SEGÚN Aristóteles, la fábula es la más importante de las partes

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EL ANTI-TEATRO EN LA CANTANTE CALVA*
MARÍA DEL CARMEN BOBES NAVES
Universidad de Oviedo
INTRODUCCIÓN
SEGÚN Aristóteles, la fábula es la más importante de las partes
cualitativas de la tragedia y a ella se subordinan, ateniéndose a
normas funcionales o estructurales, todas las demás: los caracteres, el pensamiento, el discurso verbal y el espectáculo, cuyo sentido general y único se cierra y se afianza en el desenlace. Las
partes cualitativas no se manifiestan en el texto en bloques, sino
de modo discrecional, cuando son necesarias y oportunas para la
construcción de la trama, para el dibujo de los caracteres y para
la expresión del pensamiento. Por el contrario, las partes cuantitativas (prólogo, párodos, episodios, éxodos y epifonema) se suceden linealmente en el texto y en la representación siguiendo un
esquema argumental básico y general, en tres partes: planteamiento, nudo y desenlace, o formalmente en tres actos (o cinco),
cada uno de los cuales significa un avance de la historia, encaminado hacia el desenlace del texto y de la representación.
Frente a este esquema lógico y progresivo que el texto
dramático mantuvo, con pocas variantes, durante siglos, a finales del XIX se inician cambios cada vez más intensos, que alteran la lógica secuencial de los motivos, atentan contra la unidad
de la fábula y contradicen el sentido del discurso; son cambios
que conducirán, en un contexto social y psicológicamente propicio, al Teatro del Absurdo. En 1950 se estrena en París la obra
de Ionesco La cantante calva, que se ha considerado la piedra
angular del cambio.
Vamos a hacer un análisis comparativo de las partes de la
tragedia tradicional y de la primera obra del teatro del absurdo
para ver cómo han cambiado en sus principales categorías y
unidades y qué significado tienen los cambios. Empezaremos
––––––––––––
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Recibido: 2/julio/2010. Aceptado: 2/septiembre/2010.
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por las partes cuantitativas, porque se identifican inmediatamente en el texto, y nos servirán de referencia para valorar la
alteración de las partes cualitativas cuya manifestación discrecional hace más difícil su identificación.
DESTRUCCIÓN DEL ESQUEMA. PARTES CUANTITATIVAS
La cantante calva es una obra en un acto con once escenas. Los
espacios y los tiempos de la obra, el desarrollo de la trama y la
construcción de los caracteres, a pesar de los cambios en el discurso, son los propios de una comedia de salón. El director de
escena puede dar forma escenográfica a la teatralidad implícita
en las indicaciones del texto escrito [anotaciones y didascalias],
y puede hacerlo de formas diversas, dentro del esquema de
comedia de salón, siguiendo su propia lectura del Texto Espectacular, que, como obra de arte literario, es polivalente semántica
y formalmente y admite diversas puestas en escena, de la misma manera que el Texto Literario admite varias lecturas.
En general podemos decir que La cantante calva se presenta
como una comedia de Salón, es decir una comedia de ambiente
burgués cuyos conflictos se plantean y se resuelven en el salón
de una casa, donde varios personajes se encuentran, salen y
entran y charlan, generalmente sobre relaciones adúlteras. El
espacio escenográfico es el tradicional en este tipo de comedia,
«una sala decentemente amueblada», que en esta obra está en
una casa de los suburbios de Londres, con unos sillones, una
chimenea, un reloj que toca las horas de forma absurda «subrayando las réplicas, con más o menos fuerza, según el caso». A lo
largo de la obra se mantiene el espacio escenográfico y toda la
historia transcurrirá en el mismo salón.
El espacio lúdico de La cantante calva, creado por los movimientos de los actores a lo largo de la representación, exige una
puerta a la derecha hacia el interior de la casa, o quizá una escalera al piso de arriba, por la que salen y entran en escena los
señores Smith, y una puerta a la izquierda, al exterior, por la
que entrarán Mary, los Martin y el bombero.
Las escenas se cuentan por entradas o salidas de personajes.
En relación a la trama, hay tres escenas principales (1ª, 4ª y 8ª);
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las demás son de coordinación o de secuencia y se limitan a
unir o prolongar las otras. En la 1ª están los Smith, en la 4ª los
Martín, luego se reúnen estas dos parejas que permanecerán
hasta el final, y en la 8ª se sumará el bombero. Hay cinco personajes que actúan: los Smith, los Martin y el bombero, y un personaje coordinador, Mary, la criada.
La escena 1ª la realizan el señor y la señora Smith en una
conversación que en su primera parte es un monólogo de la
señora sobre la cena familiar; el marido no habla, sólo asiente
con un chasquido de lengua; luego, entre largos silencios y
campanadas del reloj, hay un diálogo absurdo que trata de vecinos vivos y muertos. Como todos los primeros actos, informa
al espectador dónde, cuándo, cómo transcurre la vida de la familia Smith, en los suburbios de Londres, al modo inglés. No se
plantea un posible conflicto dramático, aunque se crea tensión
con los enfados de la señora cuando su marido le lleva la contraria, o simplemente no asiente a sus palabras o historias.
El matrimonio Martin escenifica la segunda conversación en
una larga escena que revisa el recurso, tan frecuente en el teatro, de la anagnórisis, reduciéndola al absurdo. Se reincorporan
los Smith al escenario patente, y los dos matrimonios intentan
una conversación [Esc. 7], que no fluye como las anteriores: a
todos les cuesta hablar y los silencios alternan con la palabra,
como si se mascase una tragedia. Se suceden relatos absurdos,
con censuras, indecisiones, extravagancias, de todo menos una
historia lógica. A la falta de lógica en la palabra, se suma la falta
de lógica de las acciones: llaman a la puerta y no hay nadie,
hasta que a la cuarta llamada aparece el Capitán de bomberos,
que viene en funciones de tal, buscando fuegos que apagar.
