Introducción La ApologÃ−a de Sócrates de Platón nos presenta los discursos... durante el juicio que concluyó con su condena a muerte...

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Introducción
La ApologÃ−a de Sócrates de Platón nos presenta los discursos que Sócrates habrÃ−a pronunciado
durante el juicio que concluyó con su condena a muerte y que tuvo lugar, aproximadamente, en el siglo III
después de Cristo.
En el comienzo propiamente dicho de la defensa que Platón pone en boca de Sócrates, éste alude a
antiguas acusaciones que han forjado una falsa imagen de él, y que asÃ− han servido de base a la presente
acusación de Meleto: “Sócrates es culpable de indagar impertinentemente las cosas subterráneas y
celestiales, y de hacer mas fuerte el argumento mas débil, y enseñar a otros estas mismas cosas”.
Hay un consenso general de que se trató de una acusación de “irreligiosidad, impiedad o sacrilegio”.
La ApologÃ−a de Sócrates es sin duda el escrito platónico de más seguro carácter documental. De este
modo, la apologÃ−a nos ofrece la oportunidad de ver los principales rasgos de la filosofÃ−a de aquel hombre
genial que, sin haber escrito nada, ocupa un puesto importante en la historia de las ideas.
El discurso apologético de Sócrates ha sido precedido por la lectura de la acusación (incluyendo el
pedido de pena de muerte) y una argumentación en apoyo de la misma, pronunciada por uno de los
acusadores, al parecer, Anito. En ella, además, se ha prevenido a los jueces acerca del poder de convicción
que tiene Sócrates. Sócrates, pues, inicia su alegato explicando que tal poder de convicción no consiste en
otra cosa que en decir la verdad, ya que carece de recursos oratorios y no ordenara su discurso de la manera
acostumbrada en los juicios, sino que hablará con los jueces de la misma forma que lo hace cotidianamente
en el ágora. Por eso solicita a estos que no se atengan a su estilo sino al contenido de lo que dice.
Las antiguas acusaciones
La confusión con fÃ−sicos y con sofistas: el primer punto que Sócrates quiere aclarar es la imagen falsa
que desde tiempo atrás se ha hecho mucha gente de él, en ella se lo confunde con los filósofos de la
naturaleza, que hoy son llamados presocráticos, y cuya ciencia Sócrates manifiesta desconocer. Pero por
otro lado se los confunde con los denominados sofistas, que enseñan por dinero. En este punto Sócrates
parece apelar al nacionalismo de los atenienses, al hacer hincapié en el carácter extranjero de los sofistas.
Pero sobre todo ironiza a propósito de aquellos ricos que creen que, cuanto mas pagan, mejor educación
obtendrán para sus hijos.
El oráculo de Delfos y la sabidurÃ−a de Sócrates: Sócrates reconoce que, se ha hecho cierta fama de
sabio. Remonta a esto a una consulta de su amigo Querofonte, quien acudió a Delfos para preguntar a la
pitonisa de Apolo si habÃ−a alguien mas sabio que Sócrates y la respuesta fue que Sócrates era el más
sabio. Sócrates relata su asombro, y su decisión de poner a prueba la veracidad del oráculo. Fue asÃ− al
encuentro de las antiguas personalidades que tenÃ−an reputación de sabias, y las refutaba en sus
apreciaciones, demostrándoles que no eran en realidad sabias. Llegó entonces a la conclusión de que la
sentencia del oráculo era cierta y que él era el más sabio de los hombres, por cuanto se daba cuenta de
que (en relación con el ser divino) sabia poco o nada, mientras que los demás no se percataban de ello.
El origen de los odios contra Sócrates: la refutación por Sócrates de quienes pasaban por sabios irritaban a
estos considerablemente, sobre todo porque estas conversaciones eran presenciadas por jóvenes seguidores
de Sócrates que disfrutaban al ver refutar a los presuntos sabios. Más aun, al parecer, algunos de aquellos
jóvenes imitaban el procedimiento y dejaban en ridÃ−culo a hombres mayores. Esto ha ido promoviendo la
idea de que Sócrates promovÃ−a la juventud. Esta acusación de corromper a la juventud es la que consta en
primer lugar en el cargo presentado por escrito.
