En discusiones recientes dentro del campo de la semántica y de la

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Experiencia perceptiva y articulación conceptual
Laura Skerk
UBA
I- En discusiones recientes dentro del campo de la filosofía del lenguaje y de la mente se ha hecho
presente, cada vez con mayor frecuencia, la noción de contenido no conceptual. Más allá de la
indicación obvia respecto de la vaguedad implícita en una noción que se define, prima facie, de
forma negativa, el tema no carece de interés intrínseco. En cierto nivel, el debate retoma, de
manera más o menos explícita y reacondicionada a la terminología actual, problemas
tradicionalmente vinculados a la relación entre el aporte perceptual y las competencias
conceptuales. En otro, la temática parece virar hacia cuestiones relacionadas con el tratamiento
específico de ciertos contenidos mentales de tipo particular; a saber, las emociones o
las
experiencias de dolor corporal. Probablemente, sea razonable considerar que las cuestiones más
estrechamente vinculadas a problemas epistemológicos y de filosofía del lenguaje pertenecen a la
primera categoría y que aquellas propias de filosofía de la mente se decantan hacia la segunda
vertiente.
En el presente trabajo me concentraré en el primero de los aspectos señalados,
haciendo caso omiso a consideraciones relativas a la segunda arista del problema.
Independientemente de las divergencias respecto de
cómo definir el contenido no
conceptual, esto es respecto de las notas que debe poseer un contenido para que se lo considere
de este modo, es posible discriminar una serie de argumentos tendientes a hacer plausible la idea
de que un contenido tal forma parte de nuestra experiencia cotidiana. Una de las vías más
comúnmente transitadas en este sentido1 consiste en hacer patente el desajuste existente entre
nuestra experiencia perceptual habitual y la conceptualización que es posible efectuar de ella .
Dicho de otro modo, mostrar que hay cierto tipo de exceso de uno de los lados en cuestión y que,
además, tenemos, alguna forma de registro de ese exceso.
La experiencia perceptiva poseería, entonces, una riqueza mayor que la red conceptual con
la podemos articularla. Miro mi biblioteca y cuento una decena de libros rojos, cada uno de ellos,
sin embargo, exhibe un rojo particular que, claramente, puede distinguirse de los restantes. Si
observo alguno con más detenimiento percibo además que ni siquiera una única superficie es roja
de un modo uniforme. A todos estos objetos y superficies, sin embargo, los describo, respecto de
su color, de idéntica forma, apelando a un único concepto. Complementando este línea
argumentativa, suele señalarse, además, que la percepción (ie. nuestras impresiones de color)
nos brinda un continuo en el que podríamos señalar infinitas instancias intermedias. Dando un
paso más, Dretske (1981) asoció, vía la teoría de la información, esta cualidad continua de la
percepción a un tipo especifico de codificación, la analógica. Como contrapartida, las facultades
propiamente cognitivas, se estructurarían mediante una codificación discreta, digital. El cambio de
codificación explicaría, además la pérdida de información involucrada.
Es el propósito de este trabajo discutir los supuestos que subyacen a este argumento.
Complementariamente se señalarán, además, ciertas notas que, estimamos, son características
de lo conceptual. Si nuestra argumentación resulta adecuada, la plausibilidad de sostener que la
percepción nos brinda una riqueza mayor que los mecanismos conceptuales que pueden dar
cuenta de ella se verá, por lo menos, debilitada.
1
Evans 1982, Peacocke 1995, Dretske 1981.
