Ángel Benito McLuhan: Ciencia y profecía de la comunicación Conocí a Herbert Marshall McLuhan en la primavera de 1965, cuando asistía a un seminario que él impartía en el Centro de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, del que era director desde que lo fundó en 1953, bajo los auspicios de la Fundación Ford. Le vi por última vez a principios de 1975, con ocasión de las Primeras Jornadas Nacionales de Radiodifusión, celebradas en Barcelona, y en las que ambos fuimos ponentes. Cuando le conocí, McLuhan estaba en la cresta de su fama, admirado por muchos, discutido por bastantes, pero siempre en la primera fila de los estudiosos de la comunicación de masas. En 1975 era un científico acabado, que aburrió a sus oyentes a lo largo de una extensísima conferencia, en la que no hizo más que repetir las tesis —sus anticipaciones, sus agudezas, sus profecías— que había ido publicando en el transcuro del decenio anterior. En Barcelona, McLuhan conservaba la viveza en la expresión, su habilidad para las frases lapidarias y el retruécano, su actitud sensual ante la vida, con la que tal vez suplía su corta capacidad para la comunicación interpersonal, a pesar de sus esfuerzos. Ya había advertido ese encerramiento en sí mismo y en sus dichos cuando trataba de dialogar en su seminario diez años Cuenta y Razón, n.° 2 Primavera 1981 atrás. Toda una contradicción vital en un hombre que se había volcado en el estudio de la comunicación al descubrir que no entendía a sus alumnos de literatura inglesa, durante su primera etapa de profesor universitario. Y, a pesar de todo, en 1965 y en 1975 fui testigo de su intento de mantener un diálogo cálido y humano con los que estábamos a su alrededor. Así en su seminario de Toronto, cuando aspiraba a comunicarse —sin alcanzarlo— con estudiosos de todos los países, y así en Barcelona —diez años más tarde—, abierto al coloquio en una sala de fiesta hasta la madrugada, pero saliendo derrotado siempre por su propia personalidad, tan rotunda y, también hay que decirlo, tan dogmática. La década prodigiosa Los años sesenta pasarán a la historia de los Estados Unidos como la década prodigiosa; unos años en los que el arte, la literatura, el mundo de las ideas y el bullente escenario de la universidad americana se abrieron a la aventura de la creación y del cambio sin programas, preñando una de las épocas más ricas y prometedoras de la América contemporánea. Esta década es también la gran década de McLuhan, quien, de al- gima manera, se convierte en el portaestandarte del nuevo horizonte cultural de Norteamérica desde sus cuarteles de Toronto. El contribuyó a popularizar y anticipar los descubrimientos culturales e intelectuales del decenio, dando entrada al gran público, a partir de sus interpretaciones sorprendentes del papel social de los medios de masas, en las preocupaciones y especulaciones que se gestaban en los cenáculos cerrados que alumbraban una edad distinta. Es el decenio en el que se editan sus obras más importantes y atrevidas, referidas a los condicionamientos que habían impuesto los medios al desarrollo de la historia universal y, en especial, a los tiempos actuales. H. M. McLuhan había nacido en Edmonton (Alberta, Canadá) en julio de 1911, el año en que caía en México Porfirio Díaz y en España se fundaba la Confederación Nacional de Trabajadores. De origen escocés e irlandés y de tradición religiosa metodista y bautista, McLuhan se convertiría al catolicismo en 1937, tras su primer viaje a Europa, donde se especializó en literatura renacentista en la Universidad de Cambridge; en esta Universidad inglesa obtendría en 1938 el B. A. y el doctorado en 1942, ambos en literatura, después de abandonar sus primeros intentos de estudiar ingeniería y tras alcanzar un B. A. y un Master en la Universidad de Manitoba en 1933 y 1934, respectivamente. A vueltas con sus primeros años de docencia universitaria en San Luis (Toronto) y Wind-sor (Ontario), McLuhan empieza a interesarse