Centro, periferia y extinción Homenaje a Alfredo Deaño. El Panorama Actual de la Lógica 25 años después. 7 de mayo de 2003. A. Un prometedor inicio. 1. La opción estratégica de A. Deaño. Este breve estudio del paso de la Lógica a través del panorama curricular español toma como punto de partida un texto póstumo de A. Deaño, Las Concepciones de la Lógica, Taurus, Madrid 1980, compuesto originalmente como memoria de las oposiciones a las que su autor concurriera pocos años antes de su muerte (¿1978?). Todos sabemos de las indudables esclavitudes del género, pero una vez tenido esto en cuenta, su estudio se convierte en un documento histórico de considerable valor, tanto más si se considera como la declaración de intenciones –manifiestas o veladas- de un hombre seguramente destinado a desempeñar un papel fundamental en la interpretación del lugar de la Lógica en la formación superior en nuestro país. Es significativo que una memoria de oposición, género supuestamente destinado a mostrar las decisiones que su autor adopta con respecto a los distintos aspectos y contenidos de la materia de la que versa, se convierta en una discusión erudita acerca de la actitud que la Lógica debe adoptar frente a la Filosofía. Ello sólo se puede interpretar como la respuesta de Deaño ante lo que en ese momento es una cuestión del máximo interés: establecer el estatuto por el cual la moderna Lógica va a fijar su existencia dentro del currículum de la Licenciatura de Filosofía. Pero es más sorprendente que casi 25 años después un trabajo destinado al mismo fin –una memoria de oposición, en esta ocasión la mía- comience con una sección que lleva por título El problema de la Lógica en la Licenciatura de Filosofía. Es imposible abordar un estudio como el que ahora me planteo que no aprecie la evidencia de este hecho: 25 años de convivencia no han servido para lograr que la Lógica encuentre un lugar al sol dentro de la formación que un filósofo recibe, llegando, como pronto veremos, a agravar lo que en su día fue un difícil, pero esperanzador punto de partida. Básicamente hay tres formas –con muchos matices- de entender la relación entre la Lógica y la Filosofía. La Lógica puede ser concebida como una parte, quizá especial o periférica de la Matemática, desgajada hace tiempo –al adquirir un estatuto científico gracias a su matematización- del tronco común de la Filosofía pero que posee, no obstante, un indudable valor para ésta última como herramienta de análisis del razonamiento. En el extremo contrario encontraríamos una Lógica, mal llamada filosófica, continuadora de la tradición aristotélica y destinada al análisis de las herramientas conceptuales del pensamiento abstracto. Su vigencia en nuestro país en los años en que escribe Deaño era ya reducida y en la actualidad es una mera anécdota. En medio de estas posiciones quedaría la defendida por Deaño. La Lógica sería ante todo una Lógica Matemática dotada, por tanto, de un estatuto científico, más un plus filosófico cuya intensidad puede variar de unas escuelas a otras. Ese plus capaz de salvar y justificar la presencia de esta materia en el corpus filosófico se apreciaría en una reflexión sobre sus propios conceptos y en la selección de sus principales objetivos y problemas. La opción de Deaño consiste en cargar filosóficamente –son sus palabras- la Lógica tanto como sea posible sin asumir responsabilidades ontológicas difíciles de mantener en la práctica. Es esta opción la que explica que su obra resulte, a lo largo de muchas páginas, un análisis erudito de las distintas concepciones que desde la Filosofía se ha tenido de la Lógica. La introducción de considerable terminología nueva, como la que se expone en la división principal entre concepciones jorísticas y concepciones paratácticas, indica la intención del autor de establecer un nuevo marco de referencia en el que aclarar en el futuro este tipo de cuestiones. La constatable falta de vigencia de estas categorías, y de otras de similar factura, indican la falta de continuidad de este proyecto. El largo ir y venir de Deaño a través de la tradición filosófica reciente y antigua le permite detenerse en un punto que a mi juicio tiene valor mucho más allá de lo que es su contenido teórico. Deaño ve representada su opción acerca del correcto lugar de la Lógica en una interpretación trascendental de la misma afín a la que Wittgenstein expone en el Tractatus. No creo que nada de esto sea del todo independiente del contexto histórico concreto en que el autor se desenvuelve. Se trata, o así lo veo desde mis propias ansiedades, de fijar para la Lógica un punto de partida inobjetable para el filósofo escéptico que, a su vez, garantice una cierta posición de ventaja para la propia Lógica, tanto en su relación con la Filosofía, como en su relación con lo que ahora son las materias con que comparte su destino académico–las integradas en el Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia.- Wittgenstein tiene un pedigrí filosófico que nadie puede poner en cuestión, siendo a su vez, uno de los padres fundadores de la corriente analítica de pensamiento –primitiva articuladora de los estudios tanto de Filosofía del Lenguaje como de Filosofía de la Ciencia-. Su personalidad arrolladora y su ajetreada biografía tampoco dejan impávido a nadie. Deaño pretende, pues, lograr una posición central para la Lógica dentro de la corriente analítica y dentro también de cualquier expresión racional del pensamiento filosófico –aunque admite la existencia de otros géneros de racionalidad en los que la Lógica no tendría vigencia-. La Lógica es tanto más Filosofía cuanto más se le permite actuar como tribunal de la razón, tarea que desempeña con más acierto, cuanto más matemática y formal es su estructura. Vistas así las cosas, no es difícil entender que el filosofo tradicional o canónico siempre viera en esta interpretación del pacto entre Filosofía y Lógica el riesgo de dejar entrar en su ciudad un peligroso caballo de Troya dispuesto, en realidad, a conquistar para sí el propio reino de la Filosofía. Esta interpretación permite entender las razones por las que el paso del tiempo no ha aliviado en nada las tensiones existentes entre Lógica y Filosofía. De hecho, es una seña de identidad de la implantación de la Lógica en nuestro país el haber sostenido desde un principio una posición de tensión con escuelas filosóficas presuntamente más cercanas al núcleo duro de la Filosofía. La frecuencia con la que encontramos Departamentos de Lógica y Filosofía de la Ciencia –en alianzas de convenienciaenfrentados a Departamentos de Filosofía indica que estamos ante una tensión que no sólo se juega en el nivel de las buenas razones –en realidad, hecho de menos un debate cuya existencia habría servido para establecer puentes que hoy en día no existen-. Llegados a este punto no puedo dejar de preguntarme qué habría sucedido si Deaño hubiera llegado a desarrollar por extenso las ideas que se desprenden de su memoria de oposición. ¿Habría favorecido la tendencia centrífuga de la Lógica con respecto a la Filosofía? ¿Habría apoyado la formación de Departamentos de Lógica dejando el uso del término Filosofía en manos de entidades con ese mismo nombre, o habría visto en ello un peligroso vaciado del contenido filosófico que él reclama para la Lógica? ¿Habría bastado su influencia y personalidad para que las cosas hubieran sido de otro modo? ¿Habría deseado, de hecho, que fueran de otro modo? Conviene recordar que la reflexión que Deaño hace explícita entraña al menos un compromiso abierto y sincero con el devenir de la Filosofía, opción que otros lógicos nunca llegaron a aceptar. La escuela que ve en la Lógica una disciplina enteramente matemática que, por ciertos avatares históricos, se imparte a filósofos, ha tenido, y aún tiene, cierta vigencia en nuestro país. Este no es el lugar ni el momento de entrar a juzgar sus méritos, pero resulta evidente lo que el filósofo puede llegar a ver en ello. Lo que antes era recelo se convierte ahora en una reacción de legítima defensa ante lo que sin duda le parece un acto de invasión destinado a fundar en el país de Sofía una provincia de la Matemática. 