«?Qué me dice usted del ladrón que murió en la cruz?» Un examen más detenido de Mateo 27.38–44; Lucas 23.39–43 ? David Roper ientras colgaba de la cruz, Jesús prometió a uno de los ladrones que había sido crucificado junto a Él, que ese día estaría en el Paraíso. Creemos que Jesús cumplió Su promesa; creemos que, cuando el ladrón murió, él fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, del mismo modo que Lázaro lo fue (Lucas 16.22). Sin embargo, esta verdad no prueba que el relato fuera dado con el fin de enseñar el camino de la salvación a los no cristianos de hoy. Es mucho lo que se da por supuesto en relación con el ladrón. Por ejemplo, muchas personas suponen que él era un «pecador extranjero». La expresión «extranjero» se refiere básicamente a alguien que no es ciudadano; a veces se usa en las Escrituras para hacer referencia a alguien que no es ciudadano del reino de Dios (vea Efesios 2.19). Los que mantienen esta postura creen que la salvación del ladrón constituye un precedente para los «pecadores extranjeros», esto es, las personas que no son cristianas. No obstante, el ladrón no pertenecía a la categoría de «pecador extranjero», sino a la de «hijo de Dios extraviado». Considere esto: ¿Quiénes lo crucificaron? Los romanos. ¿Acaso crucificaban los romanos a sus propios ciudadanos? La respuesta es «No».1 ¿A quiénes crucificaban? A súbditos desobedientes que hubiera en las inmediaciones. Los súbditos de esa región en particular eran judíos. Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que el ladrón era judío. Las palabras que dijo al otro ladrón: «¿Ni aun temes tú a Dios…?», constituyen un indicio de que era judío. La mayoría de los gentiles se habrían referido a «los dioses» en lugar de a un solo «Dios». Sin embargo, no era un judío obediente: había quebrantado por lo menos uno de los Diez Mandamientos (Éxodo 20.15). A pesar de esto, era judío. Esto lo hacía un hijo de Dios, porque, hasta M 1 Sobre los derechos de los ciudadanos romanos, vea David L. Roper, Acts 15—28 (Hechos 15—28), Truth for Today Commentary (Comentario La Verdad para Hoy), ed. Eddie Cloer (Searcy, Ark.: Resource Publications, 2001), 327. la muerte de Jesús, los judíos eran el pueblo escogido de Dios (vea Deuteronomio 7.6). Si de alguna manera de ejemplo ha de servir la salvación del ladrón hoy, lo será de cómo un cristiano extraviado puede hallar perdón; no de cómo una persona no cristiana puede hallar perdón. También, se supone que el ladrón no era bautizado. Sin embargo, su muerte se produjo cerca del lugar donde el ministerio de Juan el Bautista había dado comienzo varios años atrás. Mateo escribió acerca de la popularidad inicial de Juan: «Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados» (Mateo 3.5–6). Muchos que vivían en aquella región habían sido bautizados por Juan. Más adelante, cuando Jesús comenzó Su ministerio en la misma región en general, Él y Sus discípulos bautizaban aun más gente que Juan (Juan 4.1; vea 3.26). ¿No será posible que, en algún momento, el ladrón hubiera sido bautizado, ya fuera por los discípulos de Juan o por los de Jesús?2 Que así haya sucedido o no, no tiene importancia; sin embargo, no deben hacerse argumentos a partir de textos bíblicos con base en suposiciones. ¿Por qué digo que no tiene importancia que el ladrón haya sido bautizado o no? Como ya se aseveró anteriormente, la salvación de este jamás tuvo como propósito servir como modelo para los que hoy no son cristianos. Permítame darle tres razones para hacer tal afirmación. ÉL ERA SALVO ANTES QUE LA ANTIGUA LEY FUERA QUITADA Usar el relato del ladrón como ejemplo de conversión para los que no son cristianos en el presente, quebranta un principio que se enseña en 2a Timoteo 2.15, donde se lee: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como 2 Si así hubiera sido, el ladrón debería de haber oído a Juan o a Jesús enseñando. Esto ayudaría a explicar las palabras que dijo el ladrón acerca del reino de Jesús. 