por los medios de comunicación de masas y menudean ya sus artículos y sus conferencias sobre este supuesto. Van quedando atrás sus estudios literarios, sus análisis críticos de poetas y narradores, como los que había dedicado a Chesterton, Edgar A. Poe, W. Lewis, Tennyson y Joyce, por ejemplo. Su primer libro, aparecido en 1951, The Mechanical Bride: Folklore of Industrial Man1, señala ya su casi absoluta dedicación a la investigación de la acción pública de los medios de masas, a la búsqueda de sus leyes y a prevenir a todos acerca de la incidencia de la prensa, la radio y la televisión en la vida cotidiana, por medio de sus conocidas sentencias, fruto más que de una verdadera y sistemática investigación científica, de una portentosa intuición, casi siempre acertada en los más variados supuestos. En este primer libro, McLuhan adivina y tipifica la sociedad de nuestros días, la sociedad de masas producto de una civilización industrial, en la que el hombre, arrebatado por las grandes dimensiones y el dinamismo propio de una «sociedad sobre ruedas», pasa de puntillas sobre los problemas cotidianos, pierde la evidencia de lo inmediato, al estar en contacto directo con el mundo y ajeno a lo que sucede en el entorno de su alrededor. Esta obra es una especie de prólogo a la decena de libros que, publicados todos ellos antes de 1970, constituyen su aportación a la investigación de las comunicaciones de masas y le convierten en una de las cumbres de los expertos en este campo, al margen del positivismo de los sociólogos americanos de la comunicación y centrado en el estudio de los medios y sus consecuencias como el primero de los comunicólogos. A esta situación de estricto estudioso de los medios de masas McLuhan llegó de un modo lineal, siguiendo una estructura que, por lo menos hasta 1962, cuando publicó su famosa Galaxia, constituye una evolución gradual de un pensamiento inquisitivo, que va madurando en ensayos y artículos hasta convertirlos en libros de gran circulación. En este sentido, ]oyce, Mattarmé 1 Trad. castellana: La novia mecánica, Paidós, Buenos Aires, 1967. and the Press 2, de 1954, es una obra de síntesis, en la que se dan la mano su antigua especialidad de crítico e historiador de la literatura y su radical interés por los instrumentos de la comunicación masiva. La revista «Exploraciones: Estudios sobre Cultura y Comunicación», de la que salieron ocho números entre 1953 y 1957, fue adelantando material que luego pasaría a formar parte de las importantes obras del citado decenio 1960-1970 3. Pero si la evolución científica resulta lineal, no puede decirse lo mismo de los métodos de análisis y de investigación de McLuhan, tal como él mismo confesaba en uno de los primeros balances colectivos de su obra: ronto observa unidad temática y de dirección, ya que al ser el hombre el objeto central de su preocupación investigadora, se ve obligado a estudiar los medios en función de su incidencia en los distintos aspectos de la existencia humana: el sensorial, el psíquico y el material; pero añade a continuación: «Soy un investigador que atroja sondas. Carezco de una posición o un punto de vista determinados. Nuestra cultura sólo acepta a quienes se mantienen en posiciones fijas. El que se mueve y traspone límites es un delincuente y un belicoso. Todo explorador es cabalmente contradictorio. Nunca sabe en qué momento hará algún sorprendente descubrimiento. Carece de sentido hablar de coherencia respecto de un explorador, porque si se propusiera ser coherente, no se movería de su casa. Jacques Ellul afirma que la propaganda comienza cuando el diálogo concluye. Yo desafío a los medios y me lanzo a una aventura exploratoria»4. Cualquier análisis de la obra y el pensamiento de nuestro autor ha de partir de aquí: de una confesada decisión de no seguir ningún método, de dejar correr su interés primero y su capacidad de observación y de intuición después, para ír derramando una serie, siempre aguda, de afirmaciones