ESTUDIO SOBRE CRISTOLOGÍA ESTUDIO 4 LA OBRA REDENTORA DE CRISTO (2ª parte)

Anuncio
ESTUDIO SOBRE CRISTOLOGÍA
ESTUDIO 4
LA OBRA REDENTORA DE CRISTO (2ª parte)
Por SAMUEL PÉREZ MILLOS
d) Aspecto estrictamente redentor de la obra de la cruz
La palabra redención en sentido específico identifica la obra de la Cruz como
operando una “redención general” que comprende muchos aspectos, y que solo
algunos de ellos serán considerados. Tiene también un sentido específico de
compra de un esclavo y su liberación (1 P.1:18-19). Es preciso entender también el
aspecto de “rescate”. En este sentido el A.T. utiliza una amplia serie de términos. El
verbo “ga’al” implica el rescate para devolver a su dueño objetos, cosas o personas
(cf. Ex.6:6; Lv.25:25; Rut 4:4,6; Sal.72:14; 106:10; Is.43:1). Del término deriva
“go’el” que se usa para designar al “pariente redentor”, el que por proximidad tenía
los derechos para adquirir (p. ej., los parientes de Rut la moabita; Rut.4). En tal
sentido Cristo se hace “pariente cercano” a los pecadores, mediante su encarnación
(He.2:11-14). Él es el Redentor perfecto, por cuanto puede cumplir las demandas
establecidas para ello en la ley: a) Ser pariente; b) Ser capaz de pagar el precio
(Hch.20:8). C) Estar libre de la situación de quien tenía que ser rescatado
(He.4:15; 7:25; Jn.8:46; 1 P.2:22). Estar en la disposición de hacerlo (He.10:5-7).
El término “paraq”, que implica rescatar rompiendo las ataduras del esclavo
(Sal.136:24). El sustantivo “ge’ullah” (procedente del verbo “ga’al”), tiene la idea
de rescate o derecho al rescate (Lv.24:24, 26, 29, 31, 48, 51-52; Rut.4:6-7;
Jer.32:7). El término “ganah”, que equivale a redimir comprando algo por precio
(Is.11:11; Neh.5:8). En el N.T. aparecen algunos vocablos que expresan la idea
específica de “redención”: “Agorazó” que tiene que ver con la compra de algo,
generalmente en el “ágora” o mercado público (Mt.13:44; 14:15; Lc.14:18) y que
aplicado a la salvación es el acto por el cual Dios, mediante el precio de la obra de
Cristo, compra para sí un pueblo antes esclavo (1 Co.6:19-20; 7:22-23; 2 P.2:1).
Otro término es “exagorazo”, que literalmente equivale a comprar del mercado”,
implicando algo más que pagar el precio, ya que comprende también sacar del
lugar de esclavos al esclavo comprado, para hacerlo libre. En relación con la
salvación añade al anterior el concepto de libertad por Cristo (Gá.3:13; 5:5).
También aparece “lutroö”, que tiene que ver con poner en libertad mediante
rescate (Tit.2:14; 1 P.1:18). Por último la voz “peripoiësis”, que equivale a adquirir
como posesión propia (Ech.20:28; 1 P.2:9). El creyente viene a ser, por redención,
propiedad o posesión particular de Dios.
e) La sustitución
El término “sustitución” o “sustituto”, en relación con la obra de Cristo, no son en sí
mismos términos bíblicos. Sin embargo la Escritura enseña con toda claridad que
Cristo murió por los pecados del mundo siendo, en palabras de Juan, “el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). Jesús de Nazaret fue en su
muerte, el sustituto de los pecadores, ya que potencialmente ocupó su lugar, como
se enseña extensamente en las Escrituras. Por medio de “la muerte sustitutoria” o
“vicaria”, los juicios de Dios y la condenación por el pecado fueron llevados por
Cristo, desviando la ira de Dios hacia su Persona, para que los “herederos de ira”
pudieran ser hechos objetos de misericordia y salvos por la obra de la Cruz.
