Brillo que deja huellas

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Brillo que deja huellas
Por Camila Morales G
Sin duda alguna los zapatos marcan clase y elegancia en cualquier lugar en donde se llegue.
Paro nadie creería que una personas que calza botas café estilo vaquero, llenas de polvo y un
tanto peladas, es ni más ni menos que el fundador que el primer sindicato de Lustrabotas de
Chile. Él es Humberto Villegas, quien, a dedicado 32 de sus 53 años de vida, a sacar brillo a los
zapatos de todo aquel que se siente en su lustrín.
A Villegas, como muchos de la capital, no le acomoda el nuevo sistema de transporte público.
Es por esto que de lunes a viernes toma su bicicleta roja y pedalea durante más de 40 minutos
desde su casa, ubicada en la comuna de Renca, para llegar a su trabajo alrededor de las diez de
la mañana. Se instala frente al restaurante “La Unión Chica” en la calle Nueva York, al lado
derecho de su compañero de toda la vida, René González.
Comenta que su llegada a este trabajo fue una casualidad. Un día un amigo le pidió que cuidara
su lustrín. Poco a poco los transeúntes comenzaron a pedirle que lustrara sus zapatos y
comenzó a trabajar. Al día siguiente volvió y jamás dejó de asistir. Pero, como en todo trabajo
que tiene como “oficina” la calle, tuvo serios enfrentamientos con carabineros. En el año 1977
estuvo preso durante tres meses en el Estadio Nacional, en plena dictadura. Actualmente, aún
recibe una pensión por el informe Valech, debido a los abusos que sufrió en su contra.
Debido a esto, es que Villegas decide formar el primer Sindicato de Lustrabotas de Chile en el
año 1990. Fue el fundador y primer presidente. Gracias a su labor, y tras ocho años de lucha,
consiguió el permiso para que toda persona que quisiese ejercer como lustrabotas, cancelando
$16.500 semestrales, obtuviera su patente para trabajar tranquilo, sin temor de persecuciones y
malos tratos.
A pesar de las medidas ya conseguidas, Villegas no se quedó tranquilo. Es por esto que en el
año 93 decide velar por el bienestar de sus colegas en el centro de la capital, formando el
Sindicato de Lustrabotas, que comprende a todo aquel que ejerza entre calle Moneda y la
Alameda. Fue aquí donde logró hablar con grandes empresarios para conseguir auspicios para
sus lustrines, de esta forma, empresas como Nugget y Virginia ayudan a los lustrabotas hoy.
“El gremio ayuda a conseguir empresas que nos cooperan con los materiales, a obtener la
patente municipal y a conseguir lugares para guardar la silla de trabajo, todo gracias al
Humberto”, señala su compañero González. Pero sin lugar a dudas, una de los mayores logros
de Villegas en su labor como presidente del sindicato, es el reunir cerca de nueve millones de
pesos por año, los cuales funcionan como previsión para cualquier persona del sindicato en caso
de enfermedad o jubilación.
Al igual que todo su sindicato, Villegas cobra $400 por cada lustrada. Si el día es bueno, puede
llegar con $20.000 a su casa. Si tiene suerte, uno que otro famoso le deja en sus manos, sus
zapatos. Personas como Iván Zamorano y el mismo Ministro de Hacienda, Andrés Velasco, han
pasado por el lustrín de Villegas. De hecho, dice que son más de 200 personas las que están
dentro de sus clientes, quienes no confían en nadie más que en sus escobillas para darle brillo a
sus zapatos. Es tanta la confianza que depositan en él, que incluso recibe regalos por parte de
ellos. Un cliente que trabaja en la bolsa, cada año le regala $50.000 en navidad y otro lo hizo
socio del club de sus amores, la Universidad de Chile, consiguiendo asiento reservado para
todos los partidos en Tribuna Andes.
Humberto Villegas dice estar agradecido de su trabajo. Como todos, tiene cosas que molestan,
incomodidades y complicaciones, pero una de las cosas que más agradece es no tener un jefe.
Sus manos mantienen el color negro del betún. Comenta que en los primeros años de trabajo,
lavar sus manos con Quix era lo único que quitaba el betún y la tinta que quedaba entre sus
uñas pero que poco a poco se fue impregnando en su piel.
Gracias al lustrín, el betún y sus escobillas, es dueño de la casa en donde su esposa, Pilar
Cabrera y sus tres hijos Antonio, José y Michel viven. Gracias al lustrín, el betún y sus
escobillas, Antonio es profesor de Lenguaje, José estudia Derecho y Michel puede irse a su
colegio en furgón todos los días.
Cerca de las siete de la tarde, Humberto Villegas ya está cansado de estar casi nueve horas
sentado en la misma silla, frente al mismo lustrín, al lado del mismo colega. Guarda todos sus
implementos en el lugar que él consiguió para su sindicato y toma su bicicleta color rojo. Se
despide de René González y sus otros colegas y comienza a pedalear en dirección a su hogar.
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