, Matamoros, 16 de junio de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3159, f. 2-3.
55
En la nota del cónsul de México en Brownsville relativa al creciente descontento que
ha producido el restablecimiento del arancel de 1845 y la posible movilización de las fuerzas de Carvajal por esta razón, se lee lo siguiente: “con motivo de esa medida, se ha comenzado de nuevo a hacer contrabando por los comerciantes de estas poblaciones. Además, es
de temerse que tal medida sirva de pretexto a los facciosos, para llevar a cabo sus planes.
Reina un disgusto general, de ambos lados del Río Bravo…”
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
271
reina un gran disgusto contra el Supremo Gobierno y de que se trata
de hacer alguna demostración revolucionaria, mas no he podido averiguar el plan que tratan de proclamar.”56
Carvajal atacó Reynosa y Nuevo León antes de que finalizara el
año pero fue perseguido por las fuerzas del gobernador neoleonés hasta lograr que abandonara la entidad.57 En marzo de 1853, los seguidores del fronterizo, al mando de Alfred H. Norton, autoridad civil en
Río Grande City, saquearon Reynosa y secuestraron al alcalde por quien
exigieron un rescate de 30 000 pesos. Tras obtener 2 000 pesos y cometer una serie de tropelías, la partida cruzó la frontera de regreso y se
internó en territorio texano.58 Carvajal y Norton fueron apresados por
G. R. Paul, mayor del ejército estadounidense, quien solicitó al oficial
de la brigada mexicana que reuniera testigos para probar la participación de aquéllos en las depredaciones cometidas en suelo mexicano.59
La prisión de Carvajal no se prolongó por mucho tiempo; el pago de la
fianza lo puso en libertad a las pocas semanas de haber ingresado a
la cárcel. Para ese momento, Antonio López de Santa Anna, nuevamente en el poder, emitió un decreto que declaraba: “Traidores e indignos del nombre [de] mexicano[s] a Carvajal y sus secuaces…”, quienes
quedaban proscritos del territorio de la república.60 Entonces, el inquieto cabecilla de la rebelión de La Loba se involucró en los proyectos
filibusteros contra Cuba organizados por John Quitman. Su alejamiento del escenario nacional no se prolongaría demasiado. Cuando los liberales exiliados por las dictaduras en Brownsville y Nueva Orleáns
empezaban a fraguar la caída del dictador, el de Béjar se encontraba
presente.
56
Nota del cónsul de México en Brownsville al ministro de Relaciones, Brownsville, 4
de mayo de 1852, anexa a la nota de José María Ortiz Monasterio, ministro de Guerra y
Marina, México, 24 de mayo de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 52.
57
José Miguel Arrollo, ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, a Joaquín I. del
Castillo, cónsul mexicano en Brownsville, México, 22 de enero de 1853, en AHSREM, FIL-7
(VI), f. 4.
58
Relato de Severiano Medrano, funcionario mexicano del juzgado 3º Constitucional
remitido al coronel Valentín Cruz el 27 de marzo de 1853, en AHSREM, FIL-7 (VI), f. 29.
59
G. R. Paul a Valentín Cruz, Puesto Riggold, Texas, 1 de abril de 1853, ibid.
60
Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las
disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 50 v., México, Imprenta
del Comercio a cargo de Dublán y Lozano hijos, 1876, v. VI, p. 594 (cursivas mías). Robert
Case, “La frontera texana y los movimientos de insurrección en México, 1850-1890”, en
Historia Mexicana, v. XXX, núm. 3, enero-marzo, 1981, p. 415-452; p. 417.
272
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Consideraciones finales
a) El peso de la conquista pacífica
La “conquista pacífica”, es decir, la extraordinaria expansión comercial estadounidense hacia México, vigorizada durante y después de la
guerra del 47 pesó en la recomposición de la sociedad fronteriza al
estrechar los vínculos entre las elites de hacendados y comerciantes
de los dos lados del Bravo y al fortalecer a los empresarios tamaulipecos
gracias al apoyo de sus homólogos norteamericanos. Con ello, la relación entre los grupos de poder regionales y los del gobierno central
cambió de manera manifiesta.
Por otra parte, las condiciones generadas por el intenso tráfico comercial que acompañó a la guerra y perduró en el periodo posterior
hicieron a los habitantes del Bravo más sensibles a “la opresión” del
gobierno central; fortalecidos, los fronterizos se mostraron menos tolerantes hacia las políticas de la Federación. En consecuencia, no fue
exclusivamente la “opresión del régimen central” la que hizo a los habitantes del norte más susceptibles a las determinaciones de la administración de México. El peligro de perder privilegios disfrutados por
algunos y largamente anhelados por otros hizo que los vecinos de la
región, especialmente los de las comarcas fronterizas lucharan para
preservar sus prerrogativas. Se observa así la manera en la cual los
movimientos disidentes pueden originarse en el deseo de mantener situaciones de privilegio y conservar cotos de poder.
b) El asunto de las percepciones
A las consideraciones anteriores debe agregarse que la debilidad del
gobierno federal marcó —en buena medida— su percepción de los levantamientos de los fronterizos. La precaria condición del Estado nacional, evidente en su crisis hacendaria, su incapacidad para resguardar
las fronteras y mantener la soberanía en el territorio fue patente en
muchos aspectos; entre otros, en los infructuosos esfuerzos por someter a los texanos; durante el conflicto con Francia; a lo largo de los
levantamientos en Sierra Gorda y en la derrota ante las fuerzas norteamericanas. Estas experiencias debieron llevar al gobierno mexicano
a advertir de forma amenazadora los levantamientos en la región. Éstos fueron vistos como agitaciones peligrosas que anunciaban el fin
de la soberanía nacional en aquellos confines, como la reedición del
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
273
caso texano o como un serio amago para la existencia del gobierno
mismo.
En consecuencia, si la disidencia es una categoría que implica relación (se es disidente en relación a algo o a alguien), y tiene que ver
con la percepción que tenga la autoridad sobre los actos juzgados como
“disidentes”, deberemos considerar que la susceptibilidad de la autoridad puede estar en función de su propio grado de vulnerabilidad, aunque esta relación no sea ni mecánica, ni estrictamente proporcional.
Se entiende de esta manera que la alianza establecida entre los vecinos del norte de México, que aspiraban al paraíso fiscal, y los texanos
que además de buscar el fin de los aranceles deseaban ampliar las fronteras, fuese el marco adecuado para que las autoridades concibieran a
los primeros no sólo como rebeldes, facciosos o bandidos, sino como
traidores a la patria e impulsores de proyectos secesionistas, acusaciones graves que eran lanzadas en un momento en el que el recuerdo de
la experiencia texana y la pérdida de California y Nuevo México “laceraban” la conciencia colectiva y convertían al “celo patrio” en un valor
supremo.
c) Disidencia y transgresión
Los vecinos del noreste mexicano y el sureste estadounidense no sancionaron el comercio ilegal, el cual fue —según una norma no escrita
de la región— una actividad perfectamente legítima. Por esta razón,
fue difícil encontrar a quienes testificasen contra “los portavoces y defensores de los contrabandistas”, como fue el caso de José María Carvajal. La transgresión a la ley “del centro” constituyó, a más de una
manera de subsistencia o de enriquecimiento, una forma de expresión
de desacuerdo, y una manifestación de autonomía regional; representó un modo de disidir. Compartido por vastos sectores sociales, el contrabando constituyó un eje en torno al cual convergieron aspiraciones
de amplias capas de la sociedad del bajo Bravo. Así también la rebelión de La Loba articuló la participación de distintos actores cuyos propósitos eran harto divergentes. Carvajal desempeñó en este movimiento
el papel de agente de enlace entre ellos.
d) Las viejas inquinas y la disidencia
El proteccionismo; la presencia de un ejército que impedía a las elites
locales realizar sus aspiraciones políticas amén de ser el garante de las
274
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
disposiciones arancelarias establecidas desde la capital; el desabasto;
el desamparo ante las expediciones de los indios de las praderas; el
monopolio ejercido por el eje Veracruz-ciudad de México y los obstáculos levantados en contra de la habilitación de puertos en el litoral
tamaulipeco constituyeron parte de la lista de agravios añejos que los
vecinos de las provincias nororientales tenían hacia el gobierno nacional. Por esta razón, la oposición del poder central al establecimiento
de una zona de excepción fiscal fue vivida como un verdadero oprobio. Este sentimiento contra el proteccionismo, sin embargo, no era
exclusivo de los grupos menos privilegiados; también fue resentido con
particular agudeza por ricos comerciantes y hacendados de aquellas
comarcas que encontraron en las tarifas un obstáculo a sus posibilidades de enriquecimiento y desarrollo. La bonanza que significaba para
estos sectores el creciente intercambio con los norteamericanos convirtió a los viejos agravios en vejaciones insoportables. Los poderosos
grupos de empresarios y ganaderos, junto con la gran mayoría de la
sociedad, hallaron en la oposición al centralismo, al militarismo y a
los aranceles una bandera común.
No obstante lo antes señalado, una revisión cuidadosa del periodo
aquí estudiado nos permite ver que las ecuaciones centralismo= proteccionismo=privilegios para el poder central, así como federalismo=
libre cambio=privilegios para las elites regionales, no se cumplen con
rigor y simplifican la cuestión. Por otra parte, cabe decir que al hablar
de elites incurrimos en una burda generalización que pasa por alto las
divisiones existentes entre los grupos de poder de una misma región.
El caso queda bien ilustrado con las alianzas y rupturas que observamos en nuestro estudio a través de los clanes y su vínculo con el gobierno central.
e) ¿Disidencia entre las elites?
¿Es posible hablar de disidencia entre las elites? Si partimos de la definición que señala que disidencia es: separación, grave desacuerdo de
opiniones; que discrepancia, desacuerdo, escisión, separación, cisma
y secesión son sinónimos de disidencia y que la acción de disidir es:
“separarse de la común doctrina, creencia o conducta”, resulta posible
pensar que los grupos privilegiados puedan apartarse de la común doctrina, separarse de un pacto previamente convenido, a diferencia de
otros sectores de la sociedad que tratan de romper con un acuerdo al
que fueron sujetos. En tal sentido, el Plan de La Loba al que hemos
hecho referencia, al reservarse el derecho a establecer un gobierno pro-
DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO
275
visional en caso de que sus demandas no fuesen satisfechas, planteó
un grado considerable de disidencia al proponer la secesión. Los fronterizos llegaron al extremo al pretender separarse de la federación, desligándose del pacto que los había unido a la nación.
DE ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD:
LAUREANA WRIGHT Y EL ESPIRITISMO KARDECIANO
EN EL MÉXICO FINISECULAR
LUCRECIA INFANTE VARGAS
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Me regocijo porque estoy convencida de que a los
derechos de la mujer […] les bastará con ser analizados para ser comprendidos y defendidos, incluso
por algunos de los que ahora tratan de asfixiar los
irreprimibles deseos de libertad espiritual y mental que
se agitan en el corazón de muchas mujeres y que apenas se atreven a descubrir sus sentimientos.
Sara Grimké, 1838.1
En septiembre de 1891, La Ilustración Espírita, revista editada por la
Sociedad Espírita Central de México, publicó el primero de ocho artículos titulados “Espiritismo práctico”.2 Su autora era Laureana Wright
de Kleinhans (Taxco, Guerrero, 1846-1896), quien dedicó gran parte de
su obra escrita a la promoción de la emancipación de las mujeres y su
derecho a la educación profesional.3 A lo largo de estos artículos, Laureana describió la historia de su conversión al espiritismo kardeciano,
doctrina filosófico-religiosa originada en Europa hacia 1857 por el
médico holandés Hippolyte Rivail (conocido bajo el seudónimo de Allan
Kardec), y cuya introducción en México se produjo alrededor de 1858
1 Sara Grimké, Cartas sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer, citada en la
introducción de Alicia Miyares a Elizabeth Cady Stanton (editora), La Biblia de la mujer (traducción castellana de J. Teresa Padilla y María Victoria López), Madrid, Ediciones CátedraInstituto de la Mujer, 1997 (reproducción del original The Womans´s Bible, 1895).
2
La Ilustración Espírita. Periódico consagrado exclusivamente a la propaganda del Espiritismo, ciudad de México, Imprenta de Refugio I. González. El artículo citado comprende
los números que van del 1 de septiembre de 1891 al 1 de mayo de 1892.
3
Algunas de las revistas en que publicó son: El Correo de las Señoras (1881-1884), El
Diario del Hogar (1881-1912), El Álbum de la Mujer (1883-1890), Violetas del Anáhuac (18871889), La Mujer Mexicana (1904-1907). Fue autora también de los libros Educación errónea de
la mujer y medios para corregirla (México, Imprenta Nueva, 1892); La emancipación de la mujer
por medio del estudio (México, 1891) y Mujeres notables mexicanas (1910).
278
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
con el arribo de la Revue Spirite, publicación fundada por Kardec en
París ese mismo año.4
Los inicios del contacto entre Laureana y el espiritismo de Kardec
se remontaban aproximadamente a siete años atrás. En 1884, la señora Wright acudió a una reunión social en la cual el espiritismo fue objeto de severas burlas, e hizo que Laureana pensara en “la vulgaridad
que cree tontamente en brujas, hechiceros y fantasmas”.5
Un par de días después, la escritora recibió la visita del único participante en aquella reunión que, con marcada seriedad, no había manifestado opinión alguna sobre el asunto. Se trataba de un presunto
“senador” con quien ella guardaba cercana amistad y cuya identidad
prefirió no revelar en su narración. Este hombre le aseguró que el espiritismo era una cuestión tras la que se hallaba “algo muy digno de
atención y de estudio” 6 y, a fin de que formara sus propias deducciones, la invitó a participar en una sesión espiritista que se efectuaría en
el domicilio de un militar conocido por ambos.
Desconcertada por aquel “respetable e ilustrado” personaje que se
declarara partícipe de lo que ella consideraba una “puerilidad”, y asaltada también por la “vaga esperanza de que hubiese algo más allá de la
muerte”,7 Laureana decidió acudir a la reunión, no sin antes echar un
vistazo a dos textos que sabía eran clásicos del tema en cuestión: El libro de los Espíritus, de Allan Kardec, y Lumen, de Camille Flammarion.
El día de la reunión, Laureana presenció como una mujer dormida a la que llamaban medium8 escribía bajo el efecto de lo que se le
explicó era el “sueño magnético”, e incluso participó directamente mediante la invocación a su padre (muerto años atrás) y a Antonia, una
querida amiga recientemente fallecida y quien hasta el último suspiro
se negara a morir. Ninguno de los espíritus convocados acudió a su
llamado y, tras varios “estremecimientos dolorosos de la medium”, la
única respuesta obtenida fueron unas líneas confusas en las que se entreveía la frase: “Estoy viva, no estoy muerta... sácame de aquí, sálvame… Soy Antonia.”9 Convencida de que ello era el producto de la
4
Parece existir algún tipo de controversia o desacuerdo en relación con el nombre verdadero de Kardec, a quien en algunos estudios se le reconoce más bien como Leon Denizard.
Véase al respecto Yolia Tortolero Cervantes, “Un espírita traduce su creencia en hechos políticos: Francisco I. Madero (1873-1913)”, tesis doctoral en Historia, El Colegio de México, 1999.
5
Laureana Wright, “Espiritismo Práctico”, La Ilustración Espírita, septiembre 1 de 1891.
6
Ibid.
7
Ibid.
8
Con el nombre de medium se identificaba a las personas que desarrollaban la capacidad para “recibir” los presuntos mensajes de los espíritus o almas con quienes se establecía
comunicación.
9
La Ilustración Espírita, septiembre 1 de 1891.
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
279
impresión causada por la historia de su amiga en “el cerebro de la
sonámbula”, Laureana reafirmó su descreimiento del espiritismo y olvidó por completo el asunto.
Meses después sin embargo, en un presunto artículo sobre los sueños, la señora Wright se refirió al espiritismo como “fantástico”, y a
Kardec y Flammarion como “dos locos: soñador, espiritual y elevado,
uno, práctico, prosaico y semi-místico, el otro”.10
Tres semanas más tarde, Laureana dijo haber recibido una carta
proveniente, al parecer, de una población cercana a Guanajuato (Mineral de la Luz).11 La suscribía Marta Lemus, una mujer espírita afectada hacía meses por una paraplejia parcial que le impedía caminar.
En la misiva, Lemus expresaba el gran aprecio que por ella sentía y la
felicitaba por sus “artículos sobre mujeres célebres [cuya] erudición,
[…] estilo florido y elegante, descubren una instrucción poco común”.12
Asimismo se decía sorprendida por la ligereza con que en el artículo
sobre los sueños se afirmaba la imposibilidad del espiritismo para demostrar, científicamente, la autenticidad de los fenómenos a través de
los cuales se manifestaba la comunicación con el mundo espiritual.
Para señalar lo equívoco de esta apreciación citaba una serie de libros,
revistas y personalidades del mundo de la ciencia que sustentaban “los
inmensos progresos de [esta] filosofía aludida en todos los países”.13
Laureana escribió entonces una extensa respuesta que explicaba a
detalle las razones de su “convicción de que el espiritismo es uno de
los más insinuantes y perfectos sueños de la aspiración del hombre,
una de las más bellas utopías del pensamiento humano…” 14 En su argumentación sobre los “contrasentidos” fundamentales de tan “bella
filosofía”, Laureana expuso algunos de los postulados materialistas que
evaluaban al espiritismo como “una cuestión de fe y no de ciencia”,
apeló también al fracaso contundente de su experiencia personal con
respecto al “magnetismo y sonambulismo lúcido” y, finalmente, descalificó cortésmente a las personalidades citadas por la señora Lemus:
10
Ibid., noviembre 1, 1891. Tras una cuidadosa revisión de las tres revistas en las cuales
se publicaron escritos de Laureana Wright de Kleinhans durante los años de 1883-1889 (El
Álbum de la Mujer, Violetas del Anáhuac, La Mujer Mexicana), no encontramos el artículo sobre
los sueños que Laureana refiere en su crónica y afirma fue publicado en Violetas en el mes de
julio de 1884. Por otro lado, la publicación de esta revista no coincide con la fecha reportada
por Laureana, puesto que Violetas circuló durante 1887-1888. Más adelante volveremos sobre la probable implicación de esta discordancia.
11
En ninguna de las revistas ya citadas se encuentra tampoco ésta y las demás cartas
que Laureana afirmó fueron publicadas en Violetas durante 1884.
12
La Ilustración Espírita, op. cit., enero 1, 1892.
13
Op. cit., febrero 1, 1892.
14
Op. cit., marzo 1, 1892.
280
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
No [las] conozco… pero me temo que mi refractaria inteligencia me hiciera pensar que en cuestiones de fe no es extraño ver los nombres más
caracterizados y más respetables certificando hechos que pueden creerse,
mas no demostrarse. Ayer aún, los grandes dignatarios eclesiásticos ponían sus nombres al calce de los inverosímiles milagros religiosos; hoy los
milagros científicos han reemplazado a los ortodoxos, y el estudio y la investigación humana avanzan cada día más hacia el sol explendente de las
grandes verdades.15
Tras comprometerse a “emprender un minucioso estudio sobre el
espiritismo”, y asegurar que “nadie más que yo desearía tener otra clase de convicciones”, Laureana puso punto final a la extensa disertación ratificando su parecer al respecto de las relaciones entre la materia
y el espíritu. Opinión muy cercana por cierto, al materialismo psicofísico que desde mediados del siglo XIX había ganado terreno en
Europa y, de acuerdo con el cual la espiritualidad o esencia de vida, no
era más que una manifestación de la naturaleza fisiológica del cuerpo
humano.
lo que se llama espíritu es una pasajera emanación de ésta (la materia)
que nace, vive y desaparece con ella, como desaparece la luz al apagarse
el combustible que la produce… que la hoguera, es decir la materia, deja
cenizas al apagarse: la llama, es decir, el alma, no deja nada al extinguirse,
y sus gases se evaporan en el espacio sin volver a reaparecer jamás.16
Como sabemos, sin embargo, la relación de Laureana Wright con
el espiritismo transitó por un camino del todo contrario a lo expresado en aquella misiva. Hacia 1891 su nombre era plenamente identificado entre los círculos espiritistas del país, se había convertido en
colaboradora puntual de La Ilustración Espírita, y era promotora constante de reuniones espíritas (muchas, en su propio domicilio) a las que
acudían importantes personalidades de la vida cultural y política de
aquellos años como José María Vigil, Francisco G. Cosmes, Santiago
Sierra, Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Porfirio Parra, Alfonso Herrera, Heriberto Barrón, Rafael Reyes Spíndola, Joaquín Casasús, Calixto Bravo, Sóstenes Rocha, entre muchos otros.17 Aquel mismo
15
Ibid.
Ibid.
17
Al respecto de éstas y muchas otras personalidades que participaron en el espiritismo, véase Gonzalo Rojas Flores, “El movimiento espiritista en México (1858-1895)”, tesis
de maestría en Historia de México, Facultad de Filosofía-Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 2000; así como a José Mariano Leyva Pérez Gay, “La Ilustración Espírita y el
16
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
281
año, Laureana se convirtió en la primera y única mujer que ocupó la
vicepresidencia de la Sociedad Espírita Central de la Ciudad de México y, doce meses después, la presidencia de la Sociedad Espírita Central de la República.
¿Qué había convencido finalmente a esta talentosa, instruida y ferviente promotora de las ideas sobre la emancipación de la mujer?18 Su
conversión al espiritismo obedecía a una experiencia solitaria, a un
atrevimiento aislado y estrictamente personal, o era también la expresión extrema de una transformación anhelada y latente en el seno de
un sector de la población femenina que, ya hacía tiempo, buscaba nuevos referentes para redefinir su identidad.
Una presencia silenciosa: El espiritismo y las sesiones
en El Liceo Hidalgo
El espiritismo kardeciano fue una importante vertiente del espiritismo
“moderno” surgido a mediados del siglo XIX en Europa, y en el que se
conjugaron diversos elementos de antiguas tradiciones, como por ejemplo el hermetismo y la cábala.19 Su originalidad radicó, por un lado,
en la singular síntesis que hizo de diversas corrientes de pensamiento
(positivismo, catolicismo, ciencismo, protestantismo, espiritualismo)
a través de la cual se postuló como “verdadero medio de enseñanza de
la moral de Dios”,20 rechazó el concepto cristiano de Juicio Final, y
promovió la “confianza en un Dios justo que […] lejos de condenar a
las almas al tormento eterno… ofrecía una eternidad de desarrollo espiritual y bienestar a todas las personas”.21 Por otro, el espiritismo de
Kardec subrayó el carácter lógico y científico de la comunicación con
los “espíritus o seres del mundo invisible”, a través del cual se comprobaba la existencia de una “inteligencia o alma intelectual” independienEspiritismo en México, 1872-1893”, tesis de licenciatura en Historia, Universidad Nacional
Autónoma de México, 2001.
18
Es prudente aclarar que la expresión “emancipación de la mujer” se retoma de la
definición con que originalmente fue identificado el movimiento social y cultural que ya en
el siglo XX se conocería como “feminismo”. Al respecto consúltese el estudio clásico de
Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América
y Australasia, 1840-1920, Madrid, Siglo XXI Editores, 1980.
19
En relación con el surgimiento del espiritismo moderno puede consultarse: Colleen
Mc Dannell y Bernhard Lang, Historia del Cielo, Madrid, Taurus, 1990; Jacques Lantier, El
Espiritismo, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1976.
20
Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, México, Editores Mexicanos Unidos,
1996, p. 7.
21
Mc Dannell, op. cit., p. 370-371.
282
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
te de la materia (vida orgánica, corporal), cuya esencia e individualidad se conservaba aun después de la muerte física.22
En otras palabras, Kardec retomó una vieja preocupación resurgida
durante la segunda mitad del siglo XIX y expresada en autores tan diversos como Charles Darwin, George Stendhal, Stuart Mill, Honorato
de Balzac y Aldous Huxley: ¿existía vida después de la muerte? y, en
todo caso, ¿cómo era esta vida del alma y cuál su sentido para con la
existencia humana? Como ya se dijo, la novedad del espiritismo no radicaba en tales cuestionamientos, sino más bien en su intento por “revelar la vida del más allá a la investigación científica”.23
En dicha propuesta se confrontaba tanto a la especulación filosófica como al escepticismo científico que, desde sus respectivos postulados, habían intentado resolver el problema de si el alma sobrevivía a
la muerte. Los ataques llovieron: los opositores de la metafísica y el
espiritualismo (ateos y hombres de ciencia) se burlaron cruelmente de
las pretensiones científicas de esta doctrina; los creyentes de una existencia metafísica, pero incrédulos de la posibilidad de establecer comunicación con los espíritus (religiosos metodistas, católicos ortodoxos,
protestantes estrictos), acusaron la irreverencia de las ideas espíritas para
con el modelo de la creación divina, la moral y la vida espiritual dictada
por sus respectivas instituciones religiosas. Los espiritistas quedaron
en medio de la polémica y de la burla pública, que ridiculizaba sus
prácticas e ideas como actos de locura, excentricidad y charlatanería.
