Los Servicios Públicos y su garantía de prestación:

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Los Servicios Públicos y su garantía de prestación:
Ante la conjunción básica de las características definidoras de la actividad conocida
como Servicios Públicos en Argentina he desarrollado, ilustrando con doctrina y
jurisprudencia, algunas ideas para tener en cuenta ante las posibles circunstancias de
finalización anticipada de la relación contractual entre el Estado concedente y el
Empresario concesionario.
Independientemente del tipo de Estado a concebir ( Prestador o Regulador)
La población se preocupa, fundamentalmente, por su acceso al confort. En estas tres
últimas palabras parece haber hecho cabecera de playa una nueva corriente de
pensamiento en la clase media internacional, que va abandonando su óptica
universalista demostrada con la aparición de los “partidos verdes” volviendo a una
visión individualista del desarrollo del hombre : vivir confortablemente, más allá de lo
que ocurra afuera.
Este minimalismo ( social no pictórico) es morigerado por la acción del Estado que
debe garantizar el acceso al porvenir y tiene el compromiso indelegable de garantizar
la salubridad del medio a las generaciones futuras, así una teoría inicial de los
Servicios Públicos se desarrollaría entonces describiendo, ante la imposibilidad de
definir un concepto, las características mencionadas al principio así:
Continuidad: es la operatividad de prestar el servicio cada vez que la necesidad se
haga presente, o que se efectué oportunamente.
Debemos recordar la posibilidad de la existencia de necesidades absolutas (luz, agua,
etc) y de relativas ( atención para la salud) que conllevan a continuidades idénticas.
Esta característica ha generado algunos límites en el ejercicio de derechos
constitucionales como la huelga, el derecho a la propiedad y el de libre asociación,
reglamentados para estos casos a efectos de no generar eventuales interrupciones en
la prestación.
Regularidad: significa que la prestación debe regirse de acuerdo a un reglamento
previo que marque los límites de los derechos de los sujetos parte de la relación del
servicio público. Es la norma que garantiza la organización para la prestación, no es la
organización en sí misma. Es, por ejemplo, el cronograma de horario al que debe
sujetarse un transporte público de pasajeros.
Uniformidad: es la igualdad de trato ante la prestación. Es el principio de Igualdad
constitucional traído a la relación del Servicio Público. Pero preferimos llamarlo
Uniformidad pues es un término que nos acerca a un criterio de igualdad subjetiva.
Igual trato para iguales usuarios.
Generalidad: Es la garantía del derecho a exigir su prestación que tienen todos los
habitantes. Es el fin en sí mismo del servicio, que nace para satisfacer una necesidad
general o colectiva.
Obligatoriedad: Por imperio constitucional las autoridades proveen a la calidad y
eficiencia de los servicios públicos, entonces se sobreentiende su existencia. Es el
Estado (per sé o tercerizando) el responsable último y obligado de la satisfacción de
las necesidades sociales.
Calidad y Eficiencia: otra manda constitucional, el desarrollo del hombre obliga al
prestador a actualizar, ajustado al avance tecnológico, la forma de la prestación,
tendiendo a proteger la salud y el ambiente, incorporando permanentemente las
mejoras que genera las ciencias a los servicios.
Ahora bien, la inestabilidad económica de la Argentina, ha jugado generalmente a
favor del debilitamiento de Estado, quien no ha encontrado herramientas acordes a
garantizar las prestaciones, especialmente al enfrentarse a multinacionales que han
sumado, la mayoría de las veces, más poderío de Él mismo.
Lanzados, a la búsqueda de esquemas de garantías de prestación (pues la cuestión
de incumplimiento contractual no nos ocupa tanto como la satisfacción de las
necesidades populares) desarrollamos el siguiente análisis concluyendo finalmente
con varios ejes de alternativas de acción:
A las conclusiones que he arribado interpretando la opinión de importante doctrina, no
dejan de parecerme endebles, máxime cuando ninguno de los autores trata el tema en
cuestión específicamente.