1
II- El argumento2 que pretendemos discutir ha contado, dentro de la historia de la filosofía, con
una extensa lista de acólitos. Algunos de ellos, si bien no probablemente la mayoría, de sobrada
trayectoria e indiscutible prestigio. Como suele suceder, además, con argumentos que se vinculan
directa o indirectamente, con temas que cruzan varias ramas de la filosofía, ha sido utilizado con
fines diversos, por lo que es posible rastrear comentarios que prefiguran sus rasgos principales, en
textos que advinieron a la existencia mucho antes de que el problema del contenido no conceptual
entrara, oficialmente y con esa denominación, en escena Así, ya en 1690, John Locke nos
advertía:
“Pienso que será innecesario enumerar todas las ideas simples particulares que pertenecen
a los sentidos. Ni, por cierto, sería posible hacerlo si quisiéramos , porque hay muchas más, que
pertenecen a la mayoría de los sentidos, que aquellas para las cuales tenemos nombres”3
Entre este párrafo y más de una airada apelación contemporánea al grano fino de le
experiencia perceptual hay, obviamente, una menor separación de encuadre que temporal. Las
formulaciones recientes, por supuesto, cuentan con terminología propia y presentan entre si
algunos matices. Sin embargo, estimo que
es factible reconstruir cierto
núcleo duro del
argumento, común a sus más variadas formulaciones. Podríamos decir que de forma usual, se
apela a la indefinida variedad de matices de un color que somos capaces de percibir
simultáneamente, para luego señalar que no poseemos conceptos que den cuenta de una tal
diversidad. Esta pobreza del procesamiento conceptual, suele indicarse, además, se expresa en
nuestra limitada capacidad de reidentificación. Si tomamos, por ejemplo el criterio para la posesión
de un concepto que sugiere Peacocke en A Study of Concepts
es claro que no poseemos
conceptos tales, ya que según este planteo, ante la presencia, en mi campo perceptivo, de la
propiedad rojo 122 debería ser capaz, por la sola presencia de esta propiedad, de asentir a “Eso
es rojo 122” . Sin embargo, esto es precisamente lo que, prima facie, pareciera que no podemos
efectuar (no con todos los rojos que, sin embargo, puedo diferenciar uno de otro cuando se
presentan simultáneamente en mi campo perceptivo)4.
Ocasionalmente, se agrega la sugerencia de que la percepción, y esto aunque también es
plausible para otras impresiones sensibles (como olores, sabores
o sonidos) parece
especialmente evidente en el caso de los colores, nos presenta un continuo. En esta línea se
encuadra, por ejemplo, la propuesta de Fred Dretske en Conocimiento e Información (1981).
Para Dretske, además, la diferencia entre representaciones continuas y discretas se asocia a
diversos modos de codificación de la información involucrada.
La experiencia de percepción es identificada con una estructura portadora de información
codificada analógicamente (porque siempre es información incluida en una estructura sensorial, en
2
Tal vez sea necesario delinear con mayor precisión el problema, así como también señalar qué se pretende probar o
derivar secundariamente del argumento. Ciertamente no es razonable estimar que lo que se afirma es que tenemos
impresiones para las que carecemos en absoluto de conceptos adecuados. Obviamente (aun cuando pueda
distinguirlos) a todos los distintos rojos del ejemplo indicado se les aplica el término rojo. Todos caen –adecuadamentebajo el concepto en cuestión. Complementariamente , tampoco hay un rojo que sea prioritario respecto de los restantes.
No puede ser en ese sentido que se afirma que tenemos más impresiones que conceptos. Parece, entonces, que lo que se
pretende sugerir es que el material perceptivo es, por principio no conceptualizable de forma exhaustiva. Esta
consecuencia es la que se pretende bloquear. Agradezco a Javier Castro Albano su comentario al respecto.
3
Locke, John. Ensayo sobre el entendimiento humano Trad. Cast. de Edmundo O´.Gorman (1986) México D.F, FCE.
pág. 100
4 Nótese, por otra parte, que, con el agregado de este requisito de reidentificación, se intenta bloquear la posibilidad de
introducir una lectura conceptual de la multiplicidad de matices percibidos simultáneamente (en la línea de, por
ejemplo, McDowell).
2
una matriz más rica) que está sujeta a los procesos de digitalización (procesos que recortan
unidades discretas en el continuo) característicos de los procesos cognitivos.
