HORACIO QUIROGA

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HORACIO QUIROGA
Horacio Quiroga nació en Salto Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. Su juventud transcurrió en uno de los
periodos ricos de la literatura hispanoamericana del siglo XIX, pues en esos años coincidieron tres corrientes
literarias que fueron fundamentales para la creación de una literatura moderna en Hispanoamérica: el
Romanticismo, el Realismo y el Modernismo. En la obra de Quiroga existen profundos reflejos de cada una
de estas corrientes artísticas, sin embargo, la calidad singular de su obra no se deriva solamente de su
contacto con un mundo artístico complejo y rico en sus propuestas, como lo fue el de fines del siglo XIX, en
su caso también es importante considerar algunas circunstancias de su vida que imprimieron profundas
huellas de su carácter.
Quiroga pertenece a un grupo de escritores cuya obra sería imposible de explicar si no se consideran las
particulares circunstancias de la biografía del autor; a este grupo pertenecen autores como Sor Juana Inés
de la Cruz, el poeta español Miguel Hernández o el novelista norteamericano Malcom Lowry, por mencionar
solo algunos. Las obras de Horacio Quiroga tienen un gran valor por sus propios méritos, sin embargo, el
impacto que crean en el lector se incrementa cuando conocemos la suma de situaciones desafortunadas que
vivió y padeció. La cantidad de acontecimientos trágicos que rodearon su existencia fue tan excepcional que,
si se tratara de un personaje literario, probablemente resultaría inverosímil pensar que tantas desgracias
pudieran ocurrirle a uno solo.
No había cumplido ni un año cuando su padre murió, al disparársele accidentalmente una escopeta, mientras
descendía de una embarcación; como consecuencia de ello, los primeros diez años de su vida fueron muy
inestables, como cambios de residencia de Uruguay a Argentina y nuevamente a Uruguay, hasta que en 1891
su madre volvió a casarse; la presencia del padrastro fue positiva para el pequeño Horacio Quiroga, al
grado de que en pocos meses se creó una relación estrecha entre ambos, por ello, no es extraño que años mas
tarde, cuando el padrastro quedó inválido y afásico como consecuencia de una hemorragia cerebral,
Quiroga tomara a su cargo la responsabilidad de ser su intérprete. Los siguientes cinco años de su vida
fueron de formación intelectual: empezó a iniciarse por el ciclismo, la fotografía y la química y se inició su
afición por la literatura, al tiempo que descubría a un escritor que influyó en sus primeros escritos y, años
después, lo llevaría como fotógrafo a la región de Misiones, el argentino Leopoldo Lugones. Sin embargo,
este periodo de tranquilidad se vio truncado cuando en 1896 su padrastro se suicidó, apuntando el cañón de
una escopeta a su cara y presionando el gatillo con los dedos del único pie útil; el primero que acudió
después de oír la detonación fue Horacio. A partir de entonces su carácter se volvió propenso a las
depresiones.
En 1897 Quiroga tiene ya 18 años y empieza a colaborar en distintas revistas, además de que lee con gran
avidez a poetas románticos europeos y a los modernistas hispanoamericanos, sobre todo a Darío y Lugones.
Así no es exagerado afirmar que los últimos años del siglo XIX los dedicó a leer, escribir poemas de corte
romántico, así como a cultivar lo que él consideraba que debía ser la actitud de un intelectual de fin de siglo:
un dandy en la apariencia, decadente en el carácter y cosmopolita en los intereses culturales. Guiado por ese
cosmopolitismo, en 1900 viajó a París, cumpliendo con ello el ritual que habían consagrado tantos jóvenes
intelectuales hispanoamericanos; Quiroga, lo mismo que todos lo que le precedieron, frecuentó las tertulias
de moda, trasnochó por las calles de París y antes de poder prevenirlo se encontró prácticamente sin dinero,
lo que le obligó a volver después de vender inclusive sus maletas, tiempo después diría que su estancia en
París no fue sino una sucesión de desastres. A los pocos meses fundó junto con unos amigos, un grupo
literario al que dieron por nombre Consistorio del Gay Saber, los integrantes se reunían para escribir y
comentar lecturas, al tiempo que exhibían una actitud vanguardista que para los intelectuales más
conservadores parecía incluso insolente.
