Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura Universitaria - S.E. Mons. Jos Saraiva Martins

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LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LA UNIVERSIDAD
Y EN LA CULTURA UNIVERSITARIA
CONFERENCIA DE S.E. MONS. JOSÉ SARAIVA MARTINS,
Secretario de la Congregación para la Educación Católica, en el encuentro
de Docentes Universitarios. Córdoba (Argentina), 14 de septiembre de
1996.
INTRODUCCIÓN
1. Saludo a todos con gran afecto y cordialidad
Deseo iniciar con una palabra de agradecimiento al Señor Arzobispo, Mons.
Estanislao Karlic, Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Universitaria, y sus
colaboradores, por la amable invitación a participar en este Primer Encuentro de
Docentes Universitarios Católicos Argentinos, y a desarrollar en él el tema de "La
presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura Universitaria".
Este encuentro me ofrece una oportunidad que no tengo con frecuencia. De ordinario
me dirijo a miembros de universidades católicas. Hoy, en cambio, tengo el privilegio de
hablar a un grupo formado por docentes de universidades católicas y no católicas. Es
para mí motivo de honda satisfacción y esperanza dirigir mis palabras a los que son
actuales responsables del desarrollo y de la difusión de las ciencias entre las jóvenes
generaciones argentinas. Para la Iglesia ustedes representan una importante forma de su
presencia en el mundo de la universidad.
Esta ocasión me lleva también a evocar la memoria de S. E. Mons. Octavio
Derisi, quien fue Rector por muchos años de la Pontificia Universidad Católica de
Buenos Aires, y figura prestigiosa en el campo universitario. No es posible olvidar su
obra titulada "Naturaleza y vida de la universidad", en la cual presenta una significativa
contribución a la reflexión sobre la identidad y la misión de la institución universitaria.
Antes de entrar en el tema de mi relación, permítanme referirme brevemente a las
responsabilidades que tiene la Congregación para la Educación Católica, que tengo el
honor de representar como Secretario General. Así quedará más clara la perspectiva
desde la cual nacen mis reflexiones esta mañana.
Existe en la Iglesia este Dicasterio central para la educación que se ocupa de los
Seminarios donde se forman los futuros sacerdotes, y de las universidades y escuelas
católicas. Por tanto, entran en su área las universidades y facultades Eclesiales -hay
cerca de 150 en el mundo- donde se estudian las ciencias propiamente de la Iglesia
como la Sagrada Escritura. la Teología, el Derecho Canónico, etc.... así como las
Universidades Católicas, que son unas 900 en el mundo: las capellanías ministeriales en
los "campus" de la Universidad, y la colaboración, en nombre de la Santa Sede, con los
organismos internacionales que se ocupan de la escuela y de la universidad.
A la luz de esta responsabilidad, se puede comprender con cuánto gusto he aceptado
estar con ustedes esta mañana y exponerles el tema de "La presencia de la Iglesia en la
Universidad y en la Cultura Universitaria". Resulta, además, que se trata de un asunto
íntimamente ligado con el documento del mismo título, preparado por nuestra
Congregación, en colaboración con el Consejo Pontificio para los Laicos y el Consejo
Pontificio de la Cultura, publicado el 22 de mayo de 1994. Mi principal cometido
consiste en hacerles una presentación y glosa de su contenido.
2. Un breve iter del documento
Repasar brevemente el iter de este documento nos ayudará sin duda a comprender
mejor su contenido.
Juan Pablo II, hablando al clero de la diócesis de Roma el 8 de marzo de 1982, en
su habitual encuentro con los párrocos de la urbe al inicio de la Cuaresma, y después de
haber escuchado los "reportes" hechos por los pastores de almas sobre los problemas del
ministerio pastoral en las universidades de Roma, hizo la siguiente observación: "Ésta
es una cuestión de grande importancia y urgencia, sea por la amplitud de área humana
que abraza este mundo de la universidad (recordó que Roma cuenta con cerca de 150
mil estudiantes universitarios), sea por las necesidades particulares que caracterizan a
los que forman parte de este mundo". Y añadió: "Es una especie de ´ciudad dentro de la
ciudad', marcada por objetivos, confines de interés, cultura, y vida" (Insegnamenti di
Giovanni Paolo II.Vol. V. 1, pag. 772).
