Iglesia en el siglo XX León XIII Pío X Benedicto XV Pío XI Pío XII Juan XXIII Pablo VI Juan Pablo I Juan Pablo II a) Vaticano Ciudad del Vaticano nació como Estado en 1929, tras la desaparición de los Estados Pontificios, con la firma de los Pactos de Letrán entre el gobierno italiano (Mussolini) y la Santa Sede (Pío XI). En 1970 se disolvieron las unidades militares de la guardia pontificia; las funciones policiales y de protección son ejercidas por la guardia suiza. También fue establecido el retiro obligatorio para los cardenales al sobrepasar los 80 años de edad. El gobierno se estructura bajo la suprema autoridad del Papa con un Colegio de Cardenales, una Secretaría de Estado y varias sagradas congregaciones que atienden las necesidades y problemas de los habitantes de la Ciudad del Vaticano y de los católicos del mundo entero. Es el Estado más pequeño del mundo, enclavado en el Oeste de Roma (Italia), a la derecha del Tíber. Posee una notable potencia financiera, con importantes inversiones en sociedades italianas e internacionales. Obtiene fuertes ingresos con la venta de sellos de correos, monedas vaticanas de oro y plata y diversas mercancías expendidas en sus establecimientos. Sus principales órganos de información son el diario L'Osservatore Romano y Radio Vaticano. Su riqueza cultural y artística es extraordinaria. b) Papas • León XIII Vincenzo Gioacchino Pecci, el sexto hijo de una familia humilde, vino al mundo el 2 de marzo de 1810, en la ciudad de Carpineto, situada al sur de Roma. En 1843 fue consagrado obispo por el Papa Gregorio XVI y enviado a Bélgica. En 1877 es trasladado a Roma y luego del tránsito del Papa Pío IX, es nombrado Camarlengo (Cardenal que administra los asuntos de la Iglesia cuando sobreviene la vacancia de la Sede Apostólica). Tras un cónclave de tres días la elección de un nuevo Pontífice, es nombrado Papa el 20 de febrero de 1878, por entonces un hombre con una salud bastante precaria de 68 años. El nuevo Pontífice elegía el nombre de León. 1 León XIII ha llegado a ser conocido como el primer Papa de las encíclicas. La más importante de sus encíclicas, sin duda, es la conocida con el nombre de Rerum novarum, y fue promulgada el 15 de mayo de 1891. Con esta encíclica se iniciaba una nueva etapa conocida como Magisterio Social Pontificio. Por medio de ésta encíclica el Papa de los obreros, con tono firme, hacía resonar en el mundo entero la voz de la Iglesia que, una vez más, se alzaba en defensa de los débiles, los pobres, los «sin voz». León XIII trabajo para favorecer la unidad entre la fe y el pensamiento. Con este fin dio un nuevo impulso a la doctrina de Santo Tomás de Aquino, proponiendo en su encíclica Aeterni Patris a este santo como modelo para los estudios filosóficos y teológicos. En el terreno ecuménico se dio un verdadero cambio, al menos en lo que se refiere a las relaciones con la Iglesia Oriental. El objetivo del Papa León XIII, en este sentido, era lograr la reunificación de quienes se habían separado de la Iglesia. Fruto de esos esfuerzos fueron, en 1879, el fin del cisma caldeo y del cisma armenio. En este mismo campo, las cosas no fueron tan bien en lo que se refiere a los anglicanos. Con ellos no sólo no se llegó a ningún acuerdo, sino que se abrió más aún la brecha cuando en 1896 una comisión pontificia llegó a la conclusión que no se había dado entre ellos la continuidad de la sucesión apostólica. En 1883 abrió las puertas del Archivo Vaticano, de acceso muy restringido durante siglos, dando amplias facilidades para la investigación histórica. • Pío X Giuseppe Melchiorre Sarto, nació el 2 de junio de 1835 en Riese, Italia. En 1893, León XIII le concedió el capelo cardenalicio y lo trasladó a Venecia. A la muerte de León XIII, el 20 de julio de 1903, el cardenal Giuseppe Melchiorre Sarto sería nombrado Pontífice. Su primera encíclica, E supremi apostolatus cathedra... comenzaba compartiendo los temores que le acometieron ante la posibilidad de ser elegido Pontífice. Su primera encíclica, E supremi apostolatus cathedra... comenzaba compartiendo los temores que le acometieron ante la posibilidad de ser elegido Pontífice. Hizo todo lo posible por impulsar la enseñanza del Catecismo y por mantener la pureza de la