2. Algunas cosas siguieron otro rumbo Es evidente que el estudio de la obra de Deaño tiene para todos nosotros un fuerte componente personal. En mi caso esto se traduce en una serie de preguntas bastante concretas: ¿cómo habría sido mi contacto con la Lógica si Deaño hubiera sido el representante de esta disciplina en la Universidad Autónoma? ¿Habría llegado a interesarme por ella del mismo modo que lo hice en su ausencia? ¿Qué temas se habrían estudiado? ¿Hacia qué problemas se habría orientado nuestro interés? Como es evidente la respuesta a estas preguntas es en la práctica pura especulación. No obstante, sí que es posible entresacar de la lectura de las Concepciones de la Lógica algunas opiniones que indican diferencias con lo que luego ha sido la evolución de la disciplina de la Lógica en nuestro país. Las páginas dedicadas al estudio de la oposición entre una concepción de la Lógica como un sistema de leyes o como un sistema de reglas indica el valor que Deaño concede a este asunto y que no es, ni mucho menos, el que en la actualidad tiene, o incluso, el que ya tenía entonces en otros medios. Tengo la impresión de hallarme en este caso ante un problema local generado por las circunstancias concretas en que Deaño tiene que defender el contenido filosófico de la Lógica. El uso de reglas supone, en su opinión, admitir una disminución de la tensión filosófica existente en el ejercicio de la Lógica y se halla ligado a las concepciones que este autor denomina paratácticas. Su deseo de cargar filosóficamente la Lógica, de dotarla de un contenido material y no sólo instrumental, hace que Deaño vea en las leyes el medio de dotar de respetabilidad filosófica y epistemológica el objetivo de la Lógica, a saber, la descripción de la constitución del sujeto trascendental. Pero ello le obliga a adoptar algunas actitudes digamos, extrañas, ante el equilibrio realmente existente entre lo que ahora –y antes- se denominan sistemas hilbertianos o axiomáticos y sistemas gentzenianos o de reglas. Así admite que toda regla es, en presencia del Teorema de Deducción, expresable como una ley y que toda ley da lugar a una regla gracias en esta ocasión a la completitud. Mezcla aquí la equivalencia global entre la demostrabilidad y derivabilidad en ambos tipos de cálculos con una correspondencia uno a uno entre leyes y reglas, actitud que puede llevar a dificultades de cierta consideración: ¿qué reglas generan los teoremas cuyas constantes lógicas principales no son el condicional? A esto hay que añadir el extraño papel que la completitud del cálculo desempeña en el equilibrio entre reglas y leyes y que creo que requeriría mucha más explicación. Y aquí mi pregunta es, ¿habría sido capaz Deaño de generar en torno a este problema y su presumible evolución un tópico local capaz de dotar de señas propias a la Lógica española? Como ya he dicho, el modo en que esta distinción se aborda en la actualidad difiere sustancialmente del que propone Deaño. Para nosotros no se contraen especiales compromisos filosóficos con esta elección, dependiendo su resultado del contexto en el cual se pretende realizar una investigación o exposición concretas. Me pregunto igualmente si Deaño hubiera intentado –ya vemos que en su manual sigue otra línea- dar prioridad a las presentaciones axiomáticas de la Lógica, o a Lógicas con presentaciones axiomáticas plausibles, en contra de lo que ha sido la evolución real de este equilibrio en nuestro país. Otro aspecto llamativo de su visión de la Lógica es la concepción continuista de su historia. En la actualidad cualquier introducción a esta disciplina empieza advirtiendo de la existencia de al menos dos grandes etapas en su desarrollo. Una anterior a Frege y Boole, marcada por la vigencia de la Silogística Aristotélica y otra que se sigue de la obra de estos autores y que configura la ciencia que hoy conocemos. Esto supone admitir un cambio de tópico tanto como un cambio de lenguaje admitiendo así una genuina refundación en la que se conserva poco más que ciertos objetivos básicos. Ni el aparato conceptual, ni las herramientas serían, en cualquier caso, las mismas. Para Deaño existe, sin embargo, una continuidad esencial entre ambas etapas por lo que hace al tópico admitiendo, claro está, que el rasgo distintivo de la moderna Lógica consiste en el carácter simbólico que adquiere al adoptar las maneras de la matemática. Ya no se trata sólo de que Deaño muestre una actitud extrañamente continuista por lo que refiere al contenido concreto de la Lógica, sino que lo hace en contra de la corriente generalizada que desde hacía décadas era imperante en Filosofía de la Ciencia. Esto me lleva a la siguiente pregunta: ¿se hubiera mantenido la Silogística en los planes de estudio como una parte especial de la Lógica moderna?, y también, ¿hubiéramos estudiado como parte de la propia Lógica episodios que hoy entendemos dentro de lo que propiamente es el análisis de su historia? Esta concepción continuista de la historia de la Lógica se explica en parte por la posición que Deaño otorga a esta disciplina en el orden de los saberes. Como máxima expresión de la tarea crítica de la razón, la Lógica ocupa el centro de una estructura entorno a la cual se organizan el resto de las disciplinas. Esta es la causa de que su evolución se vea poco sometida a los cambios bruscos que afectan con mayor dureza a las ciencias que más se alejan de este centro hipotético. Esta es, al menos, la explicación que el propio Deaño ofrece para su peculiar posición en este asunto. Si descendemos a un plano más concreto, vemos cómo la tesis de la centralidad de la Lógica o lo que es lo mismo de su indispensabilidad para el resto de las ciencias o saberes positivos, ha dejado en la constitución del Área de conocimiento en que se integra –Lógica y Filosofía de la Ciencia- una impronta fácil de reconocer. La Lógica es la ciencia que se encuentra antes que nada y por encima de todo. Esta concepción es coherente con su posición curricular: la Lógica se debe cursar antes que la Filosofía de la Ciencia y del Lenguaje siendo relativamente independiente de la Historia de la Ciencia. Esta especie de excelencia congénita ha proporcionado al Lógico una posición de ventaja similar a la que la vieja aristocracia creía disfrutar en la sociedad burguesa. La indispensabilidad de la Lógica para el desarrollo de los estudios de Filosofía de la Ciencia y del Lenguaje fue un hecho real dentro de un cierto periodo histórico e intelectual: aquel en el que imperan las directrices básicas del empirismo lógico. Cuando esta corriente entra en decadencia dando paso a tendencias menos logicistas, el papel de la Lógica cambia a ojos de todos, salvo, tal vez para los del propio lógico. El giro historicista en Filosofía de la Ciencia da paso a una vía en la que la pertinencia de la Lógica es cada vez menor. Salvo el estructuralismo, no hay en la actualidad ninguna escuela que vea en la Lógica una herramienta a tener en cuenta –aunque quizá no se admita de forma tan abierta-. El caso de la Filosofía del Lenguaje no es nada distinto, por lo que no añadiré aquí ni un punto más. La pretendida prioridad de la Lógica ante sus compañeros de viaje es, hoy en día, un claro vestigio del pasado sostenido más como ilusión que como una realidad tangible. No hay aspecto relevante en el aprendizaje de los contenidos de estas disciplinas en las que el alumno haga un uso real de los recursos lógicos aprendidos a tal fin. Así las cosas, la tarea del lógico dentro del Área puede llegar a ser vista por la mayoría de su entorno más como un estorbo que como un peaje útil para otros fines. Al hablar así apelo a una cierta sensación ambiente por la cual la Lógica es más un factor disuasorio que es preciso contrarrestar que un atractivo a sumar a los haberes de Área. La tesis de la centralidad de la Lógica –si se nos permite bautizarla así- no es, como ya he dicho, una actitud promovida sólo por Deaño. Formaba, y hasta cierto punto forma parte, de una especie de concepción tradicional o heredada acerca de cuál deba ser su relación con otras materias próximas. Lo sustantivo en el caso de Deaño es la robustez filosófica de su posición, sustituida las más de las veces por discusiones más próximas a la política académica que al