GLOSAS JURÍDICAS INGENUAS A CIERTAS TRADICIONES PERUANAS, DE RICARDO PALMA. (Discurso del Dr. Guillermo Lohmann Luca de Tena, con motivo de su ingreso a la Academia Peruana de Derecho, el 18 de abril de 2002) Señor Presidente de la Academia Peruana de Derecho Señores Académicos Señores Magistrados Supremos, Superiores y Jueces Colegas y amigos: Hay sucesos que despuntan y sobresalen de lo que nos es acostumbrado y habitual. Son acontecimientos intrusos que irrumpen y se inmiscuyen en nuestras existencias, perturbando nuestro sosiego. Tengo a esta tarde como uno de esos sucesos perturbadores por dos motivos. El primero es porque la distinción que se me hace ha venido acompañada —lo diré con expresiones jurídicas— de la severa carga y del pesado gravamen de haber sido elegido para incorporarme a esta Academia en la misma fecha que lo fue el Dr. Valentín Paniagua. El Dr. Paniagua no sólo es un constitucionalista docto y versado en la cátedra, sino que a ello suma, en lo político y profesional, haber cumplido con creces y señorío la sana regla de ser y parecer. Sin las probadas calificaciones del Dr. Paniagua, yo también espero poder gozar un día que de mí se diga que he transitado bien el trecho de la vida que Dios me conceda y parecerme a lo que aspiro ser: buen cristiano, buen hijo, buen esposo, buen padre y buen abogado. 2 El segundo motivo que altera mi sosiego —ocioso parece decirlo, pero es mi deber declararlo—, es que haber sido llamado a participar de esta corporación constituye para mí un desproporcionado acto de aprecio. Desproporción que se me hace ostensible por entero cuando pienso en los nombres de distinguidísimos colegas a los que reputo con mayores merecimientos de ciencia y experiencia. Sin palabras propias idóneas para expresar mi estado de ánimo, proclamo, como Lope de Vega en su soneto a Violante, que “en mi vida me he visto en tal aprieto”. De manera, pues, que al preguntarme sobre las razones que pudieran haberse sopesado en la elección, no acierto sino a responderme que la balanza con que se me ha juzgado se habrá inclinado en demasía debido a una bondadosa opinión sobre la perseverancia de este humilde aficionado para trasegar ideas de la mente al texto, pero no por las posibles virtudes de lo que lleva escrito sobre algunas cosas del Derecho Civil. Stendhal decía —no recuerdo si en ROJO Y NEGRO o en LA CARTUJA DE PARMA— que la virtud intelectual no está en ver lo que las cosas son, sino saber ver en lo que son. Confieso no disfrutar de ese mérito o don de clarividencia, que es atributo compañero del de saber abrazar limpiamente y sin resquicios las esencias de los conceptos, en pulcro discernimiento. Aunque en mis afanes jurídicos los he perseguido, no siempre con el mismo ahínco, nunca he alcanzado el resultado anhelado. Recuerdo, sí, que solamente una vez, cuando estaba escribiendo una pequeña monografía, experimenté un no sé qué de intuición o cosquilleo interno, con la sensación de haber estado próximo a lograr ese resultado. Me callo el nombre de esa obrita, no vaya a ser que las otras me reprochen ser padre intelectual con hijos predilectos. Pero, en definitiva, al hacerme un sitio entre sus miembros y recibirme como el menor en edad y en sapiencia, la Academia me obsequia doblemente, por haberme juzgado con tanta benevolencia y por premiarme sin otro merecimiento de mi 3 parte que haber hecho lo que me gusta y divierte, aprovechando los pocos recreos que me deja el quehacer profesional. Doble regalo, pues, que me obliga y que les agradezco, Señores Académicos. Empero, hoy no podría recibir la medalla de académico sin también individualizar mi gratitud a otras personas que, en diverso grado, son responsables de mi presencia en este lugar. Si, como sostenía Ortega y Gasset, yo soy yo y mi circunstancia, quiero personificar mis circunstancias. Mis padres, por sus ejemplos. Mi esposa e hijos, por ser lo que son y por la paciencia que tienen a mis impaciencias. Mis socios y colegas del Estudio, acordándome muy entrañablemente de Enrique Elías, formidable abogado y comercialista de nota, cuya rapidez de entendimiento y claridad expresiva sigo envidiando. Y, ¿cómo no?, todos mis profesores en aquellas desvencijadas, amables y circunspectas aulas de la memorable Facultad de Derecho en la calle de Lártiga; pero en particular quienes, hoy ya académicos, despertaron mi curiosidad, estimularon mis tempranas preocupaciones, me ilustraron en el trabajo de tesis, abrigaron después las ilusiones que puse en mi primer libro, luego me dispensaron su amistad, y ahora han querido admitirme en este recinto. Tengo, pues, que mencionar a Felipe Osterling 1, cuyas palabras me han conmovido tanto como ruborizado, y, en orden alfabético, a Jorge Avendaño 2, Manuel de la Puente 3, Fernando de Trazegnies 4, Domingo García Belaúnde 5, Enrique Normand 6, Mario Pasco 7, Fernando Vidal 8, Lorenzo Zolezzi 9, y si acaso alguno se me escapa, atribúyalo, por favor, a flaqueza de memoria, que no a estrechez de gratitud. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Mi profesor en Derecho de Las Obligaciones. Mi profesor de Derechos Reales. No fue mi profesor, pero sí me asesoró en mi tesis La nulidad y la conversión en los actos jurídicos. No fue mi profesor, pero sí tuve con él abundantes diálogos jurídicos. Mi profesor de Derecho Constitucional. Mi profesor de Derecho Mercantil. Mi profesor de Derecho Laboral Mi profesor de Responsabilidad Extracontractual. Mi profesor de Sociología del Derecho. 