brillantes que, aunque estén fundamentadas en una seria y rigurosa especulación intelectual, deja abiertas, incluso para seguir rumbos muy distintos de los de sus planteamientos y formulaciones anteriores. Y a la pregunta de qué estaba haciendo contestaba así: Ello ya fue advertido por alguno de los primeros comentaristas de la obra de McLuhan, como G. E. Stearn, para quien, hasta la edición de La galaxia Gutenberg, en 1962, el maestro de To2 «Sewanee Revue», 1954. No conozco edición castellana de este libro. * M. McLuhan y E. Carpenter (eds.), «Ex-plorations in Communication», The Beacon Press, Boston, 1953-1957. El número 9 fue editado sólo por Carpenter, en 1960, y dedicado al estudio gráfico de la literatura esquimal. 4 En McLuhan: Hot and Cool, Ed. Gerald Emanuel Stearn, Nueva York, 1967. Traducción castellana: McLuhan, caliente y frío, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1973, pág. 7. «Frank Kermode ha escrito que las ideas de McLuhan desencadenarían un serio debate en una cultura realmente alfabética. Numerosos comentadores, severos y agudos, estiman que McLuhan plantea problemas de profundas consecuencias. Si está equivocado, ello importa mucho. Pero las ideas de McLuhan no se avienen al rígido formalismo de las discusiones corteses. La cuestión de lo cierto y lo falso ('categorías, categorías') resulta en muchos sentidos impropia aquí» 5 . «A ratos desearía saberlo yo mismo. Hago exploraciones. No sé a dónde me llevarán. Mi trabajo sigue el pragmático propósito de tratar de entender nuestro medio ambiente tecnológico, así como sus consecuencias físicas y sociales. Mis libros constituyen más el proceso que el resultado completo del descubrimiento. Mi propósito es emplear hechos como pruebas de tanteo, como medios de conocimiento, de normas de reconocimiento lejos del tradicional y estéril sentido de datos clasificados, categorías, contenidos. Intento levantar mapas de nuevos terrenos más que señalar sobre un plano viejos puntos»'. 5 O. c., p. 12. * Marshall McLuban, una franca entrevista con el sumo sacerdote de la cultura «pop» y En la misma entrevista, McLuhan da un mentís a todos los que pretenden ver en sus tesis algo cerrado y con apetencias de definitivo: «Pero jamás he presentado tales exploraciones como verdad revelada. Como investigador, no tengo un punto de vista fijo ni compromiso con teoría alguna, propia o ajena... La mayor parte de mis trabajos sobre los medios viene a ser actualmente como un triquitraque sorpresa. Ignoro lo que se encierra dentro. Quizá nada. Yo me limito a sentarme y trabajar. Palpo, escucho, pruebo, acepto, descarto, intento diferentes secuencias hasta que los cerrojos caen y se abren las puertas»7. Con esta metodología errática y contradictoria, sugerente siempre, aunque sus afirmaciones dogmáticas rompan su propia actitud abierta ante los fenómenos, McLuhan se consideró un genera-lizador, enfrentado a la especialización cerrada, y entendía que esta posición era la necesaria para la investigación y el estudio de la acción cambiante de los medios y de una realidad polimorfa y en trance de evolución acelerada. Con estos presupuestos, ¿cuáles fueron sus aportaciones en la década prodigiosa de su biografía y de su producción científica? Profecías para un mundo en cambio Al final de la década de los sesenta, cuando McLuhan era ya reputado como «el sumo sacerdote de la cultura pop y el profeta metafísico de los medios de comunicación», el creador del mac-luhanismo, verdadero ideólogo de la metafísico de los medios de comunicación. Trad. castellana en «Cuadernos de Documentación», núm. 7, EDRTV, noviembre 1969, págs. 11 y 12. 