El caso de nuestro país no fue muy diferente, lo cual pudo haber
influido para que los primeros adeptos a la filosofía de Kardec actuaran como “espíritas vergonzantes”, es decir, ocultaran su identidad bajo
el uso de algún seudónimo.24 Todavía en 1892, cuando el espiritismo
kardeciano avanzaba ya hacia su declinación, más de un médico o abogado practicante del espiritismo prefería “ocultar sus convicciones por
temor de ser declarados herejes, brujos o locos”,25 tal como se dijo había sucedido con varios empleados, profesoras y profesores que, enfrentados a “una guerra sorda”, habían terminado por perder sus empleos.
No obstante, la sistemática difusión que de esta doctrina iniciara
el general Refugio I. González en Jalisco hacia 1870, generaría algo
más que burlas durante las siguientes dos décadas. Retirado de la vida
militar con el triunfo de la República, González incursionó en el periodismo y presumiblemente fue entonces que tropezó con la edición
Allan Kardec, op. cit., p. 50-51.
Mc Dannell, op. cit., p. 367.
24
El término fue referido por Refugio I. González en La Ilustración Espírita, 1 de enero,
1889.
25
Laureana Wright, “Espiritismo Práctico”, La Ilustración Espírita, septiembre 1, 1892.
22
23
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
283
al español de la famosa obra de Kardec titulada El Libro de los espíritus (publicada en 1863). Poco tiempo después, y domiciliado para entonces en Guadalajara, fundó el primer grupo espírita en México bajo
el nombre de Círculo de la Luz, y comenzó a editar la primera publicación espírita en el país, La Ilustración Espírita. A partir de entonces el
número de curiosos, simpatizantes, colaboradores y practicantes del
espiritismo se incrementó de manera nada despreciable. Hacia 1873,
la Sociedad Espírita Central de la República registraba entre sus adeptos a más de un centenar de círculos espíritas distribuidos a lo largo y
ancho del país, desde Chihuahua y Tamaulipas, hasta Guanajuato,
Tabasco, Chiapas y Yucatán.
Ahora bien, aun cuando no existe un registro sistematizado sobre
el número de espíritas que conformaron estos grupos, el ejemplo de lo
ocurrido en la ciudad de México en abril de 1875 brinda una muestra
de las dimensiones que para entonces había alcanzado este movimiento. En marzo de aquel año, La Ilustración Espírita publicó una serie de
artículos en los que Santiago Sierra daba cuenta del furor provocado
por el más reciente “método científico para probar la existencia del
mundo de los espíritus”: la fotografía.26 El texto detallaba la manera
en que sir Arthur Conan Doyle (creador del famoso Sherlock Holmes)
había logrado obtener fotografías de un espíritu en Escocia, asunto que
Sierra aprovechaba para polemizar en contra de los cientificistas y escépticos del mundo espiritual.
La polémica y el escándalo generados por aquel texto, derivaron
en la organización de cuatro sesiones convocadas por el famoso Liceo
Hidalgo en las cuales se discutiría públicamente sobre “El espiritismo
como ciencia”.27 Durante cuatro lunes se reunieron diversos representantes de las cuatro corrientes invitadas a la discusión: espiritismo,
espiritualismo, materialismo y positivismo. Entre quienes defendieron
al espiritismo estaban Santiago Sierra, Juan Cordero, Joaquín Calero
y Refugio I. González; para argumentar en favor del espiritualismo acudieron José Martí, Ignacio Ramírez, Telésforo García y Justo Sierra; la
cientificidad del materialismo y el positivismo fue sustentada por Gustavo Baz, Augusto Pimentel, y el mismísimo Gabino Barreda.28
26
Sir Arthur Conan Doyle, El Espiritismo, Madrid, Biblioteca del Más Allá, 1927, p. 345,
citado por Leyva, op. cit., p. 105.
27
El Liceo Hidalgo fue fundado en 1850 por diversas personalidades de las letras, la
historia y la academia en México, se propuso continuar con la labor cultural impulsada años
atrás por la Academia de Letrán y el Ateneo Mexicano.
28
Para mayor referencia al contenido de las discusiones puede consultarse los números
de La Ilustración Espírita correspondientes al mes de abril de 1875, así como otros diarios
referidos en Leyva, op. cit. Véase también Tortolero, op. cit.
284
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
No abordaremos aquí las muchas ideas que ahí se discutieron, pero
sí dos aspectos que la realización de estas sesiones hizo evidente. El
primero se refiere al enorme interés que el tema en cuestión provocaba entre propios y extraños. En la primera sesión, la concurrencia desbordó la capacidad del salón en el que, desde las ocho y hasta cerca de
las once de la noche se sostuvo la discusión, razón por la cual las reuniones siguientes fueron trasladadas al auditorio del Conservatorio.
En cada una de ellas la audiencia sobrepasó las expectativas de los
organizadores (se calcularon alrededor de 600 asistentes), y lo mismo
sucedió con respecto al número de horas planeadas: la cuarta y última
sesión se prolongó hasta pasada la medianoche.
El segundo aspecto atiende a la composición de la audiencia. De
acuerdo con las crónicas que del evento se publicaron en diversos
diarios y revistas de la ciudad y de algunos estados del país, entre la
enorme concurrencia compuesta por “médicos, abogados, ingenieros,
muchos estudiantes de las escuelas profesionales, y filósofos”, sobresalía la “enorme cantidad de señoras […] muchas pertenecientes a la escuela espírita”, cuya presencia generó diversos comentarios acerca de
la “pronta emancipación de la mujer”.29
En efecto, al igual que en otras partes del mundo, las mujeres tuvieron una presencia mayoritaria entre las filas del espiritismo aquí
tratado. ¿Qué podía atraerlas tanto, como para atisbar en una práctica
que cuestionaba la tradición religiosa que hasta entonces las había cobijado? Entre otras razones, quizá, la posibilidad de encontrar otras
vidas y vivir otros mundos.
De espíritus, histeria y ansias de libertad
A punto de extinguirse la luz del sol, el grupo concluye el estudio del
tema acordado para aquella sesión, ha comentado ya el último número de La Ilustración Espírita, y el de otras revistas provenientes de diversas ciudades de la república y el extranjero. Es hora de iniciar la
comunicación con el mundo espiritual. Los asistentes se colocan alrededor de una mesa, una mujer de entre las varias ahí reunidas ocupa
un lugar frente al que se halla dispuesto lápiz y papel. El silencio y la
concentración inundan la sala, la mujer ruega a Dios le conceda el favor de establecer la conexión espiritual, sobreviene la espera. Un ligero estremecimiento, o un movimiento convulsivo (ello depende de la
29
Francisco Cosmes, “Materialismo y espiritismo”, El Federalista, p.152. Cfr. Leyva op. cit.,
p. 111-112.
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
285
habilidad natural de la medium —intuitiva o mecánica—) anuncia la
presencia del espíritu que a partir de ese momento conducirá la mano
de aquella mujer, a través de cuya escritura se dará respuesta a las preguntas que, en estricto apego a los fines de estudio, podrán ser dirigidas a la entidad espiritual protectora de la sesión.30
El espiritismo estableció también otras prácticas de comunicación
con el más allá, tales como la codificación de golpes en las paredes, en
las mesas de sesión, o bien la presunta levitación de éstas mediante el
llamado fenómeno de magnetización.31 Sin embargo, el método con
mayor frecuencia utilizado fue el de la mediumnidad a través de una
persona, la gran mayoría de las cuales fueron mujeres.
De acuerdo con la teoría espírita al respecto, la relativa facilidad
con que las mujeres establecían aquel contacto respondía tanto a su
carácter emocional y sensible como a la convivencia con diversas expresiones de la pasividad, entre otras el silencio, la espera, la resignación, la prudencia y la serenidad. No es difícil suponer que para muchas
mediums, aquel protagonismo espiritual era una vivencia del todo atípica
para los cánones con que entonces se definía la feminidad. En otras
palabras, mientras que la preceptiva moral demandaba a las mujeres
el control de las emociones y la sensibilidad, el espiritismo invitaba a
contactarse con ambas. Lo cual debió presentarse como una tentación
digna de experimentar al menos en aquellas sesiones.
Pero el espiritismo de Kardec pudo ser atractivo para muchas mujeres en un aspecto más. La preceptiva moral desarrollada por el holandés, resumida en doce largos postulados o leyes, definía un código
de comportamiento ideal, tanto para la vida pública como privada. El
noveno de aquellos postulados establecía que “hombres y mujeres son
iguales en inteligencia” en tanto que la esencia espiritual humana era
única (se le identificaba también como Principio Inteligente o Alma intelectual), sin que en ello importaran las características físicas del cuerpo que habitaba durante su vida material u orgánica (sexo, raza). Con
base en ambas ideas se afirmaba también que “la inferioridad de la
mujer en algunas comarcas [era producto del] imperio injusto y cruel
que el hombre se ha tomado sobre ella”.32 Asimismo, el décimo postu30
Los espiritistas dejaron numerosas descripciones de las sesiones que realizaban; la
mayoría fueron publicados en sus propias revistas.
31
La teoría al respecto afirmaba que la energía vital del cuerpo humano se constituía
de fluidos magnéticos (positivos-negativos) cuya “fuerza” podía llegar a expresarse en ámbitos externos al cuerpo humano. Entre dichas expresiones se mencionaba la manipulación de
objetos, tal era el caso de las famosas “mesas giratorias”, cuya imagen llegó a ser muy popular entre quienes se burlaban del espiritismo.
32
Allan Kardec, El Libro de los Espíritus (1863)..., p. 250-306.
286
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
lado defendía una absoluta libertad de pensamiento, y consideraba injustificable cualquier acto de control sobre las diversas manifestaciones de la inteligencia humana.
Así pues, y como se ha señalado en algunos estudios sobre el espiritismo femenino en Europa y los Estados Unidos, resultaba paradójico como al mismo tiempo que se reforzaba la concepción tradicional
de una naturaleza intuitiva en las mujeres, también se propiciaba su
participación en actividades y prácticas que invertían la “jerarquía
sexual habitual del conocimiento y el poder”.33
En otras palabras, la sensibilidad, emotividad y debilidad física consideradas propias de lo femenino, eran reconocidas por el espiritismo
como herramientas esenciales para comprobar la preexistencia del
alma más allá de la muerte. Y es que era a través de aquellas mediums,
de sus manos y sus palabras, que emanaban las pruebas materiales de
la energía creadora del universo. Por otro lado, aquella digamos “neutralidad” del alma humana, no establecía definición alguna de lo masculino y femenino, en tanto consideraba que la esencia de todo individuo
residía en su alma, o “espíritu inteligente”. Así pues, dicha perspectiva
echaba por tierra la vieja idea de la diferencia sexual como justificante
de la desigualdad prescrita socialmente entre hombre y mujer.
¿Qué podía significar todo ello? Que las mujeres no tenían que confrontarse necesariamente con muchos de los patrones que estructuraban
su identidad y, al mismo tiempo, podían ampliar sus horizontes de vida.
No obstante, entre la medium que terminada la sesión se conformaba
con las ya conocidas actividades de caridad y educación popular (que
también promovió el espiritismo), y aquella otra que decidía explorar
nuevas rutas de acción, existía una delgada línea que, sin embargo,
pocas se atrevieron a cruzar.
Y es que no todo era miel sobre hojuelas, gran parte de la burla y
el rechazo social que se produjo en contra de las mujeres que se sumaron al espiritismo, se asemejaba peligrosamente al enjuiciamiento de
la integridad moral y espiritual con que ya antes se había proscrito al
misticismo femenino. Aunque claro, a tono con el cientificismo de la
época, los argumentos esgrimidos ahora aludían a factores de tipo fisiológico y psiquiátrico: lesiones locales del cerebro, alucinaciones, actividad mental inconsciente. Con base en ellos, por ejemplo, se explicaba
33
Judith R. Walkowitz, “La ciencia y la séance. Transgresiones de sexo y género” en La
ciudad de las pasiones terribles. Narraciones sobre peligro sexual en el Londres victoriano, Madrid,
Cátedra-Universidad de Valencia-Instituto de la Mujer, 1992, p. 344; Laurence R. Moore,
“The Spiritualist Medium: A Study of Female Professionalism in Victorian America”, American
Quarterly, no. 27, 1975; Ann Braude, Radical Spirits. Spiritualism and Women´s Rights in Nineteenth Century America, Boston, Beacon Press, 1989.
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
287
la mediumnidad como “una forma de histeria, un estado mental anómalo, al que las mujeres, dada su fisiología reproductora esencialmente
inestable, eran especialmente susceptibles”.34 Diagnóstico clínico que,
por cierto, recluyó en el manicomio a más de una espiritista inglesa y
norteamericana.
Con todo, quizá porque les resultaba menos difícil soportar las burlas que desandar los pasos, o bien porque se cuidaron de no traspasar
escandalosamente los límites de la tolerancia social, algunas espíritas
decidieron correr el riesgo. Curiosamente, y a tono con la conocida frase: “los extremos se tocan”, las expresiones más radicales del espiritismo femenino se produjeron en espacios y órdenes del todo opuestos.
Uno fue el del llamado espiritismo popular, en donde mujeres como
Damiana Oviedo, de Jalapa, Veracruz —entre otras—, se convirtieron
en la cabeza de grupos que practicaban la “comunicación” con los espíritus, sin que por ello se apartaran de la base doctrinal cristiana, ni asumieran el rechazo a las imágenes religiosas establecido por Kardec.35
Entre dichos grupos fue común la práctica del magnetismo, fenómeno
al que, en medio de rezos a los santos, se atribuía la curación de enfermedades físicas y trastornos de la personalidad. Prácticas que fueron
siempre reprobadas por la Sociedad Espírita Central:
en otras ciudades existen mediums de efectos físicos en extremo notables,
pero que practican el espiritismo mezclado a tales supersticiones, y son
tan refractarios a toda discusión que los convenza del mal camino que
siguen, que ha sido preciso abandonarlos, no sin rogar a Dios que los ilumine.36
Un caso extremo fue el de Teresa Urrea, “La Santa de Cabora”, oriunda del municipio de Ocoroni en Sinaloa y a quien el novelista Heriberto
Frías retrató como una “pobre muchacha histérica”.37 Hacia 1889, cuan34
Walkowitz, p. 337. Para el caso de nuestro país es interesante el libro de Oliva López
Sánchez, Enfermas, mentirosas y temperamentales. La concepción médica del cuerpo femenino durante la segunda mitad del siglo XIX en México, CEAPAC-Plaza y Valdés Editores, México, 1998; véase también Alberto Carvajal, “Mujeres sin historia. Del Hospital de La Canoa al Manicomio
de La Castañeda”, en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, núm. 51, septiembre diciembre 2001, p. 31-56.
35
Un estudio de interés para el caso de los espiritistas dirigidos por Damiana Oviedo,
quienes en 1920 se reconocieron adeptos del “Espiritualismo Trinitario Mariano”, es el trabajo de Isabel Lagarriga Attias, Medicina tradicional y espiritismo. Los espiritualistas trinitarios
marianos de Jalapa, Veracruz, México, Secretaría de Educación Pública, 1975.
36
La Luz en México, México, 23 de enero de 1873.
37
Heriberto Frías, Tomóchic, México, Porrúa, 1968. Un interesante análisis de Teresa
Urrea como personaje literario es el de Deborah Shaw, “Las posibilidades de la escritura
femenina: La insólita historia de la Santa de Cabora de Brianda Domecq”, en Literatura Mexica-
288
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
do tenía 16 años, Teresa adquirió fama al atribuírsele poderes que curaban diversas enfermedades, entre ellas sordera, ceguera y tisis. Esta
mujer, señalada en 1892 como líder espiritual de los enfrentamientos
suscitados entre los pobladores de Tomóchic y las tropas del ejército
federal, fue motivo de varios artículos de La Ilustración Espírita. En
ellos, además de señalar las facultades mediúmnicas de “La Profetisa de
Cabora”, se llegó a afirmar su pertenencia a las filas del espiritismo:
Nuestros primeros pasos se encaminaron a procurar evitar que cayese en
el lazo de la religión católica nuestra buena hermana Teresa Urrea [quien
junto con su padre admitió] el nombramiento de socios honorarios de
nuestra pequeña Sociedad Espírita que les ofrecimos.38
Un escenario diferente fue el de las espiritistas de elite, quienes
encontraron en los postulados de Kardec un terreno propicio para
afirmarse como sujetos libres, autónomos, y capaces de decidir el
destino de su tránsito por esta vida. Una de ellas fue precisamente
Laureana Wright.
Espíritu, inteligencia e igualdad: el alma de un propósito terrenal
Aquí estamos […] con los ojos abiertos a la luz inmensa de la historia, con el ideal democrático por
divisa , el sentimiento del derecho y el espíritu santo
de la igualdad.39
En 1884, presunto año de su primer contacto con el espiritismo, Laureana Wright era ya una escritora ampliamente conocida.40 Asimismo
se le identificaba plenamente como defensora del movimiento en favor de la emancipación femenina, para entonces muy en boga en los
na, Centro de Estudios Literarios-Universidad Nacional Autónoma de México, v. X, números 1-2, 1999, p. 281-312.
38
“Noticias acerca de la medium Teresa Urrea II”, La Ilustración Espírita, 1 de febrero de
1892. Al respecto véase también Leyva, op. cit.; Antonio Saborit, Los doblados de Tomóchic, México, Cal y Arena, 1994; Saúl Jerónimo Romero, “Teresa Urrea y sus seguidores. Fanáticos o
revolucionarios”, en Espacios de Mestizaje Cultural. Anuario Conmemorativo del V Centenario de la
llegada de España a América. III, México, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco,
1991, p. 137-168.
39
María del Alba (pseudónimo que creemos pertenecía a Laureana Wright), “Aquí estamos”, Las Hijas del Anáhuac, año 1, núm. 1, diciembre 4 de 1887. Cursivas mías.
40
Laureana Wright fue una de las primeras y escasas escritoras que lograron pertenecer a los círculos literarios del momento, como el Liceo Hidalgo, el Altamirano de Oaxaca, o
asociaciones como la Netzahualcóyotl, y Las Hijas del Anáhuac.
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
289
Estados Unidos y algunos países europeos, entre ellos Inglaterra, Francia, Alemania y España.
En efecto, un anhelo constante a lo largo de la vida y obra de
Laureana Wright fue el de expandir los horizontes de vida de las mujeres mediante acciones como el acceso a la educación superior y a las
profesiones liberales. Hacia 1887, cuando junto con otras escritoras
fundó Violetas del Anáhuac, segunda revista mexicana escrita y dirigida por mujeres, Laureana afirmaba que la mujer debía alcanzar “su
verdadera misión de alma y guía de la humanidad”.41 Asimismo, promovía con ahínco la idea de que para conseguir dicho fin era preciso
que las mujeres atravesaran por un proceso imperceptible, pero sustancial, en el que cada una
...se reconozca por sí misma y recobre la energía y la dignidad personal a
que casi por completo ha renunciado. Es necesario que trabaje por su regeneración intelectual, ilustrando su mente con la luz de nuevas ideas, fortaleciendo su alma con la fe de nuevos principios y nuevas aspiraciones.42
Con el correr de los años, las reflexiones de Laureana abandonaron
el tono, digamos romántico, con que en sus primeros textos postulaba a
aquellas demandas como un avance más de los muchos asociados a las
civilizaciones modernas. Poco a poco, su defensa del derecho femenino
a la educación superior, por ejemplo, se transformó en un cuestionamiento radical de los fundamentos biológico-esencialistas que anidaban en el fondo de aquella discusión:
guiándonos por el raciocinio, creemos que estos dos seres [hombre y mujer] que forman una sola especie, que poseen los mismos instintos, las
mismas aspiraciones, idénticas funciones e idénticos destinos, y que son
complementos el uno del otro, son iguales moral e intelectualmente, sin
que puedan desvirtuar en minoría alguna esta igualdad las pequeñas diferencias físicas que les distinguen y que son comunes a todas las especies,
entre las cuales no existe más desigualdad que la del sexo.43
El tono de estas afirmaciones se había perfilado ya al menos desde
1888, cuando en Violetas del Anáhuac se publicó una serie de seis largos artículos titulados “Ligeras consideraciones sobre el Materialismo
41
Laureana Wright, “La emancipación de la mujer. Última parte”, La Mujer Mexicana,
año I, núm. 10, octubre 15 de 1905. Es preciso aclarar que estos ensayos, publicados cuando
ya Laureana había muerto, forman parte de su obra escrita ya referida.
42
Ibid.
43
Laureana Wright, “La mujer contemporánea”, La Mujer Mexicana, año II, núm. 12,
diciembre 15 de 1905. Cursivas mías.
290
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
y Positivismo reinantes”.44 A pesar de que no tenían firma, muchos de
los cuestionamientos planteados, así como el estilo y la lógica del minucioso y exhaustivo análisis formulado, nos hacen pensar que muy
probablemente la autora de aquellos ensayos era Laureana, quien además en su calidad de directora literaria tuvo en todo caso que leer y
aprobar dicho material. Por otro lado, en diciembre del mismo año se
publicó otra tanda de artículos semejantes, esta vez firmados por Laureana, y cuyo título era “Materialismo e idealismo”.45
En aquellos textos, y en varios más publicados a lo largo del siguiente año, se refutaba de manera tajante el evolucionismo de Darwin
y el positivismo, tanto el de la escuela de Augusto Comte como el de
Herbert Spencer; asimismo se anunciaba una idea muy semejante a la
que, años después, Laureana expondría en las páginas de La Ilustración Espírita: en el alma de la mujer “igual a la del hombre […] Dios
ha colocado el sagrado inviolable de la conciencia [y] la vida eterna
del pensamiento”.46
Ahora bien, siete meses después de esta afirmación, en abril de 1889,
Laureana publicó por primera vez en La Ilustración Espírita. En la columna en la que a partir de entonces escribió mensualmente, titulada
“Estudio sobre el Espiritismo”, nuestra escritora arremetió persistentemente en contra del materialismo y lo acusó de generar angustia y
desolación en la humanidad, puesto que promovía la idea de que “la
nada era principio y fin [de la vida] del cuerpo que la constituye y
la inteligencia que la anima”.47
En dichos escritos, Laureana abordó diferentes aspectos del espiritismo kardeciano, desde su historia hasta la exposición y análisis de
sus postulados centrales. Sin embargo, y con una argumentación muy
semejante a la utilizada en los artículos publicados en Violetas del
Anáhuac sobre el materialismo y el positivismo, el énfasis de todos ellos
radicó en la refutación de los planteamientos con que cada una de estas doctrinas intentaba demostrar, respectivamente, la inexistencia del
alma y la inferioridad racional de la naturaleza femenina. De igual forma fue constante también la descalificación de lo que consideraba “falsas” expresiones de la religión y la ciencia, y a las cuales, entre otras
cosas, responsabilizaba de propiciar “el extravío y estancamiento del
progreso humano, una apartando al corazón de la verdadera moral
…que no necesita para su culto más templo que su alma, ni más sacerVioletas del Anáhuac, enero-mayo, 1888.
Laureana Wright, “Materialismo e idealismo”, ibid., diciembre 16, 1888.
46
Ibid., y “El periodismo en México”, septiembre 30, 1888; “Sentimiento y pensamiento”, diciembre 23, 1888.
47
Laureana Wright, “Estudio sobre el espiritismo”, La Ilustración Espírita, 1 de abril de 1889.
44
45
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
291
dote que su inteligencia; otra apartando la mente de la verdad absoluta …divino rayo de la razón”.48
Asimismo fue insistente su afirmación de que el verdadero sentido
del progreso y la civilización radicaba en el ineludible “desarrollo de
la virtud y la inteligencia, la bondad y la sabiduría, el perfeccionamiento
moral e intelectual”.49 Por último, y con base en lo que consideró “las
cuatro fases esenciales de la grandeza humana: religión, ciencia, moral y filosofía”,50 Laureana subrayó más de una vez la naturaleza no
sexuada de la energía divina, de la esencia creadora que gobernaba el
alma humana y, de manera especial, el carácter “moral e intelectual
del espíritu [y su] suprema sabiduría”.51 “La causa creadora, autor de
todo lo existente, el Dios amor, el Dios libertad, el Dios progreso, el
Dios equidad, Dios luz, Dios verdad […] y decimos ÉL, no porque sea
hombre ni mujer, sino porque de alguna manera humana hemos de
llamar esa cosa incomprensible.” 52
De acuerdo con algunas historiadoras que han analizado diversos
casos de conversión religiosa femenina, mientras más amplia era la
“igualdad espiritual entre los sexos” ofrecida por la nueva doctrina,
mayor era el número de las mujeres allegadas a ella.53 No podemos
afirmar que ello fuera la razón principal que atrajo a las muchas mujeres que se sumaron al espiritismo, pero sí que lo fue para Laureana
Wright, quien encontró en las ideas de Kardec al respecto un terreno
favorable a su defensa de la igualdad intelectual entre los sexos.
En efecto, creemos que el espiritismo kardeciano se presentó como
un espacio propicio al cuestionamiento radical que Laureana dirigió
al cientificismo decimonónico y sus nada nuevos argumentos sobre la
inferioridad biológica de la mujer. En particular, aquellos que mediante la supuesta “blandura o sensibilidad de las fibras cerebrales femeninas”,54 intentaban demostrar que las mujeres poseían una “mente débil”
48
Ibid.