debate teórico. Me pregunto pues, cuál habría sido la actitud de este autor al constatar el progresivo paso de la Lógica del centro a la periferia a lo largo de estos últimos años. ¿Habría sabido ofrecer lugares adecuados para la colaboración entre las distintas ramas del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia? ¿Habríamos podido disponer de una oferta docente que transitara en diagonal a través de todas sus especialidades? ¿Se habría conseguido promover proyectos de investigación que resultaran interdisciplinares más allá de la pura retórica universitaria? Si he de ser sincero pienso que en este punto, su presencia sí que podría haber llegado a alterar significativamente la historia real de los acontecimientos. Quiero dirigir ahora mi atención a ciertos aspectos de la organización de la docencia de la Lógica en el currículo de Filosofía. Pienso en concreto en la elección de la noción de lenguaje formal como criterio en torno al cual articular los cortes –asignaturasque recorren la docencia de esta materia. Concebir la Lógica como una ciencia que se organiza fundamentalmente entorno a la creación de lenguajes formales y a la cual le convienen, por tanto, las mismas herramientas conceptuales que proceden en el estudio de cualesquiera otras manifestaciones lingüísticas constituye una doctrina fuertemente arraigada en nuestro país –a ella me he referido en otro lugar y de forma más prolija, bajo la denominación de metáfora lingüística.- En el caso de Deaño esto se manifiesta al reconocer que la Lógica se divide en Lógica de Enunciados, Lógica de Predicados de Primer Orden, y Lógica Superior, dejando un apartado para la presencia de ciertas Lógicas No-Clásicas. No puedo decir que esta interpretación de la estructura interna de la Lógica constituya un hecho diferencial identificable en la forma en que su docencia se llega a implantar en nuestro país. Soy consciente de que Deaño atribuye esta división a ciertos manuales de reconocido prestigio asumiéndola en el suyo propio. Lo que sí me interesa destacar es que contribuye a fijar como elección canónica –solidificada luego en los sucesivos planes de estudios- lo que sólo era una opción entre otras, y no, quizá, la más fácil o conveniente. La insistencia en atar la docencia de la Lógica a la exposición de distintos lenguajes produce el efecto de orientar su uso hacia la formalización de teorías y no hacia el ideal crítico que el propio Deaño abraza explícitamente. No creo, en definitiva, que esta elección sea la más coherente con una concepción de la Lógica que intenta acercarla más a los objetivos de una epistemología racional que a los de una herramienta de análisis del discurso científico y filosófico. Este último fin, concebido más bien como un intento de sacar partido a su estructura docente real, es responsable de muchos de los males por lo que hoy nos vemos obligados a pagar un alto precio. La insostenibilidad de este esquema se aprecia, por otra parte, en el poco éxito que ha tenido en la formación superior en Lógica. Según el plan previsto, ésta se debería iniciar por la exposición de los Lenguajes de Orden Superior, para pasar de ahí a las Lógicas No-Clásicas. La escasa pertinencia filosófica que es posible obtener de la Lógica de Orden Superior ha llevado a que esta línea sólo se mantenga en sectores orientados casi en exclusiva al trato con la comunidad matemática. Me pregunto si Deaño se hubiera atrevido a mantener este modelo y qué hubiera pensado al constatar su fracaso. Me pregunto también cómo se debería integrar en este marco la docencia de aquellas Lógicas No-Clásicas que no cambian de lenguaje, ¿serían bien recibidas, o se trataría más bien de estudiar sistemas que, como la Lógica Modal, son genuinas extensiones? Deaño no aclara demasiado a este respecto. Este último comentario me sirve para abordar otro de los componentes de su concepción que el paso del tiempo parece haber convertido en un extraño anacronismo. Dicho esto además sin ánimo de crítica ya que el comentario de la obra de Deaño es ante todo, un ensayo de arqueología de la Lógica al que quizá deberíamos haber prestado atención mucho antes. Pienso ahora en la adopción de una actitud monista ante la variada oferta de sistemas formales existente en el mercado. Deaño cree en la existencia de una Lógica correcta que su conocimiento de las Lógicas llamadas divergentes o alternativas, no le permite situar en ningún sistema concreto, pero que cree ver en la comunidad de medios, objetivos y técnicas que se da en todos ellos. Se trata de una especie de monismo metodológico o de intenciones consecuencia de su opción filosófica general. Una concepción de la Lógica que hace de ella la descripción de las leyes por la que se constituye el sujeto trascendental se ve obligada, en cierto modo, a ser monista. En la actualidad cuesta trabajo siquiera encontrar un modo adecuado de abordar esta cuestión. La profusión de lógicas no-clásicas hace ya mucho que dejó de ser el problema para dar paso a otro de mayor alcance: ¿qué tipo de rasgos deben exigirse a un sistema para ser calificado como un sistema formal genuino? No parece haber acuerdo alguno en este punto. ¿Podría haber mantenido Deaño su concepción monista ante una dispersión del tópico de la cuantía que ahora experimentamos? ¿Podría, en consecuencia, haber mantenido su interpretación trascendental del cometido de la Lógica? De todos los asuntos que he tratado hasta el momento, este es, posiblemente, el que posee un mayor alcance filosófico ya que atañe al núcleo mismo de sus preocupaciones. No me cuesta mucho aceptar mi simpatía hacia la actitud que Deaño tiene ante la empresa de la Lógica. La Lógica que conocemos, la moderna Lógica matemática, no es la herramienta de análisis del discurso filosófico que la historia de los acontecimientos nos ha obligado a creer que es. Y lo que es peor, no es la herramienta que nos hemos visto obligados a explicar y cuyo valor hemos tenido que sostener ante nuestros alumnos. Soy de los que creen que la Lógica moderna muestra sus mayores logros en el marco general de la epistemología pero no al modo en que Deaño considera esto posible. Su dependencia de la metáfora lingüística hace que esta tarea se encuentre excesivamente ligada a los aspectos concretos de este o aquel cálculo no llegándose así a establecer la requerida distancia con el problema de la existencia de una lógica –sistema formal- correcta. Me cuesta algo de trabajo entender el tipo de tarea que le hubiera esperado a una Lógica entendida al modo de Deaño sin acudir directamente a la exposición de los grandes teoremas de caracterización y limitación que dan cuerpo a las distintas ramas de la Metateoría de la Lógica. Pero si algo está claro a lo largo de su trayectoria es que Deaño no cree que estos contenidos puedan asumir ese papel. Su interpretación del lugar e incumbencia de la metateoría de la Lógica para la propia Lógica es un asunto difícil de evaluar y no entraré en ello aquí. Las únicas pistas que Deaño deja a este respecto se ofrecen al ilustrar la diferencia que él encuentra entre cuestiones técnicas , conceptuales y trascendentales referidas al ejercicio de la Lógica –op. Cit. P. 343.