Iglesia católica y nacionalismos en España

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Documento
Iglesia católica y nacionalismos en España
I.- Antecedentes históricos recientes
Guerra civil y el espíritu de la Cruzada
Franquismo y nacionalcatolicismo
Resistencia en Catalunya
Resistencia en Euskadi
Transición y agotamiento de la Iglesia concordataria.
Polarización en la iglesia: dos pastorales, dos teologías, dos Iglesias
Polarización en la sociedad : dos actitudes frente a la violencia y frente al diálogo
2. Referencias doctrinales
Doctrina en el ámbito Internacional
Doctrina Social de la Iglesia
3.- Posicionamientos de la Iglesia en Catalunya y en Euskadi
En Catalunya
Debate social
“Les arrels cristianes de Catalunya”
Concilio Tarraconense
En Euskadi
Tensión en la sociedad y tensión en la iglesia
Pacto antiterrorista.
“Preparemos la Paz”.
4. “Valoración moral del terrorismo” del 3 de noviembre del 2002
Gestación, contenido y reacciones en Euskadi y en Catalunya
5. A partir de marzo del 2004. Gobierno Zapatero.
Plan Ibarretxe.
Estatut de Catalunya.
La COPE siembra odio
6. “Orientaciones morales ante la situación actual de España” del 23 de noviembre de 2006
Gestación, contenido y reacciones
7. Tres posiciones de las relaciones Iglesia-Mundo que se reducen a dos
Antonio Cañizares, Cardenal primado de Toledo
Fernando Sebastián, Arzobispo de Pamplona
Josep Mª.Soler, Abad de Montserrat.
A modo de conclusión
Bibliografía
El presente escrito pretende exponer las claves actuales para comprender las relaciones entre la Jerarquía de la Iglesia católica,
el nacionalismo españolista y los nacionalismos autonómicos, especialmente los de Euskadi y Catalunya. No es un tema fácil
porque en él se superponen otras tres grandes cuestiones: el modelo centralista o descentralizado tanto del Estado como de la
Iglesia. Las relaciones Iglesia-Estado, relaciones de poder, de sumisión, de igualdad. El tema social o de clase, que subyace en
cualquier realidad social. Obviamente debajo del tratamento de cualquiera de estos temas se entrecruzan diferentes ideologías
políticas y sociales, y diferentes teologías.
Como hilo conductor se toman como referencia cuatro importantes documentos “Les arrels cristianes de Catalunya”, de los
obispos de Catalunya, “Preparemos la Paz”, de los obispos de Euskadi (cap.3), y “Valoración moral del terrorismo” de la
Conferencia Episcopal Española (cap 4) y “Orientaciones morales ante la situación actual de España” también de la
Conferencia Episcopal Española (cap 6). En cada caso se enmarcan en el contexto político y eclesial del que surgieron (cap 3 y
cap 5) y en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia (cap.2). Dado que existe una conexión intrínseca entre el nacionalismo
centralista y la Guerra Civil, es obligado remontarnos a los antecedentes históricos desde la guerra civil (cap 1). Finalmente se
intenta resaltar las diferentes posiciones en relación con este tema a partir de las declaraciones de significados protagonistas de
cada una de ellas (cap 7). Queda claro que las posturas diferentes en relación con el hecho nacional en concreto, corresponden
grosso modo a dos posiciones ante las relaciones Iglesia-Mundo en general. Se trata de dos visiones políticas que, por
necesidad, suponen dos teologías.
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I.- Antecedentes históricos recientes
1. Guerra civil y el espíritu de la Cruzada
La II República inició el camino para dar satisfacción a las históricas reivindicaciones nacionalistas de los pueblos vasco y
catalán, pero el Alzamiento o Movimiento Nacional cortó de raíz el proceso. Igual que el comunismo, anarquismo, socialismo,
marxismo o la masonería, el nacionalismo, todo nacionalismo, quedó estigmatizado como sinónimo de desorden y de los “sin
Dios”. O más todavía, si cabe, a juzgar por la famosa expresión franquista “antes una España roja que una España rota”.
Sin embargo tanto el nacionalismo catalán como el vasco están impregnados del hecho cristiano desde sus orígenes. En
Catalunya desde la lejana Edad Media hasta el S.XX la mayor parte de las grandes figuras en cultura, lo son también en
pensamiento cristiano. Algo parecido había ocurrido en Euskadi. Por eso en la república tanto el clero catalán como el
euskaldún miraban con simpatía las opciones nacionalistas que en Catalunya podían representar la Lliga de Cambó, de
derechas, Unió Democrática de Carrasco Formiguera o Esquerra Republicana de Macià y Companys y en Euskadi el Partido
Nacionalista Vasco y su primer lendakari, José Antonio Aguirre.
Paradógicamente fueron dos catalanes, los cardenales Pla i Deniel e Isidro Gomà quienes con más énfasis bendijeron el
Alzamiento, el combate contra los nacionalismos y abrieron las puertas de la Iglesia al franquismo. Fue Pla i Deniel, entonces
obispo de Salamanca, quien en una pastoral del 30 de septiembre dio el nombre de Cruzada, es decir, Guerra Santa, a la guerra
civil y cedió su palacio episcopal a Franco como sede militar y civil del nuevo Gobierno. Pero fue sobre todo el cardenal
Gomà quien, como primado de Toledo, interpretó el sentido de la guerra como guerra de religión. Personalidad autoritaria,
integrista y españolista sus escritos político-pastorales de 1936 a 1939 fueron editados en 1940 bajo el titulo “Por Dios y por
España” consagrando con ello el que, por muchos años, seria el eslogan del nacionalcatolicismo.
Poco después del Alzamiento, Gomà presionó sin éxito para que los nacionalistas vascos y el lendakari aceptaran la
legitimidad del Movimiento. En el clero se formulaba ya la necesidad de adaptar la pastoral a la matriz cultural de Euskadi.
Pero pocos días después del Alzamiento muchos de estos sacerdotes fueron ejecutados por este motivo por las tropas de
Franco y otros muchos habían sido desterrados. El obispo de Vitoria (que entonces comprendía las tres diócesis actuales de
Araba, Guipúzcoa y Bizkaia), Mateo Múgica, hizo una firme defensa de estos sacerdotes asesinados. Múgica era conservador
y monárquico -en julio del 36 apoyó la rebelión militar con una entusiasta carta pastoral a favor del Alzamiento. Pero también
era un enamorado del euskera y defensor del nacionalismo y, por ejemplo, había convertido el seminario en un importante
centro de cultura vasca. Por este motivo los generales alzados le tuvieron desde el comienzo un profundo odio llegando a
conspirar contra su vida. Movido de un “patriótico celo”, Gomá le “aconsejó” que se marchara y gestionó su destierro. Se
marchó el 14 de octubre.
El 22 de diciembre, el lendakari, en un dramático discurso de Navidad en el que reiteradamente se manifiesta católico y
practicante, se queja amargamente del silencio de la Jerarquía ante estos hechos, al mismo tiempo que niega el carácter
religioso de la guerra: “La guerra que se desenvuelve en la República española, sépalo el mundo entero, no es una guerra
religiosa, como ha querido hacerse ver (…). Díganlo los sacerdotes asesinados por los facciosos y aquellos otros tantos que
han sido desterrados por el enorme delito de amar al pueblo en que vieron su primera luz. No compagina con las ideas
cristianas el paganismo de los periódicos fascistas. No nos encontramos ante una guerra religiosa”.
La respuesta del belicoso Gomá no se haría esperar. El 10 de enero publica “Respuesta obligada. Carta abierta a José A.
Aguirre”. Se trata de un largo exabrupto cargado de descalificaciones personales y políticas -p.ej. a Aguirre lo llama “el
sedicente Presidente de Euzkadi”, o negando las motivaciones reales del fusilamiento de los sacerdotes “por ser amantes de su
pueblo vasco”-. Pero en dicho escrito, Gomá, se expresa con claridad contra los nacionalismos “periféricos” y a favor del
nacionalismo españolista: “Es lamentable equivocación creer que un enjambre de pequeñas republicas pudiese labrar para
todos los españoles un bien mayor que el que pudiera venirnos de un gran estado. Reconcentrarse en los pequeños egoísmos
comarcales es reducir el volumen y el tono de la vida, del estado y de la región”, o impulsando el nuevo nacionalismo
españolista. “El verdadero caso de España seria que dentro de la unidad intangible y recia de la gran Patria se pudieran
conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos ante la sustantividad
del hecho secular que nos plasmó en la unidad política e histórica de España…” En otros textos Gomà habla de “la gloriosa
unidad de España forjada en los Concilios Toledanos…”
Mayor trascendencia nacional e internacional tuvo la Carta Colectiva del episcopado español redactada por el propio Gomà, a
instancias de Franco según él mismo confesó, pocos días después del Alzamiento y con el propósito de obtener el aval
internacional de la Santa Sede. En consecuencia se tuvo que esperar la posición oficial del Vaticano ante la guerra. Finalmente
Pío XI manifestó sus simpatías con el Alzamiento en un discurso en Castelgandolfo el 14 de septiembre del 36.
La Carta Colectiva salió a la luz pública el 1º. de julio de 1937. Faltaban dos firmas muy significativas: la de Mateo Múgica,
que se negó a firmar si no era restituido en su diócesis de Vitoria, y la del cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo primado de
Tarragona, contrario a la excesiva vinculación de la Jerarquía a Franco. Ambos lo pagaron con el destierro. De manera
emblemática quedaba manifiesto que las primeras Jerarquías de las comunidades de Catalunya y Euskadi, por razones
ideológicas y pastorales y en sintonía con sus iglesias de base, se negaron a legitimar el Alzamiento.
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Al año siguiente, era condenado en juicio sumarísimo Manuel Carrasco Formiguera, católico, nacionalista catalán y
democristiano, que se había mantenido fiel a la República. A pesar de las presiones del Vaticano Franco se negó a conmutar la
sentencia. Fue ejecutado el 9 de abril de 1938 en Burgos. Moría con el grito de “Visca Catalunya Lliure” y sus últimas
palabras fueron “Jesús, Jesús, Jesús”.
Álvarez Bolado, en sus estudios acerca de las implicaciones de la Iglesia en la guerra Civil, señala como una de las graves
limitaciones de la Carta Colectiva, la simplificación del problema de los nacionalismos y especialmente del vasco. Era
precisamente uno de los factores que más habían contribuido a que algunos católicos extranjeros dudaran del carácter
“cristiano” del Movimiento, pues los vascos eran tenidos entonces por el pueblo más firmemente católico de España. Sin
embargo, todavía hoy, a pesar de los esfuerzos de la sociedad española por hacer una relectura más imparcial de la historia, la
Jerarquía sigue impulsando la visión de Cruzada, por ejemplo con la negativa de la Conferencia Episcopal a pedir perdón por
los errores cometidos durante la guerra civil y las canonizaciones de asesinados de un solo bando.
