REGIONES Y UNION ECONOMICA Y MONETARIA EUROPEA Guillermo de la Dehesa - Vicepresidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR) de Londres - Miembro del Group of Thirty (G.30) de Washington Asesor económico internacional de Goldman Sachs and Co. de Nueva York Introducción. La Unión Económica y Monetaria (UEM) es un intento muy loable de tratar de conseguir una Europa integrada y fuerte que sea capaz de hacer frente al reto competitivo de otras regiones como NAFTA, Japón y el Sudeste Asiático, tanto en el campo económico como en el político. Desde el punto de vista económico parece claro que, a través de la UEM se consigue, de un lado, un mayor crecimiento en Europa y, de otro, una moneda, el ECU, mucho más fuerte que pueda ser la alternativa del dólar como moneda reserva, con todas las ventajas monetarias y financieras que esto conlleva. ¿Cómo se consigue ese mayor crecimiento real de la economía?. Por un lado, porque en un mercado unido mucho más amplio y con libertad de movimiento de bienes, capitales y personas, se puede conseguir una mejor asignación de los recursos productivos que en doce economías separadas. Por otro lado, porque se pueden reducir ampliamente los costes de producción y distribución y aumentar la productividad de tres maneras: eliminando las barreras al comercio de bienes y servicios y de capitales, eliminando las barreras a la libre competencia y finalmente, produciendo y distribuyendo con mayores economías de escala, con mayores economías externas y con mayor especialización productiva. La moneda única, además, eliminará los riesgos e incertidumbres derivados de la fluctuación y volatilidad de los tipos de cambio en las transacciones entre países, y, por tanto, uno de los costes de transacción más importantes (De la Dehesa 1992). Las distintas simulaciones que se han hecho indican que la UEM puede producir un aumento, de una sola vez, del crecimiento real de la Comunidad de entre un 4% y un 6% con una importante reducción de la inflación y un considerable aumento del empleo. (Cecchini 1988) También se han hecho simulaciones sobre los efectos dinámicos que pueden producirse sobre el crecimiento a largo plazo como consecuencia de ese aumento inicial del crecimiento y, por tanto, del ahorro y de la inversión. Se estima que los efectos dinámicos podrían producir 1 un mayor crecimiento permanente de la economía comunitaria de varios puntos porcentuales sobre los estáticos. (Baldwin 1989) Es decir, desde el punto de vista teórico, el conjunto de la Unión Europea va a verse notablemente favorecido por la UEM y, por tanto, es un intento válido y muy positivo que va a revitalizar una Europa que se encontraba en un proceso de rigidez y esclerosis crecientes y perdiendo peso económico relativo en el concierto mundial. Por todo ello, debe ser apoyado por los agentes económicos y políticos europeos para que llegue a buen fin. Ahora bien, no sólo hay que tener en cuenta el efecto global de la UEM, que está claro que va a ser muy beneficioso, sino también como se van a distribuir esos efectos, globalmente positivos, entre los distintos países y regiones que integran la Unión Europea. ¿Se van a distribuir de forma uniforme o unas regiones y países van a verse más beneficiados que otros?. ¿Van a mejorar su situación relativa las regiones o países que hoy están más rezagadas o van a aumentar las diferencias entre las regiones ricas y las pobres?. Estando como estamos viviendo los españoles en la periferia suroccidental europea, con un nivel de desarrollo y bienestar inferior a la media europea, ¿vamos a salir menos beneficiados o más perjudicados que otros países y regiones miembros?. Todas estas cuestiones, tan importantes, hay que tenerlas en cuenta a la hora de enfrentarnos con nuestro futuro en una Europa que avanza con rapidez hacia la culminación de su integración económica y monetaria. Mercado único: Sus efectos de concentración y especialización. Como ya he aludido más arriba, un mercado único presenta la ventaja de que los recursos productivos se van a asignar más eficientemente que en doce mercados separados y con barreras importantes entre ellos. Ahora bien, la reasignación de recursos que conlleva dicha unificación del mercado significa, por definición, una redistribución espacial de los factores de producción dentro de la Unión Europea y, por tanto, el que unos países ó regiones salgan más favorecidos y otros más perjudicados al recibir o perder recursos netos respecto de su situación actual. Por otro lado, para obtener mayores economías de escala habrá una tendencia