UI L1

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Unidad 1, lectura 1
I
Unidad 1. Lectura 1.
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Fuente: Mo Sung. Deseo, Mercado y Religión Editorial Sal Terrae, Santander, 1999
Deseo, Mercado y Religión
Jung Mo Sung
1. Teología y economía.
La teología es, como se sabe, el estudio sistemático (logos) acerca de Dios (Theos). El objeto principal de la teología
no es probar que Dios existe ya que eso constituye uno de sus presupuestos; aparte de que no es posible probar de
modo definitivo la existencia de Dios. En ese sentido, Dios es más el objeto de la esperanza y de la fe que el de una
certeza. (18) Sin entrar en debates mayores, podemos decir que el objeto central de la teología es Dios o, con otras
palabras, el discernimiento de las imágenes de Dios.
Ya santo Tomás de Aquino decía que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es; y que, por lo tanto, no podemos proclamar a Dios «en sí».1 Eso significa que no debemos caer en la tentación de creer que poseemos un conocimiento cierto y exacto acerca de Dios, sino reconocer nuestros límites y procurar discernir, a partir de las
experiencias de fe/revelación narradas en la Biblia y en la Tradición cristiana, las diversas imágenes de Dios
presentes y subyacentes en nuestras vidas, en las Iglesias y en las sociedades.
Partiendo de esta noción de teología, aproximémonos a una de las primeras imágenes de Dios presentada por la
Biblia. Tomemos el texto que nos habla del paraíso y de la creación de la humanidad. El libro del Génesis nos dice
que «Yahvé Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió
en ser viviente» (Gn 2,7). Es una manera hermosa de hablar de Dios y del ser humano. Se nos presenta a Dios como
el dador de la vida; por eso el cristianismo siempre ha enseñado que la vida es el mayor don que hemos recibido de
Dios. Dios es un Dios de la Vida; la vida forma parte de la «esencia» de Dios. El ser humano se nos presenta como un
«ser viviente» (cuerpo + vida), nacido de las manos de Dios.
En la tradición bíblica no hay, o al menos no predomina, la noción dualista del ser humano, tan fuerte en la filosofía
griega. En esa tradición filosófica y religiosa griega, el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma en el que el
cuerpo está en lucha contra el alma. Y la salvación consistiría en la liberación del alma de la prisión del cuerpo. En
ese sentido, la religión debería ocuparse del alma en su lucha contra las tentaciones materiales y corporales. Lo que
conduce a una separación radical entre teología y economía. (19)
En la Biblia, por el contrario, Dios se presenta como dador de la vida que se preocupa por la vida del ser humano. Por
eso, a continuación de la creación del «ser viviente», Dios «plantó un jardín en el Edén», con «toda especie de árboles
hermosos de ver y de comer» (Gn 2,8-9), y puso allí al hombre «para cultivarlo y guardarlo» (Gn 2,16). Cultivar la
tierra para que dé frutos para la vida de los seres humanos. En la tradición bíblica, la contradicción fundamental no es
entre alma y cuerpo sino entre vida y muerte. Por eso dice Jesús: «Vine para que todos tengan vida y la tengan en
abundancia» (Jn 10,10).
Todos sabemos que no existe vida sin comida, bebida, ropa, casa, salud, libertad y afecto/acogida. Por eso el evangelio de Mateo (Mt 25,31-46) nos enseña que ese conjunto, que hace posible la vida, es el punto clave del juicio de
Dios sobre nosotros. Cuando Jesús propone esos puntos como criterio, no está reduciendo la salvación a una cuestión
meramente material. La salvación no procede de la preocupación por la comida, bebida, etcétera, puesto que todos,
hasta los perversos, se preocupan de esas cosas para sí y para los suyos. La salvación proviene de la búsqueda de la
comida, bebida, ropa, casa, salud, libertad y afecto/acogida para los pequeños, para aquéllos que han sido excluidos
de la sociedad, para los que no nos pueden pagar o retribuir. Puesto que sólo los que son movidos por el Espíritu de
Dios son capaces de ese tipo de gratuidad. Los que dedican su vida a defender la vida y la dignidad de los
«pequeños» hacen la experiencia del Dios que es Amor, aun cuando no tengan conciencia de ello.
1
Cf. Suma Teológica, q.1.art.9.
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II
La producción, distribución y consumo de estos bienes materiales constituye el campo de la economía. Si esto es así,
en la concepción bíblica de Dios no se da contradicción entre teología y economía. Muy al contrario, quien conoce al
Dios de la Vida, defiende la vida amenazada por las fuerzas de la muerte y se «entromete» en la economía en nombre
de la fe, a fin de que se ponga al servicio de todos los seres humanos. (20)
2. Economía y teología
Muchos piensan que la relación entre teología y economía es de dirección única, sólo desde la teología hacia la economía, y que en la economía no surgen cuestiones teológicas. En otras palabras, esa relación sería algo que únicamente los teólogos consiguen percibir, en el intento de justificar la «intromisión» de las Iglesias en un asunto que les
es ajeno: la economía. Creen que la economía es una ciencia moderna, sin relación con la ética, y, mucho menos, con
la teología, que debería limitarse a los asuntos «celestiales».