La escena 8ª es una fuerte discusión sobre la posibilidad de
que suene la campanilla sin que haya nadie a la puerta, sobre la
lógica de lo ilógico, sobre el subjetivismo de la lógica: que haya
alguien que llame o que no haya nadie, a la señora Martin eso le
parece lógico.
La discusión entre el señor y la señora Smith inicia una gran
tensión, paralela a la que se suscita generalmente en las comedias
de salón al comienzo del último acto para elevar el climax antes
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del desenlace; las intervenciones se suceden, sin lógica, sin tema
único, sin avanzar en el tono trágico, según la razón, a pesar de
lo cual la Sra. Smith afirmará que con el bombero han pasado un
cuarto de hora cartesiano. Se manifiesta que hay lógica, que es lógico lo que ocurre, mientras el espectador verifica lo contrario.
Mary, la criada, como personaje coordinador que introduce a
los demás, rompe telón y apela al público para aclarar que ella
es realmente Sherlock Homes y entra y sale cuando le parece y
al final pretende participar en la acción, contando anécdotas,
como los otros.
El desenlace escénico de la obra no concluye nada, pero a
medida que se avanza hacia él crece la tensión en la palabra,
primero en las frases, luego en las sílabas, hasta un coro final,
en el que todos gritan sin ningún sentido. Después del desenlace escénico, la obra volverá a empezar: los Smith repiten la escena inicial, aunque desde la centésima representación quienes
reinician la obra son los Martin. El texto da testimonio de lo
absurdo de la vida humana, transcurre con un discurso absurdo, carece de desenlace, admite un retorno continuado, y los
personajes pueden repetirse sin alterar las anécdotas, que son
válidas para cualquiera.
No hay trama; los motivos se suceden sin conexión temática,
tampoco la tienen en su interior; la palabra expone relatos cortos y anécdotas insustanciales que se suceden para llenar el
tiempo de la representación; nada tiene sentido, en la trama, en
los motivos, en los caracteres. Las contradicciones son constantes desde la primera escena: los Smith hablan de Bobby Watson
y su mujer, que se llama como él, también los abuelos y un tío
se llaman igual; dicen que no tienen hijos, luego que tienen un
chico y una niña, que también se llaman Bobby Watson, y así
sigue la conversación sin sentido. Pero se pueden interpretar
algunas cosas interesantes:
1. En las tres conversaciones hay el mismo pensamiento: todo
es absurdo, incongruente y contradictorio. Es absurda la conversación inicial, el monólogo de la señora Smith que dice a su
marido lo que él ya sabe sobre la cena familiar. Estamos ante
una parodia: casi todas las comedias de salón empiezan con
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escenas cotidianas que informan al espectador, no a los personajes, de los antecedentes de la historia, y para lograr un mínimo de verosimilitud utilizan algunas convenciones o «estrategias escénicas», como la llegada de un amigo al que no se ha
visto en años, y se resume para él la pre-historia del drama.
Resultaría absurdo que las conversaciones escénicas se sucediesen para que los personajes repitan lo que todos saben solamente para informar a los espectadores: el tiempo en escena es un
bien muy escaso y debe ser utilizado con prudencia. Ionesco
pone de relieve la artificiosidad de un teatro que se aproxima al
género narrativo, con relatos del pasado buscando su autosuficiencia. También es una parodia del teatro anterior la escena de
agnición de los Martin, y los relatos o anécdotas que cuentan
unos y otros en la escena 8ª, con el bombero. La tensión se crea
con escenas absurdas, palabras que carecen de lógica conectiva,
sílabas sin sentido que únicamente expresan intensificación
fonética y exaltación de los personajes.
2. La reiteración de motivos sin conexión causal quita dramatismo a la historia, y para mantener el climax se enciende
cada poco la tensión con una queja, con lágrimas de las señoras
o enfrentamientos incipientemente dialécticos entre los personajes; se aumenta en el desenlace, que llega al paroxismo, a la
vez que las frases traspasan el absurdo para ser frases hechas, o
sólo sonidos. Resulta sorprendente que se pueda crear tensión
con la sucesión textual de motivos sin sentido, pues la tensión
siempre se había apoyado en los contenidos sentimentales,
mentales o dialécticos, no en la fonética: palabras o sílabas que
se repiten con ritmo trepidante y tono cada vez más elevado.
Se destruye el sentido textual y se crea, a pesar de todo, un
drama cuyo pensamiento se muestra nítido: los personajes, con
sus palabras, aunque estén semánticamente vacías, se conocen,
se reconocen, crean tensión, crean malestar, euforia, calma, etc.
Resulta que el teatro sin sentido es un proceso de comunicación
como el teatro con sentido, que le sirve de marco general de
referencias.
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MODIFICACIÓN DE LAS PARTES CUALITATIVAS
Un nuevo modo de entender el mito o fábula, los caracteres o
personajes, el pensamiento o subtexto y en relación a éstas todas
las categorías y unidades dramáticas, elimina la progresión causal
de los motivos de la trama y la relación causal entre el personaje y
la acción, sustituyéndola por una acumulación arbitraria de motivos; el texto de las obras del absurdo carece de trama, no avanza
con lógica hacia el desenlace de un conflicto planteado y desarrollado en el nudo de la obra; avanza sólo en el tiempo y en el espacio textuales, añadiendo motivos que sólo implican progreso
discursivo y no son un paso adelante en la historia; la sucesión
de motivos diferentes, sin relación entre ellos conduce a la circularidad, una especie de retorno continuado e incoherente: este es
la interpretación que sugiere el que los señores Martin, al terminar el espectáculo, vuelven a empezarlo, y lo mismo sería que lo
empezasen los Smith: la obra muestra en su texto que el absurdo
vuelve a empezar, con cualquier personaje.