7 Ibíd. tecnocracia8 y promotor de las más variadas formas de la cultura popular, había traspasado la frontera de los muros universitarios y se había convertido en una firma comercial. En la más larga entrevista concedida por McLuhan, y no difundida entre el gran público, era presentado como un maestro y un científico que ejercía de hecho un magisterio social: «Aunque sus libros estén escritos en un estilo enrevesado..., las revolucionarias ideas que encierran han convertido a McLuhan en autor de gran venta. Pese a las protestas de una legión dé afrentados escolásticos y huma-nistas de la vieja guardia, para quienes las ideas de McLuhan van de la demencia a la peligrosidad, sus alborotadas especulaciones atrajeron la atención de altos directivos de la General Motors (que le pagaron generosos honorarios para ser informados de que los automóviles eran cosa del pasado), de la Bell Telephone (a quienes explicó que, en realidad, no entendían la función del teléfono) y de una importante casa diseñadora de envases (a la que le ha dicho que pronto resultarán anticuados)» 9 . Las aportaciones macluhanianas referidas a la interpretación de la historia humana pueden resumirse partiendo de tres obras fundamentales: The Gu-tenberg Galaxy: The Making of Typo-graphic Man (1962), Understanding Media: Extensions of Man (1964) y War andPeace in the Global Village (1968). En estas tres obras 10, las que ofrecen mayores originalidades y aun planteamientos revolucionarios en el análisis de la incidencia de los medios en la vida cotidiana, están contenidas las tesis básicas para un nuevo entendimiento 8 Véase J. M. Bermudo, El maduhanismo, ideología de la tecnocracia, Ed. Picazo, Ma drid, 1972. 9 Entrevista citada, pág. 7. 10 Trad. castellanas: La galaxia Guntenberg, génesis del «homo typograficus», Ed. Aguilar> Madrid, 1969; La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, Ed. Diana, México, 1969, y Guerra y paz en la aldea global, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1971. de la historia universal: vienen a ser como una nueva comprensión de la vida del hombre, desde el más primitivo al supertecnificado habitante del planeta en el tercer milenio. Para McLuhan, la historia del hombre se divide en tres grandes períodos; períodos no entendidos como sucesivos cronológicamente, sino en función del progresivo perfeccionamiento tecnológico aplicado a la comunicación, que llega antes a unos lugares que a otros: los procedimientos utilizados en cada momento histórico por el hombre para comunicarse influyen en la vida individual y colectiva, y, al perfeccionarse, primero de modo mecánico y más tarde con el uso de los medios electrónicos, influyen también en la propia estructura social, progresivamente acelerada al irse incorporando instrumentos y modos más rápidos para la comunicación interpersonal y colectiva. Para McLuhan, la aplicación de medios técnicos a la comunicación humana supone sobre todo una ampliación del alcance de los sentidos del hombre, lo que acarrea un desequilibrio de los cinco sentidos por la ruptura de la armonía sensorial: en esto contradice a B. Russell, que se ocupó del mismo supuesto: «Muchas de las nuevas ideas pueden ser expresadas en lenguaje no matemático, pero no por ello son menos difíciles. Lo que se quiere es un cambio en la imagen que nos hacemos del mundo... Un cambio similar exigió Copérnico cuando enseñó que la tierra no se está quieta... Para nosotros esta idea no ofrece hoy dificultades, porque la hemos aprendido antes que nuestros hábitos mentales hayan quedado fijados. Y, simÜarmente, las ideas de Einstein parecerán más fáciles a las generaciones que han crecido con ellas; pero, para nosotros, se hace inevitable un cierto esfuerzo de reconstrucción imaginativa» ". 