REFLEXIÓN ALREDEDOR DEL

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REFLEXIÓN ALREDEDOR DEL
COMUNICADO DEL EQUIPO DIOCESANO DE PASTORAL SOCIAL
SOBRE EL PROYECTO DE LEY
DE ORDENAMIENTO TERRITORIAL Y DE USO DEL SUELO
Buenas tardes.
Agradezco sinceramente, en primer lugar, a quienes han invitado al Equipo de Pastoral
Social de la Iglesia de Mendoza a participar de esta jornada.
La Iglesia como institución - una de las instituciones que conforman este tejido que es la
sociedad mendocina en todos sus niveles -, cree que tiene algo que decir en este tema,
aunque sólo en la medida en que se trata de un problema social y, por lo tanto, también
ético. Es decir, no refiriéndose a los aspectos puramente técnicos, sobre los cuales sólo
puede emitirse alguna opinión medianamente fundada.
Aquel comunicado emitido a fines de abril último, en su segundo párrafo, se refería al
concepto de BIEN COMÚN. Aquí, entonces, me permitirán Uds. que trate de ubicar
este principio en el contexto de los otros grandes principios que la elaboración de la
doctrina social a lo largo de los siglos, pero sobre todo durante estos últimos 115 años
(desde la Carta encíclica del Papa León XIII “Rerum novarum” del año 1891) fue sistematizando para entender, dialogar y también evangelizar los fenómenos sociales, con
miras a su progresiva solución y mayor humanización.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Consejo “Justicia y
Paz” hace dos años, en sus capítulos 3º y 4º se extiende sobre los principios de la DSI.
Claramente centra toda la enseñanza social en el principio de la dignidad de la persona
humana. Sobre la base de la cultura bíblica y evangélica, fundamenta esta dignidad en la
calidad de toda persona humana como ‘imagen de Dios’ y por lo tanto, iguales entre sí
en lo constitutivo de su ser. Habla así del principio personalista y de cómo allí se basan
los derechos humanos, que son naturales, universales, inviolables, inalienables y objetivos.
Como haciendo corona a este principio fundamental, se enuncian otros tres: el bien común, la subsidiaridad y la solidaridad. Con el bien común el texto relaciona de inmediato el principio del destino universal de los bienes; y con el de subsidiaridad, el principio
de la participación.
Como pilares que sostienen toda esta visión, los valores fundamentales de la vida social:
la verdad, la libertad, la justicia y, preponderantemente, la vía de la caridad-amor.
En este contexto, decíamos en el comunicado:
Entendemos al BIEN COMÚN como lo define Juan XXIII: "CONJUNTO DE CONDICIONES SOCIALES QUE HACEN MÁS PLENO Y MÁS FÁCIL A LOS GRUPOS Y
A CADA UNO DE LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD EL LOGRO DE LA PROPIA PERFECCIÓN".
Ya dijimos que el bien común está estrechamente relacionado con el destino universal
de los bienes, que “exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado” (CDSI 182).
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Y también está vinculado con el concepto de justicia social, polémico para el ‘pensamiento único’, pero hondamente arraigado en la cultura de nuestros pueblos. Así se expresa el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la justicia social:
“La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las
asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación” (CIC 1928). Y añade allí mismo: “La justicia social está ligada al bien común y al
ejercicio de la autoridad”.
Por eso nos preguntábamos, y preguntábamos al resto de la sociedad: ¿Hace verdaderamente al bien común – pudiéramos agregar: y a la justicia social - una ley como la que
ahora se plantea?
Quiero referirme ahora a aquella expresión: “Pensamos que se debe legislar para toda la
provincia, lo que en este proyecto con media sanción queda oscurecido”.
Me permitirán Uds. citar por extenso un párrafo del documento titulado “EL PROBLEMA DE LAS TIERRAS URBANAS Y LA SITUACIÓN HABITACIONAL EN
LA PROVINCIA DE RÍO NEGRO”, del Departamento de Pastoral Social de la Diócesis de San Carlos de Bariloche, de marzo de este año; dice así:
“La discriminación en la planificación urbana
“Debido a la insaciable especulación inmobiliaria y a las políticas urbanísticas
que asumen en ocasiones rasgos claramente discriminatorios, los sectores más humildes son habitualmente expulsados, o “reubicados” en zonas desfavorables. Basta
analizar el lugar en que se ubican los basurales, quiénes son los que ocupan áreas
con mayor riesgo ambiental o cuáles son los grupos que viven en las zonas donde se
sufren con mayor dureza las inclemencias climáticas, para comprobar que aquel “derecho a la ciudad” no es igual para todos.