Hay entonces un desfasaje entre la información del depósito sensorial (más rico) y la que
puede ser extraída de él cognitivamente. Sin embargo, lo que se pierde en riqueza se gana en
fertilidad:
la nueva codificación elaborada en términos de procesamiento digital (entiéndase
conceptual)
permite un uso selectivo de la información
y posibilita,
así,
su articulación
inferencial.
Hasta aquí, una breve reconstrucción del
argumento.
Veamos ahora cuales son las
dificultades.
III -
Adviértase, en principio, un detalle llamativo:
El argumento requiere que se den dos
fenómenos claramente diferenciables. Por un lado es necesario que se distingan, cuando se
presentan perceptivamente de forma simultánea en el tiempo T1, un número de indefinido de
colores. Por otro, que la reidentificación posible (en T2) sea menor que el múltiple reconocido en
T1.
Esta incapacidad de reidentificación, se concluye, señala un desajuste entre los dos tipos de
facultades en juego (la facultad de percibir y la facultad de conceptualizar).
Dado que a la
multiplicidad de T1 se asocia la capacidad perceptiva y la reidentificación en T2 a las facultades
conceptuales, la balanza se inclina a favor de la percepción.
Sólo quiero señalar, sin profundizar en este momento en ello, que debido a la diferencia temporal
que el argumento supone, la memoria –una capacidad que puede asociarse tanto a una u otra de
las capacidades en cuestión- también juega un papel en este entramado.
En lo que sigue profundizaré en el caso específico de los colores, no sólo porque es el ejemplo al
que se apela con mayor frecuencia sino porque, principalmente por sus aplicaciones prácticas
dentro del diseño y las artes visuales en general disponemos de una amplia gama de recursos
técnicos y teóricos para su manipulación (estimo sin embargo que no es difícil extrapolar las
conclusiones a los fenómenos auditivos y que, la aparente distancia respecto de otras impresiones
sensoriales se debe, mayoritariamente, a la falta de incentivos prácticos para incursionar en su
manipulación sistemática).
Cualquier computadora actual de gama media presenta en su espectro de colores una profundidad
de campo de 32.000.000 de colores, es claro sin embargo que no distinguimos tal variedad aun
cuando la percibamos simultáneamente. Para hacer más claro este punto permítaseme una breve
digresión.
Los sistemas de impresión actuales reconstruyen el espectro visual mediante distintos tipos de
combinaciones (separaciones o canales según el caso) . Para simplificar la exposición, tomaré
sólo dos de estos tipos generales de sistemas5. Uno, basado en pigmentos -la combinación de
cian, magenta, amarillo y negro -CMYK, con tintas traslúcidas y base en blanco (las impresiones
en offset por ejemplo caen bajo esta categoría); otro, basado en los colores primarios en luz
(sabido es que los primarios en pigmento y luz no coinciden) que maneja tres variables. A saber,
rojo, azul y verde –RGB-
(en este grupo encontramos, por ejemplo, los sistemas de color
5
Pueden tomarse como variables matiz, valor y saturación (HLS), o matiz, saturación y brillo (HSB) o cian, magenta y
amarillo, formando negro por composición (CMY). La lista sigue, pero cada color puede codificarse en cualquier
sistema de riqueza equivalente.
3
utilizados para efectuar impresiones láser) . Cada color del espectro visual se obtiene, entonces,
mediante la combinación de cuatro variables en un caso y tres en el otro por lo que se define o
bien como un triplo (según el rango admitido en cada parámetro del sistema RGB se logran
profundidades de 24 bits -un sistema más pobre que CMYK- o 48 bits –un sistema más rico) o
bien como un cuátruplo (en CMYK). Por ejemplo, un cierto tipo de verde recibe el siguiente nombre
en CMYK C77M00Y77K00 (si usted no logra imaginar de que verde estamos hablando, recurra
a cualquier programa de diseño,
genere un documento CMYK de 32 bits, acceda a la
configuración de color, seleccione el sistema CMYK e ingrese los parámetros pertinentes). Ahora
bien, si solo variamos en un punto, uno de los parámetros y coloreamos dos superficies
adyacentes, la diferencia es visualmente imperceptible. Sin embargo sabemos que son dos verdes
diferentes (en mi caso particular, para que la diferencia llegue ser visualmente perceptible es
necesario alterar en varios puntos una o más variables).