Ha desaparecido la historia como una trama organizada con
leyes estructurales, que garantizan la belleza de las relaciones y
leyes funcionales que garantizan la finalidad del teatro, la catarsis, y el texto se ha convertido en un discurso abierto que podría
seguir más allá del desenlace y podría haber acabado antes,
pues no hay final lógico, y sólo personajes y acciones incoherentes y absurdos.
Los cambios que se habían dado hasta ahora en los esquemas dramáticos se localizaban en los temas, en el subtexto o
pensamiento, en relación con el contexto cultural y social y no
implicaban la negación de las leyes estructurales o funcionales
del drama y, por ello, alteraban poco el esquema dramático. El
Teatro del Absurdo es una transformación profunda de los modos de construcción del teatro y de algunas de sus partes cualitativas: no sólo elimina la progresividad de la historia y deconstruye la fábula en sus fases sucesivas como enfrentamiento que
avanza hacia un desenlace lógico, sino que destruye la historia
como unidad autónoma y cerrada y la sustituye por episodios
inconexos, por palabras arbitrarias que carecen de tema único.
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Ionesco dice expresamente que no quiere hacer teatro, sino
antiteatro; su texto es antiteatral y sus obras aspiran a ser antipiezas. El anti- ha emergido con tal fuerza que Lamarchand lo
extiende al paratexto, concretamente al prólogo: al aceptar escribir este Pólogo, o anti-Prólogo, para el primer volumen de Teatro de
Eugène Ionesco… Parece que la idea consustancial al Teatro del
Absurdo es ir contra las partes cualitativas y categorías, contra
los esquemas y conexiones del teatro anterior. No estamos, por
tanto, ante un teatro nuevo, sino ante un antiteatro, que toma
como contrapunto el teatro anterior, cuyas partes cualitativas
serán alteradas sistemáticamente hasta donde es posible, a fin
de cambiar el sentido, tanto semántico como pragmático, de las
piezas o antipiezas.
Las obras del Absurdo no pretenden, como la tragedia clásica, conducir al espectador por sendas razonables hacia la solución de conflictos humanos, porque ni siquiera plantean conflictos, y cuando asoma alguno, se agota en sí mismo, sin relación
con un tema central, porque no atiende a la unidad, la progresión y la linealidad de una trama. Al comparar el texto de una
obra del Absurdo con un texto dramático clásico, comprobamos
que los cambios más destacados se refieren a la alteración de las
dos primeras partes cualitativas, de Aristóteles: la fábula y los
caracteres, siguiendo una lógica sistemática de tipo negativo,
que se manifiesta en el discurso y en la dispositio de los motivos
en la trama.
DESTRUCCIÓN DE LA FÁBULA
Efectivamente los cambios introducidos por el teatro de Ionesco
afectan inmediatamente a la primera de las categorías dramáticas aristotélicas, la fábula o mito. La cantante calva no construye
una trama con unidad, pues los motivos se suceden sin someterse a leyes lógicas, causales y cerradas entre las partes y de
éstas con el conjunto, se siguen unos a otros sin más vinculación
que la temporal y la espacial, sin vinculación de causa a efecto;
el objetivo de la secuencia es lograr un esquema anti- respecto al
esquema dramático anterior, en el texto y en la representación.
Todo es arbitrario, inesperado y absurdo, y cuando el texto
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habla de relaciones causales, como cuando habla de lógica, no
existen, ni siquiera en el interior del mismo motivo; la escena 1ª
del Acto I de La cantante calva, puede servir de modelo:
Sra. Smith: -¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado,
patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua
inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en
los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.
El espectador sabe perfectamente que no hay relación causal
entre la cena, los suburbios de Londres y el apellido Smith, sólo
hay concomitancia: los personajes se apellidan Smith y han cenado bien y además viven en los suburbios de Londres. Precisamente fue un autor inglés, Hume, quien despertó a Kant de
su sueño dogmático que le llevaba a relacionar causalmente los
fenómenos contiguos en el tiempo o en el espacio. Los personajes de Ionesco no han despertado aún del sueño dogmático, o
han vuelto a él. Tampoco hay relación causal entre la escena de
los Smith y la de los Martin; parece que hay amistad entre las
dos parejas y tenían previsto cenar juntos, pero como los Martin
se han retrasado, los Smith cenan sin esperarlos, y se ausentan
del salón cuando ellos llegan. La escena protagonizada por los
Martin se desarrolla en el salón y sucede a la de los Smith, sin
aludir a ella, y así van sucediéndose las escenas con Mary, con
el bombero, que llega buscando un fuego que apagar y de paso
forma parte de la reunión en la sala decentemente amueblada y
en la conversación absurdamente planteada y vivamente seguida por los presentes en cada escena.
Hay otro tipo de absurdo en referencia a las construcciones
de la razón y a los presupuestos de la trama que avant la lêttre,
se encuentra ya en el teatro anterior, por ejemplo, en el clásico
español [Bobes, 2010], o en alguna obra de Mihura, como Tres
sombreros de copa (escrita en 1932, aunque representada en 1952).
Me refiero a los argumentos, absurdos en sus planteamientos
causales y también en su discurso verbal. Parece absurdo que la
comedia de capa y espada presente como escenas regocijadas la
falta de libertad de las mujeres, y que el público ría y aplauda
durante más de cien años en obras sin cuento las mentiras, en-
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gaños y trapacerías, la falta de sensibilidad familiar de las discretas damas para eludir una boda que no es de su gusto. Estas
obras, y otras de género dramático y narrativo que podríamos
considerar, plantean conflictos absurdos, en secuencias absurdas que disocian libertad y responsabilidad y llevan a un desenlace absurdo: una boda, que no resuelve el problema social,
familiar y personal de la convivencia de hombres y mujeres.