Lo que ese grupo no consigue ver es que la ciencia económica está fundada, como todas las ciencias, en ciertos
presupuestos filosóficos; más aún, está fundada también en presupuestos teológicos o metafísicos. Eso es así porque
la economía trata de cuestiones relativas a la vida humana y social. La reducción de las religiones a las cuestiones privadas y «celestiales», tal como ha ocurrido en las sociedades modernas, no acaba con las grandes cuestiones de la
humanidad que fueron tratadas por las religiones en las sociedades premodernas. Y algunas de esas cuestiones pertenecen al terreno de la economía.
Podemos decir que la ciencia económica consta de varios niveles. El más aparente y conocido es el nivel de la
operatividad. Se suele identificar ese nivel con la totalidad de la ciencia económica, pero ésta posee también
implícitamente una filosofía y, por consiguiente, una ética.2 Además existen también unos presupuestos teológicos.
Eso se debe a que todas las ciencias y las teorías han de ser construidas a partir de algunas premisas que no pueden
ser probadas y que, la mayor parte de las veces, constituyen un mito.
A este respecto, Celso Furtado dice que «los mitos han ejercido una innegable influencia sobre la mente de los (21)
hombres que se empeñan en comprender la realidad social. (...) Los científicos sociales han buscado siempre apoyo
en algún postulado enraizado en un sistema de valores que raras veces llegan a explicitar. El mito convoca todo un
conjunto de hipótesis que no pueden ser comprobadas. (...) La función principal del mito es orientar, en un plano
intuitivo, la construcción de lo que Schumpeter llamó visión del proceso social, sin la que el trabajo analítico no
tendría ningún sentido».3
Por eso Joan Robinson, hablando del problema moral en la economía y en la sociedad, dice: «El problema moral es
un conflicto que no puede nunca ser dilucidado. La vida social va siempre a plantearle a la humanidad una elección
entre dos males. Ninguna solución metafísica que se formule parecerá satisfactoria para siempre. Las soluciones
sugeridas por los economistas no son menos ilusorias que las de los teólogos a los que han sustituido». 4
Cristovam Buarque, a su vez, afirma que la ciencia económica «ha formulado un marco teórico que se halla más
próximo a una teología que a un proceso productivo. Como toda teología, la economía se ha construido sobre dogmas
que forman sus premisas básicas». 5 Y otro economista importante, J.K. Galbraith, que llama a la ideología neoliberal
«teología del laissez-faire», dice que la defensa del neoliberalismo se realiza hoy basándose en «fundamentos teológicos más profundos. Así como es preciso tener fe en Dios, es preciso tener fe en el sistema; en cierto sentido, ambos
son idénticos».6
Si es verdad lo que dicen estos economistas, necesitamos desenmascarar la teología implícita en el actual orden (22)
económico internacional que se viene implantando a partir de la globalización, de la caída del bloque socialista y de
la revolución tecnológica y gerencial. Tenemos de desvelarla para dejar al «desnudo» la teología que mueve ese
orden que, debido a su base religiosa, fascina a las personas.
La importancia de desvelar esa teología implícita o, como dice Hugo Assmann, la «teología endógena» al sistema de
mercado, queda más patente si tenemos en cuenta dos cosas. En primer lugar, que quien practica el mal en nombre de
algún dios perverso (ídolo) o de una devoción religiosa, tiene la conciencia tranquila (véase el Salmo 73,12). Y eso es
2
Sobre esta cuestión, véase por ejemplo: J. Robinson, Filosofia económica, Zajar, Rio de janeiro 1979; M.A.
Oliveira, Etica e economía, Atica, S. Paulo 1996.
3
C. Furtado, O mito do desenvolvimento económico, Paz e Terra, Rio de Janeiro 1974, p.15.
4
J. Robinson, Filosofia económica, p.120.
5
C. Buarque, A desordem do progresso, Paz e Terra, S. Paulo 1991, p.86
6
J.K. Galbraith, La cultura de la satisfacción, Ariel, Barcelona 1977, p.73.
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III
así porque el mal que él practica en contra de los «pequeños» no es contemplado como mal sino como una obra
salvífica. Por eso su mal no conoce límites. En segundo lugar, si el sistema capitalista produce una «religión
económica», consigue fascinar a las personas con sus promesas y exigencias de sacrificio. Un pueblo fascinado por el
«aroma religioso» capitalista luchará por entrar en el «santuario» del mercado, pero no por construir una sociedad
más fraterna, justa y humana.
