La resistencia palestina: Un derecho legítimo y un deber moral

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La resistencia palestina: Un derecho legítimo y un deber
moral
Samah Jabr :: 21/04/2009
[Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre] La implacable denegación de nuestros
derechos nos ha llevado ver que nuestra única esperanza es la autodefensa
Las atrocidades incesantes e insoportables perpetradas por el gobierno israelí apenas nos permiten
reflexionar sobre el aspecto moral de nuestra resistencia. Lo habitual es que nuestras reacciones
antes los acontecimientos sean inmediatas, instintivas y emocionales. Los pocos que consiguen
reflexionar sobre los aspectos morales, políticos y estratégicos de nuestra lucha se ven enfrentados a
la falta de perspectiva y a los daños causados por el conflicto que prevalecen sobre la razón y la
conciencia. ¿Cómo analizar la resistencia palestina, en el marco de la larga historia del conflicto
palestino-israelí, con la mayor objetividad y el respeto que merece? La ocupación de Palestina se
fundamenta en una ideología del siglo XIX que niega la existencia de un pueblo y que ha llevado a
cabo un programa colonial basado en el derecho divino a “una tierra sin pueblo”. Para responder a
esta agresión teológico-colonial, la resistencia palestina ha adoptado la estrategia “de la guerra de
un pueblo”, que aspira al reconocimiento de Palestina como una nación desposeída, en lugar de una
“nación inexistente”. Hasta la fecha, los palestinos ni tienen Estado, ni fuerzas armadas. Nuestros
ocupantes nos someten a toques de queda, expulsiones, demoliciones de casas, torturas legalizadas
y toda una serie de violaciones de los derechos humanos. Nada puede justificar la comparación entre
el grado de responsabilidad oficial que se les atribuye a los palestinos por las actuaciones de algunos
individuos y la responsabilidad de la sistemática violencia brutal contra una población en su
totalidad, practicada con total impunidad por el Estado de Israel. Los medios de información
estadounidenses califican de “terrorismo” nuestra búsqueda de libertad, de forma que el palestino
asume el papel de prototipo internacional de terrorismo. Esta política ha condicionado la opinión
pública occidental y ha tenido como consecuencia una toma de partido internacional que se
manifiesta en la tendencia a describir las violencias contra civiles palestinos de forma neutra. Las
víctimas palestinas quedan reducidas a simples estadísticas anónimas mientras que las israelíes se
difunden con imágenes y palabras terribles. Esta distorsión de la resistencia palestina ha asfixiado
cualquier diálogo razonable. Muchos de nuestros esfuerzos para oponernos al arbitrario dominio del
ocupante son rechazados con la amenaza del “terrorismo”, como si debiéramos excusarnos
continuamente y condenar la resistencia palestina- a pesar de la falta de acuerdo sobre la definición
del término “terrorismo” y de que el derecho a la autodeterminación mediante la lucha armada está
autorizado por el artículo 51 de la Carta de la ONU relativo a la autodefensa. ¿Cómo es posible que
la palabra “terrorismo” se aplique tan alegremente a los individuos o grupos que utilizan bombas
caseras, y no a los Estados que emplean armas nucleares y otras prohibidas, para asegurar el
dominio del opresor? Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña, se deberían encontrar lógicamente a la
cabeza de la lista de los Estados exportadores de terrorismo por sus agresiones militares contra
poblaciones civiles en Palestina, Iraq, Sudán, etc. Pero “terrorismo” es un término político del que se
sirve el colonizador para desacreditar a quienes se resisten- de la misma manera que los afrikaners y
los nazis calificaban de “terroristas” a los combatientes negros sudafricanos y a los miembros de la
resistencia francesa. Existe también la tendencia entre quienes se oponen a la resistencia palestina
de recurrir al término “Jihad”, empleado como sinónimo de “terrorismo”. Así, reducen el significado
de la palabra “Jihad” a la idea de muerte. Jihad es un concepto mucho más amplio que significa
luchar contra nuestros bajos instintos, esforzarse en realizar buenas acciones, oponerse activamente
a la injusticia y ser pacientes en los momentos difíciles. Jihad no significa utilizar la violencia contra
las criaturas de Dios, ni el coraje de morir defendiendo sus derechos. Sin embargo, la violencia
puede ser un medio de defensa para un ser humano racional. Por ello, por ejemplo, cuando una
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mujer reacciona violentamente frente a una amenaza de violación, es una forma de Jihad. Más aún,
la Jihad es un valor islámico y no todos los resistentes palestinos son musulmanes. Que unos jóvenes
palestinos se inmolen es un secreto que se llevan con ellos. Quizás se trate del fruto misterioso de la
venganza que crece en una tierra abonada por la opresión y la ocupación, o la profunda manera de
protestar contra una crueldad sin piedad; o una tentativa desesperada de conseguir la igualdad con
los israelíes a través de la muerte, ya que no pueden alcanzarla en vida. Las gentes que viven en
unas condiciones inhumanas desde que nacen son, desgraciadamente, capaces de actos inhumanos.
