Expansión de la soja en Argentina

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Expansión de la soja en Argentina
Globalización, Desarrollo Agropecuario
e Ingeniería Genética: Un modelo para
armar
por Walter A. Pengue
Biodiversidad, Sustento y Culturas
GRAIN
·
Historia agroproductiva del modelo pampeano de fines de siglo
Argentina comprende 33º de latitud (desde 21º 46´ hasta 55º 03´latitud sur) y su
variación altitudinal va desde el nivel del mar hasta casi 7000 metros, asegurando
con ello dos importantes gradientes de variabilidad física: una altitudinal y la otra
longitudinal (Di Pace, M, et al. 1992).
Con 2.791.810 Km2 (sin incluir la superficie extracontinental), ocupa el séptimo
lugar en el mundo por su extensión, y gran parte de su territorio está ubicado en la
zona subtropical templada y húmeda, a su vez beneficiada por un clima benigno,
sin condiciones extremas ni catástrofes naturales frecuentes.
La singular posición de los suelos del país, su proceso de formación, combinado
con este clima positivo, y la presencia y ubicación de loess pleistocénico que dio
origen a varios tipos de suelo de llanura extremadamente fértiles, han convertido
especialmente a la Región Pampeana argentina (Mapa Nº 1), en una de las seis
regiones potencialmente más agroproductivas de todo el mundo. Estos suelos
brunizen de la Zona Pampeana cubren unos 9.000.000 de hectáreas, siendo
especialmente ricos en nutrientes, profundos, muy desarrollados y con un alto
contenido de materia orgánica.
Esta base de riqueza natural y climática es la que ha convertido a esta importante
porción de la Argentina en lo que muchos han dado en llamar “el granero del
mundo”.
El papel hegemónico que ejerció tradicionalmente la Pampa argentina en la
distribución del poder y la riqueza se basó en un proyecto nacional agroexportador
fuertemente subsidiado por el Estado (Morello, J et al, 1997), cuya perspectiva
productiva atrajo fuertemente el interés del sector privado en la última década.
Hasta los años setenta el modelo de producción dominante para unidades
productivas de 200 hectáreas o más era la alternancia entre ganadería y
agricultura. En predios de menor tamaño hubo actividades mixtas, pero la
agricultura continua fue el estilo de producción dominante. La ganadería fue
considerada un sistema productivo conservador de la fertilidad, que aseguraba
crecimientos moderados de productividad y no requería mayores insumos
(Calcagno y Gatto, 1985). A pesar de esto, a fines de la década del cuarenta y sobre
todo en los cincuenta, se generaliza la preocupación por la disminución de la
producción unitaria de granos de maíz (de 5 a 2,5 t/ha) y por el incremento de los
costos de producción. Comienzan a percibirse los primeros impactos de deterioro
y degradación de suelos, especialmente en aquellos sistemas que aplicaban
agricultura continua. Comienzan a promoverse alternativas tecnológicas,
apropiables, formas de manejo que resuelven muchos de los problemas del
productor agrícola-ganadero pero no los del chacarero pequeño, que comienza a
verse mellado fuertemente en su situación socioeconómica, vinculada
directamente al deterioro del suelo y su pérdida de productividad.
Mapa Nº 1. La Pampa Argentina y sus subdivisiones (León, R, Rusch, G, Oesterheld,
M, Phytoecología 12:201-218). 1 = Pampa Ondulada, 2=Pampa Arenosa, 3=Pampa
Deprimida, 4=Sistema de Sierras y Llanuras Intermontana.
Evidentemente, muchos de los problemas devenidos entonces, no encontraron
solución en el modelo agrario vigente, sino en la necesidad de dar valor a la
producción a través de su industrialización. Y así en muchos sentidos el modelo
industrial vigente en Argentina entre 1945-1975, superó ampliamente al agrario de
principios de siglo y al financiero actual, que basándose en la apropiación,
expoliación y exportación de los recursos naturales ha sido el de más baja
perfomance. Si se analiza (Calcagno, A E y Calcagno, E, 2001) el saldo histórico de
los tres modelos, el agrario, el industrial y el financiero, se verifica que la
denostada industrialización sustitutiva de importaciones tiene un promedio anual
de crecimiento del PBI por habitante, 8,75 veces mayor que el del modelo aplicado
en Argentina desde 1976 – con su actualización de 1991, y actualmente versión
2001. La esencia del modelo económico imperante es el paso del capitalismo
productivo basado en la dupla beneficio/salario, al capitalismo de renta con eje en
la especulación financiera, los ingresos extraordinarios por la sobreexplotación de
los recursos naturales y la monopolización de los servicios públicos. Esta
involución de la economía argentina tiene sus pilares en el incremento de la deuda
externa, la desarticulación del Estado, la concentración y extranjerización de las
empresas, la privatización de la ciencia y la tecnología y el desmantelamiento de las
agencias de investigación nacional, la desindustrialización, la apropiación privada
de los recursos naturales, la desocupación y la distribución regresiva del ingreso.
Estos aspectos que se han dado de manera global en todo el espectro productivo
argentino, han impactado fuertemente en el sector agropecuario y producido
cambios socioeconómicos y ambientales notables en el mismo, muchas veces
ensombrecidos por otras situaciones de mayor impacto mediático (Pengue, W,
2000).
·
La agricultura de exportación.
La senda actual, promovida por un modelo global agroexportador, ha permitido
desarrollar un sistema de producción de materias primas con escaso o nulo valor
agregado, sin un complejo proceso industrial que favorezca la producción y el
trabajo nacional, beneficiando a un sector cada vez más pequeño de la cadena
productiva, de la cual el productor agropecuario es el eslabón más débil y
dependiente.
Es así que en la década del setenta, y especialmente a partir de los ochenta, con la
caída tendencial de los precios de la hacienda y su bajo nivel tecnológico se
produce un cambio hacia la agricultura continua cuyas principales características
han sido entonces: 1) una mayor extensión de la etapa agrícola de la rotación, 2)
roturación de pastizales para pasarlos a agricultura continua, 3) mayor
intensificación en el uso de insumos, especialmente herbicidas e insecticidas, 4)
aumento de la capacidad de uso de la maquinaria agrícola, especialmente tractores
y sembradoras, 5) incremento sustancial del ciclo agrícola y extracción de cosechas
(tres cosechas/2 años), 6) aumento de la escala de producción, 7) incremento de la
frontera agropecuaria, directamente con agricultura.
El doble cultivo aparece con rasgos tan destructivos por la falta de descanso o
barbechos, como el monocultivo cerealero de los cincuenta y sesenta. La
agricultura continua, en su modalidad menos destructiva, va ocupando espacios
antes destinados a pasturas en rotaciones agroganaderas. La soja fue el cultivo
sobre el que se apoyó, desde la década de los ochenta pero especialmente a partir
de los noventa, la agricultura continua y el proceso de agriculturización en que
nos encontramos.
En el último cuarto de siglo, la soja ha tenido una evolución sin precedentes. Desde
los años 70, la superficie sembrada ha crecido en forma sostenida. Mientras que en
la campaña 70/71 se ocupaban con soja tan sólo 37.700 has, durante la década
siguiente se habían alcanzado ya 2.226.000 has, en la campaña 96-97 se sembraron
más de 6.000.000 de has, y en la campaña actual (2000/2001) se han alcanzado las
10.000.000 de has. En un principio, el aumento del área sembrada, la producción y
los rendimientos ha venido acompañado de técnicas culturales y de variedades
introducidas de los Estados Unidos. La expansión fue estimulada luego por las
agencias nacionales de desarrollo, especialmente el INTA (el Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria de Argentina), por multinacionales de la agroproducción
y por extensionistas, pero el factor de control fue el dinamismo de la industria
aceitera y de los sectores comerciales que vieron en la soja y en las condiciones
agropecuarias pampeanas, óptimas posibilidades de obtención de renta
crematística. Es decir, la expansión ha sido netamente territorial, dado que el
cultivo, a diferencia de los ya asentados en la región, como el maíz, provenía desde
sus inicios con un alto componente tecnológico importado.