3. Teología del nuevo orden económico.
No voy a tratar aquí de los detalles ni de la dinámica del nuevo orden económico que está siendo implantado en el
mundo. Pero sí de sus presupuestos teológicos. Si es verdad que el capitalismo actual posee una «teología endógena»,
debe tener algunas de las características fundamentales de todas las religiones. Por ejemplo, la promesa del «paraíso»;
la noción del «pecado original», o la explicación de la causa fundamental de los sufrimientos y del mal en el mundo;
y el camino o precio a pagar (los sacrificios necesarios) para alcanzar el «paraíso».
Está claro que estos temas no son tratados con un lenguaje religioso tradicional por los defensores del sistema
capitalista, pero el cambio de lenguaje no significa necesariamente (23) que estas cuestiones no estén siendo tratadas
de una forma mítico-religiosa.
3.1. Paraíso y progreso técnico.
Un primer punto que hemos de dejar bien claro cuando hablamos de la «religiosidad del capitalismo» es el hecho de
que las sociedades modernas no hayan roto totalmente con la visión mítico-religiosa de las sociedades medievales. En
la Edad Media, el paraíso o la utopía eran objeto de una esperanza escatológica. Se los localizaba después de la
muerte o al final de la historia y eran fruto de la intervención divina. En la modernidad esta utopía (paraíso) ha sido
trasladada desde la transcendencia post-mortem del futuro, al interior de la historia humana. Ahora la utopía ya no se
contempla como un fruto de la intervención divina postmortem sino como el fruto del progreso tecnológico. Es el
llamado «mito del progreso». Con ese mito desaparece la noción del límite para las acciones humanas y surge la idea
de que «querer es poder».7
Con esta transformación de la noción de la utopía y de la acción humana, la modernidad es portadora de una buena
nueva que entra en competencia con las buenas nuevas religiosas tradicionales. Serge Latouche llega a afirmar que la
burguesía «ha fundado su poder sobre el mito de la erradicación de la muerte en sus tres formas (violenta, miserable,
natural)».8 La civilización occidental y su sistema judicial y policial acabaría con la muerte violenta; (24) el
crecimiento económico capitalista acabaría con la muerte por hambre; y el avance de las ciencias lo haría con la
muerte natural.
Este mito-promesa de la erradicación de la muerte ha llevado a la transformación del mismo concepto de muerte. Hoy
la muerte ya no se contempla como una parte natural de nuestra condición humana, sino como la derrota de las
ciencias ante las dolencias y otras «enfermedades sociales». Hasta tal punto es esto verdad que la misma localización
y la estética de los cementerios modernos es muy distinta de la de los antiguos cementerios. Tal vez esas empresas
que se especializan en la congelación de los enfermos terminales sean las representantes más típicas de ese mito.
Existen en los EEUU empresas que cobran más de 100 mil dólares por congelar el cuerpo entero o más de 30 mil
dólares por congelar sólo la cabeza de los enfermos desahuciados. La lógica subyacente es la siguiente: La muerte
inminente se considera como una derrota de la medicina frente al mal y, antes de que se acabe el «partido», se pide un
«tiempo muerto» -se congela al enfermo- a fin de que las ciencias médicas tengan tiempo para desarrollarse y
encontrar una curación. Entonces se descongela al enfermo y se procede a curarlo. Si cae víctima de otra enfermedad
aún incurable, se lo vuelve a congelar hasta el nuevo descubrimiento. Y así sucesivamente, hasta que se encuentren
remedios para todas las enfermedades, incluyendo en ellas la «cura» del envejecimiento. Finalmente alcanzamos la
inmortalidad.
Es desde dentro de este horizonte de esperanza utópica, de esperanza mítico-religiosa, desde donde F. Fukuyama
afirma que «nos han llegado buenas noticias». Con la caída del bloque socialista, queda definitivamente probado,
según Fukuyama, que el sistema de mercado capitalista es el ápice de la evolución de la historia humana y que esta-
7
Sobre esta transposición de la utopía en la modernidad y sus implicaciones, véase: J. Habermas, El discurso
filosófico de la modernidad, Taurus, Madrid 1993; J. Marramao, Poder y secularización: las categorías del tiempo,
Península, Barcelona 1989; J.M. Sung, Teología y economía: repensando la TL y las utopías, Nueva Utopía, Madrid
1996.