¿Qué les queda a los millares de personas sin hogar de Rafah sino su resistencia? Pero no se trata
del Islam, es la naturaleza humana común a hombres y mujeres creyentes, laicos y agnósticos.
Nuestras mujeres camicaces no mueren en manera alguna con la esperanza de encontrarse con las
70 vírgenes que les esperan en el Paraíso. Otro factor decisivo en la resistencia palestina es la
lamentable historia de las sucesivas negociaciones de paz y la ausencia de apoyo internacional. Las
negociaciones con Israel sólo nos han traído promesas de autonomía frente a nuestro
empobrecimiento, reforzando la voluntad del poderoso y consolidando las ilegalidades, como
fundamento de una ocupación concebida para perdurar. La ausencia de negociadores honrados en
las negociaciones de paz es lo más flagrante. La ONU ha sido incapaz de tomar medidas para
defender los derechos de los palestinos. Ni el mundo entero ha propuesto algún remedio a las
innumerables heridas que afectan a los palestinos. En múltiples ocasiones, Washington ha utilizado
su derecho de veto en el Consejo de Seguridad para oponerse al consenso mundial que pedía la
presencia de observadores internacionales en Cisjordania y Gaza. La implacable denegación de
nuestros derechos, unida a la ausencia de una solución internacional eficaz nos ha llevado a tomar
conciencia de que nuestra única esperanza es la autodefensa. El derecho internacional concede a
una población que lucha contra el ocupante el derecho de utilizar “todos los medios a su alcance”
para liberarse, y los ocupados “tienen el derecho de buscar y recibir apoyo” (cito aquí varias
resoluciones de la ONU). La revolución estadounidense recurrió a la resistencia armada, la
resistencia afgana lo hizo contra la Unión Soviética, la resistencia francesa contra los nazis, y los
judíos resistentes en sus campos de concentración, en particular la famosa rebelión del gueto de
Varsovia. De la misma manera, la resistencia palestina es el resultado de una situación de ocupación
ilegal y de opresión de un pueblo en su totalidad. El grado de violencia puede variar, en efecto, y
puede que la resistencia sea esencialmente no violenta. A pesar de todas las injusticias de las que
son objeto, las gentes siguen empeñadas en vivir, en estudiar, en rezar y cultivar sus tierras en un
país ocupado. En ciertos casos, se resisten activamente y han recurrido a la violencia. Esta
resistencia violenta puede ser defensiva (y, entonces, para mí, aceptable), por ejemplo la defensa del
campo de refugiados de Jenin frente al avance de las mortíferas máquinas bélicas israelíes; o puede
adoptar la forma de atentados inaceptables como el bombardeo de civiles israelíes mientras
celebran la Pascua judía. No obstante, en todos los casos, son los individuos quienes eligen la forma
de resistencia y su elección no es forzosamente la del conjunto del pueblo palestino. En cualquier
caso, como ya lo hemos apuntado, tanto si la resistencia es violenta o no, siempre es igualmente
aplastada por una violencia deliberada de Estado por parte del gobierno israelí libre y democrático y
de su ejército. La muerte de la pacifista estadounidense Rachel Corrie es la demostración palpable.
“¿Dónde está el Ghandi palestino?”, se preguntan algunos. Nuestros “Ghandis” están o en la cárcel,
o en el exilio o enterrados. No somos centenares de millones. Un pueblo de tres millones trescientas
mil personas desarmadas es vulnerable frente a seis millones de israelíes, prácticamente todos
militarizados o reservistas. No se trata de una colonización económica: los israelíes llevan a cabo
una limpieza étnica para apoderarse de la tierra palestina en provecho exclusivo de los judíos.