Las oleaginosas, que incluyen el girasol, soja, lino, maní y recientemente la canola,
han tenido un aumento ininterrumpido en superficie. Este espectacular
incremento del área sembrada con oleaginosas se debe a la soja y al proceso de
agriculturización. Tal como la infraestructura aceitera instalada en la última
década permite preverlo, el papel que se le ha asignado a la Argentina como
productor de granos no es más de país cerealero sino de país aceitero y productor
de harinas para alimentos de animales, dando origen a un nuevo slogan:
“Argentina aceitera”.
Ningún otro cultivo experimentó una expansión semejante y una trascendencia
económica tan importante como la soja en este período. La soja ha entrado a
nuestro sistema produciendo cambios sin precedentes en el plan de rotación
agroganadera desde el mismo momento de su aceptación y adaptación del paquete
tecnológico por parte de los productores agropecuarios. En este aspecto se
complementó con el desarrollo de las variedades de trigo con germoplasma
mejicano de ciclo corto, con lo que la combinación trigo-soja tuvo una acelerada
expansión en pocos años. El doble cultivo significó un fuerte impacto sobre la
rentabilidad de la empresa y sobre el flujo de fondos, al aportar ingresos en dos
épocas del año.
La revolución verde llegó a la Región especialmente en cuanto a nuevas variedades
de semillas y el uso de agroquímicos, permitiendo un avance en el aumento de la
productividad de los principales cultivos como la soja (72,8 %), maíz (64 %),
mientras que el trigo se incrementó un 14,4 %.
La soja ingresa entonces al país con un paquete técnico, utilizado mundialmente y
adaptado localmente, convirtiéndose desde la última década en la locomotora que
ha impulsado todo el proceso productivo pampeano.
La Zona Núcleo Pampeana concentra además de este importante sistema
agroproductivo una infraestructura construida que le da sustento. El eje urbano
industrial, paralelo al río Paraná, con innumerables puertos cerealeros, le dan
salida a la producción de manera rápida y cada vez más eficiente. La soja, el
principal cultivo de la región, es en realidad un cultivo proteico dado que con el 7980 % de su grano, luego de la molienda, se producen harinas o pellets con destino a
la alimentación animal. Sólo el 17-18 % de la semilla origina la primera
transformación de la materia prima, respecto del total de grano producido. En
términos generales, el 70 % de la soja cosechada es transformada en las plantas
aceiteras ubicadas en nuestro territorio. El consumo interno tanto de aceite como
de subproducto es mínimo: 6 % en caso del aceite de soja y 1,2 % de los
subproductos. Todo lo demás, el 93 % del aceite de soja y el 98 -99 % de los
subproductos, salen por estos puertos.
Así la industria molturadora (especialmente de subproductos de la soja y el
girasol) y aceitera (de los mismos) ha cobrado un desarrollo muy importante,
generando exportaciones aproximadas a los 5.000 millones de pesos (en Argentina
la paridad cambiaria es de 1 peso = 1 dólar) y componiendo una importante
porción de la industria alimentaria, de alimentos que en su mayor proporción
serán utilizados por el ganado de los países desarrollados (Cuadro Nº 1).
De esta forma, el complejo oleaginoso se ha convertido en el principal exportador
de la Argentina, con ventas que representan entonces el 20 % del total nacional.
Las exportaciones de harina de soja alcanzaron las 13.088 toneladas (un 36 % de
las exportaciones mundiales), 2.928 millones de aceite de soja (el 38,5 % mundial),
2.260 millones de harina de girasol (80,9 % mundial) y 1.689 millones de aceite de
girasol (el 55,7 % mundial). Soja y girasol indican asimismo los cultivos que más
capital han recibido para el desarrollo de nuevas semillas, especialmente en cuanto
a caracteres vinculados con la productividad agronómica y de calidad.
Pero, en este sentido, tanto Argentina como otros tantos países en desarrollo se
enfrentan consecuentemente con restricciones al ingreso de sus productos en forma
de barreras paraarancelarias, aranceles de importación y subsidios directos, que
por una parte aceleran un circuito vicioso que incrementa y obliga a la
intensificación de la producción para que sus productores puedan seguir siendo
“competitivos” – al igual que lo mismo se propone a otros agricultores en todo el
mundo –, mientras que por el otro lado los precios de sus productos se deprimen
continuamente y el mundo se inunda de una sobreproducción que atenta contra los
propios intereses de quienes fueron la base de fomento de este proceso.
Aún con el repunte de los últimos tiempos, el derrumbe de los precios
internacionales – el más bajo en los últimos 20 años – hizo que el país perdiese el
equivalente al 10 % de sus exportaciones. A poco que se mire, la tendencia a la
baja en la producción de commodities (materias primas agropecuarias) alcanza el
60 % en 60 años precedentes, lo que indicaría que la sobreproducción –
especialmente de oleaginosas actualmente – no cambiaría.
Evidentemente, por otra parte estamos entrando en una fuerte etapa
proteccionista a nivel mundial, abierta o encubierta, que de no mediar un cambio
profundo en el manejo de la estratégica política agropecuaria argentina, la
impactarán de lleno. Mientras EE.UU. garantiza a sus productores precios
especiales por encima de los del mercado, China incrementa su capacidad de
producción y de molienda, lo que atenta directamente contra países que, como el
nuestro, han volcado una gran cantidad de sus fichas al procesamiento industrial
en bruto de sus granos, especialmente soja y girasol.
El efecto sobre el aumento de la producción de soja, resultado de los grandes
avances tecnológicos, sumado a las políticas distorsionantes de otros países
productores e importadores, han sobreofertado el mercado mundial de aceites y
tortas – en más de diez millones de toneladas – con una consecuencia más que
obvia: el excedente de producción que genera cotizaciones internacionales
tendencialmente hacia la baja.
De todas formas, algunos alientan la expectativa de que la Unión Europea, en su
afán de reemplazar su sistema de alimentación actual con harinas proteicas,
podría comprar en Argentina parte de su producción de soja procesada, lo que
aún se encuentra en una seria discusión de nuevas barreras, especialmente en
cuanto a que actualmente Argentina es monoproductora de sojas transgénicas,
sumado a la aparición de focos de aftosa que hicieron que el país perdiese
rápidamente su status sanitario, con el consiguiente daño económico y social.
Es decir, por una parte se ha fomentado un modelo de producción que apuntó
directamente a la exportación de materias primas, especialmente intensificado en
la última década, que si bien ha demostrado incrementar la producción, no ha
servido para el desarrollo social en su conjunto ni ha volcado, como manifestaban
algunos economistas neoliberales, sus beneficios sobre toda la trama nacional.
·
El modelo tecnológico predominante
El crecimiento exponencial de la soja vino acompañado de un modelo de
rotaciones, especialmente con trigo, que se ajustó perfectamente a un nuevo
sistema de producción y manejo que encontraría en Argentina su mayor expansión
a nivel mundial: la siembra directa (especialmente aplicada a trigo seguido de soja
de segunda inmediata).
