TEMA: DON BOSCO Y EL TRABAJO EN SOCIAL

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TEMA: DON BOSCO Y EL TRABAJO EN SOCIAL
Centro Juvenil Atocha, reunión de social, Viernes 28, 22:00 horas
I. TEXTO DE DON BOSCO
(Ideas y datos de: Teresio Bosco, “Don Bosco, una biografía nueva, p. 103-111)
A finales del siglo XVIII, en Glasgow (Inglaterra), James Watt patentaba la “máquina
de vapor”. Una sola máquina de Watt (potencia 100 caballos vapor) desarrollaba una
fuerza semejante a la de 880 hombres. Empleándola, una hilandería podría producir
tanto hilo como 200.000 hombres. Para atender a las hilanderías, que hacían todo este
trabajo, bastaban 750 trabajadores, reunidos en unos grandes barracones. Nace la era
industrial. Antes, las gentes eran campesinas, comerciantes, artesanos. Ahora,
empezaban a existir las fábricas, las máquinas industriales y los obreros que, por
centenares, se hacinaban en ellas para producir en serie y sin descanso. El mercado se
desarrollaba, los precios de los productos se rebajaban, la calidad de vida subía, y con
ella, crecía la población en cantidades “industriales”, especialmente en las grandes
ciudades que era donde se situaban las industrias.
El crecimiento prepotente de las fábricas (esto es, de la industria) acarrea la crisis de los
artesanos. Una avalancha de gente del campo cae sobre la ciudad en busca de trabajo.
Se realizan cambios totales y drásticos en las costumbres, ideas, creencias, instrucción,
familia. Muchos de los recién llegados a la ciudad, especialmente jóvenes, carecen de
raíces y puntos de referencia. A mitades del siglo XIX, l mitad de la población inglesa
está hacinada en grandes ciudades. Las “casas” de los obreros están en sótanos, sin aire,
sin luz, mal olientes por la humedad y los desagües. El salario de hambre permite una
nutrición insuficiente. La disgregación de la familia, el alcoholismo, la prostitución, la
criminalidad, la difusión de nuevas enfermedades, se convierten en fenómenos a gran
escala. A la fábrica no van solamente los hombres y las mujeres, sino los chiquillos. La
fatiga, el sueño, el cansancio (jornadas agotadoras de 12 y 14 horas), provocan
frecuentes desgracias en el trabajo. Una estadística revela que en Nantes (Francia) el
66% de los niños muere antes de los cinco años. La vida media de un obrero entre 1830
y 1840, es de 17-19 años. Era lógico que se preparara la revolución obrera, acaudillada
por las ideas de Carlos Marx.
En Italia la revolución industrial llegó más tarde, por falta de capitales y materias
primas. Pero hacia 1941, el año en que se ordena Don Bosco de sacerdote, llega a Turín
la revolución industrial. La ciudad se desarrolla rápidamente. En los diez años de 1838 a
1848, pasa de 117.000 habitantes a 137.000. La construcción urbana experimenta un
desarrollo vigoroso. En estos años se construyen 700 casas nuevas, que se llenan con
siete mil familias nuevas también. El movimiento de inmigración sostiene un ritmo
constante. Llegará a su punto álgido del 1849 al 1850, en el que se habla de 100.000
habitantes en Turín fruto de la inmigración.
Llegan a Turín familias pobres y jóvenes, ellos solos, del Valle de Sesia, de los Valles
de Lanzo, de Monferrato, de Lombardía. A pie de obra, ve Don Bosco “críos de ocho a
doce años, lejos de su tierra, que sirven a los albañiles, que pasan la jornada de acá para
allá, sobre andamios poco seguros, al sol, al viento, subiendo empinadas rampas con
carretillas cargadas de cal, de ladrillos, sin más ayuda educativa que vulgares
reprensiones y golpes”.