He tratado de inclinar mi interpretación de forma positiva ante el interrogante si la
Administración puede obligar a continuar con la prestación del servicio público una
vez operada la rescisión por culpa del contratista, pese a ello no encuentro
argumentos sólidos que me lleven a sostener una postura favorable, porque las
soluciones expuestas se basan en citas cuyo análisis parte de la vigencia contractual y
no como he querido fundamentar –no por ello menos válido- a partir de la rescisión
contractual. Así opino que:
Si se parte de la base que el contrato de concesión contiene cláusulas que contemplan
la rescisión, pero no contiene todos los efectos de las sanciones rescisorias –bien
podría ser un efecto la continuidad del servicio- y si la Administración está facultada a
disponer de la rescisión (cuando no está pactada o por razones de mérito) mucho más
facultada está a fijar sus efectos cuando se ve obligada a rescindir por culpa del
contratista.
“...Los contratos administrativos contienen por lo común cláusulas relativas a la
forma y efectos de las sanciones rescisorias, pero la ausencia de tales cláusulas no
impide que la Administración Pública disponga la rescisión, no como sanción de un
incumplimiento contractual, sino cuando el interés público lo exija por razones de
mérito.” (Dromi, Roberto; “Derecho administrativo”, pág. 429, Ed. Ciudad Argentina,
Buenos Aires, 2001).
“Rescisión unilateral por la Administración, por hechos, comportamientos o
conductas imputables al cocontratante. Esta potestad de la Administración puede o no
haberse previsto en el contrato. Pero aún no prevista, esta prerrogativa existe igual,
pues ella integra las llamadas ‘cláusulas’ o ‘régimen’ de exorbitancia, que conforma
una de las principales características de los contratos de la Administración”. (vid:
Marienhoff, “Tratado de Derecho Administrativo”, t. III-A, pág. 74 y ss.).
“...los contratos obligan al cumplimiento, no sólo de lo que está formalmente
convenido en ellos, sino también a las consecuencias necesarias que virtualmente
pudieran estar comprendidas en él y que constituyen el regular y debido cumplimiento
del contrato. Este será interpretado con arreglo al principio de la buena fe, que debe
imperar entre los contratantes (art.1198, CC), el cual impone que cada contratante
soporte las consecuencias desfavorables de su propia conducta discrecional”. (CSJN,
24/9/96, “Calderas Salcor Caren SA c/ Estado Nacional- Comisión Nacional de
Energía Atómica y otra s/ cobro de australes”, C.1048.XXII.RO,SJDA, Bs. As., La Ley,
27/6/97, p.9).
Resulta lógico pensar -teniendo en cuenta que el contratista tiene que seguir
prestando el servicio cuando decide rescindir sin su culpa, actuando la rescisión como
una sanción para la Administración-, que mucho más obligado a continuar con la
prestación estaría si quien decide rescindir es la Administración por culpa de aquel,
aplicando la medida con idéntico criterio, es decir como sanción. Pues, como expresa
Dromi: “Las sanciones rescisorias pueden revestir dos formas con efectos diferentes
respecto del contratista sancionado.
En algunos casos, la rescisión es pura y simple y el cocontratante queda liberado de
las consecuencias que produce la celebración de un nuevo contrato para la
prosecución de las prestaciones objeto del contrato. La Administración hace la
liquidación de las prestaciones cumplidas conforme a las reglas vigentes para ello y
procede además a la imposición de sanciones pecuniarias por los retardos que hayan
existido y los daños y perjuicios que le han sido causados.
En otros casos en cambio, la rescisión supone las consecuencias onerosas que se
deriven de la formalización del nuevo contrato, v.gr., mayores costos, agravación de
los gastos improductivos, variación del precio de acopios, etcétera. Este efecto debe
ser expresamente pactado en el contrato, o resultar de las normas que rijan la
contratación administrativa en general, o el tipo de contrato de que se trate.” (Dromi,
ob. y pág. cit.).
Entre los derechos que tiene el contratista se encuentra la rescisión del contrato por
culpa del comitente que procede en los casos previstos en las cláusulas contractuales,
y en las disposiciones legales aplicables.
“La fuerza mayor y el hecho de la Administración producen irreversiblemente la
imposibilidad de ejecutar el contrato y habilitan la rescisión requerida por el contratista.
Este solo puede pedir a la autoridad administrativa primero y luego a la judicial que
declare tal rescisión y hasta que ella no se produzca tendrá que seguir ejecutando el
contrato, en tanto no proceda su suspensión” . (El subrayado me pertenece).
“La rescisión a petición del contratista es también una sanción, pues se produce ante
incumplimientos de la Administración a la ejecución debida del contrato”. (Dromi, ob.
cit., pág. 436).