La elaboración de nuestro documento requirió 12 años, debido a la amplia consulta
que se hizo en las Conferencias Episcopales del mundo y a personas y organismos
implicados en el ministerio pastoral en la universidad. Su publicación fue un intento de
dar respuesta a este urgente problema señalado por el Santo Padre, y sentido igualmente
a nivel mundial por todos los Obispos, como lo hacían ellos mismos palpable en sus
visitas ad limina y durante los Sínodos, pidiendo que el gobierno central de la Iglesia
hiciera un estudio, de la situación, exhortara y alentara a los Obispos, y propusiera
indicaciones y líneas que fueran guía de acción en la materia.
La primera comunicación al Episcopado de los resultados de la consulta fue
presentada durante el Sínodo de los Obispos de 1987, que trató acerca de la vocación y
misión de los laicos. Sobre la base de la vocación laical, se produjo este importante
documento.
El mismo se ofrece, según expresa la nota preliminar, "como instrumento de
reflexión y de trabajo, en servicio a las Iglesias particulares. Se dirige en primer lugar a
las Conferencias Episcopales y, de modo particular, a los Obispos directamente interesados a causa de la presencia de universidades o escuelas superiores en sus
territorios". Al mismo tiempo sus orientaciones "tienen igualmente en perspectiva a
todos los que, bajo la dirección de los Obispos, participan en la pastoral universitaria:
sacerdotes, laicos, institutos religiosos, movimientos eclesiales".
Después de esta breve introducción, entramos ya en el tema que me fue confiado. Lo
dividiré en dos partes, la primera, "La Iglesia y la Universidad": la segunda, el "Docente
Católico".
LA IGLESIA Y LA UNIVERSIDAD
1. La solicitud histórica de la Iglesia por la Universidad
Compartiré con ustedes los principales aspectos que ilustra este documento sobre
la relación de la Iglesia con la Universidad, abriendo un interesante paréntesis histórico,
con el fin de presentarles el telón de fondo de los vínculos entre estas dos instituciones.
En todas las épocas la Iglesia ha procurado llevar el pensamiento cristiano al medio
cultural del tiempo; ha desarrollado una visión del mundo, en la cual las conquistas
culturales del período han encontrado su lugar dentro de una visión más amplia de él en
cuanto creado por Dios y redimido por Cristo.
Como es sabido, durante la Edad Media, en Occidente, la Iglesia creó escuelas al
lado de las catedrales y de las comunidades monásticas; Laon, Chartres, Tours, Saint
Víctor son, entre otros, nombres famosos. Estas escuelas son consideradas los
inmediatos predecesores de las grandes universidades de los siglos XII y XIII, en
Bologna, Padua, París, Oxford, Coimbra, Salamanca y otros lugares; alrededor del año
1400 existían 64 universidades, todas ellas establecidas por autoridad papal o con
aprobación pontificia consiguiente a su fundación imperial.
Más tarde vino la creación de universidades nuevas en Europa y en el Nuevo
Mundo. Concretamente en Latinoamérica, durante el período que va de 1538 a 1826,
fueron fundadas 33 universidades o centros de estudios superiores, unas veces por la
corona y otras por las órdenes religiosas, principalmente los jesuitas y los dominicos: en
1538 se fundó la Universidad de Santo Domingo; en 1553, la de México; en 1555, la de
San Marcos de Lima; en 1788, la Real Universidad de San Felipe en Santiago de Chile.