doctrina. Promovió la reforma de la liturgia de las horas, permitir la comunión diaria a todos los fieles, así como a cambiar la costumbre de la primera comunión: en adelante los niños podría recibir el Santísimo Sacramento cuando tuviesen ya uso de razón, a partir de los 7 años. En 1905 la Sagrada Congregación del Concilio abría las puertas a la Comunión frecuente. En este año, se consuma en Francia (1905) la separación de Iglesia y Estado. Éste sería un capítulo muy doloroso para Pío X. Años después aquél ejemplo sería seguido: en España (1910) y en Portugal (1911) también se daría la definitiva separación entre la Iglesia y el Estado. Como preparación inmediata para el acontecimiento del 50 aniversario de la proclamación de la Inmaculada Concepción publicó su encíclica Ad diem illum. Pío X muere 20 de agosto de 1914, poco antes del estallido de la llamada "primera guerra mundial", se le atribuyó ya en vida muchos milagros. El 14 de febrero de 1923 se introducía su causa de 2 beatificación, iniciándose un largo y exigente proceso que duraría hasta el 12 de febrero de 1951, fue elevado a los altares el 29 de Mayo de 1954. • Benedicto XV Hijo de una familia noble, Giacomo della Chiesa nació en Génova, Italia, el 21 de noviembre de 1854. El año 1907 el Papa Pío X lo nombró Arzobispo de Boloña. Para el año 1914 Su Santidad Pío X le otorgaba el capelo cardenalicio, a tres meses de ser él el próximo elegido para sucederle en la Cátedra de San Pedro. Estallaba la Primera Guerra Mundial, cuando él asumía el pontificado, declaró la imparcialidad y neutralidad total de la Iglesia. Por su incansable tarea en favor de la comunión y reconciliación entre las naciones, y por su eficaz solidaridad para con la sufriente humanidad, la Iglesia recordará siempre a este Pastor como el "Papa de la Paz". Bajo su pontificado, en 1917 fue promulgado el nuevo Código de Derecho de Canónigo, fruto de varios años de trabajo iniciados durante el pontificado de su predecesor Pío X. El nuevo Código se constituyó en el elemento decisivo para la organización eclesiástica. En 1917 el Santo Padre funda la Congregación para las Iglesias Orientales. En 1919 publica su encíclica Maximum illud, conocida como «la carta magna» de la actividad misionera. «La Iglesia de Dios es católica y, por lo tanto, no puede ser extraña a ningún pueblo», decía en ella. En esta encíclica da ciertas directrices que se constituyen en hitos fundamentales para la posterior acción misionera y evangelizadora de la Iglesia. Terminada la guerra el año 1919, mandó realizar asimismo una colecta en los templos católicos de todo el mundo para ayudar a niños hambrientos. También en la Unión Soviética, cuando la hambruna azotó a sus pueblos el año 1921, pondría a disposición de los necesitados la ayuda solidaria de la Iglesia. Debido a los esfuerzos pacificadores del Papa Benedicto XV, la Santa Sede experimentó por entonces un avance muy positivo en lo referente a las relaciones internacionales: recibió el reconocimiento diplomático del gobierno de Inglaterra (1914) y de Francia (1921). Con el gobierno italiano se abría un camino de negociación cuando declaro que la Iglesia no pretendía recuperar los estados pontificios que había perdido, con lo que se sentaban las bases para que, en el futuro, se llegase a una plena reconciliación. • Pío XI Ambrogio Damiano Achille Ratti nació el 31 de mayo de 1857 en Desio −cerca de Milán, Italia− en el seno de una familia acomodada y muy respetada. En 1918, aprovechando su gran habilidad para los idiomas, el Papa Benedicto XV lo envía a Polonia, primero como visitador apostólico, y al año siguiente como nuncio, nombrándolo para ello arzobispo titular de Lepanto. En 1921 el Papa Benedicto XV lo llamó de vuelta a Italia, lo nombró arzobispo de Milán y le otorgó el capelo cardenalicio. Pocos meses después el cardenal Achille Ratti sería elegido para suceder a Benedicto XV en el Pontificado, con el nombre de Pío XI. 3 En diciembre de 1925 instituía la fiesta de Cristo Rey con la publicación de su encíclica Quas primas. Proclama tres años jubilares 1925, 1929 y 1933, así como bienales congresos eucarísticos. Publica sucesivas encíclicas: Divini illius magistri (1929), sobre la educación cristiana; Casti