El color, tal como lo vemos se presenta como un continuo (de hecho, percibimos como un continuo
también una imagen trabajada con un sistema más pobre –el RGB, por ejemplo- que se limita a
trabajar con varios millones de colores menos). Hay entonces buenas razones para suponer que lo
que percibimos como un continuo de color es una percepción compuesta por unidades discretas
(precisamente, digitales, en términos de Dretske, aunque éste, erróneamente a mi parecer, califica
a la percepción como analógica precisamente por considerar que el continuo perceptivo es
homólogo al metafísico, o sea infinitamente divisible) cuya variación coincide o supera el límite de
nuestra capacidad perceptiva de diferenciación. El continuo de color en tanto es dado en la
percepción no es potencialmente divisible en infinitas instancias intermedias (aunque podría
sostenerse que es posible concebirlo coherentemente de este modo).
Tenemos entonces una primera conclusión: la multiplicidad perceptiva tiene un límite y ese
límite se nos presenta
como un continuo. Paradójicamente, nuestra capacidad técnica para
manejar la información involucrada ha superado (por lo menos en ciertos aspectos) este límite. Por
esto, sabemos, que el color C77M00Y77K00 y el color C77M01Y77K00 son distintos aún cuando
no percibimos tal diferencia. Surge ahora el problema de determinar si poseemos dos conceptos
(C77M00Y77K00 y C77M01Y77K00) o sólo uno que llamamos indistintamente de una u otra
forma. Creo que es razonable admitir que nos manejamos con dos conceptos distintos.
Supongamos, por caso,
un mundo en el
que un sujeto x
distingue entre los colores
C77M00Y77K00 y C77M02Y77K00 pero no entre C77M01Y77K00 y C77M02Y77K00 ni entre
C77M01Y77K00 y C77M00Y77K00 (percibiéndolos simultáneamente) . Si se produjera el
incremento necesario de su capacidad visual (puede suponerse que se apela algún recurso
técnico, o un procedimiento médico por ejemplo) creo que estamos fuertemente inclinados a creer
que el reconocería que el color intermedio entre los dos previos como el color C77M01Y77K00.
Por lo que podemos razonablemente suponer que, aún antes de poder efectivamente aplicar este
concepto, ya lo poseía. Nótese que no está en juego su capacidad de imaginar tal color, sino su
capacidad de identificarlo positivamente. Este caso, así descripto, no contradice las condiciones
de posesión de un concepto perceptivo. Sin embargo nos lleva a la situación de aceptar que,
contrariamente a lo que el argumento del grano fino sugiere, podemos tener más conceptos
perceptivos que percepciones efectivas. Nuestro procesamiento cognitivo puede exceder nuestra
capacidad perceptual.
4
IV. Adelantemos ahora un paso más. Hemos sugerido que tal notación podría funcionar (a falta de
uno mejor) como nombre del color en cuestión. Persiste, sin embargo, el problema. ¿Es posible
que un sujeto posea un concepto que se corresponda con tal nombre?
Describiré ahora un juego bastante simple (una versión rudimentaria se encuentra disponible
en
http://library.thinkquest.org/12006/colorgame.shtml por lo que cualquiera puede, a falta de
mejor pasatiempo, discurrir sus horas jugándolo, aunque, a decir verdad, puede resultar bastante
aburrido) que nos servirá para clarificar la cuestión. El juego muestra un color en pantalla y el
participante debe ingresar los parámetros correspondientes (en este caso en RGB). O sea debe
identificar (o reidentificar) el color en cuestión, nombrándolo. Lo particularmente notable es que no
es un juego de azar. A jugar a este juego se aprende y –con el tiempo- se mejora. Por supuesto
se mantiene un margen de error (generalmente vinculado con los rangos no perceptibles arriba
señalados). Pero, en principio, el juego funciona como un mecanismo de entrenamiento y
evaluación que refuerza nuestra capacidad reidentificadora, permitiendo la vinculación exitosa
entre el nombre y la propiedad del campo visual. Vinculación que probablemente incluya tanto un
adiestramiento progresivo de la memoria perceptiva (visual en este caso) indispensable para el
paso de T1 a T2, como una paulatina ejercitación de la operaciones involucradas en la formación
de colores derivados a partir de colores básicos6.