clara, por parte de las empresas, a concentrar su producción en menos plantas aprovechando que ya no existen barreras comerciales y obstáculos a la competencia entre países y dicha concentración espacial también favorecerá a unos países y regiones a costa de otros. La Comisión Europea cuando publicó el "libro blanco sobre el mercado único", en 1985, preveía que pudieran darse efectos regionales no deseados y decía textualmente: "La Comisión es, sin embargo, 1 consciente de que puede haber riesgos de que, al trasladarse recursos humanos y financieros sin obstáculo hacia áreas con mayores ventajas económicas, se puedan exacerbar las actuales disparidades entre regiones y que el objetivo de convergencia se vea en peligro". La teoría convencional de la integración económica basada en el modelo básico de Heckscher-Ohlin, nos dice que ésta trae consigo una reasignación de recursos productivos desde los productores menos eficientes a los más eficientes dentro del área integrada, aumentando, por tanto, el bienestar del conjunto. Para que dicha reasignación se dé hace falta que existan libertad de movimientos de capital, tecnología y mano de obra, que es lo que se consigue con el Mercado Unico. De acuerdo con dicha teoría, el capital tenderá a trasladarse desde las regiones más ricas, donde es más abundante y tiene menor rendimiento, hacia las regiones pobres donde es más escaso y, por tanto, puede obtener una mayor rentabilidad. La mano de obra, por el contrario, tenderá a trasladarse desde las regiones pobres, donde es más abundante y tiene salarios más bajos, hacia las regiones ricas donde es relativamente más escasa y los salarios son más altos. Ello hará que la dispersión de rentabilidades del capital y de los niveles salariales tienda a disminuir y por tanto que, al final, aumente la productividad y los salarios del conjunto, reduciéndose al mismo tiempo las disparidades regionales (Balassa 1969, Scitowski 1958). Ahora bien, esta teoría parte del supuesto de que existe competencia perfecta y no tiene en cuenta la existencia de economías de escala y economías externas y además considera que todas las regiones o países tienen el mismo nivel de eficiencia, supuestos que no se dan en el mundo real. En la realidad puede ocurrir, y de hecho sucede, que unas regiones o países son más eficientes y tienen una productividad global mayor que otros y pueden ofrecer, al mismo tiempo, una mayor rentabilidad del capital y unos mayores salarios, con lo que pueden atraer tanto capital como mano de obra de las regiones más pobres con el resultado de que la producción tiende a concentrarse aún más e incrementarse las disparidades de renta actuales entre las regiones. (De la Dehesa y Krugman 1992) Por otro lado, la reducción de los costes de transacción entre unos países y otros, al eliminarse totalmente las barreras comerciales, y reducirse los costes de transporte, tienen dos efectos que pueden ser contrapuestos. De un lado, puede facilitar la localización de la producción allí donde pueda hacerse con costes locales más baratos, pero, de otro lado, puede también facilitar la concentración de la producción en una sola planta para explotar mayores economías de escala y externas. ¿Cuál de esas dos fuerzas va a ser dominante?. A menos que la ventaja comparativa de costes, especialmente laborales, de la región pobre y periférica sea tan grande, que supere los niveles diferenciales de productividad lo lógico es que la reducción de costes que se puede 1 conseguir con la concentración y la mayor escala sea más elevada. Y, ¿dónde tenderá a concentrarse espacialmente la producción?. Lógicamente allí donde se tiene una mayor cercanía y accesibilidad de los mercados que van a demandar los productos, que suelen coincidir con las regiones centrales europeas, es decir el llamado Hot banana" (gráfico nº 1), que se alarga desde Londres a Milán, donde tienen mayor renta per cápita y mayor densidad de la población europeas, y no con las regiones más pobres y periféricas que tienen menor densidad de población y mucho menor poder adquisitivo. Por último, existe una tendencia a que la concentración sea también sectorial, en los llamados "clusters", lo que permite a las empresas, al estar unas cerca de otras, beneficiarse de las llamadas "economías externas" de información, visibilidad, disponibilidad de mano de obra cualificada, difusión de innovación y tecnología, etc. y producir mas barato y con mayor calidad. (Porter 1990) Es decir, dadas suficientes economías de escala, cada fabricante querrá servir el mercado nacional desde una sola planta. Para