connubii (1930), que define el matrimonio cristiano y condena la contracepción; Quadragesimo anno (1931), que reafirma y profundiza las enseñanzas sociales que su predecesor, el Papa León XIII, desarrolló en su encíclica Rerum novarum. Realizó numerosas canonizaciones: Juan Fischer, Tomás Moro, Juan Bosco, Teresa de Lisieux... Asimismo fue él quien elevó a San Pedro Canisio, Juan de la Cruz, Roberto Belarmino y a Alberto Magno al rango de Doctores de la Iglesia. En 1931 instaló una estación de radio en el Vaticano, siendo el primer Papa en usar de este medio de comunicación con propósitos pastorales. Fueron notables sus esfuerzos para lograr acuerdos o "concordatos" por los que la Iglesia regularizaba su posición y sus derechos frente a los diversos estados. El de mayor trascendencia sin duda fue el concordato firmado con Italia en 1929 (Tratado de Letrán), por el que se llegaba a una definitiva y satisfactoria solución de la «cuestión romana»: la ciudad del Vaticano se reconocía como un estado independiente y neutral. Asimismo, por medio de su secretario de estado, el entonces cardenal Eugenio Pacelli, firmó los concordatos con el Reich alemán y con Austria, en 1933. En 1936, Pío XI fundó la Academia Pontificia de las Ciencias, incluyendo como miembros a distinguidos científicos de diversos países. En este mismo campo, promovió un serio estudio en la línea de las diversas ciencias, en cuyo avance veía un reto al que la Iglesia debía responder. Su preocupación en lo que tocaba a los estados totalitarios fue en continuo aumento con los años. Nada menos que treinticuatro fueron las cartas de protesta que dirigió desde 1933 hasta el 36 al gobierno del Reich alemán, por la continua violación del Concordato y por la progresiva opresión a la iba sometiendo a la Iglesia en Alemania. Esta situación daría pie finalmente a hacer pública en su encíclica Mit brennender Sorge (1937) una enérgica condena a las enseñanzas y prácticas del nacionalsocialismo alemán. El mismo año condenaría también al comunismo con su encíclica Divini Redemptoris. Protestó enérgicamente ante la cruel y feroz persecución desatada en México contra los católicos, y en 1933 denunciaba asimismo la separación entre Iglesia−Estado a la que el gobierno republicano había llevado a España. El Papa Pío XI, muere el 10 de febrero de 1939. • Pío XII Eugenio Pacelli, elegido Papa en 1939 con el nombre de Pío XII, intentó desesperadamente ser "el Papa de la paz" en tiempo de guerra. Ex diplomático del Vaticano en Alemania desde 1917 hasta 1929, era proalemán, pero antinazi. Pío XII se convirtió en un acérrimo anticomunista. En sus primeros hizo algunos gestos reformistas, invitó a la participación de la congregación en el culto y redujo el tiempo del ayuno eucarístico. Pero su conservadurismo le indujo a condenar los errores de la "nueva teología" de jesuitas y dominicos franceses. Tras su enfermedad (1954) se vio cada vez más aislado por poderosos cardenales. Después de su muerte se embalsamó de mala manera su cuerpo y explotó dentro del ataúd en el camino 4 de la basílica de San Pedro. Parecía el símbolo de un brillante pontificado que estaba corrompido por dentro. • Juan XXIII El Papa que metió a la Iglesia católica romana en el siglo XX, nació en una familia de campesinos que vivía en un pueblo en las colinas al pie de los Alpes. En las elecciones papales de 1958, pocos esperaban que fuera elegido Angelo Giuseppe Roncalli. Juan XXIII, con sus 77 años, parecía un viejo pánfilo del que sólo se esperaba que mantuviera caliente la silla de Pedro para su sucesor. En cambio, su dilatada experiencia mundo le había convencido de que la iglesia estaba demasiado separada del mundo moderno. Para conseguir este propósito, en 1962 congregó en un concilio ecuménico a todos los obispos; sólo se habían celebrado otras dos reuniones semejantes en los últimos 500 años. Aunque algunos de sus cardenales le consideraban temerario e ingenuo, se convirtió en el Papa más popular de la época moderna. Alentado, escribió su encíclica más famosa. "Pacem in Terris". Publicada dos meses antes de su muerte, fue su testamento. Insistió incansablemente en los derechos humanos universales; y dijo que el uso de armas nucleares estaba "contra la