ELOGIO Y CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA EN ATENAS según

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Prof. Dr. Joaquín L. Gómez-Pantoja
ELOGIO Y CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA EN ATENAS
según Tucídides (citando a Pericles) y Jenofonte
TUCÍDIDES, Historia de la Guerra del Peloponeso, 37, 38, 40, 41.
37. Porque tenemos una constitución que nada envidia a los demás estados, y antes que
meros plagiarios somos un ejemplo a imitar para los otros. La administración del Estado
no está en manos de pocos, mas del pueblo, y por ello la democracia es su nombre. En los
asuntos privados todos tienen ante la ley iguales garantías; y es el prestigioso particular de
cada uno, no a su adscripción a una clase, sino su mérito personal, lo que le permite el
acceso a las magistraturas; como tampoco la pobreza de nadie, si es capaz de prestar un
servicio a la patria, ni su oscura condición social, son para él obstáculo. La libertad es
nuestra pauta de gobierno en la vida pública, y en nuestras relaciones cotidianas no caben
los recelos, ni nos es ofensivo que quieran vivir nuestros vecinos del modo que les plazca,
sin que se dibuje en nuestro rostro aire alguno de reproche que, sin constituir un castigo,
no deja de ser vejatorio.
Y mientras vivimos nuestra vida privada sin ser molestados por nadie, nos guardamos
muy mucho, por el respeto que nos merecen, de transgredir las disposiciones del Estado,
obedientes en todo momento a las autoridades y a las leyes, no sólo, y de un modo
especial, las que han sido dictadas para protección de los que sufren ofensas, sino también
aquellas que, sin estar escritas, comportan, con su transgresión, general menosprecio.
38. Además para solaz de nuestras fatigas, hemos procurado innumerables esparcimientos
al espíritu, con juegos y fiestas que se suceden a lo largo de todo al año, y con hermosas
residencias privadas, cuyo disfrute cotidiano aleja todo signo de tristeza. Y la importancia
de nuestra patria permite que entren en ella todos los productos de la tierra, suerte que
gozamos de los frutos de los demás países con la misma naturalidad que de los que en
nuestro suelo crecen.
40. Y, en efecto amamos la belleza con simplicidad y rendimos culto al espíritu sin caer
en la enervación. La riqueza, antes nos sirve de oportunidad para obrar que como medio
de jactancia en los labios; confesar su pobreza no es, entre nosotros, un baldón para nadie;
lo es, y más, no poner todo empeño en evitarla. Nuestros ciudadanos sienten el mismo
interés por sus asuntos propios y por la política; e incluso aquellos que atienden
exclusivamente a sus negocios disponen de suficientes información acerca de los asuntos
del Estado. Y es que somos el único país que considera al que no participa en la vida en
común, no un ocioso, sino un inútil. Nosotros, personalmente, decidimos o discutimos con
sumo cuidado los asuntos de Estado, en nuestra creencia de que las palabras no pueden ser
obstáculo para la acción y que sí lo es no haberse informado cumplidamente previo el
diálogo, antes de ir a la ejecución de un plan trazado. Y he aquí, también, a propósito, otro
aspecto de nuestra superioridad: somos audaces, mas, al tiempo, analizamos a fondo los
pros y contras de nuestras empresas; en los demás, la ignorancia genera audacia, el
cálculo, indecisión. Y con justicia han de ser juzgados espíritus más fuertes los que, con
una idea clara de los que son las penas y los goces de la vida, no por ello rehúyen los
peligros. ¡Si hasta en la generosidad es nuestro talante distinto al de los otros! Que no es
recibiendo favores, es haciéndose como nos ganamos los amigos.