Habiendo ocupado el lugar del pecador y satisfecho totalmente las exigencias
divinas para salvación, el pecador puede ser salvo reconociendo que Cristo murió
por sus pecados y aceptándolo por la fe como Salvador personal. La sustitución,
aunque es vital para la eficacia de la obra salvífica, no expresa absoluta y
definitivamente todo lo que se llevó a cabo en la muerte de Cristo. Sin embargo
representa un elemento esencial en la obra de la cruz. En ocasiones se utiliza
también el término “expiación” para referirse a la plenitud de la obra salvífica, sin
embargo no aparece en ningún lugar del N.T. utilizándose, tal vez, en el sentido de
cubrir o tapar el pecado, para aplicarlo a la obra que Cristo llevó a cabo en Su
muerte. Será bueno prestar atención al hecho de la muerte vicaria o sustitutoria de
Cristo, como esencial para la obra de redención.
Dos preposiciones griegas definen la sustitución. Por un lado “anti” que define sin
ningún tipo de duda el aspecto sustitutorio, en el sentido de ocupar el lugar de otro.
Por otro “huper”, que en ocasiones expresa la manifestación de un beneficio y que
cuando se relaciona con la obra de Cristo, indica que Su muerte se produjo “hacia”,
esto es, “en favor” o “en beneficio” de los pecadores. Otras veces se utiliza como
sinónimo de “anti”, enfatizando el aspecto sustitutorio de Su obra. Si la preposición
“anti” no ofrece duda, el sentido amplio de “huper” exige aplicar las reglas de la
hermenéutica para definir, por el “entorno textual” (N.A.- Equivalente a “contexto
próximo”.), el significado en cada caso. En ese sentido, a la preposición “huper” se
le reconoce el significado amplio de algo hecho “en favor de”, salvo en aquellos
lugares donde el sentido de la frase exige que se le asigne el significado y fuerza de
“anti”, como ocurre en algunos pasajes (Lc.22:19-20; Jn.10:15; Ro.5:8; Gá.3:13;
1 Ti.2:6; Tit.2:14; He.2:9; 1 P.2:21; 3:18; 4:1). En otras ocasiones la preposición
“huper” no es equivalente a “anti” como es evidente (cf. Mt.5:44; Jn.13:37; 1
Ti.2:1). Sin embargo la discriminación de las preposiciones no es base suficiente
para establecer la verdad de la muerte vicaria de Jesucristo. Por otro lado la
preposición “huper” tiene en muchas ocasiones la amplitud del doble significado,
que Cristo murió en lugar y a favor de los pecadores.
Con todo, la enseñanza de la sustitución puede probarse. Primero por la profecía
(Is.53:46). La idea de sustitución en el texto profético queda establecida a la luz
del N.T. (Mt.20:28). Otro complemento aclaratorio aparece en el primer escrito de
Pablo a Timoteo, en donde dice que Jesucristo se dio a sí mismo “en rescate”,
seguido de la preposición “huper” que expresa tanto “en lugar de” como “en favor
de”.
La sustitución con relación al juicio del pecado es una enseñanza del N.T. (cf. 1
Co.15:3; 1 P.2:24; 2 Co.5:21; Gá.3:13). Tal sustitución presenta la muerte de
Cristo como la “propiciación por el pecado”. La palabra “propiciatorio”
(“hilastërion”) se usa en relación con la plancha de oro puesta sobre la tapa del
arca de la alianza en donde se extendía la sangre del sacrificio de expiación
(He.9:5; lev.16:14ss). En base al mismo, el pecado del pueblo era “cubierto” y
“pasado por alto”, en espera de la obra de Cristo. Por esa causa el pecador más
perdido podía invocar el favor y la misericordia de Dios (Lc.18:13). De modo
perfecto y definitivo, el sacrificio de Cristo cambia el lugar de juicio por un trono de
misericordia (He.9:11-15). Por otro lado la palabra “hilasmos”, alude al acto de la
propiciación (1 Jn.2:2; 4:10), Cristo al morir en la cruz, satisfizo todas las
demandas de Dios en cuanto al juicio por el pecado, en cuya obra queda satisfecha
la demanda pendiente por los pecados pasados anteriormente por alto (Ro.3:2526). Los pecados anteriores a la cruz fueron perdonados sobre la base de la obra
que Cristo haría en ella. A diferencia del sacrificio propiciatorio que “cubría” el
pecado y que había de ser repetido por esta causa, el de Cristo “quita” el pecado,
habiendo llevado sobre sí el juicio del pecado.