razón". • Pablo VI Giovanni Battista Montini nació en Concesio, cerca de Brescia, el 26 de septiembre de 1897. En 1937 fue nombrado asistente del Cardenal Pacelli, quien por entonces se desempeñaba como Secretario de Estado. En 1944, bajo el pontificado de Pío XII, fue nombrado director de asuntos eclesiásticos internos, y ocho años más tarde, Pro−secretario de Estado. En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán, sería conocido como el "Arzobispo de los obreros". En diciembre de 1958 fue nombrado Cardenal por Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo su asistente. El Cardenal Montini contaba con 66 años cuando fue elegido como sucesor del Pontífice Juan XXIII, el 21 de junio de 1963, tomando el nombre de Pablo VI. El pontificado de Pablo VI está profundamente vinculado al Concilio, tanto en su desarrollo como en la inmediata aplicación. El 29 de septiembre de 1963 se abre la segunda sesión del Concilio. Pablo VI la clausura el 4 de diciembre con la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. El 6 de agosto de 1964, S.S. Pablo VI publica su encíclica programática Ecclesiam suam. La tercera sesión conciliar duraría del 14 de setiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. Se clausuraba con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia. En aquella ocasión proclamó a María como Madre de la Iglesia. El 4 de octubre, durante la cuarta y última sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la ONU, 5 para hacer un histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las naciones. Entre su gran legado, se encuentran las encíclicas: Ecclesiam Suam (6−8−1964), sobre los caminos que la Iglesia Católica debe seguir en la actualidad para cumplir con su misión. Mysterium fidei (3−9−1965), sobre la doctrina y culto de la Santa Eucaristía. Populorum progressio (26−3−1967), sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Sacerdotalis caelibatus (24−6−1967), sobre el celibato sacerdotal. Humanae vitae (25−7−1968), sobre la regulación de la natalidad. Octagesima adveniens (1971), con ocasión del 80 aniversario de la encíclica Rerum novarum. Marialis cultus (2−2−1974), sobre la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen. • Juan Pablo I Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912, pertenecía a una familia humilde y de escasos recursos. El año 1958 el Papa Juan XXIII, en Roma, lo consagraba Obispo para la diócesis de Vittorio Veneto, cerca de Venecia. En 1969 el Papa Pablo VI lo nombra patriarca de Venecia, y en 1973 es nombrado cardenal por el mismo Papa. Durante tres años (1973− 1976), será vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana. En 1976 publica su famoso libro Illustrissimi, cartas ficticias dirigidas a personajes de la historia o fantasía, y que para él serán un medio de expresar sus más profundas convicciones y puntos de vista. El cónclave de Agosto de 1978 fue el más grande hasta entonces−en cuanto al número de Cardenales asistentes−, y quizá también uno de los más cortos. Al finalizar la primera jornada, el mundo entero sería sorprendido por la nueva elección, pues entre las infaltables cábalas y especulaciones, pocos habían fijado su atención en el patriarca de Venecia, tan poco conocido fuera de Italia. El nuevo Papa elige entonces los nombres de sus predecesores inmediatos: Juan y Pablo. El Papa Juan Pablo I se proyectaba como un hombre de diálogo, de escucha, y se mostraba en todo momento cercano, dialogante, tan conciliador como coherente, muy humilde y sonriente. Juan Pablo I, elegido para ser «párroco del mundo», muere el 28 de septiembre de 1978, habiendo transcurrido escasamente un mes de su pontificado. • Juan Pablo II Karol Wojtyla nace el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, al norte de Polonia. En 1942 comienza su preparación para el sacerdocio, ingresando en el seminario clandestino de Cracovia, siguiendo trabajando como obrero en Solvay. El 1 de noviembre de 1946 es ordenado sacerdote. De inmediato fue enviado a Roma para continuar en el Angelicum sus estudios teológicos. Dos años más tarde regresa a Cracovia. El 23 de septiembre de 1958 es nombrado Obispo por el Papa Pío XII. Es destinado como Obispo auxiliar en la diócesis de Cracovia, queda a