Don Bosco acaba de ordenarse sacerdote en 1841. ¿Qué va a hacer? Es inteligente,
quiere trabajar, es pobre. Le ofrecen tres cargos. Ser instructor de los hijos de una
familia noble de Génova, con unos excelentes honorarios de mil liras al año. Ser
capellán de Murialdo, su aldea. O ser coadjutor en la parroquia de Castelnuovo, con don
Cinzano que es muy amigo y protegido suyo. Las tres ofertas son tentadoras y están al
alcance de la mano. Don Bosco consulta a Don Cafasso, su confesor y director
espiritual. Éste, mirando más lejos que la seguridad inmediata, le dice a Don Bosco:
- “Nada de todo eso. Venga aquí, al Convictorio Eclesiástico. Aquí completará su
formación sacerdotal”
Le propone que no piense en trabajar ya, sino en prepararse mejor intelectualmente... y
en ir conociendo la realidad, para contrastarla con sus estudios. Son tres años en los que
Don Bosco recibe dos conferencias (una por la mañana y otra por la tarde), y durante el
resto del día ejerce su sacerdocio en la ciudad de Turín en variados ambientes:
hospitales, cárceles, instituciones benéficas, palacios, casas populares y buhardillas,
predicación en parroquias, catecismo a los niños, asistencia a enfermos y ancianos. Las
conferencias no están destinadas a la presentación de teorías teológicas, sino que sirven
para encuadrar las experiencias apostólicas vividas en el tejido humano de la ciudad.. Es
decir, para reflexionar lo vivido.
El joven sacerdote Bosco no es tonto, y basta tener ojos en la cara para descubrir lo que
sucede en la calle con los chavales. Hasta ese momento, no conoce más que la pobreza
del campo. No sabe qué es la miseria de los suburbios de las grandes ciudades. Don
Cafasso le dice: “Ve, mira a tu alrededor y actúa”. Lo domingos se pasea por la ciudad,
para hacerse una idea sobre las condiciones en que se movían los jóvenes. Y queda
absolutamente impresionado: los adolescentes vagabundean por las calles, sin trabajo,
tristes, dispuestos a lo peor, jugando, riñendo, blasfemando y haciendo de todo. Y los
días de diario, visita las plazas y mercados. “El barrio vecino a Porta Palazzo –escribe
Lemoyne- era un hormiguero de vendedores ambulantes, vendedores de cerillas,
limpiabotas, limpiachimeneas, mozos de cuadra, expendedores de folletos, mozos de
cordel para el mercado, todos pobres muchachos que trampeaban como podían la
jornada”. Los primero muchachos con los que Don Bosco logra entrar en relación eran
“canteros, albañiles, estucadores, adoquinadores, ensoladores y cosas parecidas, que
venían de pueblos muy apartados”. Hijos de familias desacomodadas, casi siempre sin
trabajo, andaban a la busca de cualquier oficio, con tal de ir tirando. Eran los primeros
resultados del hacinamiento de inmigrados en los cinturones que iban circundando las
ciudades, al reclamo de las primeras grandes industrias que se iban instalando en Turín,
y en busca de trabajo en la construcción, que tanto desarrollo tenía en los años 40 en la
ciudad.
Don Bosco comenzará a contactar con esos chavales, a reunirlos, a formar su Oratorio.
No es absolutamente original en esta labor: otro joven sacerdote, Don Cocchi, había
fundado el primer oratorio festivo de Turín en 1841, en Moschino, bario mísero y de
mala fama, en el arrabal de Vanchiglia. Lo había puesto bajo la protección del Ángel
Custodio. Otros sacerdotes, junto con Don Cocchi, se están metiendo en el trabajo
pastoral a favor de los jóvenes. Son sacerdotes libres de obligaciones parroquiales,
algunos de los cuales son compañeros de Juan Bosco en el Convictorio Eclesiástico,
hermanados con él por las experiencias vivas que afrontan conjuntamente. Don Bosco
se echa a la calle. Encuentra desconfianzas y hostilidades, pero también muchachos que
se le van encariñando. “Me encontré con una cuadrilla de jóvenes que iban conmigo por
las calles, las plazas, hasta la misma sacristía del Convictorio”.