4 Con emocionadas y genuinas expresiones de gratitud a todos, cierro este íntimo capítulo personal para que me acompañen por otro más ameno, no sin antes solicitar de la Presidencia las debidas indulgencias, por si considerara que el tema que me propongo tratar, un tanto festivo y no estrictamente jurídico, desentona o desdice de la seriedad y severidad que son de estilo para esta clase de discursos. Deseo compartir con ustedes unas GLOSAS JURÍDICAS INGENUAS A CIERTAS TRADICIONES PERUANAS, DE RICARDO PALMA Fue don Ricardo Palma, ya lo sabemos, hombre ávido de curiosear, zumbón con su pizquita de insolente, y tengo para mí que acaso también algo cascarrabias. Además de su encierro en el presidio del Callao, que según él fue por razones políticas que se le indigestaron al gobernante de turno, sospechaba yo que el propio Palma o alguien muy cercano a él, en parentesco o amistad, había sido víctima de lo que reputó alguna injusticia o desafuero legal o judicial. No he podido comprobarlo con papeles judiciales a la vista, pero en su artículo titulado E NTRE SI JURO O NO JURO admite que tuvo sólo un litigio, que concluyó tras pocos meses de brega y del que salió airoso, aunque afirma que de él quedó “escarmentado para no meterme en otro”. ¿Escarmentado por unos meses, decía don Ricardo?. ¡Qué fortuna la suya, o qué sucinta y presurosa la justicia decimonónica, que en pocos meses despachaba el pleito! Pero venía yo diciendo que por disgustos propios o ajenos, justificados o no, algo de sustancia tuvo que determinar los criterios de Palma, pues de otra manera no se explica su frecuente acritud contra la gente del foro, tildándonos, entre otros dicterios, con el calificativo de “pajarracos”. Y pese a manifestar que no fumaba del estanquillo forense ni lo apetecía, y no obstante haber recibido honorariamente el título de Doctor en Jurisprudencia (lo que por lo menos le obligaba a 5 moderar sus antipatías), nos enjuició con destemplanza. Por ejemplo, no dudó en considerar, sin fundamento alguno, que el recurso compuesto por un letrado —al que mismo Palma atribuyó que era reputado jurisperito— tenía tanta “profusión de latinajos como pobreza de razones” legales. En menguada estima tuvo nuestra profesión. “Segura cosa es —aseveró en la tradición E L ENCAPUCHADO — que mientras haya sobre la tierra papel del sello, escribas y fariseos, un pleito es gasto de dinero y de tiempo que trae más desazones que un uñero en dedo gordo”. Y de los escribanos, hoy secretarios de juzgado, ni se diga. No se libraron de sus invectivas. Oigan ustedes, como botón de muestra, esta “delicada” copla: “El perro de San Roque no tiene rabo porque unos escribanos se lo han robado. ¡Mira, perrito! cuídate de escribanos, que están malditos.”10 O esta otra: “Un escribano y un gato en un pozo se cayeron; como los dos tenían uñas por la pared se subieron.” 11 Incluso en el contexto en el que se escribieron, las opiniones de Palma sobre las leyes, en general, fueron del todo irreverentes y punto menos que levantiscas. Entre otros ásperos juicios, sostenía que se hacen para ser “conculcadas por el que manda y buenas sólo para escritas.” 12 10 11 12 Tradición Los Barbones. Tradición Don Dimas de la Tijereta. Tradición Don Dimas de la Tijereta. 6 No es mi propósito, por cierto, discurrir ni proponer en esta ocasión un sistema orgánico sobre el pensamiento de Palma acerca del Derecho o de alguna de sus áreas puntuales, como buscando una idea central. (Que, dicho sea de paso, no creo que la tuviera, como no sea la de vituperar males que en parte todavía padecemos, como enfermedad crónica. Sea nuestro consuelo saber que con los médicos fue igualmente incisivo). Ni tampoco pretendo, desde luego, intentar un análisis comparativo entre el presente legal y el del ayer que relata el tradicionista —da igual si lo relatado fue verdadero o no, que no me meto en ello 13, 14 y, además, el mismo Palma reconoció que se le acusaba de ser “zurcidor de mentiras” 15, porque “con cuatro paliques, dos mentiras y una verdad, hilvano una tradición”16, aunque en otro lugar proclamó de sí que “soy hombre más serio que el principio de un pleito” 17 —. Mucho hay de su propia cosecha, como de seguro lo es el cuento 18 de aquel avaro vecino de Lima al que un mendigo le rogó: “Una limosna, hermano, que Dios y la Virgen se lo pagarán”. Y el mezquino respondió: “No me parece mal, tráeme un pagaré con esas dos firmas” (por aval) y hacemos trato. Pero estaba yo diciendo que no persigo fatigarles con disquisiciones sobre el pensamiento legal de Palma. Antes bien, mi elemental y humilde intención es presentarles una simpática selección de curiosidades jurídicas que he entresacado de las Tradiciones, y a las que me asomaré muy rápidamente y de puntillas, en el genuino sentido de glosa o comentario marginal. Además del puñado que veremos, hay bastantes más tradiciones de las que citaré y no todas dan 13 14 15 16 17 18 Dice Estuardo NÚÑEZ en su “Estudio del género literario creado por Ricardo Palma a través de sus epígonos peruanos” en Los tradicionistas peruanos, Laberintos, Lima, 2001, p. XXIV, que Palma “combinaba hechos históricos con elementos de ficción”. Véase, también, Edith PALMA, en el Prólogo a Tradiciones Peruanas completas, Aguilar, Madrid, 1968, especialmente p. XXXIII. Tradición Justos y pecadores. Tradición Hermosa entre las hermosas. Tradición Barchilón. En la tradición Una trampa para cazar ratones. 7 suficiente tela para cortar —como por ejemplo aquella que relata la lesión por diferencia de valor en la transferencia de la mina de azufre y mercurio de Huancavelica, o la del proceso en el que un zapato era el instrumento probatorio, o la de las ocurrentes sentencias de Don Cirilo—. Sin más preámbulo, pues, les invito a dejar de lado por unos momentos sus afanes y sus cuitas, les pido aligerar su espíritu y regocijarse compartiendo esta tarde conmigo un paseo entre Tradiciones, en un rato de distracción jurídico-literario. En la tradición EL QUE PAGÓ EL PATO , donde se refiere el proceso al Inca, Palma alude a “simulacro de juicio, que se inició y feneció en un día, para asesinar a Atahualpa”, que califica de “inicuo como estéril crimen”, reputando de “honrada conducta” a aquellos trece de los veinticuatro jueces conquistadores que se negaron a suscribir la sentencia de muerte. A Felipillo le atribuye haber “influido con chismes en el ánimo” de quienes condenaron al Inca, intuyendo así Palma que los chismes no deben constituir prueba del delito. De Sancho de Cuéllar, dice que “tuvo la desgracia de pasar sus primeros años como amanuense de un cartulario”, circunstancia que bastó para que sus compañeros de armas le juzgasen “entendido en la jerga judicial, y le nombrasen escribano del proceso”, en el que “procedió pícaramente” estampando palabras que agravaban la triste posición del Inca cautivo. En UNA PARTIDA DE PALITROQUES Palma narra las partidas de bochas entre Pizarro y Alonso de Palomares. El asunto no tendría interés para nosotros si no fuera porque es la primera noticia del actual contrato de