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IV
mos a un paso de adentrarnos en la «Tierra prometida». 9 (25) Por eso él afirma que hemos llegado al «fin de la
historia». No al final de los acontecimientos históricos sino al final de su evolución. Dice así:
La conquista progresiva de la naturaleza, posibilitada por el desarrollo del método científico en los siglos
XVI y XVII, se produjo de acuerdo con unas reglas definidas, determinadas no por el hombre sino por la
naturaleza y por las leyes de la naturaleza (...) La tecnología hace posible la acumulación ilimitada de
riqueza y, por consiguiente, da satisfacción a un conjunto cada vez mayor de deseos humanos».10
Según Fukuyama, el secreto del paraíso, la satisfacción de todos los deseos humanos, está en el progreso infinito que
hace posible la acumulación infinita de riqueza. Sólo que no explica cómo el ser humano que es finito, trabajando la
naturaleza, que también es finita, puede llegar a una acumulación infinita. Ahí está el secreto del mito: el pasar de lo
«finito» a lo «infinito» sin una explicación racional o razonable. El problema es que, sin ese paso indebido, el mito
del progreso no se sustenta y no puede afirmar que estemos llegando a la Tierra prometida. Por eso es «míticoreligioso», porque presupone una fe en un ser suprahumano o en una «ley de la historia» también suprahumana que
haga posible ese paso.
Fukuyama, como tantos otros pensadores liberales y neoliberales, adjudica a la tecnología esa capacidad mágica; pero
no a cualquier tecnología y sí a aquélla que se haya desarrollado «de acuerdo con ciertas reglas definidas, determinadas no por el hombre, sino por la naturaleza y por las leyes naturales». ¿Y cuál es esa naturaleza que es capaz de
generar una «ciencia tan poderosa»? Pues, según Fukuyama, es la misma naturaleza que dirigió la evolución de la
historia hacia el sistema de mercado. En este mismo sentido, Paul A. Samuelson, Premio Nobel de Economía, (26)
también afirma que el sistema de mercado capitalista «es simplemente producto de la evolución y, al igual que la
naturaleza, sigue sufriendo modificaciones». 11
El sistema de mercado, el sistema de competencia de todos contra todos, es presentado como aquél capaz de hacer
posible el progreso técnico infinito, que nos va a facilitar la acumulación infinita, que nos va a satisfacer todos
nuestros deseos actuales y venideros: el capitalismo se presenta como el realizador de las promesas que el cristianismo prometía para más allá de la muerte. El cambio no tiene que ver sólo con el tiempo, del más allá de la muerte al
futuro intrahistórico, sino también con el sujeto realizador de las promesas: de Dios al sistema capitalista.
Frente a los problemas sociales y económicos que persisten a pesar de todos los programas de ajustes económicos y
de la liberalización de la economía, los defensores del actual proceso de globalización de la economía desde la
perspectiva neoliberal concuerdan en que esos problemas no proceden del sistema de mercado sino de su puesta en
práctica incompleta. Tienen una fe tan fuerte en el mercado que, ante los problemas sociales creados por el mercado,
proponen más mercado aún para solucionarlos: cuando el mercado llegue a ser «todo en todos» creen que los problemas acabarán.
Para formular una promesa tan grande como la «acumulación ilimitada de riqueza» que satisfará «todos los deseos»,
es necesario también tener una fe inmensa. Milton Friedman, premio Nobel de economía, echa en cara a los críticos
del capitalismo esa falta de fe: «Subyacente a la mayor parte de los argumentos en contra del mercado libre se halla la
ausencia de fe en la libertad como tal». 12 (27)
3.2. Pecado original.
Cuando la promesa del paraíso entra en contradicción con la realidad plagada de problemas sociales y económicos, es
preciso explicar la causa de esos sufrimientos y males. Además de señalar el camino -«el mercado total»- hay que
explicar el origen de las dificultades y crisis sociales.
Como todas las ideologías o religiones, el neoliberalismo también parte de un diagnóstico sobre la causa fundamental
de los problemas sociales; es decir, sobre el mal fundamental (en términos religiosos, el pecado) que está en el origen
de otros males. Uno de los textos de la Biblia que ha tratado este tema es el mito de Adán y Eva, y la teología
cristiana lo ha denominado «pecado original», no en el sentido cronológico sino en el sentido lógico del término «origen». No estamos hablando, por tanto, del «primer pecado» cometido en la historia de la humanidad sino más bien
del pecado que está en la base de todos los demás pecados.
Hayek, con ocasión de la recepción del premio Nobel de Economía en 1974, pronunció una conferencia que pone de
9
F. Fukuyama, O fim da historia e o último homem, Rocco, Rio de Janeiro 1992, p.14, 174.
Ibid, p.15.
11
P.A. Samuelson, Introducao a economía, Agir, Rio de Janerio, 8ed. V.1., p.45.