Van terminando sus tres años de estancia en el Convictorio, y Don Bosco tiene que
plantearse de nuevo su futuro. Termina estudios, y está teniendo una serie de
experiencias educativas y pastorales muy fuertes con chavales de la calle. ¿Qué va a
hacer? ¿Volver a reconsiderar las ofertas que tenía hace años? En ese caso, todo lo
vivido con los chicos de la calle se quedará simplemente en una bonita experiencia que
recordará. Los chicos seguirán en la calle, y él será un honorable sacerdote que se
ganará la vida y puestos cada vez más elevados en la jerarquía eclesiástica. Pero en
estos años Don Bosco ha pensado y ha rezado mucho. Y está convencido que lo suyo no
quiere ser una experiencia pastoral puntual, unos pinitos apostólicos. Quiere crear algo
más consistente. Le dice a Don Cafasso que quiere organizar un centro donde los
muchachos abandonados por la familia encuentren un amigo, donde los jóvenes salidos
de la cárcel sepan que tienen una ayuda y un apoyo. Un centro que no esté atado a una
parroquia, sino a él. Y que funcione, no sólo los domingos para la catequesis, como el
oratorio de Don Cochhi, sino toda la semana, mediante la amistad, la asistencia, los
encuentros en el lugar de trabajo. No tiene ni idea dónde va a reunir a sus chavales ni de
qué se va a ganar la vida él. Por el momento, todo son sueños. Pero sueños que se
convierten en proyecto de vida. Para él, haber descubierto las nuevas pobrezas de los
jóvenes del Turín preindustrial de mitades del siglo XIX, le ha supuesto una opción de
vida que le ha llevado a un cambio radical en la orientación de su vocación sacerdotal.
Tiene claro que su vida será, a partir de este momento, para el servicio de los jóvenes
más pobres y abandonados, para los chicos de la calle.
II. TEXTO DE LA ÉPOCA
(De un artículo publicado por el canónigo Lorenzo Gastaldi, en 1849 en el periódico
Conciliatore Torinese)
“Al salir de esta ciudad por la Puerta Susa y recorrer la alameda, uno se encuentra con
un edificio largo y limpio, pero muy bajo y de aspecto rústico (...) Uno deduce, no sin
maravilla, que allí hay un Oratorio sagrado (...) Allí un humilde sacerdote, sin más
riquezas que una caridad inmensa, ya hace varios años recoge, en los días festivos, de
quinientos a seiscientos muchachos para adiestrarlos en las costumbres cristianas y al
mismo tiempo hacerlos hijos de Dios y óptimos ciudadanos.
Este egregio sacerdote (...) se sentía dolorido al contemplar, en los días festivos, a
centenares de niños que se desparramaban por plazas, avenidas y praderas para pasar
todo el día en entretenimientos peligrosos, expuestos a todos los peligros procedentes
del ocio, de las malas compañías (...) Guiado por su celo, se puso a recorrer los
alrededores de Turín, y cuando veía grupos de muchachos entretenidos en sus juegos, se
les acercaba, rogándoles le dejase participar en ellos; después, cuando se había
familiarizado algo, les invitaba a seguir el juego en su sitio. Su constancia y dulzura se
imponían y los chiquillos más reacios, vencidos por su gran humildad y suavidad de
modales, se dejaron conducir al Oratorio, donde se alternan las horas de los días festivos
entre los oficios religiosos y los juegos inocentes (...)
Por las calles que allí llevan te encuentras a cada paso muchachos en tropel que van
canturreando; dentro verás muchachos que juegan divididos en pequeños grupos, otros
que saltan, juegan a la pelota, a las bochas o se divierten en los columpios, dando
volteretas o haciendo el pino. Mientras tanto, otros están en la iglesia aprendiendo el
catecismo, y en las habitaciones contiguas, enseñan a unos a leer y escribir, a otros
aritmética y caligrafía, y a otros a cantar (...)
Se experimenta un verdadero placer al contemplar la docilidad con que todos aquellos
muchachos, antes mal orientados, ahora obedecen, con la alegría dibujada en su rostro
(...) Es maravilloso ver el afecto y la tierna gratitud de aquellos muchachos con su
bienhechor, el señor don Bosco. Ningún padre recibe tantas caricias de sus hijos; todos
le rodean, todos quieren hablarle, besarle la mano; si lo ven por la ciudad, salen
enseguida de los establecimientos donde están para saludarle. Su palabra ejerce un
ascendiente prodigioso en el corazón de aquellos muchachos (...) Su humilde habitación
es un refugio abierto a toda hora para cualquier muchacho que acuda a él para recibir un
consejo o pedir auxilio para cualquier proyecto (...) ¡Que su ejemplo encuentre muchos
imitadores; surjan por doquiera sacerdotes que sigan sus huellas, abran a los muchachos
recintos sagrados donde se envuelva la piedad con honestos pasatiempos. Sólo así podrá
curarse una de las llagas más profundas de la sociedad civil y de la Iglesia, que es la
corrupción de la juventud” (Memorias Biográficas, III, p. 444-447).
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