El doble cultivo trigo-soja ha permitido incrementar la rentabilidad de la empresa
agropecuaria, pero con una fuerte presión sobre el sistema y con secuelas de
erosión y degradación ambiental. La siembra directa ha sido desde hace diez años
la tecnología propuesta para disminuir el daño por erosión, basada en la no
remoción del suelo y la aplicación de herbicidas. Además de estos últimos, la soja
utiliza una batería de agroquímicos para el control de sus principales plagas y
enfermedades. Por ese motivo la siembra directa puede ser llamada
conservacionista, pero en tanto y en cuanto se encuentre apoyada fuertemente en el
control químico, poco vínculo real tendrá con la sustentabilidad.
Las necesidades de maquinaria especializada, hicieron que junto con la siembra
directa crecieran las importaciones de sembradoras aplicadas para tal fin y el
consumo de herbicidas aplicados al control de malezas en barbecho y durante el
ciclo del cultivo. El principal herbicida utilizado es el glifosato, que durante las
primeras etapas de este proceso era utilizado en los ciclos de descanso entre
cultivos o al final del desarrollo del trigo para alcanzar su secado.
La soja es el principal responsable del crecimiento de la utilización de
agroquímicos en el país. El cultivo demandó en 1997 el 42,7 % del total de
productos fitosanitarios utilizados por los productores, seguido por el maíz con el
10,1 %, el girasol con 9,9 % y el algodón con el 6,9 %. Actualmente, las ventas
más importantes del sector han sido las de glifosato, con unos 120 millones de
dólares al año y se descuenta que por el “efecto locomotora” de la siembra directa
y las nuevas sojas transgénicas esa demanda seguirá creciendo sostenidamente
(Cuadro Nº 2).
Cuadro Nº 2.
En millones de kg/litros.
Evolución del mercado argentino de fitosanitarios.
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
Herbicidas 19,7
Acaricidas 3,0
Insecticidas 6,2
Fungicidas 5,9
Curasemilla 0,4
Prod.Varios 4,1
Total
39,3
%
50,12
Herbic/total
22,9
3,2
6,9
7,4
0,4
5,2
46,0
49,78
26,2
3,2
7,0
7,4
0,4
6,1
50,3
52,08
31,8
3,4
8,9
7,3
0,5
7,3
59,2
53,71
42,0
3,5
10,5
7,2
0,7
8,7
72,6
57,85
57,6
8,1
14,2
8,0
1,1
10,9
99,8
57,71
75,5
6,5
18,1
8,6
1,6
13,7
124
60,88
%
Variación
1997/1996
31,1
-19,9
27,3
7,9
37,9
25,5
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos de CASAFE.
Es evidente que el consumo de herbicidas ha tenido un ritmo creciente que se
acelerará aún más en los próximos años. De todos los rubros de la industria de
agroquímicos, el de los herbicidas ha sido el más importante, llegando al 61 % del
total de fitosanitarios. El glifosato, junto con el 2,4 D y la atrazina son
generalmente los productos más comercializados por su volumen. En el caso
particular del glifosato, su consumo ha tenido un crecimiento exponencial que
permitiría asociarlos al crecimiento también importante de la siembra directa, de
la que la soja es el cultivo representativo.
Debido a la naturaleza altamente específica de su mecanismo de acción, son
precisamente los herbicidas los que se constituyen en los mejores indicadores
actuales del sendero tecnológico del proceso de intensificación de los sistemas de
producción de granos y oleaginosas en Argentina.
Estos herbicidas, que son conocidos y manejados por los productores, son
comercializados en Argentina a un precio mucho más barato que en el propio
EE.UU., y son más efectivos en el control de malezas, lo que hizo que, junto con
menores costos de combustibles y trabajo, fueran adoptados masivamente por
muchos productores (Lehmann, V y Pengue, W, 2000).
El nuevo camino tecnológico se cierra con la llegada de las sojas transgénicas
resistentes a herbicidas, que tan sólo han incrementado los tiempos y ciclos de
aplicación de herbicidas, especialmente el glifosato, produciendo una transferencia
masiva hacia su consumo específico, en detrimento de las más de treinta moléculas
distintas, utilizadas hasta entonces para tales fines. Siembra Directa, maquinaria
específica, Glifosato y Sojas RG son todas herramientas de un mismo sistema,
tendente a mantener e incrementar la intensificación de la agricultura de
exportación para competir en un mundo cada día más distorsionado e inundado
con los mismos productos desarrollados bajo el mismo sistema en todo el orbe.
(Cuadro Nº 3).
·
Los primeros cultivos transgénicos.
En poco menos de cinco años, la tasa de adopción de las nuevas variedades de soja
resistentes a herbicidas ha superado las expectativas de los vendedores más
optimistas de la industria, alcanzando niveles nunca logrados en la historia de la
agricultura moderna. Es así que en este período, la totalidad de la producción
argentina de soja es transgénica.
La soja es un cultivo con respuestas muy marcadas a dos variables ambientales: la
longitud del día y la temperatura. Por ello, también estas primeras variedades
importadas debieron ser seleccionadas y adaptadas local y regionalmente,
lográndose importantes avances en los principales grupos de madurez – GM - que
se pueden sembrar en la Argentina: IV al VIII. Ya en la década de los noventa,
especialmente los adaptados a la Región Pampeana, indicaron incrementos anuales
que oscilaron para el GM IV entre el 0,8 al 1,17, el V del 0,4 al 1,5 % y el GM VI
del 0,6 al 1,6 %.
La llegada de las primeras variedades transgénicas demostraron, en cambio, una
escasa adaptación local. La variedad A-5403 y su derivada transgénica 40-3-2
resistente al herbicida glifosato, no tenían buena perfomance en las condiciones
agroecológicas argentinas, por lo que las compañías que la importaron
implementaron un acelerado programa de cruzas y retrocruzas para la
incorporación del gen, con el uso del sistema de estación-contraestación y sobre las
líneas de más alto rendimiento y calidad convencionales, que nos encuentra en el
ciclo 2000/2001 con más de cuarenta nuevas variedades inscriptas o con su
inscripción en trámite, de las más de 200 lanzadas al comercio semillero argentino
entre 1993 y 1999 (Cuadro Nº 4). Nidera lidera el 67 % del mercado de semillas de
sojas transgénicas seguida por Dekalb, Monsanto, Pioneer Hi-Bred y algunas
empresas nacionales como Don Mario, La Tijereta o Relmo (Lehmann y Pengue,
2000).
Pero la BioRevolución es el talón de Aquiles de las compañías. Son las variedades
autógamas, es decir, aquellas que se autofecundan, como la soja o el trigo. En este
caso los agricultores podrían adquirir una sola vez la nueva semilla, sembrarla,
cosechar y guardarla para la campaña siguiente, dejando de comprar a las
semilleras. Una situación, siempre recurrente en las economías de los países
emergentes, pero que atentaría, según la óptica de las empresas, con sus procesos
de investigación y desarrollo.
En respuesta, las compañías diseñaron por Ingeniería Genética un sistema de
protección de la tecnología – TPS, Technology Protection System – por el cual al
insertar o modificar ciertos genes provocaban reacciones en la nueva semilla o la
planta que pudiesen hacer desde que ésta no germine hasta llevarla a un
inadecuado desarrollo que no permitiese su autoproducción. De esta forma, el
agricultor, especialmente el del Sur, estará obligado a comprarles todos los años la
semilla. Por el impacto que provocaría, la medida ha tenido el rechazo de la
comunidad científica internacional, ONGs y hasta de algunos de los propios
impulsores de la Biotecnología.