minimizar los costes de transporte, cada uno elige la localización de la planta allí donde la demanda local sea más elevada. Pero la demanda será mayor allí donde los fabricantes decidan localizarse. Por tanto, como ha señalado Hirschman (1958), la concentración tiende a ser autoacumulativa y la posición inicial es una ventaja muy importante. El segundo efecto que conlleva un Mercado Unico, además del de concentración, es el de especialización. Cuando existen altas barreras entre países al movimiento de bienes, servicios, capitales y personas, se tiende a producir casi de todo en cada país y el comercio es muy reducido. Cuando desaparecen todas esas barreras, cada país o región tiende a especializarse en aquellas producciones en las que puede ser más competitiva, a abandonar prducciones en las que no tienen ninguna ventaja relativa o absoluta y a aumentar su comercio exterior. Es decir, todo proceso de integración lleva consigo un efecto de concentración y otro de especialización que tienen unas repercusiones espaciales y, por tanto, regionales y nacionales, de enorme importancia. En resúmen, se puede decir que la concentración de la producción y la especialización espacial será tanto mayor cuanto más grande sea el tamaño de las economías de escala, mayor sean las economías externas, mayor sea la movilidad de los sectores productivos y menores sean los costes de transporte. Moneda única, tipo de cambio y choques asimétricos. La Unión Monetaria elimina un importante coste de transacción que dificulta el movimiento de bienes servicios y capitales, cual es el 1 riesgo de cambio entre las distintas monedas de los estados miembros. Con ello se incentiva una igualación más rápida de los precios de los factores de producción y de la productividad entre los países. Ahora bien, al mismo tiempo, la Unión Monetaria sustrae a cada país del manejo de su tipo de cambio que es un importante instrumento de ajuste a los llamados choques asimétricos o específicos internos o externos, de oferta o de demanda, que pueden afectar a un sólo país o región, o a varios países o regiones miembros pero de manera diferente. La falta de dicho instrumento de ajuste monetario deja al país o región, sometido al choque asimétrico, sin más salida para sus ciudadanos que un ajuste real de su nivel de salarios y/o un aumento de su nivel de paro o, en caso contrario, que recurrir a la emigración a otro país o región. Por ello es muy importante saber cuáles pueden ser los efectos de una moneda común sobre regiones o países que tienen amplias diferencias en sus tasas de inflación, productividad o renta. La posición de la Comisión Europea en este punto es bastante optimista. Cree que aunque se llegue a una moneda única es posible inducir alteraciones en los tipos de cambio a través de los precios inmobiliarios o de los costes laborales. Aunque reconoce que pueden existir choques que afecten asimétricamente a países o regiones miembros, indica que la evidencia de los últimos años en la Unión Europea muestra que las alteraciones de los tipos de cambio reales, no han explicado las diferentes tasas de crecimiento entre unos y otros países miembros. Aparentemente, al menos, las devaluaciones competitivas no han conseguido mejorar las tasas de crecimiento de los países que han devaluado. De hecho la Comisión cree que la integración económica y monetaria tiende a reducir la aparición de choques específicos de un determinado país o región por tres razones: la diferenciación del producto tiende a dominar a la especialización productiva como arma competitiva; el comercio intraindustrial tiende a imponerse al comercio interindustrial; y finalmente, la mayor competencia hace que los márgenes de beneficio se reduzcan y los empresarios impongan una mayor moderación salarial. (Emerson et al. 1990) Sin embargo, una Unión Monetaria también puede plantear problemas importantes a las distintas regiones y países de Europa. Desde hace muchos años la teoría económica y la experiencia han demostrado que para que una unión monetaria sea óptima y no plantee tensiones entre los países miembros, la movilidad de los factores de producción (capital y trabajo, fundamentalmente) tiene que ser muy elevada (Mundele 1961) (Kenen 1969). Así, cuando un país miembro de dicha Unión sufre un choque, al no poder devaluar su tipo de cambio, al 1 menos puede ajustarse y recuperar competitividad a través de la emigración de parte de su mano de obra a otro país miembro no afectado. De no ser así, aumentará el paro y se agravará aún más su precaria situación. En todo caso debe de