Colombia empalada

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Colombia empalada
José Antonio Gutiérrez D. :: 11/06/2012
Los medios y las élites colombianas hoy se horrorizan ante el cadáver de Rosa Elvira Cely, pero
han hecho la vista gorda ante los crímenes del paramilitarismo
El brutal asesinato, tortura y violación de Rosa Elvira Cely, en pleno Parque Nacional de Bogotá, ha
causado una justa ola de indignación en todo el país. Al grito de “¡Ni una Rosa más!” miles de
bogotanos se reunieron el 3 de Junio en el lugar del macabro crimen a rendir sentido tributo a esta
víctima y a protestar vehemente contra la violencia contra la mujer. En este espacio no quiero
extenderme demasiado sobre este crimen en particular, que lamentablemente, es uno más entre
miles de abusos y feminicidios que ocurren cotidianamente en Colombia. Ni quiero tampoco
referirme a las múltiples negligencias que contribuyeron, en algún grado, al desenlace fatal de esta
historia (una respuesta inadecuada de la policía a los llamados de auxilio, negligencia en su atención
médica, que no se atendieran sus heridas de puñal que fueron las que finalmente le ocasionaron la
muerte, etc.). Sobre lo que quiero llamar la atención es sobre la hipocresía de los medios y las élites
colombianas que hoy se horrorizan ante el cadáver de Rosa Elvira Cely, pero que sistemáticamente
han hecho la vista gorda ante los crímenes del paramilitarismo, que son calco y copia del
empalamiento de Rosa Elvira Cely. La práctica del empalamiento, es decir, la penetración forzosa
por el ano o la vagina de la víctima con un palo que le perfora los órganos internos, a veces saliendo
por la boca, no es un acto sádico novedoso. Es una práctica que, de hecho, se ha aplicado en
Colombia desde los inicios de la violencia conservadora a mediados de los ‘40, en innumerables
veredas y zonas rurales, donde las cuadrillas de chulavitas, pájaros o paramilitares (como se les ha
llamado en diferentes épocas y regiones a los ejércitos privados al servicio de terratenientes y
caciques políticos del establecimiento) se han desplazado aterrorizando a la población, utilizando a
la violencia sexual como una forma de amedrentamiento y control. El empalamiento, así como otras
formas de agresión sádica hacia la mujer (cercenar los senos, extraer el feto del vientre de las
embarazadas, por ejemplo), demuestran la notable continuidad entre la violencia “chulavita” de los
‘40 y la violencia “paraca” de los ‘90 hasta ahora. La agresión hacia la mujer, y hacia las niñas, es
vista en la lógica paramilitar como una manera de humillar y proyectar el control total, patriarcalmachista-violento, sobre comunidades que consideran hostiles a su proyecto de “Estado
comunitario” o aliadas de la “subversión”. En palabras de la investigadora Donny Meertens, la
violencia sexual “no es tolerada como un acto de perversión individual, sino que ha sido permitida
como una práctica sistemática de guerra, aplicable solamente a comunidades específicas”[1].
Volviendo al empalamiento, abundan los casos de mujeres que, por haber sido señaladas de ser
amantes de un guerrillero, se les violó, asesinó y, en muchos casos, empaló. El empalamiento, por
citar un ejemplo, fue utilizado en la masacre del Salado, en los Montes de María, en el 2000: al
menos una víctima, Neivis Arrieta, de 18 años, fue empalada al ser acusada de amante de un
guerrillero de las FARC-EP[2]. Según Olga Amparo Sánchez, de la Casa de la Mujer, en Tumaco hoy
en día se está utilizando el empalamiento como una práctica sistemática por parte de paramilitares y
lo mismo ocurre en muchas otras regiones del país[3]. También los paramilitares han torturado con
el empalamiento a homosexuales en sus áreas de control y en sus campañas de “limpieza social”[4].