La sustitución no puede realizarse al margen de la cruz que es la expresión
suprema de la fidelidad y soberanía de Dios. La cruz es la realización del plan
eterno de redención, establecido por Dios desde antes de la fundación del mundo (2
Ti. 1:9); el altar en que Dios mismo coloca a su Hijo, como “Cordero que quita el
pecado del mundo” (Jn.1:29). La crucifixión no fue un accidente casual en la vida
de Cristo, sino el cumplimiento preciso de lo que Dios había preparado
anticipadamente (Hch.2:23). Pablo tiene presente la cruz en toda la dimensión de
su teología vinculándola con la obra de sustitución (2 Co.5:14-15), en la que Cristo
ocupa el lugar de los pecadores: “uno murió por todos”. Como se consideró antes,
en la cruz Cristo no solo muere en beneficio de los pecadores, sino ocupando su
lugar. Tal profundidad es difícil de comprender: “El Justo por nosotros los injustos”.
Sin embargo, esa obra da expresión al eterno programa salvífico de Dios (1 P.1:1820). Cuando llegó el “cumplimiento del tiempo”, el Cordero de Dios fue cargado con
el pecado del mundo.
La sustitución debe entenderse desde el plano de la muerte. La muerte es una
realidad en el mundo recogida en la Escritura (Ro.5:12). A la luz de la Biblia ofrece
dos aspectos. (1) Muerte espiritual que es la separación espiritual de Dios a causa
del pecado. (2) Muerte física que es la separación del espíritu y del cuerpo, y que
es la consecuencia de la muerte espiritual. El estado de muerte obedece a la
consecuencia del quebrantamiento de lo dispuesto por Dios (Gn.2:17). Cuando el
hombre transgredió el mandamiento, en ese mismo instante murió espiritualmente,
quiere decir que fue separado de Dios (Gn.3:24). La evidencia de la muerte
espiritual se manifiesta en que “todos mueren”. La muerte espiritual produce
efectos en el hombre: (1) Ausencia de comunión con Dios. (2) Manifestación del
poder del pecado. (3) Incapacidad para superarlo (Ro.8:7). La pena del pecado es
la eterna separación de Dios y la entrada a ese estado definitivo se produce en la
muerte física del pecador no regenerado. A este estado la Biblia le llama “la muerte
segunda” (Ap.20:14). Con su muerte Cristo es el sustituto del hombre en relación
con la muerte ya que “Él gustó la muerte por todos” (He.2:9). En la cruz se
produce la muerte vicaria de Cristo por los pecadores. El aspecto sustitutorio
requería la muerte tanto física como espiritual.
La muerte espiritual en la experiencia de la sustitución es una verdad sumamente
profunda y difícil de entender. En la cruz Cristo, sin pecado, es el portador del
pecado de los pecadores (2 Co.5:21). La consecuencia suprema de tal obra es
haber sido hecho maldición al ocupar el lugar del pecador (Gá.3:13). La experiencia
de la separación del Padre entra de lleno en la obra de la sustitución y quedó
expresada por el mismo Señor en la cruz (Mt.27:45). La infinita dimensión de ese
estado excede a toda comprensión humana. La ira de Dios por el pecado es
desviada del pecador hacia el inocente, que la recibe en toda su dimensión. El
Padre lo había llevado al polvo de la muerte, donde el Santo entra en la experiencia
espiritual del condenado (Sal.22:14-15): (1) Los sufrimientos físicos y morales. (2)
La entrada en las tinieblas (Lc.23:44-45). (3) La sed (Jn.19:28), que aunque
producida por su condición física, es el aspecto del tormento propio del que está en
el infierno (Lc.16:23-24). (4) La ira divina sobre Él (Sal.42:7). La agonía del
Salvador en Getsemaní y su oración están relacionadas con la muerte espiritual
(He.5:7). A esa oración se le han dado diversas interpretaciones al texto. Algunos
opinan que Jesús oraba para que el Padre lo librara de morir antes de ir a la cruz,
en razón de la angustia intensa que estaba soportando. Otros piensan que Jesús
oró a causa del miedo que tenía a la experiencia de la cruz. Hay quienes piensan
que Jesús oró y fue oído en la segunda parte de la oración de Getsemaní: “no se
haga mi voluntad”. Todas esas posibilidades pueden argumentarse sin violentar el
contexto general de la Palabra, pero ninguna satisface plenamente la dimensión del
texto. La pena del pecado es la muerte eterna para quien estando muerto
espiritualmente entra en la experiencia de la muerte física. La experiencia del
hombre perfecto ante esa dimensión de muerte le lleva a orar en agonía. Cristo ora
para que Dios aceptara su muerte como pago total del pecado de los pecadores y lo
levantara, restaurándolo a la vida. Tal oración fue oída, en el sentido de atendida
por Dios, conforme a la enseñanza del texto. El desamparo de la cruz, en cuyo
tiempo Jesús guardó silencio, es entendido por el Salvador como una acción
necesaria en la ejecución de la justicia de Dios. En ese sentido la expresión
posterior al tiempo de tinieblas se dirige a Dios como tal (Mt.27:46). Esa situación
de desamparo da paso a la restauración plena de la comunión con Dios antes de
entrar en la experiencia de la muerte física, dirigiéndose a Él con el habitual título
de Padre (Jn.19:30). Después de ello entró voluntariamente en la experiencia de la
muerte física (Jn.10:18), mediante la entrega de su espíritu al Padre (Lc.23:46). En
ese momento la oración no se dirigía a Dios que había tenido que desampararle por
ser el Cordero que llevaba sobre sí el pecado del mundo, sino al Padre, que
restauró nuevamente la plena comunión con el que había soportado sobre sí el
juicio por el pecado, manifestando con ello la plena aceptación del sacrificio del
Redentor. Jesús había “gustado la muerte por todos”, tanto en el sentido físico
como en el espiritual. Para restaurar al pecador a la vida, Cristo ofreció al Padre su
único y eterno modo de vida. Todo ello rodeado de obediencia (Fil.2:8).