1 obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (énfasis nuestro). Una manera de usar bien la palabra de verdad consiste en distinguir entre lo relacionado con el período del antiguo pacto (el Antiguo Testamento) y lo relacionado con el período del nuevo pacto. La Biblia enseña que la muerte de Jesús es el evento que separa al antiguo pacto del nuevo. Pablo escribió a los Colosenses, diciendo: «[Dios] os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos, que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio, y clavándola en la cruz» (Colosenses 2.13–14). En caso de que hubiera duda acerca de cuáles reglas tenía presente el apóstol, este enumeró varias categorías en el versículo 16: reglas relacionadas con «comida o […] bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo». La frase «días de reposo» prueba que Pablo incluyó la ley de Moisés en su aseveración; uno de los Diez Mandamientos era «Acuérdate del día de reposo para santificarlo» (Éxodo 20.8). Las frases «anulando» y «quitándola de en medio» son expresiones tajantes que indican que la ley había sido abolida. ¿Cuándo ocurrió esto? Note las palabras «clavándola en la cruz». Esta no es una referencia a un trozo de madera en el cual fue clavado Cristo, sino que es una alusión a la muerte de Jesús. Él ha sido el único que cumplió el antiguo pacto, al guardar a la perfección los mandamientos de este; algo que ningún otro ha hecho. Al final de la vida de Jesús, ese pacto llegó a ser un acuerdo cumplido (vencido). El antiguo pacto fue «[quitado] de en medio» en el momento de la muerte de Jesús. Al mismo tiempo, el nuevo pacto entró en vigor. En Hebreos 9.15, el autor dijo que Jesús «es mediador de un nuevo pacto». Luego pasó a explicar qué tenía que ocurrir para que ese nuevo pacto entrara en vigor: «Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive» (Hebreos 9.16–17). La analogía se basa en un pacto (o acuerdo) especial que se llama: «última voluntad». ¿Cuándo entra en vigor la «última voluntad» de alguien? Cuando el autor de ella muere. Mientras no muera, no entra en vigor. Muchas Biblias tienen estas palabras en la página anterior al libro de Mateo: «El Nuevo Testamento de Jesucristo». ¿Cuándo entró en vigor el Nuevo Testamento de Jesús? Cuando Él murió. La muerte de Cristo fue el fin de la era antiguotestamentaria y el comienzo de la era neotestamentaria. El caso del ladrón no es un ejemplo de salva2 ción para los no cristianos de hoy, porque él fue perdonado antes que la antigua ley fuera quitada de en medio. Es cierto que se le prometió el Paraíso cuando faltaban muy pocas horas para que Jesús muriera; sin embargo, la promesa se dio «en el brazo antiguotestamentario» de la cruz. La comparación entre el Nuevo Testamento y una última voluntad podría extenderse. Un propósito primordial de un testamento o última voluntad de alguien es que se distribuya la propiedad de este. Una vez que este muere, la gente debe adherirse a las condiciones estipuladas en el testamento para poder beneficiarse de los privilegios concedidos en él. Pero mientras el autor de la última voluntad viva, él puede distribuir su propiedad como le plazca. Hasta donde los anales inspirados consignan, durante el ministerio terrenal de Jesús, se pueden contar con los dedos de la mano las veces que Él ejerció Su autoridad para perdonar pecados: en los casos del paralítico (Mateo 9.2–6), de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8.3–11) y del ladrón en la cruz. Todos son ejemplos de cómo Jesús distribuyó sus recursos espirituales antes que Su «última voluntad» entrara en vigor; ninguno de tales ejemplos puede usarse para tratar de determinar las condiciones por las que una persona no cristiana es salva hoy. ÉL ERA SALVO ANTES QUE CRISTO DIERA LA GRAN COMISIÓN Durante el ministerio personal de Jesús, Este hizo referencia a los requisitos para la salvación. Por ejemplo, Él habló de un nuevo nacimiento (Juan 3.3, 5) y de la necesidad de una conversión (Mateo 18.3). Recalcó la necesidad de la fe (Juan 8.24), la necesidad del arrepentimiento (Lucas 13.3) y la importancia de la confesión (Mateo 10.32). No obstante, no fue sino hasta después de Su muerte, sepultura y resurrección que Él dio Su Gran Comisión. En esta se prescribieron las condiciones de la salvación: lo que los hombres deben hacer para apropiarse de la gracia de Dios. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado… (Mateo 28.19–20). El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado (Marcos 16.16). … y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lucas 24.46–47). Un principio legal básico es que una ley no puede ser retroactiva. Esta estipulación está incluida en la Constitución de los Estados Unidos, cláusula I, artículo 9: «Ninguna […] ley ex post facto se aprobará».3 Una aplicación de esta estipulación es que, si un cuerpo legislativo aprueba una ley hoy, no puede enjuiciarse a alguien por haber quebrantado las condiciones de ella ayer. De un modo semejante, en vista de que ese famoso ladrón murió antes que fuera dada la Gran Comisión, los términos de esta no se le aplicaban. Sin embargo, sí se aplican a nosotros. El ladrón no tenía que ser bautizado, pero nosotros sí. ¿Por qué, entonces, trata la gente de usar la salvación de él como prueba de que el bautismo no es esencial hoy? Tal vez esta ilustración ayude: ¿Qué tal si la fecha de pagar su impuesto sobre la renta haya pasado y a usted le llaman del Ministerio de Hacienda? El agente de este le dice: «Tiene que pagar sus impuestos. Los buenos ciudadanos ponen de su parte». Usted responde: «¿Pero qué me dice de George Washington? Él no pagó impuesto sobre la renta, y fue un buen ciudadano. ¿Y qué me dice de Abraham Lincoln? Él tampoco pagó impuesto sobre la renta, y se le conoció como un buen ciudadano. Si estos dos grandes hombres pudieron ser buenos ciudadanos sin pagar impuesto sobre la renta, ¡entonces yo también puedo serlo!». ¿Cree usted que al agente le impresionará tal argumento? ¿Cree usted que dirá: «¡Oh, yo jamás pensé en ello! Por supuesto que usted no tiene que pagar su impuesto»? El agente podría señalar que la Enmienda Decimosexta, que estipuló un impuesto sobre la renta, fue ratificada en 1913. Por lo tanto, no se aplicó a los que vivieron antes de esa fecha, entre los cuales estaban incluidos el señor Washington y el señor Lincoln, pero sí se aplica a nosotros. No es válido señalar al ladrón como excusa para no bautizarnos, porque él era salvo antes que Jesús diera las condiciones de la salvación en la Gran Comisión. ÉL ERA SALVO ANTES QUE EL EVANGELIO SE PREDICARA COMO UN HECHO YA ACAECIDO Según Pablo, la esencia del evangelio («las buenas nuevas») la constituyen tres eventos clave: la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús. Esto fue lo que escribió a los Corintios: 3 Grolier Multimedia Encyclopedia (Enciclopedia multimedios de Grolier), edición de 1999, s.v. “Constitution of the United States” («Constitución de los Estados Unidos»). Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1era Corintios 15.1–4; énfasis nuestro). La secuencia de la muerte, la sepultura y la resurrección se había puesto en marcha en el momento que al ladrón se le prometió el Paraíso, pero Jesús no había muerto todavía; Su sepultura y resurrección eran todavía eventos del futuro. El evangelio no podía predicarse «como un hecho ya acaecido», sino hasta después que el Señor resucitara de entre los muertos. La primera vez que se predicó en su plenitud fue diez días después de la ascensión de Cristo, el día de Pentecostés, cuando lo predicó el apóstol Pedro (Hechos 2.23–24, 32, 36). Este maravilloso evangelio es hoy el poder de Dios para salvación (Romanos 1.16). No podemos ser salvos sin él. El ladrón, por el contrario, murió antes que jamás se proclamara públicamente. Él vivió y murió sin haber oído jamás la totalidad del relato del evangelio. Por lo tanto, su salvación no es un ejemplo para los no cristianos de hoy, que deben oír ese evangelio y obedecerlo (1era Pedro 4.17; 2a Tesalonicenses 1.8). CONCLUSIÓN Si alguien decide posponer el arrepentimiento para poco antes de la muerte, una de varias cosas podría suceder. En primer lugar, el Señor podría volver antes que tuviera esa oportunidad. En segundo lugar, esa persona podría morir inesperadamente. En tercer lugar, aun si el Señor no viniera y la muerte no le sobreviniera inesperadamente, es probable que el corazón de esa persona se habría endurecido tanto que le va a parecer imposible arrepentirse (vea Hebreos 6.6). El autor del libro de Hebreos instó a sus lectores con estas palabras: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (4.7b). Jamás posponga usted lo que el Señor le ha pedido que haga y que bien lo sabe usted. Apartemos los ojos de la cruz de al lado, donde el ladrón murió, y pongámoslos en la cruz del centro, donde el Salvador murió por nosotros. Si verdaderamente le amamos, haremos lo que Él nos ha pedido (Juan 14.15). No inventaremos excusas para posponer la obediencia que le debemos. En lugar de ello, con corazones desbordantes de amor y de gratitud, nos rendiremos a Sus pies. ©Copyright 2005, 2006 por La Verdad para Hoy TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS 3