quedar claro que cuando unos países miembros de la Unión Monetaria parten con situaciones competitivas más débiles y con mayores tasas de inflación tienen que mantener sus economías deprimidas durante bastante tiempo para restaurar dicha competitividad perdida temporalmente. Como he explicado más arriba, la experiencia de otras áreas monetarias también ha demostrado que una Unión económica y monetaria tiende a reasignar los recursos productivos aumentando la especialización nacional o regional ya que cada uno tiende a especializarse según sus ventajas comparativas de capital, tecnología o mano de obra, su accesibilidad al mercado, etc., en distintos sectores o ramas de la producción de bienes y servicios. Este aumento de la especialización regional tiende a hacer a las regiones miembros más vulnerables a choques específicos. Una región muy especializada en un producto o en un sector puede verse mucho más gravemente afectada, cuando se desploma la demanda externa de dicho producto o sector productivo que otra que, o bien no produce ese bien o servicio o está más diversificada, y puede compensar, con la exportación de otros productos, dicho choque de demanda. Por último, la movilidad de los factores de producción que ha conseguido el mercado único puede llegar a tener efectos más negativos que positivos sobre la región que ha sufrido el choque. La región que tenga problemas puede experimentar una fuerte huída de capitales hacia otras regiones y hacer que tarde mucho tiempo en recuperarse atrayendo nuevas industrias o servicios. Desequilibrios regionales. Hemos visto cómo la unión económica y monetaria (UEM) puede tener efectos distributivos no deseados que, aún aumentando la eficiencia global del área integrada, lo haga claramente en beneficio de unas regiones o países y a costa de otros, exacerbando las disparidades regionales actuales. Los cuadros nº 1, 2 y 3 vienen a ratificar la existencia clara de los dos efectos concentración y especialización que conlleva una unión económica y monetaria que empieza: la Unión Europea con otra que lleva muchos años consolidada: Estados Unidos. En el cuadro 1 se observa el efecto concentración a través de la reducción del número de empresas en cada sector industrial a través de las fusiones y adquisiciones. El número es muchísimo más reducido en Estados Unidos que en Europa, indicando que aún existe un potencial enorme en la Unión Europea de consolidación y concentración de su industria. En el cuadro nº 2, se observa como las rentas de las 50 mayores empresas 1 en Estados Unidos alcanza el 31% del PIB americano y en Europa sólo aún el 21,2% del PIB europeo, y como la tendencia a la concentración es muy clara ya que cinco años antes era sólo del 15,9% de dicho PIB. Por último, el cuadro 3 muestra como en Estados Unidos la especialización regional en diferentes industrias es mucho mayor que en regiones de similar tamaño en Europa. En Estados Unidos el medio oeste se ha especializado claramente en acero y en automovil, mientras que el sur lo ha hecho en textiles. Por el contrario en Europa aún la especialización es prácticamente inexistente, lo que da una idea de su enorme potencial en las próximas décadas y de los cambios de localización industrial espacial que va a provocar. Veamos ahora cual ha sido la experiencia de estos años de integración europea, en términos de convergencia o divergencia regional, para poder demostrar si ya los incipientes efectos concentración, aglomeración y especialización han prevalecido sobre los efectos de igualación que preconiza la teoría convencional de la integración económica. El gráfico nº 4 nos muestra que las disparidades de renta entre países miembros de la Unión Europea, basadas en PIB per cápita ajustado por los stándard de poder de compra, muestran desviaciones mucho más elevadas que en los Estados Unidos (entre regiones similares). Es decir, las disparidades son excesivamente elevadas para conseguir una integración óptima. Además, la evolución temporal de dichas disparidades aunque muestra una fuerte convergencia hasta 1975, a partir de entonces indica una ligera tendencia a la divergencia hasta 1984 y luego, un estancamiento hasta 1.990. El cuadro nº 4 analiza si los cuatro países menos desarrollados de la CEE han logrado reducir sus disparidades de renta, en términos de PIB per cápita con la media comunitaria, desde su integración en la Comunidad. En el caso de España la convergencia ha sido clara (6,8 puntos) desde su entrada en 1986, pero aún no ha recuperado el grado de convergencia que había alcanzado en 1975, antes de su