En relación con la sustitución debe ser considerado también el alcance y naturaleza
de la sustitución. En esto debe hablarse de un doble aspecto de la sustitución; por
un lado está la sustitución “potencial” y por otro la sustitución “virtual”. Por
sustitución “potencial” se expresa el alcance universal de la obra del Calvario por la
que Dios hace “salvables” a todos los hombres. Por sustitución “virtual” se expresa
la eficacia de la obra del Calvario, sólo en aquellos que creen. Algunos llaman
también “sustitución global” y “formal”. En relación con esto, escribe Lacueva:
“¿Qué se entiende por sustitución virtual o global? Sencillamente, lo siguiente:
Cristo no me sustituyó personalmente en el Calvario, ni expió actualmente mis
pecados, ni los tuyos ni los de nadie (de lo contrario, naceríamos ya justificados,
puesto que nuestros pecados estarían ya borrados), sino que proveyó una salvación
abundante para todos, propiciando a Dios globalmente por el pecado del mundo, de
tal modo que, satisfecha la justicia divina, el amor de Dios se desbordase sobre un
mundo perdido, cambiando contractualmente (en general) la posición del mundo
respecto de Dios… Ahora bien, cuando una persona se apropia personalmente, por
fe y arrepentimiento (Mr.1:15), la obra del Calvario, es entonces cuando tiene en
Jesús un sustituto formal; por eso, sólo a los creyentes se aplica en plural la
sustitución por sus pecados (1 P.2:24-25)”.
(N.A.- F. Lacueva, o.c. pág. 331).
La distinción universal y personal de la sustitución aparece claramente en el
mensaje profético del A.T. (Is.53:4-6). En el versículo 6 se aprecia la universal ya
que Dios carga sobre Cristo “El” (singular) pecado de todos los hombres, lo que
concuerda plenamente con la enseñanza del N.T. (Jn.3:16). Por otro lado en los
versículos 4 y 5 se aprecia la sustitución personal, donde no es la masa de pecado
de todos, sino las enfermedades, dolores y rebeliones (plural). En este segundo
aspecto, Cristo sustituye en su pecado y transgresión personal al pecador que cree,
obrando para él la eficacia de la salvación, lo que también concuerda plenamente
con la enseñanza del N.T. (1 Jn.2:2; 1 Ti.4:10). Deben entenderse desde la
perspectiva de la “sustitución potencial” los pasajes bíblicos que expresan un
alcance universal de la salvación: (1) Pasajes que declaran una obra salvífica de
alcance universal, extensiva a todos los hombres (Jn.3:16; 2 Co.5:19; He.2:9; 1
Jn.2:2). (2) Pasajes que son inclusivos en su finalidad y que hace necesaria para su
correcta aplicación una obra que comprenda a todos los pecadores (2 Co.5:14; 1
Ti.2:6; 4:10; Tit.2:11; Ro.5:6). (3) Pasajes que ofrecen la salvación a todos los
hombres y que sólo son posibles en un llamamiento a salvación de “bona fide”, si la
muerte de Cristo alcanza salvíficamente a todos los hombres (Jn.3:16; Hch.10:43;
Ap.22:17).