cargo de la misma en 1964. Dos años después, la diócesis de Cracovia sería elevada al rango de Archidiócesis por el Papa Pablo VI. Es nombrado Cardenal por el Papa Pablo VI en 1967. Elegido Pontífice el 16 de octubre de 1978, escogió los mismos nombres que había tomado su predecesor: Juan Pablo. Es el primer Papa no 6 italiano desde Adriano VI (1522). Juan Pablo II proclamó a los santos Cirilo y Metodio copatronos de Europa, junto a San Benito. A ellos está dedicada su encíclica Slavorum apostoli. El 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II sufre un atentado a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca. Fruto de esta experiencia vivida será su Carta Apostólica Salvifici doloris. En 1992 aprueba el Catecismo de la Iglesia Católica, compendio de toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar. Entre su legado escrito, están las encíclicas: Redemptor hominis (1979), sobre Jesucristo como "centro del universo y de la historia", y del hombre "camino primero y fundamental de la Iglesia". Dives in misericordia (1980), sobre la misericordia divina. Laborem excersens (1981), sobre el trabajo humano. Slavorum apostoli (1985), en memoria de la obra evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio. Dominum et Vivificantem (1986), sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo. Redemptoris Mater (1987), sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina. Sollicitudo rei socialis (1987) sobre el desarrollo de los hombres y de la sociedad. Redemptoris missio (1990), sobre la permanente validez del mandato misionero. Centessimus annus (1991) sobre la doctrina social de la Iglesia. Veritatis splendor (1993), sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia. Evangelium vitae (1995), sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Ut unum sint (1995), sobre el empeño ecuménico. Fides et ratio (1998), sobre las relaciones entre fe y razón. Sobre él me gustaría añadir que me gustó mucho el haber asistido los pasados 1, 2 y 3 de Mayo a Madrid para verle en el aeropuerto de 4 vientos. c) Iglesia A pesar de las polémicas en torno a la educación y al matrimonio, el liberalismo había terminado por aceptar el Concordato de 1887, pero sin abandonar su aspiración a reformar al texto vigente, para adaptarlo a la realidad nacional, como proclamó en la Convención Liberal de 1935: allí aclara que no es de su esencia ser un partido de propaganda religiosa ni antirreligiosa, pero proclama la libertad de cultos y se muestra partidario de la escuela gratuita, única, laica y obligatoria. También considera que la vida civil debe ser regida por la ley civil: por ello, debe llevarse el divorcio vincular a la legislación nacional. Por esto, esos años se vieron caracterizados por una intensa polarización en torno a la reforma constitucional de 1936, a la cual se opuso el episcopado en pleno y el directorio conservador: no se podía admitir como Constitución colombiana, afirmaban los obispos, "una cosa" que no interpretaba "los sentimientos y el alma religiosa de nuestro pueblo", pues se suprimía el nombre de Dios del encabezamiento del texto constitucional y la mención de la religión católica como elemento esencial del orden social. Además, se suprimía el reconocimiento explícito de los derechos de la Iglesia, su exención de impuestos para templos y seminarios, su dirección de la educación, etc. Se hablaba, afirman los obispos, de "libertad de cultos en vez de una razonable tolerancia", se sustituye la mención de "la moral cristiana" por la de "orden moral", que es "una frase vaga y ambigua". En resumen, sostienen los obispos, se cambiaba "la fisonomía de una Constitución netamente cristiana por la de una Constitución atea". Además, se quejaba el episcopado, la reforma admitía el divorcio vincular prescindiendo del Concordato vigente, declaraba la beneficencia pública como función del Estado, al que otorgaba una intromisión inadmisible en las obras asistenciales de la Iglesia, a la que obligaba a recibir en sus 7 colegios privados a "los hijos naturales", sin distinción de raza ni de religión. Consideraban los obispos que la reforma constitucional estaba "preñada de tempestades y luchas religiosas", pues los legisladores verían que no era