Para la mayoría de los doctrinarios el fin perseguido con la rescisión es lograr el
cumplimiento de las obligaciones por parte del cocontratante, por ello es acertado
pensar que siendo la prestación del servicio la obligación más importante, la
Administración haciendo uso de sus facultades bien podría obligar al concesionario a
seguir prestando el servicio sancionándolo con la rescisión. Argumento que encuentro
al citar:
“Las sanciones rescisorias(...)proceden únicamente ante faltas especialmente
graves, y la Administración recurre a ellas sólo cuando no hay otro medio para lograr
la ejecución de las obligaciones contractuales debidas por el cocontratante” (el
subrayado y remarcado no están en el original). (Roberto Dromi, Roberto; “Derecho
administrativo”, pág. 261, Ed. Ciudad Argenina, Buenos Aires,.....).
La rescisión no sería una excepción al principio de continuidad (y teniendo en cuenta
que en las excepciones a la regla, habría como una especie de “sub-excepción”, ya
que el contratista tiene que seguir prestando el servicio hasta la decisión judicial) y
dado el privilegio de interpretación que tiene la administración, no habría obstáculo
alguno para que ésta obligue al contratista a continuar con la ejecución del servicio
luego de su rescisión y hasta una nueva contratación. Ello sin perjuicio del derecho del
contratista de accionar judicialmente contra la decisión administrativa.
“Toda cuestión vinculada a la ejecución contractual debe resolverse con sujeción al
criterio de la continuidad, pues los contratos administrativos, como todo contrato, se
hacen para cumplirlos y se los debe ejecutar en la medida que el interés público exige
que esa ejecución sea ininterrumpida o continuada.
Este principio tiene carácter general, por lo cual su aplicación sólo puede obviarse en
los casos en que las excepciones estén expresamente reconocidas y se las aplique
con alcance restrictivo.
Las excepciones a dicha regla son la ‘fuerza mayor’ los ‘hechos de la Administración’,
los ‘hechos del príncipe’, que impiden o retardan la ejecución del contrato. La primacía
del interés público y las consecuencias que de ella derivan, entre éstas el principio de
continuidad de los contratos administrativos –máxime cuando se vinculan a la
prestación de un servicio público esencial, como lo es el referido al agua potableexcluyen la aplicación analógica lisa y llana de las reglas de los arts. 510 y 1201 del
C.C. Ello sin perjuicio de que el incumplimiento estatal, además de hallar corrección en
el resarcimiento de los daños que de él deriven, pueda dar lugar eventualmente a la
suspensión de la ejecución en casos extremos, como cuando el hecho de la
Administración origina una imposibilidad de cumplir el contrato” (SC Buenos Aires,
08/03/83, “Ghisani, J.M. c/ Servicio Provincial de Agua Potable y Saneamiento”, RED,
19-444) Dromí, Roberto, “Licitación Pública”, p. 504.
“No obstante los dos tipos de continuidad (absoluta y relativa), al principio hay que
mantenerlo inalterado, pues dada la necesidad colectiva del servicio, éste debe
mantener una permanencia.” Roberto Dormí, Derecho Administrativo, Ed. Ciudad
Argentina, 2001, pág. 703.
Resulta claro el régimen aplicable a la concesión de servicios públicos, en el cual no
se discuten las facultades interpretativas que ostenta la Administración frente al
contratista, mucho más cuando en doctrina se acepta que en contratos donde se
pretende aplicar o donde se aplica en mayor medida el régimen de derecho privado,
no puede la Administración cuando el interés general se haga presente exigir aplicar
las modalidades propias del derecho público. Es decir, si la Administración puede
inmiscuirse y decir en cuestiones que “se creen de derecho privado”, es incuestionable
que pueda o se vea obligada a decidir cuando lo que está en juego es el interés de la
comunidad toda.
