Grecia: Sadismo del capital

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Grecia: Sadismo del capital
John Brown :: 07/05/2010
Las propias circunstancias de la muerte de los trabajadores bancarios cuyas vidas se cobró
ayer la batalla de Atenas son ilustración del desmesurado despotismo patronal
"Coloca a un joven en una máquina que tira de él dislocándolo, hacia arriba o hacia abajo;
sus huesos se rompen en pedacitos, lo retiran y lo vuelven a poner así durante varios días
consecutivos hasta que muera" (DAF de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma, jornada 119)
Las imágenes de Atenas que vimos ayer eran imágenes de guerra civil.
No es exagerado afirmarlo: incluso los enfrentamientos se cobraron
víctimas (eran, por supuesto civiles, por supuesto también,
trabajadores). Columnas de humo de los incendios y de las bombas
lacrimógenas de la policía, jóvenes enmascarados hartos de no tener
ningún futuro, ancianos indignados por la brutal rebaja de sus ya
exiguas pensiones, una población que apenas contiene su ira frente al
latrocinio abierto de su propio gobierno y de los mercados financieros.
La vieja clase obrera fordista y el nuevo proletariado precario se
encontraban ayer en la calle protestando contra el plan de austeridad
terrorista impuesto por el Fondo Monetario Internacional y las
instituciones europeas para evitar la bancarrota de Grecia. Contra las
medidas ultraliberales impuestas a un gobierno elegido con un
programa socialdemócrata. El chantaje es evidente: o se aceptan las
medidas o el país entra en bancarrota y recesión con consecuencias
gravísimas e imprevisibles. La democracia deja así de existir y el país se encuentra sometido a un
protctorado económico. Otros países esperan el ataque de los "mercados financieros". La plena
dimensión de estos ataques sólo se comprende cuando se recuerda que los propios agentes del
mercado financiero que crean "desconfianza" rebajando la calificación de la deuda son los que
después especulan sobre la posible bancarrota que ellos mismos provocan. El mercado se ha
convertido en el castillo de las 120 jornadas de Sodoma del marqués de Sade: la escenificación de la
omnipotencia de unos cuantos perversos sobre los cuerpos de las víctimas llevados al límite mismo
de la muerte, de una muerte infinitamente prolongada. Imagen de impotencia que los "medios de
comunicación" transmiten y difunden por doquier. No se puede hacer nada, nos dicen, frente al
dictamen de los mercados, como si la actuación de los mercados respondiera a leyes naturales y no a
las correlaciones de fuerza políticas de una sociedad de clases. Algunos responsables financieros
tienen la sádica coherencia de decírnoslo:“Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de
los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando” (Warren Buffet, citado por The New
York Times, 26 de noviembre de 2006). El coste de esa victoria es enorme: una regresión social sin
límites, la apropiación de los servicios públicos por el sector privado, una explotación de la fuerza de
trabajo sin límites en el tiempo (jubilaciones cada vez más tardías) ni en la intensidad (sueldos cada
vez más bajos y precarios frente a un incremento cada vez mayor de la productividad del trabajo
social). Las propias circunstancias de la muerte de los tres trabajadores bancarios cuyas vidas se
cobró ayer la batalla de Atenas son ilustración del desmesurado despotismo patronal que sólo puede
ilustrar la imagen del castillo de Sade. La prensa (que se afirma libre) nos dice que fueron víctimas
del humo de un incendio provocado por un cóctel molotof en la oficina bancaria de Egnatia-Marfin
donde trabajaban. Lo que nos ocultan es que su chulesco patrón -como afirma el comunicado del
sindicato griego de la banca OTOE- había cerrado las puertas, que el local no disponía de medios
antiincendio y que la salida de emergencia estaba cerrada con cerrojo. Quienes se salvaron tuvieron
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que subir a los pisos superiores y saltar por las ventanas o bien huir por las azoteas. Esto no excusa
la criminal estupidez de echar un cóctel molotof en un sitio donde hay gente, pero la responsabilidad
de lo acontecido pesa también como mínimo sobre el patrón que los encerró en la agencia. La guerra
del capitalismo contra las poblaciones es una guerra no declarada, pero no por ello menos
despiadada. Se trata de imponer por todos los medios, pero sobre todo por los financieros, la
extracción de renta, la sustracción de riqueza en favor de quienes controlan el capital, la
privatización de lo común. La era del capitalismo productivo llegó a su término. En este momento la
producción corre a cargo de la inteligencia y de la cooperación colectiva. El capital tiene que
procurar ponerla a su servicio, como ya hiciera con los esclavos de las plantaciones o los
trabajadores de las fábricas. Para ello necesita otros medios adaptados a la nueva configuración del
trabajador: un sistema de extracción de riqueza social ágil y discreto, un sistema que pueda robar
directamente la riqueza socialmente producida y, al mismo tiempo, disimular el robo. Este sistema
de extracción de riqueza y expropiación de los comunes son los mercados financieros. Hoy ya es
tarde para defender el capital productivo: ambos términos son hoy contradictorios. Lo único que nos
queda es, como en Grecia, defendernos del capital en general, pues esa es la única manera de
liberar espacio para los comunes, para el comunismo. Sólo así podrán tener algún sentido la
democracia y la libertad. A quienes todavía sueñan con "refundar el capitalismo" hay que
recordarles que el capitalismo se fundó mediante una expropiación masiva de los trabajadores y que
esa fundación vuelve a realizarse en cada crisis de la misma manera, con idéntica violencia.
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