Lamentablemente se sigue adelante con este tipo de patentes y la de nuevos eventos
y mecanismos con el mismo fin, lo que indica que la idea se encuentra aún muy
lejos de ser descontinuada. Argentina tiene problemas en cuanto al control y
manejo de la semilla fiscalizada, por lo que no sería extraño que fuese un próximo
campo de desarrollo de estas prácticas de control y restricción biológica. En el caso
de la soja, la “bolsa blanca” – semilla del propio agricultor o distribuida por
canales no fiscalizados – ha crecido en forma notable en los últimos años,
alcanzando al 40 % del total de semillas. Durante el año 2000, la distribución de
semillas utilizadas en la siembra se repartía en: 200.000 Ton. de semillas
fiscalizadas, 300.000 Ton. guardadas por el productor para uso propio y 320.000
Ton. de bolsa blanca.
Otra propuesta para mantener el control de la semilla tiene relación con una
reducción de impuestos para quienes adquieran semilla fiscalizada, sumado al
fortalecimiento y control de la circulación de la bolsa blanca, lo que implicaría un
posible aumento de los ingresos fiscales y de los costos y mecanismos de control.
La realidad es que esta práctica -la posibilidad de guardar semilla para el año
próximo- es la que ha permitido que muchos de estos productores pudiesen
sobrevivir un año más en las condiciones de extrema competitividad a las que los
somete el mercado (Cuadro Nº 5).
De los 10 millones de hectáreas sembradas con cultivos transgénicos en Argentina,
la soja es el más representativo, alcanzando los 9.500.000 hectáreas, seguida muy
de lejos por los maíces Bt (resistentes a Lepidópteros) y los algodones Bt, con el
mismo carácter insertado. Acaban de ser liberados comercialmente, el maíz RR y
el algodón RR, por el Secretario de Agricultura Ing. Regúnaga, cuya gestión se ha
focalizado en dar un fuerte impulso al desarrollo biotecnológico de este tipo de
eventos. Posiblemente se pueda cerrar el ciclo completo de producción utilizando
un único herbicida y promoviendo de esta forma la aparición de los primeras
impactos ambientales, de resultado directo, tales como la aparición de resistencias
en malezas e insectos.
·
Impactos ambientales de la agricultura intensiva
Los principales problemas vinculados con el proceso de agricultura intensiva han
tenido relación con los serios problemas de erosión y pérdida de fertilidad
manifestados en las principales cuencas productivas de la Región Pampeana. El
avance de la frontera agropecuaria y el proceso de artificialización de ecosistemas
frágiles ameritan más que un proceso de intensificación, un sistema de
complejización del espacio productivo, pobremente evaluado hasta la actualidad.
Si bien es cierto indicar que la siembra directa ha permitido disminuir o por lo
menos desacelerar los procesos de erosión, la misma se ha llevado adelante
generand, por otro lado, cambios sustanciales en el ecosistema, como la aparición
de nuevas enfermedades, insectos y plagas, junto con aumentos de problemas de
estructura en el perfil e incremento de la contaminación y aparición de resistencias
en malezas e insectos.
La extracción continua de nutrientes del suelo provocará que en veinte años las
deficiencias de nitrógeno limiten los rendimientos en un 60 a 70 % de las áreas
cultivadas del país, mientras que las deficiencias de fósforo serán severas a
moderadas en un 70 % de los suelos cultivados y en 60 % de los mejores suelos.
Evidentemente que la propuesta de solución a este singular problema es que habrá
un vuelco en el consumo de fertilizantes y correctores de suelos, que por ahora
sigue siendo muy bajo. Mientras tanto, la vuelta a las rotaciones agrícolaganaderas son prácticas cada día más alejadas de la perspectiva productiva
pampeana, si bien son sistemas excelentes de recuperación y descanso de suelos,
natural y eficiente desde el punto de vista económico y ecológico.
En el caso de las etapas previas a las sojas RG, en que ya se impulsaba el avance de
la Siembra Directa reemplazando con esto el control cultural y de manejo por el
control estrictamente químico de malezas, el herbicida, al ser utilizado solamente
en un período del año (en el barbecho o descanso entre cultivos), presentó escasos
impactos ambientales; el cambio de patrón de uso puede generar efectos que van
desde la aparición de resistencia en malezas, impactos indeseables sobre la flora y
fauna del agroecosistema y posibles problemas de contaminación al alcanzar las
napas y el perfil del suelo.
La aparición de malezas con biotipos tolerantes al herbicida o resistentes al mismo
era generalmente desconocida tanto en nuestra Región como en el mundo bajo el
manejo y aplicación anterior. Pero tal resistencia hizo su aparición ahora, en
modelos de producción muy similares a los nuestros, como el australiano (Pratley,
2000), y que comienzan a confirmarse con los primeros estudios sobre tolerancia y
resistencia en malezas iniciados bajo el impulso del INTA (Papa, 2000).
Ya son varias las malezas sospechosas de ser tolerantes en la Región Pampeana, a
las dosis recomendadas de glifosato (Parietaria debilis, Petunia axilaris, Verbena
litoralis, Verbena bonariensis, Hybanthus parviflorus, Iresine diffusa, Commelina
erecta, Ipomoea sp). Algunas de ellas son pocos susceptibles a estas dosis, lo que
obliga a duplicar el volumen aplicado, con el consiguiente aumento en el consumo
de herbicidas. Pero no sólo en condiciones experimentales sino en la práctica diaria
de campo los productores están incrementando el tamaño de la dosis, al detectar
que con las recomendadas en los marbetes, la perfomance de los controles es muy
pobre.
Si bien es cierto que este tipo de herbicida – de la familia de los fosfitos y levemente
tóxico, Clase D - en comparación con los demás sería de más bajo riesgo, no lo son
en muchos casos los productos que aún se siguen aplicando junto con los mismos
para mejorar su adsorción, como los coadyuvantes o surfactantes. En algunas
situaciones, estos productos agregados o incluidos en las formulaciones pueden
resultar más tóxicos para el medio silvestre que el herbicida mismo. Por ejemplo,
algunas de las formulaciones más comunes de glifosato contienen coadyuvantes
tóxicos para el desarrollo de peces y otros organismos acuáticos.
Los ecosistemas más afectados por los herbicidas son aquellos sujetos a
aplicaciones directas o que se encuentran en las adyacencias de las áreas de
aplicación y los ecosistemas acuáticos que reciben el escurrimiento de las zonas que
son tratadas. De una u otra forma, los agroquímicos y fertilizantes pueden alterar
la estructura, función y productividad de los ecosistemas.
En otro orden, no es un tema menor, especialmente para América Latina, el
posible impacto sobre los centros de diversidad y origen de nuestros cultivos
agrícolas, sitios donde se concentra la mayor riqueza de poblaciones emparentadas
y donde estos cultivos fueron primeramente domesticados. Se debe tener en cuenta
que estos centros son la base de la reserva mundial de genes y caracteres
agronómicos de utilidad, y han sido fuente principal de recursos utilizados por los
fitomejoradores en todos los planes de selección, de la conservación in situ de una
inmensa variabilidad de especies y de una riqueza sociocultural de pueblos enteros
que se nutren de estos recursos.
Estos impactos residen en el hecho del flujo de genes con ciertas características de
mejora de las especies transgénicas a sus parientes silvestres y el efecto en cascada
que el nuevo carácter puede provocar sobre el ecosistema natural y social.
Pequeñas alteraciones genéticas, especialmente dirigidas hacia un fin pero
impredecibles en su expresión e interacción, pueden generar grandes cambios
ecológicos. Si un nuevo carácter, con condiciones adaptativas superiores
(resistencia a insectos, herbicidas, bajas temperaturas, etc.) logra implantarse en
ciertos biotipos de una población vegetal, ese grupo poblacional logrará
condiciones adaptativas mejores en detrimento del conjunto de individuos de las
otras poblaciones de la especie, con el consiguiente impacto sobre el banco genético
de la misma, contribuyendo a la disminución o desaparición de las otras
poblaciones.