juego y apuesta. Buen jugador el Palomares, llegó a ganarle cien ducados al Marqués, y requerido éste para el cumplimiento de lo que nuestro actual art. 1942 del Código Civil llama prestación convenida, repuso: “No le pago al muy fullero”. Y contestó el ganador: “Corriente, no me pague usía si no quiere, que habré perdido mi dinero y ganado sus injurias”. Concluye el cuento con que 8 a Pizarro le cayó en gracia la respuesta y accedió al cumplimiento pagando lo debido. Me atrajo la historieta porque la situación corresponde a la regulada en el numeral 1943 de nuestro cuerpo civil, del juego y apuesta no autorizados mas tampoco prohibidos, que no confieren derecho de acción para reclamar el pago. ¿Será este, Doctor Osterling, el primer caso conocido de obligación natural en la historia de nuestro Derecho? En Q UIZÁ QUIERO , QUIZÁ NO QUIERO , Palma nos entretiene con el relato de la viuda casadera. Primero refiérese a quienes ostentan ese estado civil como complicadas y sabedoras, motejándolas de comportarse con “más recúchulas que juez instructor de sumario y más puntos suspensivos que novela romántica garabateada por el diablo”. Pero más interés tiene lo otro: la viuda no quería reincidir o no veía con buenos ojos a quien le habían señalado por futuro consorte, por lo que preguntó si éste “¿Ha jurado (...) que no reclamará de mí sus derechos de marido?”. Y respondida la cuestión afirmativamente (cada quien es dueño de sus decisiones), consintió la viuda en asistir al altar. Ya ante el cura, fue preguntada: “¿Queréis por esposo y compañero al capitán Diego Hernández?”. Y ante el estupor de la concurrencia replicó la novia: “Quizá quiero, quizá no quiero”. Según el tradicionista, el oficiante dudó bastante pero terminó echándoles las bendiciones del caso. Y concluye Palma que aunque había negado a su consorte el ejercicio de sus derechos de marido, “ella dejó prole ...; con que ... chocolate que no tiñe ...”. Dejo el resto para que los presentes lo adivinen. Pero interesa la tradición, legalmente hablando, porque puesta al presente nos ofrece dos reflexiones: la primera es que entre todas las numerosas causales de nulidad o anulabilidad del matrimonio que el actual Código Civil menciona, no hay ninguna que explícitamente vete un pacto como el que la viuda exigía de su futuro compañero. 19 Y repárese en que las 19 Distinta era la situación bajo el Código de 1852, aunque la referencia a “condiciones” no fuera correcta en la acepción actual de esta expresión, como modalidad de acto jurídico. “Artículo 137.- Serán válidas las condiciones que 9 causales generales de invalidez de los actos jurídicos no son directamente pertinentes al matrimonio, de manera que el pobre marido, impedido del ejercicio de sus atribuciones, tendría que resignarse a completa abstinencia conyugal o pedir la anulación del enlace invocando el socorrido artículo V del Título Preliminar del Código Civil, sosteniendo que es nulo el acto jurídico contrario a las buenas costumbres, y que es muy mala costumbre eso de no poder hacer vida marital común por entero. La segunda reflexión consiste en eso de “quizá quiero, quizá no quiero”. Nuestro Código es muy sabio en su numeral 259, pues ordena que el alcalde “preguntará a cada uno de los contrayentes si persiste en su voluntad de celebrar el matrimonio y respondiendo ambos afirmativamente, extenderá el acta de casamiento”. La ley, con severa inteligencia, impone dos requisitos. El primero, la persistencia, 20 que el diccionario nos dice que es sinónimo de terquedad, tozudez y obstinación porque, claro, mucho de esto hay que tener para pasar el trance del famoso “sí”. Y el segundo es la respuesta afirmativa, esto es, nada de titubeos, dudas o vacilaciones. En SASTRE Y SISÓN , DOS PARECEN Y UNO SON , el tradicionista nos informa primero del acuerdo entre los sastres para fijar precios uniformes, comportamiento que hoy llamaremos concertación en perjuicio de la competencia y del consumidor. Y después nos refiere la reacción del Cabildo limeño, que impuso control de precios a las hechuras. Palma relata que los sastres se amoscaron del control recurriendo en apelación, denegada la cual interpusieron recurso ante Su Majestad, decisión que no alcanzó don Ricardo a conocer. Lástima, si el cuento fuera verdadero y la sentencia pudiera encontrarse, el INDECOPI 21 podría aplicar jurisprudencia añeja y de alcurnia. 20 21 se estipulen para el matrimonio, si no se oponen a su naturaleza, ni son contrarias a las leyes y a las buenas costumbres. Las que fueran defectuosas por cualquiera de estas tres causas, se tendrán por no puestas.” Exigencia que ya estaba en el artículo 114 del Código Civil de 1936. Instituto de Defensa de la Competencia y de la Propiedad Industrial. 10 En UNA CARTA DE INDIAS se refiere el tradicionista a la enviada por Vaca de Castro a su mujer y que fue interceptada y entregada al Rey, para luego ser utilizada como prueba en el juicio contra Vaca. Hoy tendríamos que exclamar: ¡inconstitucionalidad mayúscula! El inciso 10° del artículo 2 de la Constitución consagra el secreto e inviolabilidad de las comunicaciones y documentos privados, y los obtenidos con infracción del precepto no tienen valor legal. De la tradición A LONSO EL MEMBRUDO merece referirse a la sentencia impuesta. Don Alonso, fortachón él, mató involuntariamente a una persona con un abrazo y la condena consistió en prohibirle “abrazar a nadie, amigo o enemigo, hembra o varón”. Ustedes coincidirán conmigo en que con pena tan benigna, más de algún ciudadano de hoy estaría dispuesto a dar de abrazos a sus deudores incumplidos. LA BOFETADA PÓSTUMA justifica especial comentario, y la traigo a colación no por lo de la bofetada, sino por lo siguiente. El protagonista de la narración, capitán Luis Perdomo, necesitado de fondos recurrió a un prestamista con el compromiso de devolver el capital en un plazo determinado, expresando que en ese momento no tenía más respaldo que su palabra. Rechazado el pedido por lo feble de la garantía, cuenta Palma que el solicitante “noble caballero, se revistió de dignidad y arrancándose un puñado de pelos de la barba, dijo: ¿queréis que os empeñe por ocho días estas honradas barbas?”