2. Franquismo y nacionalcatolicismo
Terminada la guerra la Jerarquía se prodiga en manifestaciones de agradecimiento a Franco. Se prodigan asimismo las
siniestras fotografías de obispos junto a los militares con el saludo fascista brazo en alto. La jerarquía eclesiástica y los
dirigentes del Movimiento se instrumentalizaron mutuamente al servicio de un proyecto dictatorial en lo político y
recatolizador en lo religioso, cultural y moral. El 25 de marzo de 1939, al tomar posesión de la diócesis de Barcelona, el
nuevo obispo Mn. Díaz Gómara dirigió este saludo pastoral: “Acaba de salir esta ciudad y diócesis, como Catalunya entera,
de la persecución religiosa más acerba, de la guerra más cruel y despiadada… Abran bien los ojos y persuádanse de su
funesta equivocación cuantos, seducidos por un falso señuelo de independencias secesionistas, se aliaron consciente o
inconscientemente, con tan pérfidos enemigos de lo más santo y sagrado”.
Se impone el nuevo estado centralista y fascista. Se suprimen las instituciones republicanas, la Generalitat en Catalunya y el
Gobierno de Euskadi. Los gobiernos catalán y vasco van al exilio. El President de la Generalitat, Lluís Companys es apresado
por la Gestapo y entregado a Franco. Después de un juicio sumarísimo será fusilado el 15 de octubre de 1940. Se prohíbe el
uso del catalán y euskera y toda clase de manifestaciones y organizaciones, aun las que están bajo el amparo de la Iglesia,
como la Federació de Joves Cristians de Catalunya, o la editorial religiosa Foment de Pietat Catalana.
Los favores entre el nuevo régimen y la Iglesia van a concretarse pronto en medidas legislativas y presupuestarias. En el
preámbulo del presupuesto de culto y clero de julio de 1940 se dice:”el Estado español, consciente que su unidad y grandeza
se asienta en los sillares de la fe católica…” En coherencia con este principio se restablece la antigua legislación en
matrimonio, enseñanza, información, fiestas, símbolos, inserción de la religión en las instituciones jurídicas, nuevas funciones
políticas de la Jerarquía en las Cortes, en el Consejo de Estado, se dotarán partidas extraordinarias para la reconstrucción de
templos y seminarios, etc. Todo ello quedará reflejado en los primeros acuerdos Sta.Sede-Estado de 1941, primicias de lo que
seria el Concordato de 1953.
Pero el sentimiento de identidad de un pueblo o de pertenencia a una comunidad no se apagan a sangre y fuego. Tarde o
temprano reaparecen. Se trata de un hecho cultural y prepolítico y que determina con profundidad posteriores formulaciones
políticas. Y en este aspecto, tanto en Catalunya como en Euskadi la Iglesia de base, a pesar de la represión y en ocasiones con
enormes sacrificios, jugó un papel de resistencia y de aglutinante social.
Resistencia en Catalunya.
Con mucha lentitud se reconstruye un tejido social alrededor de pensamiento cristiano y nacionalista. La herencia o presencia
de personalidades como Carles Cardó, Jaume Vicens Vives, Alexandre Galí, Joan Batlles o Joan Bonet hicieron posible una
profunda reflexión sobre las causas de la guerra civil y los requisitos para salir de la postración sin xovinismo antiespañolista.
En esta corriente se inspiró el Grup Torras i Bages, que tuvo una importante presencia en la Universidad, la Comisión Abat
Oliba, con el propósito de promover la reconciliación entre catalanes enfrentados por la Guerra civil, la Cofradía Virgen de
Montserrat, desde donde se impulsa catalanismo abierto e integrador, el colectivo CC con la vocación de reunir las personas
que coincidían en la voluntad de reconstruir una Catalunya cristiana y catalana, y sobre todo, desde un punto de vista de
influencia social y popular, el escultismo. Se trataba de influir en los círculos socialmente y religiosamente activos desde la
“prepolítca”, universidad, instituciones religiosas y movimientos de Iglesia.
Empezaron a permitirse algunas homilías en catalán, lo que dio lugar al caso Galinsoga. El 21 de junio de 1959, en la iglesia
de san Ildefonso de Barcelona, después de una homilía en catalán, Luis de Galinsoga, director de la Vanguardia, gritó “Todos
los catalanes son una mierda”, lo que provocó una amplia campaña popular que acabó con su destitución.
Desde el comienzo hay que destacar el papel aglutinante del monasterio de Montserrat. Ya en 1947 la coronación de la Virgen
fue una primera manifestación importante de resistencia catalanista. Pero en 1963 el abad Aureli Mª.Escarré en unas
declaraciones al diario le Monde denunciaba la política socialmente represora y anticatalanista de Franco. Escarré tuvo que
marchar al exilio pero sus declaraciones dieron un impulso decisivo al catalanismo católico. Tres años después, a finales de
1966 Franco visita el monasterio en un tenso y frío encuentro con la comunidad. Finalmente la acogida que el monasterio dio a
los 300 intelectuales que se encerraron en diciembre de 1970 contra el proceso de Burgos agravó más todavía si cabe la
relación entre Montserrat y el régimen. Días después del encierro, el abad Cassiá Just, declaraba a Le Monde que la iglesia no
se asociaría a un régimen que condenaba al pueblo por el único crimen de oponerse a Franco.
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Por otra parte, del 1955 al 1975 son los años de la masiva llegada de immigrantes procedentes del resto de España,
especialmente de Andalucía. Catalunya pasa en este breve espacio de tiempo de tres a seis millones de habitantes. Esto
suponía graves problemas sociales y un enorme reto cultural. Alguien la llamó la más grave amenaza del franquismo contra la
identidad cultural catalana. Hoy se acepta comúnmente el inestimable servicio que prestó la Iglesia, junto a otros colectivos
sociales y políticos, especialmente el PSUC, en la función de acogida e integración. Con la misma actitud pastoral de respeto
que la iglesia de base había tenido hacia la identidad nacional, esta misma iglesia de base acogía ahora y sin contradicción a
los miles y miles de immigrados que empezaban a poblar la periferia de las grandes ciudades buscando trabajo.
En febrero de 1966, ante el nombramiento como arzobispo coadjutor de Barcelona de Dn. Marcelo González Martín se desata
la campaña volem bisbes catalans, que no pone en cuestión la idoneidad del candidato, sino el procedimiento y la necesidad de
que el nombramiento recaiga en alguien que entienda y participe de la propia cultura.
El franquismo tenía cada vez mayores dificultades para resolver los problemas de una sociedad definitivamente conectada con
las libertades europeas y una iglesia de base definitivamente en ruptura con el nacionalcatolicismo. Eran continuos los choques
sociales, las multas, la represión a sacerdotes que se implicaban en la vida social y política. En marzo de 1966 se realiza un
encuentro del Sindicato de Estudiantes en el convento de los capuchinos de Sarriá; en mayo unos 130 sacerdotes se
manifiestan ante la comisaría de policía de Vía Laietana contra las torturas que se inflingen a los detenidos. Ambos actos serán
duramente reprimidos. Poco tiempo después se reabre la cárcel de Zamora como cárcel para curas, respetando cínicamente el
concordato, que permitía que los curas cumplieran penas fuera de las cárceles habituales, a la que será conducido mi hermano
Francisco por denunciar la represión de la policiá contra los gitanos, junto a otros sacerdotes vascos. En 1968 es procesado y
condenado Alfonso Comín y en enero del 1969, en el primer día del estado de excepción, es detenido de nuevo, en su casa,
junto a un grupo de intelectuales católicos y la viuda de Emmanuel Mounier. Lluís Maria Xirinachs es también detenido y
empieza sus largas huelgas de hambre en la cárcel por pedir el derecho de autodeterminación para Catalunya y Euskadi.
Mientras tanto, la oposición desborda los límites de la clandestinidad. En 1971 nace la Asamblea de Catalunya que popularizó
los tres objetivos de la transición en Catalunya: ”Llibertat, Amnistía, Estatut d’Autonomia”. Con destacada participación de
creyentes católicos como Agustín de Semir o Josep Benet. Sus reuniones se celebran en Iglesias, por ser un lugar más seguro:
parroquias de St. Agustí o de Maria Medianera, colegio de las escolapias…
Hay que recordar finalmente el gran movimiento político-cultural que representó el Congreso de Cultura Catalana. Surgió en
1975 y puede considerarse la culminación y el último movimiento colectivo de Resistencia. Tuvo un apartado tratando el tema
religioso y eclesial en el que se proponía la creación de una Conferencia Episcopal dels Països Catalans.
Resistencia en Euskadi
En 1960, 339 sacerdotes de las diócesis de Euskadi y Pamplona firmaban un escrito en el que denunciaban al Estado Español
por su política de “preterición, de olvido, cuando no de encarnizada persecución de la características étnicas, lingüísticas y
sociales que Dios nos dio a los vascos”.
En 1962 el Cardenal Montini de Milán intervente ante Franco pidiendo clemencia para dos jóvenes activistas de las Juventudes
Libertarias que habían puesto bombas en Barcelona y que podían ser condenados a muerte. Interviene asimismo por segunda
vez en protesta por la ejecución de Julián Grimau en abril de 1963.
Represión y reacciones
Progresivamente el mundo católico, laicos y sacerdotes, se va haciendo presente en los medios obreros. En 1966-67, laicos y
sacerdotes son duramente reprimidos por su participación en huelga de Laminación de Bandas en Frío de Echévarri.
En 1968, en previsión del nombramiento del sucesor de Dn. Pablo Gúrpide, obispo de Bilbao 70 sacerdotes se encierran en
Derio y dirigen una carta a Pablo VI “nuestro pueblo vasco, decían, vive repartido entre dos estados, sin relaciones propias
entre las dos partes…queremos una Iglesia pobre, al servicio del pueblo e indígena”. Se nombra sucesor al guipuzcoano José
Maria Cirarda.
Empiezan los primeros grandes atentados de ETA. El 2 de agosto 1968, muerte del inspector de policía Melitón Manzanas.