integración. Portugal también ha logrado converger (7,5 puntos) superando incluso los niveles de 1980 que fué el año que más se había acercado a la media comunitaria. Irlanda es el país que más ha convergido desde su integración con más de 14 puntos. Por último Grecia se ha ido alejando de la media comunitaria (´-4,5 puntos) desde su integración en 1981. En todos los casos, salvo este último, ha habido una clara convergencia en los tiempos de auge y una clara divergencia en los períodos de recesión dando la impresión que han sido los ciclos económicos, y no tanto la integración per se, los que han provocado las tendencias hacia una menor o mayor disparidad de renta. Si a esto se añade la importancia que han tenido los movimientos de capital y mano de obra para la convergencia, tal como muestra el gráfico nº 3, se puede llegar a la conclusión de que lo más importante que ha aportado la integración es un mayor volúmen de flujos de capital a los países recién integrados y por tanto una mayor convergencia, aunque 1 estos flujos suelen disminuir o incluso desaparecer en las fases recesivas del ciclo. Por último, aunque ha habido una cierta convergencia entre países no la ha habido entre regiones, al menos entre las más ricas y las más pobres. El cuadro nº 5 compara el comportamiento de las diez y venticinco regiones menos y más desarrolladas de la Comunidad, mostrando que las disparidades entre unas y otras han ido creciendo de una manera mucho más pronunciada que cuando comparamos el conjunto global de las regiones en los que la convergencia lleva bastantes años cuasi estancada. Ahora bien, como muestra el cuadro nº 6, en la última década algunas de las regiones más pobres (objetivo 1) han crecido por encima de la media de la Unión Europea, entre ellas Andalucía, Castilla la Mancha, Canarias, Comunidad Valenciana, Galicia y Murcia. También lo han hecho otras regiones españolas más ricas como Madrid, Cataluña, Baleares y Aragón a tasas medias incluso superiores. Se puede, por tanto, concluir que hasta el momento, cuando aún falta por completar el proceso integrador con la culminación del Mercado Unico y la Unión Monetaria, no existen signos claros de que la integración haya tendido a igualar las rentas de las distintas regiones de la Comunidad aún cuando haya mejorado, con alguna excepción, la de los países menos desarrollados. Y no queda muy claro si los efectos de las fases de auge han tenido más que ver con la convergencia que la misma integración. Se puede argumentar que con la libertad de movimientos de capital y de mano de obra que instaura el mercado único se va a acelerar la convergencia. Es posible, pero también la reciente experiencia demuestra que mientras que la movilidad del capital ha crecido notablemente en el seno de la Comunidad, sin embargo, la movilidad de la mano de obra ha sido nula. Con la expeción de Irlanda que ha experimentado emigraciones al Reino Unido, ni España, ni Portugal ni Grecia, que tienen tasas más elevadas de paro, han experimentado emigraciones de su mano de obra a otros países durante la última década, sino, más bien, inmigraciones de otros países por el retorno de los emigrantes que habían salido en los años setenta o por la llegada de jubilados de otros países que se dan de alta como residentes. Las razones fundamentales parecen ser dos. La primera es que las barreras linguísticas, étnicas y culturales han tenido un mayor peso para los parados que la atracción de salarios más elevados de los países más desarrollados. La segunda es que las prestaciones al desempleo han mejorado notablemente en los países menos desarrollados fijando, en mayor medida, la población en las regiones deprimidas. Otra explicación importante es que la emigración europea se ha concentrado en mano de obra cualificada, técnicos y profesionales, mientras que la mano de obra no cualificada ha sido suministrada por países no miembros de la Unión Europea, tales como Turquía, el Magreb y los países africanos. Es incluso probable que la emigración creciente 1 de mano de obra altamente cualificada de los países del Este, con demandas salariales más bajas, llegue incluso a anular la actual migración profesional intracomunitaria. La movilidad de la mano de obra es también muy escasa dentro de los mismos países comunitarios, como es el caso de España donde las enormes diferencias de niveles de paro entre unas regiones y otras no actúa como acicate para mayores movimientos internos de la mano de obra, a pesar de no existir barreras linguísticas y culturales. Es más, ha ido decayendo a pesar de que el paro