11 Bertrand Russell, ABC of Relativify, Londres, 1.a ed., 1925, y Nueva York, Mentor, a 1. ed. norteamericana, pág. 41. McLuhan, refiriéndose a las palabras anteriores de Russell, puntualiza: «Es más sencillo decir que si una nueva tecnología extiende uno o más de nuestros sentidos fuera de nosotros en un mundo social, aparecen en esa cultura particular nuevas proporciones entre todos nuestros sentidos. Puede compararse a lo que ocurre cuando se añade una nueva nota a una melodía. Y cuando las proporciones de los sentidos cambian, en cualquier cultura, lo que parecía diáfano antes puede hacerse opaco de súbito y lo que era vago u opaco hacerse traslúcido»12. Con esta frase y con su preocupación por averiguar y prevenir las consecuencias de los mensajes de la comunicación masiva, McLuhan venía a dar la razón a lo escrito por Wolfflin medio siglo antes: «Lo que importa es el efecto, no los hechos sensorios» 13. Partiendo de estos presupuestos podemos sintetizar el pensamiento de nuestro autor acerca del desarrollo de la historia universal. Para McLuhan, los medios, sin tener en cuenta los contenidos que difunden, desarrollan una compulsión sobre los individuos y los grupos. En el primer período, cuando no existe ninguna tecnología al servicio de la comunicación humana, el hombre tribal de la prehistoria vive inmerso en un total equilibrio de sus cinco sentidos. Sus procesos comunicativos son inmediatos y directos, con el ejercicio diario de una percepción global y contrapesada con el uso de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Este equilibrio global de los sentidos, ligados a una civilización incipiente, basada en el grito, en el mando, se rompe cuando comienza a utilizarse algún modo de tecnificación de la comunicación. La invención del alfabeto fo- 12 La galaxia Gutenberg, Ed. Aguilar, Ma drid, 1969, págs. 68-69. 13 Heinrich Wolfflin, Principies of Art History, Dover, Nueva York, 1915, pág. 62. nético —como dice McLuhan— hace saltar por los aires la era tribal del equilibrio sensorial, y será la vista la que se adueña de las capacidades comunicativas de los humanos. El cambio de un sentido por otro provoca todo un cambio cultural, como aquel que advirtió San Agustín, quien, acostumbrado a oír en Tagaste la lectura de un libro, sentado en el suelo y en grupo, se maravillaba en Milán al ver leer, a solas y en silencio, al arzobispo San Ambrosio. Pero haría falta llegar al siglo xvi para, con la invención del tipo móvil, la imprenta estuviera en condiciones de poner alas al sentido de la vista, extendiendo su alcance hasta donde pudiera llegar la distribución de los impresos. Con la imprenta empieza para McLuhan La galaxia Gutenberg, racionalista y autoritaria, en la que las publicaciones impresas, periódicas o no, producen una cultura elitista y minoritaria, una cultura refinada pero dominante, abierta a las más altas especulaciones del pensamiento, pero inaccesible para los grandes públicos, para el pueblo. Sería necesario que llegara la invención del telégrafo, en 1844, para que diera comienzo la etapa actual de la historia que McLuhan llama «La constelación de Marconi», toda una revolución tecnológica que, mediante el empleo masivo de los medios de comunicación electrónica, consigue la extensión cósmica del cerebro humano y, al devolver a los hombres el equilibrio sensorial, con la aplicación de los cinco sentidos, vuelve a retribalizar a los hombres bajo esa aldea global, en la que ya no es posible el monopolio en la comunicación masiva: «Ahora que vivimos en un medio eléctrico de información codificada, no sólo en forma visual, sino de otros medios sensoriales, es natural que tengamos nuevas percepciones que destruyen el monopolio y la prioridad del espacio visual, haciendo que este antiguo espacio resulte tan extraño como un escudo de armas medieval sobre la puerta de un laboratorio de química» w. El hombre contemporáneo, inmerso en este universo global de comunicaciones sin límite y abiertas en todas direcciones, es un hombre inseguro, que no sabe averiguar lo que está pasando e incapaz también para adivinar lo que pasará en el futuro, cuál será el horizonte al que le conduce la acción pública de los supertecnificados medios de comunicación de nuestros días. Para ir superando esta situación, McLuhan entiende que, como en otras épocas, habrán de ser los artistas los que acertarán primero a fijar los cambios del presente, previniendo lo porvenir: «¿Por qué habrá de ser el artista y no el científico quien perciba esas relaciones y provea