Al revisar los presupuestos y desarrollo de las obras de teatro clásico español, se comprueba que se explican mediante un
proceso de inversión [Mauron, 1998], cuyo subtexto es un
auténtico clamor por un cambio en las relaciones de hombres y
mujeres que reconozca la libertad y la responsabilidad individual. La comedia de capa y espada y el drama de honor y celos
resultan absurdos en sus planteamientos, y, admitidos éstos, los
motivos se suceden en el texto sólo en relaciones espaciales: uno
detrás de otro; no se sabe por qué las damas hacen lo que hacen
y así lo reconocen ellas mismas, pues su único objetivo consiste
en dilatar los acontecimientos, sin que respondan a un plan
lógico. Con todo, el absurdo de estas obras clásicas no afecta a
la unidad de una trama, cuyos personajes muestran gran ingenio en el diálogo y razonan muy donosamente, se limita a los
esquemas, mientras que el moderno Teatro del Absurdo extiende la falta de lógica también al discurso.
DIÁLOGO Y CONVERSACIÓN
Otra de las partes cualitativas que el Teatro del Absurdo
presenta como anti-, respecto a los usos habituales del teatro
anterior, es el discurso. En el texto tradicional, la fábula transita
y es construída por el diálogo; en el Teatro del Absurdo el diálogo se sustituye por la conversación, que entretiene y ocupa un
espacio y un tiempo, pero no informa, ni construye una historia. Ambas formas de discurso, diálogo y conversación, tienen
muchos rasgos comunes y con frecuencia se confunden, pero no
son iguales, no responden a la misma finalidad semántica o
pragmática, no se textualizan de la misma manera y generan
interpretaciones muy diferentes.
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Al levantarse el telón, La cantante calva ofrece el espacio habitual del teatro a la italiana: un escenario de medio cajón, escenográficamente preparado para una comedia de salón, es decir,
una sala decentemente amueblada y unos personajes burgueses
sentados, que empezarán a hablar de inmediato. La escena, como siempre, y antes de que los actores empiecen a hablar, establece un diálogo primario en el ámbito escénico, entre el escenario y la sala; el espectador se afana por interpretar los signos no
verbales que ve en escena: estamos en el interior de una casa
inglesa, ante una pareja, él lee el diario, ella cose calcetines; todo
crea una situación que propicia, apoyándose en la experiencia
del espectador, y aprovechando su imaginación, un comienzo
cotidiano, es decir un diálogo sobre temas de la vida ordinaria,
que poco a poco, y mediante informes que aparecen discrecionalmente, irán descubriendo conflictos de frustración, de infidelidad, de engaño, de soledad, de abandono, etc.
Tales expectativas sobre la comedia de salón, empiezan a
desmoronarse al oir las primeras palabras, el espectáculo no las
confirma y exige una atención activa, pues su desarrollo no es
lo habitual: no hay diálogo, sino monólogo, y los temas no encajan en la lógica dramática, son absurdos; hay una actividad verbal sobre temas inconexos.
El diálogo es un proceso verbal con unas exigencias determinadas: es una actividad por turnos, compartida por dos o más
interlocutores, en presencia, cara a cara, con un tema único, propuesto o aceptado por los hablantes, sobre el que tienen posiciones alejadas y al que todos aportan informes e ideas para acercar
posturas, con cesiones para salvar distancias y avanzar hacia un
acuerdo, sin desviaciones ajenas al propósito del diálogo, que los
interlocutores procuran corregir; su finalidad es sobrepasar enfrentamientos y llegar a acuerdos en el desenlace. El diálogo no
trata de rechazar o imponer posturas, no tiene como objetivo
descalificar ni avasallar, sino acordar. Estas son las exigencias del
diálogo y su objetivo, que puede alcanzarse o no.
Inicialmente los interlocutores tienen posturas alejadas; las
palabras, las explicaciones ofrecen argumentos para alcanzar, si
es posible, un acuerdo, o en otro caso sobreviene la ruptura. La
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palabra en cada momento da testimonio de estancamiento o de
avance hacia el desenlace y sirve de esquema de construcción
de las escenas, en consonancia con otros signos no verbales, por
ejemplo, signos gestuales o proxémicos: los actores se acercan,
se alejan, se dan la espalda, se miran de frente, mueven las manos, ponen ceño, miran de forma insolente, etc. puesto que estamos ante un lenguaje cara a cara, en tiempo y espacio presentes y compartidos.
El diálogo es el discurso elegido y consagrado desde los inicios del teatro para dar forma verbal a los conflictos, por tanto, se
espera que cumpla su objetivo de llevar poco a poco, por sus
pasos, a un desenlace, feliz o funesto, pero lógico, de acuerdo con
los planteamientos. Continuamente la palabra crea tensión entre
los hablantes, que se traslada a la percepción del espectador,
según avance o retroceda la virtualidad del consenso. Mediante
el diálogo, Creonte y Antígona esperan alcanzar un entendimiento que evite el castigo y la muerte y, a medida que hablan, crean
en el público expectativas que suscitarán compasión y terror,
hasta que llegue el desenlace, en el que ya no cabe esperanza.
La expresión dialogada es el discurso del teatro desde su
nacimiento; consagrado por el uso, parece consustancial al teatro como fórmula de enfrentamiento o de acuerdo; está justificado por la presencia de los personajes, que tienen que hablar
por turnos, cara a cara, en presente que progresa dando cuenta
de lo que está ocurriendo y previendo lo que puede ocurrir, a
medida que va argumentando; lo propio del teatro es el presente mimético, dialogado, no el pasado diegético, relatado, más
propio de la narración.
La conversación, como lenguaje cara a cara, en situación, por
turnos, en presente, en simultaneidad con signos no verbales,
gestuales, proxémicos, etc., comparte con el diálogo muchos de
los rasgos y se diferencia en que no exige un tema único, no progresa hacia un final, puede entretenerse, divagar, dar vueltas y
seguir una disposición circular, no lineal, puede acabar en cualquier momento sin que se considere un fracaso, no compromete
a los hablantes para un acuerdo y los interlocutores no están
obligados a seguir el tema, pueden introducir otros, incluso pue-
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den no atender a sus interlocutores. La conversdación es un entretenimiento, no un camino hacia un acuerdo [Bobes, 1992].