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Diálogo con Meleto
Primer cargo: La corrupción de la juventud
Sócrates intenta defenderse de Meleto en un tono burlón, lo define como un hombre “honesto y patriota”,
cosa que él no cree.
Sócrates lee el texto de la acusación escrita presentada por Meleto. En ella se lo acusa de corromper a la
juventud y no aceptar los dioses del culto. El centro del cargo parece ser el de la corrupción, y a él apunta
Sócrates. En el diálogo con Meleto se va llegando al absurdo opuesto, en lo atinente a la educación de la
juventud: todos los jueces, todo el público presente, todos los atenienses, son capaces de educar a la
juventud; el único que la corrompe es Sócrates. Por lo demás, quien hace daño no ignora que el
perjudicado tratará, a su vez, de dañarlo. Por consiguiente, supone Sócrates, si él ha hecho algún
daño ha sido involuntariamente, y para tales casos la ley prescribe instruir al ignorante, no castigarlo.
Segundo cargo: Dioses y demonios
La segunda parte especÃ−fica el modo en que Sócrates corrompe a los jóvenes: enseñándoles a no creer
en los dioses reconocidos por la ciudad sino en otras cosas demonÃ−acas nuevas. Como el cargo implÃ−cito
en la acusación es el de culpar de irreligiosidad o ateismo a Sócrates, éste le pregunta a Meleto si lo
acusa de negar la divinidad de los astros. Como el vocabulario de la pregunta y el de la afirmativa respuesta
corresponde más bien a Anaxágoras, Sócrates aprovecha para mostrar la ignorancia de Meleto acerca de
un punto que se supone bien conocido. Pero los demonios, tal como los consideraban por entonces los
griegos, son divinidades o bien hijos de los dioses, por lo cual la acusación de ateismo es contradictora.
El método socrático se basa, a mi entender, en la demostración de un hecho o una afirmación, a
través de la deducción, orientada inteligentemente por Sócrates.
Sócrates entabla un diálogo con un interlocutor imaginario. AquÃ− hace frente al posible reproche de
emprender tareas que lo llevan a situaciones de peligro de muerte. A este reproche del sentido común,
Sócrates opone el sentido heroico que debe asumir un griego que cumpla con las más antiguas tradiciones,
que a su vez son exigencias sagradas. Por eso da el ejemplo de Aquiles, que prefiere combatir para vengar a su
amigo Patroclo, aun sabiendo que el destino tiene prevista su muerte. Aquiles era un semidios que murió en
la guerra de Troya, después de matar a Héctor, era hijo de una diosa y un mortal. Sócrates, también,
compara su situación con la de un soldado, que no abandona el puesto que le ha asignado su superior, aunque
le cueste la vida. Esto significa que Sócrates llevará hasta las últimas consecuencias su pensamiento, es
incondicional a lo que le dicta su moral.
Por eso, aun en la hipótesis de que lo absolvieran con la condición de dejar de filosofar e investigar,
escogerÃ−a hacerlo aunque lo condenaran a muerte. à l creÃ−a que su misión era seguir filosofando como
lo habÃ−a hecho hasta el momento aunque este mil veces a punto de morir.
En una parte de la apologÃ−a Sócrates se compara con un tábano, haciendo referencia a que dios lo puso
en ese lugar para que despierte, persuada y reproche a cada uno de los atenienses.
Sócrates habla de una voz demonÃ−aca que desde chico le hablaba cada vez que estaba a punto de hacer
algo indebido. à sta voz le decÃ−a que no actuara en polÃ−tica. Sócrates argumenta para demostrar que
tampoco en este caso la voz demonÃ−aca se equivocaba. Narra dos anécdotas donde se vio envuelto en
polÃ−tica, una durante el régimen democrático (400 a.C.) y otra durante la tiranÃ−a de los Treinta (404
a.C., régimen de terror encabezado por Critias). En ambos casos, por proceder justamente, estuvo a punto
de morir. Por eso la voz demonÃ−aca lo habÃ−a disuadido de actuar en polÃ−tica: su puesto estaba en otro
lado, y no habrÃ−a podido cumplirlo si la hubiese desobedecido. No habrÃ−a logrado vivir tantos años si se
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hubiese dedicado honestamente a la polÃ−tica.