Este hecho condujo a la proclamación del estado de emergencia en Guipúzcoa y al resurgimiento de la Ley de Bandolerismo y
Terrorismo. Luego, el 24 de enero de 1969, como respuesta a las manifestaciones estudiantiles, a la huelgas del Norte y a la
continua tensión en Euskadi, se extendió en todo el país. En 1970 había casi 300 nacionalistas vascos detenidos. Entre ellos ya
varios sacerdotes en la nueva cárcel concordataria de Zamora. Fueron continuas las multas impuestas por las homilías. Ante la
acusación del régimen de intromisión en la vida política los obispos de Oviedo (Díaz Merchán), Bilbao (Añoveros), Barcelona
(cardenal Jubany) etc. debieron intervenir definiendo lo que debe entenderse por “fines pastorales” en la predicación,
En diciembre de 1970 se celebró el juicio de Burgos contra dieciséis etarras, que acabó convirtiéndose en un proceso contra el
propio régimen debido a la repercusión nacional e internacional. Fue también una demostración del creciente enfrentamiento
con la Iglesia por el hecho de que dos de los dieciséis acusados eran curas vascos. Los términos del Concordato permitían que
un juicio así se celebrara a puerta cerrada, pero los obispos de Euskadi iniciaron una larga batalla para que el juicio se
celebrara públicamente; se facilitaron encierros en pro de la amnistía, pero sobre todo destacó el hecho de la redacción de
cartas pastorales para su lectura como homilías. La firmada conjuntamente por el obispo de San Sebastián, Jacinto Argaya, y el
administrador apostólico de Bilbao, José María Cirarda, del 22 de noviembre condenaba toda violencia, viniese de donde
viniese, tuvo importantes repercusiones: el Gobierno y la prensa falangista reaccionaron furiosamente, acusando a los obispos
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de instigadores políticos y de prejuzgar un asunto que estaba sub iudice, pero la Conferencia Episcopal, reunida en sesión
plenaria en Madrid, hizo una declaración de apoyo a monseñor Cirarda y a monseñor Argaya.
La actitud de la Iglesia proporcionó un formidable espaldarazo moral a las fuerza antifranquistas. Cuando el juicio se inició el
3 de diciembre, lo hizo sobre un trasfondo de huelgas y manifestaciones organizadas por los sindicatos y partidos políticos
ilegales y por ETA, en solidaridad con los dieciséis acusados. Dos manifestantes acabaron muertos por la policía. El 4 de
diciembre, se decretó el estado de excepción para Guipúzcoa.
El día 12 de diciembre, 300 artistas e intelectuales catalanes se encerraron en la abadía de Montserrat y lanzaron un manifiesto
en el que pedían la amnistía política, libertades democráticas y el derecho a la autodeterminación regional.
En total hubo nueve sentencias de muerte, quinientos diecinueve años de cárcel y cuantiosas multas, pero ante la campaña
internacional masiva, Franco se vio obligado a conceder el indulto.
Con evidente aquiescencia oficial, Fuerza Nueva, guerrilleros de Cristo Rey y los comandos de acción de extrema derecha
empezaron a sembrar el terror con ataques con bombas y metralletas contra las casas de los nacionalistas vascos más
prominentes con el pretexto de combatir a ETA. Así se crearon las condiciones que harían que los problemas del país Vasco
envenenasen la vida política española en los años 70 y 80.
El 20 diciembre de 1973, ETA mata a Carrero Blanco y el gobierno de Arias da un frenazo a las tímidas aperturas del régimen.
Pocos meses después, en febrero del 1974, Franco entró de nuevo en un grave conflicto con la Iglesia. Antonio Añoveros,
Obispo de Bilbao, pronunció una homilía que a juicio de los franquistas atacaba la unidad nacional: “El pueblo vasco, decía, lo
mismo que los demás pueblos del Estado Español, tiene el derecho de conservar su propia identidad, cultivando y
desarrollando su patrimonio espiritual… dentro de una organización sociopolítica que reconozca su libertad. Sin embargo en
las actuales circunstancias, tropieza con serios obstáculos para poder disfrutar de este derecho”. El gobierno reaccionó
reteniendo en su domicilio a Monseñor Añoveros y a su vicario general, José Ángel Ubieta. Pero la homilía tuvo
inmediatamente un masivo respaldo popular recogiendo 14.000 firmas en la diócesis. Y la Conferencia Episcopal anunció que
aplicaría el Derecho Canónico excomulgando a quienes impidiesen ejercer la jurisdicción eclesiástica a un obispo.
3. Transición y agotamiento de la Iglesia concordataria.
Polarización en la iglesia: dos pastorales, dos teologías, dos iglesias
Tras el Concilio Vaticano II, el movimiento para disociar a la Iglesia del régimen empezó a extenderse también a la Jerarquía.
En 1966 se constituye la Conferencia Episcopal Española (CEE), que presidió el conservador Casimiro Morcillo, pero el
Vaticano apoyaba de forma creciente al sector más aperturista de los obispos. Esto se hizo evidente durante las negociaciones
de 1969 para la renovación del Concordato, que quedaron bloqueadas por la negativa de Franco a ceder su derecho al
nombramiento de obispos, al que se agarraba desesperadamente desde el momento en que la independencia de los obispos
había comenzado a ser un grave problema.
El proceso de sustitución de obispos reaccionarios por obispos liberales siguió un curso ascendente. En 1968 Tarancón,
comprometido con el espíritu del Vaticano II, sucede a Pla i Deniel como Primado y en 1972 sucede a Morcillo como
arzobispo de Madrid y como presidente de la CEE. Un año más tarde, la Conferencia Episcopal publicó un documento titulado
“La Iglesia y la comunidad política”, en el que se reiteraba el llamamiento para una retirada de la Igesia en sus contactos con
el régimen. Esta gradual retirada del apoyo al régimen se convirtió en uno de los elementos dominantes del período 19691975, lo cual significaba la definitiva deslegitimación del franquismo. Lo que no quiere decir, con todo, que obispos
inmovilistas como Guerra Campos, Morcillo o Cantero Cuadrado no continuasen identificándose plenamente con la dictadura.
El clamor crítico de estudiantes, de los sindicatos, sacerdotes o de los nacionalismos no condujo a ninguna liberalización. Por
el contrario, ya se ha dicho que, como corresponde a una agonía lenta y larga, el régimen se lanzó a la represión con una
dureza creciente. En septiembre de 1975, Txiki y Otaegui son fusilados. No sirve de nada la petición de clemencia de Pablo
VI. Poco después muere Franco.
La coincidencia en el tiempo de la aplicación del Concilio, la época Tarancón y la transición política generó crecientes
esperanzas. Pero se vieron frustradas muy pronto. En 1978 es elegido Juan Pablo II, que da un giro de 180 grados al camino
que seguía la Iglesia y la teología. Se trata de restaurar la presencia publica de la Iglesia, más cercana a la Iglesia medieval al
nacionalcatolicismo. Se trata de evangelizar desde el poder, sea cuál sea éste y cómo se ejerce. Tal involución significa el
desarme ideológico de cualquier intento de acercamiento a planteamientos progresistas. Se establece un control rígido en el
nombramiento de obispos conservadores y un creciente poder de los Nuncios como embajadores políticos de la Santa Sede
ante los Estados serán algunos de los ejes de su pontificado.
Sin embargo comunidades de base, sacerdotes vinculados a las necesidades de la población y una multitud de creyentes que
progresivamente se sienten alejados de los planteamientos de la Jerarquía han configurado el escenario de una iglesia plural.
Polarización en la sociedad : dos actitudes frente a la violencia y frente al diálogo
La llegada del PSOE al gobierno en 1982 coincide con los primeros efectos del nuevo pontificado: sustitución de Tarancón y
acceso a la secretaría de la Conferencia Episcopal de Fernando Sebastián, primera visita de Juan Pablo II a España y una
oposición de los obispos a los gobiernos socialistas que desde entonces no ha dejado de crecer.
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Por otra parte el PSOE inaugura el método de guerra sucia contra ETA o terrorismo de Estado con el GAL, Grupos
Antiterroristas de Liberación. La ley del ojo por ojo ya había sido la norma de otros grupos: Triple A, Batallón Vasco-Español,
Comandos Autónomos Anticapitalistas, etc. la diferencia nada menor es que ahora se organizaba con la colaboración de altos
funcionarios del ministerio del Interior. Como era de esperar, las aciones de los GAL sólo consiguieron exacerbar la violencia.
Los obispos de Euskadi, especialmente Dn. José Maria Setién, de San Sebastián, se posicionaron nítidamente contra los GAL.
Fue también en la década de los ochenta cuando surgen los colectivos sociales en respuesta a las provocaciones de ETA. En
1981 se había constituido la Asociación Víctimas del Terrorismo para socorrer a los afectados más directos, ante el abandono
y marginación a que las relegaban tanto el Estado como muchos sectores de la sociedad española. De inmediato se posicionó
junto a los más intransigentes considerando el problema de la violencia exclusivamente como un problema de orden público y
negando su carácter político y en consecuencia aceptando exclusivamente los procedimientos de represión.
En mayo de 1986 se constituye la Coordinadora Gesto por la Paz, de sentido contrario de la anterior. Es una plataforma de
diferentes grupos, pacifista, unitaria, pluralista e independiente. Convocaron concentraciones silenciosas, gestos por las
personas muertas, manifestaciones, bajo los nombres de: No hay caminos para la Paz, la Paz es el camino, La paz depende de
ti. Participa en la campaña de adhesión al Acuerdo para la normalización y pacificación de Euskadi junto a las organizaciones
Colectivos Vascos por la Paz y el Desarme, Asociación por la Paz de Euskal Herria, grupos cristianos etc. Pidió el
esclarecimiento público de la trama GAL.
2. Referencias doctrinales
La división política actual en estados, su configuración, las distinciones entre nación y estado, los conceptos de nacionalismo,
cultura, etnia, tradición, patria etc. es relativamente reciente y en parte tiene sus orígenes en el romanticismo político del XIX
y en los complejos procesos de colonizaciones y descolonizaciones del XIX y XX. Por eso son también recientes las
declaraciones tanto de los Organismos Internacionales como de la Doctrina Social de la Iglesia al respecto.
1. Doctrina en el ámbito Internacional
El derecho de autodeterminación de los pueblos se formula por primera vez tras la primera guerra mundial en el Tratado de
Versalles. Tras la II Guerra Mundial queda formalmente reconocido en la Carta Fundacional de la ONU. En 1960 la misma
ONU concreta el derecho de los pueblos colonizados a decidir, mediante plebiscito, su establecimiento como estados
soberanos equiparando por primera vez derechos humanos individuales a los Derechos Colectivos. Estas declaraciones
coincidían con los movimientos de descolonización en Asia y África, y con la desintegración de los imperios coloniales
europeos. En 1966, la Asamblea General de la ONU, aprueba el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, que
incluyen en su seno el derecho de autodeterminación. Asimismo en 1981, en la 18ª Conferencia de la OEA, se proclama la
Carta Africana de los Derechos del Hombre y de los Pueblos incluyendo el derecho de autodeterminación.
Es doctrina común que estas Declaraciones no se refieren sólo al derecho de los pueblos colonizados de alcanzar su
independencia sino a todos aquellos otros colectivos que se sienten oprimidos dentro de otros estados, por consiguiente
también al derecho de secesión, ya que derecho de autodeterminación de los pueblos es reconocido como derecho natural y
anterior a las actuales formas políticas y delimitación de los estados.
