ponencia de la presidenta del parlamento de galicia en la x

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PONENCIA DE LA PRESIDENTA DEL PARLAMENTO DE GALICIA EN LA X CONFERENCIA DE
LAS ASAMBLEAS LEGISLATIVAS EUROPEAS (CALRE)
LAS REGIONES Y LA BUENA GOBERNANZA
Venecia, 30 y 31 de octubre de 2006.
Buenos días a todos y a todas:
La Unión Europea representa en estos momentos no sólo la experiencia más
singular e innovadora de integración y formación de bloques, sino también la más
lograda y avanzada, siendo el resultado de un conjunto de realizaciones progresivas y
convergentes que la van configurando como una realidad de naturaleza supraestatal,
tendencialmente federal y con un sistema de gobernanza de múltiples niveles, en el cual
distintos actores tanto públicos como privados comparten decisiones sobre amplias áreas
competenciales.
Nuestra relación con la Unión Europea es uno de los ejes de esta reflexión, en un
momento en el que la institución comunitaria vive una encrucijada en la que las
instituciones regionales debemos asumir un mayor protagonismo.
No es la primera vez, y sin duda no será la última, en la que Europa deba afrontar
obstáculos en su avance hacia la Unión.
Pues bien, es en esta nueva situación política emergente, integrada por múltiples y
heterogéneos sistemas de gobierno, donde las fronteras y divisiones entre las diferentes
arenas políticas cada vez se difuminan más y las barreras entre lo regional, lo estatal y lo
supraestatal han dejado de ser infranqueables; es en esta Europa caracterizada por la
gobernanza multinivel, por el multilateralismo, la concertación y el diálogo, donde se
pretende situar esta breve intervención en torno al actor regional, considerado como
requisito y condición inexcusable de cara a la consecución de la buena gobernanza
europea
Sin embargo, en este caso creo que uno de los fundamentos, una de las llaves
para la solución se encuentra precisamente en las regiones, donde las instituciones gozan
de la proximidad, de la cercanía al ciudadano, de la que se olvida a veces la
administración de Bruselas.
Vivimos una nueva realidad europea, muy lejana a la del momento fundacional,
en el que las regiones han ganado un protagonismo capital en la política y en la
administración.
En instituciones como los parlamentos regionales es donde los ciudadanos
encuentran la mejor forma de hacer escuchar su voz y participar en la toma de
decisiones.
Por ello, creo que uno de los requisitos inexcusables para la buena gobernanza
europea pasa, precisamente, por el reconocimiento y potenciación del actor regional, al
considerarlo como una instancia de mediación privilegiada entre la Unión y los
ciudadanos.
Departamento de Prensa; Gabinete de Presidencia do Parlamento de Galicia
Tfno: 981 551 329; Fax: 981 551 417; Correo electrónico: [email protected]
La Europa de las Regiones puede contribuir específicamente a mejorar una serie de
carencias, disfunciones y problemas que, por otra parte, son intrínsecos al propio modelo
de integración.
Permítanme que haga un repaso de la evolución de la situación, que justifica ese
mayor protagonismo regional del que estoy hablando.
En el Preámbulo del Tratado de Roma, los seis tratados fundacionales
manifestaban su voluntad de reducir las diferencias entre las diversas regiones.
En el año 1957, aún no existía una referencia concreta a la Política Regional, en un
tiempo en el que era un prodigio que se pusieran de acuerdo países que, tan solo una
década antes, finalizaban la II Guerra Mundial.
Su alianza económica era un paso formidable, pero desde luego no estaban
dispuestos a admitir ingerencias en su política interna.
La meta inicial del Tratado de Roma fue crear un Mercado Común Europeo, sin ir
más allá.
Todo cambia a partir de la crisis del petróleo de los años 70, cuando se agudizaron
las diferencias entre las regiones, y los mandatarios europeos se dieron cuenta de que la
construcción europea corría el riesgo de convertirse en asimétrica y promover las
desigualdades.
La Unión sólo es posible sobre la base de la igualdad y la cohesión territorial y
social.
Cuando, en 1975, se crea el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) se está
dando el primer paso hacia las regiones como sujetos protagonistas en el proceso
europeo.
Nace el denominado principio de subsidiaridad.
En el Consejo Europeo de Bremen, en 1978, todos los estados miembros están de
acuerdo en ayudar a las regiones menos favorecidas, como único forma de lograr una
Unión Europea.
Tras la aprobación del Acta Única Europea, surge entonces en la Unión el
concepto de cohesión, y se crea un programa de objetivos, en el que Galicia -por
debajo del 75% de la media del PIB comunitario – se enmarca en el club de las de
Objetivo 1.
En su nacimiento, la Comunidad Europea era una comunidad de Estados y
Pueblos, pero no de regiones.
Sin embargo, la creciente preocupación por los desequilibrios económicos fue la
base que originó la inmersión de las entidades regionales, de los landers, o de las
comunidades autónomas como protagonistas del proceso de integración.
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En el Tratado de Maastricht, aparece por primera vez, de un modo clarísimo, la
referencia a la necesidad de cohesión económica y social, y a la lucha por el equilibrio
territorial.
Las regiones, finalmente, nacen como entidades importantes, olvidadas en los
primeros estadios de la construcción europea, y ahora cada vez más protagonistas.
Hago este repaso y reflexión histórica, para apuntalar la idea de la situación
estratégica en la que nos encontramos.
Vivimos ahora mismo una situación en la construcción de Europa en la que quizás
lo fundamental es determinar qué papel deben jugar las regiones, y los parlamentos
regionales, en el futuro político de la Unión.
