Descargar TP - Liderazgos Presidenciales siglo XXI

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Caníbal Daniel-Flores Juan Alberto-Pacecca Leonardo-Rivero Clara
Inestabilidad presidencial:
Gonzalo Sánchez de Lozada (Bolivia-año 2003)
En el proceso de inestabilidad presidencial que se desarrolla en Bolivia en el año 2003 hay
múltiples factores a tener en cuenta: desde las características del propio liderazgo de Sánchez de
Lozada, pasando por la composición y la fortaleza de la oposición política, hasta el hostil contexto
social y económico que, con la movilización social (y su posterior represión) como punto culmine,
desencadenaron en la finalización del mandato de Sanchez de Lozada antes de termino. Sin olvidar
la escasez de recursos objetivos con los que el entonces presidente contaba y la imposibilidad de
construir los propios (de carácter subjetivo).
Gonzalo Sánchez de Lozada estudió y se formó en los Estados Unidos y, luego de su vuelta al país,
se dedico al mundo empresarial; hasta que en 1979 fue electo primero diputado por Cochabamba,
pasando a ser senador en 1985 y luego presidente de la Cámara Alta. Finalizando su primer mandato
presidencial en el año 1997, retornó al gobierno en el año 2002, obteniendo solo el 22,5 % de los
votos, a menos de dos puntos de quién salió segundo: Evo Morales con el 20,5%. Como ninguno
de los aspirantes logró la mayoría suficiente, la elección presidencial entre los dos candidatos más
votados quedó aplazada a la votación del Congreso. Después de algunas semanas de incertidumbre
política, Sánchez de Lozada se aseguró la elección parlamentaria merced al acuerdo alcanzado entre
su partido, el MNR, y el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) del ex presidente Jaime
Paz Zamora. Al frente del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), ocupó la Presidencia
merced al Parlamento vía una coalición de seis fuerzas. Se trató de una alianza organizada en medio
de la polarización política y la crisis económica que atravesaba el país. A esto se anexó la
atomizada configuración partidaria, donde la pérdida de rumbo de las entidades tradicionales (el
MNR, la Alianza Democrática Nacionalista –ADN–, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria –
MIR–) se veía jaqueada por el aumento de grupos con background indígena, los cuales,
crecientemente movilizados, contribuyeron a fragmentar aun más el sistema político. Lozada se
enfrentó a una fragmentación parlamentaria que es histórica en la política boliviana, manifestada
siempre en la institucionalización de un régimen de coaliciones y pactos. Este régimen, denominado
“democracia pactada”, tenía por principal objetivo la estabilidad política del país y la gobernabilidad
de la economía. En la práctica, este régimen de pactos se articuló a través de un reparto del control
de las instituciones del Estado entre los distintos partidos tradicionales, el llamado “cuoteo político”,
que generó un problema creciente de gobernabilidad, fraccionamiento y corrupción en la
administración pública. Las elecciones, más que dar pié a una alternancia política, desembocaban
periódicamente en un nuevo reparto del Estado entre los partidos tradicionales que resultaba
necesario para lograr el apoyo del legislativo al ejecutivo, y de este modo la estabilidad necesaria
para la puesta en marcha de las ambiciosas reformas estructurales que tuvieron lugar en la década de
los 90 (principalmente durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada).
Sánchez de Lozada distaba mucho de ser un jefe partidario con ascendiente decisivo en la política
nacional, por lo que se le dificultó hacer frente a esta situación. Ante una escasa
institucionalización por el alto grado de fragmentación partidaria y la dificultad para formar
coaliciones de gobierno, no vemos un liderazgo fuerte que permita impedir la inestabilidad. Si bien
llega al gobierno siendo líder de su partido (lo que puede ser considerado como un recurso objetivo),
no es una conducción de gran peso la que ejerce, lo que se verá reflejado en el momento en que se
desencadene la crisis. Además, por primera vez su partido cogobernó con un aliado influyente en el
Congreso y en el Poder Ejecutivo, donde dominó el 40% de los ministerios. De algún modo, el
gobierno mantenía relativamente conforme a un sector de la oposición a través de negociaciones que
incluían intercambio de favores, pero debió enfrentar una dramática situación financiera y la
intransigente posición de Estados Unidos para implementar el plan de erradicación de la coca. La
oposición política, encabezada por Morales, contaba con la fuente de poder que significa una franja
importante del movimiento indígena (un novedoso y fortalecido grupo, los indígenas, se incorporan
a la política). Se trataba de un rival político fortalecido, en tanto otro actor social clave en Bolivia,
productor de coca, opuesto al plan para su erradicación, era adversario a los planes del gobierno. Si
bien el presidente tomó la iniciativa al lanzar el Plan Bolivia (programa ortodoxo destinado a
aumentar impuestos, diseñado por el FMI), las dificultades para llevarlo adelante le impidieron
implementar las políticas públicas demandadas en medio de permanentes protestas. Ellas unían
políticos, campesinos/indígenas y sindicalistas agrupados en la Central Obrera Boliviana (COB).