f) Otros aspectos de la obra redentora
La muerte de Cristo debe ser entendida también en su aspecto expiatorio. En tal
sentido Cristo fue el sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía el pecador
(Lv.16:21; Is.53:6; Lc.22:37; Mt.20:28; Jn.10:11; Ro.5:6-8; 1 P.3:18). Como
sacrificio por el pecado, tiene que morir en la cruz y sufre el juicio del pecado del
mundo (1 Co.15:3-4; 2 Co.5:19-21; 1 P.1:18-19). Pero no solo es el sacrificio, sino
que es también el Sumo Sacerdote que lo oficia (He.7:25-27). Jesús ofreció su vida
en la cruz, como sacrificio por el pecado (He.10:1-10). La pena del pecado puede
ser remitida por el carácter expiatorio del sacrificio de Cristo. En la antigua
dispensación, el pecador era perdonado cuando presentaba un sacrificio cruento
para la expiación, que era tipo de la muerte del Señor en la cruz (Lv.4:20, 26, 31,
35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7; 19:22; Nm.15:25-26, 28). La misma verdad prevalece
en relación con la sangre derramada en el Calvario, como base de perdón para todo
pecador (Col.1:14; Ef.1:7). El pecador puede ser perdonado, porque el juicio por su
pecado cayó con todo rigor sobre el Salvador en la cruz (1 P.2:24; 3:18). En razón
del sacrificio expiatorio de Cristo, Dios está en libertad de manifestar su gracia a
quienes no tienen mérito alguno, salvándolos (Ro.5:8; Ef.2:7-10). Toda
condenación es retirada para siempre en razón del sacrificio y los méritos del Hijo
de Dios (Jn.3:18-5:24; Ro.8:1; 1 Co.11:31-32).
La obra de la cruz tiene también el aspecto de la paz con Dios. La reconciliación
tiene que ver con el restablecimiento de relaciones entre quienes estaban en
enemistad. Para alcanzar esta situación en relación con Dios, han de superarse
primeramente los obstáculos que impiden una correcta relación. La palabra
“reconciliación” proviene de la voz griega “katallassö” y se vincula con un cambio
positivo de una relación negativa (de “allassö”, “cambiar”). Por tanto el significado
de “reconciliación” es “cambiar completamente”. En el sentido de reconciliar
aparece en el N.T. en dos modos. (1) Referido a la reconciliación entre personas
enemistadas (1 Co.7:11), (2) Como expresión de la restauración de relaciones
entre el hombre y Dios (Ro.5:10; 2 Co.5:18-20). El sujeto de la reconciliación
aparece claramente manifestado en la enseñanza del N.T. (2 Co.5:18-19). La gran
diferencia en el concepto de reconciliación en el N.T. con relación al mundo profano,
es que el sujeto de la reconciliación no es el hombre sino Dios.
La reconciliación obrada por Dios es la consecuencia de una obra cumplida en la
Cruz (Ro.5:10), que precede y excluye toda obra humana, ya que no es una
actuación del hombre lo que provoca la reconciliación con Dios, sino al revés, esto
es, Dios hace la obra y llama al hombre a responder a ella aceptándola por fe. La
reconciliación tiene lugar por medio de la obra de Cristo (Ro.5:10s.). Esa obra
permite a Dios declarar justificado a todo aquel que cree (Ro.5:1). La reconciliación
es un don de Dios dirigido al pecador (Ro.5:10-11; 2 Co.5:18). A este regalo
corresponde la fe del hombre en aceptación. Tal es el significado de la exhortación
de Pablo: “reconciliaos con Dios” (2 Co.5:20) con el significado de “dejaos
reconciliar con Dios”. Esta exhortación es un modo de pronunciar la exigencia de fe,
en oposición a cualquier obra humana que pretenda justificarse a sí mismo
(Ro.3:21ss; Gá.3:4). El evangelio es el “mensaje de la reconciliación” (2 Co.5:19)
colocando Dios a los suyos como ministros que proclamen la reconciliación (2
Co.5:18). El resultado de la reconciliación es evidente: pone fin a un estado de
enemistad entre Dios y el hombre (Ro.5:10). La base de la reconciliación es la
muerte de Cristo, que “cancela la deuda de los delitos humanos”, rehabilitando al
pecador (2 Co.5:19), y elimina todo impedimento legal y moral en la mente de Dios
para salvar al pecador. Dios está satisfecho y el hombre ha sido reconciliado. El
pecador que acepta la obra de reconciliación viene a estar en paz con Dios
(Ro.5:1). La reconciliación es “potencial” en cuanto a que alcanza a todo el mundo
y permite el mensaje de salvación en gracia, y es “virtual” para quienes creen y son
salvos de la ira (Ro.5:10-11). Como dice Chafer: “no puede discutirse el hecho de
que hay dos clases de reconciliación: una, llevada a cabo por Dios para todos, en
Su amor hacia el mundo; la otra, llevada a cabo en el creyente individual en el
momento en que cree”. (N.A.- Chafer, o.c. pág. 906).