12
M. Friedmann, Capitalismo e libertade, Nova Cultural, Sao Paulo 1985, p.27.
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manifiesto la base teológica, epistemológica y antropológica del neoliberal. El título de la conferencia, «Pretensión de
conocimiento»,13 que recuerda el «pecado original» de Adán y Eva, dejaba entrever la cuestión de fondo que iba a
tratar. En la conferencia, defendió la tesis de que los intentos por establecer políticas económicas con el objetivo de
superar conscientemente problemas sociales, están en la raíz de las crisis económicas y causan mucho mal a la
sociedad. Y ello es así porque esos intentos presuponen la pretensión de conocer los mecanismos incognoscibles del
mercado, además de ir en contra de sus leyes. Para él no existe otra vía que la de someternos humildemente al mercado y dejar actuar libremente a sus mecanismos para que ellos resuelvan -de modo inconsciente- nuestros problemas
sociales. En esta relectura del «pecado original», (28) la pretensión de conocer el mercado y dirigido hacia la
superación de los problemas sociales es el origen de todos los males económicos y sociales. En otras palabras, el
mayor de los pecados consiste en caer en la «tentación de hacer el bien».
Ése es, por cierto, el título de una novela escrita por Peter Drucker, el «gurú de los gurús» de la administración de
empresas norteamericana. En esa novela, el obispo O'Malley dice: «"Benditos sean los humildes", dicen los
evangelios. Pero sábete Tom (sacerdote secretario suyo), que nunca vi que los humildes hicieran alguna contribución
o realizaran algo. Los que realizan algo son siempre personas que se aprecian a sí mismas lo suficiente como para
imponerse altas exigencias, gente sumamente ambiciosa. Es éste un enigma teológico que hace mucho tiempo he
desistido de resolver». Tras esta teología tan compatible con la lógica del sistema de mercado, el obispo recomienda a
su secretario que ayude al rector de la Universidad Católica, el padre Heinz Zimmerman, protagonista del libro,
afirmando que «su único error fue haber cedido a la tentación de hacer el bien y actuar como cristiano y sacerdote, en
vez de actuar como burócrata».14
Un buen sacerdote, un buen cristiano, es aquél que supera la tentación de hacer el bien y actúa como un burócrata, es
decir, que cumple las «leyes del mercado». No se puede pretender ir en contra de las leyes del mercado que, como ya
hemos visto con anterioridad, son comparadas con las leyes de la evolución de la naturaleza.
Lo que podemos hacer es cumplir las leyes del mercado, es decir, las leyes que rigen el sistema de supervivencia del
más fuerte y la muerte del más débil, y no caer en la tentación de hacer el bien. Esto significa que nosotros no debemos buscar el bien sino que únicamente podemos evitar el mal. Pero, ¿qué es el mal? El mal es querer hacer el bien y,
(29) de ese modo, pretender dirigir o intervenir en el mercado. Por consiguiente, el único bien que podemos hacer es
luchar para que yo y las demás personas no caigamos en la tentación de querer hacer el bien y, por esa causa, nos
expongamos a interferir en el libre mercado.
Con esta reinterpretación del «pecado original» nos hallamos ante una total inversión del mandamiento del amor.
Amar ya no es ser solidario con los que sufren sino defender los intereses propios en el mercado (la competencia en el
mercado) evitando la tentación de hacer el bien.
Pero, por suerte, son muchas las personas que siguen teniendo la «tentación de hacer el bien», la tentación de ser
solidarias, porque todavía se mantienen abiertas al Espíritu del Amor, al Espíritu Santo. Contra esa espiritualidad solidaria, los neo liberales defienden el final de lo que ellos llaman «paternalismo» y la introducción de una nueva espiritualidad compatible con la modernización neo liberal. Roberto Campos dice explícitamente que «la modernización
presupone una mística cruel de la acción ejecutiva y del culto a la eficiencia». 15 «Mística» para superar la tentación y
asumir un nuevo culto. «Cruel» porque ese nuevo culto significa colocar a la vida humana como algo subordinado a
los números del lucro, es decir, presupone insensibilidad o cinismo ante los sufrimientos de los menos «competentes»
o de los menos eficaces, los pobres.
Concretando, en la actual coyuntura de globalización, con los ajustes impuestos por el FMI y el Banco Mundial, no
existe otra salida para los países pobres y afectados por la deuda externa que la de pagar los intereses y la deuda y
realizar los ajustes (privatizaciones desenfrenadas, recortes en los gastos sociales, disminución del Estado en la
economía y en las cuestiones sociales y apertura de la economía) exigidos en nombre de las «leyes del mercado». No
importa que esos pagos y esos ajustes impliquen el desempleo y la muerte de millones de niños y adultos pobres. Para
esos (30) neoliberales no hay otro camino. Buscar otras vías sería la «pretensión de conocimiento» que generaría
muchos más problemas.
Por eso la revista The Economist dice que «lo mejor que los países pobres pueden hacer para ayudar al mundo pobre
13
En Humanidades, Brasilia, out-dez/80, vol.II, n.5, pp.47-54.