Todas ellas reflejan el espíritu del Siglo de Oro español, es decir, una "universitas" de la
ciencia y del saber humanístico; pero surgieron también con la finalidad práctica de
formar el personal necesario para la administración de las colonias. Estas universidades,
como lo exigían las circunstancias, dependieron enormemente de la Iglesia y de la
corona, y jugaron un papel preponderante en la configuración cultural de los pueblos
latinoamericanos.
Cuando en 1767 aconteció la expulsión de los jesuitas de los reinos de España y
Portugal, se inició un proceso de progresivo desalojamiento de la Iglesia de los campos
de la educación, incrementado luego con el logro de la independencia de las nuevas
naciones. Entonces la Universidad se orientó por el modelo napoleónico que proponía
un sistema de educación nacional correspondiente a las necesidades de cada Estado.
Se promovieron, por eso, de manera especial, las carreras al servicio de la
sociedad y de la administración pública, en cuyo contexto el insigne patriota, pensador y
poeta latinoamericano Andrés Bello pudo formular la idea de Universidad como "Universidad de abogados". Tal espíritu de servicio a la nación, unido al sentimiento
antieclesiástico, configuró importantes universidades, como la de Buenos Aires en
1821, la Universidad Central del Ecuador, y la Universidad de México abierta en 1910.
Estas razones político-culturales dieron origen, por primera vez en la historia,
sea en América o en Europa, a universidades fundadas por gobiernos o instituciones
extraños a la iglesia e incluso hostiles. Esa fue una de las causas del nacimiento, durante
ese siglo XIX y luego en nuestro siglo XX, de las "Universidades Católicas", erigidas
por la Iglesia o por instituciones privadas de creyentes, con el firme propósito de proclamar públicamente el papel necesario de la Iglesia en el ámbito universitario.
Permítaseme comentar, como conclusión de este repaso histórico, que la
vinculación que ha existido siempre, a pesar de sus vicisitudes, entre la Iglesia y la
Universidad, puede verse como uno de los testimonios más fehacientes de la realidad de
una tradición intelectual universitaria católica. Por eso, el Papa Juan Pablo II pudo
escoger como título para la Constitución Apostólica que trata sobre la Universidad
Católica las palabras: "Ex corde Ecciesiae": pues, efectivamente, la Universidad ha
brotado del corazón y permanece en el corazón de la Iglesia.
2. Algunos datos sobre la Universidad actual reportados por el documento
Vuelvo ahora al documento y a la consulta hecha por la Santa Sede sobre la actual
Universidad. Esta consulta que sirvió de base para el documento, ha revelado algunas
características actuales de la Universidad y también del modo como la Iglesia está y
puede estar presente en ella. Mencionaré algunas:
1) Los números alcanzados hoy por la Universidad
El primero es su "manifestación": el espíritu de democracia que va invadiendo hoy
a las naciones y su desarrollo económico y social, está abriendo el acceso a la
Universidad a muchos más jóvenes que antes. Por eso la Universidad alcanza a un
segmento de la sociedad cada vez más amplio. Esta experiencia, como ustedes saben, es
notable en este país, y en general en toda Latinoamérica; basten unos pocos datos: según
un reporte de la UNESCO, relativo al año 1991, las Universidades de este continente
contaban con 7 millones de estudiantes y 600 mil Docentes. Es lógico que el aumento
no se distribuya por igual en todos los países, porque mientras en el de ustedes la
porcentual de los inscriptos constituye el 43,45% de los jóvenes, en Chile tal porcentual
es del 23,3%, y en Bolivia el 22,6%. En la Argentina, como ustedes saben, el número de
Universidades pasó de 6 a 47 (cf. articulo "Dienst an der Kultur", en Herder
Korrepodenz, diciembre 1995, p. 669) a partir de la segunda guerra mundial a nuestros
días.