En 1901 publico su primer libro, Los Arrecifes de Coral, en el cual se muestra como fiel seguidor de la
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sensibilidad romántica y de la poesía modernista (en especial Darío y Lugones), se trató de un libro formado
por poemas, cuentos y textos híbridos (prosa poética); pero ese año también volvió la tragedia a hacerse
presente en su vida: uno de los miembros del Consistorio, el joven poeta Federico Ferrando se enredó en una
disputa con otro escritor, la discusión pronto pasó a los insultos y por último terminaron concertando un
duelo; Ferrando no sabia utilizar armas de fuego, cuando por fin consiguió una, Quiroga la tomó para
examinarla y de pronto se le escapó un tiro que penetro por la boca de Ferrando, matándolo inmediatamente.
Quiroga pasó unos días en la cárcel y al ser puesto en libertad se fue a vivir a Buenos Aires, a casa de una de
sus hermanas.
Para entonces, Quiroga empezó a verse a sí mismo como víctima de un destino adverso que lo perseguía
siempre, de la misma manera que ocurría con los héroes trágicos de la literatura romántica que tanto y tan
bien había leído. Esta circunstancia, en principio justificada por las situaciones trágicas que Quiroga había
vivido, con el paso de los años se convirtió en una conducta maniática en muchos aspectos, lo que nos
sugiere que a Quiroga le atraía fuertemente la idea de verse a sí mismo como héroe trágico de su propia
historia y, como le ocurre a la mayoría de los héroes del periodo romántico, vive en sí y para sí; no solo eso,
creyó que quienes lo rodeaban de cerca (sus dos esposas, sus hijos) también debían actuar de acuerdo con
sus caprichos y decisiones arriesgadas.
En 1903 Lugones recibió el encargo, por parte del Ministerio de Instrucción Pública, de realizar un estudio
sobre las antiguas misiones jesuitas al norte de Argentina. Gracias a la amistad que Lugones había
mantenido con Quiroga desde hacía algunos años, decidió invitarlo como fotógrafo de la expedición, con lo
cual pretendía ayudarlo a salir del estado deprimido en el que se encontraba. Los problemas de salud (asma,
enfermedades gástricas) y las incomodidades propias del contacto con la naturaleza, hicieron que la
expedición fuera una pesadilla para Quiroga, sin embargo, el contacto con la selva provocó una impresión
tan fuerte en él que, a partir de entonces, su vida y su obra quedaron estrechamente atados a la fuerza de la
selva, sus habitantes, el poderoso río Paraná y la fauna terrible
En 1904 publicó su segundo libro El crimen del otro formado por 12 cuentos. Es una obra importante en la
evolución del entonces joven escritor, pues en ella aparecen 6 cuentos que continuaron con el estilo
modernista del primer libro, y otros seis que resultan ser un claro homenaje a Edgar Allan Poe, a quien
Quiroga consideró siempre uno de sus más grandes maestros. También ese año inició un proyecto agrícola,
el 1° de una serie de trabajos que siempre terminaron mal y que lo llevaron a perder grandes cantidades de
dinero, sin embargo, cumplen un papel muy importante al moldear el carácter de Quiroga de tal manera que
aprendió a reconocer a la naturaleza como una fuente de conocimientos superiores y en ocasiones tan
complejos que resultan inaccesibles− y muy peligrosos− para los hombres de la ciudad. En este sentido,
Quiroga empezó a exhibirse −ante sí mismo y ante los demás− como una hombre amante de la naturaleza y
del trabajo físico, pues pensaba que toda la actividad humana se volvía más noble cuanto menos se agrediera
a la naturaleza. Todas estas muy pronto pasaron a convertirse en el tema central de su literatura, con lo cual
Horacio Quiroga pretendió, como los grandes románticos del siglo XIX, unir vida y trabajo artístico como
proyectos comunes y paralelos.