Podemos afirmar que en este punto reconocemos uno de los
rasgos más decisivos del Teatro del Absurdo: los personajes
hablan y hablan, sin lógica progresiva, eligen y cambian continuamente de temas y no concluyen nada: no podemos decir
que al final del primer acto se haya planteado un problema, que
se desarrollará en el segundo y se cerrará en el tercero. Al final
de la obra se puede volver a empezar con los mismos temas, las
mismas actitudes, sólo cambiará el tiempo, y efectivamente La
cantante calva vuelve a empezar, con los mismos personajes, los
Smith, o con otros, los Martin, es indiferente: la conversación
seguirá sobre temas parecidos, sin acuerdos, sin progreso, sin
compromiso. De hecho éste es el sentido de que tenga solamente un acto: hay planteamientos, pero no hay nudo ni desenlace.
Las obras del Absurdo parece que eligen la conversación
como un discurso intranscendente destinado a justificar la presencia escénica de los personajes: puesto que el teatro se desarrolla sobre la escena y, como los actores no van a estar callados, conversan, de modo que, digan lo que digan, la trama no
avanza, porque no hay historia, sólo divagaciones y testimonio
de vida, de relaciones, de problemas absurdos. Dicen lo que les
parece, pero no crean ninguna historia.
Si en La cantante calva repasamos los temas que tratan los actores sobre la escena, comprobamos la falta de relación entre ellos:
la cena de los Smith; sus vecinos, sus enfermedades y sus médicos; la escena de agnición de los Martin; la aclaración de Mary y
su máscara; la dificultosa conversación de los Smith y los Martin
que no encuentra tema común; la discusión lógica sobre los que
llaman o no a la puerta, etc. Aquí apunta otro tema de la filosofía
actual: el valor de la experiencia: la Sra. Smith ha comprobado por
tres veces que llaman y no hay nadie, por lo que llega a una conclusión general: cuando suena la campanilla no hay nadie en la
puerta; la experiencia lo confirma por tres veces. El Sr. Smith, por
el contrario comprueba, a la cuarta llamada, que cuando suena la
campanilla hay alguien en la puerta, puesto que va a abrir y encuentra al bombero. Con su experiencia directa, los dos sacan sus
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concluiones que enuncian en forma general; discuten entre ellos
porque sus experiencias se contradicen, hasta que el bombero
advierte que es cuestión de extensión de los enunciados:
Los dos tienen un poco de razón. Cuando llaman a la puerta a veces hay alguien y a veces no hay nadie
La escena y la discusión recuerdan los argumentos de la
lógica lingüística con el ejemplo clásico sobre la validez científica de la experiencia: todos los cisnes son blancos, hasta que se pone a la vista un cisne negro, que hará modificar la extensión del
enunciado: algunos cisnes son blancos / algunos cisnes son negros.
El sustituir el diálogo por la conversación no es una novedad
del Absurdo, ya aparece en textos anteriores, por ejemplo en las
obras dramáticas de Chéjov, en las que la trama camina inexorable hacia el desenlace, independiente del diálogo de los personajes, que divagan con conversaciones frívolas, inconexas,
fuera de contexto: mientras se oyen los hachazos que talan los
cerezos del jardín, los personajes conversan sobre naderías.
También encontramos conversación en algunas comedias de
salón donde los personajes, sentados en los sofás de la sala decentemente amueblada, charlan de temas variados, ajenos a los
hechos, mientras la trama discurre fuera de la escena.
Podemos concluir que el Teatro del Absurdo es anti- en la
trama, que la sustituye por eskeches sin conexión lógica, y es
anti- en el discurso en el que pasa del diálogo a una conversación desvinculada e independiente muchas veces de la trama,
de la tensión creada, del desenlace y es anti- en la lógica, a la
que continuamente contradice. No encontramos en el teatro
anterior obras en las que el absurdo afecte a la historia y al discurso a la vez, pero sí obras con fábula absurda y diálogo con
sentido (teatro clásico español) y obras con un discurso absurdo, pero con trama lógica (Chéjov).
Concluimos que en el Teatro del Absurdo la conversación,
que en sí misma no es dramática pues no exige desenlace, sustituye al diálogo, que intrínsecamente es dramático, porque tiende inexorable hacia un desenlace o una ruptura. En La cantante
calva, la tensión es generada por el tono, por el enfrentamiento
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de los personajes, por reacciones que no son en sí mismas tensas, pero se representan como si lo fuesen; aquí la tensión
dramática se independiza de la palabra y sus valores semánticos y aparece con otros signos paraverbales, gestuales, proxémicos, y es creada por las actitudes de los personajes.
CARACTERES
Los caracteres, o personajes, se mantienen en La cantante calva como unidades de referencia, pues son una de las partes
esenciales del discurso y de la trama. Los personajes tienen la
palabra, sea diálogo o sea conversación, y viven los problemas.
No hay teatro ni antiteatro sin trama, sin personajes, sin palabras, tampoco lo hay sin pensamiento. Aristóteles, sin duda,
estuvo fino en la determinación de las partes cualitativas o
esenciales del drama; él las describió tal como se presentaban
en la tragedia ática; después han sufrido modificaciones, pero
están siempre en el drama, situadas en el cronotopo.