. Y las barbas fueron aceptadas como prenda. ¡Qué costumbres aquéllas, donde las prominencias capilares tenían más valor que la palabra, la firma o el apretón de manos!. Pero el caso es que la garantía capilar, aunque curiosa (tan curiosa como probablemente dolorosa debió ser la brusca extirpación), es garantía que no me parece prohibida. Porque, de una parte, habrá que calificar a los pelos como unos de esos bienes muebles comprendidos en el inciso 9° del art. 886 del Código Civil, ya que por cierto pueden llevarse de un lugar a otro. Y de otra parte, el voluntario desprendimiento no afecta de manera permanente o irreversible la integridad física, lo que sí 11 está vetado. Más complicado será determinar el valor de tasación para el posible remate, y quién sabe más dificultoso aún consignar en el documento en el que consta la prenda, la “designación detallada del bien gravado”, como reclama el artículo 1062. En N IÑERÍA DE N IÑO Palma acusa a un letrado de ser “más leguleyo que tejedor de arañas”. Pero más sustancia tiene para nosotros la tradición de LAS OREJAS DEL ALCALDE . Refiere en ella nuestro cuentista que por cuestión de preferencia de favores de una damisela, el alcalde de Potosí halló ocasión de no guardar la debida imparcialidad con su contrincante de amores, al que dispuso aplicar latigazos haciendo caso omiso a la calidad de hidalgo que el afectado invocaba para sí. Sintiéndose éste lesionado en su honra, le anunció al ofensor que “he de cobrar venganza con sus orejas de alcalde (...), que se las presto por un año y que me las cuide como a mi mejor prenda”. Dicho y hecho, cumplido el año “rebanó las orejas del infeliz” alcalde. El propio Carlos V perdonó al rebanador. Juzgue el oyente: ya no es lo de ojo por ojo y diente por diente, sino latigazos por orejas. Y lo más llamativo: que el acreedor prendario se hizo cobro con la prenda misma —las orejas—, suerte de pacto comisorio hoy legalmente repudiado (aunque personalmente yo tengo mis dudas sobre la conveniencia de la prohibición). Tradición similar es la que responde al título de PUESTO EN EL BURRO , AGUANTAR LOS AZOTES , en la que se relata que Felipe II exculpó al caballero que mató a puñaladas al gobernador del Cuzco, que lo había hecho andar en burro y sufrir azotes por no descubrirse en señal de respeto a su autoridad. LOS PASQUINES DEL BACHILLER “P AJALARGA” es tradición que mereciera ser meditada por quienes hoy acostumbran a poner en solfa la honra y el honor ajenos. So pretexto de la libertad de expresión, con toda soltura de huesos —o más propiamente, de lengua, de pluma, o de tecla, que para el caso es lo mismo— hoy se atribuye a cualquiera que es corrupto, venal y cuántas lindezas más. Si la justicia de hogaño fuera como la de antaño 12 objeto de la tradición, muchos pararían mientes antes de hablar como se expresan. Y lo digo porque el imputado por la justicia virreinal como autor de los ofensivos anónimos, fue sentenciado “a que le fuera cortada la cabeza en público cadalso, para ejemplo de asesinos de la honra ajena y justo desagravio social”. Los versitos no tenían desperdicio, como el que decía: “Vive aquí una viuda rica, la cual con un ojo llora y con el otro repica”. O este otro: “Adivina, adivinaja, quién puso el huevo en la paja. Adivina, adivino, quien es padre y padrino”. O este más: “El corregidor Benel es solapado bellaco: desde los tiempos de Caco no hay uñas como las de él”. Rimas inocentes, digo yo, para lo que en los tiempos que corren se lee en ciertos diarios, cuyos editores o responsables muchas cabezas tendrían que haber perdido, si no fuera porque hoy la difamación suena a antigualla y la aplicación de la ley penal es en esto extremadamente insensible. En la tradición de EL AHIJADO DE LA PROVIDENCIA se hace sorna de los hijos de la ciudad del Misti, pues se cuenta que como en Lima Pizarro “no quería tener cerca de sí mucha gente de pluma”, dispuso enviarlos a la fundación de Arequipa. Y agrega el tradicionista que por abundar entonces en ella “leguleyos trapisondistas” no es de extrañar que “hayan salido aficionadillos a estudios jurídicos y a la chicana del foro”. Desmiento a Palma; ni chicanería ni simple afición. Expreso desde este solemne estrado mi preciado reconocimiento tanto a la gente bien letrada de Arequipa, que no poco ha contribuido a nuestra cultura jurídica, como a su Ilustre Colegio de Abogados, sucesor de la Academia Lauretana. La narración de las RESURRECCIONES tiene su atractivo jurídico civil. Mal avenido el matrimonio, ella y él pasaron a mejor vida. Ella por morir y él por librarse de ella. Pero el caso es que la finada no lo estaba tanto como lo parecía, porque decidió quedarse en esta tierra de lágrimas. Según Palma, “La difunta [escapó] del ataúd gritando como una loca”. Convencidos los vecinos “de que la muerta, lejos de estarlo en 13 regla, prometía vivir lo bastante para dar muchos malos ratos a su marido, resolvieron conducirla al domicilio conyugal”. El susto del marido, nos lo imaginamos, debió ser espectacular, no sólo por encontrar viva a la que con gran contento de su parte daba por occisa, sino sobre todo al escuchar que ella reclamaba su sitio en el hogar. Palma puso estas palabras en boca del infeliz: “No puede ser. Yo no he cometido pecado gordo para que Dios me castigue condenándome a mujer que, si antes era mala, lo que habrá de ser ahora con las mañas aprendidas en el otro mundo. Y pues muerta salió de mi casa, viva no la recibo aunque se empeñe el Cabildo”. Y no hubo manera de que mudara de parecer. Palma refiere que de los folios de los que extrae la historia resulta que se consintió en una separación conyugal, allanándose el marido a pasar pensión a la ex difunta. Si yo fuera el abogado, no sabría hoy con qué causal de separación legal podría defender la pretensión del marido que por tan poco tiempo quedó viudo. Conjeturo que la única asequible sería la de violencia psicológica; y creo que ustedes compartirán conmigo que debe ser muy violento para el cónyuge de matrimonio mal compuesto y de peor concierto, ver revivir a la conjunta. Algún exagerado podría agregar al argumento de la violencia el de que si la interfecta no hizo abandono del hogar conyugal por dos años continuos, como reclama la ley, al aparentarse muerta por lo menos tenía intención de hacer abandono definitivo. La tradición ¡A IGLESIA ME