- La metateoría parece caer en un peldaño anterior incluso al nivel técnico, ya que ahí se problematiza, por ejemplo, la relación existente entre las pruebas de completitud tipo Henkin y la original de Gödel. Las cuestiones conceptuales parecen tratar sobre diversos problemas de aplicación de los distintos lenguajes formales al análisis del discurso científico y filosófico, mientras que las cuestiones de tipo trascendental serían aquellas que, como las analizadas en su obra, se refirieren al lugar de la Lógica, o a la pluralidad de lógicas, o al estatuto filosófico de la Lógica. Poco se puede concluir de todo ello, salvo tal vez la impresión de que el vasto objetivo de Deaño podría llegar a parecerse bastante al intento de extraer la mayor cantidad posible de consecuencias filosóficas de la exposición de distintos lenguajes formales y de las decisiones que llevan a su construcción. Se trataría de algo que en ocasiones hemos visto bajo el alcance de disciplinas como la Filosofía de la Lógica u otras de similar orientación. ¿Habría sido este el contenido de los cursos de Lógica superior de haber permanecido Deaño entre nosotros? ¿Se habría conseguido con ello una mayor pertinencia y atractivo de nuestra docencia ante la comunidad filosófica? ¿Se habrían hallado por esta vía problemas capaces de mantener unidas y en contacto real las distintas materias que integran el Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia? Como es obvio, no podemos responder a ello. Y quizá tampoco vayamos a tener la ocasión de hallar nuestras propias soluciones a estos problemas porque para entonces es muy posible que ya no tengamos que enfrentarnos a ellos, sino a otros de muy distinto jaez. B. Tal y como son las cosas Una de las mejores formas que conozco de evaluar la herencia de Deaño y juzgar de paso la situación real ante la que nos encontramos es adquirir una amplia información acerca del contexto en que se desenvuelve la docencia superior de la Lógica en nuestro país. Sin pretender ser exhaustivo, lo que sigue es un análisis de los datos que se desprenden de los currículos de 32 universidades del Estado. De este estudio se han excluido tan sólo las universidades de tipo técnico y las privadas de reciente creación cuya oferta docente no parece afectarnos en modo alguno. Básicamente hay dos problemas que deberían ser analizados a la luz de los datos: la presencia de la Lógica en los currículos de Filosofía, y su relación con la oferta del resto de materias que se integran en el Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia. No obstante, y para no aburrir con el detalle, emprenderé esta tarea de forma conjunta. 1. La aparición de la licenciatura de Humanidades. Hasta hace algunos años, los únicos encargos asignados al Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia provenían casi en su totalidad de su implicación en el título de Filosofía –posteriomente habrá que contar también con la Lógica y Filosofía del Lenguaje que se imparte como materia troncal en la licenciatura de Lingüística (Licenciatura de 2º ciclo)-. La implantación de la Licenciatura de Humanidades en muchas de las universidades de nueva creación ha hecho que aparezca un nuevo nicho que ya no puede ser considerado como una mera anécdota. Téngase en cuenta que de los 32 centros examinados 21 ofrecen el título de Filosofía, mientras que los 11 restantes optan por la Licenciatura de Humanidades –una tercera parte-. Si tenemos en cuenta que este título tiende a ser interpretado como una especie de resumen o quintaesencia de los estudios de humanidades que otros centros distribuyen en numerosas licenciaturas, su valor como indicador de tendencias futuras puede llegar a ser muy considerable. La existencia de etiquetas muy genéricas que cada universidad adapta de modo distinto hace difícil en ocasiones interpretar cuándo se está ante una materia directamente impuesta por la normativa oficial y cuándo ante una materia que el propio centro considera obligatorio en su título. No obstante, lo que sí parece claro es que el primer lugar en el que los estudiantes de Humanidades entran en contacto con alguno de los problemas que caracterizan nuestra Área de conocimiento es la Historia del pensamiento filosófico y científico, asignatura troncal de primeros cursos de Humanidades. La generalidad de la denominación sirve para situarnos bien ante el tipo de formación que se ofrece en esta licenciatura. En este caso, como en los restantes, no parece haber obligación legal de hacer intervenir en su docencia a un especialista del Área, hecho que debemos tener en cuenta en todo momento. Pero la materia que más directamente nos afecta tiene que ver, sin embargo, con los contenidos de lo que durante los últimos años se ha denominado Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad. De todas las materias del Área parece ser esta la que mejor acogida ha encontrado en la Licenciatura de Humanidades. Conviene indicar, no obstante, que, en general, no estamos ante asignaturas de tipo optativo, sino ante una oferta obligatoria que no permite sacar conclusiones acerca su popularidad entre el alumnado. En este apartado entrarían la Historia de la Ciencia y la Tecnología de la Carlos III, la Filosofía de la Ciencia y la Tecnología de la Coruña, o incluso la Filosofía de la Naturaleza y Teoría del Conocimiento Científico-Técnico de Huelva. Como se aprecia fácilmente, hay en todos estos casos un intento de adaptar denominaciones y contenidos a las circunstancias concretas de cada centro y nos atreveríamos a decir que de cada docente. Al no tratarse de materias asignadas a especialistas del Área hay que admitir interpretaciones a lo largo de un abanico de opciones realmente amplio. Dentro de esta norma existen algunas excepciones como la Lógica de la Carlos III o la Lógica y Teoría de la Argumentación de Alicante, ambas obligatorias. Esta opción difiere de la mayoritaria y mi impresión es que tiende a desaparecer. Si intentamos apreciar qué sucede en el dominio de las optativas, lo que encontramos es un interés comparativamente alto por materias ligadas a la Filosofía de Lenguaje y ello en un contexto en el que no hay apenas ninguna posibilidad de especializarse coherentemente en temas de Filosofía. La única excepción la ofrece la Pompeu Fabra con un itinerario de Pensamiento. La Filosofía del Lenguaje de Almería o la Coruña y el Lenguaje y Pensamiento de Alicante son casos relevantes en este sentido. Creo que hay tres consecuencias que podemos extraer de este rápido viaje al dominio de las Humanidades. En primer lugar, es preciso advertir de que su estudio no permite, salvo como excepción a la norma, una especialización en temas de Filosofía. No se trata , pues, de un substituto plausible de la Licenciatura de Filosofía en universidades con un planteamiento más generalista. Mi impresión es que aquí domina la presencia de las Filologías y también de la Geografía y la Historia, sobre todo cuando prevalecen planteamientos localistas. En segundo lugar, se observa que la presencia de la Lógica es meramente testimonial: su pretendido valor propedeútico no ha parecido suficiente razón para dotarla de mayor peso en la formación del futuro humanista. Por último, es preciso reconocer la existencia de un claro ganador en la pugna por captar el interés de los responsables directos de la conformación de los estudios de Humanidades en España. Se trata del conglomerado formado por los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad. Con un accésit, eso sí, que viene a recaer sobre la Filosofía del Lenguaje. Parece claro, pues, que la mejor aportación que la Lógica y Filosofía de la Ciencia puede hacer a una formación humanista de tipo general ha sido interpretada aquí como una aproximación al hecho científico y tecnológico en la sociedad contemporánea. Se añade a esto el estudio del lenguaje, sobre todo con relación a los medios de comunicación y la semiótica en general. Como ya dije líneas atrás, este dato adquiere valor como un claro indicador de cuáles son las tendencias y actitudes predominantes. No creo que sea sólo la interpretación generalista de las humanidades la que ve en estos temas la principal, si no única, aportación que el Área puede hacer a la constitución de sus estudios. Creo también que existe una clara conciencia dentro de las instituciones que representan a la Lógica y Filosofía de la Ciencia en España de que es esa la dirección que debe apoyarse más decididamente y la que más penetración puede proporcionar a sus miembros en foros distintos de los que hasta ahora habían sido los tradicionales. 