Es dable señalar la uniformidad de la doctrina en relación a este tema que es de vieja
data y que expresa: “El poder sancionador de la Administración es de rancio abolengo
en nuestro derecho. En efecto, señala Parada que “el Real Decreto de 27 de febrero
de 1852 habia diseñado un sistema coactivo constituido fundamentalmente sobre la
multa como sanción básica, si bien condicionada al pacto previo de la multa y los otros
medios coercitivos en los correspondientes Pliegos de condiciones. Muy pronto la
Administración y la jurisdicción administrativa se encontraron en la necesidad de
determinar si las facultades de coerción de la Administración activa ante el
incumplimiento del contratista podrían ser actuadas o no fuera de su previsión en el
contrato. El Real Decreto Sentencia de 20 de octubre de 1869 consagró la solución
afirmativa (“no puede negarse al Gobierno el derecho de apremiar con multa o
cualquier otro medio coercitivo a un contratista para llevar a efecto un servicio
contratado, aunque sobre los términos del contrato se ofrezcan dudas, porque de lo
contrario se podrían seguir a la causa pública perjuicios irreparables”). Con ello se
afirmaba en beneficio de la Administración la posibilidad de una potestad
indeterminada, que en ningún caso, ni siquiera por pacto expreso, podría operar en los
contratos entre particulares.
Hasta la Ley de Contratos no existía en nuestro derecho un disposición sobre los
problemas interpretativos aplicable en general a la contratación administrativa del
Estado, <si bien –como apunta Albi- la jurisprudencia y la legislación especial de los
diversos departamentos habían coincidido en declarar que correspondía a la propia
Administración la facultad de interpretar los contratos en que interviniera, debiendo
quedar a salvo el derecho del contratista para obtener en juicio contencioso la
declaración que proceda sobre el cumplimiento de lo pactado, en el caso de no
conformarse con lo resuelto en vía gubernativa>.
En la LCE el privilegio aparece reconocido en el art. 18: <El órgano de construcción
ostenta la prerrogativa de interpretar los contratos administrativos y resolver las dudas
que afrontan su cumplimiento>. En el artículo 19 se precisa que <las cuestiones
litigiosas surgidas sobre la interpretación, modificación, resolución y efectos de los
contratos administrativos serán resueltos por el órgano de contratación competente,
cuyos acuerdos pondrán fuera la vía administrativa y contra los mismos habrá lugar a
recurso contencioso-administrativo>.
Igualmente el artículo 99 del Reglamento de Contratación Loca establece que la
Administración interpretará los contratos en que intervenga y resolverá las dudas que
ofrezca su cumplimiento>, completando el artículo 100 al declarar que los acuerdos
que se adopten en este sentido <serán inmediatamente ejecutivos, sin perjuicio del
derecho del los contratistas a obtener en vía jurisdiccional la declaración que proceda
sobre la inteligencia de lo pactado, si no se conforma con lo resuelto por la
corporación>.
Es la prerrogativa de poder público por excelencia de la Administración. Por ella se
impone al contratista el deber de su cumplimiento inmediato con la carga de
impugnación contencioso-administrativa si está disconforme con su legalidad y, como
hemos visto, afecta y completa todas las demás prerrogativas de la Administración
(interpretación, modificación, imposición de sanciones, rescisión del contrato, etc.)
<Inversamente –escribe García de Entrerría- frente a él, el contratista no solo está
vinculado por estas decisiones a reserva de recurso <ex post> contra las mismas, sino
que cuando pretenda que se produzca cualquiera de esos efectos, incluso cuando se
trate de un incumplimiento de la Administración, tiene la carga de solicitar de ésta en
vía gubernativa previa a la contenciosa, la resolución pertinente.
Sin desconocer el carácter verdaderamente excepcional que este privilegio de la
Administración supone, García de Entrerría ha puesto de manifiesto que tal poder <no
resulta propiamente del contrato, sino de la posición jurídica general de la
Administración, de modo que es en sí mismo extracontractual>; y en segundo lugar,
que no obstante su gran alcance, <se refiere íntegramente al pleno de ejercicio de los
derechos y no propiamente al fondo de los mismos>. De ahí que –concluye- deje
absolutamente intactas las reglas de fondo que definen los contenidos obligacionales
del Estado.