La Unión Europea se basa en la doble legitimidad de los Estados y de los
ciudadanos.
Pero, en estas décadas, se ha producido un intenso proceso de descentralización
y regionalización en todo el ámbito territorial de la Unión Europea.
La institución europea no puede permanecer ajena a esta nueva realidad.
Antes bien, son precisas medidas claras que refuercen el principio de
subsidiaridad, que abran las normativas a los ciudadanos, que conviertan a los
Parlamentos autonómicos en protagonistas de los debates europeos y que les permitan
acudir a instancias tan importantes como el Tribunal de Justicia Europeo.
La mitad de la población de la Unión Europea vive en regiones con poderes
legislativos.
Estas regiones, como es el caso de Galicia, son las responsables de la transposición
e implementación de la mayoría de las políticas de la UE.
Esa es una de las grandes razones para que no puedan ser ignoradas en el trabajo
cotidiano de la maquinaria comunitaria, ni en la toma de decisiones que directamente
les afectan.
Todo apunta a que una de las razones de los obstáculos es la deficiente conexión
entre la Unión Europea y sus cuidadanos.
Son de admirar los muchos esfuerzos hechos, de Maastricht a la Convención
Europea, por reducir el déficit democrático en la Unión, y acercar la institución a los
ciudadanos.
Otra aportación importante del nivel regional está relacionada con la
preservación de la diversidad cultural en el ámbito europeo, favoreciendo el respeto y
potenciación de las identidades y tradiciones locales.
El hombre europeo cada vez es más consciente de vivir y formar parte de unas
Regiones dotadas de una identidad histórica, cultural, económica, paisajística, etc., que
en modo alguno le son indiferentes, y de las que tiene derecho a no ser desarraigado.
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En otras palabras, la presencia del actor regional en la escena europea ofrece la
doble ventaja de acercar la toma de decisiones a los ciudadanos, a la vez que permite
expresar más auténticamente la pluralidad de identidades que conviven en la Unión.
Tanto la magnitud de Europa como su variadísima realidad plural exigen que se
tenga en cuenta el nivel regional, puesto que es en sus Regiones, tanto como en sus
Estados, donde se reconoce y revela la auténtica realidad europea.
La buena gobernanza de la Unión, es más, el éxito de la gran empresa europea, va a
depender en gran parte del acierto en el tratamiento de la cuestión regional, ya que el
proyecto europeo es inseparable del reconocimiento de sus Regiones.
La gobernabilidad de la Europa del futuro, de esa Europa que viene, habrá de
contar necesariamente con las Regiones, y lo habrá de hacer, por una parte,
reconociendo sus señas de identidad y respetando su autogobierno y su estatus
constitucional en el seno de los Estados miembros y, por otra, garantizando su presencia
y participación en el sistema institucional de la Unión.
El proyecto europeo es esencialmente integrador y agregativo, de ahí que
cualquier tendencia o dinámica desagregativa difícilmente puede encontrar encaje y
justificación. Europa sólo será posible si somos capaces de lograr ese respeto,
cooperación y ensamblaje entre las distintas unidades integrantes, esto es, la Europa de
los pueblos, de las ciudades y de las Regiones, la Europa comunidad y la Europa de los
Estados.
Pero son precisos ahora nuevos pasos, que den mayor protagonismo a las regiones
y a los parlamentos regionales en la toma de decisiones.
Esta actitud debe ser también reconocida a la hora de la toma de decisiones y,
también, del respeto al principio de subsidiaridad.
Jurídicamente lo merecemos. Parece justo que se escuche nuestra voz, que se
hagan amplias consultas sobre las políticas futuras, que deberían incluir a las regiones con
poderes legislativos, cuando éstas se vean afectadas.
Tras los acuerdos firmados en diciembre del 2004, los gobiernos autonómicos del
Estado español participan con el Gobierno central en las reuniones de la Comisión, en los
asuntos de mayor interés para las regiones.
Pero es necesario ir más allá, en una decisión que compete a la Administración
Comunitaria.
Así mismo, el camino a seguir debería ser la participación en los procedimientos de
control de los principios de subsidiariedad y proporcionalidad, que establezca el derecho
comunitario, siempre en relación con las propuestas legislativas europeas que incidan en
nuestras competencias autonómicas.
Sin embargo, por encima de estas consideraciones que observamos de justicia y
equidad, existen argumentos que hablan de la propia esencia europeísta.
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Las autonomías, las regiones, tenemos un papel fundamental a la hora de
despertar la ilusión en la ciudadanía en el proceso hacia la integración, puesto que
nuestro papel de mediación y nuestra proximidad al ciudadano nos colocan en una
posición de privilegio para transmitir los valores de la Unión.
Pasó el momento en el que Europa quería ser una mera unión de estados en lo
económico.
Superamos también la etapa en la que fuimos una unión de pueblos.
Es necesario ahora entender también la nueva realidad administrativa creada en
estas décadas y asumir que la proximidad al ciudadano pasa, necesariamente, por las
administraciones y parlamentos regionales.
Tenemos que avanzar por el camino de crear una Europa con una arquitectura
institucional multinivel, que convierta a la Unión Europea en un auténtico espacio de
integración política donde las regiones con competencias legislativas tengan voz y sean
sujetos activos de la construcción continental.
En este camino trabajaremos; en el de llevar a Europa la voz de todos los gallegos,
la del Parlamento de Galicia, para hacer una Europa mejor, más cercana y de todos.
Muchas gracias.
En Venecia, 30 de octubre de 2006.
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