2. El título de Filosofía: aspectos generales acerca del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia. A pesar de aquellas interpretaciones según las cuales la Lógica puede y debe ser vista como una rama de las Matemáticas con una vocación docente universalista –por no decir apostólica-, el hecho es que su presencia curricular sigue ligada en su práctica totalidad a los estudios de Filosofía. La penetración que puede haber obtenido en otros nichos está sujeta a acuerdos sobre los cuales el Área de Lógica no tiene auténtico control, y por tanto, no se puede ver en ello una situación estable a medio o largo plazo. La información en que se basa este estudio ha sido extraída a partir de los planes de estudio que los distintos centros han publicado durante el presente curso. Se trata de una información sometida a ciertas limitaciones que es preciso tener en cuenta. Por ejemplo, no se nos informa de las asignaturas que realmente se imparten –salvo en contadas excepciones- sino de las que en principio se ofertan. El carácter optativo de estas materias, junto con la existencia de posibles colisiones entre planes de estudio en vigor y a extinguir, pueden deformar los datos de manera significativa. He procurado tener esto en cuenta y, en consecuencia, he intentado desviar mis conclusiones hacia cuestiones en las que estos hechos no influyan de manera decisiva. La continuación natural de este trabajo pasaría por analizar qué sucede a partir de los horarios que cada centro publica, información que, no obstante, sólo es completa si se combina con la que ahora se comenta. Las divisiones tradicionales del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia responden a lo que parece el mapa de su presencia obligatoria en el Título de Filosofía. Pese a su denominación, el Área está formada por cuatro reinos o regiones naturales, según se mire, Lógica, Filosofía de Lenguaje, Filosofía de la Ciencia e Historia de la Ciencia. Cuando se intenta aplicar esta estructura al mapa de la docencia más especializada, la formada por la oferta de materias optativas, los problemas son tales que lo mejor es olvidarse por completo de ella. Hay casos en que la denominación tradicional no hace justicia a las fuerzas y distribuciones de cargas que tienen lugar en su interior, y hay otras en que, simplemente, no hay forma de asignar materias con un criterio coherente. La clasificación que he seguido consta de 11 ítems que se repiten de manera relevante una vez tenido en cuenta el mapa completo de la oferta del Área. Se trata de Historia de la Ciencia, Teoría de la Argumentación, Lógica para no filósofos, Temas de Lógica superior, Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (ECTS), Metodología y Epistemología, Temas de Filosofía de la Ciencia, Filosofía de la Mente, Filosofía de la Lógica, Filosofía del Lenguaje, e Historia de la Lógica. Para mi sorpresa, las denominaciones de las diversas materias optativas del Área, no resultan tan variadas o dispersas como sería de imaginar. De hecho, es la existencia de ítems clave recurrentes lo que permite obtener esta clasificación. Tengo, no obstante, la impresión de que tras un primer periodo, el que sigue inmediatamente a la aplicación de la reforma LRU, en el que las asignaturas optativas se interpretan como doctorados de 2º ciclo, la propia experiencia ha llevado a un precipitado del cual surgen nichos bastante estables en cuanto a alcance y contenido. La entrada en vigor de la contrarreforma LOU parece estar provocando un segundo proceso de precipitado con denominaciones aún más genéricas que las que están vigentes en la actualidad. De los nichos identificados no todos tienen, como es obvio, la misma importancia, aunque ya anticipo que analizar las razones por las que ciertas materias tiene el peso que tienen es más difícil de lo esperado. La siguiente tabla resume la situación. Asignatura Historia de la Ciencia Teoría de la Argumentación Lógica para No-filósofos Temas de Lógica Superior ECTS Metodología y Epistemología Temas de Filosofía de la Ciencia Filosofía de la Mente Filosofía de la Lógica Temas de Filosofía del Lenguaje Historia de la Lógica Número 12 5 12 24 14 12 16 16 7 16 6 Centros 7 5 5 13 10 8 7 12 7 10 6 Concentración 1.71 1 2.4 1.84 1.4 1.5 2.28 1.33 1 1.6 1 Salvo la Lógica para no-filósofos, los Temas de Lógica Superior y la Filosofía de la Ciencia, el resto de los grupos que me han servido para clasificar la oferta optativa se caracterizan por que las palabras elegidas para su denominación forman parte de las asignaturas que en cada caso se reúnen en ellos. Se trata de materias cuyos responsables parecen considerar suficientemente identificadas sin recurrir a ulteriores distingos. Resulta curioso, aunque fácilmente entendible, que los tres grupos en que eso no sucede posean altos índices de concentración –el resultado de dividir el valor de la primera columna por la segunda-. Esta concentración, reflejada en la tercera columna del cuadro, indica el número de asignaturas que se imparten en un mismo centro dentro de cada grupo. Es normal que cuando este número es alto, haya que recurrir a denominaciones cada vez más específicas para conseguir que el alumno diferencie entre asignaturas que desde su punto de vista podrían aparecer confundidas. Como veremos más adelante, mostrar índices altos de concentración u oferta, puede resultar un serio problema en el momento actual. Si analizamos el cuadro, lo primero que se identifica es la presencia de al menos tres grupos no tradicionales. Se trataría de los ECTS, la Filosofía de la Mente, y la Teoría de la Argumentación. De ellos, sólo el último tiene, hoy por hoy, un cierto carácter experimental. La fuerza de los otros dos es evidente. De hecho, constituyen grupos de materias que posiblemente acaban de alcanzar su madurez y que constituyen en la actualidad aunténticos focos de atracción dentro del Área. En cierto modo, pueden ser vistos como los nuevos núcleos en torno a los cuales se están reorganizando las líneas de tensión del Área. Dentro de los apartados, digamos tradicionales, observamos distintos comportamientos cuyo comentario detallado no haré ahora. A la cabeza de todos ellos aparece el grupo más característico de Lógica, el de Temas de Lógica Superior –hecho hasta cierto punto sorprendente y del que hablaré más tarde-. El grupo de Filosofía de la Ciencia mantiene una considerable presencia, sobre todo si atendemos a su concentración y el número de grupos que en cierto modo se pueden ver como afines. La Metodología y Epistemología, parece experimentar un cierto sostenimiento caracterizado por la Filosofía de las Ciencias sociales que viene a reemplazar otros contenidos más tradicionales. Pero la línea de fuga más significativa es la que va desde el grupo de Filosofía de la Ciencia hacia los ECTS. Me atrevo a aventurar que este trasvase de la oferta no ha finalizado aún. La Historia de la Ciencia o del Lenguaje parecen mantener una oferta relativamente estable que en el caso de la última se organiza de manera sorprendentemente uniforme en torno a dos problemas: las teorías de la verdad y las de la referencia. La Filosofía de la Lógica y la Historia de la Lógica parecen también estabilizadas como muestra su bajo coeficiente de concentración. Ambas parecen haber encontrado un lugar bajo el sol en un territorio que, como ya veremos, establece sus diferencias con los grupos más caracterísiticos de la Lógica. Eso mismo parece sucederle a la Historia de la Ciencia en relación a la propia Filosofía de la Ciencia. Finalmente, nos encontramos con el grupo de Lógica para no-filósofos. En él se integran materias que, por su título, parecen expresamente dirigidas a matemáticos e informáticos. Sorprende aquí el alto nivel de oferta –concentración- de sus materias, dato que quizá merezca comentario más adelante. La alta concentración parece indicar la existencia de un largo rodaje a lo largo del cual se han creado escuelas o líneas de trabajo capaces de perpetuarse institucionalmente de algún modo. Los coeficientes medios corresponden a grupos emergentes en torno a los cuales se ha desarrollado un fuerte interés en los últimos años. En estos casos las denominaciones de las distintas materias suelen ser muy homogéneas. Los índices bajos indican grupos estables –salvo el de Teoría de la Argumentación- que en mi opinión surgen de la existencia de las tendencias centrífugas de grupos más grandes. Para terminar con este comentario general acerca de la configuración del Área, merece la pena reflexionar un momento sobre la coherencia de la oferta que cada centro lleva a cabo. Aquí se observan tres grupos de universidades. El primero, formado por tres de ellas, Autónoma de Barcelona, Málaga y Valencia se caracteriza por una oferta con representación en más de 6 de los 11 grupos de materias que he identificado. El grupo mayoritario está formado