Los personajes de La cantante calva se presentan por su etiqueta semántica, es decir, un nombre propio: señor y señora
Smith, señor y señora Martin, o por su profesión, Bombero, o
por las dos: Mary, la criada. No hay en esta obra un intento de
destrucción textual del personaje proyectando sobre su nombre
confusiones y ambigüedades. El nombre propio tiene un valor
denotativo inmediato que conservará en todo el texto y discrecionalmente va acogiendo los rasgos que se predican de él para
construir el personaje en unidad y en coherencia. Todos permanecen fieles al nombre, y éste sin ambigüedades acoge sus rasgos, sus relaciones y su función. No obstante, como hará en
obras posteriores, por ejemplo, en Jacobo, o la sumisión, Ionesco
experimenta sobre el valor denotativo del nombre al referirse al
difunto Bobby Watson, y alerta sobre identidades verbales que
pueden ser confusas o ambiguas, pues su mujer, según explica
el señor Smith:
se llama Bobby Watson como él, Bobby Watson. Como tenían el
mismo nombre no se podía distinguirlos cuando se los veía juntos.
Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién
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era uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame.
Los caracteres o personajes se construyen en el teatro tradicional atendiendo a tres principios: unidad, coherencia y discrecionalidad. El principio de unidad se asegura en La cantante
calva con la identificación del nombre al que se le atribuyen inequívocamente rasgos individuantes. El principio menos seguro
es el de la coherencia ya que los personajes no son lógicos en su
discurso, se contradicen, se desdicen y hacen preguntas idiotas,
según le dice el señor Smith a su mujer, etc., así Mary se presenta, al comienzo de la escenas II: Yo soy la criada, y luego en la
escena V aclarará que su verdadero nombre es Sherlock Holmes. Nada está seguro, nada es coherente en su ser, de la misma manera que todo sistema de argumentación puede derrumbarse por un detalle que aniquila toda la teoría, a pesar de las coinciedencias extraordinarias que parecen pruebas definitivas, y así lo
afirman los Martin, que dan una de cal y otra de arena en la
escena de agnición. Finalmente el principio de discrecionalidad
es insoslayable: el discurso informa de los rasgos de los personajes, sucesivamente y por partes, no de golpe. La obra literaria
es una trama, no un informe.
La construcción de los personajes reconoce siempre los tres
principios, incluso en las obras que intentan deconstruirlos, pues
no anulan su unidad. No todas las obras aplican los principios de
la misma manera, porque dependen de la concepción funcional
del personaje (actante), de la forma de presentación textual
mimética o idealista (estilo), de los cambios del concepto de persona (mimesis). De todos modos, las alteraciones no afectan a la
categoría personaje, sino a las variantes de forma y de concepto.
Comprobamos lo dicho analizando, por ejemplo, el personaje
de la señora Smith: se presenta con un nombre, el de casada, y a
ese nombre le corresponden rasgos que se enumeran o se deducen de sus palabras y de sus actuaciones, también de las palabras
de los otros personajes: es una sutil observadora, es una buena
ama de casa, hace juicios sensatos, pues sabe valorar cuál es el
mejor tocino, el mejor yogur; tiene un carácter un tanto irónico y
se ríe un poco de su marido, cuando dice que no es apetito lo que
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le falta y que es más soso que la sopa con poca sal; es responsable
y organiza bien las comidas de su familia; es una buena madre
que educa a los niños en austeridad, no les da ejemplos de gula
porque hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida; es
muy sensible y pide a su marido que la trate bien, le enseña los
dientes, y llora, si le lleva la contraria o se pasa en sus palabras;
se muestra muy segura en las discusiones, apoyándose en su
experiencia: si llaman a la puerta y comprueba que no hay nadie,
no puede decir otra cosa, por más que su marido oponga la experiencia contraria. Tiene sentido del humor y cuando el bombero
pregunta por la cantante calva, suscitando la incomodidad de
todos, es ella la que contesta: sigue peinándose de la misma manera,
vinculándose así al tema central que da título a la obra, aunque la
cantante no aparece en el texto más que en esa pregunta del
bombero. No hay incoherencia en el diseño de la señora Smith,
pero no es funcionalmente sujeto de ninguna historia: sus palabras se quedan en palabras y no implican coherencia con un modo de actuar en la trama.
Los otros personajes están dibujados también desde una
óptica absurda y podríamos hacer su configuración descriptiva,
funcional, social, familiar, etc: todos se atienen en su construcción a los tres principios que hemos señalado, pero siempre
fuera de la lógica tradicional del texto dramático, tanto en su
estructura como en sus funciones.
PENSAMIENTO. PRESUPUESTOS Y REFERENCIAS LÓGICAS
Las modificaciones que aporta el Teatro del Absurdo se manifiestan principalmente en esas partes cualitativas de la obra,
fábula, caracteres y discurso verbal, pero repercuten también en
los presupuestos y en el pensamiento.
En la trama, La cantante calva no observa las leyes estructurales ni las funcionales de la poesía escénica, a pesar de que continuamente los personajes advierten que no faltan a la lógica,
que son cartesianos; en realidad la obra sustituye las relaciones
causales y las leyes lógicas por una técnica acumulativa: las
secuencias y los motivos se insertan uno tras otro sin relación
entre ellos y culminan el absurdo al confrontar las relaciones
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del texto con las formas lógicas, o esperadamente lógicas, que
normalmente crean expectativas en el lector o en el público. La
técnica acumulativa en la construcción del drama genera en el
espectador una continuada frustración lógica, porque no satisface las expectativas argumentales que crea.
Y, sin embargo, los personajes aluden a la lógica, quizá para
colocarla en el horizonte de referencias y señalar su contradicción: después de que el bombero resuelve el enfrentamiento de
los Smith sobre la experiencia en el tema de las llamadas a la
puerta, y afirma que los dos tienen razón, pero no toda la razón,
el Sr. Martín destaca: eso me parece lógico, y la Sra. Martín lo confirma: también yo lo creo; y cuando se despide el bombero, la Sra.
Smith resume: Gracias a usted hemos pasado un verdadero cuarto de
hora cartesiano. Todo muestra que estos personajes de conversaciones absurdas tienen como marco de referencias la razón y la
lógica para contradecirlas.