2. Doctrina Social de la Iglesia.
Hay una larga documentación pontificia gestada principalmente en el siglo XX con ocasión de los procesos de
descolonización. Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II han sostenido la tesis del respeto a los derechos de las
minorías, y con ella el derecho de los pueblos a obtener su independencia. Ha habido igualmente abundante doctrina reciente
referida a aquellos colectivos que se encuentran en situación no satisfactoria dentro de estados potentes, como ocurre por
ejemplo en Bélgica, Canadá, Australia, México etc.
Antoni Mª.Oriol y Joan Costa han elaborado una antología prácticamente exhaustiva y de obligada consulta de la
documentación pontificia sobre el hecho nacional en Nació i nacionalismes, una reflexió en el marc del magisteri
contemporani y Hecho nacional y magisterio social de la Iglesia. No todos los textos tienen el mismo valor porque algunos
son fruto de circunstancias o van dirigidos a países con peculiaridades geográficas, históricas o políticas muy concretas. Sin
embargo otros gozan de un valor añadido por su carácter más general.
En 1963 en la Pacem in Terris, Juan XXIII habla ya de los derechos de las minorías étnicas, concepto que reafirma el Concilio
en 1965 en la Constitución Gaudium et Spes (nº.73). Igualmente Pablo VI en la encíclica Populorum progressio de 1967,
alerta sobre el peligro de una “unidad nacional” impuesta por la fuerza. Pero el pontificado con más declaraciones en la
defensa de los derechos de los pueblos ha sido Juan Pablo II, condicionado quizá por su propio origen polaco, de una
nacionalidad reiteradamente oprimida. Entre sus muchas referencias destacaremos sólo dos por su especial significación.
El discurso en la sede de la UNESCO en París, 2 junio 1980, en el que cita la fuerza de la cultura y de la lengua como
elemento de identidad colectiva, y evoca el caso polaco que, a pesar de las invasiones “conservó su identidad nacional con el
exclusivo apoyo de su cultura”. A partir de aquí pide a los representantes de los estados que “velen para conservar esta
soberanía de cada nación, como elementos de defensa frente a los totalitarismos”.
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Y el discurso en la ONU en Nova York, 5 octubre 1995, con ocasión del cincuenta aniversario de su fundación,
“Los "derechos de las naciones" no son sino los "derechos humanos" considerados a este específico nivel de la vida
comunitaria. Una reflexión sobre estos derechos ciertamente no es fácil, teniendo en cuenta la dificultad de definir el
concepto mismo de "nación", que no se identifica a priori y necesariamente con el de Estado. Es, sin embargo, una reflexión
improrrogable, si se quieren evitar los errores del pasado y tender a un orden mundial justo.
Presupuesto de los demás derechos de una nación es ciertamente su derecho a la existencia: nadie, pues, - un Estado, otra
nación, o una organización internacional - puede pensar legítimamente que una nación no sea digna de existir. Este derecho
fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal, siendo posibles diversas formas de agregación
jurídica entre diferentes naciones, como sucede por ejemplo en los Estados federales, en las Confederaciones, o en Estados
caracterizados por amplias autonomías regionales. Puede haber circunstancias históricas en las que agregaciones distintas
de una soberanía estatal sean incluso aconsejables, pero con la condición de que eso suceda en un clima de verdadera
libertad, garantizada por el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos. El derecho a la existencia implica naturalmente
para cada nación, también el derecho a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve lo que
llamaría su originaria "soberanía" espiritual. La historia demuestra que en circunstancias extremas (como aquellas que se
han visto en la tierra donde he nacido), es precisamente su misma cultura lo que permite a una nación sobrevivir a la pérdida
de la propia independencia política y económica. Toda nación tiene también consiguientemente derecho a modelar su vida
según las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en
particular, la opresión de las minorías. Cada nación tiene el derecho de construir el propio futuro proporcionando a las
generaciones más jóvenes una educación adecuada”.
De todas formas estos textos se mueven en el terreno de los principios. Eso quiere decir que estos mismos principios pueden
llevar a políticas diferentes según sean las circunstancias sociales, históricas y culturales que se tengan presente. Esto puede
restar credibilidad o valor universal a la doctrina pontificia. Por ejemplo, cuando Croacia alcanza la independencia via
secesión, la Santa Sede fue el primer Estado que reconoció su independencia. En el discurso que en 1992 Juan Pablo II dirige a
su primer embajador ante la Santa Sede, aunque lamenta que el método utilizado, la violencia, fue injusto, reconoce que la
“personalidad” del pueblo croata le daba derecho a desarrollarse según el propio talante, es decir, alcanzar la independencia.
Sin embargo, la Conferencia Episcopal Española interpreta la doctrina pontificia de manera diferente cuando se trata de
Catalunya y Euskadi.
3.- Posicionamientos de la Iglesia en Catalunya y en Euskadi
1. En Catalunya
Debate social
En un provocador artículo “El cristià no ha de ser necessàriament nacionalista” en la revista Foc Nou de diciembre de 1984 y
de nuevo en noviembre de 1989, Joaquin Gomis abre un debate acerca de si la identidad nacional forma parte de la identidad
cristiana. Participaron intelectuales, religiosos y políticos de renombre. Por la fecha y las circunstancias políticas del momento
parece que la intención de Gomis fue precisamente alertar del riesgo de establecimiento de una especie de sutil nacionalcatolicismo catalán, en el sentido de una progresiva identificación entre poder político y poder religioso en Catalunya. Entre un
poder político nacionalista, que se ofrece como el único intérprete y valedor de los intereses de Catalunya y una Jerarquía
decidida a defender sus intereses, entre un gobierno que se encuentra cómodo con una Iglesia conservadora y catalanista y una
Iglesia que se encuentra cómoda con un gobierno conservador y catalanista. El largo gobierno de CiU y el fuerte y carismático
liderato de Jordi Pujol, católico e impulsor de muchas de las iniciativas anteriormente citadas justificaban las sospechas.
Uno de los espacios habituales de reflexión acerca de iglesia y sociedad, es el Grup Sant Jordi. Tiene su origen en el Grup
cristià de promoció o Defensa dels Dret Humans, nacido a finales del franquismo. Se ha interesado de manera especial por las
relaciones entre fe y sociedad, por la enculturación de la fe en la realidad catalana y la presencia de los rasgos cristianos en la
identidad catalana, defendiendo una relación de independencia y colaboración entre identidad catalana e identidad cristiana.
Desde la perspectiva nacionalista el Grup Sant Jordi se sitúa en el polo opuesto al nacionalismo españolista representado hoy
por los cardenales Rouco y Cañizares. En el pasado mes de diciembre de 2006 ha celebrado unas jornadas con el título
“España una, políticamente y religiosamente?” en conmemoración del vigésimo aniversario del documento “Arrels cristianes
de Catalunya”.
“Les arrels cristianes de Catalunya”
El 27 diciembre 1985 los obispos de Catalunya publican “Les arrels cristianes de Catalunya”. Se trata de un documento
pastoral clave acerca del nacionalismo en general y del nacionalismo catalán en particular. Sigue la línea del discurso de Juan
Pablo II en la UNESCO, aplicando a los colectivos el concepto de Derechos Humanos individuales, valorando como
elementos a respetar de todo colectivo la tradición y la cultura, manteniendo viva la diferencia entre Nación y Estado etc.
“Como obispos de la Iglesia de Catalunya, encarnada en este pueblo, damos fe de la realidad nacional de Catalunya, labrada
a lo largo de mil años de historia, y también reclamamos para ella la aplicación del magisterio de la iglesia: lo derechos y
valores culturales de las minorías étnicas dentro de un Estado, de los pueblos y nacionalidades, deben ser respetados e,
incluso, promovidos por los Estados, los cuales de ninguna manera pueden, según derecho y justicia, perseguirlos, destruirlos
o asimilarlos a una cultura mayoritaria. (…) Los pueblos que, como el de Catalunya, tienen conciencia de su historia anterior
a la formación del Estado y mantienen, junto a esta conciencia, una cultura y lengua propias que no son las mayoritarias del
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Estado, guardan viva la convicción que no provienen de la división administrativa de un Estado-Nación, sino que son un
componente con personalidad propia de un Estado plurinacional…”
Concilio Tarraconense
En 1995 se celebra el Concilio Tarraconense o de las Diócesis de Catalunya. El tema nacional se remite al documento citado
“Les arrels cristianes” de 1985. Añade únicamente, que no es poco, que se reconozca en el interior de la Iglesia, los mismos
derechos colectivos que se pide que reconozca la sociedad civil, es decir, la creación de la Conferencia Episcopal de
Catalunya, porque “Las características peculiares de nuestras diócesis catalanas, su común historia y la identidad cultural
como país, piden que estas iglesias se integren en una unidad pastoral ínter diocesana…”.
Pero en la resolución 142 del Concilio, con una formulación más que alambicada, esta petición queda en una pura
recomendación: “El concilio urge que las Iglesias que tienen la sede en Catalunya consigan una comunión ínter diocesana y
una acción pastoral más coordinada y que, después de estudiar las diferentes posibilidades y ventajas, según la legislación
eclesiástica vigente (…) procuren encontrar, de acuerdo con la CEE, la correspondiente solución jurídica en vistas a una
acción evangelizadora y pastoral más eficaz y a una presencia eclesial más significativa en Catalunya, manteniendo la
relación institucional con la CEE”.
Han debido pasar mas de diez años para que al final, entre la humillación y el silencio administrativo, quede prácticamente en
nada. Ya en 1998, el nuncio de la Sta. Sede, Lajos Kada irónicamente había manifestado su escasa simpatía hacia esta petición
“Se trata de algo meramente político, sin contenido”, dijo el 7 de septiembre de 1998 (El Pregó nº.109, 1 octubre 1998) y el 19
de marzo de 2005 Oriol Domingo en La Vanguardia revela que Rouco Varela, en su calidad de Presidente de la CEE había
frenado la tramitación a Roma de esta petición.
Finalmente será aprobada por Roma una devaluada “Región eclesiástica” sin competencias y subordinada a la CEE.
2. En Euskadi
Tensión social y eclesiástica.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco el 13 de julio de 1997 supuso una movilización unánime en contra de ETA. A partir de
entonces las organizaciones y las expresiones en contra de la violencia de ETA aumentaron. Tras su muerte se acuñó el
término Espíritu de Ermua, en recuerdo de su pueblo natal y del que era concejal, que supone la repulsa a cualquier
negociación con ETA que no sea su disolución.