fácil "imponer a un pueblo creyente instituciones contrarias a la religión que profesa". Pero, en realidad, la reforma sólo pretendía una normal secularización de la vida política y de la legislación colombianas, que chocaba lógicamente con la mentalidad sacralizada, de tipo constantiniano, de la mayoría de la jerarquía y clero del país. Esta polémica se proyectaría en la discusión en torno al Concordato de 1942, que buscaba precisamente armonizar la situación de las relaciones Iglesia−Estado con el nuevo texto constitucional. Según algunos analistas, en el curso de las negociaciones el gobierno liberal había ido moderando sus exigencias inicialmente extremistas hasta contentarse con una negociación parcial sobre matrimonio, registro civil y administración de cementerios. Por esta "actitud tan conciliadora", el Vaticano aceptó la negociación y quiso aprovechar la ocasión para desterrar los vestigios del patronato español, ocultos en el Concordato de 1887. Como resultado de cinco años de estudio y negociación, el 12 de abril de 1942 se llegó a un acuerdo entre Darío Echandía y el cardenal Luis Maglione, en nombre de Pío XII. La Santa Sede estaba interesada en excluir el privilegio presidencial de recomendación de obispos, pero el acuerdo terminó reafirmando el derecho de veto presidencial a los candidatos al episcopado, que se extendía ahora a los obispos coadjutores con derecho a sucesión, aunque se hacía constar el principio de que el nombramiento pertenecía a la Santa Sede y se suprimía el derecho de presentación de candidatos. Todos los obispos deberían ser colombianos y jurar obediencia a las leyes nacionales, lo mismo que no participar ni dejar participar al respectivo clero en "ningún acuerdo que pueda perjudicar el orden público o a los intereses nacionales". Se reiteraba la obligación de la presencia de un funcionario civil en los matrimonios católicos, las causas de separación matrimonial pasaban a la justicia civil y la administración civil se hacía cargo de los cementerios. Sin embargo, algunos sectores de la Iglesia y del partido conservador no estaban de acuerdo con el arreglo conciliatorio, sino que consideraban que el nuevo texto concordatario era fruto de un complot masónico, que no tenía en cuenta a la mayoría del clero y la jerarquía, ni la realidad católica de la nación. Este ambiente polarizado explica por qué el concordato de 1942 nunca entró en vigencia, a pesar de haber sido aprobado por el Congreso, ya que el presidente se abstuvo de realizar el canje de ratificaciones, requerido para su vigencia. LA IGLESIA DURANTE EL FRENTE NACIONAL Este ambiente de polarización en torno a las reformas modernizantes y secularizantes de la república liberal de los años treinta prepara el contexto de la llamada Violencia de los años cuarenta y cincuenta, cuyos desbordamientos obligaron a los partidos tradicionales al acuerdo del Frente Nacional en 1957, que fue apoyado casi unánimemente por el episcopado y clero católicos (con la excepción de monseñor Miguel Angel Builes) como un regreso a la concordia. El texto del plebiscito, que tenía carácter de reforma constitucional, representaba un cierto retorno a la confesionalidad del Estado, pues estaba encabezado en nombre de Dios como fuente suprema de toda autoridad y reconocía que una de las bases de la unidad nacional era el reconocimiento que los partidos hacían de la religión católica como la de la nación: como tal, los poderes públicos deberían hacerla respetar como elemento esencial del orden social. Además, la Comisión Política del liberalismo dio por canceladas las pugnas de origen o pretexto religioso mientras un grupo de notables liberales dirigió al cardenal primado Crisanto Luque una carta en la que se declaraban "hijos sumisos de la Iglesia", manifestando que su vinculación al liberalismo era de carácter exclusivamente político y rechazando los errores del liberalismo filosófico. Así, el plebiscito retrotraía las relaciones Iglesia−Estado a las fórmulas conservadoras de 1886, con una diferencia importante: el plebiscito era obra de los dos partidos tradicionales. Por eso, el Frente Nacional significó una ruptura de la dependencia abierta de la Iglesia católica con respeto al partido conservador y el