por aquellas cuya oferta supera los dos grupos sin pasar de 6 – el valor medio es 5-. Se trata de Granada, Barcelona, Iles Balears, La Laguna, Murcia, Oviedo, País Vasco, Salamanca, Santiago, Sevilla, Completense y Autónoma de Madrid. El último grupo, Girona, R. Llull, UNED y Valladolid, se caracteriza por una presencia testimonial de materias específicas del Área, 1 o 2. La principal conclusión que se obtiene de estos datos es que el esfuerzo que los distintos centros son capaces de realizar a la hora de cubrir la formación especializada del Área gira mayoritariamente en torno a la mitad de los 11 grupos que he identificado en este estudio. Este hecho, evaluado a la luz del cuadro de oferta descrito líneas arriba, muestra un ligera tendencia a agrupar la docencia en materias tradicionales o en clara expansión y ello por encima de una presumible vocación generalista destinada a diversificar la oferta. En definitiva, nuestros departamentos parecen optar por concentrar su oferta entorno a núcleos bien definidos antes que diseñar ofertas coherentes más amplias. La impresión es que en el diseño del mapa curricular de cada centro no parece contar tanto la búsqueda de un equilibrio razonable entre los distintos intereses del Área como la adecuación de las materias a impartir a los grupos de trabajo con fuerte presencia en cada departamento. Por otra parte, no es posible describir patrones más específicos dentro de la oferta de los centros. Es cierto que hay universidades con mayor tendencia a la concentración que otras, pero tampoco parece fácil extraer de ahí datos generales de valor. Por último, me gustaría advertir sobre la progresiva presencia de etiquetas genéricas ligadas, por lo general, al proceso de contrarreforma impulsado por la LOU. Contra lo que sería de esperar, no son muchas las universidades en las que se puede apreciar ese fenómeno de adaptación de forma clara. La aparición de términos como seminario, y sobre todo el recurrente curso monográfico de... suelen ser indicativos de esta tendencia por adaptarse a la nueva normativa. Lo único que se puede decir acerca de este fenómeno, cuyas consecuencias globales no se pueden evaluar todavía, es la limitada oferta de títulos en que parece basarse. Por lo general, encontramos combinaciones basadas en las cuatro regiones naturales del Área y poco más. Esto no indica la desaparición de grupos en expansión alternativos a los núcleos tradicionales del Área, sino la apertura de un proceso de competencia por las escasas materias de tipo optativo que quedan bajo la nueva normativa. Se opta por títulos muy genéricos que el alumno pueda identificar con los contenidos del Área tal y cómo los conoce a través de las troncales. Los contenidos específicos de cada una de estas asignaturas estarán determinados por criterios que, no es difícil imaginar, estarán dictados por los equilibrios internos de cada centro. 3. El título de Filosofía: los estudios de Lógica dentro del Área. La oferta especializada de Lógica se reparte de manera desigual en cuatro de los once grupos identificados. Se trata de Temas de Lógica Superior, Lógica para nofilósofos, Filosofía de la Lógica e Historia de la Lógica. El orden en que se presentan refleja el número de asignaturas que caen bajo cada uno de estos grupos, pero no así el de centros en que tienen presencia. De haber seguido este último criterio el segundo de estos grupos pasaría a ocupar el último lugar manteniéndose los demás intactos. Reunir bajo el apartado genérico de Lógica las materias que se integran en estos cuatro apartados no es una decisión fácil de entrada. Mi impresión es que las tendencias centrífugas son fuertes al punto de reflejarse en cada uno de estos apartados concepciones muy distintas de los contenidos y funciones de la Lógica. El grupo de Lógica para no-filósofos presenta problemas incluso en su denominación. Es muy posible que muchos de los encargados de la impartición de estas materias no acepten de buen grado la interpretación que aquí se hace de ellas. Es cierto que la correcta comprensión de la metodología de las Matemáticas o de ciertos aspectos de las Ciencias de la Computación deberían interesar al filósofo no menos que a los matemáticos o informáticos, pero todos sabemos que no es así. Los rótulos escogidos como denominaciones parecen indicar, además, otra cosa. Todo apunta hacia el intento de ofrecer a futuros profesionales de las matemáticas una formación más amplia concebida, además, desde las humanidades. Por loable que sea este propósito, la realidad jurídica en que nos movemos no parece garantizar para estas materias un lugar al sol en el reino de las ciencias formales. Hay que aceptar que quienes hemos practicado la docencia en esos terrenos lo que hemos venido a asumir finalmente es un cierto papel como vendedores de curiosidades del mundo moderno, algo muy alejado de la genuina formación interdisciplinar a la que todos aspiramos. Este grupo se caracteriza, además, por una fuerte concentración de su oferta. Esto es especialmente evidente en Valencia y en la Complutense de Madrid con 4 y 3 materias respectivamente. Este fenómeno hace pensar en circunstancias relacionadas con los avatares biográficos de cada centro y con la presencia de personalidades que han abrazado y defendido una interpretación fuertemente centrífuga de la relación entre la Lógica y la Filosofía. Parece como si fuera necesario descentrar la oferta especializada de Lógica con respecto al título de Filosofía para adquirir así una independencia y autoridad imposibles de lograr de otro modo. Se trataría, pues, de una opción estratégica claramente contraria a la que hemos visto defender a Deaño. Los grupos de Historia y Filosofía de la Lógica parecen responder a un impulso contrario. Se aceptaría, quizá de forma indirecta, la total autonomía de la Lógica con respecto al impulso de la Filosofía para ofrecer entonces, a través de una selección apropiada de contenidos, aquello que de la Lógica le puede interesar al filósofo. Se imitaría el esquema que en cierto modo se sigue en Historia y Filosofía de la Ciencia con respecto al hecho científico. El filósofo o historiador de la Lógica no se vería, pues, como un lógico del mismo modo que el historiador o filósofo de la ciencia no se considera a sí mismo como un científico. No es infrecuente, aunque tampoco se puede generalizar, observar presencia de materias de estos grupos en centros con una oferta sólida en los apartados de Temas de Lógica y Lógica para no-filósofos. Se trataría así de establecer una alternativa con pertinencia filosófica a lo que de otro modo sólo tiene interés para el matemático. Tampoco creo que esta fuera la alternativa que Deaño considerase más conveniente ya que pasa, de hecho, por admitir la existencia de una Lógica puramente científica o matemática, y no ya una Lógica filosófica, sino una interpretación filosófica del hecho de la Lógica. Sea como fuere, lo que sí parece evidente, es que esta oferta se halla fuertemente consolidada adquiriendo así una cierta estabilidad. La baja concentración de su oferta indica que su origen se encuentra, posiblemente, en la tendencia a separarse por especificación de una Lógica excesivamente matematizada a juicio de algunos. Esta caracterización negativa no parece haber dado el salto hacia la creación de núcleos activos como sucede en el caso del grupo de ECTS, con un origen similar que reacciona esta vez ante una interpretación excesivamente arcaica del hecho científico. Finalmente nos queda el grupo en que posiblemente se encuentra la oferta más característica de la especialización en Lógica. Las denominaciones no son en este caso, totalmente uniformes. Esto indica, ya lo dije antes, el deseo de especificar contenidos ante una oferta altamente concentrada. Si vamos al detalle sí que se observa un patrón característico. Hay, en primer lugar, un subgrupo formado por materias de tipo ampliativo inespecífico. Las dos troncales asignadas a la exposición de los contenidos fundamentales de la Lógica se prolongan con el sistema de números romanos en una Lógica III con presencia en al menos tres centros. Pese a no permitir aventurar mucho, parecen materias orientadas a la exposición de lo que en