Incluso para el propio desarrollo de la Ingeniería Genética, el resultado de un flujo
inapropiado de genes a especies emparentadas puede resultar en condiciones
adversas, a todas luces que la biotecnología puede mover genes de un lugar a otro,
pero su posibilidad de crearlos es prácticamente inexistente.
Un nuevo problema que estamos enfrentando con la aparición de las nuevas
variedades insecticidas, es la aparición de biotipos tolerantes en las poblaciones de
insectos, especialmente considerando el caso del Bt.
La tecnología del manejo de la resistencia no está adecuadamente desarrollada y
las experiencias necesarias requieren de cinco a diez años en una escala geográfica
amplia. Los modelos de simulación que se usan están más orientados hacia el
análisis de las respuestas con respecto a la perfomance de los agroquímicos,
alternativas de control como las rotaciones, siembra directa, condiciones de suelo y
del ambiente, mientras que es escaso aún el conocimiento de la biología y el
comportamiento de los insectos en el nuevo medio.
Esta situación plantea la pregunta de porqué si los planes de manejo de la
resistencia son aún imperfectos (tanto en EE.UU como aquí), y las compañías
comentan su aparente interés en preservar la tecnología Bt, se presiona tanto sobre
el mercado para la comercialización y aceptación de los productos con Bt. Las
respuestas pueden ser que las empresas tienen la seguridad de poder solucionar el
problema de la resistencia o saben que ésta puede presentarse y por lo tanto es
imprescindible acelerar la aprobación y comercialización de los nuevos productos
para asegurar rentabilidad antes de la aparición de resistencia y por ende la
pérdida de efectividad del producto.
Algunos autores (Mellon, 1995), sospechan lo segundo, y citan lo comentado por
Micogen, una de las creadoras del maíz Bt, que en un artículo en Biotech Reporter
indicaba que el desarrollo de los cultivos Bt estaba muy acelerado porque
“predecían que el Bt tenía aproximadamente una ventana de aprovechamiento de
diez años hasta que la primera fuente de resistencia apareciese en insectos”. Si el
objetivo fuese preservar el Bt por este período nada más, los planes a medio hacer
que se están manejando serían suficientes. Mellon dice que la política de “plantar
ahora, planificar después” (“plant now, plan later”), puede poner al Bt en un alto
riesgo.
Las compañías han investigado diferentes tipos de Bt y su manifestación sobre
toda la planta o sobre diferentes partes de la misma - panoja, hojas, tallos buscando encontrar una mayor efectividad. Se consideraba además que utilizando
diferentes eventos de Bt y alternando la presencia en distintas partes del vegetal se
podría también solucionar eventuales problemas de resistencia.
Hasta hace pocos años, los grupos de investigación esperaban que agregando
múltiples formas de Bt a un cultivo se podría diversificar las formas de eliminación
y contribuir a resolver los problemas de resistencia. La idea dio por tierra cuando
comprobaron que los insectos resistentes a un tipo de toxina Bt eran también
resistentes a otras a las que jamás antes - resistencia cruzada - habían sido
expuestos. (Gould, 1997).
· La apertura del mercado argentino, incorporación de tecnología e
intensificación del consumo
La evolución de las importaciones en los últimos años muestra un aumento
importante a partir de la apertura comercial de 1991. Mientras que en el período
anterior a la profundización de la apertura comercial (1986.1990) las
importaciones acumuladas apenas superaban los 24 mil millones de pesos, la cifra
correspondiente al período siguiente (1991-1997) quintuplica este valor llegando a
más de 135 millones de pesos. De hecho, las importaciones correspondientes al año
1997 ($ 30.300 millones) superan por sí solas a las importaciones de todo el período
anterior. Al mismo tiempo, se verifican cambios de importancia en su estructura:
disminuyen las importaciones de productos primarios, especialmente los
energéticos, y aumentan notablemente las adquisiciones de bienes de capital y
bienes intermedios.
Mientras tanto, las exportaciones acumuladas para el período 1991-97 casi
triplican a las correspondientes al período 1986-90, pero de todas formas la
participación de las exportaciones en el PBI sigue siendo baja (aprox. 8 %).
Si comparamos por otro lado la composición de las exportaciones en la segunda
mitad de los años 1980 y en los años 1990, se puede observar que no se han
verificado cambios de relevancia, aún teniendo en cuenta el importante
crecimiento de montos exportados en casi todos los rubros. Esto revela una
estructura exportadora bastante estable, en la que predominan los productos de
origen agropecuario, tanto primarios como manufacturados, y las commodities
agroindustriales.
Evidentemente, dentro de las exportaciones agropecuarias se han verificado
cambios de importancia en la composición de las mismas desde mediados de los
años 1970 y durante los ochenta. Estos cambios se refieren específicamente a una
pérdida de la preponderancia de las exportaciones de productos primarios
agrícolas a favor de las exportaciones de materias primas agroindustriales, en
especial las provenientes del complejo oleaginoso, como los aceites y harinas
vegetales y los alimentos para animales (pellets y expellers) que son un coproducto
de la molturación (Chudnovsky, D et al, 1999).
La expansión de este complejo, impulsada por el marcado crecimiento de la
intensificación en la producción y procesamiento de la soja, fue favorecida desde el
punto de vista externo por la duplicación de los precios internacionales del grano
de soja y sus productos industriales a principios de los setenta. Dentro de los
factores endógenos, la rápida adopción de tecnología, reflejada en un aumento de
la productividad de la tierra, junto con el desarrollo de plantas de procesamiento
industrial, agregado a la mejora sustancial del complejo portuario, llevaron y
siguen impulsando hoy en día con otra vuelta de tuerca a la intensificación este
subsector, que apunta a convertir toda la hidrovía (1) en un mar de soja.
Durante la última década (1990-2000) la producción rural argentina ha duplicado
su volumen en comparación con los treinta años anteriores (1960-1990), pero por
otra parte seguimos observando un marcado y desigual desarrollo de cada una de
las economías regionales y profundas transformaciones en todos los planos del
quehacer nacional y regional que reavivan nuevamente conceptos ya ampliamente
discutidos por Prebisch y CEPAL en los setenta y ochenta sobre el crecimiento
excluyente (Pengue, 2001). Los países en vías de desarrollo crecen, pero no logran
desarrollarse, permitiendo una concentración de riqueza en los rubros
exportadores que no se derrama sin embargo sobre la actividad productiva e
industrial.
Es así que algunos subsectores continúan creciendo y su enriquecimiento es
notable, mientras que la base de recursos y valor desaparece o se deteriora. La
intensificación agrícola no ha sido acompañada por el crecimiento de sus sectores
vinculados como los de maquinaria, fertilizantes o agroquímicos. Mientras el
consumo de estos productos aumenta, se incrementa la importación, y la
desaparición de cientos de fábricas PYMES especialmente en las áreas productivas
como ROSAFE (es decir, el polo agroproductivo más importante de Argentina,
concentrado alrededor de las importantes ciudades de Rosario y Santa Fe) y otras
zonas del país.
En otro orden, el consumo de agroquímicos importados es notable, al igual que la
dependencia del país en cuanto a algunos insumos que se han convertido en
estratégicos para el mismo, como la atrazina y especialmente el glifosato.(Cuadro
Nº 6). El caso del glifosato es paradigmático, puesto que su crecimiento en consumo
es exponencial, alcanzando en valores estimados cifras cercanas a los 120 millones
de litros (Pengue, 2000). Junto con estos dos herbicidas, comienza a notarse
nuevamente un repunte de un herbicida que había estado perdiendo su
preeminencia, el 2,4 D.