esas tendencias? Porque —señala el comunicólogo McLuhan— es inherente a la inspiración creadora del artista el oflato subconsciente de nuestro cambio ambiental. Ha sido siempre el artista quien capta las alteraciones producidas en el hombre por un nuevo medio, quien reconoce que el futuro es el presente... El medio mismo —y no el contenido— es el mensaje, y al mismo tiempo el medio es también el masaje que —al margen de todo juego de palabras— trabaja y satura, moldea y transforma toda la relación de los sentidos» 1S. Ante estas afirmaciones nos encontramos con otra de las grandes teorías de nuestro autor, la última que queríamos tratar, referida a la afirmación de que el medio es el mensaje y no el contenido, y que el mensaje es el masaje, el tratamiento, la codificación, la forma que cada canal y cada público requiere para una más perfecta comunicación. Cuando McLuhan dice que el medio es el mensaje quiere señalar que, dadas las distintas características que cada medio presenta y la distinta forma de percepción sensorial impuesta por el 14 M. McLuhan, Q. Fiore y J. Agel, Guerra y paz en la aldea global, cit., pág. 15. 15 Entrevista citada, pág. 14. sentido empleado o por la combinación de sentidos que utilizan los canales audiovisuales, los mensajes quedan eclipsados por la compulsión del medio y es el medio mismo el que atrae y capta antes la atención de los públicos: «Los medios, al modificar el ambiente, suscitan en nosotros percepciones sensoriales de proporciones únicas. La prolongación de cualquier sentido modifica nuestra manera de pensar y de actuar, nuestra manera de percibir el mundo. Cuando esas proporciones cambian, los hombres cambian»16. Pero cuando McLuhan dice que el mensaje es el masaje, la forma exterior que recubre el contenido, no acierta en verdad. Es ya una larga polémica entre los estudiosos el tema de qué sea el mensaje, si el contenido o la forma, y la opinión más convincente es la que afirma que el contenido no puede separarse de la forma y que el mensaje, por tanto, es el contenido más la forma, de cuya suma se deduce el mensaje. A ello habría que añadir por nuestra parte que no es esto todo: el mensaje es el contenido más la forma, pero la forma viene condicionada por la simbolización que el codificador quiera dejar como huella en el público a partir de la intención significativa que introduce en la codificación. Es decir, el mensaje 16 M. McLuhan y Q. Fiore, The Médium is the Massage, Bantam Books, Nueva York, 1967. Trad. castellana: El medio es el mensaje, Paidós, Buenos Aires, 1969, pág. 41. es el contenido revestido de la forma adecuada a la intencionalidad del codificador 17. Como se ve, McLuhan se mueve entre la ciencia y la profecía. Ciencia, porque su objeto de estudio es bien concreto: los medios de comunicación y sus consecuencias sociales e individuales de todo tipo y porque su antimétodo es también una forma de poseer un método peculiar. Profecía, porque muchas de sus aseveraciones iban referidas a lo que iba a suceder y muchas veces no sucedía. Su actitud antimetodológica y la serie de profecías no comprobadas experimentalmente le han procurado la enemiga de infinidad de autores y de centros de investigación de la comunicación de los cinco continentes. Tal vez ahora, desaparecido el objeto de la polémica, haya llegado el momento de analizar y estudiar con calma la obra multifacética y controvertida de uno de los autores más modernos y más clásicos del siglo xx18. 17 A. Benito, Lecciones de teoría general de la información. Vol. II: La comunicación social, García Blanco, Madrid, 1976, pági nas 41-56. 18 Véanse, para una comprensión de las principales críticas hechas a McLuhan, el ya citado McLuhan: Hot and Cool, de G. E. Stearn; R. Rosenth, McLuhan, pro y contra, trad. castellana, Monteávila, Caracas, 1969, y P. Sempere, La galaxia McLuhan, F. Torres, Valencia, 1975. * 1932. Catedrático de «Teoría General de la Información». Universidad Complutense de Madrid. A. B.*