2) La perspectiva de las ciencias naturales y sociales y de la preparación
profesional
Junto al fenómeno de la masificación, se observa también el dato de la
preeminencia que se atribuye al adiestramiento profesional sobre la formación
humanística. El estudio de las ciencias y la preparación profesional de los estudiantes
caracteriza la educación universitaria de hoy en todo el mundo, y se acentúa en los
países en vías de desarrollo. No significa esto mostrar poco aprecio por la contribución
que hacen las ciencias al bienestar humano. Mas es un hecho que la Universidad, debido
a la presión de las fuerzas sociales y económicas. corre hoy el riesgo de perder la
conciencia de su naturaleza como "comunidad de docentes y estudiantes" comprometida
en la búsqueda desinteresada de la verdad.
Receptando este fenómeno, el documento de la Congregación está apuntando a una
cuestión señalada también por otros foros internacionales tales como la UNESCO, el
Consejo de Europa, y la Asociación Internacional de Universidades.
3) La tendencia a separar la fe de la experiencia universitaria
Finalmente, la consulta revela una tendencia en los católicos que actúan en la
Universidad a separar su propia fe de su experiencia universitaria. Muchos consideran
que sus creencias son un asunto estrictamente privado, o no conjugan la realidad de su
vida universitaria con el mundo de su experiencia cristiana.
Puede concluirse, por tanto, que en el mundo de la cultura contemporánea y en el
ámbito universitario las Universidades Católicas adquieren singular importancia como
lugares de formación humanístico-cristiana, donde el sentido de la enseñanza y de la
investigación se orienta a buscar las causas de los problemas de nuestro tiempo
atendiendo a su dimensión ética y religiosa.
3) La misión de la Iglesia en la Universidad
El documento continúa su exposición trazando el camino que la pastoral de la
Iglesia ha de recorrer para cumplir su misión.
A la luz de los aspectos que he mencionado antes, emergen retos, esperanzas y
expectativas respecto a la misión de la Iglesia en la Universidad.
El documento habla de la acción pastoral de la Iglesia en la Universidad como una
realidad caracterizada, simultáneamente, por un aspecto subjetivo y otro objetivo. El
primero se orienta hacia las personas en particular. "En esta perspectiva -afirma el
documento- la Iglesia entra en diálogo con las personas concretas -hombres y mujeres,
docentes, estudiantes, empleados- y, por medio de ellos, aunque no exclusivamente, con
las corrientes culturales que caracterizan ese ambiente" ("Presencia" II, 1, p. 13). El
segundo aspecto se refiere al diálogo entre fe y cultura y las diferentes disciplinas del
saber. Estas dimensiones en su conjunto dan una visión unificada de ministerio en el
"campus" y deberán promoverse unitariamente.
Hay, finalmente, otro aspecto de la presencia y acción de la Iglesia en la
Universidad que el documento describe con la palabra institucional, y que se caracteriza
tomando varias formas: una. privilegiada y especial, es la misma Universidad Católica
como institución; otra son las Facultades eclesiásticas, presentes a veces en
Universidades Civiles; también lo son, finalmente las capellanías, cuando se establecen
por acuerdo del Obispo y las autoridades universitarias.
1) La misión de la Iglesia en relación a las personas individuales en el
“campus” universitario
Yo quisiera subrayar sobre este punto que nuestro documento se abre con una
dolorosa constatación, notando que muchas veces las relaciones que mantienen los
sacerdotes capellanes y los asistentes del "campus" con el mundo específico de la
Universidad son hasta ahora sólo incipientes, y que en una gran mayoría de los países
del mundo el ministerio pastoral universitario frecuentemente permanece sólo en los
márgenes de la ordinaria actividad pastoral. Probablemente esto no es aplicable a las
diócesis argentinas, porque aquí los Obispos, las comunidades religiosas y varios
movimientos de apostolado han establecido una fuerte presencia en el "campus"
universitario. Sin embargo, esperamos que todavía se refuerce más. Los informes
oficiales, que los Obispos hacen cada cinco años a la Santa Sede, dan cuenta clara de su
solicitud pastoral en este campo, especialmente en cuanto se refiere a las áreas del culto
divino y de los sacerdotes, e incluso de la guía y del consejo personal. Permítanme
añadir que en muchas partes se está adquiriendo una fuerte conciencia de que la
atención pastoral en la universidad no deberá limitarse a los ministerios antes
mencionados, por más indispensables que ellos sean, sino que debe mirar, de manera
incisiva, a lograr que la Universidad sea el punto verdaderamente de encuentro para
docentes y estudiantes entre el conocimiento científico y la fe personal.