Resulta irónico constatar cuán pocas personas de las que piden a los palestinos que imiten a Gandhi
se plantean preguntas sobre el sionismo, causa primera de la ocupación. Sin embargo, en 1938,
Gandhi ponía ya en duda los argumentos políticos del sionismo. “Mi simpatía no me hace olvidar las
exigencias de justicia, el llamamiento para la creación de un hogar nacional para los judíos no me
seduce especialmente. El principio en que se basa ese hogar hay que buscarlo en la Biblia y en la
tenacidad con la que los judíos han ansiado su retorno a Palestina. ¿Por qué no pueden ellos, como
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los demás pueblos de la tierra, establecer su hogar en el país en el que han nacido y donde se ganan
la vida?”. Gandhi rechazó rotundamente la idea de un Estado judío en la “tierra prometida”,
señalando que “la Palestina de la concepción bíblica no es un lugar geográfico”. La resistencia
violenta es el resultado de una ocupación militar inhumana; que inflige arbitrariamente castigos
diarios y sin juicio alguno; que niega la posibilidad de conservar los medios de subsistencia y
destruye de forma sistemática cualquier perspectiva de futuro del pueblo palestino. Los palestinos
no han ido a la tierra de otro pueblo para destruirlo o expoliarle sus bienes. Nuestra ambición no es
inmolarnos para aterrorizar a otros. Queremos que todo el mundo pueda tener, como es debido, una
vida decente en nuestra tierra natal. Lo más descorazonador de las críticas expresadas contra
nuestra resistencia es que ignoran nuestros sufrimientos, nuestras desposesiones y la violación de
nuestros derechos más elementales. Cuando se nos asesina, esas críticas se vuelven insensibles.
Nuestra cuotidiana lucha pacífica para llevar una vida normal se ignora en gran medida. Cuando
algunos de nosotros sucumben a la revancha y a la venganza, la indignación y las condenas recaen
sobre la totalidad de nuestro pueblo. La seguridad israelí se considera más importante que nuestros
derechos elementales a la existencia; los niños israelíes se consideran más humanos que los
nuestros; y el dolor israelí más inaceptable que el nuestro. Cuando nos rebelamos contra las
condiciones inhumanas que nos machacan, nuestros críticos nos comparan con los terroristas,
enemigos de la vida y de la civilización. Pero no es para apaciguarlos por lo que debemos
reconsiderar nuestra resistencia, sino porque nos preocupamos de la moral de los palestinos y de su
espíritu. Las leyes internacionales y el precedente histórico de muchas naciones reconocen el
derecho de una población a tomar las armas para luchar por su liberación cuando se encuentra bajo
el yugo de una opresión colonial. ¿Por qué la situación habría de ser diferente en el caso de los
palestinos?¿Acaso no se trata de una norma de derecho internacional y por ello de aplicación
universal? Los estadounidenses han establecido en su Constitución los derechos a la vida, a la
libertad y a la búsqueda de la felicidad. Resulta esencial dar prioridad al derecho a la vida. Al fin y al
cabo, sin el derecho a seguir vivo, a protegerse de los ataques, a defenderse, los demás derechos
quedarían vacíos de sentido. La consecuencia de este derecho, es el derecho de autodefensa. Los
palestinos seguimos enfrentados a una ocupación brutal con el pecho al descubierto y las manos
desnudas. Yo creo en el diálogo entre palestinos e israelíes pero las negociaciones no son suficientes
en sí mismas; deben acompañarse de la resistencia a la ocupación. Mientras los israelíes hablan con
nosotros, continúan construyendo colonias y levantando un Muro que nos encerrará más y violará
todavía más nuestros derechos. ¿Por qué habríamos de abandonar nuestros derechos a resistir y
seguir viviendo en el reino del asesino absurdo? Vivir bajo la opresión y someterse a la injusticia es
incompatible con la salud mental. La resistencia no es sólo un derecho y un deber sino también un
reparación para los oprimidos. Independientemente de cualquier opción estratégica o pragmática,
nuestra resistencia es la expresión de nuestra dignidad humana. La resistencia violenta debe ser
siempre defensiva y utilizada como último recurso. Sin embargo, es importante distinguir los
objetivos aceptables (militares) de los inaceptables (civiles) y establecer límites a la utilización de
nuestras armas. El opresor, por su parte, no debe estar exento de estos mismos principios. La
historia de nuestra resistencia debe ser analizada y evaluada desde el punto de vista del derecho
internacional, de la moral, de la experiencia y de los factores políticos, teniendo en cuenta los
acontecimientos cronológicos y el contexto, poniendo en su justo lugar los derechos humanos, las
leyes internacionales y las normas de comportamiento desde hace mucho tiempo asumidas por la
comunidad internacional. Los palestinos deben ser creativos en la búsqueda de alternativas no
violentas y eficaces como formas de resistencia. Ellas podrán convocar a los progresistas de todo el
mundo a unirse a nuestro combate. A fin de cuentas, la fuerza de los palestinos reside en su moral,
en sus características humanas nosotros nos corresponde encontrar los recursos morales y
humanitarios con el fin de preservar esta fuerza. * Samah Abr es palestina, médica y vive en el
Jerusalén ocupado. Michel Collon Info
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