otros centros se denomina abiertamente metalógica. Este segundo grupo es también muy extenso y pienso que se podría fundir con el anterior sin especial perjuicio. El siguiente bloque característico lo ocupan las Lógicas no-clásicas y se imparte en 6 centros de los 13 en que hay Temas de Lógica Superior. La comparación entre los dos primeros grupos –reunidos en uno sólo- y este segundo permite hablar de una especie de empate o equilibrio entre estas dos formas de entender la especialización en Lógica. Para algunos ésta se orientaría a la exposición de formalismos más capaces, hábiles, o con mayor pertinencia filosófica, mientras que para otros se trataría, más bien, de entrar en la exposición y rendimientos de los principales teoremas de caracterización de la Lógica contemporánea. Pero aún hay otro grupo característico. Se trata de las materias especialmente destinadas a la exposición de la Teoría de Conjuntos. Este tipo de materias se encuentran representadas en dos centros, Barcelona y Valencia, permitiendo hablar así de una especie de eje mediterráneo. Es posible, aunque se trata de una interpretación muy personal, que en este caso estemos ante un intento de importar desde las matemáticas contenidos de interés para el filósofo y quizá también para el propio matemático. Incluir este tipo de materias dentro de la formación actual del filósofo no indica, a mi juicio, un fuerte compromiso con el contenido propiamente filosófico de la Lógica, sino que muestra, más bien, el intento de encontrar algún terreno propicio en el que hablar de algo. Fuera de esto sólo quedan un par de asignaturas orientadas a la Teoría de Modelos -se habla de semántica en unos casos, de modelos en otros-con presencia en dos centros, Barcelona y Salamanca. En resumen, se ve cómo el núcleo mayoritario de Temas de Lógica se reparte en dos niveles, ambos compartidos por dos tipos de materias. En el primero encontramos la Metateoría y las Lógicas no-clásicas. En el segundo la Teoría de Conjuntos y la Teoría de Modelos. ¿Es este esquema el que Deaño tenía en mente? Si consideramos la oferta de Lógica en relación a la de otras materias del Área hay un dato que produce una cierta sorpresa. La oferta de asignaturas de Lógica es relativamente alta para la impresión que los profesionales que nos dedicamos a su docencia tenemos de su peso y atractivo en el Área. Si reunimos en un único bloque los grupos encuadrables como Filosofía de la Ciencia en sentido amplio –ECTS, Epistemología y Metodología y Filosofía de la Ciencia- encontramos unos números que aún favorecen al bloque amplio de Lógica. Haría falta excluir de este último la Historia y la Filosofía de la Lógica para invertir, y sólo ligeramente, esa tendencia. El problema del atractivo puede explicarse de forma plausible. A parte del problema intrínseco que la Lógica tiene dentro de la Licenciatura de Filosofía, hay que tener en cuenta la intensa concentración de la oferta de Lógica en los distintos centros. La ausencia de núcleos de renovación de contenidos apunta hacia una oferta algo anquilosada que compite cada vez bajo mayores presiones por una demanda en claro retroceso. Eso provoca una sensación de disminución del interés que, en ocasiones, es el biproducto del descenso de la matrícula y del mantenimiento de una oferta excesivamente concentrada. La falta de peso dentro del Área es un problema de muy distinta índole. No me parece muy comprometido afirmar que el Área se ve a sí misma a través de sus instituciones mejor representada por el bloque amplio de Filosofía de la Ciencia que por el de Lógica. La Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia acumula una cierta experiencia en la organización de congresos en los que se aprecia claramente esa tendencia. Las ponencias presentadas en el apartado de Filosofía de la Ciencia suelen duplicar o triplicar las que se presentan en los apartados de Lógica, Filosofía del Lenguaje o Historia de la Ciencia. De hecho, suele repetirse el esquema por el cual Filosofía del Lenguaje y Lógica igualan sus números en cuanto a contribuciones presentadas superando en algo las de Historia de la Ciencia. Este dato llama la atención cuando se compara con la presencia que estos dos grupos tienen en la oferta especializada del Área: la oferta de Lógica duplica a la de Filosofía del Lenguaje. Aparte de las muchas explicaciones que se pueden dar de estos datos el hecho es que la comunidad formada por los investigadores que se ocupan de la docencia especializada en Lógica no parece trasladar su presencia y peso a la estructura que la SLMCF brinda desde hace algún tiempo. El Área presenta de este modo una tensión interna difícil de interpretar: mientras que buena parte de su docencia se concentra en las materias del bloque amplio de Lógica, sus instituciones más características lo hacen en torno al bloque de Filosofía de la Ciencia. En este apartado sí que podemos ver diferencias con el ideal que Deaño parecía tener en mente y según el cual la Lógica ofrecería en todos los niveles una especie de núcleo duro firmemente asentado en el corazón mismo del Área. Es un hecho que Lógica aparece hoy muy desplazada ya de ese hipotético centro. La más que evidente ausencia de un intercambio fluido entre los diversos núcleos de interés del Área indica, además, la inexistencia de mecanismos desde los que recuperar un cierto ideal integrador como el que en cierto modo representaba Deaño en su tiempo. El paso de la Lógica de ese centro hipotético a la periferia, se confirma de manera aún más clara en los distintos programas de Doctorado que aún permanecen activos en nuestro país. La aplicación de números mínimos de matrícula para la impartición de cursos de tercer ciclo y de los propios programas de doctorado ha tenido como inmediata consecuencia la progresiva desaparición de materias claramente relacionadas con la especialización en Lógica. La extendida impresión acerca del efecto disuasorio que los contenidos de Lógica provocan en el alumnado hace que los cursos de tercer ciclo que se ofertan en los distintos programas de Doctorado no siempre sean cómodos compañeros de viaje. La elección en este caso de etiquetas de conveniencia destinadas como aviso para navegantes va de la mano con una evidente desviación hacia contenidos más populares. El intento de sobrevivir en un mercado de libre competencia sometido además a políticas deflactivas y sin mecanismos reguladores o de control empieza a mostrar sus efectos claramente sobre la estructura de los programas de tercer ciclo. La conexión entre supervivencia y popularidad es para todos evidente. Lo que hubiera podido ser un proceso de concentración regional, no todos los centros tienen por qué ofrecer especialidades en todas las subdisciplinas del Área, se ha convertido, debido a la inexistencia de movilidad alguna del personal docente, en un proceso paralelo de convergencia sobre el mismo tipo de contenidos: aquellos que en general se consideran más prometedores para hacerse con una magra cifra de alumnos matriculados. La presencia marginal de la Lógica en el tercer ciclo y el claro colapso a que se ha visto sometida la elaboración de tesis doctorales –proceso más generalizado cuya amplitud habría que estudiar con cuidado- en esta disciplina hace que nos planteemos una pregunta de cierto alcance: caso de no modificarse esta tendencia a medio plazo, ¿qué formación poseerán los futuros responsables de la docencia obligatoria de Lógica en el título de Filosofía? ¿Se limitarán a seguir de forma acrítica los manuales que en la actualidad están disponibles o reorientarán el contenido de esa disciplina –como me atrevo a aventurar- hacia temas más próximos a su formación real? Este proceso, demasiado parecido a lo que en un lenguaje eclesiástico podríamos describir como crisis de vocaciones es, posiblemente, una auténtica bomba de relojería cuyas consecuencias generales aún no podemos anticipar pero que sin duda, se encuentran ya en proceso de gestación. El curso de los acontecimientos nos obliga a trasladar el panorama que ya conocemos en el tercer ciclo a la propia oferta optativa en el segundo ciclo reformado. La aplicación de números mínimos de matrícula sobre grupos de materias con una amplia