Para ello deberá contarse con capellanes preparados espiritual y académicamente, y
que, en relación con los estudiantes, posean una preparación ágil respecto a los desafíos
que la educación universitaria propone, junto con la habilidad necesaria para guiarlos
hacia ese encuentro entre lo que aprenden y su fe cristiana. Encuentro que llevará a la
convicción de que la verdad es una y de que no puede existir, en último término,
conflicto entre la verdad de la fe y lo realmente verdadero en los descubrimientos
científicos y académicos.
A este propósito recuerdo el testimonio del famoso filósofo francés Jean Guitton.
Alguna vez le preguntaron si "lamentaba" ser católico. Su respuesta fue: "Tendría que
contarles toda la historia de mi vida. Cuando era yo poco más que un adolescente,
viendo que era católico, me dije si hubiera nacido en China sería budista, si en
Inglaterra protestante. Si mis padres hubieran sido judíos sería ahora judío. Concluí: se
trata de un fenómeno sociológico. Entonces me hice esta promesa: seguiré siendo
católico sólo si el catolicismo coincide con la verdad científica, con la verdad histórica,
con la verdad crítica. Pasé años y años reconciliando fe y razón, fe y experiencia. Ha
sido una cuestión fundamental en toda mi vida. Si yo hubiera pensado que el
Catolicismo era contrario a la verdad, lo hubiera dejado. La vida me ha probado lo
contrario: existe armonía entre Dios y la ciencia" (Entrevista de Ulderico Monzi,
Corriere della Sera, 9 de febrero de 1995, p. 3).
2) Diálogo de fe y cultura
En cuanto al aspecto que el documento denomina "presencia objetiva", y que se
refiere al diálogo fe-cultura, yo quisiera subrayar aquí la urgencia de tal diálogo.
Lo que por él entiendo está en la línea de lo que dijo el Santo Padre en Medellín.
Colombia, en 1986: "Una fe que se coloca al margen de lo que es humano, de lo que es
por tanto cultura, sería una fe infiel a la plenitud de lo que el Verbo de Dios manifiesta y
revela, una fe decapitada, peor aún, una fe en proceso de aniquilamiento". La presencia
católica en el "campus" debe, pues, asumir o acrecentar su papel en el diálogo del
Evangelio con las diversas experiencias de la cultura humana. Por su naturaleza, la
Universidad es una arena privilegiada para el diálogo.
Nuestro reto, por tanto, consiste en formar hombres y mujeres católicos, que, al
terminar sus estudios universitarios, sean capaces de entrar en este tipo de diálogo, y
colocarse luego en aquellos puestos de la actividad humana donde se toman las
decisiones más importantes para la vida de la sociedad y de la humanidad: la enseñanza,
la investigación, la economía, la política, la medicina, etc.
II. EL DOCENTE CATÓLICO
Como anteriormente indiqué, el documento sobre la presencia de la Iglesia en la
Universidad, que ha ido guiando nuestra reflexión, concede atención considerable al
papel del docente católico en la Universidad. "Los docentes católicos", declara, "juegan
un papel fundamental en la presencia de la Iglesia en la cultura universitaria. Su calidad
y generosidad pueden incluso suplir en ciertos casos las deficiencias de las estructuras",
en referencia a la falta o pobreza en la presencia institucional de la Iglesia en el
"campus".