ha aumentado (Bentolila y Dolado 1990) (Antolín y Bover 1993). Federalismo Fiscal. Para evitar que los problemas de las crecientes disparidades regionales puedan poner en peligro el proceso integrador, la mayor parte de los teóricos de la integración económica y monetaria abogan porque exista una política de transferencias que intente corregir dichas diferencias y que compense los naturales efectos perversos, sobre ciertas regiones, de los procesos de concentración, aglomeración y especialización que dicha integración conlleva, especialmente, después de una Unión Monetaria que elimina el ajuste, a través del tipo de cambio. No se trata, ni mucho menos, de intentar un "crecimiento equilibrado" que haga imposible explotar los beneficios de la mayor eficiencia que se deriva de dichos procesos, sino de compensar, al menos temporalmente, a las regiones que sufran choques específicos o suavizar el deterioro de aquellas que se descuelgan claramente de la marcha del área integrada por falta de competitividad. (Kenen 1969) (Mac Dougall 1977) (Eichengeen 1990) (Bayoumi y Masson 1991), etc. Parece demostrable por la historia de otros países que han experimentado, antes que la Unión Europea, procesos similares de integración económica y monetaria, especialmente Estados Unidos y Canadá, que la política de estabilización regional debe de basarse en la intervención fiscal, y que dicha intervención, a través de los impuestos y las transferencias, debe llevarse a cabo por las instancias nacionales, federales o supranacionales y no por las instancias regionales. Los gobiernos regionales en un área integrada, con alta movilidad de los factores de producción no pueden ser capaces de desarrollar políticas contracíclicas de estabilización de su región, sino que tienden a actuar procíclicamente. La razón es la siguiente: una política monetaria y de tipo de cambio puede estabilizar choques regionales, pero, por definición, no existe política monetaria "regional" en un área monetariamente integrada y además, con alta movilidad del capital cualquier expansión fiscal hará que la oferta monetaria la acomode y viceversa. Evidentemente, los gobiernos regionales pueden intentar estabilizar 1 la pérdida de renta regional por si mismos incurriendo en déficit públicos durante las recesiones y superávit durante los auges, pero, los beneficios a corto plazo de dicha política fiscal estabilizadora pueden perderse pronto ya que los actuales déficit tienen que repagarse, más tarde, con mayores impuestos o menor gasto por parte de la misma región. Además, como los gobiernos regionales no tienen el mismo poder para recaudar impuestos que los gobiernos nacionales o federales, intentarán imponer mayores impuestos regionales a las personas o las empresas de la región, pero al existir libertad total de movimiento de personas físicas o jurídicas, éstas se trasladarán a otra región en la que paguen menos impuestos y acelerarán la recesión al dejar a la región con menor base imponible. El término de "federalismo fiscal", que está acuñado en Estados Unidos desde hace ya más de cuarenta años (Buchaman 1950), ha demostrado que en una unión económica y monetaria es esencial tener un sistema fiscal centralizado que haga frente a los choques regionales de demanda o de oferta, a la reducida movilidad de la mano de obra, o que haga frente directamente a disparidades de renta regionales cuando muestran una clara tendencia a aumentar. ¿Porqué la unión monetaria en Estados Unidos, con cierta diversidad de desarrollo entre sus estados, ha podido desarrollarse sin graves problemas regionales y, sin embargo, los sistemas de tipo de cambio fijos establecidos por el antiguo patrón oro o por el moderno Bretton Woods han colapsado?. Aparte de que en Estados Unidos existe una movilidad mucho más elevada de la mano de obra, debida a las menores barreras culturales y linguisticas, la razón fundamental reside en que en Estados Unidos ha existido siempre una fuerte autoridad fiscal federal que ha asegurado a los estados miembros frente a los choques regionales, redistribuyendo renta desde las regiones más favorecidas a las menos favorecidas. No se ha intentado, ni podido, eliminar las disparidades regionales pero sí mitigarlas y ayudar a las regiones, temporalmente, a superar sus problemas cuando éstos han sido espefícicos y no de todo el país. Es indudable que el sistema contracíclico de impuestos y transferencias, que el gobierno federal de los Estados Unidos ha introducido, le ha permitido defender y desarrollar sin mayores problemas un Mercado Unico y una Moneda