Este descontento dio un vuelco definitivo cuando una rebelión policial resultó en un tiroteo entre
fuerzas policiales y armadas cuyas víctimas fueron, en su mayor parte, civiles. Sin embargo, esta
revuelta no se hallaba aislada de la situación económica (factor externo) que atravesaba el país y que
repercutía negativamente en los recursos del presidente. Esta rebelión marcó un punto de no retorno;
a partir de allí la protesta se volvió incesante y ligada a la insatisfacción económica. Se suma,
además, la reaparición de una herida abierta en muchos sectores de la sociedad boliviana: el
problema de los hidrocarburos se situó de nuevo en la primera línea de la actualidad política en el
otoño de 2003. La decisión del Ejecutivo de exportar gas, principal recurso del país, a Estados
Unidos, a través de un puerto chileno, actuó como catalizador de un nuevo estallido del descontento
social. Empezaron las movilizaciones sociales en el Altiplano boliviano y en la ciudad de El Alto.
Fue bloqueada la principal autopista de la ciudad de El Alto hacia la ciudad de La Paz y la población
alteña empezó la protesta. Tanto la ciudad de La Paz como otras ciudades principales sufrieron
prolongados bloqueos y desabastecimiento de insumos básicos. Como única respuesta del
Presidente, éste autorizó a las fuerzas armadas a poner orden mediante represión lo cual dejó como
resultado 64 muertos y 228 heridos. Es decir, nos encontramos ante más de una movilización poli
clasista que une a distintos sectores de la sociedad boliviana desencadenada, en gran parte, por
políticas económicas recesivas que no hacen más que aumentar el tambaleo del mandato de Lozada.
Apremiado por la crisis económica y social del país, en el mes de agosto el presidente selló un
acuerdo con la Nueva Fuerza Republicana de Manfred Reyes Villa, uno de sus mayores adversarios
políticos, e incorporó a tres miembros del partido opositor en su Gabinete.
La movilización política y social combinada resultó decisiva en todo el proceso de inestabilidad
presidencial. La profunda crisis económica que afectaba principalmente a los trabajadores urbanos y
a la población rural del país alimentó el apoyo a todo tipo de protestas. Finalmente, los manifestantes
en la ciudad de La Paz pidieron la renuncia del presidente. Acosado por estos sectores y ante la
pérdida de apoyo de los partidos que formaban la coalición de gobierno (MIR y NFR), el 17 de
octubre Sánchez de Lozada renuncia a la Presidencia de la República mediante carta al Congreso
Nacional y abandona el país. Esa misma noche, el Congreso Nacional, luego de aceptar la renuncia
de Sánchez de Lozada, tomó el juramento de rigor al Vicepresidente de la República Carlos Mesa.
Como no había sucedido nunca en más de 20 años de democracia en Bolivia, el segundo gobierno de
Sánchez de Lozada apenas pudo sostenerse durante 14 meses de los 60 que supone una gestión de
gobierno de cinco años. Por supuesto, en ese corto periodo se hizo evidente la imposibilidad de
formular un programa de gobierno coherente. La conformación de la alianza gubernamental –con el
MIR desde el inicio y con la posterior incorporación de Nueva Fuerza Republicana (NFR) – no
contribuyó a la mejora sustancial del escuálido programa presentado por Sánchez de Lozada en
tiempo de elecciones. La crisis económica, en medio de un proceso de deterioro político permanente,
se mantuvo intocada con su natural consecuencia de malestar social sobre amplios sectores del país.
Paradójicamente, las reformas estructurales decididas por Sánchez de Lozada entre 1993 y 1997 se
constituyeron en las causas que socavaron su gobierno, lo sepultaron políticamente y lo expulsaron
del país. Lozada llega al gobierno con un escaso apoyo popular que no logra revertir, al contrario, se
acrecienta y que, luego de muchos desafíos, termina con su mandato antes de lo previsto.
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