El Caballero y la Princesa - Parte I

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Sir Francisco abandonaba como de costumbre su castillo con intención de recorrer
diferentes villas en busca de fáciles y fugaces aventuras
Romántico Caballero, siempre ataviado con una vieja armadura que mostraba las
consecuencias de viejas batallas
Este atuendo le otorgaba seguridad y jamás se lo quitaba, ni siquiera frente a sus
seducidas putidoncellas.
-Noble señor, me habéis poseído con tus versos y ahora os retiráis airado, dejadme al
menos ver tu rostro!...suplicaban constantemente sus oportunas amantes
-No imploréis mujer, obligaciones me abruman y sabéis que nuestra estirpe tiene el
deambular en su destino. Dejad de reclamar y tal vez regrese un día a visitaros, pero
jamás veréis mi rostro
Saciada la agridulce rutina, el Caballero regresaba día tras día a encerrarse en su frío y
triste Castillo.
Allí compartía comidas y breves charlas con su amable, pero no amada Reina.
También calentaban una cama tan espaciosa que acentuaba su sensación de soledad.
Una soledad que generalmente eludía soñando, y otras veces deambulando con su lira
por las habitaciones.
En las músicas evocaba lejanos y gloriosos recuerdos… Esas dulces melodías arrullaban
eficazmente su alma
Sorpresivo día! escribiría un día este noble en su diario intimo!. Luego nos describiría
esta crónica que ahora relato.
En uno de sus paseos, el noble observó con atención unos retratos bosquejados por una
Princesa llamada Patricia la Despeinada
Permaneció buen rato examinando sus espléndidos diseños, hasta que la curiosidad por
conocer esta digna autora se tornó irreprimible.
Percató entonces que la Princesa Patricia vivía en un Castillo no muy lejano al suyo
-La visitaré hoy mismo, debo conocer tan magnifica princesa!.—comentó a viva voz el
noble
Pero que desilusión lo invadió cuando encontró el puente de acceso al Castillo
imposible de franquear. Y ni siquiera había un paje que hiciera honor a las
presentaciones!
Aún así, y con estas desfavorables condiciones, el Caballero decidió desfilar
periódicamente frente a los inaccesibles portones de la Princesa.
Aguardaría la oportunidad de conocer esta interesante, pero tímida joven
Días tras días fueron sucediéndose sin fortuna... hasta que una tarde, la impaciencia
irrumpió:
Sir Francisco se apeó de su montura y mientras cruzaba ruidosamente el antebrazo en la
armadura exclamó:
-Aquí está presente y os saluda el Caballero Don Luís Francisco del Castillo Solitario,
del Reino de Castillas, empalador de infieles, matador de dragones, campeón de Justas,
portador de herrumbrada armadura a causa del tiempo, batallas y lides!. Por el amor de
Dios, alguien vive en este Castillo?
-Vaya impaciente Campeón!. Si mi Señor, aquí vive la Princesa Patricia la Despeinada
y os retribuyo vuestro gentil e impetuoso saludo. y también me despido.. Contestó una
bella joven desde una alta ventana del Castillo.
Vaya contrariedad!, antes que el Templario pudiera responderle, la dama ya se había
esfumado tan rápido como se manifestó
Aún así, ese fugaz saludo fue suficiente para agraciar al ansioso Caballero quien desde
ese momento decidió visitarla mas seguido.
Con el tiempo las visitas despertaron la curiosidad de la Princesa y dieron sus frutos
Efectivamente, las conversaciones se tornaron mas cálidas vastas y largas. Claro,
siempre permaneciendo la Princesa en su ventana, y el noble a las puertas del
inaccesible edificio.
En esas pláticas la Princesa manifestaba sus desilusiones hacia los hombres, como
también su poca fe en el Amor. A veces su agobio era tan intenso que hasta le brotaban
lágrimas que caían ruidosamente sobre la armadura del noble, herrumbrándola mas de
lo que estaba
Y este Templario buen protector de Princesas, sabiéndose imposibilitado de alcanzarla y
abrazarla, buscaba estrategias alternativas para ganarle terreno a esa cruel tristeza.
Sus tácticas preferidas iban desde mostrar acrobacias con su cabalgadura, como también
presentaciones dignas del mejor Bufón de la Corte.
Sus habilidades siempre lograban alegrar a la Princesa, y así ganaba sus mejores trofeos,
esa espléndida sonrisa que lo regocijaba más que matar Moros.