Ibid., octubre 1 de 1889.
50
Ibid.
51
Ibid., noviembre de 1889.
52
Ibid., septiembre de 1889.
53
Véase Natalie Zemon Davis, “Mujeres urbanas y cambio religioso”, en James Amelang
S. y Mary Nash (editoras), Historia y Género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea,
Madrid, Ediciones Alfons el Magnanim-Instituto de Valencia, 1990, p. 127-165; Natalie
Zemon Davis, Women on the Margins. Three Seventeenth Century Lives, Cambridge, Harvard
University Press, 1995; María del Carmen Simón Palmer, “Mujeres rebeldes”, en Georges
Duby y Michelle Perrot, Historia de las Mujeres, Madrid, Taurus, 1993, t. VII, p. 323- 340;
Merry E. Wiesner, “Religion”, en Women and Gender in Early Modern Europe, Cambridge
Cambridge University Press, 1998, p. 213-263.
54
P. Hoffmann, La femme dans la pensée des Lumières, París, Ophrys, 1977, citado por
Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración. La construcción de la feminidad en la ilustración
49
292
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
y, por lo tanto, eran poco aptas para las actividades vinculadas con el
ejercicio intelectual, como por ejemplo la escritura y el estudio de la
filosofía y las ciencias.
En otras palabras, y sin descartar por ello la posibilidad de que la
señora Wright también encontrara en el kardecianismo una creencia
de fe alternativa al catolicismo en el que había sido educada, suponemos más bien que Laureana vislumbró en el espiritismo una doctrina,
pero también una organización y una tribuna pública, a través de las
cuales era posible confrontar las ideas positivistas y materialistas que
promovían las ideas ya señaladas sobre la presunta incapacidad femenina para el ejercicio intelectual.55
Sabemos que Laureana Wright conocía la historia y los acontecimientos recientes del movimiento emancipador de la mujer en Norteamérica, como puede inferirse de las muchas notas y comentarios
que publicó en Violetas del Anáhuac sobre eventos tales como la Declaración de Seneca Falls de 1848,56 o la fundación en Boston, en 1868,
de la Asociación Nacional pro Sufragio de Mujer (National Woman
Suffrage Association), entre muchos otros.57 Asimismo, es un hecho
que también estaba al tanto de la opinión generada por importantes
líderes del librepensamiento femenino español, como Rosario de Acuña y Amanda Domingo Soler (esta última a quien La Ilustración Espírita
publicó cerca de 100 artículos),58 y a quienes en su calidad de militantes espiritistas definió varias veces como “rebeldes en ideas”.59
española, Valencia, Instituto Alfons el Magnanim, 1998, p. 44. El estudio realizado por Bolufer
expone con detenimiento el origen y desarrollo de esta doctrina.
55
Una buena recopilación del discurso que al respecto fue elaborado por los positivistas
mexicanos puede consultarse en Lourdes Alvarado (compiladora), El siglo XIX ante el feminismo. Una interpretación positivista, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991.
56
Redactada por algunas de las mujeres que años más tarde realizarían la primera
reinterpretación feminista de las sagradas escrituras, entre ellas Elizabeth Cady Stanton y
Susan B. Anthony.
57
Es importante señalar que durante sus dos años de vida, Violetas realizó un seguimiento constante de los derechos legales y los logros en el acceso a la educación alcanzados
por las mujeres en Norteamérica y algunos países europeos, sobre todo España y Francia.
58
Debe señalarse también que en varios de los artículos, que muy probablemente fueron escritos por Laureana Wright con el pseudónimo de María del Alba, se encuentran ideas,
e incluso frases enteras, casi idénticas a las publicadas por algunas de las librepensadoras
españolas mencionadas, lo cual nos hace pensar que Laureana pudo haber leído aquellos
escritos mucho antes de su adscripción pública al espiritismo. Es interesante también el dato
proporcionado por Leyva sobre el porcentaje de artículos de La Ilustración Espírita que abordaron diversos temas vinculados con la mujer y su papel social (11 % de un total de 114
vinculados con asuntos morales). Cfr. Leyva, op. cit., p. 161-164.
59
Laureana Wright, “Estudio sobre el Espiritismo”, La Ilustración Espírita, año XII,
núm. 1, 1 de mayo de 1890.
ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX
293
Por otro lado, nos parece revelador el hecho de que la crónica publicada por Laureana en La Ilustración Espírita sobre la historia de su
conversión al espiritismo, resultara ser una bien armada invención.
Como apuntamos en un principio, la correspondencia que dijo haber
sostenido en 1884 con Marta Lemus (aquella mujer de Mineral de la
Luz), y que afirmó fue publicada en la revista Violetas, en “la que por
aquél tiempo escribía”,60 no apareció nunca en aquella publicación (que
no existió sino hasta 1887) como en ninguna otra de las varias posibles entre los años de 1884 a 1889.
Aun cuando algún extraño misterio pudiera explicar este hecho,
entre ellos el espíritu juguetón de Laureana Wright, creemos más bien
que la utilización de este recurso retórico fue parte de una hábil estrategia discursiva. En otras palabras, mediante la creación de un escenario ficticio, pero verosímil, la escritora logró impregnar credibilidad
a su relato y, al mismo tiempo, consiguió desplegar de manera ágil y
sencilla una extensa discusión doctrinal.
Así, por un lado exponía y analizaba con detalle la serie de argumentos y contra argumentos que con respecto a la existencia o no de
una esencia divina, marcaban la confrontación establecida entre espiritistas, materialistas y positivistas; por otro, entretejía los hilos del
kardecianismo que apoyaban su propio discurso sobre la igualdad intelectual entre los sexos. En particular aquellos relativos a la esencia
racional y moral del espíritu, y de manera especial el que subrayaba
su carácter no sexuado, es decir no diferenciado desigualmente por el
hecho de residir en un cuerpo de varón o mujer.
Finalmente, podemos decir que el ingreso de la señora Wright a
las filas del espiritismo kardeciano, nos muestra el rostro poco visible
de una disidencia siempre existente al interior de todo modelo normativo: aquella que de manera no violenta, y mediante inesperados y
creativos ejercicios de apropiación y reinterpretación de los valores
culturales imperantes, irrumpe en alguna de sus vértebras centrales y,
otorgándole nuevos y diferentes significados, resquebraja y deja al descubierto lo aparente de su uniformidad. 61
Ese fue el talante de la batalla librada por Laureana Wright, tanto
en las páginas de La Ilustración Espirita como en la presidencia de la
Sociedad Espírita Central. Fue desde ahí que, armada de su inteligen-
60
Laureana Wright, “Espiritismo práctico”, La Ilustración Espírita, año XIII, núm. 7,
1 de noviembre de 1891.
61
Retomamos aquí la perspectiva desde la cual Mónica Bolufer analiza la polémica sobre la igualdad, inferioridad o complementariedad de los sexos, que se produjo en España
durante el siglo XVIII. Véase Mujeres e Ilustración..., p. 11-26.
294
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
cia y el deseo de pensarse a sí misma, Laureana Wright de Kleinhans
afirmó su ruptura con una sociedad a la cual hacía ya muchos años
cuestionaba, y se empeñaba en transformar.
MORIR A MANOS DE UNA MUJER:
HOMICIDAS E INFANTICIDAS EN EL PORFIRIATO
ELISA SPECKMAN GUERRA
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
En este trabajo expondré algunas ideas en torno a la disidencia, la
marginalidad y la criminalidad, y las aplicaré al caso de las infanticidas
y de las homicidas que asesinaban por asuntos de amor, tomando como
escenario a la ciudad de México en las últimas décadas del siglo XIX y
la primera del XX.1
Entre las categorías de disidente, marginal y criminal existen muchas semejanzas, pero también diferencias que nos permiten plantear
cuestiones interesantes. Los disidentes pueden definirse como individuos que se apartan de “la común doctrina, creencia o conducta”,2 en
otras palabras, que se alejan de las ideas compartidas, del comportamiento considerado como “normal” o de las normas sancionadas por
la comunidad. Según la anterior definición pueden ser equiparados con
los marginales, que en palabras de Solange Alberro rompen con el código de conducta o de valores socialmente aceptados;3 y con los criminales, que cometen actos reprobados por al menos un sector de la
sociedad, los legisladores.4 Así todos ellos, en términos de Robert Dentler y Kai T. Erikson, “violan expectativas que son compartidas y reconocidas como legítimas dentro de un sistema social”.5
1
El presente ensayo forma parte de una investigación más amplia sobre la delincuencia en la ciudad de México entre 1884 y 1910, en la cual trataré el perfil de los delincuentes,
las características de sus crímenes, y los vínculos de los criminales con su comunidad.
2
Diccionario de la Lengua Española, 22a. edición, Madrid, Real Academia Española, 2001.
3
Alicia Salmerón Castro y Elisa Speckman Guerra, “Entrevista a Solange Alberro”, en
Históricas, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, núm. 54, enero-abril de 1999, p. 938; p. 36.
4
Según lo definía el código penal, el criminal es el individuo que de forma voluntaria infringe una ley penal, haciendo lo que ella prohíbe o dejando de hacer lo que ella manda (Código
penal para el Distrito Federal y Territorio de la Baja California sobre delitos del fuero común y para toda la
República sobre delitos contra la federación, 1871, artículo 4. (En adelante Código penal de 1871)
5
Robert A. Dentler y Kai T. Erikson, “The Functions of Deviance in Groups”, Social
Problems, VII (2), Fall 1959; p. 99-107; p. 98. Para una definición de marginalidad, véase Alicia
Salmerón y Elisa Speckman Guerra, “Entrevista a Solange Alberro”, Históricas, 54, enero-abril
de 1999, p. 9-38; p. 36.
296
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Frente a esta propuesta, cabe preguntarse si resulta posible hablar
de una “común creencia, doctrina o conducta” o de ideas o pautas de
comportamiento compartidas por toda una sociedad. Creemos que no
es así. La concepción de lo normal y lo anormal, de lo permitido y lo
prohibido, de lo marginal y de lo delictivo son meras construcciones y
cambian en cada época, en cada lugar, e incluso en cada sector de la
comunidad.6 Así, en el seno de la misma sociedad, actos reprobados
por algunos sectores pueden ser tolerados, justificados o incluso apoyados por otros grupos (piénsese, por ejemplo, en el problema del aborto
o en el consumo de marihuana). Ahora bien, cada código de conducta y
de valores presenta su propio catálogo de lo permitido y lo prohibido,
y dentro de lo sancionado, posee su propia escala de transgresiones.
Así, un individuo que considera al robo como un delito grave, reprueba o reacciona ante el ladrón en forma más severa que un individuo
que interpreta este crimen como una falta menor. Entonces, al igual
que existen en una comunidad diferentes opiniones, valores, simpatías, prejuicios o temores en torno al delito, existen diferentes sanciones o reacciones respecto al delincuente. En este trabajo nos interesan
tres de ellas: En primer lugar, la sanción contemplada por el código
penal para cada uno de los delitos, que denominaremos “sanción penal o legal”, y que responde a las normas de conducta y de valores de
los legisladores; en segundo término, la “sanción judicial”, pues podemos pensar que las decisiones judiciales, en algunas ocasiones, se alejaban de la letra de la ley; y, por último, la “sanción social” o la reacción
de la comunidad, o incluso las “sanciones sociales”, pues diferentes
sectores pueden pensar y actuar de forma diversa. Estamos, entonces,
ante tres categorías o niveles, que no necesariamente resultan iguales
o se corresponden: la “sanción penal” (pena fijada por los legisladores o
pena media contemplada en el código penal),7 la “sanción judicial” (la
aplicada por los jueces) y la “sanción social” o las “sanciones sociales”
(reacción o reacciones de la comunidad).
6
Así lo postula Solange Alberro para la marginalidad (véase Alicia Salmerón Castro y
Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 36); y el interaccionismo simbólico, la teoría de la reacción social o el enfoque de la etiqueta para la criminalidad o la criminalización (véase Elena
Larrauri, La herencia de la criminología crítica, México, Siglo XXI, 1992, p. 25-38; y Ana Josefina
Álvarez Gómez, “Apuntes sobre la teoría de la desviación social: de la teoría liberal a la teoría crítica” y “El interaccionismo o la teoría de la reacción social como antecedente de la
criminología crítica (Becker, Lemert y Chapman)”, en Ana Josefina Álvarez Gómez (compiladora), Antología-criminología, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela
Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, 1992, p. 251-263 y 315-323.
7
En el código penal de 1871 cada delito merecía una pena (pena media), pero según la
presencia de circunstancias atenuantes o agravantes el juez podía aumentarla o rebajarla
hasta en una tercera parte. (Código penal de 1871, artículos 66 al 69).
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
297
La coexistencia de diversos códigos de conducta y de valores, así
como de diferentes reacciones o sanciones hacia el transgresor o desviante, nos permiten establecer algunas diferencias entre las categorías de marginales, disidentes y criminales. No todos los individuos que
se alejan de las pautas de conducta aceptadas por la sociedad o por
algunos de sus sectores pueden ser sancionados penalmente, pues sólo
pueden serlo los que cometen una acción tipificada como delictiva dentro del código penal, es decir, los criminales. En otras palabras, no todas las “acciones desviantes” están consideradas como un delito o
fueron criminalizadas, por tanto, no todos los transgresores reciben el
mismo tipo de sanción: los criminales son objeto de una sanción penal
y judicial, mientras que el marginal o el disidente no lo son, siendo
objeto exclusivamente de la sanción social.
La segunda diferencia está relacionada con la coexistencia de una
multiplicidad de códigos de conducta y de valores en una misma comunidad, y resulta importante pues atañe directamente al concepto
de disidencia y al tratamiento que se le dará en este trabajo. Como lo
dijimos al inicio, disidencia puede ser definida como un alejamiento
de “la común doctrina, creencia o conducta”. Este alejamiento puede
responder a una diferencia de ideas, y aquí una segunda acepción del
término, pues disidencia también es definida como un grave desacuerdo de opiniones, discrepancia o escisión, otorgándole el mismo sentido
que al disentimiento, que implica no pensar o sentir como otro.8 Esto
nos permite plantear nuevas diferencias entre el disidente, el marginal
y el criminal. Podemos pensar que algunos de los individuos que discrepan respecto de las ideas o los códigos sancionados por los legisladores o por otros sectores de la sociedad manifiestan su desacuerdo
con actos que, a su vez, se alejan de las normas de conducta socialmente aceptadas; en este caso los disidentes, en su primera acepción,
pueden ser también disidentes en la segunda acepción o ser marginales, como también criminales, pues con sus actos pueden incurrir en
un delito (como los individuos que se niegan a ingresar en un ejército
por su desacuerdo frente al conflicto bélico y con ello violan la ley, por
lo cual son encarcelados). Sin embargo, pensamos que, por lo general,
los delincuentes —independientemente de que en la concepción de algunos sectores de la comunidad o en la suya propia no estén come8
Agradezco los comentarios que en torno a la diferencia entre disidir y disentir hizo
Juan Pedro Viqueira a una versión preliminar de este trabajo, presentada en el coloquio Disidencia y disidentes en la historia de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 18 y 19 de
abril de 2002. Para ello véase Diccionario de la Lengua Española, y para definiciones más extensas y claras en este sentido, el Pequeño Larousse Ilustrado, por Miguel de Toro y Gisbert,
Buenos Aires, Larousse, 1968.
298
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tiendo un acto delictivo o que su crimen implique una transgresión
menor— no actúan como resultado de su disentimiento respecto de
las normas socialmente aceptadas o legalmente tipificadas. Así, en este
trabajo, partimos de la idea de que homicidas e infanticidas —consideración que hacemos extensiva a otro tipo de criminales— pueden
ser entendidas como marginales y como disidentes bajo la primera
acepción del término, pues sin duda se apartaban de las normas de
conducta aceptadas por un sector de la sociedad si no es que por toda
la comunidad; sin embargo, no bajo la segunda acepción, pues no creemos que hayan actuado como resultado de su falta de concordancia
con el código de conducta y de valores que se plasma en la legislación.
A pesar de ello, la disidencia entendida como una diferencia en opiniones, ideas o sentires está presente en este trabajo, pero lo está en la
existencia de diversos códigos conductuales y de diferentes sanciones:
por ejemplo, los jueces que podían disentir de las sanciones establecidas por los legisladores y alejarse de ellas al momento de tomar sus
decisiones; o bien, la comunidad que podía separarse de las dos primeras y reaccionar de forma más o menos severa hacia las homicidas.
Retomando el estudio de las infanticidas y las mujeres que asesinaban por amor resulta muy rico para estudios sobre la disidencia y
nos permite ejemplificar algunas de las ideas expuestas hasta ahora,
pues se trata de dos tipos de homicidio, pero que eran concebidos y
sancionados de forma totalmente diferente (intervenían conceptos tan
cambiantes y plenos de significado como la femineidad y los atributos
femeninos, el papel de la mujer en la familia y la sociedad, y el honor).
Debemos aclarar que se trata de delitos que se cometían con poca frecuencia (véase anexo), y que, sin embargo, han resultado sumamente
atractivos a los historiadores, sobre todo en el extranjero,9 aunque el
9
Como ejemplo de los estudios sobre infanticidio véase Christine L. Krueger, “Literary
Defenses and Medical Prosecutions: Representing Infanticide in Nineteenth-Century Britain”, Victorian Studies, XL, Winter 1997, p. 271-294; Jeffrey Richter, “Infanticide, Child
Abandonment, and Abortion in Imperial Germany”, The Journal of Interdisciplinary History,
XXVIII (4), 1998, p. 511-551; Kristin Ruggiero, “Not Guilty: Abortion and Infanticide in Nineteenth-Century Argentina”, en Carlos A. Aguirre y Robert Buffington, Reconstructing Criminality in Latin America, Wilmington, Scholarly Resources, 2000 (Jaguar Books on Latin America
19), p. 149-166; y “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women: Infanticide in Late
Nineteenth-Century Buenos Aires”, Hispanic American Historical Review, 72 (3), 1992, p. 353373; Regina Schulte, The Village in Court. Arson, Infanticide, and Poaching in the Court Records of
Upper Bavaria, 1848-1910, New York, Cambridge University Press, 1994; Kenneth Wheeler,
“Infanticide in Nineteenth-Century Ohio”, Journal of Social History, XXXI, Winter 1997,
p. 407-418; y Stephen Wilson, “Infanticide, Child Abandonment, and Female Honour in
Nineteenth-Century Corsica”, Comparative Studies in Society and History, XXX (4), October 1988,
p. 762-783. También ha sido estudiado el homicidio cometido por mujeres, véase Ruth Harris, “Melodrama, Hysteria and Feminine Crimes of Passion in the Fin-de-Siècle”, en History
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
299
caso mexicano ha sido poco estudiado.10 Probablemente, este hecho
puede explicarse por la escasez de fuentes para México. Si bien encontramos casos de homicidio e infanticidio en la prensa y en la literatura
de la época, en general las mujeres criminales brillan por su ausencia
en escritos de juristas y criminólogos. El problema es más patente en
lo tocante a los archivos, pues hemos localizado pocos procesos judiciales de acusadas de estos delitos. Resolvimos esta carencia recurriendo a la jurisprudencia y a los casos expuestos por Carlos Roumagnac
en su libro Los criminales en México, donde reconstruye los casos y
entrevista a las delincuentes, además de publicar valiosos fragmentos
del diario de la célebre homicida María Villa, alias “La Chiquita”.11 Por
otro lado, dado que nuestra intención es básicamente ejemplificar las
ideas expuestas en torno a la disidencia (relacionada con la existencia
de diversos códigos conductuales y diversas reacciones o sanciones),
nos permitimos tomar como punto de referencia estudios hechos para
el extranjero.
I
Empezaremos este trabajo abordando el tema de la sanción legal. El
homicidio —entendido como la privación de la vida— era castigado
con una pena media de doce años de prisión si no había sido cometido con premeditación, alevosía, ventaja o traición, pues de ser así los
varones se hacían merecedores de la pena capital y las mujeres de veinte años de prisión.12 Por su parte, el infanticidio se definía como el
asesinato de un infante al momento de su nacimiento o durante las
siguientes 72 horas, y merecía una pena de cuatro años de prisión si el
Workshop (25), 1988, p. 31-36; Mary S. Hartman, Victorian Murderesses: A True History of Thirteen Respectable French and English Women Accused of Unspeakable Crimes, Nueva York, 1977;
Ann-Louise Shapiro, Breaking the Codes. Female Criminality in Fin-de-Siècle Paris, California,
Stanford University Press, 1996; o Lucia Zedner, Women, Crime, and Custody in Victorian England, Oxford, Clarendon Press, 1991.
10
En cuanto al homicidio cometido por mujeres, el caso de María Villa, alias “La
Chiquita”, ha sido estudiado por Robert Buffington, Criminales y ciudadanos en el México
moderno, traducción de Enrique Mercado, México, Siglo XXI Editores, 2001 (Criminología
y Derecho), p. 101-131; Robert Buffington y Pablo Piccato, “Tales of Two Women: the
Narrative Construal of Porfirian Reality”, The Americas, LV (3), January 1999, p. 391-424; y
Rafael Sagredo, María Villa (a) La Chiquita, no. 4002. Un parásito social del porfiriato, México,
Cal y Arena, 1996 (Los Libros de la Condesa). Por mi parte, en “Las flores del mal: mujeres criminales en el porfiriato”, abordé algunos de los puntos en los cuales ahora profundizo (Historia Mexicana, XLVII (185), julio-septiembre 1997, p. 183-299.
11
Carlos Roumagnac, Los criminales en México, México, Imprenta Fénix, 1904.
12
Código penal de 1871, artículos 238 y 540-566.
300
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
niño era ilegítimo y lo cometía su madre, siempre y cuando ésta no
tuviera mala fama, hubiera ocultado su embarazo y parto, y no hubiera inscrito a la criatura en el Registro Civil. Por cada una de estas circunstancias faltantes la pena aumentaba un año y ascendía hasta los
ocho años si el niño era legítimo, es decir, si sus padres estaban casados ante las autoridades civiles.13
¿Por qué la vida de un recién nacido valía menos que la de un niño
mayor de tres días o que la de un adulto? Como puede observarse la
clave está en el honor. El infanticidio se castigaba con una pena menor (cuatro años) si la madre lo había cometido con el fin de ocultar
su deshonra, pero si no tenía honor que defender la pena aumentaba,
por ejemplo, si ya tenía mala fama o la gente se había percatado de su
embarazo; y aumentaba aún más si el honor no estaba involucrado, es
decir, si el niño era legítimo.14 Cabe señalar que el infanticidio no es el
único caso en que el concepto del honor influyó en los legisladores
mexicanos: si un hombre asesinaba al amante de su mujer —y con ello
defendía su honra—, la pena era tan sólo de cinco años, mucho menor
que la de otro homicidio.15 Resulta interesante mencionar que en otras
naciones encontramos consideraciones y sanciones semejantes, incluso algunos legisladores fueron más explícitos al ligar infanticidio y honor, por ejemplo, el código penal argentino definía al infanticidio como
el asesinato de un recién nacido por su madre con el fin de ocultar su
deshonor, en consecuencia, independientemente de la edad del niño,
si la madre lo cometía por otro motivo era juzgada por homicidio.16
Entonces, en el porfiriato estaba vigente una concepción del honor que, en el caso de la mujer, dependía de la virginidad, fidelidad o
castidad, y que consideraba que cuando una mujer perdía su honra la
perdían también los varones de su familia. Así, una parte del honor
masculino, tan importante en la época, dependía del honor de las mujeres a su cargo o emparentadas con ellos.17 De ahí la justificación del
asesinato de las mujeres adúlteras o de las hijas libertinas, y del aborto o infanticidio cometidos por las mujeres que tenían una honra que
defender.18
Ibidem, artículos 581-586.
Ibidem, Exposición de motivos, delitos contra las personas, infanticidio.
15
Ibidem, artículos 554 y 555.
16
Kristin Ruggiero, op. cit., p. 354.
17
Véase por ejemplo, Françoise Carner, “Estereotipos femeninos en el siglo XIX”, en
Presencia y transparencia, México, El Colegio de México, 1987, p. 93-109.
18
Para la penalidad impuesta al aborto y al adulterio, Código penal de 1871, artículos
573-574, y 816-830.
