EL NUEVO CITROEN Se me ocurre que el automóvil es en nuestros

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EL NUEVO CITROEN
Se me ocurre que el automóvil es en nuestros días el equivalente bastante
exacto de las grandes catedrales góticas. Quiero decir que constituye una
gran creación de la época, concebido apasionadamente por artistas
desconocidos, consumidos a través de su imagen, aunque no de su uso,
por un pueblo entero que se apropia, en él, de un objeto absolutamente
mágico.
El nuevo Citroen cae manifiestamente del cielo por el hecho de que se
presenta, antes que nada, como un objeto superlativo. Es preciso no olvidar
que el objeto es el mejor mensajero de lo sobrenatural: se encuentra
fácilmente en el objeto, a la vez, perfección y ausencia de origen,
conclusión y brillantez, transformación de la vida en materia (la materia es
mucho más mágica que la vida), y para decirlo en una palabra en el objeto
se encuentra un silencio que pertenece al orden de lo maravilloso. El
"deese"* posee todos los caracteres (al menos el público se los otorga
unánimemente) de uno de esos objetos descendidos de otro universo, que
alimentaron la manía del siglo XVIII y a nuestra ciencia-ficción: la deese es,
en primer lugar, un nuevo Nautilus.
Por esta razón, la gente se interesa más en sus líneas que en su sustancia.
Como se sabe, lo liso es un atributo permanente de la perfección, porque lo
contrario traiciona una operación técnica y profundamente humana de
ajuste: la túnica de Cristo no tenía costura, así como las aeronaves de la
ciencia-ficción son de un metal sin junturas. El D.S. 19 no pretende ser una
pura cubierta, aunque su forma general sea muy envolvente. Con todo, lo
que más interesa al público son sus ajustes: se prueban con furia la unión
de los vidrios, se pasa la mano por las amplias canaletas de caucho que
ajustan el vidrio de atrás al borde niquelado. Existe en el D.S. la
insinuación de una nueva fenomenología del ajuste, como si se pasara de
un mundo de elementos soldados a un mundo de elementos yuxtapuestos
que se sostienen gracias a su forma maravillosa, lo que, por supuesto,
introduce la idea de una naturaleza más fácil.
En cuanto a la materia propiamente dicha, no cabe duda de que posee el
gusto de lo liviano, en sentido mágico. Se regresa a cierto aerodinamismo,
nuevo, sin embargo, porque es menos masivo, menos tajante, más
armonioso que el de los primeros tiempos de esta moda. La velocidad se
expresa con signos menos agresivos, menos deportivos, como si hubiera
pasado de una forma heroica a una forma clásica. Esta espiritualización
puede leerse en la importancia, el cuidado y la materia de las superficies
de vidrio. La deese es una visible exaltación del vidrio y la chapa le sirve
sólo de base. Los vidrios no son ventanas, aberturas perforadas en la caja
oscura de la carrocería; los vidrios son grandes lienzos de aire y vacío, que
tienen la curvatura desplegada y el brillo de las pompas de jabón, la
esbeltez resistente de una sustancia más bien entomológica que mineral (la
insignia Citroen, en forma de flecha, se transformó en insignia alada, como
si ahora se pasara de un orden vinculado a la propulsión a otro vinculado
al movimiento, de un orden del motor a un orden del organismo.
Se trata, pues, de un arte humanizado y es posible que la deese marque un
cambio en la mitología automovilística. Hasta ahora, el coche superlativo
se vinculaba más bien a la bestialidad de la potencia. Con el D.S. se vuelve
a la vez más espiritual y más objetiva; y a pesar de algunas concesiones
neomaniacas (como el volante hueco) se nos muestra más familiar, más
acorde a la sublimación de los utensilios que se encuentran en las artes
domésticas contemporáneas. El tablero de mandos se parece más a la mesa
de trabajo de una cocina moderna que a la central de una fábrica, las
delgadas aletas de chapa mate, ondulada, las palancas pequeñas con bolas
blancas, los indicadores luminosos muy simples, incluso la discreción del
niquelado, todo significa una especie de control que se ejerce sobre el
movimiento, concebido en adelante en función del confort y no de los
resultados sorprendentes. Pasamos a todas luces de una alquimia de la
velocidad al placer de la conducción.
Da la impresión de que el público adivinó de manera admirable la
novedad de los temas que se han propuesto: en primer lugar, sensible al
neologismo (una adecuada campaña de prensa lo mantenía alerta desde
hace años), se esfuerza rápidamente por incorporar una conducta de
adaptación y utilitarismo ("Hay que habituarse a la novedad"). En las salas
de exposición, el coche testigo es visitado con aplicación intensa, amorosa:
es la fase importante del descubrimiento táctil, el momento en que la
maravilla visual va a sufrir el asalto -ozonador del tacto (porque el tacto es
el más desmitificador de los sentidos, al contrario de la vista, que es el más
mágico). Las chapas, las uniones son tocadas, los rellenos palpados, los
asientos probados, las puertas acariciadas, los almohadones manoseados;
frente al volante se simula conducir con todo el cuerpo. Ahora el objeto
está totalmente prostituido, apropiado: venido del cielo de Metrópolis, en
un cuarto de hora la deese ha sido mediatizada y cumple, en este
exorcismo, el gesto especifico de la promoción pequeñoburguesa.
* "La 'Déesse'", en el original. El juego de palabras es intraducible. £1 automóvil D. S. es
nombrado por la unión fonética de las dos letras que, en francés, coincide con la palabra diosa.
La significación se hace verosímil si se tiene en cuenta que en la lengua original automóvil es
femenino. [t.]
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