41. Proclamo, en síntesis, que nuestra patria es, en todo, un ejemplo para Grecia.
JENOFONTE , Hierón. A los que se dedican allí a la gimnasia o practican la música, a ésos los han echado abajo
el pueblo declarando estas cosas por no convenientes, y esto porque sabe que no está a su
alcance el consagrarse a ellas. En cambio, por lo que toca a las coregías y gimnasiarquía y
trierarquías, se dan cuenta de quienes desempeñan la coregía son los ricos, y quien se
beneficia con ella, el pueblo; de quienes ejercen la gimnasiarquía y trierarquía son los
ricos, y el pueblo lo que hace es recibir su importe. De manera que el pueblo no pide más
que recibir dinero por cantar, correr, danzar o bogar en las naves, de manera que,
lucrándose él, los ricos se empobrezcan. E igualmente en los tribunales no les interesa más
lo justo que lo que a ellos les convenga.
En cuanto a los aliados, y en cuanto al hecho de que, según parece, los atenienses se
dedican a delatar en sus expediciones y odian a las gentes de calidad, como saben que es
fatal que el que domina sea aborrecido por el dominado, y que, si llegaran a dominar en
las ciudades los ricos y poderosos, la hegemonía del pueblo de Atenas sería de cortísima
duración, por eso por lo que privan de sus derechos a los aristócratas y les arrebatan su
dinero y los proscriben y los matan, favoreciendo, en cambio, a los plebeyos. Y los
aristócratas atenienses defienden, por el contrario, a los aristócratas de las ciudades
aliadas, porque comprenden que es bueno para ellos el defender siempre a los mejores de
estas ciudades. Alguien podría decir que sería un refuerzo para los atenienses si los
aliados estuviesen en condiciones de contribuir con dinero; pero a la gente baja le parece
que es un mayor bien el que cada ateniense posea en particular los bienes de los aliados, y
que éstos tengan estrictamente para vivir, y teniendo que trabajar, no pueden tramar
conspiraciones. Y hay otra cosa en que parece que obra mal el pueblo de los atenienses, y es que obliga a
los aliados a navegar hacia Atenas para resolver sus litigios. Pero ellos replican con todas
las ventajas que resultan de esto al pueblo de los atenienses. Ante todo, el recibir ellos,
durante todo el año, la espórtula procedente de las costas. Además, así administran las
ciudades aliadas bien sentados en sus casas, sin viajes por mar, y con ello defienden a los
del pueblo y arruinan en los tribunales a sus contrarios. En cambio, si cada cual ventilara
sus litigios en su país, en su aversión hacia los atenienses condenarían a quienes de entre
ellos fuesen adictos al pueblo de los atenienses. Y aparte de estas cosas, he aquí otra
ventaja que le reporta al pueblo de los ateniense el que los pleitos de los aliados se vean
en Atenas: en primer lugar, la centésima percibida para la ciudad en el Pireo se hace
mayor; y encima, el ganar más si uno tiene hospedería; y además, si uno tiene una yunta o
un esclavo, el percibir un alquiler; y también los heraldos salen gananciosos de las
estancias de los aliados. Y aparte de esto, si los aliados no fueran allí para sus pleitos, no
honrarían a ningún ateniense más que a los que les visitaran, es decir, a los estrategos,
trierarcos y embajadores; y, en cambio, así cada uno de los aliados se ve obligado a
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suplicar en los tribunales y a alargar la mano a todo el que entra. Por eso los aliados se han
convertido más bien en esclavos del pueblo de los atenienses.
[...]
Por lo que a mí toca, yo disculpo al pueblo en general que sea demócrata, porque merece
indulgencia todo aquel que tiende a su propio bien; pero quien, no siendo del pueblo, ha
preferido vivir en una ciudad democrática antes que una oligárquica, ése se dispone a
delinquir y sabe que el que es malo pasa inadvertido en una ciudad democrática mejor que
una oligárquica. De manera que, con respecto a la república de los atenienses, no alabo el
sistema, pero, una vez que se decidieron a vivir democráticamente, me parece que
conservan fielmente la democracia usando de los procedimientos que he mostrado.
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