13
14
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
301
II
Pasemos ahora a la sanción judicial. En los últimos años diversos historiadores no sólo han debatido la idea de que los jueces eran más clementes con las mujeres que con los varones sino que han sostenido
que eran más severos con ellas, pues en su opinión las delincuentes
atraían la ira que los hombres de la época sentían en contra de todas
aquellas que cuestionaban o abandonaban el papel que tradicionalmente se les había asignado en la familia y la sociedad (esposas-madres,
encargadas del cuidado del hogar, de la atención del marido y de la
educación de los hijos).19 La convicción de que los mecanismos o instituciones que habían servido para controlar la conducta de mujeres y
de jóvenes se debilitaban como consecuencia de la secularización, del
crecimiento de las ciudades, de la llegada de nuevas ideas, modas y
costumbres, y de una supuesta anarquía sexual, pero sobre todo a causa del nuevo papel económico y social de la mujer, generó un gran temor por el futuro de ellas y sus familias; de ahí que se considerara
necesario reforzar el conjunto de normas tendientes a controlar el comportamiento femenino, y de ahí también que se agudizaran las sanciones a las transgresoras, siendo más fácil castigar a las que caían en
manos de las autoridades.20
19
El tema del modelo de conducta aplicado a la mujer y de la separación de esferas
(que se refleja en diferentes discursos y autores de la época), ha sido tratado por diversos
autores, como Françoise Carner, op. cit; Verena Radkau, “Hacia la construcción de lo ‘eterno
femenino’”, en Papeles de la Casa Chata, Año 6 (8), 1991, p. 23-34; e “Imágenes de la mujer
en la sociedad porfirista. Viejos mitos en ropaje nuevo”, en Encuentro, IV (4), jul.-sep. 1987,
p. 5-39; y Carmen Ramos Escandón, “Mujeres de fin de siglo. Estereotipos femeninos en la
literatura porfiriana”, en Signos, II, 1989, p. 51-83; y “Señoritas porfirianas: mujer e ideología en el México progresista 1880-1910”, en Presencia y transparencia, op. cit., p. 93-109.
20
Entre los autores que han defendido esta idea se cuentan Helen Boritch, “Gender
and Criminal Court Outcomes: an Historical Analysis”, Criminology, XXX (3), 1992, p. 293325; Helen Boritch y John Hagan, “A Century of Crime in Toronto: Gender, Class and Paterns
of Social Control 1859 to 1955”, Criminology, XXVIII (4), 1990, p. 567-599; Arlene J. Díaz,
“Women, Order and Progress in Guzmán Blanco’s Venezuela, 1870-1888”, en Ricardo D.
Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert M. Joseph (editores), Crime and Punishment in Latin America.
Law and Society since Late Colonial Times, Durham-London, Duke University Press, 2001, p.
56-82; Ann-Louise Shapiro, op. cit., capítulo uno; Elaine Showalter, Sexual Anarchy, Gender
and Culture at the Fin de Siècle, New York, Penguin Books, 1990; Kerry Wimshurst, “Control
and Resistance: Reformatory School Girls in Late Nineteenth Century South Australia”,
Journal of Social History, XVIII (2), Winter 1989, p. 273-287; María Soledad Zárate Campos,
“Vicious Women, Virtuous Women: The Female Delinquent and the Santiago de Chile Correctional House, 1860-1910”, en Ricardo Salvatore and Carlos Aguirre (editores), The Birth of
the Penitentiary in Latin America. Essays on Criminology Prison Reform, and Social Control, 18301940, Austin, University of Texas Press, 1996 (New Interpretation of Latin American
302
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
No obstante, la actitud y la severidad de los jueces cambiaba según el tipo de crimen y de criminal, como puede observarse en la comparación entre infanticidio y homicidio, entre infanticidas y homicidas.
Los jueces eran igual o más indulgentes con las infanticidas que los
legisladores, pues en estos casos parecía pesar más el concepto del honor que la preocupación por la transgresión femenina. Investigadores
que han estudiado el infanticidio en el extranjero (Argentina, Alemania,
Estados Unidos e Italia) sostienen que en el siglo XIX —a diferencia de
las centurias anteriores— los jueces y jurados simpatizaban con las jóvenes mujeres en problemas que conducidas por la desesperación mataban al recién nacido con el fin de ocultar su deshonra, y las veían
más como víctimas que como criminales.21 Para obtener una sentencia favorable estas mujeres —de corta edad, solteras, en su mayoría
sirvientas domésticas—,22 debían demostrar que habían cometido su
crimen por honor (si ya tenían otro hijo ilegítimo no había nada que
hacer), que habían sentido vergüenza por su embarazo (por lo que lo
habían ocultado), y que tenían instintos maternales (pero que la vergüenza había superado su amor de madres); y la condena era todavía
menor si probaban que habían cometido el delito en un periodo de norazón o de no-albedrío producto del posparto, por ello eran incluso
exoneradas si su crimen era extremadamente violento y, por tanto, completamente irracional.23 Como ejemplo de la clemencia de los jueces
podemos referirnos a los resultados que obtuvo Kristin Ruggiero para
Buenos Aires entre 1871-1905: 12 de las 20 infanticidas recibieron sentencias que entran dentro del rango contemplado por la legislación, 3
obtuvieron condenas menores y 5 fueron absueltas.24
Este panorama coincide con el perfil de las infanticidas y las sentencias judiciales en los dos casos que tenemos documentados para
México. Se trata de historias similares, ambas ocurridas en los primeros años del porfiriato. En 1877 Francisca María, molendera soltera
Series), p. 78-100; y Lucia Zedner, op. cit., p. 40-50. Para México, Elisa Speckman Guerra,
“Las flores del mal: mujeres criminales en el porfiriato”. También han defendido esta idea
autores que han estudiado el trato a las mujeres criminales en la actualidad, por ejemplo,
Gabriela Hernández et al. (Equipo Barañí), Mujeres gitanas y sistema penal, Madrid, [s. e.], 2001.
21
James M. Donovan, “Justice Unblind: the Juries and the Criminal Classes in France
1825-1914”, Journal of Social History, Fall, 1981, p. 88-107; Christine L. Krueger, op. cit.; y
Angus Mc Laren, “Illegal Operations: Women, Doctors, and Abortion, 1886-1939”, Journal
of Social History, XXVI (4), Summer 1993, p. 797-816.
22
Jeffrey Richter, op. cit., Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of
Women”; Regina Schulte, op. cit., p. 83-105; Kenneth Wheeler, op. cit.; y Stephen Wilson, op. cit.
23
Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women”, p. 357-361; y
“Not Guilty: Abortion and Infanticide in Nineteenth-Century Argentina”, 2000, p. 157-162.
24
Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women”, p. 356.
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
303
de 24 años de edad, fue seducida por un mozo de la casa en que trabajaba, ella ocultó el embarazo a sus padres y patrones y llegado el momento fue a un corral y parió, dejó a la criatura en una esquina y le
arrojó piedras; cuando el cuerpo fue encontrado estaba en avanzado proceso de descomposición y mordido por los perros.25 Dos años más tarde
Patricia Uribe, otra molendera soltera de 19 años, a pesar de que estaba
comprometida en matrimonio con un sirviente, de nombre Vicente Camacho, tuvo un amorío con su vecino Nicanor N. y quedó embarazada,
ocultó el embarazo a sus padres, parió en las letrinas durante la noche
y sin averiguar si era niño o niña lo abandonó, regresando a su cuarto
sin decir nada a nadie; al día siguiente el cadáver fue encontrado por
la portera.26 El perfil de estas dos delincuentes coincide con los datos
que sobre las infanticidas aportan las estadísticas elaboradas por el gobierno del Distrito Federal: según muestran las cifras de 1903 y de 1910
las mujeres consignadas a las autoridades por el delito de infanticidio
eran de clase humilde o de “tercera clase” (de 10 sólo 1 pertenecía a la
“segunda clase”); mestizas (las 10), analfabetas (de 13 sólo una sabía
leer), sin oficio, sirvientas u obreras (todas ellas).27
Por otro lado, en ambos casos podemos constatar que los jueces
fueron indulgentes. La clemencia resulta sorprendente en el proceso
contra Francisca María. Como hemos dicho, al ser encontrado el cuerpo de la criatura estaba en avanzado proceso de descomposición y despedazado por los perros, en consecuencia, los peritos no pudieron
establecer primero, si el niño había nacido vivo o muerto, y segundo,
si la muerte había sido causada por las pedradas lanzadas por la madre o por las mordidas de los perros; a falta de pruebas, el juez condenó a la madre a diez meses de arresto, sentencia muy por debajo de la
pena media establecida por el código penal.28 Aunque en menor medida, otro juez también fue indulgente con la segunda infanticida. Consideró que cumplía con los requisitos necesarios para aplicar la pena
de cuatro años: tener buena fama, haber cometido el delito con el fin de
esconder su deshonra dado que se trataba de un hijo ilegítimo, haber
ocultado el embarazo y el parto, y no haber registrado al niño en el
Registro Civil. Sin embargo, dado que la mujer tenía un amante a pe25
Archivo Histórico del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (en adelante AHJ): Proceso contra Francisca María, 1877.
26
AHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880.
27
Boletín mensual de estadística del Distrito Federal (Imprenta del Gobierno del Distrito Federal, 1901-1910): enero de 1903, p. 11; febrero de 1903, p. 12; mayo de 1903, p. 13; noviembre de 1903, p. 13; febrero de 1910, p. 14, mayo de 1910, p. 15; junio de 1910, p. 15; y
Estadística penal en el Distrito y Territorios Federales 1910, México, [s. e.], 1913.
28
AHJ: Proceso contra Francisca María, 1877.
304
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
sar de su formal compromiso de matrimonio, el juez pudo haber cuestionado su buena fama, de hecho ello fue tal vez lo que impidió aplicar
una sentencia menor a la pena media, como sucedió en el caso de la
primera delincuente.29 De todos modos, podemos pensar que la clemencia hacia ambas, y presumiblemente hacia las infanticidas en general,
se debió a dos factores: por su perfil las infanticidas difícilmente
captaban la ira hacia las mujeres transgresoras, y todas ellas cometieron el delito con el fin de ocultar su deshonra.
Resulta diferente el perfil y la actitud de los jueces hacia las homicidas. En cuanto al perfil, en la mayor parte de los casos estudiados las mujeres que mataban por pasión transgredían abiertamente
el modelo de conducta asignado al género femenino: tenían amantes
o vivían en amasiato, eran agresivas, consumían pulque, pasaban gran
parte de su tiempo en espacios públicos en lugar de permanecer en el
sagrado recinto del hogar, y no cometieron su crimen por una causa
que resultara justificable a la mentalidad de la época, al menos, a los
ojos de los hombres encargados de elaborar y aplicar la ley.
Igualmente disímil con respecto a las infanticidas resulta la actitud de los jueces hacia las homicidas, pues eran muy severos con las
mujeres que mataban por amor. Contamos con varios ejemplos similares: se trata de mujeres mestizas; de los grupos populares; analfabetas en su mayoría; solteras o amasias; amantes, queridas o prostitutas;
migrantes; huérfanas tempranas o sin familia; tortilleras, molenderas,
meseras o sirvientas domésticas; acostumbradas al trabajo y al maltrato desde su más tierna infancia. Todas ellas relatan que presas de
los celos se enfrentaron con su hombre o con su rival de amores, matándolos sin habérselo propuesto.30 De creer en su versión, los jueces y
jurados debieron haberlas condenado por homicidio cometido en riña
(sin premeditación, sin alevosía, sin ventaja), como sucedió en el caso
de Emilia M. o en el de María Isabel Martínez,31 pero no en el resto de
los casos, pues a la mayor parte de las asesinas se les condenó por homicidio calificado y se les impuso la máxima pena. Brindaremos dos
ejemplos. María Trinidad T. era soltera, lavandera y analfabeta, cometió su crimen a los treinta años, cuando ya había ingresado a la cárAHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880.
Véase la sección de mujeres criminales en Carlos Roumagnac, op. cit.; además de
casos de jurisprudencia en el Diario de Jurisprudencia del Distrito y Territorios Federales (1904,
p. 133-135) y en La Ciencia Jurídica, Revista y biblioteca quincenal de doctrina, Jurisprudencia y
ciencias anexas. Órgano oficial de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, correspondiente a la Real de Madrid, tomo I, 1897, p. 438-443.
31
Jurisprudencia, en Diario de Jurisprudencia, 1904, p. 133-135; y Carlos Roumagnac,
op. cit., p.16.
29
30
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
305
cel en varias ocasiones por delitos menores. Trabajaba desde los diez
años, en que entró a servir como galopina. En su adolescencia vivió por
un año con el dueño de una panadería, pero se separaron tras la muerte de su hijo, que murió de pulmonía. Relata Carlos Roumagnac que
“a raíz de esta separación, se interpuso en el camino de Trinidad, Fructuoso U., zapatero, como de cincuenta años, quien a fuerza de amenazas y aún amagándola con un cuchillo, consiguió que fuera suya”.
Vivieron juntos y tras repetidos engaños y riñas (muchas de las cuales
terminaban en la comisaría) en estado de ebriedad ella lo acuchilló.32
Exponemos el segundo ejemplo por tratarse de un caso célebre, el de
María Villa alias “La Chiquita”, migrante, prostituta, de 28 años de edad.
Huérfana, a los 13 se convirtió en querida del hijo de su patrona, quien
la abandonó. Dos años más tarde fue traída a México por una enganchadora, quien la llevó a un burdel. La sacó de ahí un alemán que se
enamoró de ella, pero la abandonó cuando se enteró que ella lo engañaba y después de haberlos herido a ella y a su amante. “La Chiquita”
regresó al burdel a los 18 años y ahí se volvió morfinómana. Con el
tiempo se enamoró de Salvador Ortigosa y se hizo su amante. Los celos la invadieron cuando se enteró que también frecuentaba a otra prostituta, Esperanza Gutiérrez, alias “La Malagueña”, quien a causa de
ello la convirtió en blanco de sus burlas. Una noche los tres se encontraron en una fiesta de máscaras, Salvador quiso abandonar temprano la
reunión y llevó a María a su casa. Un rato después “La Chiquita” fue
en busca de Esperanza y la mató. En el juicio sostuvo, primeramente,
que se dirigió a casa de Esperanza buscando a Salvador, pues sospechaba que estaban juntos; en segundo término, que traía la pistola
del torero, pues éste se la dejaba a guardar todos los domingos; y, por
último, que el disparo había sido accidental y se había producido en
medio de un pleito. Sin embargo, el fiscal formuló acusaciones por
homicidio cometido con premeditación, alevosía y ventaja. En consecuencia, en el cuestionario al jurado incluyó las siguientes preguntas: ¿María Villa causó la lesión, fuera de riña, después de haber podido
reflexionar sobre el delito que iba a cometer? ¿Cogió intencionalmente
de improviso a su víctima sin darle lugar a defenderse ni a evitar el
mal que le causó? ¿María estaba armada y Esperanza inerme? El
jurado contestó afirmativamente, por lo que el juez aplicó la pena
máxima.33
Carlos Roumagnac, op. cit.
Jurisprudencia, en La Ciencia Jurídica, tomo I, 1897, p. 438-443. Para el relato del
caso y entrevista con María Villa, véase Carlos Roumagnac, op. cit.
32
33
306
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
1. Fotografía de María Trinidad T, en Carlos Roumagnac, Los criminales en
México, México, Tipografía “El Fénix”, 1904. (Retrato número 8 de la sección
de mujeres criminales)
2. Fotografía de María Villa (a) “La Chiquita”, en Carlos Roumagnac,
Los criminales en México, México, Tipografía “El Fénix”, 1904.
(Retrato número 6 de la sección de mujeres criminales)
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
307
La severidad de los jueces podría explicarse si pensamos que, a
diferencia de las infanticidas, las homicidas — por su perfil— sí podían convertirse en blanco de la ira hacia todas las mujeres que faltaban a los roles tradicionales impuestos al sexo femenino, por lo que
no sólo eran castigadas por la “transgresión penal” o por el delito cometido, sino también por sus antecedentes como “transgresoras sociales” o por la violación al código de conducta impuesto a la mujer.34
Es decir, resultaría posible que en ellas los jueces castigaran a todas
las que faltaban a las pautas tradicionales, impulsados por un miedo
hacia el fin de los roles asignados a las representantes del género femenino. En este sentido, Robert Buffington sostiene que el castigo aplicado a María Villa —que considera inusual por su severidad— testifica
la creciente preocupación por la criminalidad femenina entre las elites
porfirianas, cuyos optimistas sueños de progreso se veían amenazados
por el espectro de la degeneración nacional y por el abandono de la
misión de la mujer, pues como esposas, madres e hijas de los ciudadanos jugaban un papel importante en este proyecto de transformación
social.35 Nada ilustra mejor la idea de que en las mujeres homicidas se
castigaba a las transgresoras que un ejemplo tomado de la literatura.
Durante el proceso contra Remedios Vena, alias “La Rumba”, quien durante una riña había asesinado a su amante, alegó el fiscal:
Dicen, señores jurados, que la sociedad marcha a su desorganización moral, y esto se debe a la mujer, cuya educación actual mata en ella a la madre, a la esposa, a la hija. Sí, señores jurados, comparad la sencillez de
aquellos tiempos con el lujo de hoy; las exigencias de otra época, con las
insufribles de la vida moderna, y esto se debe a que la vestal del hogar
abandona su misión en pos de anhelos funestos…36
Acto seguido, relató cómo Remedios había rechazado la propuesta de Mauricio Peláez, quien le había ofrecido un hogar, sólo porque
éste era un simple tendero. En cambio, cayó en brazos de un catrín,
un “seductor de oficio” que “la manchó y le robó la honra”. Concluyó
el acusador:
No, señores jurados, no fue la casualidad la autora del delito, no: este crimen es la consecuencia natural de una mala conducta, y la que tiene auda-
34
Para los conceptos de “transgresión penal” y “transgresión social”, véase Elisa Speckman Guerra, “Las flores del mal:...
35
Robert Buffington, op. cit.
36
Ángel de Campo, Ocios y apuntes, y La Rumba, 15a. ed., México, Porrúa, 1999, p. 328
(Colección de Escritores Mexicanos, 76) (Publicada por entregas entre 1890 y 1891).
308
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
cia para abandonar el hogar, la que entrega su honra en manos del primero que pasa, la que desprecia a un comerciante digno, la que riñe con
frases de plazuela, esa, señores jurados, tiene también sangre fría para matar a un amante. Señores, en nombre de la sociedad ofendida, pido un
castigo para que las mujeres honestas vean que la justicia vela sobre ellas
y las que se hallen en peligro sepan cómo condena el tribunal del pueblo
a las que, en pugna con su sexo, se convierten en una amenaza para los
hombres dignos.37
Las asesinas no sólo tenían una larga historia de transgresiones,
sino que el acto mismo de asesinar (además de un crimen, de un atentado contra la vida), constituía una transgresión a las pautas de conducta
asignadas a la mujer y una violación a los atributos que supuestamente
debían acompañar al sexo femenino; lo cual no sucedía en el caso del
homicidio cometido por varones, pues en ellos las pasiones extremas y
las reacciones de violencia eran comprendidas y se veían como parte
de la esencia masculina. Para profundizar en esta idea podemos recurrir nuevamente a estudios para el extranjero, que brindan pistas interesantes y nos permiten hacer preguntas pertinentes al caso mexicano.
Robert Ireland considera que debido al contraste entre el ideal de mujer
y una realidad que le permitía mayores libertades, los norteamericanos
adoptaron severas medidas para controlar la sexualidad femenina. En
este contexto, los miembros de los jurados populares reconocían una
ley no escrita que dictaba que los maridos, padres y hermanos actuaban
justificadamente al asesinar a la esposa, hija o hermana que los había
deshonrado y sancionaban a los culpables de este delito únicamente
con la pena contemplada para el homicidio accidental; sin embargo,
las mujeres no eran beneficiarias de esta normativa y las que mataban
a las amantes de sus maridos eran condenadas incluso a la pena de
muerte.38 Con la idea de que las asesinas por pasión no recibían justificación alguna coincide Ann-Louise Shapiro en un estudio realizado
para Francia. Sostiene la autora que en el caso de los varones los celos
extremos se consideraban como un componente esencial del amor normal, pero no era lo mismo para las mujeres, pues sólo en algunos casos
los celos femeninos se consideraban como legítimos. Las delincuentes
que actuaban por pasión o por celos encontraban comprensión si su
actuación había sido motivada por preocupaciones familiares-maternales (mujeres embarazadas que iban a ser abandonadas o mujeres
37
Ibidem.
Robert M. Ireland, “The Libertine Must Die: Sexual Dishonor and the Unwritten
Law in the Nineteenth-Century United States”, Journal of Social History, 23, Fall 1989, p. 27-44.
38
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
309
casadas y madres que se resistían a los abusos del marido). En cambio, las madres desnaturalizadas o las depravadas sexualmente no sólo
no despertaban la clemencia judicial, sino que generaban su severidad.39 Entonces, las pasiones femeninas no siempre eran vistas como
legítimas y además, aún frente a causas justificadas, se pensaba que
las mujeres debían recurrir a la resignación en lugar de a la violencia.
Por ello, las homicidas que mataban por amor no encontraban comprensión, sobre todo si antes de cometer el crimen se alejaban del modelo de conducta que se consideraba como deseable, generando mayor
simpatía las que se ajustaban al papel de esposa-madre.
Para México, específicamente en el caso de María Villa, Robert
Buffington y Pablo Piccato añaden una idea que corre en el mismo
sentido: “La Chiquita” pensó que actuaba en defensa de su honor y
reputación, pero en la mentalidad del juez no cabía una mujer defendiendo su honor, pues debía esperar a que lo defendiera un hombre.40
Nuestro argumento se refuerza si damos la palabra a la propia María
Villa. Cuando Carlos Roumagnac la entrevistó le preguntó si no consideraba injusto que el amante de origen alemán que años atrás la había
herido hubiera sido absuelto, mientras que ella, que también había actuado por celos, había sido severamente castigada. El razonamiento
de la célebre criminal es muy claro: “No, no era el mismo caso, porque
yo maté y él no. Además, en mi situación no hubieran creído que yo
tenía celos: a las mujeres como yo, nos juzgan sin corazón, incapaces
de sentir un verdadero cariño.” 41
Ella entendió que sus celos o sus pasiones no eran comprendidos,
pues la traición sólo debería despertar el enojo de las mujeres consagradas al matrimonio y al hogar.
En resumen —quizá simplificando demasiado pues sin duda en las
decisiones judiciales intervinieron otros factores, pero con el objeto de
seguir el hilo de la exposición— podemos pensar que la clemencia
de los jueces con las infanticidas respondió al concepto del honor y
que su severidad con las homicidas tuvo su origen en el miedo a la
transgresión femenina y la repulsión hacia las mujeres que se alejaban
completamente de su ideal de mujer.
39
40
41
Ann-Louise Shapiro, op. cit., p. 136-178.
Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit.
Carlos Roumagnac, op. cit., p. 112.
310
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
III
Resulta importante esclarecer si otros grupos compartieron esta diferencia de concepción entre homicidas e infanticidas, pues quizá juzgaban igualmente grave o hasta más grave matar a un recién nacido
que a un adulto.
Con excepción de Julio Guerrero, los juristas y criminólogos de la
época se preocuparon poco por las mujeres criminales y, menos aún,
por las homicidas o infanticidas. Julio Guerrero, el autor de La génesis
del crimen en México, condenó a las sirvientas, generalmente mestizas,
que tras ser enamoradas a “empellones” por tenderos o carniceros sacrificaban “virtud en los primeros años de la nubilidad, trastornadas
por el pulque o dominadas por la fuerza bruta”, abortaban o cometían
infanticidio.42 Las infanticidas tampoco tuvieron cabida en otras fuentes: sus crímenes no fueron difundidos por las revistas policiales ni por
la prensa, tampoco fueron objeto de la atención de los autores de novelas o relatos cortos ni tema de la literatura popular o los impresos
sueltos. Sin embargo, en este último género encontramos diversos casos de mujeres que castigaban cruelmente a infantes y, aunque se trata
de un delito diferente, podemos pensar que si los redactores condenaban tan enérgicamente el maltrato hacia los niños podrían también
sentir una repulsión por el asesinato y sufrimiento de los recién nacidos.43 La severa reprobación se nota tanto en los versos escritos por
Antonio Vanegas Arroyo y sus colaboradores, como en las ilustraciones realizadas por José Guadalupe Posada. El crimen de Guadalupe
Bejarano, “la mujer verdugo”, fue calificado como el más inhumano
de los delitos:
Con una crueldad atroz
la temible Bejarano,
ha cometido la infame
el crimen más inhumano.44
42
Julio Guerrero, La génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social, 2a. ed.,
México, Editorial Porrúa, 1977, p. 162-171. (Publicado por primera vez en 1901)
43
El crimen de la Bejarano (1892), El linchamiento de la Bejarano (1892), Guadalupe
Bejarano en las bartolinas de Belén. Careo entre la mujer verdugo y su hijo (1892), Martirio de una
niña (Gaceta Callejera, octubre 3 de 1893, número 13), y ¡Espantoso crimen nunca visto! ¡¡Mujer
peor que las fieras!! Una niña con la ropa cosida al cuerpo, [s. f.]. Todos ellos impresos por la
casa de Antonio Vanegas Arroyo.
44
Guadalupe Bejarano en las bartolinas de Belén…, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo,
1892.
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
311
Y las autoras de estos delitos como peores que las fieras:
¡Atormentar a una niña
teniendo tan corta edad!
Esto es inicuo infamante
Incapaz de descifrar
Una gente de esta especie
Es aun peor que los salvajes
Peor que las fieras sin alma
Que se alimentan con la sangre.45
Las imágenes refuerzan el mensaje, pues la ferocidad y la crueldad se plasman en el rostro de estas mujeres, dibujadas en un tamaño
mucho más grande que el de sus víctimas, haciendo patente su superioridad sobre las indefensas criaturas.