LLAMO ! es interesante por relatar los privilegios de la jurisdicción eclesiástica respecto de la civil. Pero más lo es por referir algunos capítulos de la historia de Catalina de Erauzo, que haciéndose pasar por varón alcanzó el grado de alférez y que por alguna de sus tropelías y luego de descubierta su real naturaleza, fue recluida en convento de monjas y por ello conocida como la Monja Alférez. El cambio de sexo, hoy tan boga y aún no reglamentado por nuestro 14 ordenamiento 22, tiene su atractivo —jurídico, ustedes me entienden—, pero es tan resbaloso que prefiero pasar de largo. La tradición de E L PEJE CHICO no llama nuestra atención por las riquezas que encerraba la huaca del mismo nombre, ni por el incumplimiento de las obligaciones de dar, de hacer y de no hacer a que se comprometió ante el cacique el pelafustán favorecido con el obsequio, hombre pobre como aquellos a los que el mismo Palma califica en otro lugar de esos que “no tienen más bienes raíces que los pelos de la cara”. 23 Antes bien, lo notable del relato reside en la sumarísima alusión que se hace a un proceso judicial surgido porque el dueño de la única plantación de moreras de Lima, se negaba a vender las hojas a quien, a su vez, era el único dueño de gusanos de seda. Por cierto que Palma no cuenta los detalles del pleito, pero no deja de ser sugerente la posibilidad de que se haya argumentado algo similar al abuso de derecho, figura que podemos considerar relativamente joven en los ordenamientos jurídicos formales; o, quién sabe, una práctica monopólica y restrictiva de la libre competencia, hoy prohibida legalmente. Dice el tradicionista que vio el expediente en el Archivo de la Nación. Si algún día tengo tiempo, lo buscaré para darles la noticia a los infatigables pesquisidores del INDECOPI. Historia que también se vincula a lo mismo es la de DOS EXCOMUNIONES , que narra los privilegios de los pulperos y los entredichos acontecidos entre uno de los de Ayacucho y el Cabildo de la misma ciudad, que pretendía restringirle el horario de atención al público. En otra tradición, denominada EL PLEITO DE LOS PULPEROS , se relata un conflicto que hoy también sería de atribución del INDECOPI, porque los bodegueros de las esquinas de las calle Mantas, Judíos, Santo 22 23 Pero sí ha sido objeto de un detenido estudio. Véase Carlos FERNÁNDEZ SESSAREGO: El cambio de sexo y su incidencia en las relaciones familiares. En La familia en el Derecho peruano. Libro homenaje al Dr. Héctor Cornejo Chávez. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1990, p. 195. Tradición No juegues con pólvora. 15 Domingo y Arzobispo, temerosos de la competencia comercial, entablaron proceso contra el Cabildo limeño, que había permitido instalar en plena Plaza Mayor una barraca para tienda de venta nocturna de licores y comestibles, cuya actividad juzgaron que afectaba sus intereses. Los pulperos eran gente que no se amilanaba y que gustaba del litigio, por lo visto. La tradición UNA CAUSA POR PERJURIO resulta de lo más atractiva y tiene chispa. Por razón que no viene al caso relatar ahora, el protagonista del suceso, un tal Valverde, prestó juramento, nada menos que en escritura pública, “obligándose a no fumar tabaco y no beber chicha ni vino durante dos años”, bajo pena de perjurio y de multa de quinientos pesos. Aconteció, sin embargo, que la suegra (otro de los temas recurrentes en Palma) acusó al juramentado de haberse emborrachado y que en tal estado dio muerte a su esposo, quiero decir, al marido de la suegra. A criterio de Palma el acusado se defendió en debida forma, arguyendo que del texto de la escritura no resultaba que él se hubiese obligado a no embriagarse, sino a no hacerlo con chicha o vino, y que él lo había hecho con aguardiente. Asegura Palma que hubo hartas declaraciones en el proceso, coincidiendo los testigos en que el sujeto era lo que hoy llamamos ebrio habitual, pero que no hubo bodeguero ni testigo que lo declarara como consumidor de vino o de chicha. Termina el tradicionista informando que el proceso por perjurio fue sobreseído por falta de pruebas. Yo supongo, además, que el defensor pudo también haber invocado una interpretación restrictiva de los actos jurídicos y que no se aplica la analogía como criterio de interpretación de las manifestaciones de voluntad. Pero hay un sabroso detalle que no puedo omitir, para lo cual reproduzco las propias palabras de don Ricardo: el juez “condenó a Valverde a sólo cinco años de cárcel por [el delito de] haber descalabrado al marido de su suegra, parentesco que de suyo constituía motivo atenuante del homicidio”. 16 La tradición de LOS DUENDES DEL CUZCO no interesa por los chismes de que el virrey Esquilache prefería dedicar su tiempo más a los romances poéticos, que a impartir justicia. Lo llamativo es que, por lo que Palma refiere, el dueño del palacete del Cuzco que hoy se conoce como Casa del Almirante agravió a no sé qué tonsurado y que no habiendo obtenido éste de la justicia terrenal la reparación civil a que se consideraba con derecho, ocurrió a la divina dejando un escrito ante la Santa Imagen exponiendo sus quejas y pretensiones. Asombroso: a los pies del altar el día siguiente el quejoso “recogió la querella proveída con un decreto: como se pide: se hará justicia”. Pues bien, esa noche, gente chiquita, vulgo duendes, apresó al almirante ofensor y le colgaron de la horca. No encontrados los culpables y llegada la ocurrencia a conocimiento del Virrey Poeta, éste se expresó en los siguientes términos, que reflejan su magro parecer de los hombres de ley: “Mejor andaría el mundo si en casos dados, no fuesen leguleyos trapisondistas y demás cuervos, sino duendes, los que administran justicia”. CIENTO POR UNO es una tradición de lo más simpática y que la recuerdo porque sé que ustedes son gente seria que no seguirá los pasos de aquél cuyo comportamiento resumo acto seguido. Versa la historia sobre el acuerdo societario celebrado con una modalidad que se asemeja a las que hoy llamamos sociedad en comandita y asociación en participación. Dejo para los que saben de Derecho Mercantil y Societario discernir la naturaleza intrínseca de la sociedad del relato. Sólo quiero apuntar que lo extraordinario es que uno de los socios fue la Virgen de Copacabana, ante