El documento expresa, además, su esperanza de un resurgir de la figura del
intelectual católico, que "casi parece haber desaparecido de algunos espacios
universitarios; en este punto los estudiantes lamentan dolorosamente la falta de verdaderos maestros, cuya asidua disponibilidad personal hacia ellos podrían asegurar un
acompañamiento de calidad". Es interesante notar que esta fue una de las declaraciones
del documento que recibió más atención por parte de la prensa internacional.
En un primer plano, el papel del docente católico universitario debe considerarse
idéntico al de los otros docentes de la Universidad: estar cualificado desde el punto de
vista académico-científico, y abierto siempre a la propia superación y a la actualización
académico-científica; pero, sobre esto, el docente católico, en orden a alcanzar lo que de
él se espera como católico, debe añadir a su formación un nuevo horizonte: el horizonte
de la fe cristiana, que completará su preparación y conferirá a su vocación magistral
pleno significado.
El Santo Padre decía a los hombres de la cultura y de la ciencia durante su
reciente visita a Eslovenia: "No apaguéis la llama de la fe en las jóvenes generaciones;
alimentad en ellas el aprecio de los valores que pueden protegerlas contra el escepticismo, el egoísmo, la violencia y la droga" (L ´Osservatore Romano, Ed. Española,
31 de mayo de 1996). El profesor católico está convencido y trabajará con la convicción
de que la fe y la razón no se excluyen, y de que la razón, en su búsqueda de la verdad,
está abierta a lo trascendente y, en consecuencia, a la revelación de Cristo; en el espacio
de este horizonte conducirá su investigación, propondrá su enseñanza; tomará parte
activa en el diálogo entre cultura y fe, y contribuirá de manera incisiva a la formación
de los valores en sus alumnos.
En esta perspectiva se puede ver que la vida y la actividad del docente católico
debe caracterizarse por dos cualidades personales: la primera es la de haber alcanzado
una síntesis existencial entre su profesión, sus conocimientos académico-científicos y el
contenido y la práctica de su fe cristiana; la segunda consiste en esa madurez intelectual
que capacita al hombre para que, reconociendo los límites de los campos del saber, se
abra él mismo y el ejercicio de su disciplina académica a las contribuciones específicas
que le ofrecen la filosofía y la teología y, más en general, las carreras humanísticas.
Comentando el Papa en Eslovenia la reintegración de la Facultad de Teología en la
Universidad Nacional, dijo que la teología "insertada en el marco de las demás
disciplinas..., mientras muestra aceptar plenamente el desafío de la racionalidad, no
puede menos de impulsar a la racionalidad a abrirse al Misterio que le trasciende"
(Ibid.). No se trata de confundir las disciplinas ni las metodologías, ni de imponer la fe a
otros ramos del saber, sino más bien de mantener la actitud de apertura intelectual que
es requerida y es característica de todo pensamiento sano y de todo genuino saber,
necesarios para una completa y armoniosa visión del hombre.
Esta idea ha sido bien comentada también en una reciente Conferencia sobre
Universidades Católicas, celebrada en los Estados Unidos (St. Paúl, Minesota, agosto
1995). El orador, Sr. Peter Steinfeis, hizo notar que, si bien no se plantea la cuestión de
que exista una matemática católica, o una química católica, o una contabilidad católica,
la presencia católica en la Universidad puede llevar, sin embargo, a que la rica herencia
intelectual católica haga sentir su peso en varios campos, en varias formas. No sólo la
teoría política y la intelectual, sino aún los departamentos de química y de matemáticas
y de contabilidad, dijo, "pueden hospedar ciertas reflexiones y temas filosóficos, éticos
o inter-disciplinarios" (cfr, Peter Stein-feís, "Catholic Identity: Emerging Consensus",
OriginsVol. 25, n. 11, p.175).