El 12 de septiembre de 1998 se suscribía el acuerdo de Lizarra. Definía la naturaleza política del conflicto y abogaba por una
solución negociada. Fue suscrita por más de veinte colectivos políticos, sindicales y otros organismos sociales como las
Gestoras Pro Amnistía (pro presos y refugiados de ETA), Gogoa (pro derechos humanos) Senideak (pro familiares de presos),
Elkarri (pro la paz a través del diálogo) y por el colectivo Pro Iglesia Vasca, coordinadora de sacerdotes y de comunidades de
cristianos que buscan convertir Euskalerria, como en Catalunya, en una sola unidad pastoral.
Con la mayoría absoluta, de 1999 a 2004, el PP situó a la población española en un estado de crispación permanente: el Plan
Hidrológico o la Guerra de Irak entre otros, fueron objeto de intensísimo debate, pero sobre todo lo fue el terrorismo, por los
continuos atentados de ETA. Por su parte Ibarretxe presentó un Plan de reforma del Estatuto con el propósito de aumentar el
techo competencial de la autonomía. El PP. alimentó la peligrosa senda de indentificar implícitamente nacionalismo con
terrorismo y dio la espalda a una parte importante de la población que pedía diálogo, sobre todo a partir del asesinato de Ernest
Lluch el 21 de diciembre del 2000.
Sustitución en los Obispados de Bilbao y San Sebastián. A principios de enero del 2001, con la sede vacante de Bilbao y la
dimisión de José Mª.Setién en San Sebastián y ante la expectativa de nombramientos, el 5 de enero 226 sacerdotes de Bilbao
firman una carta y el día 13 se organiza por las cuatro diócesis (Vitoria, San Sebastián, Bilbao y Pamplona) una plegaria por la
paz y pidiendo a los obispos que entiendan las necesidades del pueblo vasco. La sustitución de Setién, con casi treinta años al
frente de la diócesis y un claro pensamiento pastoral de comprensión del nacionalismo, era particularmente delicada.
Finalmente se produce el nombramiento de Blázquez para Bilbao y Uriarte para San Sebastián.
Pacto antiterrorista.
Un mes antes, el 12 de diciembre del 2000 PP y PSOE, sin el acuerdo de PNV, de EA y de EB, firmaban el “Acuerdo por las
libertades y contra el terrorismo” o Pacto Antiterrorista, cuyo objetivo fundamental era ilegalizar Batasuna: en una
democracia, un 10 % de la población quedaban paradógicamente sin posible expresión política. Era pues seguir apretando la
tuerca de la lógica represión-violencia. Iban quedando progresivamente alejadas propuestas que se convertirán en emblemas o
condiciones sine-qua-non de cualquier intento de pacificación, por una parte el cumplimiento del Código Penal en el
acercamiento de presos y por otra, el cese de la extorsión de empresarios, atentados a personas y sedes, pacificación de la calle
etc.
El 15 de febrero la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal decía que no firmaba. José Asenjo, portavoz de la CEE
lo justificaba diciendo que “Nuestro parecer es que la Iglesia no debe firmar semejante pacto ni debe aparecer en ningún foro
donde se visibilice la adhesión… porque la naturaleza propia de la Iglesia es de carácter espiritual, religioso y pastoral…”
José Maria Setién, obispo emérito de San Sebastián había dicho “Hecha la lectura desde Euskadi. si la Conferencia se
adhiere, será excluyendo a los obispos vascos, o los obispos vascos tendrán alguna cosa que decir sobre la eficacia
pacificadora de un acuerdo de esta naturaleza”.
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Mariano Rajoy en cambio afirmaba “Tengo que decir con claridad que me ha dolido que los obispos se hayan quitado de en
medio de este tema. No lo entiendo y creo que la CEE debería explicárselo a muchos católicos, sobre todo después de las
declaraciones del señor Setién”. Asimismo Josep Piqué, entonces ministro de Asuntos Exteriores “muchos ciudadanos tienen
la percepción de un déficit de compromiso y de solidaridad con las víctima del terrorismo”.
“Preparemos la Paz”.
Finalmente el 3 de junio del 2002, los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, en una pastoral conjunta titulada
“Preparemos la Paz”, dieron a conocer su preocupación por la ilegalización de Batasuna. Los obispos utilizan un lenguaje
cercano a la comprensión del problema y de las angustias del pueblo vasco. Después de condenar una vez más el terrorismo,
temen que esta medida provoque “consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables” como el deterioro de
la convivencia y una agudización de la división y la confrontación.
En el documento se pide distinguir “nacionalismo” de “terrorismo”. Se indica que ser nacionalista o no serlo es un asunto de
convicciones personales y que cada sensibilidad debe respetar la identidad de las demás “Nadie ha de subestimar las señas
particulares de este país, como son, entre otras, la lengua y la cultura, ni alimentar en su espíritu la sospecha de que la
connivencia con el terrorismo anida al menos de una manera latente e el corazón de un nacionalista”.
En otro apartado señalan que el rechazo al terrorismo se ha hecho más intenso tras el 11-S, pero advierten el riego que se
descompense el binomio “seguridad-Derechos humanos”. Añaden que la sociedad tiene derecho a defenderse del azote
terrorista, pero en ningún caso se debe traspasar el umbral de “los derechos inviolables de las personas”. Y en este sentido,
afirman, “resulta preocupante escuchar voces autorizadas (Amnistía, Gesto por la Paz) que aseguran que no siempre se
respetan debidamente estos límites”.
La Carta Pastoral fue tachada de “inmoral” por el gobierno del PP y provocó que de inmediato Aznar presentara una queja
formal ante el Vaticano y se hicieron gestiones ante la CEE para que, con otro documento, desautorizara la carta de los obispos
vascos.
Sin embargo una amplia mayoría de los curas vascos, 358, se solidarizó con los tres obispos en una Carta dirigida a la CEE en
respuesta a los “ataques que han recibido los obispos de la Comunidad Autónoma Vasca”. Manifiestan su coincidencia con la
postura de los obispos al tiempo que alertan que la “conciencia de pertenecer a un pueblo llamado Euskal Herria se va
afirmando, desarrollando y creciendo cada día, a pesar del entorno estatal poderosamente hostil” y por ello demandan “el
cese de la violencia” y el “reconocimiento de los derechos individuales y colectivos sin excepción”, en alusión al derecho de
autodeterminación, la principal causa del conflicto.
Esta declaración pública provocó un nuevo torbellino político y severas críticas del gobierno Aznar, que acusó a los sacerdotes
de dar cobertura a los violentos antes que a las víctimas, Josep Piqué, ministro de Asuntos Exteriores español la calificó de
“inmoral y contradictoria con los valores de la Iglesia” y el mismo Jesús Caldera, portavoz de los socialistas, criticó la
“ceguera” de los religiosos.
4. “Valoración moral del terrorismo” del 3 de noviembre del 2002
La desautorización de la Pastoral de los obispos vascos prometida por Rouco y Cañizares a Aznar llegó el 3 de noviembre del
2002 con un polémico documento de la CEE con el Título “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y sus
consecuencias”. En los cuatro primeros apartados condena de manera contundente el terrorismo calificando además a ETA
como “estructura de pecado”. En esto había acuerdo entre los obispos. Sin embargo, el último, titulado “El nacionalismo
totalitario, matriz ETA”, produjo un profundo malestar en Catalunya y Euskadi.
El documento tuvo 8 votos en contra, 5 en blanco y dos abstenciones que al parecer procedían de los obispos vascos y
catalanes. En palabras de Mariano Rajoy el gobierno se felicitaba de la “claridad, contundencia y oportunidad del texto de los
obispos que condena el terrorismo y la autodeterminación”, agradecimiento que personalmente expresó el presidente Aznar en
la visita del 3 de diciembre del Cardenal Rouco.
Había habido en primer lugar un grave problema de procedimiento: los obispos de Euskadi no sólo no habían sido consultados
sino que ni tan siquiera se hacía ninguna mención a los documentos que éstos habían elaborado. El Director del “Instituto
Diocesano de Teología y Pastoral” de Bilbao en La Vanguardia (30 de noviembre del 2002) acusaba a la CEE de un “retorno
al nacionalcatolicismo” y el 18 de enero el diario “Deia” publicaba una carta dirigida al Cardenal Rouco firmada por más de
200 sacerdotes vascos afirmando que “la omisión de un magisterio tan antiguo e inequívoco nos parece extraño, injusto y una
falta inequívoca de comunión episcopal” (El Pregó nº. 214, 15 de febrer 2003). Era obvio que se había tratado de corregir la
página a los obispos de Euskadi.
He aquí algunos de los párrafos y un breve comentario:
La presente Instrucción Pastoral no pretende ofrecer un juicio de valor sobre el nacionalismo en general. Nos ceñimos al
juicio moral del nacionalismo totalitario, en la medida en que constituye el trasfondo del terrorismo de ETA (nº.26).
A lo largo de todo el capítulo los obispos suponen que los nacionalismos totalitarios son los periféricos. Se supone en
consecuencia que se está hablando desde el nacionalismo españolista y que éste no es y nunca ha sido totalitario. En el texto
nunca hablan del franquismo como totalitarismo o como tiranía.
Cuando determinadas naciones o realidades nacionales se hallan legítimamente vinculadas por lazos históricos, familiares,
religiosos, culturales y políticos a otras naciones dentro de un mismo Estado no puede decirse que dichas naciones gocen
necesariamente de un derecho a la soberanía política (nº.28).
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Los obispos justifican esta afirmación con una cita de Juan Pablo II. Cita, por otra parte de muy bajo nivel doctrinal, un
discurso al cuerpo diplomático del año 1984. Lo curioso es que, incluso así, manipulan las palabras del papa suprimiendo el
párrafo en el que el papa dice que “estos casos son complejos y muy diversos y cada uno de ellos requiere un juicio diferente”.
Las naciones, aisladamente consideradas, no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su propio destino. (…) Resulta
moralmente inaceptable que las naciones pretendan unilateralmente una configuración política de la propia realidad y, en
concreto, la reclamación de la independencia en virtud de su sola voluntad. (…) La Doctrina Social de la Iglesia reconoce un
derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no en
el de una secesión (nº.29).
Ante afirmaciones tan importantes uno esperaría que los obispos aportaran citas o documentación de la Doctrina Social de la
Iglesia. Nada. Por consiguiente se trata sólo de una opinión discutible, de los redactores. Por otra parte no aporta nada en cómo
debe construirse la paz cuando el problema político es obvio y además ha derivado en violencia.
La pretensión de que a toda nación, por el hecho de serlo, le corresponda el derecho de constituirse en Estado, ignorando las
múltiples relaciones históricamente establecidas entre los pueblos y sometiendo los derechos de las personas a proyectos
nacionales o estatales impuestos de una u otra manera por la fuerza, dan lugar a un nacionalismo totalitario, que es
incompatible con la doctrina católica (nº.33).
De nuevo la perspectiva es la del nacionalismo españolista fundada sobre una visión mitológica de la unidad de España.
Catalunya y Euskadi tienen precisamente la visión que la unidad de España se fraguó con violencia y totalitarismo.