cuya efigie el otro pretendido socio, necesitado de medios, recurrió en oración diciendo: “Madre mía (...). Te pido que me prestes lo que por hoy no te hace falta. Celebremos una compañía mercantil, que yo te juro pagarte ciento por uno. Tú serás el socio capitalista y yo el industrial. Ampárame, Señora, en mi desventura”. Y sin esperar respuesta ni permiso de la dueña —olvidando o ignorando que en Derecho el silencio no constituye manifestación de voluntad, salvo que la ley o el convenio así lo 17 dispongan—, salió del templo llevándose joyas y otros adornos de la Imagen. Vendidos estos y aquellas obtuvo un capital con el cual prosperó, y Palma dice que al cabo de un año liquidó la sociedad entregando un gigantesco candelabro de plata, equivalente al ciento por uno que le correspondía a la Virgen. De la tradición DE CÓMO SE CASABAN LOS OIDORES , que ustedes saben que eran los magistrados de la Audiencia, que hoy diremos vocales de Corte, no llaman nuestra atención las referencias a la institución jurídica de la dote (suprimida en nuestro ordenamiento positivo desde 1984), sino que Palma refiere que Felipe II prohibió a los oidores contraer matrimonio con lugareñas de las localidades bajo su jurisdicción, por temor a que, por influencias femeniles, no tuvieran los magistrados la independencia y rectitud necesarias. Consuélense los jueces de hoy, que pueden matrimoniarse con quienes les plazca, prescindiendo de donde vivan. Digo yo, una de dos: o la ley actual candorosamente presume que los varones de ahora somos inmunes a los influjos de nuestras respectivas, o supone que las que visten faldas ya no tienen el poder de antaño. Y ya que estamos con influencias, si el Presidente me lo permite contaré una anécdota personal, de la que desde ahora hago donación a un futuro emulador de Palma por si quiere confeccionar con ella una historieta. Hace unos años estaba yo de Vocal Superior suplente y me correspondió preparar la ponencia de un divorcio algo escabroso. La demandante se enteró de que yo era el ponente y en las escaleras de Palacio de Justicia se me acercó para exponerme su caso. Yo, caballero cortés, la escuché con la debida atención y al terminar su alegato me entregó una tarjetita diciéndome: “Doctor, aquí le dejo el número del expediente y con la dirección y teléfono de mi casa, por si lo necesita. Y fíjese en que todavía soy joven y guapa.” Me quedé estupefacto; pero no sólo por el descarado ofrecimiento, sino porque la generosa opinión que la mujer tenía de sí misma visiblemente distaba mucho de coincidir con la realidad, pues no era ni guapa ni tan joven. 18 AL HOMBRE POR LA PALABRA es tradición que refiere un convenio de esponsales. Antes de reseñarla quiero hacer una brevísima digresión jurídico-lingüística. Los esponsales no son, según una extendida creencia, los actos de celebración de casamiento. No, la palabra es sustantivo masculino que siempre ha de emplearse en plural y denota el recíproco compromiso de contraer nupcias. Esponsales deriva etimológicamente del latín sponsalis, y éste de spondes, prometer. Los esponsales, pues, son la promesa de matrimonio. Y esposos son los prometidos; los novios son los recién casados. Concluyo el paréntesis y retorno a la tradición. La controversia era si hubo o no esponsales cuando el personaje del cuento, algo subido de copas, declaró que “Juro y rejuro que otra no será mi mujer, sino doña Ana de Aguilar”. La susodicha no se hizo de rogar y agrega Palma que el promitente “tomó quieta y pacífica posesión” de la damisela incluso antes de acercarse al altar. Pero como pasaban los meses y ponía remilgos de comparecer ante el cura para que celebrara el casamiento, la esponsada (si se me permite la expresión) demandó en forma al remolón para que cumpliera su juramento. Hoy no podría hacerlo, pues el Código Civil dispone en su artículo 239 que la promesa de matrimonio no produce obligación (acaso debiera decir “deber”) de contraerlo. 24 Y vuelvo al punto: la demandante perdió el pleito y no sé si también el juicio. Pero no por razón legal alguna como la que establece el numeral que acabo de mencionar, sino por el puro y simple motivo de que el juramento fue que “otra no será mi mujer, sino doña Ana de Aguilar” y que, en efecto, ninguna otra lo había sido. Valga lo dicho como moraleja para las interesadas, y que consulten a buen abogado sobre el valor legal de las promesas de sus pretendientes. LA HONRADEZ DE UN ÁNIMA BENDITA tiene relación con la responsabilidad sucesoria por los pasivos del difunto. El caso es que el muerto se acordó en la otra vida de haberle ganado 24 También excluía este efecto el Código Civil de 1936, en su artículo 77, pero sí lo establecía el inciso 1° del artículo 126 del Código de 1852. 19 tramposamente doscientos pesos a un amigo. Tales eran sus escrúpulos de deudor que diósele por aparecer en casa de su acreedor, el cual, con justificado temor por las apariciones, dio noticia de ello a una monja milagrera. La monja invocó el alma del difunto, recriminándola que le contara qué razones la traían por estas tierras. Confesado por el alma bendita su pecado, la monjita compareció donde la viuda, conminándola a pagar la deuda del muerto. Palma agrega que la viuda no hizo el pago de buen grado, pero no por el monto pendiente, sino porque no tenía la conciencia muy sobre la perpendicular, prefiriendo abrir el bolso que tener dimes y diretes con el alma del difunto. Conjeturo que en los tiempos que corren, cuando los herederos pueden limitar su responsabilidad por los pasivos del causante, muchos acreedores desearían tener trato directo con las almas de sus deudores, a ver si se dan un paseíllo y se avienen a convencer a sus sucesores para que paguen las deudas que sus causantes dejaron en vida. De la famosísima quiebra de Johan de la Coba o Juan de la Cueva, cuya calle del mismo nombre corresponde a lo que hoy es Avda. Abancay, entre los jirones Ancash y Junín, nada hay que nos atraiga en lo que Palma relata. En cambio, como dato curioso, sí interesa citar que en la tradición UNA VIDA POR UNA HONRA , Palma asegura que fue en 1641 cuando se introdujo el papel sellado, que fue de obligatorio uso en procesos judiciales y administrativos hasta finales de 1985. Casi anteayer. No puedo resistirme a dedicar