Se podría hablar aquí del "sentido de humanidad" que debe caracterizar todo sector
de la cultura. De ello ha hablado el Santo Padre durante su discurso pronunciado ante
los representantes de las Universidades estatales y católicas argentinas en Buenos Aires,
el 12 de abril de 1987. En aquella ocasión hizo notar que tal "sentido de humanidad" "es
la propiedad más importante para que la comunicación se haga posible cuando se trata
de valores universales, y los valores universales adquieren vigor cuando, gracias a la
cultura, sirven al hombre en su integridad. El fin de la cultura es dar al hombre una
perfección, una expansión de sus potenciales naturales. Cultura es todo aquello que
lleva al hombre a respetar más a sus semejantes, a ocupar mejor su tiempo libre, a
trabajar con un sentido más humano, a gozar de la belleza y a amar a su Creador"
("Discorsi alie Universita", pp. 297-298). Es evidente que en este contexto se coloca de
manera privilegiada la tarea del docente católico, llamado a transmitir a través de toda
su persona este tipo de acercamiento a la realidad del hombre en el mundo.
1. El docente católico y la formación integral de los estudiantes
He mencionado que una de las tendencias actuales de la Universidad, es el descuido
de la formación integral de los estudiantes. Una verdadera formación consiste no
meramente en la transmisión de conceptos y métodos de estudio, sino en la formación
integral de la persona. Tal dimensión esencial de la educación debería ser la
preocupación de toda Universidad y también de cada profesor, independientemente del
campo específico de su enseñanza. Formar integralmente a la persona significaría en
este caso ayudar a los alumnos a integrar todos los elementos de su instrucción dentro
de una realidad donde existe interés por lo verdadero, lo bueno y lo bello, en otras
palabras, por una apertura a los trascendente y a lo ético.
A este propósito me agrada subrayar cómo también el Grupo Consultivo Centro Regional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el CaribeCenter -Regional Advisory Group of UNESCO on Higher Education (CRESALC)- se
mueve en este sentido en la indicación que hizo el pasado noviembre en relación a los
asuntos clave de la situación latinoamericana. Pues menciona, por ejemplo, la exigencia
de "nuevas estrategias de financiamiento coherentes con la idea del desarrollo
sostenible", las "responsabilidades de la educación superior en relación al resto del
sistema educativo", las "responsabilidades de la educación superior ante la justicia y la
pobreza", las "contribuciones de la educación superior a los temas y a las áreas
problemáticas relacionadas al ambiente, la población, el desarrollo humano sostenible,
la enseñanza de los derechos humanos y la cultura de la paz". Todo esto demuestra una
sensibilidad creciente ante la necesidad de una visión ética más amplia e integral en la
cual insertar la enseñanza a nivel universitario (cfr. Carlos Tunnermann, A new visión
of higher education, in Higher Education Policy 9/1 (1996), p. 12).
Ciertamente se debe reconocer que no existe comunicación de datos neutra en
cuanto a valores; más aún, estos valores, en la visión propia del profesor católico, están
intrínsecamente vinculados a los valores religiosos cristianos. Esto no significa que los
docentes universitarios de Universidades públicas deban violar el carácter laico de la
institución, sino que en armonía con su vocación y misión -y siempre con respeto al
método de sus disciplinas- han de colocar los elementos específicos de su campo de
estudio dentro de una visión de la persona humana que esté inspirada o al menos sea
congruente con la fe cristiana.
El Santo Padre, hablando al grupo de docentes de la Universidad de Boloña el 18
de abril de 1982, subrayaba el papel del maestro en relación a estos aspectos de la
formación de los estudiantes. Dijo: "Creo... que es necesario reafirmar fuertemente la
naturaleza comunitaria de la Universidad... en cuanto a la relación docentes
estudiantes... El encuentro humano (de maestro y alumno) es indispensable para la
formación de la personalidad y, por tanto para que la Universidad continúe siendo capaz
de cumplir su misión educativa. La experiencia enseña que el ejemplo de verdaderos
maestros es importante para comunicar no sólo contenidos cognoscitivos y un método
de estudio, sino también una profunda pasión por la verdad, compromiso moral que
anima a la investigación" (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V/l. p. 1229-1230).