Sócrates niega terminantemente haber sido maestro de alguien, tener discÃ−pulos, en el sentido de darles
lecciones. Dice que muchos hombres lo rodeaban pero en forma espontánea y gratuita. Su hubiera
discÃ−pulos perjudicados por sus lecciones, estarÃ−an presentes para apoyar la acusación, en cambio, se
hallan presentes amigos que están dispuestos a declarar en su favor (entre ellos Platón).
Sócrates toma en cuenta otro posible motivo de enojo en sus jueces: él no ha recurrido a ninguna de las
artimañas usuales en este tipo de juicios, como la de lamentarse, traer a los hijos como futuras vÃ−ctimas de
la condena, y otros recursos para tocar la sensibilidad de los jueces. Sin duda, más de uno de los presentes ha
usado estos recursos en casos parecidos y puede sentirse menoscabado al ver la entereza de Sócrates.
Además, el juez tiene que hacer justicia y no hacer favores, su juramento lo obliga a ser objetivo en sus
sentencias.
Frente a la pena propuesta por los acusadores (muerte), el acusado tiene derecho a contraproponer otro
castigo. Si debe proponer algo, dice, lo que se merece por toda su actuación en la vida es ser sostenido por el
Estado. Dice que no quiere vivir en prisión, esclavo de los magistrados que están de turno. Esta
proposición parece destinada a irritar a los jueces. Sócrates, podrÃ−a haber argumentado, para quedar libre
lo siguiente: “Vuestra libertad de expresión se basa en el supuesto de que la opinión de cada hombre tiene
valor, y que los muchos son mejores guÃ−as que los pocos. ¿Pero cómo podéis jactaros de vuestra
libertad de expresión cuando suprimÃ−s la mÃ−a? ¿Cómo podéis prestar oÃ−dos a las opiniones del
zapatero o del curtidor cuando debatÃ−s la justicia en la asamblea, pero me obligáis a callar cuando
expreso la mÃ−a?”
Pero está consciente de que los jueces prefieren que elija el destierro, y abiertamente él rechaza esta
posibilidad. También propone pagar una multa, para lo cual, irónicamente, ofrece su magra fortuna: una
mina de plata. A último momento, tardÃ−amente, ofrece sumas mayores que le garantizan sus amigos, entre
ellos Platón.
Los jueces votan, y el resultado es la sentencia de muerte para Sócrates. Dirige duras palabras a los que han
votado por su condena, dice que este hecho dará una mala imagen de la Atenas democrática. Además,
pronostica a los que lo condenaron (los jueces) que su muerte multiplicará la cantidad de jóvenes filósofos
que los acosen con el mismo procedimiento que él ha usado.
A los que han votado por su absolución Sócrates los considera verdaderamente jueces. à l cree que ha
actuado bien, y que sin duda la muerte es para él un bien. Razona en torno a dos alternativas: o bien tras la
muerte no hay nada, o bien hay otra vida. En el primer caso, se asemeja a la paz que disfruta un hombre que
ha dormido profundamente una noche, seria como un sueño plácido, un bien. En el segundo caso, dice que
en el Hades (reino de los muertos) se encontrará con jueces legendarios y famosos poetas y héroes. AllÃ−
Sócrates seguirÃ−a con su práctica de ver si los hombres son sabios de verdad o lo parecen, como en ese
lugar es inmortal no correrÃ−a peligro de ser condenado a muerte. Todo esto lo dice en un tono irónico y
pÃ−caro. En ambos casos el resultado es un bien, queda pues flotando la duda de qué alternativa elegirÃ−a
Sócrates.
Sócrates les pide a los jueces que cuando sus hijos crezcan los castiguen con las mismas cosas con que él
los ha castigado a ellos, si les parece que se preocupan por la fortuna o por cualquier otra cosa antes que por
su perfección.
Conclusión
Sócrates basó toda su defensa en sus propias convicciones, nunca se apartó de ellas, ni siquiera
considerando la posibilidad de ser absuelto.
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Aun cuando es condenado a muerte habla con ironÃ−a encontrando un sentido positivo a esta condena. De
todos modos, dice Sócrates, la divinidad dirá quienes tendrán mejor futuro: si él mismo, que va a morir,
o los jueces, que continuarán viviendo.
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