A diferencia de las infanticidas, las mujeres que asesinaban por
asuntos de amor fascinaron a los literatos. Como ejemplo, la novela
La Rumba de Ángel de Campo y varios relatos cortos: Simona, de Ángel de Campo; Fragatita, de Alberto Leduc; y La Salamandra, de Efrén
Rebolledo. Cuatro historias de cuatro mujeres. Remedios Vena, alias
“La Rumba” era una joven mujer de clase baja, hija de padre alcohólico y moradora de uno de los arrabales más miserables y de peor fama
en la capital. Desesperada por abandonar la pobreza comenzó a trabajar en un taller de costura en el centro de la ciudad y se hizo amante de
un hombre llamado Cornichón, quien la instaló en su casa pero al poco
tiempo dejó de visitarla y de darle dinero. El tendero del barrio, que estaba enamorado de ella, le ofreció su ayuda, pero cuando Cornichón se
enteró riñeron: él le apuntó con su arma, ella se defendió, y él murió a
causa de un disparo accidental.46 Simona, también oriunda de los grupos populares, era sumamente fea pero honrada y de gran corazón, y
se casó con el primer hombre que le habló de amor. Cuando se enteró
que éste la engañaba se enfrentó a la amante de su esposo, pero en la
riña perdió la vida.47 Cuca Mojarrás, alias “Fragatita”, era una prostituta
mulata enamorada de un marinero francés, llamado Pierre Douairé,
quien fue golpeado por su antiguo amante. Al enterarse ella quiso vengar a su enamorado y mató al agresor.48 Elena Rivas, alias “La Salaman¡Espantoso crimen nunca visto!…, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, [s. f.].
Ángel de Campo, op. cit.
47
Ángel de Campo, “Simona”, en Crónicas y relatos inéditos, México, Ediciones Ateneo,
1969 (Colección Obras Inmortales), p. 101-107.
48
Alberto Leduc, “Fragatita”, en Fragatita y otros cuentos, México, SEP-Premia, 1984
(La Matraca, Segunda Serie 26), p. 11-14. (Publicada por primera vez hacia 1890.)
45
46
312
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
3. ¡Espantoso crimen nunca visto¡ ¡¡Mujer peor que las fieras¡¡ Una niña con la
ropa cosida al cuerpo, México, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo (s.f.)
4. El crimen de la Bejarano, México, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo,
1892
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
313
dra”, era una mujer de clase privilegiada cuya coquetería sobrepasaba
la normalidad, era tal su vanidad que gustaba de enamorar a sus pretendientes para después deleitarse con su sufrimiento. Un día leyó un
poema, que firmado por Eugenio León terminaba así:
Y una espesa mortaja, una fúnebre ajorca
Es tu lóbrego pelo; más tanto me fascina,
Que haciendo de sus hebras el dogal de una horca,
Me daría la muerte con su seda asesina.
Se propuso lograr que, por amor hacia ella, el autor de este verso
se suicidara de la misma forma que el personaje.49
Además de ser muy disímiles, las cuatro mujeres representan diversos grados de culpabilidad o de transgresión. Tres de ellas, las que
tenían un alias —que sólo se aplicaba a las mujeres que perdían el respeto de la comunidad— antes de cometer el crimen se salieron del ideal
de conducta femenina: “Fragatita” era prostituta, “La Rumba” una querida, “La Salamandra” una libertina. Dos de ellas mataron durante una
riña, Remedios Vena, alias “La Rumba”, lo hizo en defensa propia y
Simona por defender su matrimonio; sin embargo, queda claro que
ambas se buscaron su suerte: “La Rumba” al transgredir las normas
morales y, algo peor para los literatos, al buscar la movilidad social;
Simona al alejarse también del ideal femenino, pues de las mujeres
engañadas se esperaba la resignación silenciosa y no la violenta venganza. No obstante, a los ojos de los autores, más culpables fueron
Cuca Mojarrás, alias “Fragatita” —prostituta, cuya condición hacía ilegítimo su amor por el marinero— y sobre todo Elena Rivas, alias “La
Salamandra”, que mató de forma premeditada por el simple placer de
experimentar su superioridad sobre los hombres, y al hacerlo no sintió
el más mínimo remordimiento.
Diferente carácter presenta la única homicida pasional que figura
en los impresos de Antonio Vanegas Arroyo. Se trata de Antonia Rodríguez, mujer que acuchilló a su compadre. De “familia honesta y de
regular educación” sentía un amor profundo por él. Un día lo llamó a
su casa y éste llegó cuando ella afilaba un cuchillo,
como ya tenía el corazón dañado se metió el cuchillo en la cintura y entró
con el compadre diciéndole: compadre, años ha que soñaba en las relaciones amorosas e ilícitas para con usted, pero como no había habido oportu49
Efrén Rebolledo, Salamandra, México, Factoría Ediciones, 1997 (La Serpiente
Emplumada). (Publicada por primera vez en 1919)
314
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
nidad hasta hora lo he mandado llamar para saber si usted me ha de cumplir mi deseo o no, porque yo me he propuesto, hoy mismo, hacer un hecho de cualquier especie, pues yo, la verdad compadre, lo he querido y
siempre lo querré hasta que me muera.
Él se negó y ella le dio diez puñaladas, dejándolo tendido a sus
pies.50 Desconocemos cuál hubiera sido la postura de los redactores si
se tratara de mujeres que hubieran matado a hombres culpables de traición o desprecio, y que no estuvieran ligados con ellas por lazos de parentesco, pero en este caso la criminal fue duramente reprobada,
pues el compadrazgo se consideraba como un vínculo sagrado.
Dejamos al último el caso de María Villa, alias “La Chiquita”, que
se hizo célebre y apareció tanto en los diarios como en los impresos de
Antonio Vanegas Arroyo. Las publicaciones difundieron diferentes versiones y dieron cabida, en palabras de Robert Buffington y de Pablo
Piccato, a diferentes narraciones en torno al hecho.51 Lo interesante es
que mientras María expuso su caso centrándose en las circunstancias
del crimen y, según Buffington y Piccato, subrayó que lo cometió en
defensa de su honor y reputación,52 los reporteros y redactores de los
impresos se preocuparon por explicar su ingreso a la prostitución, pues
lo consideraban como el primer paso del camino que la llevó al delito,
es decir, indagaron sus inicios como prostituta para explicar el porqué
del crimen, sin importar las circunstancias en que éste se cometió. Los
periódicos —como El Imparcial— atribuyeron el origen de su perdición
a la miseria y a los engaños de un primer amante.53 Ello se nota en la
descripción de El Popular, que suscribió que se trataba de “la sempiterna historia; un galán libertino la seduce, [...] la burla, la abandona” y sin
darse cuenta se convierte en prostituta.54 A la misma conclusión llegaron los redactores de la casa de Antonio Vanegas Arroyo, pero no reprimieron los deseos de amonestar a María y con ello enviar un mensaje
moralizante a las lectoras. En una de las hojas dedicadas a la criminal
puede leerse:
He aquí el resultado palpable y verdadero de la mujer que se hunde en el
fango de la vida, de la joven que frecuenta las orgías sin temor a la morali-
50
¡Horroroso asesinato! Acaecido en la ciudad de Tuxpan el 10 del presente mes y año, por
María Antonia Rodríguez, que mató a su compadre por no condescender a las relaciones de ilícita
amistad, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, febrero de 1910.
51
Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit.
52
Ibidem.
53
El Imparcial, 10 de marzo de 1897.
54
El Popular, 20 de septiembre de 1897.
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
315
dad y a la religión. Si esta pobre mujer se hubiera dedicado al trabajo para
vivir en su hogar honradamente, no tuviese hoy que lamentar tan funesto
acontecimiento.
Por lo que el redactor aconsejó:
Sirva este desgraciado acontecimiento de ejemplo real y positivo para las
jóvenes que se encuentren al principio de su vida en la situación de esta
infortunada mujer y procuren no imitarla, sino huir de todo aquello que
pueda directa o indirectamente conducirlas al nefando vicio de la prostitución. 55
Pero además, como acertadamente señalan Buffington y Piccato,
los autores de las hojas sueltas insistieron en los remordimientos que
se apoderaron de la homicida.56 Ello es importante pues la dotaron de
sentimientos, que muchas veces se le negaban a una prostituta.
Entonces, si bien no encontramos casos de infanticidio, notamos
en los impresos sueltos una severa condena a las mujeres que maltrataban infantes, condena que se repite para las que asesinaban a miembros de su familia, por ello, podemos inferir que no habría miramientos
para las infanticidas. En cambio, al menos en la literatura —con excepción del caso de Elena Rivas— se nota una simpatía hacia las mujeres que por amor o celos reñían y mataban o encontraban la muerte,
aun cuando no dejaran de reprochar el que se hubieran desviado del
modelo de conducta deseable. Esta conclusión coincide con la apreciación de la propia María Villa, que no consideramos que surgiera
sólo de su deseo por autojustificarse: en su diario relata que compartía
prisión con Guadalupe Bejarano, quien recibió una condena menor,
pero a la que “La Chiquita” consideraba como peor que ella. Al hablar
de sus compañeras de presidio escribió: “Está una Sra. que es Guadalupe M. Vejarano mujer demasiado instruida y que la creo digna de
llevarme con ella, pero soy franca, me ororiza su crimen porque es verdad que yo lo soy pero habemos, criminales de criminales... [sic]”57
Concluyó: “Que dura y soberbia es la justicia, para castigar al criminal, pero yo lo soy no criminal del alma, porque no he sabido ni lo
que hize fue en un momento de arrebato, que no me doy cuenta, pero
el mundo no me juzga de esa manera, sino al contrario... [sic]”58
Lágrimas y sollozos en la cárcel de Belén, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo (1897).
Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit.
57
Fragmentos del diario de María Villa, en Carlos Roumagnac, op. cit., p. 117.
58
Ibidem.
55
56
316
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
IV
En palabras de “La Chiquita” la pregunta clave es: ¿el “mundo” juzgó
a María Villa de forma igualmente severa que el juez? Las visiones de
las mujeres que maltrataban menores (duramente reprobadas) y las
mujeres que mataban por amor (hasta cierto punto comprendidas) dista de la postura de los legisladores y de los jueces, pero ¿desembocó
en una reacción diferente de la comunidad hacia ambos tipos de delincuentes? Ello es difícil de establecer y la dificultad aumenta por la
falta de procesos judiciales para ambos delitos. Por ello, nos limitamos a proponer algunas ideas, admitiendo que en muchos casos se
trata más bien de preguntas. La diferencia entre sanción judicial y sanción social se hace evidente en la obra de Ann-Louise Shapiro, como
ejemplo podemos referirnos a uno de los casos estudiados por ella, el
de Melanie Lerondeau, quien inconforme con el sueldo de su marido
lo maltrataba, injuriaba y golpeaba, siendo considerada por los vecinos como una mujer sumamente perversa; las voces de la comunidad
seguramente se dejaron oír en la primera audiencia e influenciaron en
la sentencia condenatoria por envenenamiento, pero la supuesta criminal fue absuelta en segunda instancia. La autora no lo dice pero podemos imaginar que, una vez liberada, Melanie Lerondeau debió enfrentar
la sanción y el rechazo de sus vecinos.59
En el caso de México, lo único que podemos establecer es la diferente reacción de la comunidad frente a diversos delitos, centrándonos en el infanticidio. Mientras que para otros crímenes se nota un
rechazo de los vecinos y testigos hacia la policía y los jueces, en el infanticidio se registra una cooperación inusitada, lo que denota el rechazo hacia ese crimen. En un estudio para Córcega y en otro para
Bavaria, Stephen Wilson y Regina Schulte llegaron a la conclusión de
que los casos de infanticidio generalmente llegaban hasta las autoridades por rumores o por indicación de los vecinos.60 En México sucedía lo mismo: en el caso de Francisca María el delito fue denunciado
por el patrón y al iniciarse la investigación los vecinos señalaron a una
mujer supuestamente enferma y al ir a buscarla la policía localizó restos de sangre en su vestido.61 La participación de los vecinos es más
palpable en el caso de Patricia Uribe: la portera encontró el cadáver de
la criatura en las letrinas e inmediatamente los inquilinos de la vecindad
59
60
61
Ann-Louise Shapiro, op. cit., p. 58-60, y 80-83.
Regina Schulte, op. cit, p. 111-118; y Stephen Wilson, op. cit.
AHJ: Proceso contra Francisca María, 1877.
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
317
se movilizaron; en la encuesta uno de ellos declaró que había sospechado del embarazo, otro notó que había empezado a dejarse flojas
las enaguas, otro relató que una noche vio cómo limpiaban el cuarto
y se dio cuenta de que eran manchas de sangre y alcanzó a ver a
Patricia acostada en un petate y ella dijo que se sentía enferma, por
lo que él fue a buscar a un médico, pero cuando éste llegó el padre le
negó la entrada argumentando que no tenía dinero. Preocupado, el
vecino fue a verla al día siguiente y ella estaba como si nada hubiera
pasado. Todo ello sirvió para localizar a la criminal y efectuar las pruebas que demostraron su culpabilidad.62 Así, la participación de los vecinos para encontrar a la criminal y entregarla a la policía fue decisiva,
lo que podría reflejar la condena de la comunidad al infanticidio.
V
Las infanticidas y las homicidas fueron criminales, marginales y disidentes. Criminales, pues cometieron acciones tipificadas como delitos
en la legislación. Marginales, pues pertenecían a una minoría, cuya
conducta fue considerada como anormal por amplios sectores de la
sociedad, en este caso quizá por toda ella. Disidentes, en la primera
acepción del término, porque se apartaron de la “conducta común”,
de lo que la sociedad esperaba de las mujeres, pero no fueron disidentes en la segunda acepción, pues no asesinaron porque lo consideraran correcto, porque tuviera cabida en sus pautas de conducta o de
valores, o porque no estuvieran de acuerdo con lo que la ley establecía. Así, en este trabajo, la disidencia entendida como desacuerdo de
opiniones, discrepancia o escisión, se ubica en otro nivel: en la coexistencia de códigos de conducta y de valores que derivaban en diversas
reacciones o sanciones a las criminales, y que explican las diferencias
entre “sanción legal”, “sanción judicial” y “sanción social”. Por ejemplo, en el caso del infanticidio se hizo palpable una divergencia de opiniones entre los legisladores y jueces con respecto a algunos sectores de
la comunidad: mientras que los primeros eran sumamente tolerantes con
el infanticidio, los grupos populares manifestaban su profunda reprobación al crimen —como se manifiesta en los textos leídos por los sectores
mayoritarios y en la cooperación de los vecinos con la policía y los funcionarios judiciales—. En conclusión, existía en el porfiriato una divergencia en el ámbito de las ideas y de las mentalidades (valores,
62
AHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880.
318
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
sentimientos, simpatías, prejuicios), que se nota en diferentes definiciones de lo normal y lo anormal o marginal, de lo prohibido y lo permitido, de lo “honrado” o lo criminal, así como en diversas reacciones
ante los delincuentes, los marginales y los disidentes.
Anexo
Para una muestra cuantitativa de los delitos de homicidio e infanticidio cometidos por mujeres recurrimos a los cuadros estadísticos presentados por el Procurador de Justicia, bajo la advertencia de que se
trata tan sólo de una aproximación, pues mucho se han discutido y
señalado las deficiencias o los sesgos de las estadísticas.63
MUJERES CONSIGNADAS POR LOS DELITOS DE INFANTICIDIO Y HOMICIDIO
Año
Por homicidio
Por infanticidio
Total de
mujeres consignadas
1891
1892
1893
1894
1895
1900
1901
1902
1903
20
18
15
9
18
14
29
3
16
2
3
1 899
2 142
2 248
2 832
2 809
2 279
1 714
2 519
1 986
63
“Datos para la formación del cuadro estadístico de la criminalidad en el año de 1891”,
en Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, Año IX, 1892, p.
133-145; “Datos para la formación del cuadro estadístico de la criminalidad en el año de
1892”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año X, 1893, p.
69-85; “Cuadro estadístico de la criminalidad en el año de 1893”, Anuario de Legislación y
Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año XI, 1894, p. 1-51; “Cuadro sinóptico de la
criminalidad en el año de 1894”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de
derecho, año XIII, 1896, p. 88-103; “Cuadro de la criminalidad en el año de 1895”, Anuario
de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año XIII, 1896, p. 170-184;
Cuadros estadísticos de la criminalidad presentadas por el Procurador de Justicia y correspondientes al año
de 1900, México, Tipografía y litografía “La Europea”, 1903; Cuadros estadísticos … de 1901,
México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1904; Cuadros estadísticos … de 1902, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1905; y Cuadros estadísticos … de 1903, México,
“Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1905.
HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO
319
Como puede observarse, la suma de ambos delitos (considerando
todo tipo de homicidas y no sólo las que mataban por amor o desamor),
no representan ni siquiera el 1% de las mujeres criminales. Y era mucho menor el número de condenadas, que sólo conocemos en el caso
de infanticidio y lamentablemente para fechas diferentes al número de
consignadas, siendo una por año entre 1905 y 1908.64
64
Cuadros estadísticos de la criminalidad presentadas por el Procurador de Justicia y correspondientes al año de 1905, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1906; Cuadros estadísticos … de 1906, México, Imprenta “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”,
1907; Cuadros estadísticos de 1907, México, Imprenta de Antonio Enríquez, 1908; y Cuadros estadísticos de 1908, México, Imprenta de Antonio Enríquez, 1910.
LOS REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN: LOS DISIDENTES
AGRARIOS DE 1912
PEDRO SALMERÓN SANGINÉS
Instituto Nacional de Estudios Históricos
de la Revolución Mexicana
El seminario de que este trabajo es fruto, intenta proponer el término
“disidente” como una categoría “relacional”, es decir, procuramos definir a los disidentes en función de la relación que entablan con el Estado y con el resto de la sociedad, como una categoría de análisis
histórico. En ese sentido, nos ha preocupado particularmente el proceso de definición de la disidencia, es decir, cómo es que los disidentes
se consideran a sí mismos como tales, si es que lo hacen, y cómo los
considera el Estado, la autoridad establecida o aceptada (no tanto “la
común doctrina” de la definición del diccionario). Hemos tratado, pues,
de encontrar cómo se percibe la disidencia desde la autoridad, desde
quienes disienten de ella, o desde otros sectores de la sociedad, donde
no importa tanto qué estén haciendo los disidentes/ delincuentes/ bandidos/ rebeldes/ revolucionarios, sino como son percibidos por los otros,
y cómo se perciben a sí mismos.
En las páginas que siguen he intentado poner bajo esa lupa las declaraciones de los grupos que tomaron las armas contra los gobiernos
de Francisco León de la Barra y Francisco I. Madero, con una bandera
agrarista.1 Al decir “declaraciones” me refiero a los documentos con
los cuales justificaron o intentaron explicar las razones por las que tomaban las armas contra el gobierno, y lo que querían obtener. Se trata, pues, de analizar un discurso, pero también de entender a quienes
lo sustentaban. Finalmente, revisaré cómo fueron calificados estos rebeldes por el gobierno de Francisco I. Madero.
La importancia de estas rebeliones y de los manifiestos o planes
mediante las cuales se justificaron, estriba en la construcción de pro1
En realidad, el agrarismo como tal estaba definiéndose al calor de estas revueltas. Si
digo “agrarista”, es para excluir de este análisis a los grupos rebeldes de carácter claramente
contrarrevolucionario, como los encabezados por Bernardo Reyes y Félix Díaz, y a los rebeldes o bandidos que se lanzaron a la lucha armada sin definir programa alguno y que, en los
meses estudiados, fueron legión.
322
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
puestas para la solución de los conflictos que, justamente al ritmo de
estas revueltas, fueron perfilándose en la conciencia de los revolucionarios como los más graves del país: los que se derivaban de la tenencia de la tierra, o dicho de otro modo, el problema agrario.
Los Acuerdos
El 21 de mayo de 1911, en Ciudad Juárez, Chihuahua, el negociador
designado por el gobierno federal y los “representantes de la Revolución”, firmaron un “Convenio” que daba por terminadas las hostilidades “entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la Revolución,
debiendo éstas ser licenciadas” conforme se restableciera el orden público. Este convenio, por el que “la Revolución” (sujeto activo) daba
por terminada la lucha contra el gobierno de Porfirio Díaz, estaba precedido por los considerandos de rigor, según los cuales el presidente
Porfirio Díaz y el vicepresidente Ramón Corral renunciarían a sus cargos, asumiendo la primera magistratura del país, por ministerio de ley,
el licenciado Francisco León de la Barra, secretario de Relaciones Exteriores, quien se comprometía a atender (“dentro del orden constitucional”) los problemas causantes de la Revolución. No se escribió en el
convenio, pero quedó sobreentendido, y así se hizo, que León de la Barra formaría un “gobierno de transición” en que estuvieran significativamente representados los revolucionarios. Con este acto formal se
dio por terminada la rebelión maderista.2
En la opinión de muchos de los hombres que habían participado
en la lucha armada, este fue un falso final: dejar la transición en manos del aparato porfirista y desarmar al ejército revolucionario evitando la destrucción militar del enemigo les parecía, como mínimo, un
acto de ingenuidad, aunque no faltaron quienes desde los primeros días
lo señalaron como una traición perpetrada por Madero y su círculo.
Lo que pasaba en realidad es que había distintas concepciones de lo
que la Revolución debía ser. Las banderas de Madero eran la democracia y la defensa del orden constitucional, y las reformas que el país
necesitaba vendrían, en su opinión, como ineludible consecuencia del
cambio político. No es cierto que Madero haya sido ciego ante los problemas sociales que empujaron a miles de mexicanos a la lucha armada, sino que veía en la transformación política, en la democracia y la
2
Véanse el texto del “convenio” y la consecuente renuncia de Porfirio Díaz, en Isidro
Fabela y Josefina E. de Fabela (editores), Documentos históricos de la Revolución Mexicana, México, Editorial Jus, 1964, t. V, p. 400-402.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
323
legalidad, el más sólido punto de apoyo para la solución de tales problemas.3
Madero no era un revolucionario, no buscaba nuevas relaciones
sociales ni una nueva forma de Estado, sino la aplicación del marco
legal vigente, dentro del cual podrían instrumentarse las reformas necesarias. No es extraño, por lo tanto, que haya preferido apoyarse en
un ejército que suponía legalista e institucional, y no en los indisciplinados y voluntariosos jefes revolucionarios, con los que ya había
tenido importantes enfrentamientos: el 17 de abril de 1911, en Casas
Grandes, ordenó desarmar a los hombres de los cabecillas magonistas
José Inés Salazar, Lázaro Alanís y Luis A. García; y el 11 de mayo, en
Ciudad Juárez, los principales jefes de la insurrección en Chihuahua,
Pascual Orozco y Pancho Villa, desobedecieron sus órdenes y estuvieron a punto de amotinarse. Para entonces, Madero empezaba a darse
cuenta de que eso sólo era el principio: los caudillos militares de la
revuelta eran, en general, hombres surgidos del pueblo, que habían rebasado claramente a los jefes designados por Madero, y el caos, al que
Madero temía, empezaba a cundir.4
Por su parte, los jefes populares encumbrados durante la revuelta
maderista, tenían una concepción de los problemas del país mucho
más vaga que la de Madero, pero claramente divergente. Ya veremos
las razones por las que muchos de ellos se levantaron en armas contra
Madero, pero antes, veamos mediante un ejemplo muy ilustrativo,
cómo cayeron los acuerdos de Ciudad Juárez entre algunos de los jefes que fueron leales a Madero hasta su muerte.
El 22 de mayo de 1911, tras la firma de los acuerdos, Pancho Villa
entregó el mando de sus fuerzas a Raúl Madero, quien instrumentaría
la desmovilización prevista. Sus capitanes, futuros generales de la División del Norte, argumentaron que no eran “ciudadanos en armas”,
sino “soldados del ejército libertador”, y que no se habían levantado
3
Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución mexicana, México, Ediciones Era, 1973,
p. 20-21 y 96-99.
4
En Chihuahua el jefe nominal de la Revolución, Abraham González, apenas tuvo una
pequeña participación militar, y los jefes regionales por él designados, con la aprobación de
Madero, fueron rebasados en todos los casos por inesperados caudillos campesinos: Pascual
Orozco, Pancho Villa, Toribio Ortega y Maclovio Herrera desplazaron rápidamente a Albino
Frías, Cástulo Herrera, José Perfecto Lomelí y Guillermo Baca, respectivamente. En La Laguna pasó lo mismo: los Agustín Castro, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde y Benjamín Argumedo,
rebasaron muy pronto el liderazgo nominal de Mariano López Ortiz y Manuel N. Oviedo. En
el centro y sur fue peor: la muerte de Aquiles Serdán, la prisión de Alfredo Robles Domínguez
y la defección de otros jefes, permitieron el difícil ascenso a la primera fila de hombres como
Emiliano Zapata, los hermanos Figueroa, Abraham Martínez, Trinidad Ruiz o Genovevo de la
O, gente sobre la que Madero y su círculo tenían contactos escasos o nulos.