Tal vez se había convertido en su Campeón de la alegría, lo cual no era poco pedir
Pasado el tiempo, ya más íntimos y confiados, confesaron que se extrañaban y hasta se
pensaban.
En su diario íntimo escribiría el Caballero:
-Hoy, estando ausente de mí Patria ha llegado un jinete con un mensaje de Patricia la
encerrada. Por Dios me ha alegrado la noche, ha dicho que me extraña pero solicita
discreción.
He devuelto al mensajero con varias respuestas, sospecho algunas perderá en el camino.
Debo recordar azotar al imprudente a mi regreso, pero hoy noche dormiré con la misiva
cerca. La releeré y disfrutaré secretamente a la luz de las velas.
Si desea discreción deberá bajar el puente, pues no podemos seguir a los gritos!
Aunque estaba conquistada la confianza y atención de la Princesa, ni el puente levadizo
bajaba, ni ella se descolgaba de la ventana con una sábana.
Irrumpir por la fuerza tampoco era una opción, aunque ganas no faltaban y algún ariete
todavía conservaba este soldado de Dios
Por esta razón el noble decidió consultar a un sobrino suyo, Don Aldo Federico el
Sabio.
-Sabio sobrino necesito vuestros consejos!. Hay una Princesa Despeinada que se
encierra en un Castillo y no admite visita, ni tampoco encontrarnos en terreno neutral.
Posee ojos dulces que me hablan a la distancia y llenan de suspiros mi alma.
-Valiente tío, debéis proporcionarme mas información de esta extraña mujer, que
tormentos la aquejan, mas allá de la falta de cepillado?
-Pues la aquejan dolores en su corazón…
-Pero despistado tío, soy sabio pero difícilmente pueda curar sus afecciones, tal vez un
médico sería mas apropiado...
-No estimado pariente, los dolores son producto de desilusiones provocadas por un
Caballero de otro lugar, Sir Guillermo del reino Asturias.
Si bien la dama reflexiona la posibilidad de vernos, temores desconocidos la confunden.
Ay sabio consejero, no sólo estoy afónico de gritar a las alturas, también me duele la
nuca de mirar hacia su ventana!
-De Asturias habéis dicho?, por todos los demonios del Averno!..Sabéis tío que somos
enemigos mortales de ese infesto Reino!. Permitidme fumar mi pipa mientras medito.
Espero que luego de dos bocanadas pueda proporcionaros alguna solución digna de mí.
A ver, no habéis pensado en batirte a duelo con ese ingrato Caballero, y así obtener la
gracia de la Princesa?. No sería el primero que atravesaras su corazón, y hasta podríais
presentar su cabeza en una pica a esta Princesa enclaustrada...También poseo unos
efectivos venenos que...
-No enérgico y expeditivo sobrino!. Aunque confío ciegamente en mi certero filo,
aunque he conquistado lo inconquistable, comprendo no podré jamás conquistar su
corazón. Ella jamás me querrá, no soy el Caballero que tanto espera en el alto de la torre
de su castillo.
Nada entonces puedo hacer por vos apenado tío.!
Pero perdonad la insistencia, conozco un magnífico arquero que…
He dicho que no es el camino a la conquista ilustre Federico…comamos y bebamos
como cerdos y luego crucifiquemos algunos herejes para alegrar nuestros espíritus
Y así, al no poder encontrar solución a su dilema, el Caballero decidió aceptar su
ineludible destino:
Este sería continuar siendo aquel fiel, pero distante compañero de la Princesa del
encierro.
Ya no pelearía contra dragones o legiones de Caballeros.
Efectivamente, una misión más difícil emprendería: Sería no abandonar esta dama
jamás, y anteponer su armadura a las lágrimas que eventualmente cayeran desde lo alto.
Y lo haría aún a riesgo de no poder moverse mas de tanto herrumbre acumulado en sus
metales
Eso si, cada noche se retiraría verificando cómo la luz de las velas se sumían en
sombras en aquella alta ventana. Esa señal indicaría que la Princesa reposaba en paz.
Tal vez un día ella renunciaría a ese infame Sir Guillermo.
Tal vez un día se verían a un palmo de distancia.
Tal vez entonces, por primera vez se quitaría el yelmo para susurrarle con sus ojos
Tal vez le robaría su mirada..
Mirada que luego le pertenecería en los sueños de la noche.
Ale 12/02/09
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