P.E. Drucker, A tentacao de fazer o bem, Rocco, Rio de janeiro 1986, pp.52-53, 136
15
R. Campos, Além do cotidiano, Record, Rio de Janeiro 1985, p.4.
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es persuadir a sus gobiernos para que adopten las políticas correctas», 16 es decir, para que adopten las medidas de
ajuste económico impuestas por el FMI y el Banco Mundial así como la liberalización de la economía de acuerdo con
su actual dinámica de globalización.
3.3. Sacrificios necesarios.
Cuando uno cree (pone su fe) en que la satisfacción de todos los deseos es posible con la acumulación ilimitada de
riquezas propiciada por el progreso técnico, se cree también que el sistema social que genere el máximo progreso
tecnológico es el verdadero camino hacia el «paraíso», hacia la «vida en abundancia». En la medida en que se crea
que el sistema de mercado capitalista es ese camino único, sin alternativa, todo quedará justificado y legitimado en
nombre del mercado. El sistema de mercado es contemplado así como el «camino y la verdad» que nos llevan a la
vida en abundancia.
Pero resulta que sabemos que el reinado absoluto de la lógica del mercado significa recortes en los gastos sociales y
exclusión de los «incompetentes» (los pobres) y de los que ya no son necesarios en el actual proceso de acumulación
de capital. Samuelson, explicando la naturaleza del mercado, afirma que las mercancías deben ir adonde haya mayor
número de votos o de dólares, y que, inmersos en esa lógica, la única viable, «el cachorro que pertenezca a J.D.
Rockefeller puede recibir la leche que un niño pobre necesitaría para evitar el raquitismo». 17 Reconoce que desde (31)
el punto de vista ético es terrible pero que no lo es desde el punto de vista del mercado, el único mecanismo capaz,
según él, de coordinar el proceso económico en las sociedades modernas.
Los sufrimientos y las muertes de los pobres, en la medida en que son considerados como la otra cara de la moneda
del «progreso redentor», son interpretados como «sacrificios necesarios» para ese mismo progreso. La miseria y la
muerte son hechos que, como todos los hechos, permiten diversas interpretaciones. Algunos los interpretan como
«asesinatos», otros como «sacrificios necesarios».
El que comparta esa esperanza utópica del mercado interpretará la muerte de millones de personas como «sacrificios
necesarios». Para Fukuyama, por ejemplo, «los bombardeos de Dresden o de Hiroshima que en el pasado fueron
considerados genocidios»,18 en realidad no fueron tales porque los miles de personas muertas en esas dos ciudades lo
fueron en nombre del sistema de mercado y de la democracia liberal.
Mario H. Simonsen afirma a su vez que lo que se puede buscar es minimizar, pero no acabar, con «los sacrificios
necesarios para el progreso», y que «la transición de una fase de estancamiento o semi estancamiento hacia una de
crecimiento acelerado suele exigir sacrificios que como es natural conllevan cierto aumento de concentración de rentas».19 Lo que significa que los sacrificios se imponen siempre a la población más pobre, mientras que el sector más
rico se beneficia de los sacrificios de la vida de los pobres aumentando su riqueza. Todo ello en nombre de las leyes
del mercado que promete llevamos hacia la acumulación ilimitada.
Cuando se interpretan sufrimientos y muertes como «sacrificios necesarios» nos hallamos ante un círculo vicioso (32)
perverso. Y en la medida en que esos sacrificios no dan el resultado que los «sacerdotes» del sistema de mercado
prometen, entramos en una crisis de legitimidad de esos sacrificios. Para que esos sacrificios no sean contemplados
como algo hecho «en vano» y para que por ello los «sacerdotes» no se conviertan en meros asesinos de millones de
personas, es preciso reafirmar la fe en el mercado y en el valor salvífico de los sacrificios. Se dice entonces que los
sacrificios aún no han dado sus frutos porque todavía no se ha sacrificado lo suficiente. De este modo se exigen más
sacrificios para que los sacrificios anteriores no hayan sido en vano.
Además de esa «fidelidad» a la lógica de los sacrificios necesarios, tropezamos también con la práctica de acusar a
los «soberbios» -los que no manifiestan humildad ante el mercado e intentan intervenir en él- como culpables por la
ausencia de frutos de esos sacrificios. Los sindicatos combativos, los movimientos y las comunidades eclesiales populares, y los partidos de «izquierdas» son por lo general señalados como los culpables de ir en contra de los sacrificios necesarios, atrasando así la llegada al «paraíso».
Es importante que tengamos en cuenta que esa lógica sacrificial está muy enraizada en la conciencia social de
Occidente, por no decir de todo el mundo. En casi todas las religiones encontramos una teología del sacrificio o algo
equivalente. En nuestra tradición occidental cristiana es suficientemente conocida la idea de que «sin sacrificios no
16
The economist, Londres, 18/03/95, p.16.