En Catalunya casi todos los obispos fueron distanciándose del texto hasta que el 28 de noviembre emitían un comunicado
conjunto diciendo que seguían considerando “plenamente válido” el documento “Arrels cristianes de Catalunya” de 1985, que
había sido ratificado posteriormente por el Concilio Provincial Tarraconense de 1995. Y más de treinta entidades de Iglesia
emitieron comunicados críticos. Entre ellas, por ejemplo, la Asociación Cristianismo S.XXI, el Colegio de Párrocos de
Barcelona, la Comisión Permanente de la Unión de Religiosos de Catalunya, el Consell Permanent de la Facultat de Teología
de Barcelona (El Pregó nº. 210, 15 desembre 2002). Aparte de los argumentos anteriormente citados, la mayoría de estas
críticas insistían que la función del magisterio de los obispos es el de orientar acerca de los grandes principios y respetar la
libertad de las comunidades en sus decisiones sociales y políticas.
5. A partir de marzo del 2004. Gobierno Zapatero.
A pesar de estas críticas el sector españolista de la Conferencia Episcopal no quedará satisfecho. Volverán a la carga y con
nuevos argumentos (la unidad de España como “bien moral”) a medida que la tensión social va en aumento, sobre todo a partir
del 14 de marzo del 2004 con la pérdida de las elecciones por el PP., por su empecinamiento hasta el último minuto de atribuir
el atentado del 11-M en Atocha a ETA. La población percibió que se quería sacar rendimient electoral de la tragedia.
Plan Ibarretxe.
Con el PSOE en el gobierno, el Parlamento Vasco comienza la discusión de la propuesta de nuevo Estatuto o Plan Ibarretxe.
En pleno debate y antes de su aprobación, en el discurso de la sesión inaugural de la CEE del 17 de noviembre del 2004, es
descalificado moralmente por el cardenal Rouco en calidad de presidente. Al regresar a San Sebastián, el obispo de la diócesis,
Juan Mª.Uriarte, de nuevo se ve en la obligación de distanciarse de Rouco y pide a los “católicos guipuzcoanos” que tengan
como referencia moral el texto “Preparemos la Paz”, de los obispos vascos del 3 de junio del 2002.
El texto “Propuesta de Estatuto Político de la comunidad de Euskadi” es aprobado en la cámara de Vitoria el 30 de diciembre
del 2004, aunque posteriormente seria rechazado por el Parlamento español. El 7 de enero del 2005 la Oficina de Información
de la CEE publicaba una Nota de Prensa titulada “Nación y Nacionalismos” reproduciendo casi íntegramente el apartado
quinto de la Instrucción Pastoral del 3 de noviembre del 2002.
Estatut de Catalunya.
En Catalunya el gobierno tripartito de la Generalitat plantea la reforma del Estatuto. Además del aumento del techo de
competencias y nuevo modelo de financiación, en el preámbulo del Proyecto figuraba la definición de Catalunya como una
nación. Esto significaba un ataque frontal a quienes consideran que sólo España es una nación. El PP desató una virulenta e
insólita ofensiva contra Catalunya que en parte cuajó en el resto del Estado. Se desató el debate acerca de la unidad de España
como un bien moral, se dieron alas al nacionalismo centralista de España, se acusó a Catalunya de insolidaria etc. La
Conferencia Episcopal de nuevo consideraró que debía pronunciarse y lo hizo el 7 de enero del 2005 apelando al documento
de 2002 en el que se condenaba el terrorismo y los nacionalismos “totalitarios” e hicieron públicamente suyas estas posturas
encabezando por primera vez multitudinarias manifestaciones y, sobre todo, a través de la COPE.
La COPE siembra odio
En la primera de las Bases Teóricas de su Ideario (según su propia web "www.cope.es") la cadena COPE declara su razón de
ser: “surgida de las Iglesias diocesanas y de dos órdenes religiosas en España, y asumida después por su CEE, la Cadena se
considera a sí misma como confesionalmente católica y se sitúa, de partida, en el marco de los fines generales de la Iglesia y,
más en concreto, de su presencia evangelizadora en el ámbito de la opinión pública”. Según datos que no han sido
desmentidos, la CEE posee más del 70 % de las participaciones de dicha Cadena.
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En su Ideario, entre otros, aparecen los siguientes compromisos: Servicio a la verdad, con espíritu de convivencia y criterio
independiente. Sus antenas han de estar abiertas a la expresión de otros pareceres, en entrevistas o debates, ... debe darse
siempre un talento democrático y un respeto al pluralismo. Se propiciará siempre el talante conciliador, la convivencia y el
diálogo ... sin sembrar odios ni esparcir gérmenes de división. Se tendrá esmeradamente en cuenta la singularidad de los
pueblos de España…
Sin embargo en estos últimos años han destacado dos de sus programas radiofónicos "La Mañana" y "La Linterna",
conducidos por Federico Jiménez Losantos y César Vidal, respectivamente. En dichos programas, amparados por una peculiar
manera de entender la libertad de expresión, se ha ido configurando una línea y un estilo, lejanos al espíritu cristiano y
contrarios al ideario que la propia cadena suscribe. El libro “Más barbariddes de la COPE” de Álvaro Vioque reproduce una
selección de las expresiones vertidas en estos programas desde el primero de Septiembre de 2005 hasta el trece de Enero de
2006. En el conjunto de estas manifestaciones aparecen como constantes:
Selección de noticias que les proporcionan mejor oportunidad para lanzar sus críticas y opiniones despectivas hacia los que no
piensan como ellos.
Posición descaradamente proclive al Partido Popular y un apoyo desenfrenado hacia el liberalismo, que tratan de traducir
como la virtud de la libertad, apoyando posiciones altamente conservadoras. La coincidencia con los postulados del PP, no
necesariamente en temas que se refieran a la religión sino en temas esencialmente políticos, institucionales, territoriales y de
estrategia electoralista, hacen sospechar un papel partidista inequívoco, contrario a los principios de la Cadena.
Descalificación reiterada del gobierno español y desprecio sistemático de todo lo concerniente a los procesos democráticos,
partidos políticos e instituciones de Catalunya y Euskadi, reconvirtiéndolos en dictaduras, separatismos, represiones,
corrupciones. Las descalificaciones se acompañan de insultos, burlas, ridiculizaciones, comentarios xenófobos y
menosprecios y de un estilo irónico, insultante, sarcástico, ofensivo, despectivo, con una actitud prepotente.
Este comportamiento antievangélico, ha provocado la indignación de diferentes estamentos políticos, sociales y eclesiásticos y
ha sido reiteradamente denunciado tanto por entidades civiles como por multitud de colectivos cristianos que consideran un
escándalo la implicación de la Iglesia: los obispos de Catalunya crearon una emisora alternativa para Catalunya, Radio
ESTEL, pero las quejas de todos los sectores siguieron: en octubre del 2005 la CE Tarraconense, en noviembre la
Conferencia de Abades y Provinciales religiosos reunida en Poblet, Cristianismo y Justicia, en julio del 2006 Cristianismo
SXXI que ha presentado una denuncia ante el Tribunal de la Rota etc.. Nada ha servido de nada. Es ilustrativo que sólo 28 de
los 78 obispos de la CEE se manifestaron favorables a una cambio de orientación (La Vanguardia, 10 de noviembre de 2005).
La mayoría de los obispos siguen defendiendo la posibilidad del insulto en nombre de la libertad.
Valga como muestra las amenazas de Jiménez Losantos contra el colectivo de ecuatorianos por el hecho de que éstos
decidieron participar en la manifestación en Madrid a favor del proceso de Paz después del atentado del 30 de diciembre de
2006 en el aeropuerto de Madrid. "Si ustedes no están por la libertad de España, aquí no hacen nada” “No se dejen
manipular señores ecuatorianos, que se van a manifestar con los comunistas y Pilar Manjón y sin el PP. Y recuerden que las
tres comunidades donde están los ecuatorianos, donde más se les ayuda, son Madrid, Valencia y Murcia son del PP.” O las
de Cristina López Schlichting directora de La Tarde de la COPE que al día siguiente de una entrevista en este programa con el
presidente de la Asociación de Ecuatorianos en la que produjo un agrio debate publica un artículo en La Razón con el título
“Ecuatorianos de m…”
Parece que los obispos han decidido la continuidad de los dos locutores estrella: Federico Jiménez Losantos y César Vidal (El
País, 12 de febrero 2007). Manteniéndoles en los micrófonos en lugar de desautorizarles, más que decir que la COPE siembra
odio debería decirse que los obispos siembran odio a través de la COPE.
6. “Orientaciones morales ante la situación actual de España” del 23 de noviembre de 2006
Habida cuenta de la propuesta de la reforma de los Estatutos, especialmente de los de Euskadi y Catalunya, Cañizares
consideró la necesidad que la CEE se pronunciara sobre la unidad de España. Debería ser la continuación de lo aprobado en la
Pastoral de 2002 sobre el terrorismo y su raíz en los “nacionalismos totalitarios”, con nuevos argumentos, considerando la
unidad de España como un “bien moral”. Cañizares y Rouco lo habían expresado ya en infinidad de ocasiones y ante todos los
medios sociales, religiosos y políticos (Club S.XXI de Madrid el 20 de enero del 2004 frente a la cúpula del PP). Hacía falta
una nueva Instrucción Pastoral que completara la anterior. Una vez más se quería forzar a la CEE a posicionarse a favor de la
posición política del PP. que no cejaba en su actitud belicosa en el parlamento y en la calle.
La CEE convocó una Asamblea Extraordinaria los días 21 y 22 de junio para discutir y aprobar este documento. Pero
previendo su contenido se suscitaron importantes recelos entre la sociedad civil y en la misma CEE y se decidió aplazar el
debate hasta otoño. Además de los prelados de las diócesis catalanas y vascas fueron muchas las voces que se levantaron
contra la posibilidad de un documento episcopal que sancionara la unidad de España como un bien moral. Una treintena de
católicos catalanes, entre los que figuraban obispos, dirigentes religiosos y renombrados políticos criticaron con dureza esta
actitud afirmando que “la supuesta unidad (de España) no es un bien pastoral sino un propuesta política” y que “adoptar
una tesis política, ajena totalmente al Magisterio pontificio, significaría de hecho expulsar a una parte de los católicos que no
comulgan con una visión unitaria y centralista”.
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Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, fue el encargado de redactar o coordinar los trabajos de la nueva redacción.
Finalmente el texto con el título “Orientaciones morales ante la situación actual de España” fue aprobado el 23 de diciembre
con 63 votos a favor, 6 en contra, tres abstenciones y uno nulo. Consta de tres capítulos: Una situación nueva en la Iglesia, una
fuerte oleada de laicismo, Responsabilidad de la Iglesia y de los cristianos y Discernimiento y orientaciones morales. El tema
del nacionalismo, sin duda el asunto que había despertado mayor expectación, queda diluido en esta tercera parte. Parece pues
que se quiso evitar un nuevo documento monográfico acerca del nacionalismo.