Creemos que el presupuesto más general del Absurdo es,
más que su falta de lógica, su carácter anti- y así se presenta
desde el subtítulo. Es un teatro que se construye en contrapunto
del anterior en sus partes cualitativas, pero las mantiene y sigue
siendo teatro. Sus dramas ofrecen, como todas las obras del
género escénico, un Texto Literario y un Texto Espectacular, es
decir, un texto con valores literarios perteneciente a la poesía
escénica, que es semánticamente polivalente, como todos los
textos literarios y en general los artísticos, que admiten varias
lecturas, y un texto de carácter espectacular, integrado en el
anterior, que diseña una virtual representación escénica, según
el modelo de teatralidad del autor, y que también admite varias
escenificaciones, de modo que cada Director puede darle formas diferentes, es decir, el texto dramático es un Texto Literario
que se presta a varias lecturas y un Texto Espectacular que se
presta a varias escenificaciones.
Sobre este marco de referencias del género escénico, los dos
tipos de teatro, el tradicional y el absurdo, cubren el mismo
concepto de drama: el primero desarrolla la parte lógicamente
positiva, con seguridad basada en una larga tradición de siglos,
el segundo adopta la posición contra la lógica, la parte negativa,
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el absurdo, pero un absurdo realizado sobre la falsilla del teatro
tradicional. Semióticamente el proceso de comunicación mantiene los dos textos: el literario y el espectacular, dirigidos a la
lectura y a la representación y mantiene la polivalencia semántica de los dos.
PARALELISMO Y ANTIDejando aparte su manifestación anecdótica, que lógicamente es diversa en cada obra, tanto en la fábula como en los caracteres, en el pensamiento, en el discurso y en el espectáculo, el
esquema de la tragedia clásica suele articularse a partir de un
enfrentamiento de ideas encarnadas en sujetos que mediante un
discurso dialogado exponen las razones a favor o en contra.
Antígona discurre en la escena como una lucha verbal entre la
hija de Edipo y el tirano Creonte, en torno al pensamiento de la
jerarquización de dos ordenamientos jurídicos, el político del
tirano, y el natural que los dioses ponen en el corazón del hombre y defiende Antígona. Y, aunque no hay que descartar que el
conflicto tiene matices que proceden del carácter fuerte de los
dos personajes, lo que impide que cedan mínimamente en sus
posiciones, cada uno representa, y es una idea: el periodo clásico
griego no es época de relativismo, en la que todo valga.
La anécdota se abre con la orden de Creonte de negar honras
fúnebres a su sobrino Polinice; es una orden que Antígona desobedece, no por capricho, no por oponerse, como parece indicar
su nombre, sino porque sus creencias le dicen que sin tales honras, que incluyen ritos y enterramiento, el espíritu de Polinice
vagará sin descanso toda la eternidad.
El drama se plantea porque la orden no es justa, ya que Creonte, por muy rey que sea, no tiene competencia para legislar
sobre asuntos externos a la polis y no puede justificarse por
mantener el orden. Es justo que Antígona se oponga.
Desde este planteamiento, el drama discurre por los diálogos
siguiendo un esquema causal: Creonte condena a Antígona a
ser enterrada viva, ella se suicida en la cueva donde la entierran, y, como consecuencia, su prometido Hemón, hijo de Creonte, también se suicida, y lo mismo hará la esposa del rey. Una
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vez que la causalidad se pone en marcha, los suicidios se suceden sin que se puedan parar; los pasos del drama son inexorables hasta el desenlace y así ocurre en todas las tragedias, aunque con anécdotas diferentes. La tragedia planea en el texto
hasta un desenlace que podría haberse evitado, hasta un punto
a partir del cual es inevitable e inexorable. Las tragedias se inician siempre con hechos humanos, que alteran la justicia, las
relaciones, la lógica y que pudieron omitirse; luego será imposible pararlos; el subtexto, el pensamiento de las obras, cada
una de ellas y en su conjunto, parece advertir al hombre de la
necesidad de reflexionar sobre sus acciones y sobre las derivaciones que pueden desencadenar, pues luego exceden el control
humano.
La catarsis se produce por la tensión que suscita la posibilidad de evitar el desenlace funesto; el espectador cree que podrá
pararse la sucesión de hechos y que podrá evitarse el desenlace;
Creonte manda a sus hombres a liberar a Antígona, después de
que Hemón discute con él y le hace ver su decisión de morir
con su prometida, pero ya es inútil, ya no hay vuelta atrás.
Sobre un esquema lógico causal se construyeron la mayor parte de los dramas durante siglos; sus textos avanzan progresivamente con las partes cuantitativas y la trama se construye discrecionalmente con las cualitativas. El autor desarrolla sus posibilidades creadoras sobre el esquema causal, y el lector apoya en tal
esquema sus expectativas. El juego de todos estos elementos crea
un proceso de comunicación específico, el escénico.
Con el Teatro del Absurdo, el entramado se viene abajo, y no
somos tan ingenuos, como para pensar que un cambio así se debe a un deseo de epatar al burgués, como se interpretó en principio. El autor del prólogo a La cantante calva, Jacques Lemarchand,
apunta la idea de que está escribiendo un Antiprólogo y cuenta su
regocijo al verificar el desconcierto de los espectadores. Pero
creemos que el Teatro del Absurdo es más que la causa del fastidio de algunos espectadores ante un diálogo y una trama desconcertantes; la reacción más o menos irritada es sólo un detalle
del proceso de comunicación: recoge la opinión del receptor,
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pero es indudable que la obra tiene otro sentido en su ser anti- y
tiene unas formas nuevas que crean nuevos sentidos.