En la misma línea de García de Entrerría, Parada afirma que <el Tribunal contencioso
no puede conocer de una acción de nulidad, de rescisión o de cualquier divergencia de
interpretación sin que la Administración haya previamente decidido sobre ella; pero
esto no autoriza a sostener que la Administración puede anular o rescindir o interponer
los contratos de forma divergente a lo establecido en las normas sobre nulidad,
rescisión o interpretación>. Esta afirmación es falsa: la Administración puede anular,
rescindir e interpretar los contratos en distinta forma y por distintos motivos a como se
estable en las normas privadas, ya que, en esto como en todo, su actuación está
determinada no por las normas del derecho civil, sino por su propio ordenamiento
regulador, jurídico-administrativo. La Ley de Contratos de Estado ha venido a suponer
una plena confirmación de todo esto. El privilegio general de ejecutoriedad de sus
acuerdos ha sido consagrado expresamente en el artículo 16, párrafo 2°, al decir: <Los
acuerdos que dicte la Administración en el ejercicio de sus prerrogativas de
interpretación y modificación serán inmediatamente ejecutivos.> Villar Palasi, “Apuntes
de Derecho Administrativo”, Tomo II, Parte General, cap. XXXVII, Los privilegios de la
Administración, pto. 1 Potestad sancionadora y responsabilidad del contratista.
“...la justificación de esta potestad de interpretación unilateral de los contratos
administrativos, se trata, en efecto, de evitar que las posibles divergencias entre la
Administración y el contratista puedan traducirse en un perjuicio para el interés
público, como inevitablemente ocurriría si, producidas éstas, hubiera de quedar en
suspenso la ejecución de la obra o la prestación del servicio hasta tanto se resolviese
en firme la controversia por el Juez competente.”(Eduardo García de Entrerría y
Tomás Ramón Fernández, “Curso de Derecho Administrativo I”, sexta edición, pág.
703, pto. B).
“...el régimen común y uniforme de derecho público de todos los contratos que la
Administración celebra, por su vinculación al interés general o por su finalidad de
servicio público, tiene un régimen preponderante de derecho público aplicable a las
modalidades de ejecución, cumplimiento y extinción del contrato.”
“...este régimen preponderante de derecho público(...)si bien es normal en ciertos
contratos tradicionalmente calificados como administrativos, ello no implica que haya
otros contratos de la Administración, con pretendido régimen de derecho privado, en
los cuales estén proscritas las modulaciones de derecho público. Esto resulta evidente
en lo que concierne a las reglas de derecho público que afectan la ejecución, el
cumplimiento y la extinción de los contratos llamados administrativos, y que dan origen
a las denominadas cláusulas exorbitantes del derecho común.” Allan-R Brewer-Carias,
“La evolución del concepto de contrato administrativo”, pto.4, ap. A).
Vale decir que no se podría cuestionar –si se estarían violando disposiciones
contractuales o si se tiene o no derecho al obligar al contratista para que continúe con
la prestación de un servicio público luego de rescindido por culpa de éste-, la decisión
de la Administración, cuando se afirma que los poderes unilaterales de la
Administración están fuera de la órbita contractual, según lo expresado
precedentemente.
En virtud de las cláusulas exorbitantes, “la Administración puede ejercer sobre su
contratista un control de alcance excepcional, modificar unilateralmente las
condiciones del contrato, dar directivas a la otra parte, declarar extinguido el contrato
por sí y ante sí, imponer sanciones contractuales, etcétera”. Roberto Dromí, “Derecho
Administrativo”, 2001, pág. 370.
“Las llamadas cláusulas exorbitantes, son manifestaciones del poder de acción
unilateral propio de la Administración Pública; y .....no son exorbitantes del derecho
común, pues la Administración,..., puede utilizarlas aun en aquellas relaciones
contractuales en las cuales exista una preponderancia del régimen de derecho
privado”.
Dentro de las cláusulas exorbitantes están todas aquellas “decisiones unilaterales de
la Administración Pública en materia contractual, y que se refieren a la dirección,
interpretación, incumplimiento, sanción y extinción de la relación contractual. Estas
cláusulas, en realidad, son extracontractuales, y provienen de los poderes propios de
acción unilateral de la Administración....., la jurisprudencia venezolana ha establecido
que estas cláusulas no necesitan estar previstas en el texto contractual,..., pues como
se dijo, no son realmente estipulaciones contractuales, ni podrían serlo. En todo caso,
la Administración, unilateralmente puede decidir sobre la dirección en la ejecución del
contrato, sobre la interpretación de sus cláusulas, sobre las situaciones que originan
incumplimiento de contrato, sobre la aplicación de las sanciones legalmente previstas
y sobre las situaciones que permitan decidir la rescisión unilateral”.
“Estos poderes de decisión unilateral se pueden utilizar frente a cualquier relación
contractual de la Administración, sea de las que tienen un régimen preponderante de
derecho público o de derecho privado; dependerá su utilización, de la apreciación del
interés general envuelto en la relación contractual que haga la Administración.” Allan-R
Brewer-Carias, “La evolución del concepto de contrato administrativo”, pto.4, ap. B).