El conjunto respira un talante pesimista en relación con el mundo actual, catastrofista ante la modernidad, de añoranza de los
tiempos en los que la Iglesia y la fe tenían una mayor consideración social, en los que los criterios de la Iglesia, sobre todo en
cuestiones de moral eran tenidos en cuenta, rezuma desconfianza respecto del mundo actual. Deja patente la dificultad de
amplios sectores de la Iglesia y en concreto de su Jerarquía para entender estos nuevos signos de los tiempos como algo
positivo y adaptar la Iglesia a la nueva situación del mundo. Además, ante esta progresiva pérdida de relevancia de la fe en la
sociedad, la culpa siempre es de los otros. Como dice el comunicado que emitió el colectivo “Redes Cristianas” sobre este
documento, “No parece que el episcopado haya superado la tentación de confesionalismo nacional-católico en la concepción
del Estado, ni la del dogmatismo uniformizador en el interior de la Iglesia”.
Acerca de la unidad de España como un “bien moral” afortunadamente no se impusieron de manera explícita las tesis de
Rouco y Cañizares. Se define que el papel de la Iglesia no es velar por la unidad española y rechazar otras alternativas, como
tampoco es su papel alinearse con los que proponen estos cambios. La unidad histórica y cultural de España puede ser
manifestada y administrada de muy diferentes maneras. La Iglesia no tiene nada que decir acerca de las diversas fórmulas
políticas posibles. Son los dirigentes políticos y, en último término, los ciudadanos(…) quienes tienen que elegir la forma
concreta del ordenamiento jurídico político más conveniente. Ninguna fórmula política tiene carácter absoluto (…) En todo
caso, habrá de ser respetada siempre la voluntad de todos los ciudadanos afectados, de manera que las minorías no tengan
que sufrir imposiciones o recortes de sus derechos, ni las diferencias puedan degenerar nunca en el desconocimiento de los
derechos de nadie ni en el menosprecio de los muchos bienes comunes que a todos nos enriquecen (72)
Se habla de la necesidad de tener presentes los bienes que ha supuesto la larga convivencia de los pueblos que forman España,
los criterios de solidaridad sobre los que se ha construido la unidad y cómo la religión católica ha supuesto un elemento
importante en el proceso de unidad política. Aparte de que lo obispos no distinguen en la génesis del Estado y de la
nacionalidad española, estos juicios de valor son obviamente opinables puesto que cada pueblo hará una lectura de la historia
según perciba cómo le haya ido la historia en relación con los demás. Afortunadamente la idea de la unidad de España como
un bien moral no se explicita. No se impusieron las tesis de Cañizares.
Pero está latente. En el mismo redactado de la Instrucción, el sólo hecho de dar la solución formulando la pregunta parece que
esté ya de hecho prejuzgando la respuesta. La Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posiciones nacionalistas
que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretendan modificar la unidad política de España. Pero enseña
también que, en este caso, como en cualquier otro, las propuestas nacionalistas deben ser justificadas con referencia al bien
común de toda la población directa o indirectamente afectada. Todos tenemos que hacernos las siguientes preguntas. Si la
coexistencia cultural y política, largamente prolongada, ha producido un entramado de múltiples relaciones familiares,
profesionales, intelectuales, económicas, religiosas y políticas de todo género, ¿qué razones actuales hay que justifiquen la
ruptura de estos vínculos? Es un bien importante poder ser simultáneamente ciudadano, en igualdad de derechos, en
cualquier territorio o en cualquier ciudad del actual Estado español. ¿Sería justo reducir o suprimir estos bienes y derechos
sin que pudiéramos opinar y expresarnos todos los afectados? (73). En entrevistas posteriores Fernando Sebastián ha
manifestado que la unidad de España debe ser considerada como un “bien común” de todos los españoles, un “bien social” y
en consecuencia que romperla es inmoral.
7. Tres posiciones de las relaciones Iglesia-Mundo que se reducen a dos
Parece en definitiva que en la Jerarquía de la Iglesia y en particular en el seno de la Conferencia Episcopal planean tres
opciones en relación con el nacionalismo: la representada de manera emblemática por los cardenales Cañizares y Rouco, la
aparentemente más de centro que podría representar Fernando Sebastián y la que representarían la mayoría de los obispos de
Catalunya y Euskadi. Ya hemos advertido que no es posible aislar las consideraciones acerca del hecho nacional del
planteamiento más general de la relación entre Iglesia y sociedad. La relación que la Jerarquía establece con el poder político,
los privilegios de que goza o espera gozar o las diferentes valoraciones de hechos históricos trascendentales son fruto de
diferentes teologías que a su vez determinan políticas distintas.
Antonio Cañizares, Cardenal primado de Toledo
Sin lugar a dudas Cañizares representa con mayor nitidez la posición del nacionalismo españolista y ha sido quien con mayor
énfasis ha insistido en la unidad de España como “bien moral”. Cañizares se prodiga abundantemente en los medios, de
manera que su visión, enormemente simple de otra parte, ha sido ampliamente difundida.
España “se rompe”. Sus entrevistas son ricas en descripciones más o menos apocalípticas sobre el debate territorial en España.
En una de ellas, en la COPE del 27 de julio del 2006 denunciaba que España “se disgrega”, “se fragmenta”, “se
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deconstruye”. Detrás de este intento de “romper la unidad de España”, lamentaba que hay “un proyecto cultural que supone la
instalación en la sociedad el laicismo como criterio y medida de todo”, un modelo de sociedad “donde Dios no cuente y quede
reducido a la esfera de lo privado”, y este es el proyecto del gobierno socialista. En una entrevista publicada en la revista
Humanitas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, alertó a “las comunidades que pidan o busquen la
autodeterminación” perderán su identidad cristiana y tendrán que buscar otras raíces” porque “quienes promuevan esa deconstrucción tendrán que buscar algo que sea diferenciador, que no podrá ser la fe”.
Cañizares apela de manera reiterada a la historia como hacedora de la unidad. Su referencia primera y fundamental es el III
Concilio de Toledo del año 589. Allí, con el rey godo Leovigildo quedó sellada la unidad espiritual de España, mediante la
conversión al catolicismo de la población arriana. Recaredo fue el primer rey católico, aclamado por los miembros del
concilio como “Conquistador de nuevos pueblos para la Iglesia Católica”. “No habían pasado dos siglos y desgraciadamente
los árabes mahometanos invaden la península. Pero en Covadonga un puñado de cristianos valientes da comienzo a la
“Cruzada que forjó una Patria”. Afirma que el motivo de la Reconquista fue fundamentalmente religioso: recristianizar
España. A esta lucha de ocho siglos pondrá término gloriosamente Isabel la Católica con la toma de Granada y con la
expulsión de los judíos no convertidos, logrando así una plena y perfecta unidad católica. Durante su reinado “el valor de la
salvación de las almas de los súbditos que le habían sido confiados se convierte en la razón principal de su política”.
Autoriza a Cristóbal Colón “para que fuera a las nuevas tierras para la evangelización, que fue la razón final y básica de tal
autorización” (homilía en el Pilar de Zaragoza, 11 octubre 2005), iniciando con ello la gloriosa gesta de la Hispanidad.
Posteriormente, con la aparición del protestantismo, la España del siglo XVI será el gran modelo de fidelidad a la Iglesia en su
lucha contra la herejía. Sin la unidad de los pueblos de España estas grandes empresas no hubieran sido posibles. La derrota
del Islam en Lepanto fue posible porque España era una unidad política. Por eso la España unida se hace acreedora del título
de “nación escogida para ser la espada y el brazo de Dios”. Y así podríamos seguir con las valoraciones que Cañizares hace
de la incorporación de la Corona de Aragón, del sometimiento por la fuerza de Catalunya etc.
Creíamos que la visión manique y mitificada de la historia había terminado con la moderna historiografía. Lo peor de esta
visión no es que sea sectaria, sino su ignorancia e infantilismo.
Más peregrino si cabe es el argumento bíblico: la existencia de España consta en la Biblia. España es una realidad reconocida
en la mismísima Sagrada Escritura. San Pablo, en su Carta a los Romanos, por dos veces, menciona a España (Hispania), al
anunciar un viaje de evangelización (Rom 15:24 y 15:28). En consecuencia, el respeto a la verdad exige reconocer que
España existe desde los tiempos apostólicos. ¿Se habrá llegado en alguna celebración religiosa en las diócesis vascas a
omitir o mutar la palabra "España" cuando haya cumplido leer en un acto religioso la Carta de San Pablo a los Romanos?
Aquellos nacionalismos o separatismos que niegan la existencia de España son moralmente malos, por rechazar una verdad.
Cañizares no se esconde decir, finalmente, que se trata de un bien moral porque ha reportado muchos beneficios a la Iglesia.
Ahora, cuando se ha producido una aceleración vertiginosa del proceso de desmembración territorial se ha planteado la
cuestión de lo que la Iglesia debe a España. El hecho de que España haya sido una unidad, y que esa unidad haya sido puesta
al servicio de los intereses de la Iglesia, ha permitido a ésta logros que, de estar España fragmentada políticamente, hubiesen
sido altamente improbables. Por tanto, la unidad de España, indiscutiblemente, ha sido un bien moral. Ahora, la lectura de
ciertos preceptos de los nuevos Estatutos catalán y andaluz nos revela que el proceso de desmembración parece ir paralelo a
un debilitamiento de la convergencia de las leyes con las exigencias de la moralidad católica. En consecuencia, hoy en día,
podemos afirmar que la unidad de España es un bien moral. En consecuencia, los nacionalismos que pongan en cuestión la
unidad de España son inmorales.
Con este tan “sólido” bagaje intelectual, el Cardenal Cañizares se convierte en martillo de herejes: condena el secularismo de
la sociedad española, defiende la COPE como símbolo de la libertad de expresión, acusa al gobierno español de totalitarismo,
considera que la Iglesia está perseguida, afirma que “estamos en una batalla en la que se intenta despedazar a la Iglesia”,
denuncia el laicismo ideológico del gobierno España, afirma que la enseñanza laica en la escuela pública no es constitucional,
alerta a la sociedad contra los peligros de negociar con ETA después del anuncio del alto el fuego, etc.