324
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
contra un fraude electoral, sino contra los opresores del pueblo. “Ahora nos salen —dijeron— conque ya se acabó la revolución y, según se
ve, dejarán en el poder a los hombres que sostenían a Porfirio Díaz.” 5
Los hombres de Villa fueron desmovilizados en los primeros días
de junio, en Chihuahua. Tras ser licenciados, varios de los capitanes
fueron recibidos por el gobernador interino, don Abraham González
Casavantes, a quien interrogaron sobre la posibilidad de que ellos y sus
soldados recibieran la tierra por la que habían peleado. Don Abraham
respondió que en su momento se harían públicos los mecanismos por
los que los particulares podrían comprar, con facilidades, parcelas de
terrenos nacionales. Los capitanes se fueron sin decir más, y en casa de
Pancho Villa expusieron su inconformidad. Isaac Arroyo dijo:
—Pancho, en verdad estamos sintiendo que la esperanza se nos deshace
en la palma de la mano. Tú sabes, igual que lo sabemos nosotros, que los
terratenientes no han comprado a nadie los enormes latifundios que tienen en su poder y explotan sin pagar siquiera contribuciones; ellos sólo
han cercado, y en ocasiones ni siquiera eso, el terreno que les ha dado en
gana adueñárselo.
El capitán Miguel S. Samaniego agregó:
—Durante treinta y tantos años hemos sido gobernados por un gobierno que para nada tomó en cuenta la Constitución. Sencillamente la
ignoró, dando lugar a que un reducido número de personas se adueñase
de inmensas posesiones territoriales, sin que se les haya obligado, ni tan
siquiera sugerido, hacer los deslindes [de estas tierras] que podrían dar
subsistencia a millones de gentes pobres.6
Ese fue el origen de los conflictos por venir.
Inquietud
Los rebeldes de 1912 tremolaron la bandera del agrarismo, pero antes
que el problema agrario, la causa de los primeros conflictos fue el licenciamiento de los revolucionarios. El gobierno interino presidido por
Francisco León de la Barra, de acuerdo con don Francisco I. Madero,
decidió licenciar a cada soldado con 50 pesos y un boleto de ferrocarril para que regresara a su lugar de origen, pagándole 25 pesos más a
quienes entregaran su rifle o carabina. Los rebeldes se sintieron trata5
Alberto Calzadíaz, Hechos reales de la Revolución, México, Editorial Patria, 1958, t. I,
p. 76-79.
6
Idem, t. I, p. 81-83.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
325
dos con enorme injusticia, y muchos de ellos expresaron que si los desarmaban, nadie garantizaría el cumplimiento de “los postulados de la
Revolución”, entre los que descollaba el párrafo cuarto del artículo 3º
del Plan de San Luis, en el que muchos veían la solución del problema
agrario.7
En Chihuahua, el estado donde se decidió el triunfo de la Revolución, se licenció de la manera antedicha a más de 1 600 hombres, incluidos Tomás Urbina, Toribio Ortega, Fidel Ávila y otros que se habían
revelado como jefes hábiles y valientes.8 Los rebeldes de Chihuahua
fueron licenciados en mayo y junio, pero desde que fueron despachados a sus casas hasta septiembre, por lo menos, estuvieron llegando a
las distintas oficinas de gobierno innumerables quejas sobre su actuación: el 26 de junio el gobernador de Chihuahua, Abraham González,
fue informado de que “gente licenciada de Tomás Urbina anda haciendo escándalos en Villa Hidalgo, Durango”; el 27 de junio el mismo gobernador supo “que los licenciados ex-soldados insurrectos, andan
cometiendo actos bandálicos [sic] en Valle de Zaragoza”; en el remoto
mineral de Guadalupe y Calvo, el jefe rebelde Juan Banderas destruyó
los archivos y se negó a desarmar a sus hombres; en julio, don Abraham
recibió varios telegramas en que diversas autoridades pedían su auxilio para desarmar a fuerzas que habían pertenecido a diversos capitanes rebeldes; el 27 de septiembre el presidente municipal de Satevó
manifestaba al gobernador “que es ya escandaloso el bandolerismo y
principalmente abigeato en esta Municipalidad a mi cargo, debido al
apoyo que Pancho Villa imparte a toda clase de gente insubordinada y
amante de vivir de lo ajeno y a la mal fundada razón que muchos exponen de que prestaron sus servicios a la Revolución y que con este
motivo pueden disponer de haciendas que no les pertenecen”; y así por
el estilo.9
7
El párrafo dice así: “Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños
propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos por acuerdo de
la Secretaría de Fomento o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan
arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que
los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos”,
en Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, La Revolución mexicana. Textos de su historia, México, Secretaría de Educación Pública - Instituto Mora, 1985, t. III, p. 24.
8
“Libro de Licenciamiento de las Fuerzas Insurgentes de Chihuahua”, copiado por Francisco R. Almada del Archivo de la Administración de Rentas de Chihuahua, para el Archivo
Histórico de la Revolución Mexicana (en adelante AHRM), t. 66.
9
Telegramas enviados por diversas autoridades políticas y militares al gobernador
Abraham González, reproducidos en AHRM, t. 66.
326
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Pero también protestaban los licenciados: el propio jefe Urbina pedía a Francisco I. Madero que se dieran garantías a sus hombres, a
quienes al volver a sus hogares, “los han perseguido brutalmente varias autoridades de Durango”; y numerosos soldados ex-revolucionarios enviaron cartas y telegramas al gobernador o al señor Madero
exponiéndole situaciones parecidas.10 Por fin, ante la resistencia creciente, se dejaron sobre las armas tres cuerpos de “irregulares” o “rurales de la federación” integrados por exrevolucionarios: uno en Ciudad
Juárez a las órdenes de José de la Luz Blanco, otro en Parral, mandado por José de la Luz Soto, y uno más en Chihuahua, encabezado por
Pascual Orozco, quien además recibió el cargo de jefe de la 1a. zona
rural, con jurisdicción en todo el Estado.11
Aunque en menor medida, lo mismo estaba pasando en todo el país,
sobre todo en aquellas regiones en que los rebeldes tuvieron fuerza
militar, como en Puebla, Morelos y Guerrero; en Sonora y Sinaloa; y
en Durango y Coahuila. En estos dos últimos estados, Emilio Madero
recibió de su hermano Panchito el encargo de instrumentar los acuerdos de Ciudad Juárez, y aunque pudo integrar rápidamente gobiernos
de transición a imagen del nacional, tuvo que afrontar numerosos conflictos en el tema de la desmovilización. En la segunda mitad de junio
empezó a despachar a los rebeldes a sus casas con 50 pesos y un boleto de ferrocarril por barba, pero las resistencias fueron de tal magnitud que, finalmente, para mitigar el enojo de los principales jefes, el
gobierno decidió dejar siete cuerpos de exrevolucionarios sobre las armas, aunque licenciando a la mayoría.12 Los soldados de estas corporaciones se dedicaron entre junio y septiembre a escoltar los ferrocarriles,
porque numerosos contingentes de “ex-insurgentes” se dedicaron a sabotear la vía férrea, entre otros “desmanes”.13
Los problemas causados por la desmovilización alcanzaron un nivel alarmante en Puebla, el 12 de julio. Ese día hubo un combate entre
10
Idem.
Francisco R. Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1964, t. I, p. 239.
12
Sobre los cuerpos irregulares o rurales de la federación que quedaron sobre las armas en Durango y Coahuila, véase Graziella Altamirano et al., Durango, una historia compartida, México, Instituto Mora, 1997, t. II, p. 53-54. Formaron estos cuerpos los revolucionarios
de mayor educación política de Durango, que fueron los más reacios a desmovilizarse. He
trabajado a uno de estos grupos en Pedro Salmerón, “Calixto Contreras y la revolución agraria
en el oriente de Durango”, manuscrito inédito, 2000.
13
Véanse, por ejemplo, los combates de la compañía de Benjamín Argumedo, capitán
del regimiento irregular de Sixto Ugalde, en contra de sus excompañeros de armas, en Archivo de la Palabra, Instituto Mora, Proyecto de Historia Oral/1/79, f. 8-10 (en adelante, se
citará solamente PHO y el número de entrevista).
11
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
327
los revolucionarios de los generales Francisco Gracia y Abraham Martínez, contra los federales del coronel Aureliano Blanquet. De la investigación ordenada por la Secretaría de Gobernación, así como de las
inquisiciones realizadas personalmente por el doctor Francisco Vázquez Gómez, secretario de Instrucción Pública y a quien todavía se
veía como candidato maderista a la vicepresidencia, se pudo concluir
que los revolucionarios poblanos se enteraron de que un grupo de diputados locales y federales, con la complicidad de importantes oficiales de
la guarnición de la plaza, preparaban un atentado contra Madero y
Vázquez Gómez, que habían anunciado que visitarían la capital poblana.
Para evitar el atentado, y no sin informar al licenciado Emilio
Vázquez Gómez, secretario de Gobernación, el general Abraham Martínez aprehendió a los principales conjurados el 1 de julio. Según el
doctor Vázquez Gómez, este acto, que provocó el enojo del presidente
León de la Barra y del propio Madero, salvó la vida del jefe de la Revolución. Los conjurados se quejaron ante las autoridades locales y federales y el general Martínez recibió la orden de liberarlos, pero antes de
que pudiera hacerlo, Blanquet ordenó a sus hombres tomar por asalto
el cuartel de los revolucionarios, con un saldo de más de 50 muertos.
Cuando Madero llegó a Puebla felicitó a Blanquet por su disciplina,
reprendiendo a su vez a los revolucionarios de la siguiente manera (según la interesada versión de los informantes del doctor Vázquez Gómez, que hay que tomar con cuidado): “Estoy sumamente descontento
por el comportamiento de ustedes, no deseo que haya más dificultades y por tanto, como la Revolución ha terminado y ya voy a ser Presidente de la República, es necesario que cada uno de ustedes se vaya a
su casa”. Al cabo de pocas semanas, casi todos los revolucionarios
poblanos estaban otra vez en pie de guerra, secundando los planes de
Tacubaya o de Ayala.14
El caso de Morelos ilustra a las claras que, debajo de los conflictos
causados por la desmovilización, había mar de fondo. Cuando se firmaron los acuerdos de Ciudad Juárez, el jefe revolucionario de mayor
prestigio en el estado sureño era Emiliano Zapata Salazar. En los años
inmediatamente anteriores a la Revolución, Zapata se había convertido en el representante de las comunidades de Anenecuilco, Villa de
14
Francisco Vázquez Gómez, Memorias políticas, 1909-1913, México, Imprenta Mundial,
1933, p. 311-334. Es interesante señalar que Abraham Martínez, personaje muy ligado a
Emiliano Zapata, figuraba pocos meses después como jefe de Estado Mayor del Ejército Libertador del Sur, en tanto que Aureliano Blanquet, como es sabido, fue el oficial encargado
de arrestar a Francisco I. Madero, José María Pino Suárez y Felipe Ángeles al finalizar la
“decena trágica” (Madero todavía tuvo la suficiente presencia de ánimo para apostrofarlo
frente a sus soldados: “es usted un traidor, general Blanquet”).
328
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Ayala y Moyotepec, en los conflictos de tierras con las haciendas vecinas. La rebelión en Morelos empezó tardíamente (entre febrero y marzo de 1911), y el papel de Zapata era el de un jefe subalterno, pero de
la misma manera que los otros jefes populares de que hemos hablado,
entre marzo y mayo de 1911 Zapata fue siendo aceptado como jefe por
la mayoría de los rebeldes del estado. Finalmente, el charro de Anenecuilco fue reconocido como jefe de la rebelión en Morelos por los enviados oficiosos del Cuartel General maderista. Zapata ratificó esa
posición al apoderarse de Cuautla, la segunda ciudad del estado, el 19
de mayo.15
La ocupación de Cuautla fue oportunísima: apenas dos días después se firmaron los acuerdos de Ciudad Juárez y cesaron las hostilidades. Pero ya Zapata tenía una fuerte posición y una base firme para
impulsar la solución del asunto que había empujado a los suyos a sumarse a la revolución, el problema agrario. No se trataba (todavía) de
destruir las haciendas: lo que Zapata y los suyos querían era que a los
pueblos se les diera su lugar. “Así, al ocupar Cuautla, Zapata envió instrucciones a todos los pueblos del distrito para que reclamasen sus tierras a las haciendas”, y en los días siguientes empezaron las invasiones
o “recuperaciones” de tierras en el centro y oriente del estado.16
Zapata recibió órdenes de contener esta situación. Lo hizo, pero
decidió esperar a Madero para exponerle personalmente las características del problema agrario en Morelos. El 8 de junio, un día después
de la entrada de Madero a la capital, Zapata se entrevistó con él. Madero le respondió que la cuestión era delicada y tenían que respetarse los
procedimientos legales. Lo que importaba de momento era la desmovilización de las tropas rebeldes. Zapata puso en duda la lealtad de los
federales, y luego ilustró claramente la naturaleza del problema, tal
como él lo sentía:
15
El papel de Zapata como dirigente de su comunidad (y luego de las comunidades
vecinas) en la defensa de sus tierras, en la obra clásica de Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de
Zapata, México, Editorial Etnos, 1943. La rebelión maderista y el complicado ascenso de
Zapata a la jefatura regional, en John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 1969, p. 66-85. Más recientemente, Felipe Ávila Espinosa ha estudiado con detalle
y profundidad la gestación del movimiento zapatista, revisando muchas de las tesis de
Womack, o de lo que él llama la corriente de interpretación que va de Gildardo Magaña a
John Womack, pasando por Jesús Sotelo Inclán. Con todo, en lo que al surgimiento del
discurso agrarista respecta, Ávila no discute mayormente esas versiones tradicionales, de
modo que aquí nos basamos en su más clara y sucinta exposición, la de Womack. Felipe Ávila
Espinosa, Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México-UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001.
16
Womack, op. cit., p. 85.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
329
Zapata se levantó con la carabina en la mano, se acercó hasta donde estaba sentado Madero. Apuntó a la cadena de oro que Madero exhibía en su
chaleco. “Mire, señor Madero —dijo—, si yo aprovechándome de que estoy armado le quito su reloj y me lo guardo, y andando el tiempo nos llegamos a encontrar, los dos armados y con igual fuerza, ¿tendría derecho a
exigirme su devolución?” Sin duda, le dijo Madero; le pediría inclusive
una indemnización. “Pues eso, justamente —terminó diciendo Zapata—,
es lo que nos ha pasado en el estado de Morelos, en donde unos cuantos
hacendados se han apoderado por la fuerza de las tierras de los pueblos.
Mis soldados, los campesinos armados y los pueblos todos, me exigen diga
a usted, con todo respeto, que desean se proceda desde luego a la restitución de sus tierras.”17
En las semanas siguientes Madero y Zapata hicieron esfuerzos de
buena voluntad, pero los hacendados de Morelos fueron logrando, poco
a poco, la reducción del poder de Zapata. Entre el 13 y el 20 de junio,
2 500 de los soldados del caudillo suriano fueron licenciados y devueltos a sus casas, y aunque Madero había ofrecido a Zapata la jefatura
de los rurales en el estado, que estarían integrados por 400 de sus soldados, hasta a eso hubo de renunciar el caudillo, quien se retiró a
Cuautla con una escolta de 50 hombres.
Los sucesos del 12 de julio en Puebla, y la renuncia de Emilio
Vázquez Gómez a la Secretaría de Gobernación, el 1 de agosto, alarmaron profundamente a los revolucionarios de Morelos, tanto como
el hecho de que los hacendados estuvieran recuperando las posiciones
locales de poder. El nuevo secretario de Gobernación, Alberto García
Granados, era partidario de terminar de una vez con el “caos” en Morelos, y envió al estado un fuerte contingente federal para “restablecer
el orden” en la zona de Cuautla. El jefe de este contingente, Victoriano
Huerta, era garantía de mano dura. Aunque Madero intentó evitar la
ruptura, actuando todavía de buena fe, las acciones del gobierno terminaron por obligar al caudillo a suspender el desarme de su gente y
remontarse a las montañas limítrofes con Puebla y Guerrero, donde a
mediados de septiembre estaba otra vez en pie de guerra.18
Idem, p. 94.
Idem, p. 86-120. La actitud conciliadora de Madero, que contrasta con la que tomó
frente a otros antiguos rebeldes, muestra que, aunque en desacuerdo con sus métodos, sí
estaba convencido de la honestidad del caudillo suriano y de la realidad del problema agrario en Morelos, de tal modo que aunque la ruptura fue inevitable, las declaraciones de Madero sobre Zapata fueron mucho más suaves y comprensivas que las vertidas sobre otros
rebeldes populares, Orozco sobre todo. El mismo hecho de enviar a Felipe Ángeles como
jefe de la campaña del sur, es una muestra más de esto. Véase la buena fe de Madero en sus
tratos con Zapata en los documentos transcritos por Alfonso Taracena, La labor social del presidente Madero, Saltillo, Gobierno del Estado de Coahuila, 1959.
17
18
330
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Manifiestos
La inconformidad y los motines muy pronto empezaron a convertirse
en rebelión. Ya desde el 24 de mayo de 1911, apenas tres días después
de los acuerdos de Ciudad Juárez, Enrique y Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Antonio de P. Araujo y Anselmo L. Figueroa, en nombre
de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (PLM) dirigieron
un manifiesto a los revolucionarios de 1910, en el cual señalaban que
los dirigentes de la rebelión maderista no querían otra cosa que derribar la dictadura de Díaz para ponerse ellos en su lugar, y que habiéndolo
logrado traicionaban a los valientes soldados que les habían dado el
triunfo, enviándolos a su casa y dejándolos a merced del “enemigo de
clase”. El manifiesto llamaba a los revolucionarios a sacudirse a sus
jefes y a continuar la lucha bajo las banderas del PLM, auténtico defensor de los intereses del pueblo: “No conspiréis contra vosotros mismos.
Deshaceos de vuestros jefes de cualquier manera y enarbolad la bandera roja de vuestra clase inscribiendo en ella el lema de los liberales:
Tierra y Libertad.”19
El programa libertario (anarco-sindicalista) del PLM era bien conocido en Chihuahua y La Laguna, donde en 1906 y en 1908 hubo revueltas magonistas, y ante el cariz que tomaba la situación y el marcado
disgusto de muchos jefes rebeldes con los acuerdos de Ciudad Juárez,
el “manifiesto del 24 de mayo” era gasolina al fuego. Desde los primeros días de junio los gobiernos de transición de Chihuahua, Durango y
Coahuila empezaron a recibir informes de que “conocidos agitadores”
distribuían el manifiesto en numerosas localidades; se decomisó propaganda magonista y se aprehendió a los “agitadores” en Cusihuiríachic, Ciudad Jiménez, Hidalgo del Parral, Casas Grandes, La Ascensión,
Ciudad Camargo y Guadalupe de Bravos, Chihuahua; en Cuencamé y
Velardeña, Durango; y en Viesca y Matamoros, Coahuila.20
En Chihuahua, a fines de junio y en julio de 1911, la propaganda
se convirtió en rebelión: José Inés Salazar, Lázaro Alanís, Prisciliano
Silva, Luis A. García, José Flores Alatorre, Enrique Portillo y otros
magonistas, se levantaron contra el gobierno enarbolando el programa del PLM y la bandera roja. Desde entonces, el pueblo de Chihuahua
empezó a llamarlos “colorados”. Muchos de los destacamentos irregulares que se enviaban a perseguirlos sólo fingían hacerlo, pues las simpatías de sus jefes y soldados estaban con los rebeldes, pero dejemos
19
20
Véase el texto íntegro del Manifiesto en Almada, op. cit., t. I, p. 257-260.
Idem, t. I, p. 261-267.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
331
de momento a los nuevos alzados, para glosar los planes revolucionarios que se sucedieron en el verano y el otoño de ese año, considerando que la mayor parte de los rebeldes campesinos no se identificaban
con el programa magonista, por considerarlo demasiado radical.
Fue el grupo cercano a los hermanos Vázquez Gómez, a fin de
cuentas un grupo de intelectuales urbanos, el que empezó a darle coherencia programática a esta inquietud agraria. La ruptura de los vazquistas con Madero fue lenta y complicada, y las versiones apasionadas
de uno y otro bando no ayudan a aclarar el proceso. Lo cierto es que
para fines de junio de 1911 el grupo más cercano a Madero (aunque,
al parecer, todavía no don Panchito) estaba claramente decidido a excluir a los Vázquez Gómez y sus partidarios. Para lograrlo, disolvieron
el Partido Antirreeleccionista y llamaron a formar uno nuevo, de tal
manera que tuviesen que elegirse otros candidatos y poder así eliminar la candidatura vicepresidencial de Francisco Vázquez Gómez. A lo
largo de julio la ruptura efectiva se consumó, y el 1 de agosto, empujado por Madero y León de la Barra, Emilio Vázquez Gómez renunció al
cargo de secretario de Gobernación.
Aunque no puede decirse que desde el principio el grupo de los
Vázquez Gómez tuviera un programa propio, uno de los puntos de conflicto durante los meses posteriores a la firma de los acuerdos de Ciudad Juárez, fue el apoyo que Emilio Vázquez dio a los revolucionarios
que se oponían a ser desarmados sin más; de modo que muchos jefes
revolucionarios protestaron cuando Emilio renunció a la Secretaría de
Gobernación, pues veían en él una de las únicas garantías de cumplimiento de los “postulados de la Revolución”.21
Tres semanas después se produjo el primer plan revolucionario
vazquista (aunque los hermanos se deslindaron de su proclamación), el
Plan de Texcoco, firmado en esa población el 23 de agosto por Andrés
Molina Enríquez. Por este Plan, Molina desconocía al gobierno de León
de la Barra y llamaba a continuar la Revolución. Un decreto anexo declaraba de utilidad pública “la expropiación parcial de todas las fincas
rurales cuya extensión superficial exceda de 2 000 hectáreas”.22
La importancia de este documento no radica en sus efectos prácticos, que se redujeron a conducir a la prisión a Molina Enríquez, sino
en la personalidad de quien lo proclamó. Molina era conocido por un
libro que había publicado dos años antes, explícitamente titulado Los
21
Vázquez Gómez, op. cit., p. 389-399. Entre los jefes revolucionarios que protestaron
explícitamente estaban Rómulo Figueroa, Guillermo García Aragón, Camerino Z. Mendoza,
Juan Andrew Almazán, Abraham Martínez y Cándido Navarro.
22
En Fabela, op. cit., t. VI, p. 76-78.
332
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
grandes problemas nacionales, de influencia creciente entre los intelectuales revolucionarios. El libro empezaba señalando los “Problemas
de orden primordial”, el primero de los cuales era el agrario, llamando
la atención de los lectores sobre el injusto y pernicioso régimen de propiedad, y proponía soluciones que partían del impulso de la pequeña
propiedad en detrimento del latifundio. Estas propuestas estaban dirigidas al gobierno de Díaz, pero tras la revuelta maderista y la renuncia
del dictador, Molina, quien se había relacionado desde 1909 con Madero y Vázquez Gómez (sobre todo con éste), se fue radicalizando, “en
consonancia con el desarrollo de la lucha revolucionaria”, aunque manteniendo como núcleo y punto de partida de su pensamiento lo expuesto en el libro.23
Desde el triunfo de la rebelión maderista, Molina insistió ante Emilio Vázquez Gómez sobre la urgencia de atender el problema agrario,
hasta que el poco eco que encontró en la nueva clase política, y la ruptura de los hermanos Vázquez Gómez con Madero, lo llevaron a proclamar el Plan de Texcoco, con el que no pretendía derribar al gobierno
de León de la Barra, sino llamar la atención sobre la cuestión agraria.
El documento tuvo cierto efecto articulador entra algunos sectores de
exmaderistas disgustados con el jefe de la Revolución, que empezaban
a reunirse alrededor de los hermanos Vázquez Gómez.
A lo largo de septiembre y octubre de 1911, mientras la violencia
revolucionaria renacía en Chihuahua y Morelos, el disgusto de los
vazquistas y otros antiguos maderistas fue creciendo y una semana
antes de que Madero tomara posesión de la presidencia, luego de triunfar en las elecciones celebradas los días 10 y 15 de octubre, se proclamó por fin un plan revolucionario ya claramente antimaderista, que
serviría para dar bandera a muchos de los hombres que ya estaban
sobre las armas o que esperaban una oportunidad para tomarlas: el
Plan de Tacubaya, fechado el 31 de octubre de 1911. Su principal signatario era el veterano periodista de oposición y futuro ideólogo del
zapatismo, Paulino Martínez.
El documento señalaba al jefe de la Revolución de 1910 como un
traidor a los principios por él mismo proclamados en el Plan de San
Luis, y lo acusaba de rodearse de un grupo personalista y de elementos del “antiguo régimen” que habían formado una “corte de adulación y de intriga”. Luego se entraba en materia: “El problema agrario
en sus diversas modalidades es, en el fondo, la causa fundamental de
la que derivan todos los males del país y de sus habitantes”, por lo que
23
Arnaldo Córdova, “Prólogo” a Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, México, Ediciones Era, 1978, p. 56.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
333
“en el momento mismo en que el triunfo se verifique, sin esperar más
ni dilatar por motivo alguno la ejecución de las soluciones del problema agrario”. Como puede advertirse, si la redacción era poco clara, las
ideas que había detrás ya no eran tan confusas.24
El Plan de Tacubaya fue prohijado rápidamente por varios grupos
rebeldes. Pero no habían pasado tres semanas de su promulgación,
cuando empezó a conocerse el Plan de Ayala, que habría de convertirse en un novedoso credo político. Emiliano Zapata había capoteado
en sus montañas la hostilidad del gobierno, confiando en que a la toma
de posesión de Madero la situación en Morelos cambiara drásticamente. Cuando Madero recibió la investidura presidencial, el 6 de noviembre, Zapata reconcentró sus tropas en los alrededores de la Villa
de Ayala y envió nuevos mensajes de paz, pero el nuevo presidente,
cuya autoridad era desafiada todos los días y desde todos lados, no
podía negociar con un rebelde, por más digno de estima que le pareciese, así que las instrucciones que impartió eran que lo único que podía aceptar era la rendición inmediata y a discreción de los zapatistas.