fin de sus conflictos tradicionales con el partido liberal, al hacerla parte del régimen 8 bipartidista. Para algunos, esta estrecha identificación de la Iglesia católica con el régimen condujo a la disminución de su capacidad crítica, especialmente en los problemas socioeconómicos, y terminó siendo contraproducente. Los inconvenientes de esta situación se harían evidentes en la coyuntura de los años sesenta y setenta, cuando la jerarquía se muestra incapaz de manejar creativamente el fenómeno de los curas "rebeldes" o contestatarios, que mostraban una ruptura del consenso interno de la Iglesia. Esta incapacidad era tal vez resultado del modelo con el cual estaba acostumbrada a funcionar dentro de la sociedad colombiana: el control desde arriba de las instituciones civiles consideradas como iguales o subordinadas a las eclesiásticas suponía, como condición esencial, sostener una imagen monolítica de Iglesia, sin fisuras, para negociar de igual a igual con el Estado, sin permitirse el lujo de aparecer dividida hacia afuera. El problema es que ese modelo deja de funcionar cuando desaparece el consenso sobre la legitimidad de las instituciones, que es precisamente lo que ocurre entonces en la sociedad colombiana, cuyos rápidos y profundos cambios en menos de una generación desconcertaron a observadores nacionales y extranjeros: la rápida secularización de las capas medias y altas, la acelerada urbanización y metropolización del país, la consolidación de nuevas clases medias, los cambios en la estructura familiar por la transformación del papel de la mujer en la sociedad, la mayor apertura del país frente a las corrientes mundiales de pensamiento, hicieron obsoletos los marcos institucionales y culturales que los expresaban, sin que se consolidaran nuevos mecanismos para la expresión de una sociedad rápidamente cambiante y cada vez más pluralista y multifacética. Por su parte, la propia Iglesia católica experimentaba entonces cambios profundos, que tomaron por sorpresa a buena parte de sus jerarcas y clérigos: el Concilio Vaticano II significó un importante intento de diálogo con el mundo moderno surgido de la Ilustración, al subrayar la dimensión histórica de la Iglesia como pueblo de Dios en marcha a través de los avatares de la historia, al lado de otros pueblos con otras creencias, lo mismo que la concepción de libertad religiosa. La inmensa mayoría de los jerarcas y del clero colombianos habían sido educados en la lucha contra esa idea, por lo que algunos llegaron a confesar que les habían desencuadernado sus manuales de teología. Por eso, estas contradicciones latentes se hicieron manifiestas cuando los obispos regresaron a sus sedes y empezaron a ser confrontados por sus cleros en nombre de las doctrinas que ellos habían aprobado y se vieron sobrepasados por el dinamismo que los documentos conciliares produjeron entre curas y laicos, sobre todo en la juventud. Esta desigual asimilación de los nuevos enfoques se manifestaba en diferentes posiciones, sobre todo en materias sociales, económicas y políticas: el entusiasmo de muchos clérigos y laicos por llevar hasta sus últimas consecuencias el llamado aggiornamento o puesta al día de la Iglesia frente al mundo moderno contrastaba con los intentos tímidos y desconfiados de la mayoría de los jerarcas. Esta diversidad de posiciones, que mostraba una desigual asimilación del Vaticano II y de los documentos de Medellín, se hizo patente en la discusión en torno al nuevo Concordato de 1973, aprobado por los dos partidos tradicionales, a pesar de la oposición teórica de bastantes liberales y de algunos miembros del clero denominado "progresista". El nuevo Concordato, aunque suprimía algunas disposiciones aberrantes, estaba lejos de concordar con las posiciones teóricas del nuevo espíritu conciliar. En la discusión, se hizo todo lo posible para que no aparecieran posiciones divergentes dentro de la Iglesia católica, ya que la imagen de monolitismo era esencial para la negociación en que se enfrenta al Estado como sociedad perfecta frente a sociedad perfecta. A pesar de algunas propuestas para denunciar el Concordato vigente, esta situación aparece reeditada en 1985, cuando el país fue sorprendido por una ratificación, por tiempo