Fernando Sebastián, Arzobispo de Pamplona
Lejos del lenguaje carpetovetónico de Cañizares, el de Fernando Sebastián es matizado. Es suya la fórmula de sobre la unidad
de España como “bien común” y las negociaciones para eliminar del documento lo de “bien moral”. En una conferencia dada
en el Seminario de Pamplona al día siguiente de la aprobación del documento, explicaba lo de “bien común” de la siguiente
manera: “el hecho de que hayamos vivido juntos durante siglos es un elemento de bien común”, aseveró antes de advertir que
“esto es una observación práctica, no es dogma de fe, sino que es opinable. Parece que, por haber vivido juntos, todos hemos
recibido, y estamos recibiendo, muchos bienes. Además, hay muchos lazos familiares, culturales, que traspasan las fronteras y
mezclan a unos con otros”. Huye por consiguiente de interpretaciones de la historia contada al modo de vidas ejemplares.
Aunque en el fondo coincide con el criterio de inmoralidad“romperla unilateralmente sería algo inmoral porque cualquier
programa político, nacionalista o no, tiene que justificarse moralmente por razones de bien común”.
Es también más matizada su concepción de las relaciones entre sociedad civil y sociedad política. En una “Carta” que bajo el
título “España, un debate pendiente” publicó el 1 de septiembre del 2006 reitera la necesaria independencia de Estado e Iglesia
“no intentamos atribuirnos ni reclamar una autoridad que no nos corresponde” y en La Gaceta del 8 de noviembre en “La
iglesia católica en España” reitera los mismos conceptos. Sin embargo, a pesar de este lenguaje respetuoso, su análisis de la
sociedad es profundamente desconfiado en relación a los avances de la sociedad civil en política, moral, autonomía en relación
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a tutela de lo religioso, del crecimiento de la liberad. Considera que estos avances se hacen desde el “laicismo”, es decir,
imponiendo a la sociedad una concepción de la vida “como si Dios no existiera”, ve los derechos de los creyentes amenazados
“Yendo al fondo de la cuestión, tenemos que reconocer que lo que se rechaza es la religión misma, en sus elementos
esenciales, diciendo que no es compatible con los valores más apreciados de la vida: la ciencia, la libertad, el bienestar”.
Parece pues que tampoco Fernando Sebastián se encuentra cómodo en esta sociedad progresivamente adulta. En sus
declaraciones, como aparece en el documento de la CEE, del que es el principal autor, se enfrenta laicidad con catolicismo,
avivando así más el fuego de la confrontación. En definitiva, si prescindimos de los problemas de forma, en el fondo la postura
de Fernando Sebastián coincide con la anterior.
Josep Mª. Soler, Abad de Montserrat
El 27 de agosto de 2006, el diario El País publicaba una extensa entrevista con el Abad de Montserrat. Dada su importancia
transcribimos una parte de ella casi sin comentarios. En contraposición con las anteriores, está en la línea del documento de
1985 “Arrels cristianes de Catalunya”, de los documentos de los obispos de Euskadi, con el sentir de los obispos de Catalunya
de este momento y con el sector mayoritario de la iglesia catalana que las recibió como un soplo de aire fresco.
Nacionalcatolicismo y secularización.
Creo que la actitud de beligerancia e intolerancia que mantiene ese sector de la jerarquía es fruto de otros tiempos ya
felizmente superados y quizá tenga que ver con un talante más radical, más… mesetario, diría yo. (…) Pienso que es fácil
percibir que un sector de la jerarquía católica tiene nostalgia del nacionalcatolicismo, sobre todo en ciertos círculos de la
Conferencia Episcopal. (…) Querría creer que tienen miedo a que se pierdan determinados valores, aunque también les
preocupa ver cómo se les va de las manos el poder que tuvieron. Pero creo también que lo que quieren es mantener una
manera determinada de entender España. Y también hay un proceso que a ellos, a la jerarquía católica más conservadora, les
preocupa muchísimo, yo diría que les desborda realmente, que es el proceso de secularización de la sociedad española. (…)
Pero lo que más me preocupa es que esas actitudes de intransigencia son las que determinan a la gente a ignorar lo que
pueda decir la Iglesia a nivel ético, o el tema de la moral sexual, por ejemplo. La Iglesia se resiste a revisar sus criterios
poniéndolos en el contexto de los avances de la ciencia, de la medicina, de la antropología, y yo creo que urge esa reflexión.
Libertad de la Iglesia
Yo creo que es faltar a la verdad decir que la Iglesia está perseguida en España. Se puede decir que es criticada, o ignorada,
pero tiene total libertad para decir lo que quiera, para salir a la calle cuantas veces quiera (que ya lo hace). Lo que la
jerarquía católica no quiere entender es que España ya no es lo que era. Esto, que a algunos nos resulta fácil de comprender,
resulta insoportable para sectores de la Iglesia que no aceptan los cambios democráticos.
En el tema de la COPE, es lamentable que los obispos no tengan el coraje de poner freno a la estrategia de envenenamiento
de la sociedad que llevan a cabo los más destacados colaboradores de la emisora.
Nacionalismo
La jerarquía católica tiene la convicción de que hay que defender lo que ellos llaman la unidad de España, que, según ellos,
los nacionalistas quieren romper. Ellos mantienen que la unidad de España, según ellos la entienden, claro, es un bien moral,
lo cual es absolutamente falso y no tiene base teológica. Pero lo más importante es que, desde mi punto de vista, la Iglesia no
debe quedar identificada con ningún partido concreto, en este caso con el PP como lo está haciendo. Lamentablemente, la
mayoría de obispos creen que los nacionalismos ponen en peligro la unidad de España, y eso no es así.
En cualquier caso, quiero decir, rotundamente, que ese temor a la desunión de España por parte de un amplio sector de la
jerarquía católica, esa ofensiva contra lo catalán que también se hace desde el ámbito de la derecha política, no corresponde
a la realidad ni a lo que siente la inmensa mayoría del pueblo catalán. Tampoco se puede justificar la posición de la jerarquía
católica en el Estatut, que no es en absoluto rupturista.
Las afirmaciones de monseñor Cañizares me han dejado estupefacto. Además de no tener la más mínima apoyatura teológica,
contradicen la propia identidad de Cataluña, de su historia. Es cierto que el cristianismo es unidad, pero unidad de fe, en la
solidaridad. ¡Pero no hace falta que sea una unidad política, porque entonces tendríamos que hacer con todos los católicos
del mundo un solo Estado!
Es verdad que Montserrat ha pasado por ser, en el imaginario popular, un referente del nacionalismo, (…) pero equiparar
Montserrat a nacionalismo es una visión reduccionista. Como todo monasterio benedictino, Montserrat está muy enraizado en
la cultura catalana y su lengua, pero no en contraposición o en confrontación con otras cosas.
A modo de conclusión.
El nacionalismo españolista está en auge. Impuesto por las armas y el báculo tanto en un pasado lejano como en el pasado
reciente, vuelve a estar presente en nuestra vida social. Y hoy se plantea, como entonces, en conflicto con los nacionalismos
periféricos. Con la salvedad que el nacionalismo españolista, por la fuerza de las armas y el báculo, ha tenido antaño las de
ganar y los nacionalismos periféricos han debido siempre situarse a la defensiva. Por razones de Estado, de hechos
consumados y de estrategia política el nacionalismo españolista se considera el único, el verdadero. Armas y báculo se dan la
mano, se necesitan mutuamente.
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Toda cuestión política que haga referencia a valores trascendentales tiene algo de religión. Lo sagrado no abandona nunca el
hecho político, lo sigue como una sombra y a menudo impregna su legitimación. Y si estos valores se imponen como valores
únicos y absolutos, la política toma características de fundamentalismo. El carácter de verdad absoluta que el fundamentalismo
político atribuye a sus verdades particulares, pone de manifiesto el continuo tránsito de conceptos teológicos al ámbito de lo
político. En el documento de los obispos del año 2002 acerca del terrorismo se afirma que todo nacionalismo tiene algo de
fundamentalismo en tanto que pretende instalase en la verdad absoluta. Lógicamente esto también ocurre con el nacionalismo
españolista, igual que ocurrió con el nacionalcatolicismo.
En tanto que fundamentalismos, ni el nacionalismo españolista ni el nacionalcatolicismo tienen necesidad de conectar con el
pensamiento, con la cultura, no tiene necesidad de entrar en el debate de las ideas. Para qué, si ya tiene la verdad absoluta. Por
eso se puede permitir el lujo de ser ignorante. Pero tampoco tiene necesidad de conectar con la realidad presente, en el proceso
siempre cambiante de la historia. Para qué, si ya tiene la verdad absoluta. Por eso se puede permitir el lujo de vivir de espaldas
a la gente, a sus deseos o necesidades. Si hay contradicción entre la verdad eterna y la realidad, la culpa es siempre de la
realidad que no sabe adaptase a la verdad eterna. De manera cambiante, según la ocasión, la culpa la tendrá el laicismo, el
marxismo, la revolución, la ciencia, la bioética, el comunismo, el consumismo, los nacionalismos periféricos. Nunca la tendrá
el fundamentalista, portador de verdades eternas.
Los ideólogos del franquismo sabían la enorme relevancia política de la identidad católica en la concepción de España como
estado unitario. Y el nacionalcatolicismo legitimó, a cambio de privilegios, la política de dominación y el modelo centralista
del estado franquista. Por eso, para ambos, para la política centralista y para la Jerarquía españolista, la incuestionable unidad
católica de España no es vista sólo como un hecho histórico sino como una esencia permanente. Además, para la Iglesia
institucional es más cómodo vivir en un estado confesionalmente católico o, por o menos, que la reconozca como interlocutor
singular.
Para el nacionalismo españolista la consideración de España como un país laico supone afrontar el riesgo de desmembración
política. Por ello se proclama la necesidad de una nueva Cruzada para salvar de nuevo a España. Que hoy la Jerarquía de la
Conferencia Episcopal Española, en lugar de tender puentes y diálogo, haya tomado partido por el centralismo españolista,
ahondando la división en la sociedad española en general y en particular en Euskadi sólo puede entenderse desde la
consideración de su verdad eterna y venida de lo alto, desde el fundamentalismo. Lo malo del caso es que hoy a la mayoría de
la gente, desde su laicismo real, no se rigen ya por criterios de las verdades absolutas. Dicho de otro modo, en nuestra sociedad
adulta los Isidro Gomá “por Dios y por España” ya no son posibles. Ha sido tanto el abuso que se ha hecho de la imposición de
“verdad eterna” en el terreno de la moral, en lo ideológico, en lo político, en lo económico, que las recomendaciones de la
Jerarquía hoy no son escuchadas, ni siquiera en el terreno que seria el suyo propio, el de la espiritualidad.
Sin embargo la presencia de los obispos en la calle, en las manifestaciones de la ultraderecha a favor del nacionalismo
españolista o en contra del diálogo, reclamando mayores derechos para sí y negando otros derechos a otros, contrastando con
su clamorosa ausencia en manifestaciones ante el tema de la pobreza, marginación, immigración o violencia doméstica,
enervan a una parte importante de la población y puede activar el histórico anticlericalismo larvado de la sociedad española.
Jaume Botey Vallés
15 de enero de 2007
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