Los medios colombianos, que hoy se rasgan los vestidos con el horror del empalamiento de Cely,
jamás se escandalizaron demasiado cuando estas prácticas eran llevadas a efecto por los
paramilitares en “zonas rojas”, frecuentemente de la mano de la fuerza pública. Los medios, que
estaban al tanto de todo cuanto ha ocurrido en las zonas rurales de Colombia desde los inicios de la
ofensiva paramilitar de los ‘80, jamás informaron con lujo de detalle, como sí hicieron con el caso de
Cely, de las atrocidades cometidas por el binomio paramilitarismo-ejército[5]. Curiosamente, nos
hemos tenido que enterar del real calibre de esta barbarie a través de los informes de
organizaciones de Derechos Humanos o mediante páginas especializadas en el conflicto, como
lahaine.org :: 1
Verdad Abierta, o a través del trabajo de periodistas extranjeros, como el ahora célebre Roméo
Langlois. Los periodistas colombianos, salvo muy honrosas excepciones -Hollman Morris a la cabeza
de ellos-, han optado por no investigar sobre estos temas, sea por mediocridad, pereza, por miedo,
autocensura, lambonería o complicidad. Y digo complicidad, porque los grupos económicos que
manejan los medios en Colombia tienen plena identidad de intereses con los sectores económicos
colombianos que han financiado, armado y estimulado al paramilitarismo (extractivos, mafiosos,
ganaderos, terratenientes, multinacionales, etc.). Todos al final son la misma rosca. Los medios
masivos colombianos, a lo más, lamentaron los “excesos” del paramilitarismo, siempre excusándolo
al decir que era una respuesta “exagerada” a la “amenaza guerrillera” –poniendo, de esta manera, la
historia colombiana de cabeza y distorsionando los eventos[6]. En casos de excepcional honestidad,
hasta han llegado a aplaudir abiertamente al paramilitarismo[7]. Los crímenes paramilitares han
sido silenciados, trivializados, mistificados, ocultados, ignorados, excusados, cuando no aplaudidos,
en los medios, los que han ayudado, de esta manera, a hacer más espesa la “noche y la niebla” al
amparo de la cual actúa el paramilitarismo[8]. De Javier Velasco, el único detenido hasta el momento
en relación al asesinato, se ha dicho apenas que era un “delincuente común”[9]. Pero la práctica del
empalamiento no es una forma cualquiera de sadismo, sino que está estrictamente asociada a la
figura del paramilitarismo en Colombia. Es una tortura normada, pautada, ritualizada y aprendida.
No me cabe ninguna duda que el asesino de Rosa Elvira Cely alguna relación ha tenido con el
paramilitarismo y con las bandas de “limpieza social”, los ejércitos privados que la derecha tiene a
su disposición para destruir tejido social, imponer su control absoluto, imponer su visión retrógrada
y conservadora del mundo[10] y para hacer el trabajo sucio que no siempre puede hacer el ejército
abiertamente. Y no me cabe ninguna duda que este muy posible vínculo no será investigado, ni
estudiado, porque jamás los medios colombianos ni los grupos de interés detrás de ellos, les ha
interesado generar verdadero rechazo al paramilitarismo en la opinión pública[11]. Les basta con
tomar un tibio distanciamiento público, condenar sus “excesos”, la muerte de “inocentes” (daños
colaterales), mientras reproducen el discurso del “mal necesario”. La bestialidad de este crimen
merece la justa indignación de toda persona que tenga un poco de corazón: Todos somos Rosa Elvira
Cely, todos debemos repudiar enérgicamente este crimen. Pero los medios y las élites que los
controlan ponen el grito en el cielo no ante el crimen en sí, sino ante el hecho de que el
empalamiento se da por fuera del espacio en el cual es “natural” que se diera: el marco del conflicto
armado. Ponen el grito de espanto porque la víctima no era ni un “marica” víctima de la limpieza
social, ni una “zorra malparida” que se acostaba con un guerrillero. Porque el empalamiento ocurrió
en el Parque Nacional y no en una “zona roja”, en un municipio apartado en medio de la nada o en
un barrio paupérrimo. Porque esta bestialidad se realizó, en palabras de Meertens, fuera de la
“comunidad específica” a la que normalmente se victimiza de esta manera ante el silencio cómplice
de los medios y la mirada indiferente o de aprobación incluso, de las élites que se siguen
enriqueciendo con la guerra y su lógica de apropiación de riquezas mediante el despojo violento, el
control de comunidades y territorios. Por eso se horrorizaron tanto, pero esas mismas élites son las
que siguen creando los “Javier Velascos” que empalan, violan, descuartizan, las que siguen
apoyando y formando sus ejércitos mercenarios, las que siguen haciendo de la muerte una de las
industrias más prósperas en la lacerada tierra colombiana. Esto no lo olvidemos ni por un minuto.