Mientras tanto, la participación de la industria nacional de agroquímicos alcanzó
tan sólo el 16,6 %, mientras que el 43,6 % de los agroquímicos tuvieron su origen
en el extranjero y el 39,8 % restante fue formulado en Argentina con drogas base
importadas
Cuadro Nº 6. Ventas de herbicidas discriminados por producto formulado, para el
período 1990-1998 (en millones de litros)
Herbicida
Glifosato
Atrazina
1991
1,3
2,7
1992
2,6
4,9
1993
4,2
3,7
1994
5,4
4,2
1995
8,2
4,9
1996
13,9
10,7
1997
30,7
7,6
1998
59,2
5,8
Fuente: CASAFE
La dependencia, entonces, de estos productos, es cada día más notable,
enfrentándose el país a situaciones oligopólicas que pretenden manejar la ecuación
de precios, incluso donde el precio del glifosato ha bajado de los US$ 28 /litro en la
década pasada a los US$ 3 actuales, dado que los productores ahorran en su precio
por litro pero han incrementado exponencialmente el consumo del producto.
·
Los impactos socioeconómicos de la monoproducción de commodities
Mientras por un lado Argentina ha incrementado su productividad física y
expandido también sus áreas cultivadas, incluso a zonas ambientalmente
susceptibles, de la mano de sus cultivos de exportación -–soja, girasol, maíz y trigo– por el otro existen ya marcados indicadores socioeconómicos y ambientales que
demuestran que Argentina está ingresando velozmente a un modelo de
subdesarrollo sustentable, como ya lo indicó Cavalcanti para el Brasil.
En los noventa, como hemos visto, el país ha sido el adalid de los países
latinoamericanos con su apertura económica al modelo global: un fuerte ajuste
estructural, la privatización completa de sus empresas públicas y un acceso
pobremente limitado al uso y usufructo de sus recursos naturales en casi todos los
rubros productivos. Si bien es cierto que desde el punto de vista macroeconómico
el país ha alcanzado las metas impuestas, desde la óptica del desarrollo Argentina
no ha crecido (0 % en el año 2000), mientras que los impactos socioambientales no
se han hecho esperar: la desaparición de la pequeña y mediana empresa
(industriales y agropecuarias), un aumento creciente del desempleo urbano y rural
(7,1 % en 1989, 15,4 % en 2000), fuertes migraciones internas y externas,
pauperización de los ingresos y flexibilización laboral, que junto con una débil o
inaplicable legislación ambiental impactan y degradan por igual recursos naturales
y humanos.
El éxodo rural, buscando especialmente nuevos empleos o mejores oportunidades,
se encuentra en la actualidad con una pared que es la falta de trabajo o la
posibilidad de empleo mal remunerado. En este sentido, tanto en la ciudad como
en las franjas periurbanas y el campo, la pobreza y la indigencia han aumentado
de manera escalofriante. En 1991, el número de pobres en las áreas urbanas y
periurbanas de Buenos Aires pasó de 2.327.805 a 3.466.000, pero lo más alarmante
es que la indigencia , una categoría inferior aún a la pobreza, aumentó más aún de
324.810 a 921.000 (aumento del 184 %) compatriotas en el último año. Las cifras
se repiten en todo el país, donde se estima que el 40 % de los argentinos es pobre.
Es decir que de una población total de 37.000.000 de personas, habría casi 15
millones de pobres, donde su crecimiento se explica especialmente por el
desempleo, la disminución de los ingresos para casi el 70 % de la población de la
región y la reducción del número de beneficiarios de los planes de empleo y ayuda
económica, incluidos los subsidios cuyos montos se bajaron de 160 a 120 pesos.
En el ámbito de la producción agropecuaria, el país siempre ha aplicado las
tecnologías disponibles - cuando la relación beneficios/costos es positiva -, con el
objeto de afiatar un modelo agroexportador asentado sobre una de las regiones
productivas más ricas del mundo: La Región Pampeana. Pese a esta alta adopción
tecnológica, en los años precedentes de Revolución Verde – con su intensificación
en calidad de semillas y capital – Argentina ha utilizado proporcionalmente mucho
menos que a sus competidores – EE.UU., Europa – agroquímicos y fertilizantes
sintéticos, haciendo que hasta hace muy pocos años fuese reconocida
mundialmente como un área de producción de alimentos más naturales. Además, el
adecuado sistema de rotaciones agrícola-ganaderos, permitía mantener la
estabilidad ambiental y económica en el mediano y largo plazo, alterada ahora por
la agricultura continua, que presiona con fuerza sobre los recursos y se sostiene en
el uso consuntivo de herbicidas y fertilizantes, la mayoría importados.
Pero toda esta situación está cambiando velozmente en los últimos años. Los
sistemas agroproductivos mixtos han dado su espacio a la producción agrícola, y la
adopción de nuevos cultivares e híbridos (Sojas RR, nuevos híbridos de alto
potencial, trigos franceses) está directamente vinculada al aumento en el uso
intensivo de agroquímicos (especialmente herbicidas, insecticidas, y curasemillas) y
de fertilizantes sintéticos, promovidos actualmente tanto por las propias empresas
vendedoras de semillas como por los organismos privados de productores o las
instituciones oficiales.
· Aumentos de escala, los nuevos actores y la desaparición de las
PYMES agropecuarias
Si bien es cierto que la adopción de la tecnología del ADN recombinante ha sido
masiva en la Argentina (Pengue b, 2000), también lo es el hecho que estos
beneficios no han alcanzado de manera equitativa a todos los productores que la
adoptaron, mientras que los costos de producción de muchos establecimientos
medianos y chicos crecen por problemas de la presión impositiva, bancaria, acceso
y dependencia de los insumos.
El conocido problema del manejo de malezas, especialmente en soja, fue la punta
de lanza para este ingreso tan exitoso desde el punto de vista comercial
empresario, de la soja en Argentina. El control de malezas absorbía
aproximadamente un 40 % de los costos de control de producción, sumado a una
necesidad y complejidad del manejo y combinación de herbicidas, poco accesible
para el conjunto medio de los productores.
La llegada de las sojas RR, con su simplicidad, y el bajo costo relativo del
herbicida glifosato, crearon una demanda de semillas y agroquímicos nunca vista
antes en el país.
Este proceso ha ido acompañado de un aumento en la concentración de las
explotaciones, un recambio generacional proclive aún más a las innovaciones y el
productivismo más que la calidad.
Es así que, en este sentido, son los grandes agricultores los que representan la
parte más atractiva de la torta del comercio vinculado a la venta de semillas,
fertilizantes y agroquímicos. Estos productores exitosos necesitan escala para
producir materias primas cuyo precio es tendencialmente bajo, a medida que por
su propia producción haya un notable excedente de materias primas, lo que genera
una necesidad de supervivencia en detrimento de los pequeños y medianos, que
endeudados desde mediados de la década del noventa, no pueden resistir su caída
del sistema (Cuadro Nº 7).
De allí la necesidad de las empresas proveedoras de insumos de conocer estos
cambios y tendencias de su mercado, donde aproximadamente estos 100.000
productores agrícolas de la pampa húmeda compran insumos por 1300 millones de
dólares. De éstos, 31.000 productores correspondientes al segmento de
explotaciones medianas y grandes adquieren unos 880 millones (70 por ciento),
mientras que los más chicos acceden solamente al 30 por ciento restante.
Cuadro Nº 7. Cantidad de Establecimientos agropecuarios en la Región Pampeana y
aumento en la escala de producción en 1992 y 1999.