“Encontrándose la concesionaria del servicio público de distribución y comercialización
de energía eléctrica frente a la Administración en una situación de especial sujeción,
por las potestades que competen a ésta en cuanto a organización y funcionamiento
del servicio público, la reglamentación del servicio no se ciñe sólo a lo contemplado en
el contrato, sino también a las prerrogativas que por naturaleza corresponden a la
autoridad estatal”l (CnacContAdmFed, Sala 1°, 5/9/95, “Edenor SA c/ Estado Nacional
(Secretaría de Energía)”, JA, 7/8/96; en igual sentido la misma sala, 31/10/97,
“Metrogas SA c/ Enargas”, JA, 7/4/99).
“Estos poderes de decisión unilateral se pueden utilizar frente a cualquier relación
contractual de la Administración, sea de las que tienen un régimen preponderante de
derecho público o de derecho privado; dependerá su utilización, de la apreciación del
interés general envuelto en la relación contractual que haga la Administración.” Allan-R
Brewer-Carias, “La evolución del concepto de contrato administrativo”, pto.4, ap. B).
“Encontrándose la concesionaria del servicio público de distribución y comercialización
de energía eléctrica frente a la Administración en una situación de especial sujeción,
por las potestades que competen a ésta en cuanto a organización y funcionamiento
del servicio público, la reglamentación del servicio no se ciñe sólo a lo contemplado en
el contrato, sino también a las prerrogativas que por naturaleza corresponden a la
autoridad estatal”l (CnacContAdmFed, Sala 1°, 5/9/95, “Edenor SA c/ Estado Nacional
(Secretaría de Energía)”, JA, 7/8/96; en igual sentido la misma sala, 31/10/97,
“Metrogas SA c/ Enargas”, JA, 7/4/99).
Cabe preguntarse si obligar al concesionario a continuar con el servicio luego de
rescindido cuando nada dice el contrato, -utilizando si se quiere los argumentos
expuestos- no acarrearía mayores perjuicios para la Administración (que la no
continuidad), como serían acciones judiciales, prestación ineficiente, pérdida de
calidad en el servicio y el no acatamiento por parte del contratista a la obligación de
seguir con la prestación del servicio quedando paralizado por completo. Entonces,
¿cuáles podrían ser otras soluciones?, sin perder de vista la continuidad del servicio:
I) Ejecutar el contrato por si o por un tercero, en caso de incumplimiento o mora del
contratista (modificación unilateral, mutabilidad del contrato). Es decir, que el contrato
administrativo carece de la rigidez e inmutabilidad del contrato civil, porque cede ante
el interés público.
II) Dejar unilateralmente el contrato sin efecto en caso de incumplimiento, cuando las
necesidades públicas lo exijan (rescisión contractual). Esta es para reafirmar que con
la rescisión cesan los efectos del contrato, es el último medio utilizado para sancionar
al contratista. ( No cumplís te quitamos el servicio)
III) Autorizar expresamente al contratista a ceder o transferir los derechos y
obligaciones emergentes del contrato o la cualidad de parte contratante respecto de
las prestaciones recíprocas a cumplir.
IV) Autorización expresa para la subcontratación, para que un tercero ejecute el
contrato por cuenta y orden del contratista.
V) Autorización expresa por parte de la Administración para ceder el contrato de
concesión.
VI) Contratar directamente por razones de urgencia., así lo establece la ley de
contabilidad en su art. 56, inc. d) cuando dice: “por razones de urgencia, en que a
mérito de las circunstancias imprevistas no pueda esperarse la licitación”.
VII) Sanciones coercitivas temporales reemplazando al contratista en la ejecución
contractual hasta que pueda volver a realizar por sí mismo esa ejecución,
sustituyéndolo la Administración o un tercero por cuenta y riesgo del contratista.
VIII) Caducidad, por incumplimiento del contratista a sus obligaciones, (los bienes
pasan al Estado por estar expresamente convenido o por expropiación por causa de
utilidad pública).
IX) Rescisión bilateral, pudiendo negociar la continuidad del servicio hasta que se
contrate nuevamente.
X) Si es rescisión parcial? Se lo puede obligar a seguir prestando el servicio por la
parte que no se rescinde.
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