Unica. ¿Tiene el sistema de federalismo fiscal de Estados Unidos algún parangón con el sistema fiscal de la Unión Europea?. Realmente la comparación entre uno y otro muestra que la Unión Europea no está preparada fiscalmente, en la actualidad, para hacer frente a una unión económica y monetaria ya que no dispone de un sistema fiscal federal o supranacional que pueda hacer frente, con suficientes recursos a dichos problemas y conseguir culminar el proceso integrador sin graves tensiones económicas y políticas. En primer lugar, el presupuesto federal americano representa 1 aproximadamente el 55% del total del país frente a un 45% de los presupuestos agregados de los Estados. En Europa, el presupuesto comunitario representa apenas un 5% del presupuesto global de los países miembros, luego las posibilidades de hacer frente a una política regional redistributiva son mínimas. Además, de ese 5%, un 60% se gasta en la política agrícola común que, como todos conocemos, no está pensada ni tiene claros efectos redistributivos regionales. Solo los fondos estructurales regionales, (entre ellos el agrícola), tienen un tal carácter pero son aún excesivamente pequeños y además difícilmente absorbibles por las regiones más pobres ya que, en buena parte de los casos, exigen la coinversión de la región, que no tiene medios para aportar su parte. En segundo lugar, de acuerdo con los estudios realizados en Estados Unidos, un dólar de caída de la renta per cápita de una región trae consigo una pérdida automática de ingresos fiscales por parte del Estado Federal de 34 centavos y un aumento, también automático, de las transferencias federales a dicha región de 6 centavos. Es decir, el Estado Federal absorba automáticamente el 40% del shock. (Sachs y Sala i Martín 1991) (Bayoumi y Masson 1991) Por el contrario, en la Comunidad, una caída de un dólar en la renta per cápita de una región reduce los impuestos ingresados por el presupuesto comunitario en un centavo, es decir, cuarenta veces menos. (Eichengreen 1990). Otra forma de comparar el sistema fiscal de ambas uniones económicas y monetarias es a través del volúmen de transferencias. En este momento el volúmen de transferencias del presupuesto comunitario a España, Portugal, Grecia e Irlanda, representa aproximadamente un 2% de su PIB agregado, es decir, cerca de un 5% de gastos presupuestarios totales de los cuatro países.(Bishop, Damrau y Miller 1990) Por el contrario, en el caso de Estados Unidos, las transferencias federales a los Estados superan el 21% de los gastos presupuestarios de los Estados miembros, es decir, son más de cuatro veces más elevadas que en la Unión Europea. (Eichengreen 1990). Bajo estas circunstancias, ¿se puede decir que la Unión Europea está fiscalmente preparada para hacer frente a una Unión económica y monetaria?. La respuesta es, en principio, negativa ya que la Unión Europea no puede ser capaz actualmente de hacer frente a los choques regionales que Estados Unidos ha experimentado durante su integración sin tener un sistema de federalismo fiscal compensatorio como el que tiene dicho país. La enorme diferencia entre Estados Unidos y Europa es que en el primero tanto el impuesto sobre la renta como el seguro de desempleo son federales y en Europa son nacionales. Con esto no quiero decir que el federalismo fiscal y la política de transferencias financieras no tenga sus problemas. Transferencias a las regiones deprimidas, si no son temporales, tienden a desincentivar la movilidad de la mano de obra y ha impedir una asignación más eficiente de la misma ya que podría desplazarse hacia las regiones con mayor demanda de empleo y mayor productividad haciendo 1 que el conjunto de la Comunidad pudiera crecer en mayor medida. (Cuadrado y De la Dehesa 1992) Por ello, hay que intentar que dichas transferencias no impidan la especialización productiva, la emigración de buena parte de los parados y que, además, ayuda a atraer capitales de otras regiones o países. (Braga de Macedo 1991) Hay que evitar, a toda costa, casos extremos como el de Mezzogiorno italiano que, tras haber recibido transferencias del Gobierno italiano, durante décadas, por valor del 20% al 30% anual de su PIB, no ha conseguido mejorar su convergencia con el Norte de Italia y además ha contribuido notablemente al desarrollo de la Mafia y del caciquismo electoral local. (Faini, Galli y Giannini 1992) Los fondos de cohesión comunitarios. El Tratado de Maastricht intenta paliar estos problemas ante la creciente concienciación de los Estados miembros, y especialmente de España, y también de la