Parece ser que había instrucciones secretas más suaves, pero los jefes
federales no permitieron que las negociaciones continuaran. Atacado
por sus enemigos, Zapata volvió a remontarse a las montañas, donde
redactó, con Otilio Montaño, la versión final de un documento que venían preparando desde semanas atrás, y que fecharon el 25 de noviembre en la Villa de Ayala. El 15 de diciembre, en un acto de miopía
política, Madero autorizó la publicación del texto (el Plan de Ayala) en
El Diario del Hogar, que agotó rápidamente una edición doble.25
El Plan de Ayala, que según François Chevalier y Arnaldo Córdova
“constituye la continuación de la historia de los campesinos de Morelos” y es “fruto de la inspiración exclusivamente popular y rural”,
representaba “la reacción elemental de los pueblos que veían amenazada su existencia”.26 Los artículos 6º y 7º del Plan contenían la esencia de la nueva revuelta. El 6º señalaba que los pueblos o ciudadanos
que tuvieran los títulos correspondientes a “los terrenos, bosques y
aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la
sombra de la tiranía y justicia venal”, entrarían en posesión inmediata
de dichos bienes, manteniendo la posesión “a todo trance, con las armas en la mano”. El 7º decía que siendo una realidad que “la inmensa
mayoría” de los pueblos y ciudadanos carecían de medios de vida y
sufrían “los horrores de la miseria”,
Fabela, op. cit., t. VI, p. 210-215.
Womack, op. cit., p. 121-125 y 389-394.
26
Córdova, La ideología..., p. 148-149.
24
25
334
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y
aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera
parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de
que los pueblos y ciudadanos de México, obtengan ejidos, colonias, fundos
legales para pueblos o campos de sembradura o de labor.27
Es decir: restitución de las tierras usurpadas, como decía el Plan
de San Luis, pero también, expropiación por causa de utilidad pública
para dotación de “pueblos y ciudadanos”. Los zapatistas empezaban
así su propia revolución.28
Rebelión
Entre mayo y noviembre de 1911 las revueltas en el campo fueron casi
cotidianas. En este último mes la inquietud comenzó a articularse y
definirse: a partir de la promulgación del Plan de Ayala, el núcleo duro
del zapatismo, formado por hombres del oriente de Morelos, empezó
a recibir el respaldo de numerosos contingentes revolucionarios, primero en los estados vecinos,29 pero también en regiones tan distantes
como la sierra de Sinaloa, la Comarca Lagunera y el altiplano potosino.
En Sinaloa, el caudillo revolucionario Juan Banderas, a quien en
junio vimos rehusarse a desarmar a su gente, derrocó en septiembre al
gobernador, y aunque fue encarcelado, sus lugartenientes se echaron a
la sierra en los primeros días de 1912 al grito de “¡Viva Zapata!”, y para
marzo, todo el sur de Sinaloa estaba en poder de los “zapatistas” Tirado y Carrasco, que pusieron cerco a Mazatlán. Aunque para el verano
las tropas federales habían retomado el control de las principales poblaciones, la revuelta se mantuvo en las estribaciones y cañadas de la
sierra hasta febrero de 1913, cuando los “zapatistas” de Sinaloa declararon la guerra al gobierno de Huerta.30
27
Idem, p. 149-150. Véase la versión original del Plan de Ayala en Womack, op. cit.,
p. 394-397.
28
Ávila señala: “El Plan de Ayala es el documento básico y la clave para entender el
movimiento zapatista que, con él, definió su identidad y el cuerpo de ideas que constituirían
el eje de su programa y de su actividad durante los siguientes años. Como texto fundador
del zapatismo, el Plan de Ayala constituye un documento sumamente acabado y original; en
el terreno de las ideas y de la concepción general representa la culminación de la experiencia de los zapatistas, desde que decidieron levantarse en armas contra Díaz hasta su ruptura
con Madero.” Ávila Espinosa, op. cit., p. 205.
29
La continuación de la revuelta zapatista durante 1912, que aquí omito, en Womack,
op. cit., p. 126-155.
30
Alan Knight, La Revolución mexicana: Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, Editorial Grijalbo, 1996, t. I, p. 324-326.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
335
En el oriente del altiplano potosino numerosas partidas dispersas
empezaron a pronunciarse contra el gobierno desde principios de año,
y el 17 de noviembre los grupos unidos de los hermanos Cedillo, del
municipio de Ciudad del Maíz, y los de los Carrera Torres, oriundos de
Tula, Tamaulipas (donde también nacieron los hermanos Vázquez Gómez), tomaron Ciudad del Maíz, en cuya plaza el vocero de los rebeldes dio lectura al Plan de Ayala, declarándolo bandera de los rebeldes
potosinos. Los Cedillo y los Carrera Torres se mantuvieron en armas
hasta 1920.31
En la Comarca Lagunera, Benjamín Argumedo, que en septiembre
de 1911 con sus 50 pesotes había regresado a su pueblo natal, El Gatuño, municipio de Matamoros, Coahuila, criticaba abiertamente al
gobierno local, encabezado por Venustiano Carranza, y pronto fue denunciado ante el gobierno como “peligroso agitador”, pues comentaba
con notoria simpatía los levantamientos magonistas de Chihuahua.
Cuando las cosas en aquel estado se descompusieron de plano, un destacamento de policía fue enviado de Torreón a El Gatuño para aprehender a Argumedo, pero éste fue avisado a tiempo, y el 5 de febrero de
1912 se pronunció al grito de “¡Viva Zapata!” y “¡Tierra y Libertad!” Durante unas semanas merodeó por la región como guerrillero, al frente
de unos 200 hombres, hostilizando Matamoros y Viesca y refugiándose
en las escarpadas serranías aledañas, donde se le fueron incorporando
numerosos veteranos de 1910. Pronto otros caudillos rebeldes siguieron la ruta trazada por Argumedo.32
En Chihuahua surgió el mayor desafío al nuevo gobierno. Ya en
diciembre se habían pronunciado varios grupos revolucionarios que
se declararon sostenedores del Plan de Tacubaya y de Emilio Vázquez
Gómez, sumándose a los rebeldes magonistas que estaban en armas
desde junio y julio. En febrero de 1912, unidos magonistas y vazquistas,
se apoderaron de Casas Grandes y de Ciudad Juárez, y empezaron a
dirigir cartas a Pascual Orozco, pidiéndole que se pusiera al frente de
la nueva Revolución. También el Plan de Ayala, en su versión original,
nombraba jefe de la Revolución a Pascual Orozco.
31
Romana Falcón, Revolución y caciquismo en San Luis Potosí, 1910-1938, México, El Colegio de México, 1984, p. 64.
32
José Santos Valdés, Matamoros, ciudad lagunera, México, Editora y Distribuidora Nacional de Publicaciones, 1973, p. 418-420. En sus declaraciones hechas en febrero de 1916
al Consejo de Guerra que lo condenó a muerte, Benjamín Argumedo dijo que se levantó en
armas en 1912 porque le avisaron que lo buscaban los federales. Esto parece ser cierto, pero
no es lo único: su simpatía por los rebeldes magonistas y zapatistas de Chihuahua era notoria. Las declaraciones en el Archivo “Cancelados” de la Secretaría de la Defensa Nacional
(en adelante ACSDN y número de expediente), exp. XI/III/2-70, f. 103-105.
336
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Nacido en 1882 en San Isidro, Chihuahua, al pie de la Sierra Madre, en el seno de una familia de rancheros y comerciantes, Pascual
Orozco Vázquez se había labrado un pequeño capital llevando el oro y
la plata de las minas del corazón de la Alta Tarahumara a la estación
ferroviaria de su pueblo natal. Era éste un trabajo que requería un excelente conocimiento del terreno y capacidades de organización y liderazgo probadas; exigía ser un trabajador infatigable, diestro en el
ejercicio de las armas y tener una firme reputación de valiente: a fin
de cuentas, se trataba de conducir verdaderas fortunas, custodiadas
por una docena de leales, a través de una región tremendamente escabrosa, poco poblada y plagada de individuos de armas tomar poco respetuosos de la ley. En 1909 se le acusó de estar en cercano contacto
con el conocido agitador magonista José Inés Salazar, y en 1910 se
involucró formal y decididamente con el partido Antirreeleccionista.
Iniciada la rebelión maderista, Pascual Orozco destacó de inmediato
por sus cualidades natas de organizador y su carisma personal, convirtiéndose en el más importante jefe militar de la revuelta. Fue bajo su
mando que los rebeldes de Chihuahua obtuvieron en 1911 el sorprendente éxito que culminó con la toma de Ciudad Juárez.33
Las razones por las que Pascual Orozco se convirtió en rebelde
maderista son tan vagas como las de muchos jefes populares de la revolución. El primer documento revolucionario que lleva su firma, dado
a conocer el 6 de diciembre de 1910, es una típica condena a la tiranía
porfirista y un llamado a tomar las armas por la democracia. Buena
parte de los agravios acumulados por los serranos chihuahuenses estaban dirigidos contra el cacique de la región, Joaquín Chávez;34 y contra una oligarquía que controlaba de manera asfixiante la economía y
la política del estado: el clan Terrazas-Creel.35
33
A Pascual Orozco y sus hombres les dedico el capítulo 2 (“El país de Orozco”), ya
terminado, de mi tesis doctoral en preparación.
34
Francisco Díaz Pacheco, revolucionario de San Isidro, cuenta: “aquí en esta región
[...], el que originó la revolución fue don Joaquín Chávez, de aquí de San Isidro”, en PHO/1/
77, f. 19. Joaquín Chávez ocupa un lugar destacado en la bibliografía sobre la rebelión de
Tomóchic, en 1892, pues su dominio sobre la zona y ciertas actitudes personales fueron factores importantes en la provocación de la ira del remoto pueblo serrano. Chávez controlaba
en buena medida el comercio y la arriería en la Sierra y representaba una competencia desleal para gente como Pascual Orozco.
35
Sobre el clan Terrazas-Creel, y los resentimientos sociales generados por su poderío,
véanse Marc Wasserman, Capitalistas, caciques y revolución. La familia Terrazas de Chihuahua,
1854-1911, México, Editorial Grijalbo, 1987, y dos libros complementarios, José Fuentes
Mares, Y México se refugió en el desierto: Luis Terrazas, historia y destino, México, Editorial Jus,
1954, y Francisco R. Almada, Juárez y Terrazas (aclaraciones históricas), México, Libros Mexicanos, 1958.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
337
Firmados los Acuerdos de Ciudad Juárez, Pascual Orozco fue hecho a un lado por los principales políticos maderistas, ofreciéndosele
apenas, para mitigar la ofensa, el cargo de comandante de los rurales
de Chihuahua. Los desaires infligidos por Francisco I. Madero y Abraham González al general Orozco se fueron acumulando,36 lo mismo
que los pronunciamientos de tinte magonista, vazquista o zapatista
en el campo de Chihuahua. En febrero de 1912, los jefes rebeldes que
enarbolaban el Programa del PLM (José Inés Salazar y Emilio P. Campa,
principalmente); los partidarios de Emilio Vázquez Gómez y el Plan de
Tacubaya (Antonio Rojas y Blas Orpinel); los sostenedores del Plan
de Ayala (Herminio R. Ramírez); y otros grupos rebeldes, entre los que
destacaba el que había redactado un “Plan de Santa Rosa”,37 empezaron a mandar carta tras carta al agraviado Pascual Orozco pidiéndole
que se pusiera al frente de la rebelión contra el gobierno de Madero,
aceptando la jefatura que se le ofrecía en el Plan de Ayala.
La versión tradicionalmente aceptada añade otro factor de presión
que, al decir de esa explicación, fue el que más pesó en el ánimo de
Pascual Orozco, empujándolo decididamente por el camino de la rebelión: los halagos sistemáticos de los representantes de la oligarquía
estatal, que habiendo percibido tanto el descontento general del campo
de Chihuahua como la desairada situación de Orozco, se propusieron
utilizarlo como un poderoso ariete contra Madero y Abraham González,
en una más de las conspiraciones contrarrevolucionarias que se sucedieron durante los gobiernos de León de la Barra y Madero.38 Esta úl36
Los historiadores de filiación maderista y la historiografía oficial de la revolución
han negado sistemáticamente que Madero o don Abraham agraviaran o desplazaran de cualquier forma a Orozco, o que hubiesen sido “ingratos” con él, pero los indicios de los hechos
en contrario son, casi, abrumadores.
37
El Plan de Santa Rosa, fechado el 2 de febrero de 1912 en el panteón de ese nombre,
contiguo a la ciudad de Chihuahua, fue redactado por el profesor Braulio Hernández,
antirreeleccionista desde 1909 y, a la sazón, reacio partidario de Vázquez Gómez. El Plan, a
pesar de estar redactado en términos poco claros, consignaba dos de los factores más importantes que concurrían en este segundo momento revolucionario: el agrarismo inspirado en
los planes de Tacubaya y Ayala, y un acendrado localismo que, prácticamente, rechazaba
toda intervención de las autoridades federales en los asuntos de Chihuahua. Véase en Juan
Gualberto Amaya, Madero y los auténticos revolucionarios de 1910, México, [s. e.], 1946, p. 362363; y Almada, La revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 281-282.
38
Esta explicación fue utilizada en contra del orozquismo desde los primeros momentos de la rebelión. Véase en Ramón Puente, Pascual Orozco y la revuelta de Chihuahua, México,
E. Gómez de la Puente, 1912, y Conrado Gimeno, La Canalla Roja. Notas acerca del movimiento sedicioso por..., capitán que fue de las fuerzas rebeldes de Pascual Orozco, El Paso, Texas, [s. e.],
1912. Almada, La revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 297-361; y Friedrich Katz, Pancho Villa, México, Ediciones Era, 1999, t. I, p. 116 y ss., han sintetizado muy bien las argumentaciones al respecto y las pruebas de los nexos de Orozco con la oligarquía chihuahuense.
Para los partidarios de Orozco esas acusaciones eran falsas y el general serrano seguía sien-
338
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tima explicación, debidamente sazonada,39 fue la que se impuso. Parece ser cierto que en los últimos meses de 1911 los representantes de la
oligarquía local llenaron de atenciones a Orozco, en marcado contraste con la actitud de los gobernantes maderistas, y que en enero y febrero de 1912 unieron sus voces a las de los jefes rebeldes y los parientes
y amigos que instaban al general a levantarse en armas contra Madero. Hay evidencia documental de que el clan Terrazas-Creel contribuyó a financiar la rebelión una vez que Orozco se puso a su cabeza.40
Varios jóvenes miembros de las familias ligadas estrechamente con el
clan Terrazas-Creel militaron en el movimiento orozquista.
Es innegable, pues, que la oligarquía local ayudó a Orozco, y que
su apoyo financiero facilitó que en sus primeros momentos la rebelión
aparentara una gran fuerza. Es más que probable que lo que buscaran
con esto fuera debilitar al inestable régimen maderista, suponiendo que
Orozco y sus oficiales no tenían ninguna posibilidad real de llenar el
vacío de poder que se generaría tras la caída de Madero. Sus razones
para forjar esta alianza son claras, no así las de Orozco y los jefes rebeldes. Porque el otro elemento fundamental de la rebelión de Orozco
eran las apasionadas —aunque vagas— ideas libertarias sembradas
desde varios años atrás por los magonistas en los distritos septentrionales y occidentales de Chihuahua.41 Cualquiera que sea la validez de
do el más leal de los revolucionarios populares, pero negar los nexos del orozquismo con la
oligarquía es como negar los desaires que al general le infligieron los gobiernos nacional y
local: las pruebas, en ambos casos, son más que suficientes. Véanse las razones de la rebelión
desde la óptica orozquista, que omite toda influencia del clan Terrazas-Creel en el asunto,
en Juan Gualberto Amaya, op. cit., p. 364-368.
39
Se decía desde entonces, y se siguió diciendo en la historiografía oficial, que Orozco
se vendió a los Terrazas por una ambición de poder fuera de toda medida y por dinero
contante y sonante. También se pintaba al coronel Pascual Orozco, padre, como un individuo al que el rápido e inesperado ascenso de su hijo le había hecho perder por completo el
sentido de la realidad y quien, queriendo para él la presidencia de la República, se convirtió
en el puente entre los voceros de la oligarquía y el joven general. Estas y otras conjeturas,
poco fundamentadas y extremadamente personalistas, le negaron toda validez a la rebelión
orozquista. Véanse los textos de la nota anterior.
40
Para los gastos iniciales de la revuelta, Pascual Orozco obtuvo un préstamo de 208
000 pesos, la mitad del cual fue aportado por las instituciones financieras del clan, dirigidas
por Enrique C. Creel y Juan A. Creel, y la otra mitad por diversos particulares, entre los que
figuraban Luis Terrazas Cuilty (hijo mayor del general Terrazas) y Juan A. Creel. Almada,
La Revolución..., t. I, p. 307-308.
41
Katz, loc. cit., supone que los oficiales orozquistas de indudable vocación popular fueron engañados por el caudillo de San Isidro, y que se separaron de él tan pronto se enteraron de la alianza que había firmado con los Terrazas. Para ello, se basa en las memorias de
Enrique Portillo, cuya publicación prepara actualmente Jesús Vargas Valdez. Todo eso no
explica por qué hombres como José Inés Salazar, Lázaro Alanís o Benjamín Argumedo, fueron orozquistas hasta el final.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
339
la explicación tradicional, es más que probable que Orozco no hubiera
cedido a las invitaciones y halagos que se le hacían de no estar convencido de que la Revolución estaba desviando su curso.42
El 2 de marzo de 1912 Pascual Orozco puso fin a sus vacilaciones y
aceptó el mando que formalmente le ofrecían los jefes magonistas que
habían tomado Casas Grandes y Ciudad Juárez. En los días siguientes
se pronunciaron contra el gobierno la mayoría de los jefes de las tropas
irregulares de Chihuahua (únicas que guarnicionaban el estado). Los
cabecillas de las distintas bandas rebeldes se fueron reuniendo en la ciudad de Chihuahua, y el 6 de marzo Pascual Orozco fue aclamado como
jefe de la nueva rebelión, jurando defender el Plan de San Luis reformado en Tacubaya, y la parte relativa al problema de la tierra del Plan de
Ayala. Le tomaron el juramento David de la Fuente, José Inés Salazar,
Emilio P. Campa, Lázaro Alanís, Ricardo Gómez Robelo, Braulio Hernández, Roque Gómez, Rodrigo M. Quevedo, Tomás V. Muñoz, Arturo
L. Quevedo, Juan B. Porras, Máximo Castillo, Pedro Loya y Blas Orpinel.
También lo respaldaban Marcelo Caraveo, José Orozco y Félix Terrazas, jefes de la guarnición de Chihuahua; José de la Luz Soto, jefe de
la guarnición de Parral; y Antonio Rojas, quien quedó al mando de la
guarnición de Ciudad Juárez. Los nombramientos extendidos ese día
para las responsabilidades políticas del movimiento muestran el peso
de los distintos grupos que en él convergían: el gobernador Felipe R.
Gutiérrez y José Orozco pertenecían al grupo ranchero cercano al caudillo serrano; David de la Fuente, Paulino Martínez, Cástulo Herrera y
Braulio Hernández representaban a los elementos vazquistas y magonistas; Gonzalo Enrile y Manuel L. Luján, a la oligarquía local.43
Los rebeldes controlaron rápidamente el estado de Chihuahua, batiendo a los pocos exrevolucionarios que tomaron las armas en defensa
del gobierno (encabezados por Pancho Villa), y empezaron a prepararse
para afrontar a las fuerzas que el gobierno estaba reuniendo en Torreón.
La concentración de tropas federales en la Comarca Lagunera y la popularidad de Pascual Orozco, orilló a los rebeldes laguneros a replegarse a Chihuahua, donde fueron recibidos con entusiasmo. La personalidad
de los jefes laguneros, como la de los de Chihuahua, es muestra clara de
la mezcla de intereses representados en el movimiento: en enero y febrero se habían pronunciado en la Comarca, enarbolando distintas
banderas, Benjamín Argumedo, de quien ya hablamos; Luis Murillo,
42
Michael C. Meyer, El rebelde del Norte: Pascual Orozco y la revolución, México, UNAMInstituto de Investigaciones Históricas, 1984, p. 80.
43
Véanse el juramento que se le tomó a Orozco y los nombramientos que éste hizo en
Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 298-303.
340
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
antiguo cabo de serenos de Torreón; José Isabel Robles, un joven maestro rural en las haciendas de los Madero, y algunos otros jefes populares, como Luis Caro y Epigmenio Escajeda, pero también se rebelaron,
como en 1910, Jesús José (“Cheché”) Campos Luján y Pablo Lavín, retoños de las dos familias más poderosas de la zona alta de La Laguna,
los Luján y los Lavín.44 Los laguneros llegaron a Chihuahua a tiempo
para tomar parte en las discusiones que definieron el programa de la
rebelión: el Plan de la Empacadora, promulgado el 25 de marzo.
Quitando los denuestos contra el gobierno y los considerandos, el
Plan en sí consta de 37 puntos, los 33 primeros de los cuales tratan
cuestiones políticas, entre las que destacan tres: la declaración de que
Madero “falseó y violó” el Plan de San Luis, por lo que se llama a derribarlo; la defensa de la tradicional autonomía de los pueblos del norte
y del viejo federalismo de los caudillos liberales norteños del siglo XIX; y
un rechazo a la injerencia estadounidense en las cuestiones mexicanas
que, unido a posteriores declaraciones de los jefes de la revuelta, terminaría ganándose la enemistad del gobierno del país vecino.45 Finalmente, el artículo 34 consigna las medidas en materia obrera que el gobierno
emanado de la revolución tomaría, y que no son otra cosa que las demandas que las sociedades mutualistas y la acción católica social de
Chihuahua venían planteando desde varios años antes del inicio de la
revolución.46 Del artículo 35 se desprenden las demandas agrarias de
los rebeldes norteños, basadas en la vieja aspiración utilitaria de la república de pequeños propietarios libres e independientes, correspondiente a la experiencia agraria de Chihuahua (donde, salvo entre los
tarahumaras, la tierra de cultivo no solía poseerse colectivamente).47
44
Francisco L. Urquizo, Páginas de la Revolución, México, INEHRM, 1956, p. 21. Sobre
los clanes Lavín y Luján, véase William K. Meyers, Forja del progreso, crisol de la revuelta. Los
orígenes de la Revolución Mexicana en la Comarca Lagunera, 1880-1911, México, Gobierno del
Estado de Coahuila-INEHRM-UIA, 1996.
45
Los colorados eran radicalmente antiyanquis en sus declaraciones, lo que no contribuyó a facilitarles la vida. El grito de guerra de José Inés Salazar era “¡Poco tiempo California!”, un llamado a una hipotética reconquista de los territorios perdidos en 1848 (cfr.
John Reed, México Insurgente, Buenos Aires, Editorial Platina, 1958, p. 148).
46
Es decir, supresión de las tiendas de raya, reducción y reglamentación de la jornada
laboral, aumento de los jornales “armonizando los intereses del capital y del trabajo”, y obligación de los patronos de proporcionar vivienda digna a sus obreros. El estudio de algunas
fuentes primarias poco exploradas me ha llevado a sorprendentes descubrimientos sobre la
importancia de las sociedades mutualistas —basadas en el catolicismo social— en la ciudad
de Chihuahua y otras poblaciones del estado (Parral, Santa Bárbara, Camargo, Santa Eulalia,
Nombre de Dios, Buenaventura, Valle de Allende, y otras), y algunos dirigentes mutualistas
figuraban en las primeras filas de la rebelión, como Cástulo Herrera, José Perfecto Lomelí y,
principalmente, Silvestre Terrazas. Estoy preparando un trabajo sobre ese asunto.
47
Véase el texto del Plan en Altamirano y Villa, op. cit., t. III, p. 137-150.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
341
Aquí conviene abrir un paréntesis: no es fácil seguir puntualmente
los pasos de la radicalización del PLM (que lo llevó del liberalismo clásico
al anarquismo libertario), para descubrir exactamente en qué vericuetos
del camino se fueron quedando todos los “liberales” que no quisieron seguir al núcleo duro del partido, encabezado por Enrique y Ricardo Flores
Magón, Praxedis Guerrero (muerto en combate en 1910) y Librado Rivera. Muchos de los que se fueron separando del magonismo contribuirían a la definición ideológica de las facciones revolucionarias y a la
construcción del nuevo Estado. El Programa del PLM, fechado en julio
de 1906, era el programa del liberalismo radical y muchos de los puntos
más significativos del Plan de la Empacadora están inspirados en él. En
1912 el núcleo duro del magonismo había llegado a sus postulados anarcosindicalistas, que partían de la exigencia de la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y de toda forma de gobierno.