P. A. Samuelson, op.cit. p.49.
18
Fukuyama, op.cit. p.32
19
M.H. Simonsen, Brasil 2000, Apec, Rio de Janeiro 1976, p.28, p.58.
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hay salvación».20 Ese tipo de teología tiene la gran ventaja de dar un sentido al sufrimiento de las personas que no
saben cómo superarlo; y la gran desventaja de servir de legitimación al proceso de opresión.
La percepción del influjo de la presencia de esa lógica sacrificial en la base de la conciencia social nos ayuda a (33)
comprender por qué la gran mayoría de las personas en nuestras sociedades no se rebela contra la lógica capitalista.
Además de compartir los «sueños de consumo» del sistema de mercado, la gran mayoría de la población considera
normal y natural la exigencia de sacrificios para conseguir el «paraíso» o para expiar los pecados (de incompetencia,
de fracaso, de ser pobre).
3.4. Mercado, globalización y Reino de Dios.
Toda la teología del mercado neoliberal que hemos visto hasta ahora la hemos sacado de economistas y teóricos neoliberales. No es la «invención» de algún teólogo. A pesar de que existen teólogos profesionales, como Michael
Novack, jefe del departamento de teología del Instituto Americano de Empresas, que escriben libros y artículos de
teología explícita para defender la tesis de que el sistema de mercado capitalista es la encarnación del Reino de Dios
en la historia,21 preferimos analizar sólo a los no-teólogos profesionales para mostrar que el capitalismo se funda en
una lógica mítico-religiosa perversa.
Es la presencia objetiva de esa estructura mítico-religiosa en el capitalismo, que Marx analizó partiendo de su
concepto de «fetiche», lo que hace posible que alguien como Michel Camdessus, director general del FMI pronuncie
conferencias como «Mercado-Reino: la doble pertenencia». En esa conferencia, pronunciada en el Congreso Nacional
de la Asociación de Dirigentes Cristianos de Empresas de Francia, dijo: «Mercado y Reino: somos conscientes de que
ambos deben ser desposados». Y después de afirmar que el «Rey (Dios) se identifica con el pobre» y que, (34) desde
la perspectiva del Reino de Dios y del juicio final «mi juez y mi rey es mi hermano que pasa hambre, que tiene sed,
que es extranjero, que está desnudo, enfermo o prisionero», tema central de la Teología de la Liberación, afirma que
Jesús se dirige hoya los empresarios y a los responsables de la globalización de la economía para que cumplan la
misión de aliviar los sufrimientos de sus hermanos pobres y difundir la libertad de Dios. Prosiguiendo en la inversión
que acontece en el capitalismo respecto del «mandamiento del amor», tal como vimos anteriormente, afirma:
«Nosotros somos los que han recibido esta Palabra (se refiere al texto de Lc 4,16-23). (...) Sabemos que Dios está con
nosotros en la tarea de hacer crecer la fraternidad. Somos los que administran el cambio y también los portadores del
compartir. ¿Cómo sucede esto en concreto ?». 22
¿Cómo buscar la maximalización del lucro en las relaciones de competencia del mercado (la defensa del propio
interés), a la vez que se busca el compartir, la solidaridad? ¿No será eso imposible o contradictorio? No lo es para
quien tenga «fe en el mercado». Camdessus dice:
Ustedes son los hombres del mercado y de la empresa en búsqueda de eficacia para la solidaridad. El Fondo
Monetario fue creado para poner la solidaridad internacional al servicio de los países en crisis que se
esfuerzan por hacer que sus economías sean más eficaces. Se trata de la búsqueda de la eficacia en y por el
mercado, y ustedes, lo mismo que yo, saben hasta qué punto están relacionadas eficacia y solidaridad.23
Camdessus plantea un círculo: eficacia para la solidaridad y solidaridad al servicio de la eficacia. Como hemos ido
viendo hasta aquí, para los capitalistas, la condición para la (35) solidaridad con los más pobres (el criterio del juicio
final) es la eficacia en la producción de bienes. Y como para este sólo existe eficacia «en y por medio del mercado»,
el mercado es la condición de la solidaridad. Por eso afirma Camdessus que «el mercado es una solidaridad
internacional».24 Desaparece de este modo la diferencia y la oposición entre la competencia (en el mercado) y la
solidaridad. Se solidario, preocuparse por los problemas del otro, significa ahora la defensa de los intereses propios
en contra de los intereses de los demás. Puesto que sólo la defensa de los propios intereses en el mercado generaría la
eficacia y, el consecuencia, la solidaridad.