Comisión, de que la falta de un fuerte sistema de transferencias puede poner en peligro el gran logro de culminar la Unión Económica y Monetaria. Por un lado, se refuerzan en dicho Tratado los artículos que se refieren a la cohesión económica y social con el objetivo de promover un desarrollo más armonioso del conjunto de la Comunidad. Por otro lado, se ha creado el "Comité de Regiones", de carácter consultivo, compuesto de 189 representantes de los Gobiernos regionales y locales y, finalmente, se ha introducido un protocolo sobre la Cohesión económica y Social en el que se crea un "Fondo de Cohesión" que, a partir de 1993, se dedica a financiar el medio ambiente y las infraestructuras de transporte en aquéllos países que tienen una renta per cápita inferior al 90% de la media comunitaria. Además, este nuevo fondo presenta la novedad de que está sometido a cierta condicionalidad, lo cual es deseable, ya que solo se concede a aquellos países que se han comprometido a planes de convergencia, de acuerdo con los requisitos del Tratado, que les permita alcanzar la segunda etapa de la Unión Moneraria. Por otro lado, se han aprobado nuevos objetivos de aumento de los fondos estructurales que puedan duplicar para 1997 las cantidades transferidas actualmente a los cuatro países menos desarrollados. También se está haciendo, paulatinamente, una reforma en profundidad de la política agrícola común (PAC) que puede suponer menores gastos que pudieran dedicarse a la redistribución regional. Por último, parece que se está acometiendo una reforma sustancial del presupuesto comunitario a través del "segundo paquete Delors". Este paquete intenta que intenta reducir el peso de los elementos 1 negativos del presupuesto, especialmente la aportación de los estados miembros a través del IVA, que es la que más perjudica a los países menos desarrollados, y compensarlos con un "cuarto recurso" que, basado en el PIB de cada país, refleje de una manera más realista la capacidad de contribución de cada país miembro. La aportación del IVA pasa del 1.4 al 1.0 de la base actual, y al mismo tiempo, se introduce un nuevo límite del 50% del PIB en las bases del IVA para reducir su carácter regresivo. En este sentido, el Tratado de Maastricht establece en su protocolo de Cohesión que los estados miembros declaran su intención de tomar en mayor medida en consideración la capacidad contributiva de cada país miembro para financiar el presupuesto así como de estudiar medidas para corregir sus elementos regresivos para los países menos prósperos, que prevalece en el actual sistema. Todos estos cambios introducidos en Maastricht van en la dirección correcta. Ahora bien, ¿serán suficientes en 1997 para acometer la última fase de la Unión Monetaria, cuando el presupuesto Comunitario va a alcanzar sólamente el 6% como máximo del presupuesto agregado de los Estados Miembros?. En principio estos cambios no van a suponer un cambio cuantitativo suficiente. Por otro lado, el Tratado introduce un elemento cláramente contrario a la posibilidad de ajustes fiscales temporales ante choques asimétricos o específicos, ya que pone límites a la posibilidad de incurrir en déficit públicos de acuerdo con los criterios de convergencia. (Van de Ploeg 1991) A pesar de todo ello, es preocupante ver la racanería con la que se discutieron no sólo el volúmen inicial, de sólo 1.500 millones de Ecus, del Fondo de Cohesión en el presupuesto inicial de 1993, sino, incluso, la misma existencia de un fondo ya aprobado y santificado por un tratado. Si por falta de visión y solidaridad comunitaria los fondos estructurales y de cohesión comunitarios no experimentan fuertísimos incrementos en los próximos años, las tensiones sociales y políticas que pueden surgir en los próximos años, cuando se avance en la UEM y se vayan incrementendo los problemas regionales, pueden poner claramente en peligro la culminación del proceso de construcción de una nueva Europa, que es, sin duda alguna, el proceso histórico más importante que se va a acometer en nuestro continente en este siglo. BIBLIOGRAFIA 1 - Balassa, Bela (1969) "The theory of economic integration". George Allen and Unwin. - Baldwin, Richard (1989) "The Growth effects of 1992". Economic Policy vol 9. - Bayoumy, TAmin y Masson, Paul (1991) "Fiscal flows in the United States and Canadá; Lessons for monetary Union in Europe. IMF. November. - Braga de Macedo, Jorge (1991). "Labour mobility, fiscal solidarity and the excahnge rate regime: a parable of european Union and cohesion". 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