El modelo que prima, entonces, responde a la utilización de las mejores variedades
comerciales y la aplicación intensiva creciente de agroquímicos, que las convierte
en variedades de alta respuesta –y no como se indica, de alto rendimiento-. Para
producir, “hay que darles de comer”. De esta forma, aumentan también las
hectáreas fertilizadas, donde el 70 % de la superficie del maíz y el trigo
actualmente se abona. El consumo por ejemplo, de urea y fosfato diamónico en
trigo y maíz, es de más de un millón de toneladas, seis veces más que en la década
pasada. A esto debemos sumar que otros insumos, antes escasamente utilizados,
son los fungicidas y los curasemillas, que comienzan a ser utilizados cada vez más
en trigo y soja (10 y 90 % respectivamente).
Inclusive dentro de la misma Región Pampeana, hay marcadas diferencias entre
los productores del sudeste bonaerense y aquellos del sur de Santa Fe, la “pampa
gringa”, que polarizan la cuestión a nivel regional. Mientras que los del sur
bonaerense cuentan con una superficie promedio mayor de 429 hectáreas, el 37 por
ciento tiene estudios universitarios y terciarios, el 33 por ciento recibe
asesoramiento externo y sólo el 10 % de ellos vive en el campo, en el sur de Santa
Fe la superficie media sigue siendo de 180 hectáreas, el 17 por ciento tiene estudios
terciarios, el 21 recibe asesoramiento y casi el 40 % de ellos sigue viviendo en su
campo.
Esta importante diferencia marca pautas culturales diferenciales, y una cierta
resistencia al cambio, que indicaría que aún los productores del sur de Santa Fe no
han sido absorbidos plenamente por el modelo agrícola intensivo.
Lamentablemente, esta pérdida de explotaciones se viene manifestando
fuertemente en el propio EE.UU., ahora en México (según Barkin, 2001, de
24.000.000 quedan solo 4.000.000 de productores/campesinos) y en Argentina, tres
países que han abierto su sistema productivo, y son paradigmáticos del modelo
imperante.
Es así que en la actualidad, en los Estados Unidos, luego del fuerte proceso de
concentración agrícola, el 75 por ciento de la producción es realizado por el 17 %
de las explotaciones, mientras que en Argentina, el 75 % de la misma, es aportado
por el 37 por ciento de los establecimientos, lo que indica que lamentablemente,
Argentina - tan similar al sistema productivo norteamericano en cuanto a
cuestiones agronómicas, técnicas y hasta sociológicas – tiene aún una gran
cantidad de agricultores, que quedarán fuera del sistema productivo en poco
tiempo, de continuar la actual tendencia.
·
Los insumos estratégicos y la creciente dependencia externa
Así como el gasoil venía siendo un insumo imprescindible para la producción, el
actual sistema ha generado también una creciente dependencia en relación con los
herbicidas necesarios para sostener la producción.
De la participación mundial de transgénicos, Argentina representó el año pasado
unos 10 millones de hectáreas, de las cuales más del 90 % están ocupadas por sojas
RR. Esta situación ha hecho que el consumo – por incremento de la superficie y del
número de aplicaciones – comience a crecer en forma exponencial en términos del
herbicida glifosato (por ej., de 28.000.000 litros a 58.000.000 entre 1998 a 1999). A
partir del año 2000, la cifra superaría – si bien no hay estadísticas oficiales – los
100 millones de litros y continúa creciendo.
Cuadro Nº 8. Producción Mundial de Cultivos transgénicos y participación argentina.
Cuadro Nº 9. Evolución de precios del glifosato y la atrazina. Concentración del
mercado.
Si bien es cierto que en la Argentina el precio del glifosato se redujo en casi diez
veces desde su incorporación al modelo de la siembra directa en los noventa,
también lo es que, pese a haber más de veinte empresas que lo comercializan e
importan -¡!- y a la caída de la patente del herbicida, son sólo cuatro las que
establecen el precio en el mercado – Monsanto, Atanor, Dow y Nidera – ocupando
casi el 75 % del mismo.
El proceso ha producido, además, una caída en los precios de los otros
herbicidas, lo que a su vez permite al productor incrementar sus compras y el
consumo de los mismos, apelando a una aplicación más intensiva e insumodependiente, en detrimento de un necesario y real Control Integrado de Malezas,
pobremente aplicado – por un mayor esfuerzo de procesos y escasez de técnicos –
en toda la Región Pampeana.
· Necesidades de una política nacional de I+D y de alternativas
apropiables en la sociedad. El aprovechamiento de las tecnologías de
procesos
“La improvisación ha dejado imborrables marcas en nuestro desarrollo reciente.
Los procesos de desarrollo más relevantes de los últimos 30 años, como la
expansión de la frontera agrícola, la agriculturización pampeana, el pasaje de un
sistema agroexportador dominantemente cerealero a otro de cereales y
oleaginosos, la desindustrialización, especialmente en la producción de maquinaria
pesada, la entrada de paquetes tecnológicos en el sector agrícola insumodependientes, el deterioro de las funciones de organismos del Estado de enorme
influencia en la investigación científico-tecnológica, y el control de sectores
productivos claves, como el INTA, INTI (Instituto Nacional de Tecnología
Industrial), el desmantelamiento de 30 institutos del CONICET (Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas) de los que la cuarta parte estudiaba
directa o indirectamente temas ligados a la producción y el medio ambiente, fueron
todos procesos no planificados adecuadamente, de resultados decididamente
negativos o inciertos. No se previeron, ni planearon, ni evaluaron los impactos
sociales y ecológicos de la apertura de fronteras agropecuarias en numerosos
frentes simultáneamente, lo que le hizo perder eficacia económica y capacidad de
mitigar los problemas ambientales, sociales y económicos en los que se hallan hoy
inmersas las áreas en expansión.
La decisión privada ha estado omnipresente en el manejo de los hábitats y recursos
naturales, haciendo ilusoria toda conservación del patrimonio fuera de las áreas
naturales protegidas. Pecaríamos de inocentes si creyéramos que esto es
consecuencia de falta de conocimiento técnico-científico, o un problema de
educación ambiental. Sin embargo, no puede culparse a las multinacionales ni a los
sectores privados por la expoliación de los recursos. Hay una enorme carencia de
políticas ambientales que promuevan el manejo sustentable y generen las
decisiones activas de protección del patrimonio natural.
Existe un fuerte componente de falta de información, especialmente en lo que se
refiere a modelos de predicción, que permitan identificar las funciones o variables
que desencadenarán el cambio ecológico o socioeconómico ante un impacto
ambiental. No hay una política de investigación y desarrollo que permita estudios
de largo plazo acerca de la evolución de los sistemas y, especialmente, de monitoreo
y seguimiento de objetivos móviles, es decir de factores y procesos de evolución
rápida vinculados con el uso de la tierra.”(Morello, J y Matteucci, S, 2000)
Lamentablemente, la actual tendencia en investigación agropecuaria indica un
fuerte sesgo a la producción científica privada, es decir una apropiación de la
ciencia y la tecnología sólo por una parte, cada vez más pequeña, de la sociedad.
Este hecho se hace muchísimo más marcado en los países en vías de desarrollo,
donde a lo máximo lo que se implementa son las tecnologías importadas del norte.
En Argentina, el INTA cumplió un papel fundamental en el desarrollo de
importantes regiones del país. Si bien con un sesgo netamente productivista y
regional – por la importancia específica de la Región Pampeana – la multiplicidad
de actores y su integración con los productores locales permitieron desarrollar
“tecnologías híbridas” fácilmente apropiables por el conjunto social. Asimismo, fue
esta institución, la base de la mejora genética de muchas especies, y su función, si
bien aprovechada por el sector privado, alcanzó a muchos productores con nuevas
variedades y semillas que luego reprodujeron libremente. Pero ahora, sin recursos
y con un éxodo masivo de muchos técnicos, su función, al igual que la de muchos
otros organismos de ciencia y técnica, está fuertemente mellada.