El Teatro del Absurdo cambia el esquema; en sus textos cada
uno de los motivos no es causa del siguiente, ni es efecto del
anterior; la trama puede estancarse en el primer motivo, que
puede repetirse o cambiarse; puede ser seguido por otro que no
tenga nada que ver con él, a no ser su carácter de anti-: nada
asegura que uno tras otro conduzcan de un modo coherente,
único y lógico a un desenlace previsto. El principio de causalidad es considerado como una construcción de la razón, que no
se da necesariamente en la realidad
El lector y el espectador del drama tradicional, asentados en
la comodidad de lo previsible, suelen entretenerse con la anécdota, sin preocuparse del esquema subyacente. Ante el drama
del Absurdo, el espectador no entiende el discurso, ni la trama
y trata de interpretar lo que está oyendo, las relaciones entre los
motivos, y al no poder hacer una lectura, se siente defraudado.
En este punto hay que colocar la afirmación de Jarry de que
relatar cosas comprensibles sólo sirve para entorpecer la mente y desviar la memoria, el absurdo ejercita el cerebro y hace trabajar la memoria. Lógicamente, el sentido y la verosimilitud de lo que pasa en
la escena es interpretado por cada espectador en su horizonte
de expectativas buscando modelos explicativos conocidos. Si no
puede encontrarlos, porque el texto resulta imprevisible, el lector fuerza la imaginación, puesto que la obra sigue, y le busca
caminos verosímiles, que probablemente serán anulados por un
desenlace inesperado, o por la falta de desenlace.
No estamos ante una deconstrucción del texto, pues a pesar
de la secuencia imprevisible por la que avanza, la obra del Teatro del Absurdo sigue tratando los problemas humanos que
tradicionalmente han planteado el texto teatral, siempre radicales en la tragedia y siempre mediante un proceso de inversión
en la comedia: la trascendencia, el sentido de la vida, la libertad,
la responsabilidad, la enajenación, la diferencia, etc. están en el
fondo del género dramático.
Podemos observar que en La cantante calva, Ionesco ha renunciado a trazar esquemas didácticos que ilustren a los espec-
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tadores advirtiéndoles de los peligros que derivan de poner en
marcha un proceso que luego se escapará de su control: si Creonte no hubiera cometido el error de prohibir las honras de Polinice, no llevaría a la muerte a su sobrina, a su hijo y a su mujer; completamente fuera de ese esquema lógico de irresponsabilidad, los Smith no comen buenas patatas con tocino porque
vivan en un suburbio de Londres, aunque así lo afirma la señora; la visita de los Martin no inicia una relación de enfrentamiento o de infidelidad; los diálogos no construyen ni matizan
caracteres, no hay escenas de conocimiento, ni de reconocimiento; tales escenas no conducen a resolver nada, son absurdas, y
sin embargo siguen siendo teatro y crean tensión dramática.
Queda anulada la lógica del relato y quedan también anuladas formas dramáticas, pero la antipieza mantiene la apariencia
de una trama, la apariencia de un diálogo, la presencia de unos
personajes, unas relaciones que amenazan con conflicto, y que
en un momento determinado tienen un final imprevisible, sin
producir catarsis.
Ionesco dedica a su esposa y a su hija «todo este Teatro» que
se aparta del tradicional y que en frase de Lemarchand, es seguramente el más extraño y espontáneo que nos ha revelado nuestra
posguerra. La Antipieza de Ionesco es Teatro, entra en el género
negando las unidades y el sentido, pero sin moverse de tales
categorías: cuestiona la fábula y su lógica, los caracteres y su verosimilitud, el pensamiento y su progresión, y se convierte en
una especie de parodia de las partes cualitativas de la tragedia.
Formas lógicas y formas absurdas pueden ser representadas y
efectivamente lo han sido.
El espectador se planteará ante esta situación si el teatro tiene sus límites en el texto, en la representación, o en alguna de
sus partes cualitativas. El Teatro del Absurdo va estirando experimentalmente hasta donde puede sus dudas. Lingüísticamente el diálogo queda despojado de sentido: la señora dice
cosas que no tienen interés pues son cosas consabidas, e informativamente no tienen más fin que señalar la insustancialidad
de la vida cotidiana; el señor ni siquiera llega a articular, chasca
la lengua para dar testimonio de su presencia y quizá de su
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atención, guarda las formas sociales, pero no las lingüísticas ni
las literarias; el monólogo es seguido por diálogo absurdo, sin
referencias lógicas.
Bueno, siempre hay críticos que con plantillas críticas acreditadas celebran las novedades en contra de los que buscan razones; siempre hay intelectuales con las intenciones de un miura
para epatar a burgueses que, por lo general, ya están de vuelta de
esas gracias y que al menor descuido las integran en el sistema.
El Teatro del Absurdo tiene más sentido que asombrar o desconcertar, señala la imposibilidad del hombre para controlarse.
Como resumen interpretativo final podemos decir que el teatro que surge en Grecia para explicar el paso del Caos a la sociedad organizada, el cambio de la ley de la venganza en la justicia institucionalizada [La Orestía], para establecer una jerarquización de los ordenamientos jurídicos [Antígona], o para
señalar la razón como fundamento del orden social y humano,
es un teatro que con pocas variantes en su esquema dura veinticuatro siglos. El Teatro del Absurdo que va contra lo racional y
lo seguro, contra lo psicológicamente válido y nos deja en el
relativismo del todo vale, es la expresión acorde con la sociedad
y los valores que siguen en Europa al desastre y al desánimo
posterior a las barbaridades de la Segunda Guerra Mundial.
Parece que hayamos vuelto al Caos, parece que la razón no es
eficaz, aunque en realidad parece que el desastre hay que achacarlo a la voluntad, no a la razón, que se ha olvidado. Es difícil
que el Absurdo tenga una continuación porque lo negativo no
matiza, sólo lo lógico admite matices y parece que efectivamente ha durado poco tiempo, pero éste es un tema de historia del
teatro.
BIBLIOGRAFÍA
BOBES NAVES, Mª C. (1992): El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico y
literario, Madrid, Gredos.
—(2010): Temas y tramas del teatro clásico español, Marid, Arco.
MAURON, CH. (1997): Psicocrítica del género cómico, Madrid, Arco.
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