El documento de la Congregación para la Educación Católica declara: "El testimonio
del docente católico no consiste ciertamente en introducir temáticas confesionales en las
disciplinas que enseña, sino en abrir el horizonte a las inquietudes últimas y
fundamentales, en la generosidad estimulante de una presencia activa ante las preguntas,
a menudo no formuladas, de esos espíritus jóvenes que andan a la búsqueda de referencias y certezas, de orientación y de metas. De esto depende su vida de mañana en la
sociedad".
2. La tarea del docente en la promoción de una
interdisciplinariedad vertical
Hoy se reconoce comúnmente que es muy necesario un enfoque interdisciplinario
en la educación ante especializaciones tan altamente desarrolladas, con el fin de adquirir
una visión orgánica del saber y contribuir a su integración en la formación de los
estudiantes.
Una de las maneras en que los docentes católicos "juegan un papel fundamental en
la presencia de la Iglesia en la cultura universitaria" consiste en que además de
promover junto con otros una interdisciplinaridad "horizontal" (es decir, la relación
entre todas las disciplinas entre sí), ellos están llamados a promover también algo que
podría ser llamado interdisciplinaridad "vertical". Comprometidos con una visión
trascendente de la realidad y de la persona humana y con los valores morales y éticos
cristianos, los docentes católicos infundirán a la interdisciplinaridad una visión
coherente de la persona humana y del mundo, una visión iluminada por el Evangelio y
por la fe en Cristo como centro de la Creación y de la historia humana (cf. gaudium et
spes, n. 45).
CONCLUSIÓN
Voy a terminar con esto mi larga relación, en la cual he procurado subrayar la idea
y la esperanza que la Iglesia tiene en ustedes, como docentes universitarios católicos,
para realizar su presencia vivificadora en la vida intelectual de la comunidad humana.
En la reciente conferencia sobre Universidades Católicas que antes recordé, fue dicho
que nuestra Iglesia "es y ha sido siempre una Iglesia con un cerebro, con una mente"
(Margaret Steinfeis, "The Catholic Intellectual Tradition", Origins Vol. 24, n. 11 p. 172)
y es verdad: gozamos de una secular y altísima tradición intelectual, que ha brillado
como un faro de luz en la Universidad Católica. Pero yo añadiría que nuestra Iglesia
también tiene un corazón y una voluntad que la llevan y la han llevado siempre a la
acción más apasionada y más eficaz en favor de la elevación del hombre. Y esto porque
continúa la obra salvadora de Jesucristo por medio de aquellos hombres y mujeres
cristianos que se comprometen personalmente. Por eso terminaré estas reflexiones haciendo mía la vigorosa exhortación del Santo Padre: "¡No tengáis miedo de Cristo! ¡No
tengáis miedo de la Iglesia, que está al lado de cuantos se interesan por la dignidad del
hombre y su libertad auténtica!" (L ´0sservatore Romano, Ed. Española, 31 de mayo de
1996). Efectivamente -ha tenido ocasión de repetir una vez más Juan Pablo II durante
un reciente Encuentro cor Rectores de la Red de Universidades Latinoamericanas y Europeas (RULE)- "La palabra del Evangelio... constituye -hoy como en los albores de la
institución universitaria- un manantial de luz y de energía para los cultores del saber.
Ella no pone -como erróneamente piensa alguno- límites perjudiciales a la
investigación; la exalta y la libera, más bien, de los condicionamientos indebidos que la
infiltran, y la hace capaz de desarrollar en plenitud su tarea originaria al servicio del
hombre y de la sociedad... El 'humus' cristiano en el cual han surgido (las universidades)
y echado sus raíces originarias, es terreno fértil para la elaboración de una cultura no
servil, sino libre y alta, generadora de un nuevo y más completo humanismo" (L'
Osservatore Romano, 5 de julio de 1996, p. 4). De una sociedad más humana y, por eso
mismo, más cristiana.
¡Muchas gracias!
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