NOTAS: [1] “Victims and Survivors of War in Colombia –Three Views of Gender Relations” en
“Violence in Colombia 1990-2000”, Ed. Charles Bergquist, Ricardo Peñaranda, Gonzalo Sánchez, SR
Books, 2001, p.154. La autora se refiere al contexto de la “Violencia” de las décadas de 1940-1950,
pero consideramos que esta conclusión es igualmente válida para la campaña paramilitar de la
década de los ’80 hasta el presente. [2] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-6083807
[3]
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/06/120603_colombia_violacion_rosa_cely_violencia_mujer
_protesta_aw.shtml [4] http://www.semana.com/especiales/oficio-matar/108229-3.aspx [5] El binomio
paramilitarismo-ejército es, según informes de Medicina Legal, responsable del 78% de los crímenes
lahaine.org :: 2
sexuales cometidos en el marco del conflicto armado –de los cuales, el 63% sería responsabilidad
directa del ejército. Este elevado número nos habla de una práctica sistemática y recurrente. Ver las
memorias del foro “¿Para qué una política criminal sobre violencia sexual en Colombia?” (Noviembre
2011), p.6. Aún así, es importante tener en cuenta que estas cifras oficiales son, con toda certeza,
una subvaloración de la estadística real, sea por la tendencia a disminuir los abusos de la fuerza
pública y exagerar los de la insurgencia (algo común en la mayoría de las estadísticas oficiales), sea
por el bajo nivel de la denuncia: según un informe de la Defensoría del Pueblo del 2008, el 81,7% de
las personas desplazadas que sufrieron abuso sexual no presentaron ninguna denuncia. Estas cifras
son consistentes con un estudio independiente, realizado el 2012 por Oxfam y la Casa de la Mujer en
una muestra representativa de mujeres, en la cual el 82% de las que reconoció haber sido víctima de
violencia sexual no presentó ninguna forma de denuncia (Ibid). Según otro informe, sobre la
violencia sexual en el departamento del Magdalena y en los Montes de María, se llega a la
conclusión que “Los militares son de lejos los principales responsables de ese delito, que cometían
"en contextos estratégicos" de su conquista territorial y también de manera "oportunista" para
conseguir "satisfacción sexual", pues el "desprecio hacia las mujeres" inculcado en sus filas (…)
marcó esa conducta.”
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-311782-paramilitares-usaron-violencia-sexualarma-de-conquista-colombia [6] En realidad, las guerrillas se forman hacia fines de los ‘40 como
respuesta (como grupos de autodefensa) por los desmanes y atropellos de las escuadras
conservadoras (antecesores de los modernos paramilitares) en el campo colombiano. [7] Ver la
editorial de El Tiempo del 30 de Julio de 1987. [8] Como prueba de ello, esta semana hubo una
masacre paramilitar de 5 personas en el municipio de Remedios (Antioquia), la cual apenas fue
“cubierta” con una escuálida nota de 120 míseras palabras (3 de Junio). Esto no fue una masacre,
sino que un “ataque”, perpetrado no por “terroristas” sino que por “desconocidos”. El medio informa
de que en la zona operan paramilitares y guerrilleros, dejando un manto de duda sobre la autoría de
la masacre, aún cuando todo el mundo sabe que fue un ataque de los paramilitares: la masacre, de
hecho, se realizó en un local comunitario, centros sociales que frecuentemente son blancos de la
actividad paramilitar que se especializa en atacar toda forma de organización popular. El Espectador
no se atreve a denunciar al paramilitarismo, sino que las aciones paramilitares siempre son
perpetradas por “desconocidos” –esto no es sino una manera de tejer el manto de “noche y niebla”
con la que operan estos ejércitos mercenarios de la derecha política. Contrasta esta nota
marcadamente con la cobertura que reciben las acciones insurgentes en este mismo medio.
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-350657-cinco-muertos-y-tres-heridos-ataque-r
emedios-antioquia [9]
http://www.semana.com/nacion/muerte-rosa-elvira-cely-crimen-abominable/178184-3.aspx [10]
Sicarios y descuartizadores suelen cargar rosarios y llevar siempre una oración a flor de labios [11]
Prueba de ello es la distancia y ambigüedad con la que han asumido los llamados a jornadas
nacionales de protesta contra el paramilitarismo (como la del 6 de Marzo del 2008), que contrasta
con el entusiasmo que demuestran cada vez que hay algún pronunciamiento contra la insurgencia.
anarkismo.net
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http://www.lahaine.org/mundo.php/colombia-empalada
lahaine.org :: 3
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