concentración no va a producir, presumiblemente, una mejor selección de la oferta optativa –tampoco creo que este sea el efecto buscado-. Si no algo que puede parecerse mucho a un auténtico colapso. Resulta curioso, aunque no carente de lógica, que los grupos afines de Filosofía de la Lógica o Historia de la Lógica, gracias a su sano equilibrio entre oferta y demanda, sean los posibles beneficiarios de un proceso de desplome que, de hecho, ya ha empezado en algunos centros. Lamento que un análisis como este se parezca cada vez más a un estudio de mercado, pero cada problema tiende a seleccionar las herramientas que mejor pueden procurar su correcta interpretación y, dadas así las cosas, lo que tenemos ante nosotros no difiere en mucho del estudio de ventas de un producto. Si se quiere ver en la Universidad algo distinto de una empresa destinada a producir y vender materias y títulos, tal vez habría que empezar por decirlo y no confiar, simplemente, en el sobreentendido. Vistas así las cosas, parece que nos enfrentamos a procesos que podrían acabar con una severa disminución de la oferta de materias reconocibles dentro del marco amplio de la Lógica. En el mejor de los casos, nos veríamos ante una profunda reestructuración de los equilibrios vigentes en la actualidad en la que nuevos grupos emergentes u otros ya existentes se repartirían el hueco que la Lógica puede llegar a dejar en el currículum de Filosofía. Pero no todo cambio tiene por qué ser malo en sí mismo. Al margen del indudable coste personal que todo proceso de reconversión tiene, siempre existe la posibilidad de aprovechar las situaciones de cambio para corregir errores y alentar nuevas tendencias. Aquellos centros que se animen a analizar estos cambios introduciendo procesos correctivos de las tendencias del mercado seguramente sacarán partido de la situación. Aquellos en los que se decida dejar que esas fuerzas actúen libremente mostrarán, como tantas veces en el panorama universitario español, las típicas interrupciones y giros bruscos tan típicos de nuestra más rancia tradición. Quiero terminar esta parte de mi estudio advirtiendo de un hecho que a estas alturas me parece muy indicado recordar. Este análisis se refiere en todo momento a la presencia de la Lógica en el Título de Filosofía tal y como ésta se estructura a través del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia. Para nosotros estos son los confines de nuestro mundo. No hay nada más allá que nos afecte. Sin embargo, si realmente preguntáramos a un público informado, aunque no inmerso en nuestras mismas obsesiones, por el lugar y contenidos de la Lógica en la actualidad mucho me temo que la respuesta no fuera de nuestro agrado. He podido constatar la creciente asimilación de esta disciplina a un entorno distinto y desconectado en su práctica totalidad con nuestro ámbito académico y científico. Se trata de los dominios de la Ingeniería Informática en todo aquello que tiene que ver con la Inteligencia Artificial o con lo que se ha dado en llamar programación lógica. Se trata de una asimilación del nombre de nuestra disciplina, pero no de sus contenidos ni de su estructura. Se puede hablar, o así me lo parece, de un proceso de genuina reinvención de una materia más que de su adaptación a un nuevo dominio. En cualquier caso, no seremos nosotros, ni nuestras instituciones las que intervengan en un proceso que, nos guste o no, parece quedar bastante más allá de nuestra jurisdicción. Es posible que en el futuro la Lógica sea ante todo, una actividad dentro de la Ingeniería y ajena ya por completo a la formación del futuro filósofo. 4. Dignos herederos. Asusta un tanto ponerse a estas alturas en el papel de heredero de una tradición que los últimos acontecimientos parecen situar muy lejos en el tiempo. No obstante, hay algunas conclusiones que sí es posible e incluso conveniente poner en relación con la idea que Deaño nos dejó acerca del papel de la Lógica. Como personas dadas a la abstracción más que al análisis de los hechos concretos, nos suele costar bastante reparar en el peso del factor humano en el desarrollo de ciertos acontecimientos. Pero si tenemos en cuenta que no somos tantos, y que los periodos de tiempo analizados aquí distan mucho de las dimensiones cósmicas habituales en asuntos de mayor trascendencia, es justo reconocer que los talantes y las personas tienen algo que decir en este tipo de asuntos. La desaparición de Deaño –quizá también la de Sacristán- dejo el control momentáneo del Área en manos de personas cuya concepción de la Lógica era bastante distinta de la que aquel sostenía. El impulso recibido por las tendencias menos colaboradoras y sensibles a una Lógica fuertemente comprometida con la Filosofía fue determinante al punto de dejar una herencia que aún hoy persiste, tal y como se ha visto antes, en el diseño curricular de muchos centros. La Lógica no sólo fue vista como una invitada poco de fiar desde la comunidad filosófica, sino que tampoco se establecieron los cauces desde los cuales crear un área realmente integrada. Las acciones más decididas en esa dirección son muy posteriores y se producen en un momento en el que la Lógica es vista ya como una rama con pocos haberes en su favor y alguno que otro en su contra. Me pregunto si la presencia de Deaño, dotado de una sensibilidad filosófica incomparablemente más fina que la de otros destacados colegas hubiera bastado por sí sola para detener las líneas de fractura en las que hoy participa la Lógica. Por un lado, es obvio que su presencia en el Área de conocimiento en que se integra no ha adquirido la posición central y crítica que Deaño hubiera deseado para ella. Esto es lo que se deduce al menos de su escasa presencia en los medios científicos más próximos. Presencia que contrasta con el considerable peso que aún tiene en la formación específica del Área. Este notable desequilibrio no aporta una posición de ventaja, sino que, al contrario, consigue presentarla como una rémora para núcleos más activos, al tiempo que provoca tensiones debido a la alta concentración de su oferta. El relativo fracaso en orientarse hacia nuevos centros de interés agrava una situación que no promete salidas fáciles a corto o medio plazo. La segunda línea de fractura la presenta en relación a la propia Filosofía. La ausencia de un diálogo posible entre filósofos tradicionales y el vasto entramado analítico no es sólo un problema local. Tras un periodo de relativa bonanza para la filosofía analítica y con ella la Lógica, hemos pasado a una etapa en la que esa tendencia aparece fuertemente invertida. Si a esto se añade el proceso de libre competencia abierto en el mapa curricular y en el que la popularidad cuenta como nunca lo había hecho antes, las razones para la preocupación son evidentes. Nos enfrentamos a una recesión general en un momento de baja demanda y sin contar con herramientas correctivas que moderen las tendencias más peligrosas del mercado. La ausencia de personalidades que desde nuestros intereses medien eficazmente ante foros más amplios se nota ahora de un modo inapreciable durante periodos de menor incertidumbre Finalmente, aún hay una tercera línea de fractura en la que interviene la Lógica. La dicotomía entre una Lógica anclada en la Filosofía y una que sólo admite su relación con ese entorno como medio provisional de supervivencia ha impedido e impide desarrollar señas de identidad capaces de ofrecer una mejor cobertura en periodos difíciles. No se trata, como se puede ver, de una situación que quepa ver desde el optimismo. La necesidad de refundar la relación de la Lógica con la Filosofía y con el resto de materias con las que comparte destino puede ser vista por muchos como algo necesario para la supervivencia de una disciplina en cuyas posibilidades aún creemos. Me pregunto si los que son nuestros interlocutores obligados en ese deseable diálogo estarán dispuestos a hacer el esfuerzo que el caso requiere. Me pregunto también si creen que hay algo a ganar con ello. Pienso, no obstante, que es la Lógica la que está obligada en este caso a mostrar su valor, a sentar a los demás a la mesa sin esperar gestos de comprensión y colaboración a los que nadie está acostumbrado.