Es pertinente remarcar además que, y esto es evidente en el caso del color (pero no hay
motivo para negar que con otro tipo de impresiones no ocurra algo similar) la totalidad del espectro
se obtiene por la variación de un escaso número de parámetros primarios, por lo que es probable
que cierta destreza asociada al cálculo se encuentre también involucrada.
Sospecho, por otra parte, que esto no es muy distinto a lo que hace un pintor cuando
conoce cómo formar un color y puede reproducirlo (e indicar a otros cuales son las variaciones
adecuadas para obtenerlo). El hecho de que no le asigne un nombre específico (y se maneje con
nominaciones provisionales y ambiguas, del tipo, un verde más claro o con mayor cantidad de
azul, etc.) no implica que no pueda distinguirlo y poseer un concepto de él (puede incluirlo
mediante nominaciones ad hoc en juicios, realizar inferencias, afirmar o negar juicios perceptuales,
reidentificarlo, etc.). Por otra parte es razonable suponer que los sujetos tienden a desarrollar
una articulación conceptual más elaborada según los intereses y ramas en las que se desempeñan
regularmente.
Tenemos ahora una segunda conclusión: Es posible formar conceptos de colores con mucha
mayor fineza de aquella con la que, en la mayoría de los casos, lo hacemos. (sospecho, además,
que no es difícil rescribir lo dicho en términos de, por ejemplo, sonidos y no colores7).
Bajo procesos adecuados de aprendizaje, no encuentro entonces ninguna razón que impida
que una red conceptual de cuenta de todas y cada una de los variaciones de color que conforman
nuestro espectro visual habida cuenta de que, según nuestra primera conclusión, éstas no son
infinitas8.
Sin embargo es claro que una discriminación exhaustiva efectiva
de tales distinciones
carece de toda utilidad práctica. Podemos necesitar un mejor y mas detallado manejo del color que
aquel que exhibe el grueso de la humanidad, pero difícilmente se nos haga necesario poseer
6
Sin embargo, como señaláramos los parámetros básicos pueden variar de un sistema a otro. Por lo que es posible dar
cuenta de mismo color de maneras distinguibles pero equivalentes.
7
Tampoco hay una diferencia notable respecto de las capacidades discriminadoras y conceptuales asociadas a las
prácticas, por ejemplo, de catar de vinos.
8
Esto tampoco sería de todos modos estrictamente necesario porque si, como sugerimos anteriormente lo que está en
juego es algún tipo de procedimiento asociado al cálculo, con la combinación de éste y los básicos o primitivos se
5
conceptos de todas sus posibles variaciones. Nuestra economía conceptual a este respecto
responde, entonces, a factores de tipo práctico y se muestra, además, como un sistema altamente
eficaz para un desenvolvimiento adecuado a las características del entorno. Lo que pretendo
señalar con esto es que nuestro reducido grupo de conceptos perceptivos visuales (entre los que
incluyo no sólo los conceptos de colores sino también algunos más sofisticados como valor,
saturación, contraste, etc.) son llamativamente idóneos para dar cuenta de las características
visuales de un entorno en el que, por ejemplo, las variaciones lumínicas generan modificaciones
de forma casi ininterrumpida e inciden en superficies de dimensiones ínfimas. Nuestro jugador, en
cambio, se expone a un sistema de entrenamiento controlado, en el que una superficie fácilmente
perceptible por sus dimensiones se le presenta, además, estable respecto del color, el valor, la
saturación etc. Nada parecido se da espontáneamente en nuestro entorno.
