Pioneros buscando entender el sistema nervioso desde la base. Los Premios Príncipe de Asturias 2011 de Investigación Científica y Técnica otorgados a tres neurocientíficos Un año más, los Premios Príncipe de Asturias de Investigación Cientifica y Técnica han ido a reconocer el trabajo de tres neurocientíficos. El año pasado veíamos como en las figuras de David Julius, Linda Watkins y Baruch Minke, se reconocía el avance en la compresión más básica de los mecanismos de la sensación dolorosa. Este año, el jurado ha reconocido a Joseph Altman, Arturo Alvarez-­‐Buylla y Giacomo Rizolatti y de nuevo la investigación fundamental, que permite entender fenómenos tan importantes como la regeneración y reparación neuronal, la imitación y la empatía. Esto revela que la Neurociencia es disciplina de gran importancia ya que aporta conocimiento sobre cómo se generan nuestras sensaciones, pensamientos, emociones, nuestra creatividad e inteligencia; en definitiva nuestra conducta. Es el área de la ciencia que aborda el estudio del cerebro, cuyo entendimiento es el gran reto al que se enfrente el ser humano. Además, la Neurociencia se ocupa de entender las enfermedades neurológicas y psiquiátricas y de aportar recursos para combatirlas. En suma, el conocimiento neurocientífico es fundamental para comprendernos como seres humanos y para enfrentarnos a enfermedades con gran repercusión personal, familiar y social. De hecho, sensible a la importancia de la Neurociencia, el Parlamento español ha aprobado por unanimidad una proposición no de ley, a petición de la Sociedad Española de Neurociencia, por la que se declara el 2012 como Año de la Neurociencia, un periodo en el que se pretende transmitir a la sociedad la importancia trabajar en este área y de invertir en investigación neurocientífica. Esa inversión redundará, sin duda, no sólo en la cura de enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, patologías psiquiátricas como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar, sino también en poder entender nuestras motivaciones, nuestras emociones, nuestras memorias o nuestras decisiones. Hace más de 50 años, el estadounidense Joseph Altman encontró en sus experimentos con ratas adultas que algunas células aparecían marcadas con timidina radioactiva, una manera de ver que se sintetizaba DNA y por tanto concluyó que esas células podían ser neuronas que se habían dividido y proliferado. Altman observaba rutinariamente estas marcas en estructuras cerebrales como el hipocampo y el bulbo olfatorio. Aquellos hallazgos pioneros, muy controvertidos en su tiempo, han sido replicados por muchos otros investigadores en años más recientes, en que se ha podido demostrar que en la población de células observadas por Altman había neuronas. El descubrimiento de la existencia de neurogénesis en animales adultos puso en cuestión la idea firmemente establecida de que poseemos una dotación finita de neuronas y estas no proliferan, y que la integración de neuronas nuevas después del nacimiento en estructuras cerebrales era imposible. Los trabajos de Arturo Alvarez-­‐Buylla, hijo de un asturiano exiliado primero en Rusia y luego en México, trabajando independientemente y anteriormente con su supervisor, Fernando Nottebohm, en la universidad Rockefeller, pusieron de manifiesto que esto no es así, que se pueden generar neuronas durante la edad adulta a partir de otro tipo de células, las gliales, y que las nuevas neuronas pueden migrar por la base del cerebro e integrarse funcionalmente en estructuras, como el bulbo olfativo. Naturalmente estos hechos abren una vía de esperanza a la posibilidad de regenerar el sistema nervioso maltrecho a consecuencias de accidentes vasculares (derrames o infartos), traumáticos o degenerativos. Ahora bien, ¿contradicen la vieja idea de que las neuronas no se regeneran? La respuesta es rotundamente no. Porque, aunque la neurogénesis existe en adultos, no es general y parece estar relacionada más con aspectos funcionales que estructurales. Por ejemplo se ha encontrado en animales de experimentación que si la neurogénesis se obstaculiza artificialmente en una zona del hipocampo (estructura relacionada con la memoria) donde tiene lugar normalmente, éstos tienen dificultades para adquirir nuevas experiencias. Es como si la memoria RAM se llenara y no se pudiera pasar la información al disco duro. Tampoco las neuronas generadas después del nacimiento establecen conexiones a distancia, sus conexiones se limitan a su entorno local. Desgraciadamente los trabajos que acreditan la existencia de neurogénesis en el cerebro adulto, que ahora se premian, no tuvieron el reconocimiento debido en su tiempo y Altman llegó a perder la financiación con la que mantener el laboratorio, de modo que tuvo que recurrir junto a su mujer, Shirley Bayer, que también participó de estos trabajos, a financiar con fondos personales parte de su investigación ulterior. Así que este premio Príncipe de Asturias de alguna manera repara una injusticia manifiesta. Con todo, esta candidatura me ha sorprendido bastante porque aunque los trabajos de los dos científicos mencionados están relacionados, los del italiano Giacomo Rizzolatti van en otra dirección. Los hallazgos de Rizzolatti y colegas es posible resumirlos en pocas palabras diciendo que descubrieron que algunas neuronas de la corteza de macacos, activas al realizar un movimiento, mostraban la misma actividad simplemente al observar a otro macaco, o incluso al experimentador, realizar la misma acción. Es decir, hay neuronas en la corteza cerebral que se activan cuando se realiza un acto motor y simplemente al ver a otros realizar ese acto motor. Incluso se ha encontrado que se activan sólo con pensar que se realizar el acto motor. Por ello, se denominaron neuronas espejo, y algunas evidencias indican que existen igualmente en el humano. La transcendencia de estos descubrimientos es enorme y en la actualidad se está investigando intensamente porque este podría ser el sistema cerebral para la imitación y la empatía. Llama la atención que tanto la neurogénesis en cerebro adulto como las neuronas espejo fueron descubrimientos accidentales. Esto pone de manifiesto una vez más la insensatez de tratar de dirigir la investigación científica. La generación de conocimiento se sitúa siempre en el borde de lo desconocido y por tanto no es dirigible. El sistema de las neuronas espejo se descubrió durante un estudio neurofisiológico encaminado a entender la organización de los actos motores. Pero este hallazgo tiene implicaciones fuera de los límites de la neurofisiología. Las propiedades de estas neuronas han llamado la atención no sólo de médicos y psicólogos, sino también de artistas, sociólogos y antropólogos, entre otros. Aunque aún está en debate, se piensa que este sistema puede suponer la base del entendimiento de enfermedades tan poco comprendidas como el autismo. He aquí la grandeza de la ciencia fundamental, antes o después sirve, y sirve de mucho. Enhorabuena al jurado por premiar a científicos que realizaron hallazgos casuales y aparentemente inútiles. Juan Lerma. Director del Instituto de Neurociencias, CSIC-­‐UMH. Presidente electo de la Sociedad Española de Neurociencia.