un poco más de tiempo a la tradición de UN PROCESO CONTRA D IOS , que resumo muy apretadamente. Un tal don Pedro Campos dio muerte a un prestamista usurero, sin que la justicia pudiera identificar al autor del crimen. Pasaron los años y don Pedro, ya dueño de fortuna de consideración, dispuso de toda ella en un primer testamento a favor del colegio de cierta orden religiosa, cuyo nombre supongo y que me callo porque tengo en ella buenos amigos. Pero poco después revocó el testamento y lo sustituyó 20 por otro distribuyendo todo el haber entre diversos conventos y monasterios, lo que parece que no hubo de gustarle al legatario original. Lo cierto es que un papel anónimo delató al don Pedro con pelos y señales como autor del homicidio, terminando el criminal con sus huesos en la cárcel de corte. Al comenzar la declaración, respondió sin empacho: “Negar fuera obstinación cuando quien me acusa es Dios. Sólo a Él, bajo secreto de confesión, he revelado mi delito. Siga usía en representación de la justicia humana causa contra mí; pero conste que entablo querella contra Dios”. Y asegura Palma que encontró abogado dispuesto a la defensa, formulando demanda contra Dios. Aunque refiere que fue abultado y sonado, no cuenta Palma el resultado del proceso, que afirma fue remitido a España. Sería interesantísimo saber qué argumentos terrenales invocó nuestro colega de entonces para enjuiciar a Dios. Pero más me gustaría conocer las razones del juez para avocarse al conocimiento de la demanda. Hombre templado de carácter había que ser para admitirla a trámite. Aunque, pensándolo bien, me parece que más valeroso y con agallas tuvo que ser quien se avino a notificar el auto admisorio al Padre Celestial. Causa divertida es una de las relatadas en la tradición llamada ALGO DE CRÓNICA JUDICIAL. Una de las crónicas nada interesa. La otra sí, con su pizquita de picante. Y las y los oyentes tendrán que excusar el vocabulario, que conste que no es mío, sino del pleito que Palma trae a cuento. El caso es que entre el Alcalde de Corte y un ciudadano se suscitó una discusión cuyo contenido no importa; pero al calor de los ánimos fueron subiendo el tono de las palabras y el grado de los epítetos. No cualquier improperio, desde luego, ya que el proceso versa nada menos (tápense los oídos) sobre si el uno le dijo al otro “cornudo” o si le dijo “cabrón”. Grave tenía que ser la diferencia para el ofendido y algo debía barruntar de las aficiones de su conjunta, pues tanta trascendencia le daba a si era una palabra o si era la otra. Desgraciadamente la tradición no refiere cómo terminó el proceso. Lo que sí informa es el motivo invocado por uno de los abogados para tachar a uno de 21 los testigos, a quien objetó “por ser hermafrodita y no guardar sexo como está probado, andando unas veces vestido de hombre y otras de mujer”. Tampoco cuenta el tradicionista lo resuelto por el Juez respecto de la tacha. Pero aprovecho para dejar constancia —ya que tanto se nos criticó a quienes hicimos el actual Código Procesal Civil, aunque yo, justo es decirlo, hice muy poco, lo que no significa que escurra el bulto por la responsabilidad que me toca—; quiero dejar constancia, digo, que en esta materia tuvimos mente abierta y tolerancia, porque no reprodujimos el inciso 6° del artículo 450 del Código de Procedimientos Civiles, que prohibía declarar como testigos a “Las personas indignas de fe, por razón de malas costumbres notorias o de vagancia”. Dejo a cada cual pensar como desee, porque las preferencias sexuales y de vestimenta masculina o femenina, de los testigos o de quien sea, hoy no se consideran males costumbres. Y la vagancia es tan abundante que ...; mejor cambio de tema. Cambio de tema para recontar la historia de DON D IMAS DE LA TIJERETA , ese escribano de la Audiencia a quien Palma le atribuía tener el alma llena de zurcidos y remiendos, y con más arrugas y dobleces que abanico de coqueta. Voy al grano del relato. Don Dimas rondaba a una limeñita que nulo caso hacía a sus cortejos. Tales eran las porfías de Tijereta y las negativas de la limeña, que un día, cansado aquél, exclamó: ¡Venga un diablo cualquiera y llévese mi almilla a cambio del amor de esta caprichosa”. Satanás, que no se hace de rogar en dispensar su ayuda en trances de amor desesperado, concurrió al llamamiento y aceptó lo que hoy sería una promesa unilateral, regulada en el artículo 1956 del Código Civil. Y exigiendo un reconocimiento en forma de la obligación, obtuvo del amante un documento en toda regla que a la letra decía: “Conste que yo, don Dimas de la Tijereta, cedo mi almilla al rey de los abismos a cambio del amor y posesión de una mujer”. Y en Otrosí Digo, que antes se decía Item Más, obligóse don Dimas a satisfacer la prestación en el término de tres años. ¡Menudo trato!. Les hago ahorro de los amores del trienio y voy a la conclusión, perfectamente jurídica. Venció el 22 plazo y Lucifer envió desde los infiernos a su emisario con el encargo de exigir la entrega del alma de don Dimas. Mas éste replicó que el compromiso había sido de su almilla; que su alma no admitía diminutivo ni que la apearan de categoría. Con diccionario en mano demostró que almilla es jubón, antigua prenda de vestir. Yo leí esta tradición siendo muchacho. Desde entonces —y porque además gozo del privilegio de tener padre, tío y abuelo académicos de la lengua—, he profesado el cuidado del idioma, no fuera a ser que a algún cliente le quisieran pagar con una almilla deuda de más sustancia. La tradición MUERTA EN VIDA importa por una disposición testamentaria. Un suicida testó dejando su alma al diablo si conseguía dar muerte a su mujer y a un fraile de quien ésta era barragana. Y aquí hago un inciso, para recordar que las cuestiones de los clérigos no le eran ajenas al derecho común; hasta 1936 nuestro ordenamiento civil les dedicó todo un Título en el Libro de Personas. 