Supóngase, por ejemplo, que un sujeto S posee el concepto triángulo. Es razonable estimar que,
en las circunstancias adecuadas, el sujeto en cuestión es capaz de reconocer la verdad de un
enunciado que incluya un demostrativo y la predicación de la propiedad involucrada (del tipo “esto
es un triángulo”). Pensemos ahora que S posee también el concepto de triángulo isósceles pero
que otro individuo S1, si bien posee el concepto de triángulo, no discrimina entre triángulos
equiláteros e isósceles. Hay, por lo tanto, un conjunto de circunstancias en la que S se encuentra
capacitado para actuar de forma diferenciada en tanto S1 no lo está. Dependiendo del
procedimiento o tarea que se tenga entre manos, la distinción entre tipos de triángulos puede ser
totalmente irrelevante (a aún económicamente perjudicial). Generar una conducta
conceptualmente diferenciada puede resultar entonces o bien adecuado, o bien redundante según
el contexto práctico en el que se elabora la articulación conceptual. Es concebible una situación en
la que distinguir conceptualmente entre triángulos cuyos lados no superan los 10 cm. (llamémoslos
los trisub10 ), de aquellos que lo hacen pero no exceden los 20 cm. (digamos los trisub20 ) resulte
útil9. Es un hecho, sin embargo, que generalmente no lo es. De modo análogo, nuestros
conceptos perceptivos visuales brindan herramientas altamente efectivas para la obtención de una
manejo sistemático exitoso de nuestro entorno. De esta suerte, es bastante plausible estimar que
existe una cierta vinculación entre el tipo de propósito que se persigue, las características del
entorno en el que se pretende operar y la articulación conceptual efectiva resultante. Esto sugiere,
por otra parte, la bastante intuitiva idea de que nuestra red conceptual (si bien puede ser variable)
no es totalmente arbitraria. Estimo, por lo tanto, que si nuestra existencia como especie
dependiera de ello, es probable que tanto nuestro vocabulario como nuestra subsecuente
articulación conceptual fuera, en estas áreas, más extensa y precisa. A saber, tan extensa y
precisa como la situación lo demandara.
Al respecto creo pertinente puntualizar que, según el enfoque aquí propuesto, la efectividad de un
subsistema de conceptos perceptuales 10 puede evaluarse en dos sentidos, si bien
tendrían ya todos los elementos necesarios para dar cuenta de la totalidad del espectro perceptual. Si bien la finitud del
sujeto impediría el uso efectivo de la totalidad propuesta
9
Podemos, además, sin forzar demasiado la cuestión, reescribir lo dicho respecto del color en los términos de figuras
geométricas. Pensemos, por ejemplo, que en un sujeto que jamás haya visto un trisub10 . Creo que, nuevamente,
estamos inclinados a conceder que, en caso de hacerlo, y disponiendo de los elementos más simples que lo determinan,
sería perfectamente capaz de identificarlo. En este sentido el concepto funciona como un mecanismo que refuerza
nuestras competencias reidentificadoras. Sospecho que una manera interesante de concebir este proceso es como un
sistema progresivo en el que se combinan parámetros fijos y factores variables de tal suerte que se facilite la distinción
de los elementos (primitivos) involucrados. La condiciones de este proceso dependen, como es obvio, en gran medida,
de las condiciones del entorno (si bien es cierto que es posible, como en el caso citado, generar condiciones
controladas). Nótese que, en lo que respecta a conceptos perceptivos es posible , alterar separadamente cada parámetro
(manteniendo los restantes fijos).
10
Entiendo por subsistema un conjunto de conceptos relacionados tales que mediante un número finito de operaciones
simples permitan clasificar impresiones de un mismo tipo. Es un subsistema porque el sistema total comprende la
totalidad de nuestro corpus conceptual. Obviamente los subsistemas no son cerrados.
6
complementarios, claramente diferenciables. De estos dos criterios surgen además, distintos
modos de concebir la noción de competencia conceptual.