De esta manera es que empieza a organizar su vida entre la vida en el campo y la vida en la ciudad, entre los
trabajos técnicos y agrícolas por un lado, y la escritura de sus cuentos por otro; entre los viajes a la selva de
Misiones y empleos ocasionales en la burocracia estatal (maestro, inspector de escuelas, etc.). A partir de
1905 empieza a enviar cuentos a la revista Caras y Caretas, publicación en la que aparecieron sus primeros
cuentos importantes, entre otros: El almohadón de plumas (1907). Estos años fueron muy importantes para la
formación del futuro maestro del cuento en que se convertiría (N/A. ¿Se ha dado cuenta de que TODOS los
años son importantes para HQ??, Yo sé que le pasaron muchas cosas importantes en su vida, pero el autor de
esta biografía se emocionó).
En 1908 su vida dio un giro importante (oootro..). H. Q. Se enamoró de una de sus alumnas, Ana María
Cires, quien tenía solo 15 años (asaltacunas.) Y, a pesar de la oposición de los padres de ella, se casaron a
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finales de 1909. Entonces Quiroga decide que el mejor lugar para iniciar su nueva vida está en Misiones,
lugar donde algunos años atrás había comprado una propiedad. Ahí, en un aislamiento casi absoluto nacen
sus dos hijos: Eglé (Enero de 1911) (y yo que me quejaba de tener un nombre raro) y Darío (enero de 1912)
(tenían prisa). De esta manera, la relación con su esposa, su vida doméstica y la educación de sus hijos se
convirtieron en proyectos personales de Quiroga, loables si se hubiera tratado de personajes literarios, pero
en la vida real daban muestra de un carácter obsesivo y en ocasiones desequilibrado.
Entre 1909 y 1916 Quiroga vivió en Misiones con su familia, se trata de otro periodo complejo de su vida
(¿ve lo que le digo), pues, mientras que su trabajo literario maduró definitivamente, de manera contraria, la
relación con su esposa se deterioró a tal grado que ésta se suicidó, imposibilitada como estaba de hacerse oír
por un hombre que sólo escuchaba la voz de sus ideales.
Nuevamente abatido, volvió a refugiarse en el trabajo literario, regresó a Buenos Aires con sus hijos y
publicó en 1917 su primer gran libro de cuentos, el cual tuvo tanto éxito que se reeditó tan solo unos meses
después de que se había aparecido. Se trata de Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte. El titulo del libro es
un verdadero acierto, pues, junto con la selva (tema al que dedicó su siguiente libro), el amor, la locura y la
muerte forman los cuatro grandes núcleos temáticos de la obra de Quiroga.
Un año después, publicó Cuentos de la Selva, un libro en el que incluyó un buen número de historias que
originalmente inventarlas para contarlas a sus hijos; cuando finalmente decidió publicarlos, mantuvo la idea
de que se trataba de un libro para lectores jóvenes o incluso para niños.
En 1921 publicó otra importante colección de cuentos Anaconda, que pronto se convirtió en uno de los libros
más famosos.
Cuando estaba a punto de cumplir 50 años, volvió a casarse, esta vez con cuna amiga de su hija Eglé, María
Elena Bravo, quien apenas tenía veinte años (¿cómo se pueden casar tan jovencitas y con un viejo tan
traumado como ese?). Durante los primeros años de matrimonio Quiroga escribió muy pocos cuentos, pero
no por ello descuidó su interés por los relatos breves. Con su segunda esposa pretendió repetir la forma en
como vivió con la primera, también abandonó la ciudad y se fue a vivir a Misiones, pero su vida allí fue
intolerable para la esposa, quien a diferencia de la primera, lo abandonó después de ocho años. Eso marcó el
inicio del fin para Horacio Quiroga. Su salud se deterioró rápidamente y, finalmente el 18 de febrero de 1937
se suicidó, horas después de que los médicos le confirmaron que tenía cáncer.
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