El desarrollo de programas sociales, de los cuales el INTA fue artífice principal –
Prohuerta, Cambio Rural – está en riesgo de desaparecer, lo que sumará aún más
indigentes a la creciente masa de productores empobrecidos.
En los temas de Ingeniería Genética, la investigación exitosa – es decir, la que ha
alcanzado el canal comercial – proviene en su totalidad del sector privado,
mientras que algunos organismos del CONICET y el INTA luchan por mantener
sus laboratorios y líneas particulares a flote, en una continua amenaza de falta de
recursos y transferencia de los esfuerzos de años hacia el sector privado.
Si en las cuestiones vinculadas a la investigación biotecnológica queda claro que
el país se encuentra muy lejos de tomar sus decisiones y la forma de indicar el
rumbo, más importante aún es conocer si se ha programado un sistema de
evaluación de los riesgos ambientales y socioeconómicos de la nueva tecnología
recombinante. Y aquí, si bien se sabe que son pocos los recursos destinados para
tales fines en los países desarrollados (a modo de ejemplo, un 10 % en Inglaterra,
un 1 % en EE.UU.), podemos afirmar que estamos muy cerca de los valores de
nulidad.
Los tipos de productos desarrollados por la Ingeniería Genética están
preparados para ser aún más insumo dependientes que lo que son hasta ahora –
más herbicidas, más curasemillas, más fertilizantes – y no menos. Inclusive las
anunciadas segunda y tercera ola de estos productos están muy lejos de ser
liberadas realmente al mercado, por el rechazo actual de los consumidores. De
todas formas, las líneas de investigación actuales siguen marcando una fuerte
tendencia hacia la producción de eventos con nuevos caracteres agronómicos de
resistencia a plagas o tolerancia a herbicidas en nuevos cultivos como el maíz, o el
girasol, de interés para los productores agrícolas, principales clientes de estas
empresas. Los últimos registros de inscripción de eventos para ensayos en
CONABIA (corresponde a la Comisión Nacional Asesora en Biotecnología
Agropecuaria), indican que el 97 % de ellos responden a caracteres agronómicos,
mientras que sólo el 3% podrían eventualmente llegar a ser del interés de los
consumidores.
Los países en desarrollo, por supuesto la Argentina, necesitan mantener una
política de investigación en Ciencia y Tecnología independiente, o por lo menos con
un fuerte sesgo regional que le permita por una parte lograr producción científica
apropiable por el conjunto científico regional - investigación conjunta de
enfermedades y plagas – y producir y apoyar la gestión de tecnologías de procesos,
fácilmente apropiables por el conjunto social, especialmente los sectores
pauperizados. Estas tecnologías, fácilmente apropiables y difundidas socialmente,
pueden ser una alternativa económica viable, frente a los promotores de las
técnicas insumo-dependientes que han empobrecido especialmente a nuestros
pequeños y medianos productores.
·
El fortalecimiento de los mercados. Alternativas y Diversificación
Ha quedado en claro que la tendencia actual del proceso propuesto en la
agricultura argentina es hacia la intensificación, concentración de riqueza y
expulsión de los pequeños y medianos agricultores. Una situación muy lejana de la
sostenibilidad socioeconómica y ambiental, que implica un serio riesgo para el
desarrollo con equidad e incluso la propia supervivencia de la sociedad.
Pero por otra parte, se está construyendo en la misma, frente a un modelo que
desde la esfera gubernamental oficial se quiere proponer como único, al igual que
los lobbistas privados, un modelo social y productivo alternativo, creciente
(Gabetta, C, 2001). Es aquél de las tecnologías intensivas en el uso de recursos
humanos y factores, y bajas en insumos, que crecen tanto para los mercados
internos (PSA Programa Social Agropecuario, Prohuerta Programa de ayuda para
la Auproducción de Alimentos, Cambio Rural, ONGs, agrupaciones barriales,
religiosas, etc.) como para los externos.
En el mercado interno, el exitoso programa de autoproducción de alimentos
orgánicos – Prohuerta – abastece, mediante la entrega de su propia semilla, la
dieta alimentaria básica – hortalizas y aves orgánicas – durante todo el año a
aproximadamente tres millones de argentinos, bajo condiciones extremas de
pobreza, en las áreas urbanas, periurbanas, y en menor medidas, rurales.
En el mercado externo, es notable la demanda de productos “verdes”,
especialmente en los de más altos ingresos, que son generalmente nuestros
compradores, y a los que aún – ¡antes que sea tarde! – podemos garantizar la
inocuidad y naturalidad de muchos de nuestros ambientes regionales. La situación
es particularmente interesante para estas Pymes agropecuarias a las que habrá
que ofrecerles nuevas alternativas productivas como las “especialidades”, tales
como los productos orgánicos, naturales, derivados de agriculturas de bajos
insumos, ganadería extensiva, que, como dijimos, cuenta con precios y demanda
en los mercados mundiales. Esto no es una panacea, es una realidad económica y
una salida para las Pymes que aún representan sólo en la Región Pampeana
argentina el 51 % de su superficie, que se suman a muchas economías regionales
que hasta ahora estuvieron en franco retroceso y proceso de desaparición. Sólo en
nuestros tradicionales compradores como la UE, la producción orgánica involucra
unos 7.300 millones de dólares en un mercado mundial creciente de 16.000
millones a los que Argentina tiene mucho por aportar con su producción natural
certificada tanto extensiva (ganadería, cereales y oleaginosas) como intensiva
(frutas, hortalizas, olivos, miel, yerba).
Es mucho lo que el Estado puede hacer
y muy poco lo que ha hecho para definir una política agropecuaria de desarrollo
sostenible. Hasta ahora se han tomado sólo medidas puntuales y coyunturales –
inclusive en un claro apoyo y apertura hacia la permisividad de los productos
derivados de la ingeniería genética - y no la decisión de apoyo y fomento a una
estrategia participativa y de expansión y reconocimiento de los nuevos productos.
Incluso dentro de alimentos especiales, se podría dar cabida – si tuviesen
reconocimiento y demanda por parte del consumidor y se mejoraran las
condiciones de control ambiental y sus impactos sobre la cadena productiva – a
ciertos productos propuestos por la biotecnologia como algunos alimentos
especiales o nutracéuticos, utilizados para el tratamiento de enfermedades, muy
promocionados pero con nula salida al mercado, y cuya discusión y verdaderos
beneficios a la sociedad deberían debatirse mucho más ampliamente, de cara a la
verdadera incertidumbre y falta de seguridad científica que los mismos aún
provocan (Funtowicz y Ravetz, 1994).
Posiblemente la ingeniería genética ha llegado en una etapa inadecuada de la
Humanidad (Pengue, c, 2000), donde prima en todo el mundo, el individualismo, el
afán por el lucro desmedido e inmediato, la mercantilización de la naturaleza y la
concentración de la ciencia y la tecnología en muy pocas manos, generalmente
privadas. Habrá entonces que discutir mucho más ampliamente la verdadera
distribución de costos y beneficios y la agenda propia e independiente en este
sentido y en el más amplio, que es como alcanzar a favorecer verdaderamente a los
más desprotegidos y subalimentados en un país que desborda de alimentos como
Argentina.
·
Bibliografía
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OGM´s. Conferencia Internacional sobre Comercio, Ambiente y Desarrollo,
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(1) Al igual que en el Missisipi en EE.UU., se está planificando el desarrollo de la
hidróvia de los rios Grande, Paraná, Paranaiba y Paraguay, para dar salida a una
gran parte de la producción de soja de la región directamente a un puerto de
ultramar, estando aún poco evaluados los efectos que las obras necesarias a
realizar puedan tener sobre importantes regiones como el Pantanal.
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