Un subsistema puede razonablemente evaluarse respecto de sus capacidad para dar cuenta de la
totalidad de las impresiones del tipo involucrado. De lograrlo, puede decirse que es un subsistema
completo11. En tanto que es incompleto si no lo hace. Esta noción apela a las capacidades totales
de un sistema y se encuentra determinada por su adecuación al entorno sobre el que pretende
operar.
En un segundo sentido, es posible evaluar el uso efectivo que un sujeto cualquiera hace del
sistema en cuestión. El uso de un sistema es, entonces, adecuado o inadecuado respecto de un
fin propuesto. Un uso puede ser inadecuado en dos sentidos: puede ser redundante (en tanto
opera con distinciones más precisas de las necesarias para la consecución del fin) o deficiente (en
el caso de que se haga un uso que apela a distinciones insuficientes para el fin propuesto)
Además, si el sistema no posee en si mismo la riqueza suficiente para un fin determinado, el
sistema es deficiente en sentido fuerte (respecto de ese propósito específico). Un sistema que, por
su pobreza no pudiera ser adecuado a fin alguno sería, según esto, absolutamente deficiente (un
sistema que nombre de modo único a toda impresión visual podría ser un ejemplo). Como es
obvio, no es necesario que un sistema sea completo para que pueda ser –en ocasionesadecuado. Por otra parte, un uso completo (que, como se verá más adelante, tome como
primitivos a la totalidad del sistema) puede ser redundante y por tanto inadecuado –en ciertas
circunstancias-.
Las capacidades reidentificatorias derivadas se relacionan entonces con el uso de un sistema e
involucran capacidades conexas (la memoria, por ejemplo). Sin embargo, un sujeto puede tener un
manejo conceptual adecuado si domina el sistema aun cuando opere, frecuentemente, con
distinciones no exhaustivas y limite su capacidades de reidentificación a un número relativamente
pequeño de casos (casos que homologarían a su vez unidades que el sistema puede, en principio,
diferenciar). Esta interpretación de las competencias conceptuales, sí entra en conflicto con las
condiciones de posesión mencionadas en un principio ya que no hace de la identificación efectiva
una condición necesaria para la posesión de un concepto.
Sin embargo es probablemente más adecuado plantear la cuestión de otra forma, incorporando
una nueva distinción.
Volvamos a hablar de colores. Imaginemos ahora un sujeto que posee un sistema12 completo de
100 elementos. El sistema consta, como primitivos, del concepto valor –o sea el grado de
luminosidad - y un único color básico (este sujeto percibe monocromáticamente en negro, con una
capacidad de discriminación perceptiva que le permite diferenciar 100 instancias intermedias, o
sea percibe lo mismo que su sistema puede nombrar y por ello el sistema es completo). Sin
embargo, es capaz de reidentificar por unidades (en vistas a una mayor claridad, nos referiremos a
estas unidades mediante mayúsculas) que comprenden, cada una, 10 unidades del sistema (10
grises) . Así, nombra con un único término (ie. GRIS1) a un colectivo que aglutina, en este caso,
a gris1, gris2,....gris10; con otro (GRIS2) al gris11, gris12, .... gris20. Según esto, en T1, ante una
11
Además, si su capacidad clasificatoria excede el corpus de impresiones sobre el que pretende operar (o sea
discrimina con mayor precisión que nuestro aparato perceptivo) diremos que es completo y redundante. Por ejemplo, en
tanto un sistema de RGB de 32 bits es completo (y redundante) , uno de 8 bits es incompleto. Un modo de comprobar si
un sistema es completo en este sentido, consiste en efectuar una versión modificada del procedimiento involucrado en
el argumento del grano fino. Si reconozco, en la simultaneidad, más distinciones de los que puedo nombrar con el
sistema, el sistema no es completo.
12
La noción de sistema puede llevar al equivoco de considerar que un sujeto que maneja adecuadamente un subsistema
del tipo referido debe poseer una teoría explícita que lo articule. Esto, si bien puede suceder, no es un requisito
necesario. Es posible comprender que dos impresiones son semejantes en color y divergentes respecto del valor,
expresando meramente que un color es más oscuro o más claro que el otro. Diríamos entonces que el parámetro valor
opera en el sistema y que el sujeto lo maneja adecuadamente.