Como es evidente, aquellos (autodeclarados) magonistas que en 1912 se
subordinaron a Pascual Orozco, no habían llegado a tanto. El Plan de
la Empacadora no pedía la supresión de la propiedad privada, como
tampoco lo hacían los planes de Tacubaya y Ayala. Querían reglamentarla, sí, pero no más. Como explica Arnaldo Córdova, los campesinos
revolucionarios “eran antiterratenientes pero no anticapitalistas”.48
Mientras los orozquistas preparaban su programa, el gobierno federal acumuló una fuerte columna militar en Torreón, formada por
federales y exrevolucionarios, que en junio y julio batió en sangrientas
batallas a los entusiastas soldados rebeldes y recuperó las principales
ciudades de Chihuahua, aunque no eliminó la resistencia guerrillera
del orozquismo, cuyos efectos, muy destructivos en la sierra y el desierto de Chihuahua, lo fueron aún más en el norte de Durango y la
Comarca Lagunera, donde Benjamín Argumedo y Cheché Campos,
muchas veces auxiliados por los peones de cada lugar, destruyeron las
bases económicas del sistema de haciendas en una implacable campaña guerrillera.49 Así pues, puede decirse que para fines del verano de
1912, las mayores amenazas militares al gobierno de Madero habían
sido sofocadas, pero la resistencia de los campesinos siguió activa, y
extendiéndose a más regiones del país.
48
Córdova, La ideología..., p. 25. En una carta de 1911, Ricardo Flores Magón explicó
así su transformación política: “El avance de mis ideas es lógico, no hay nada de extraño en
ello, nada de postizo. Primero creí en la política. Creía yo que la ley tendría la fuerza necesaria para que hubiera justicia y libertad. Pero vi que en todos los países ocurría lo mismo que
en México, que el pueblo de México no era el único desgraciado y busqué la causa del dolor
de todos los pobres de la tierra y la encontré: el capital”, citado por Córdova, op. cit., p. 175.
49
Pedro Salmerón, “Benjamín Argumedo y los leones de La Laguna”, manuscrito inédito.
342
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Los actores principales de estas rebeliones fueron hombres del campo, vecinos de comunidades o pueblos libres, con historias distintas y
aspiraciones agrarias que cambiaban de región en región (o de pueblo
en pueblo) dependiendo de los agravios acumulados por sus habitantes. Los seguidores de Emiliano Zapata son de sobra conocidos; basta
con no haber pasado de noche la primaria para saber que se trataba
de los comuneros de Morelos, levantados en armas contra la usurpación de sus tierras por los hacendados. Los rebeldes norteños de 1912,
en cambio, han sido poco estudiados y han tenido muy mala prensa,
pero como mostraré con detalle en trabajos posteriores, también eran,
en su mayoría, vecinos de los pueblos libres del norte (pueblos con
historia y características muy distintas a las de las comunidades de
Morelos), agraviados por la aplicación de las leyes de terrenos baldíos, por el monopolio de los recursos acuíferos por parte de los hacendados, por la violación de añejos pactos de convivencia más o
menos tácitos, por la instrumentación de las leyes estatales de desamortización de los bienes de corporaciones civiles, en fin, por el acelerado y desigual desarrollo económico del norte del país, es decir,
por la “modernidad”.
Los hombres de Benjamín Argumedo provenían de los pueblos de
la “zona baja” de la Comarca Lagunera: Matamoros, Viesca, San Pedro de las Colonias, El Gatuño, La Soledad y otros menores, cuyos vecinos tenían una larga historia de conflictos por la tierra y el agua con
los hacendados vecinos.50 La mayoría de los hombres que se rebelaron
a las órdenes de Pascual Orozco y sus lugartenientes eran vecinos de
los pueblos del distrito Galeana de Chihuahua; de los fértiles valles fluviales del distrito Guerrero, de ese mismo estado; y de los pueblos de
la Sierra Tarahumara. Unos eran orgullosos e independientes campesinos libres, descendientes de los “defensores de la frontera”, quienes
habían perdido buena parte de sus tierras y su forma de vida durante
la modernización de la región; otros eran rancheros en conflicto con
caciques y hacendados; no faltaban los descendientes de las viejas elites
locales, desplazadas del poder por la moderna oligarquía estatal; y figuraron también los rancheros y comerciantes de los pueblos mineros
(no los operarios de las minas, al menos todavía no en 1912).51
50
51
Idem.
De estos hombres, como ya dije, hablaré en el capítulo 2 de mi tesis doctoral.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
343
La Respuesta
Como vimos al principio, Francisco I. Madero no era precisamente un
revolucionario. Para él, los males del país se originaban en la dictadura, en la mala conducción del gobierno y el conculcamiento de la legalidad emanada de la Constitución, pero no era ciego a los problemas
sociales que lanzaron a miles de mexicanos a la lucha armada. Sobre
el problema de la tierra, aunque diseñó algunas respuestas, éstas fueron consideradas tibias y tardías por los hombres que se rebelaron contra su gobierno en el invierno de 1911 a 1912.
El Plan de San Luis, lo hemos dicho, se refería tangencialmente al
problema, y lo hacía en el caso específico de la aplicación dolosa o
venal de las leyes de colonización y terrenos baldíos, pero eso fue suficiente para inflamar la reivindicación agraria. En La sucesión presidencial y en otras declaraciones anteriores al inicio de la Revolución, Madero
expuso muy brevemente sus ideas sobre el problema, que eran la búsqueda de mecanismos legales que partieran del respeto al inalienable
derecho a la propiedad, para fraccionar los latifundios e impulsar la pequeña propiedad agraria y la creación de colonias agrícolas.52 En esto,
como en todo, Madero era un claro heredero del liberalismo mexicano.
Las tempestades desatadas después no lo harían cambiar de opinión
en lo fundamental. En febrero de 1912, a dos meses de haber tomado el
poder, declaró a la prensa que el problema agrario era “el más difícil de
resolver en el breve plazo”, pero que su gobierno ya estaba trabajando
en ello. Lo que Madero proponía era que el gobierno constituyera una
institución financiera que pudiese comprar tierras a los latifundistas,
para fraccionarlas y venderlas con facilidades a quienes carecieran de
ella; hacer lo mismo con los terrenos nacionales, y repartir los ejidos
de los pueblos entre sus vecinos.53 Es importante poner atención a esta
última propuesta (sometida por Madero al Consejo de Ministros el 13
de febrero de 1912), porque muchos de los conflictos agrarios se habían
suscitado, justamente, por el afán liberal de reducir a propiedad privada
los ejidos de los pueblos, es decir, lo mismo que quería hacer ahora Madero. Unos meses después, en junio, Madero declaró a El Imparcial:
Siempre he abogado por crear la pequeña propiedad; pero eso no quiere
decir que se vaya a despojar de sus propiedades a ningún terrateniente...
52
Jesús Méndez Reyes, La política económica durante el gobierno de Francisco I. Madero,
México, INEHRM, 1996, p. 53-54.
53
Taracena, op. cit., p. 15-16.
344
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
una cosa es crear la pequeña propiedad por medio de un esfuerzo constante y otra es repartir las grandes propiedades, lo cual nunca he pensado
ni ofrecido en ninguno de mis discursos y proclamas.54
Los ofrecimientos de Madero al respecto no satisfacían de ninguna manera las demandas agraristas, pero eran coherentes con su proyecto e ideología y, sobre todo, no se quedaron en el ámbito de lo
declarativo. Madero impulsó la creación, todavía durante el interinato
de León de la Barra, de una Comisión Nacional Agraria encargada de
estudiar a fondo el problema, y se redactó un proyecto para el fraccionamiento de los terrenos nacionales.
Este asunto cuajó en un decreto emitido en 1912, según el cual los
estados y municipios (y no compañías privadas, como en la década de
1880) serían los encargados de deslindar y fraccionar los terrenos nacionales y los ejidos de los pueblos, y de venderlos a precios módicos y
con facilidades en lotes no mayores de 200 hectáreas (y no superficies
ilimitadas, como la vez anterior). Se incluía la posibilidad de que el
estado crease colonias agrícolas en las que se dotase gratuitamente a
los campesinos pobres de lotes de 50 hectáreas.55 Esta propuesta no
pudo concretarse, tanto porque su naturaleza misma la hacía de lenta
aplicación, como por los problemas que se le vinieron encima al régimen, que tuvo que gastar el dinero que no tenía en la represión de las
rebeliones agrarias.
Desde las filas maderistas, apenas a finales de 1912, el diputado
Luis Cabrera presentó una propuesta que iba más allá del liberalismo
clásico y que tomaba en cuenta las demandas de los campesinos agraristas. Cabrera, apoyándose en el libro de Andrés Molina Enríquez (de
quien era cercano amigo y antiguo socio), propuso la restitución de los
ejidos de los pueblos, procurando que fueran inalienables, tomándolos de las haciendas vecinas ya por compra, ya por expropiación. Por
fin, uno de los revolucionarios “oficiales” tomaba en cuenta dos demandas fundamentales: restitución y no fraccionamiento de los ejidos,
y expropiación por causa de utilidad pública de los latifundios, pero el
proyecto de ley sometido por Cabrera a la XXVI Legislatura se quedó
en eso, porque se precipitó el fin del gobierno maderista.56 A fines de
1912 el secretario de Fomento, Rafael Hernández, de tendencia conservadora, fue removido de su puesto. Según parece, Madero pensaba
En Córdova, op. cit., p. 109.
Méndez Reyes, op. cit., p. 75-76.
56
Véanse en Luis Cabrera, Obras políticas del Lic. Blas Urrea, México, Imprenta Nacional, 1921.
54
55
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
345
nombrar para el cargo a Luis Cabrera, pero encontró una fuerte oposición entre sus colaboradores más cercanos, y la cartera quedó vacante
hasta el fin de su gobierno. Con todo, estos rumores pueden indicar
que Madero por fin estaba entendiendo la raíz del problema.
Hubo gobernadores maderistas que trataron de instrumentar diversas soluciones al problema agrario que iban más allá, o por lo menos más rápido, que las del gobierno federal. En Chihuahua, en vísperas
de la rebelión orozquista, Abraham González pidió a la legislatura local permiso para contratar un empréstito de seis millones de pesos,
para financiar proyectos de irrigación, fraccionar y vender terrenos
nacionales de acuerdo con el proyecto que por esos días había presentado el ejecutivo federal, y para establecer un banco de crédito agrícola. Esto no iba más allá de lo que Madero estaba proponiendo, pero si
preveía la búsqueda de medios para la aplicación inmediata de las leyes que se estaban preparando. Por supuesto que no pasó nada: la iniciativa se presentó el 16 de febrero y el 2 de marzo Orozco se declaraba
en rebelión.57
Mayores efectos tuvieron las acciones extralegales de algunos de
los jefes populares de la Revolución que permanecieron leales al gobierno de Madero y tuvieron mando efectivo en algunas de las regiones azotadas por las guerrillas orozquistas, vazquistas o magonistas.
Esta práctica agraria fue sentando las bases de la definición del agrarismo norteño, villista principalmente.
Quienes más hicieron a este respecto (porque más poder tuvieron)
fueron dos revolucionarios del oriente de Durango, Calixto Contreras
y Severino Ceniceros, en quienes recayó el control político y militar de
su región durante 1911 y 1912.58 Con Severino Ceniceros como jefe
político y Calixto Contreras como comandante de la guarnición en el
partido de Cuencamé, Durango, la Revolución empezó a oler a Revolución. El cálido verano de 1911 estuvo marcado por las tomas de tierras y el cambio de personal en los gobiernos municipales. Los pueblos
de Ocuila y Peñón Blanco tomaron, con el respaldo de Contreras, más
de 40 000 hectáreas que disputaban a las haciendas vecinas y en algunas de ellas los peones se declararon en huelga exigiendo que se incrementasen los jornales a un peso diario.59 El gobierno local intentó dar
Almada, La revolución..., t. I, p. 290; Taracena, op. cit., p. 16.
P. Salmerón, “Calixto Contreras...”, p. 34-39.
59
Las recuperaciones de Pasaje, Peñón Blanco y Ocuila en Graziella Altamirano, “Confiscaciones revolucionarias en Durango”, en Secuencia. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, México, nueva época, núm. 46, enero-abril de 2000, p. 124-125; véanse también las
demandas de restitución de tierras de Pasaje (Archivo General Agrario, —en adelante AGA—,
57
58
346
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
marcha atrás a estas restituciones de hecho, y poner coto al “vandalismo” de los campesinos de la región, pero antes de que pudiera remover
a Contreras y Ceniceros, estalló con toda su fuerza la rebelión de Orozco.
Temiendo que los revolucionarios de la región se incorporaran a la revuelta, por órdenes del gobierno federal Contreras fue designado jefe
político, lo que fue sentido por los campesinos como una ratificación de
los hechos consumados. Gozando de la confianza de su gente, Contreras
pudo mantener su distrito libre de rebeldes, salvo por las incursiones de
las fuerzas de Argumedo y Campos, provenientes de la vecina Comarca
Lagunera. Algo parecido ocurrió en el partido de Mapimí, en el mismo
estado, donde el antiguo magonista Orestes Pereyra se mantuvo leal al
gobierno, sustrayendo la región al contagio orozquista.
En Chihuahua, los pueblos del oriente del estado, que se habían
levantado en armas en 1910 con claras demandas agrarias, no secundaron la revuelta orozquista porque Toribio Ortega, quien desde 1905
era el dirigente de los campesinos inconformes y en 1910 acaudilló a
los rebeldes de la región, permaneció leal al gobierno. Cuando estalló
la rebelión de Orozco, Ortega estaba a punto de enfrentarse abiertamente al gobierno local, por su respaldo incondicional a los campesinos de Cuchillo Parado, San Carlos y otros pueblos, que habían tomado
por la fuerza las tierras que disputaban con las haciendas vecinas.60
El gobierno de Madero desautorizaba sistemáticamente acciones
como estas, pero en 1912 tuvo que permitirlas so pena de ver crecer la
rebelión y de enajenarse las voluntades de los grupos armados que eran
claves en el combate a los rebeldes. De cualquier manera, cuando fue
derrotada la principal amenaza militar, hombres como Contreras fueron despojados de su poder, y encarcelados otros caudillos populares,
como Pancho Villa y Juan Banderas.
Es decir que, para finales de 1912, independientemente de que Madero estuviese buscando atender algunas de las demandas de los rebeldes vía el nombramiento de Cabrera como secretario de Fomento,61
expediente 23/705) y Santiago y San Pedro Ocuila (AGA, expediente 23/703, legajo 3). La
huelga en la hacienda de Tapona en Gabino Martínez Guzmán y Juan Ángel Chávez Ramírez,
Durango: Un volcán en erupción, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 134.
60
Francisco de P. Ontiveros, Toribio Ortega y la Brigada González Ortega, Chihuahua, Imprenta El Norte, 1914.
61
La Secretaría de Fomento era la encargada de este tipo de cuestiones, la de aplicar
las leyes de terrenos baldíos, de desamortización, de colonización, etcétera, y a la que quedaron adscritos la Comisión Nacional Agraria y el Departamento del Trabajo (también creado durante el gobierno de Madero), primer organismo gubernamental en nuestra historia
que buscaba estudiar y proponer soluciones a los conflictos laborales, y que introdujo el arbitraje gubernamental como posible solución de los mismos.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
347
los revolucionarios populares leales que estaban solucionando a su
manera los conflictos agrarios empezaban a ser golpeados por el gobierno. Para Madero, las reivindicaciones agrarias que no se tramitasen por las vías legales, eran actos criminales, como declaró a la prensa
en junio de 1912:
[...] el grito de tierras [...] significa rapiña y robo, puesto que es la única
manera como pueden conquistarse tierras con las armas en la mano, no
ha despertado en el pueblo mexicano sino desprecio para los que lo han
lanzado. El problema agrario lo resolveremos en México con el arado y
no con el fusil.62
Más que usar este argumento, los revolucionarios oficiales solían
acusar a los rebeldes agrarios de “contrarrevolucionarios”. Es cierto
que en la confusión de los primeros días algunos de ellos se asumían
como tales, por ejemplo, en un documento programático previo al Plan
de Ayala, los jefes zapatistas exigían “que se dé a los pueblos lo que en
su justicia merecen, en cuanto a tierras, montes y aguas que ha sido el
origen de la presente Contrarrevolución”,63 pero ya en el Plan de Tacubaya Paulino Martínez rechaza explícita y enérgicamente tal acusación:
Madero, dice el texto del Plan, “declaró bandidos a los revolucionarios, porque exigían legalidad y justicia”.
Madero, para engañar una vez más al pueblo, llama contrarrevolución a
nuestra protesta, y sabe que miente: no combatimos contra la revolución,
sino por ella, y continuamos la revolución que él hace fracasar: nuestra
bandera es el Plan de San Luis, consagrado por la sangre de nuestros compatriotas, cuyo cumplimiento exigimos. La contrarrevolución la ha hecho
él, que se hace llamar leader de la revolución; él, que celebra festines sobre los cadáveres de Puebla; él, que ordena la aprehensión de los partidarios del Lic. Emilio Vázquez; él, que encarcela periodistas; él, que contrata
empréstitos para comprar favoritos y para hacerse de tierras que explotar
y lacayos que dirigir.64
A pesar de ésta y otras defensas, contrarrevolucionarios los llamaban los revolucionarios oficiales y contrarrevolucionarios quedaron.
Hemos dicho que desde el principio se acusó a los orozquistas de ser
meros instrumentos del clan Terrazas-Creel para acabar con la revolu-
En Córdova, op. cit., p. 108-111.
De una declaración de los jefes zapatistas el 26 de septiembre de 1911, en Womack,
op. cit., p. 388.
64
En Fabela, op. cit., t. VI, p. 210-211.
62
63
348
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
ción y favorecer el regreso del antiguo régimen y sus métodos. Contrarrevolucionarios los llamaron entonces los revolucionarios oficiales, contrarrevolucionarios fueron para la historia oficial (aunque desde
1920, por otras razones, a los zapatistas se les “perdonaron” sus errores de 1912), y contrarrevolucionarios han quedado.65
Consideraciones finales
La Revolución mexicana tuvo un señalado carácter agrario, independientemente del proyecto real de quienes triunfaron en ella. Campesinos agraristas formaron el núcleo duro de muchos de los ejércitos
revolucionarios, y las demandas agrarias fueron la justificación de su
lucha. Los caudillos campesinos alcanzaron estatura mítica y permanecieron como bandera de luchas posteriores que, a veces, poco tenían que ver con lo que ellos querían. Pero no fue un programa de
reivindicación agrario el que dio origen a la Revolución.
Los problemas de la tenencia de la tierra habían sido causa de innumerables conflictos y revueltas en el México decimonónico, pero las
elites gobernantes tardaron mucho en detectar que, entre los detonantes de estas revueltas, estaba la contradicción entre las formas tradicionales de propiedad y posesión, y las que estas elites querían imponer,
creyéndolas necesarias para resolver los rezagos y desequilibrios de la
sociedad mexicana. Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, dos de los
mayores pensadores del liberalismo mexicano, criticaron en su momento las reformas liberales al sistema de propiedad, pero las suyas fueron
voces aisladas, como también lo fueron las de Wistano Luis Orozco,
quien en 1895 hizo una muy sólida crítica de las leyes sobre colonización y terrenos baldíos, y Andrés Molina Enríquez, quien en 1909 era el
único intelectual que parecía darse cuenta de la gravedad del problema agrario.
Pero si bajamos de las elites a los pueblos, como lo han hecho numerosos historiadores en los últimos años, podemos darnos cabal cuenta de la acumulación de conflictos por cuestiones de tierras. En la
mayor parte de los casos, los labriegos perjudicados por las diversas
leyes liberales (las de terrenos baldíos y colonización, las de terrenos
nacionales, las de desamortización de bienes de las corporaciones y
comunidades, etcétera) no se oponían al sentido general de la nueva
legislación (la reducción a propiedad privada de la propiedad raíz), sino
65
Véase, si no, la versión de Friedrich Katz, ya citada.
REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912
349
a que su aplicación se hiciera a costa de ellos. En verdad, los campesinos quejosos nunca pensaron que sus problemas y demandas articularían un cataclismo social como el que sacudió al país a partir de 1910;
como hemos querido ilustrar aquí, la Revolución empezó y ellos, sin
pensarlo mucho, se sumaron a ella.
Una vez que “la bola” echó a rodar, estos hombres empezaron a
formular sus demandas, quizá porque los jefes en que habían confiado, o a los que coyunturalmente habían seguido, estaban pensando en
otras cosas, en otra Revolución. Fue así como, en rebeldía contra los
revolucionarios oficiales, inventaron el agrarismo. Ideas que para los
liberales eran absurdas fueron poco a poco ganando carta de naturalidad hasta lograr imponerse en la Constitución de 1917, ideas tales como
el respeto a una posesión colectiva inalienable, la expropiación de la
propiedad raíz por causas de utilidad pública, los límites puestos al
hasta entonces sagrado derecho de propiedad. Esto generaría otros problemas, nuevos conflictos y desequilibrios notables, pero no se trata
aquí de hacer una historia del agrarismo mexicano ni de la reforma
agraria, sino de mostrar cómo nació el discurso agrarista, en los años
de 1911 y 1912, al calor de las revueltas populares contra tres gobiernos sucesivos.
Pero estas revueltas tuvieron otros efectos, de los cuales el más significativo fue el debilitamiento del régimen de Madero. El descontento popular y la insurrección agraria minaron de tal modo las bases del
régimen, que lo pusieron a merced de los pretorianos del antiguo ejército. El experimento maderista, que empezaba a atender demandas
agrarias tan contrapuestas a su credo liberal, dio paso a un gobierno
castrense, cuyo encumbramiento hizo detonar una nueva fase de la
Revolución.
Cuando empezó esta nueva fase revolucionaria los agraristas rebeldes habían sido vencidos y desarticulados por las fuerzas del gobierno federal y los irregulares maderistas, y su núcleo más importante,
el orozquista, se lanzó a una serie creciente de errores políticos y militares. Sólo la irreductible resistencia del zapatismo, y el inesperado y
fulgurante ascenso del villismo evitaron que los “dirigentes revolucionarios de nuevo tipo” oriundos del Noroeste y el Noreste, y que no tenían nada de agraristas, se impusieran con facilidad. Pero esas son
historias que contaré en otro lado. Baste, por lo pronto, llamar la atención sobre la impaciencia revolucionaria de los agraristas de 1912, que
facilitó su aislamiento y su derrota.
ÍNDICE
Reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
5
La introducción de los disidentes en la historia de México
Felipe Castro Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
7
Diversidad en los caminos a lo sagrado: magia dañina y disidencia entre los nahuas prehispánicos
Juan Manuel Romero García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
19
Los desafíos al orden misional en la Sierra Gorda, siglo XVIII
María Teresa Álvarez Icaza Longoria . . . . . . . . . . . . . . . .
43
Sobre la relatividad de la disidencia o la disidencia como construcción del poder: Disidencia y disidentes indígenas en Sierra
Gorda, siglo XVIII
Gerardo Lara Cisneros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
71
Los indios “cavilosos” de Acuitzio. Del conflicto a la disidencia
en Michoacán colonial
Felipe Castro Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
101
La persecución institucional de la disidencia novohispana: Patrones de inculpación y temores políticos de una época.
Antonio Ibarra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
117
¿Cómo ser infidente sin serlo? El discurso de la Independencia
en 1809
Alfredo Ávila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
139
Entre hombres te veas: las mujeres de Pénjamo y la revolución
de Independencia
María José Garrido Asperó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
169
Diez tipos (a medias) reales en busca de uno ideal. Liberales plebeyos de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX
Luis Fernando Granados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
191
El proyecto alterno radical de los binnizáas y su líder Che Gorio
Melendre frente a los paradigmas modernizadores de la elite.
La encrucijada de Juárez en el Istmo (1834-1853)
Margarita Guevara Sanginés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
207
352
DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Disidencia entre las elites. Rebelión y contrabando en el nororiente de México, 1848-1853
Marcela Terrazas y Basante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
257
De espíritus, mujeres e igualdad: Laureana Wright y el espiritismo kardeciano en el México finisecular
Lucrecia Infante Vargas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
277
Morir a manos de una mujer: homicidas e infanticidas en el
porfiriato
Elisa Speckman Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
295
Los rebeldes contra la Revolución: los disidentes agrarios de 1912
Pedro Salmerón Sanginés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
321
Disidencia y disidentes en la historia de México
editado por el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM,
se terminó de imprimir el 30 de diciembre de 2003
en Desarrollo Gráfico Editorial, Municipio Libre 175 B, Col. Portales.
Su composición y formación tipográfica, en tipo New Aster de 10:12, 9:11
y 8:9 puntos, estuvo a cargo de Sigma Servicios Editoriales,
bajo la supervisión de Ramón Luna Soto.
La edición, en papel Cultural de 90 gramos, consta de 500 ejemplares
y estuvo al cuidado de Juan Domingo Vidargas del Moral
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