Todos los aspectos y bendiciones de la obra redentora de Cristo, debieran producir
en cada creyente un compromiso de servicio y entrega incondicional al Señor. El
mensaje que estimula a esta decisión no es el legalista de las normas y santidad
externa, sino el impactante del amor de Cristo, como Pablo dice: “El amor de Cristo
nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que
murió y resucitó por ellos” (2 Co.5:14-15). Este es el mensaje que la iglesia debe
recuperar para llenar el púlpito cristiano.
BIBLIOGRAFÍA
Los títulos que se relacionan han sido consultados, en alguna medida, en la
preparación de estas notas y son una valiosa ayuda para un estudio más detallado
de los múltiples subtemas que incluyen.
Evangélicos en castellano
Alonso, Horacio A. Jesucristo, Sumo Sacerdote. Buenos Aires, 1990.
Alonso, Horacio A. La identificación con Cristo. Buenos Aires, 1986.
Brancoft Emery H. Fundamentos de Teología Bíblica. Grand Rapids, 1986.
Berkhof L. Teología Sistemática. London, 1967.
Bonnet L. y Schroeder A. Comentario del Nuevo Testamento. CNP, 1971.
Buswell, Oliver (Jr.) Jesucristo y el Plan de Salvación. Miami, 1983.
Calvino, Juan, Institución de la Religión Cristiana. Rijswijk (Z. H.), 1967.
Charfer y Walvoord, Grandes Temas Bíblicos. Grand Rapids, 1976.
Chafer, L. S., Teología Sistemática. Dalto, Georgia, 1974.
Clarke, Adam, Comentario de la Santa Biblia. Missouri, 1974.
Finney, Charles, El juicio del pecado. Terrasa, 1984.
Gordon, H. Girod, Palabras y portentos de la Cruz. Terrasa, 1962.
Gordon, H. Girod, El camino de Salvación. Terrasa, 1974.
Halley, Henry H., Compendio Manual de la Biblia. Grand Rapids.
Hodge, Charles, Teología sistemática. Terrasa, 1991.
Hovey, Alan, Comentario expositivo sobre el Nuevo Testamento. CBP, 1973.
Lacueva, F. Espiritualidad Trinitaria. Terrasa, 1983.
Lacueva, F. La persona y la obra de Jesucristo. Terrasa, 1979.
Lacueva, F. Curso práctico de Teología Bíblica. Terrasa, 1999.
MacDonald, William, Comentario al Nuevo Testamento. Terrasa, 1995.
Mounce, Robert H. Comentario Bíblico Moody. Chicago, 1971.
Palmer, Edwin H. “Doctrinas claves”. Pensilvania, 1973.
Ridderbos, Herinan, El pensamiento del apóstol Pablo. Buenos Aires, 1979.
Ryrie, C.C. Teología Bíblica del Nuevo Testamento. Grand Rapids, 1983.
Ryrie, C.C. La gracia de Dios. Barcelona, 1979.
Ryrie, C.C. Síntesis de Doctrina Bíblica. Barcelona, 1979.
Simpson, A.B. La cruz de Cristo. Terrasa, 1984.
Simpson, A.B. Jesucristo nuestro sanador. Terrasa, 1984.
“Confesiones de fe de la iglesia”. Terrasa, 1985.
Tillet, Wilbur F. La doctrina de la salvación. Terrasa, 1987.
Trenchard – Martínez, Escogidos en Cristo. Madrid, 1965.
Wood, Fréderick P. El evangelio de San Pablo. Terrasa, 1986.
N. de R. Por falta de espacio no ha sido posible incluir toda la bibliografía que nos
facilitó el autor.
SAMUEL PÉREZ MILLOS
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Septiembre-Octubre 1999. Nº
190. Época VIII. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación,
siempre que se cite su procedencia y autor.)
Descargar