7
muestra de gris3 , asentirá a “esto es GRIS1” y, en T2 exhibirá idéntica conducta ante cualquiera
de los restantes grises de la decena.
Sin embargo, si el sujeto maneja adecuadamente los primitivos del sistema (en este caso es
básico el concepto de valor y sus operaciones asociadas) será capaz de asignarles cuando se le
presentan simultáneamente, los nombres adecuados a la totalidad de su espectro: puede
ordenarlos eficazmente, identificarlos en el sistema. Esto, por supuesto, es más que meramente
distinguirlos y es menos que reidentificarlos. Sugiero que esta conducta diferenciada es evidencia
de que tiene competencias conceptuales adecuadas para la totalidad de su espectro visual y de
que posee derivadamente el concepto en cuestión. La condición de reidentificación, en cambio
supone que la identificación es –factible- de modo independiente del sistema (o sea que puede
ser tratado como primitivo, aun cuando no opere así en el sistema) y que el concepto se posee de
forma no derivada. Cualquier unidad del sistema puede, por otra parte (bajo condiciones
adecuadas de entrenamiento) ser tratada como un elemento primitivo. No parece, sin embargo que
toda unidad pueda funcionar como primitivo de un sistema, si es que éste ha de resultar
aceptablemente rico. Particularmente me inclino a creer que los primitivos de un sistema se
relacionan, al menos en parte, con características estables del entorno aunque, seguramente esta
sea una cuestión controvertida.
Nótese al respecto, además, que, de hecho, no hemos desarrollado del mismo modo y con la
misma complejidad tramas (no parece haber sistemas completos para todos los tipos de
impresiones, pero si usos adecuados) conceptuales para olores, texturas, colores, sonidos y
sabores. Algunas áreas muestran una mayor articulación (especialmente las vinculadas a las
disciplinas artísticas) otras, en cambio, una pobreza notable. Nada indica, sin embargo, que esto
se deba a una diferencia radical entre los distintas tipos impresiones perceptivas. Simplemente no
necesitamos, ni nos interesa, elaborar una red conceptual más sofisticada para ellas.
V- Hemos intentado debilitar la plausibilidad de sostener que la percepción nos brinda una riqueza
mayor que los mecanismos conceptuales de los que disponemos para dar cuenta de ella. Esto es,
hemos tratado de motivar la idea de que nuestros recursos conceptuales son suficientes, en
principio, para articular la variada gama del conglomerado perceptual. Subsidiariamente hemos
sugerido que podemos disponer de recursos conceptuales que, de hecho, excedan esta riqueza.
Nada de lo dicho implica, por supuesto, que la noción de contenido no conceptual carezca de
interés o utilidad en sí misma. Nuestro discurrir sólo ha pretendido hacer explícito que el llamado
argumento del grano fino de la experiencia perceptual no es probablemente la vía más feliz para
evidenciar la necesidad de apelar a esta categoría. La pregunta, entonces, respecto de si es ésta
una noción explicativamente útil y teóricamente interesante; ya sea para plantear cuestiones de
orden epistemológico o para elucidar temáticas propias de filosofía de la mente (o para ambas)
excede con mucho los propósitos de este trabajo. Sospecho sin embargo, que correrá mucha tinta
y abundante papel antes de que acordemos, si quiera provisionalmente,
una respuesta al
respecto.
Bibliografía
-
Dretske F. (1981) Conocimiento e Información. Trad. Cast. de M. Vicedo, M Guilla y F.
Pizarro, (1987) Barcelona, Salvat.
-
Evans, G. (1982) The Varieties of Reference, Oxford, OUP.
8
-
Gunther, Y. (2003) Essays on Nonconceptual Content, Cambridge, MA, MIT Press.
-
Peacocke, Christopher. (1992) A Study of Concepts, Cambridge, the MIT Press.
9
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