25 Tanta era desde antiguo la preocupación por las costumbres privadas de los clérigos, que la Ley XLIII (43) del Título VI de la Primera Partida, trata, y lo leo textualmente: “Que los clérigos non deuen tener barraganas, e que pena merece si lo fizieren”. La Santa Madre Iglesia me exculpará, pues no me impulsa pecado alguno, si me limito a reproducir la tolerante disposición del Rey Sabio, no sin modernizar un poco el idioma: para el clérigo al que hallaren que la tiene conocidamente como está dicho, y que en tal pecado viviere, débesele amonestar para que se aparte de ella, aunque le duela, y si no quiere enmendar débesele dar un cierto tiempo para que lo haga, e si en aqueste tiempo ella no quisiera partir débenselo imponer para siempre, e la mujer que desta manera viviera con el clérigo debe ser encerrada en un monasterio que haga penitencia por toda su vida. Hecho el inciso, vuelvo a la tradición. El caso es que el diablo aceptó el legado y satisfizo la petición, porque pocos días después del suicido del testador aparecieron muerta la adúltera y su compañero. Dejo de lado comentar si se trataba de condición o 25 Libro Primero, Sección Segunda, Título Cuarto, artículos 83 a 94. 23 de cargo, pero sí quiero advertir para los que no lo saben que nuestra ley actual no permite las condiciones ilícitas como son las contrarias a las buenas costumbres, y fea costumbre es eso de legar el alma al diablo. Pero opino que sí permite los legados en provecho del alma, que el artículo 763 del Código Civil llama legado con fines religiosos. A otros casos de legados a favor del alma, concretamente para misas, aluden las tradiciones P OR UNA MISA y NADIE SE MUERE HASTA QUE NO QUIERE . El autor del legado al que alude la primera tradición tendría pocos pecados o escaso remordimiento, porque dejó para misas sólo durante un año. El de la segunda tradición encomendó misas por veinticinco años; mucho peso tendría en su conciencia. Hablando de legados, también está el que se menciona en LA PENSIÓN DEL PERRO . El testador dejó su patrimonio al cabildo eclesiástico de la catedral de Trujillo, exigiéndole la manutención del can que sobrevivió al difunto. Se dirá que no puede haber otro sucesor que persona física o jurídica. Pero yo defendería al animalito, afirmando, primero, que cuando el artículo 766 del Código Civil alude al legado de alimentos, no impide alimentar a las mascotas. Y subsidiariamente alegaría que la disposición testamentaria para el cabildo contiene un cargo como modalidad lícita de los actos jurídicos, y que el albacea está en el deber de cumplir los encargos especiales del testador que no sean contrarios al orden público y a las buenas costumbres. Del proceso sobre EL DIVORCIO DE LA CONDESITA no hay mucho que contar, salvo las razones invocadas por ella y por él. Ella demandaba a su cónyuge debido a que “ocupando el mismo lecho (...), le volvía las espaldas”. Él reconvino manifestando que si bien su mujer rengueaba ligeramente antes de casarse, después del matrimonio dejó de lado el disimulo y cojeaba de manera horripilante, y que, además, no podía hacer vida en común con mujer que “chupa cigarro de Cartagena de Indias”. Como de costumbre, Palma no refiere nada de la 24 sentencia. Si el caso fuera hoy, yo no aceptaría ser abogado de ninguna de las partes. No aceptaría serlo de ella, porque aunque me pareciera muy mal que su consorte le volviera las espaldas, eso no sería causa de divorcio imputable a él, sino déficit de coquetería atribuible a ella. Y no aceptaría serlo de él, porque el Dr. Héctor Cornejo Chávez me enseñó que el acto jurídico de matrimonio no es anulable por error en las cualidades de la otra parte. Si la ley lo permitiera, decía Cornejo con profusión de ejemplos de lo más divertidos, faltarían tribunales. Las concesiones para obras públicas, hoy tan en boga, tampoco fueron ajenas a la pluma del tradicionista. En E L PUENTE DE HUAURA relata el otorgamiento de una concesión para construir un puente sobre el río del mismo nombre, con derecho a cobrar por persona y por acémila. La tradición de U N CUOCIENTE INVEROSÍMIL tiene su miga por dos disposiciones testamentarias. Lo primero que dispuso el testador fue reconocer no estar casado, pero declarando que como si lo estuviera, por haber adquirido a su mujer, escúchenlo, por prescripción posesoria de cuarenta años. El Derecho progresa, abreviando los plazos: adviértase que el numeral 326 del Código Civil alude a posesión constante de estado de convivencia por lo menos durante dos años. Su segunda disposición fue reconocerse deudor de un peso a favor de los santos cuyas imágenes se lucían en la iglesia de la que era sacristán, a las que, para comprar aguardiente, había birlado las limosnas. ¡Deudor honesto, el sacristán! UNA SENTENCIA PRIMOROSA es tradición que relata una sentencia (en realidad, dos autos) que de primorosa, como sinónimo de fina o delicada, tuvo poco. Un tal Landázuri reclamó ante el Juzgado alegando “la mala vecindad que le daba una parejita de recién casados que solía asomarse a la ventana pico a pico, como paloma con palomo, despertando así el apetito” y pecaminosas ideas del querellante, por lo que éste exigía del juzgado que ordenase al novel matrimonio cambiar de domicilio, o abstenerse de hacer ostentación de sus dulzuras. 25 Llegado el escrito el Juzgado, llamó Su Señoría al escribano: escriba usted —le dijo— con letra grande y clara; ponga la fecha y el siguiente proveído: “Váyase el recurrente a ...”. Y ustedes ya se imaginarán el sitio. Como el demandante no encontró placentero el lugar de destino, sintiéndose agraviado en sus derechos recurrió a la Audiencia. En esta ocasión la Audiencia oyó bien y no hubo discordia en su veredicto: confirmaron con costas. Allí, y, además, con costas. Me parece muy bien. Los jueces, que han sido nombrados para dirimir razones, a veces escuchan tantas sinrazones y sandeces que estoy seguro que con frecuencia se refrenan para no resolver como los magistrados de la tradición. ***** En homenaje al preciado tiempo de ustedes, con lo dicho, que ya es largo, debiera concluir. Pero no puedo hacerlo, señor Presidente, sin un ruego final. Al empezar había solicitado una indulgencia. Ahora pido que se me conceda otra, que se justifica en que este discurso haya estado —lo digo haciendo mías las palabras de Cervantes— “desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y de erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben”. A ustedes, Señores Académicos, que son hombres que saben, gracias por acogerme con indulgencia. Y a todos ustedes, colegas y amigos, por acompañarme en esta ocasión, GRACIAS. Lima, 18 de abril del 2002