indefinido, del tratado con sólo unas modificaciones mínimas: los casos de separación de cuerpos serían conocidos por los jueces de circuito (antes sólo lo hacían los tribunales superiores y la Corte Suprema) y eran suprimidos los llamados privilegios paulino y petrino, reconocidos hasta entonces por la ley colombiana. EL CONCORDATO EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA 9 Sin embargo, el país había venido cambiando: en ese sentido, fue muy diciente que en 1986 tanto el candidato conservador, Alvaro Gómez Hurtado, como el entonces candidato liberal, Virgilio Barco, se mostraran abiertamente partidarios de modificar la legislación matrimonial en el sentido de devolver al Estado la jurisdicción plena sobre los efectos civiles de todo matrimonio, incluido el católico. En esa misma línea, el presidente Barco propuso en 1987 modificar el Concordato para regular sobre el derecho de familia y la libertad de enseñanza. Sin embargo, los cambios de la sociedad colombiana en materia de mayor pluralismo religioso y pérdida de la posición monopólica de la Iglesia católica se hacían cada vez más obvias, como aparece en la nueva Constitución de 1991 y en el consiguiente fallo de la Corte Constitucional sobre el Concordato en 1993. Ante la nueva Constitución, la jerarquía adopta una posición muy defensiva: se recogen firmas para mantener el nombre de Dios en el encabezamiento de ella; se insiste en la necesidad de explicitar los principios éticos, naturales o cristianos, que deberían inspirarla; se condena el permisivismo con su falso concepto de libertad, lo mismo que la pérdida del sentido de una moral objetiva, basada en la naturaleza, de la cual deberían deducirse los derechos fundamentales. Por eso, los obispos se manifiestan críticos del relativismo ético, propio de una sociedad secularista, que niega la universalidad de las normas morales e intenta imponer "una hipotética ética civil", basada en valores cambiantes. Y, en nombre del "hecho social católico", defienden la regulación religiosa de la Constitución de 1886 como consagración institucional de la necesaria cooperación del Estado y de la Iglesia, que no constituía una desigualdad ante la ley sino el reconocimiento de una realidad histórica y social. Sin embargo, los jerarcas católicos admiten que esta consagración pueda extenderse, en el futuro, a otras confesiones religiosas, pero con una salvedad: estos acuerdos sólo tendrían valor intraestatal, en contraste con el carácter de tratado internacional del Concordato. Según los obispos, estas diferencias no significan ningún privilegio a favor de la Iglesia católica, ni discriminación alguna en contra de otras confesiones, ya que todavía persisten las razones para el reconocimiento especial que hacía la Constitución de 1886, pues permanece vigente el hecho social católico, "a pesar de la mentalidad subjetivista y permisivista que ha debilitado la fe entre cristianos e incluso católicos ". Esta mentalidad se expresa en la reacción de la mayoría de los jerarcas y clérigos católicos, lo mismo que de los juristas e internacionalistas, frente a la sentencia de la Corte Constitucional, en 1993, que declaraba inconstitucional buena parte de los artículos del Concordato de 1993. La mayor parte de las críticas eran de corte jurídico, que negaban la competencia de la Corte para decidir sobre la exequibilidad de los tratados públicos internacionales, ya que el orden jurídico internacional se basa en la santidad de los tratados, expresada en el aforismo latino pacta sunt servanda. Sin embargo, la mirada meramente jurídica no hace sino aplazar el problema, pues la Santa Sede siempre ha terminado por adecuar sus concordatos a los cambios de circunstancias de las dos partes. En el fondo, estas discusiones jurídicas no hacen sino oscurecer el problema fundamental: ¿cuál es el papel que la Iglesia católica debe desempeñar en la sociedad colombiana de comienzos del XXI, que ha experimentado un rápido proceso de secularización y una erosión de su situación de monopolio, causada por el avance de otras creencias? ¿Cómo establecer una relación positiva entre la Iglesia y el Estado dentro de una sociedad cada vez más pluralista, desacralizada y heterogénea en materia religiosa? 10