Esa «magia» que transforma el «egoísmo» en solidario dar, sería algo realizado por la «mano invisible» del mercado
(Adam Smith). Es el «ente sobrenatural» del que hemos hablado anteriormente, el ser sobrehumano capaz de realizar
20
Sobre esta cuestión del sacrificio en Occidente, véase el importante libro de F. Hinkelammert Sacrificios humanos
e sociedade ocidental: Lúcifer e a Besta, Paulus, Sao Paulo 1995.
21
Por ejemplo: O espíritu do capitalismo democrático, Nórdica, Rio de janeiro, sin fecha (original en inglés: 1982)
22
Documents Episcopats: Bulletin du Secrétariat de la Conference des Eveques de France, n.12, julio-agosto 1992.
Citas en pp 3-5.
23
Ibíd., p.1. La cursiva es nuestra.
24
Ibíd., p.3.
Unidad 1, lectura 1
VIII
la acumulación ilimitada, la satisfacción de todos los deseos y la unidad de la humanidad. En la tradición bíblica a
esto se le llama idolatría.
Mas, como el mismo Camdessus sabe, los ajustes económicos y la liberalización de la economía dentro de los moldes
impuestos por el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, provocan en los países menos
competitivos el desempleo y otros problemas sociales. Por eso, él concluye la frase diciendo: «el mercado es una
solidaridad internacional prometida con abundante elocuencia, pero que llega lentamente y bajo una forma a veces
inadecuada».
Pero su fe en el mercado le hace confiar en que el mercado «escribe recto con líneas torcidas», y por eso cree que «las
formas a veces inadecuadas» no son en realidad inadecuadas, sino los extraños caminos del mercado en el proceso de
instauración de un mundo de unidad y fraternidad. (36)
Acerca de ese otro sueño del cristianismo, el de la unidad y fraternidad universal, ha tratado también Camdessus en
otra conferencia, «El Mercado y el Reino frente a la globalización de la economía mundial». Allí dijo que el evangelio, al anunciar el Reino, habla «no de una fraternidad complaciente -iba a decir paternalista-, sino de una fraternidad que se construye en la competencia, las tensiones y las diferencias. Una fraternidad que, en el universo de la
economía, debe ser vivida en el mercado y en la mundialización; en ese mercado desde donde ella anuncia y llama a
compartir».25
¡La fraternidad basada en la competencia dentro del mercado! He aquí un ejemplo patente de la inversión del
concepto de la fraternidad cristiana.
4. Teología cristiana y economía.
Ante esta inversión idolátrica de tantos valores humanos y cristianos; ante un sistema económico que diviniza una
institución humana, el mercado, y en su nombre exige sacrificios humanos a cambio de la promesa de «acumulación
ilimitada de riquezas», ¿cuál debe ser la actitud de los cristianos? ¿Cuál es la contribución que la fe cristiana puede
aportar a la lucha contra ese «imperio»?
Si tiene algún fundamento todo cuanto hemos visto hasta ahora, ante un sistema «divinizado» debemos tomar en
consideración, como ya decía Marx, que «la crítica de la religión es la condición previa a toda crítica». 26 Sólo se (37)
puede criticar algo que no sea considerado como sagrado. Eso significa que nuestra crítica al sistema capitalista sólo
tendrá efecto multiplicador en la sociedad si conseguimos despojarlo de su «aura religiosa sagrada» y ponemos de
manifiesto que esa religiosidad no es más que una perversión, una idolatría.
El tema de la idolatría es un punto central en diversos teólogos de la liberación que estudian la relación entre teología
y economía/sociedad. Pero no es un concepto reservado a la teología. Erich Fromm, por ejemplo, al hacer un análisis
socio-psicoanalítico de la sociedad capitalista, empleó ese concepto con gran naturalidad. Max Horkheimer es otro
crítico del capitalismo que lo ha usado: «Cualquier ser limitado -y la humanidad es limitada- que se considere como
el último, el más elevado y el único, se convierte en un ídolo hambriento de sacrificios que posee además la
capacidad demoníaca de cambiar la identidad y de admitir en las cosas un sentido distinto». 27 Con esto queremos decir que la fe y la teología cristiana tienen una contribución específica que hacer en la crítica teórica y práctica del
capitalismo.
25
Conferencia pronunciada con ocasión del XIX Congreso Mundial de la UNIAPAC, en Monterrey, México, el día
29110/93, publicada en portugués por la Newswork en S. Paulo. Cita en p.11.
26
K. Marx, «Crítica da Filosofía do Direito de Hegel», en Marx & Engels, Sobre a religiao, Ed. 70, Lisboa, p.45.
27
M. Horkheimer, «La añoranza de lo completamente otro», en H. Marcuse, K. Popper, y M. Horkheimer, A la
búsqueda del sentido, Sígueme, Salamanca 1976, p. 68
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