“Lejos de los centros comerciales y turísticos, con servicios de transporte deficientes, con graves problemas de infraestructura barrial que implican la falta de servicios públicos esenciales, el acceso al trabajo y a los espacios de participación pública se vuelve sumamente dificultoso.
“Por todo esto, las políticas públicas urbanísticas deberán proponer medidas positivas relevantes que tengan como fin incluir a todas las personas del tramado social
en condiciones de igualdad, impidiendo entonces que se agudice esa brecha entre los
sectores de mayores y menores recursos”.
Sorprende la cercanía y la similitud de la problemática. Podemos hacer nuestras las exhortaciones de estos hermanos nuestros, también argentinos, también provincianos.
En aquel comunicado de hace cuatro meses, también se decía:
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“Pensamos asimismo en el valor pedagógico de toda legislación y así volvemos al argumento del principio: parece enseñarse aquí – en el proyecto de ley con media sanción
- que lo ideal es encerrarnos y aislarnos de los demás, incluso con el argumento de la
inseguridad pública actual. Es obvio que el camino de solución es otro, si se pretende el
bien común”. Es decir, no estamos objetando el argumento de la falta de seguridad pública, que, claramente, no es sólo una sensación; sino aquel ¡sálvese quien pueda! que
deja fuera de los muros a quien no puede...
A este respecto – el de la inseguridad – en noviembre del pasado año, en otro comunicado, luego de exponer algunos senderos que nos pudieran llevar entonces por el camino de la paz social, añadíamos que “la búsqueda de soluciones en la coyuntura no
puede inhibirnos de buscar las causas y prever las consecuencias”.
Y continuábamos así:
“Causa principal de la actual situación es la tremenda desigualdad social, que no deja de crecer, aún habiendo mejorado los índices de pobreza e indigencia.
“Tiene que quedar muy claro que los pobres no son delincuentes. Y parece que esto
no está claro para todos. Muchos confunden esto, provocando una más grave fractura social.
“Sí es cierto que la pobreza, creciente por tanto tiempo, desde diez, doce años atrás,
provocó situaciones extremas que se llevaron por delante muchas veces las virtudes
y valores que las familias atesoraban y cultivaban en sus hijos; y suscitaron necesidades también extremas, que muchos buscan atenuar con diversas adicciones, cuando no estallan en delitos que asombran por su frecuencia y gravedad.
“Es que muchos son los que han quedado a la orilla del camino, y muchos son también los transeúntes que pasan junto a ellos sin verlos, sin darse cuenta, con indiferencia, cuando no con ostentación, despilfarrando, haciendo notar su poder”.
Concluíamos con una expresión, también de ese momento, de Mons. Arancibia: “Cuando todos se recluyen, pierden los débiles”.
Concretamente sobre la realidad de los barrios privados y, por lo tanto, cerrados, el
Obispo Casaretto, de San Isidro, analiza el problema, realidad ineludible ya entonces
(año 1999) en el Gran Buenos Aires, realidad que – dice – no corresponde canonizar ni
condenar; la considera ‘opción legítima’ frente a la problemática de la inseguridad, pero
añade:
“Sin embargo, es preciso considerar que toda opción por un bien suele implicar la exclusión de otros bienes. Quienes instalan sus viviendas en barrios cerrados optan también por un aislamiento y un modo de vida un tanto ficticio, que puede llegar a tener
implicancias negativas, sobre todo en la educación de los hijos. Todos los contextos de
vida cerrados corren el peligro de ser algo irreales”.
Sobre este verdadero problema de la ‘vida irreal’ se expresa la Dra. Virginia R. Azcuy
en un artículo a modo de ensayo, titulado FIGURAS Y METÁFORAS SOCIALES DE
LA CRISIS URBANA. UNA LECTURA ÉTICO-TEOLÓGICA EN EL CRUCE DE
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LAS DISCIPLINAS (Bs.As., UCA, dic.2003; en: www2.uca.edu.ar). Este texto analiza
detalladamente el tema del ‘cartoneo’ o de los cartoneros, y el de los barrios privados.
Mons. Casaretto se expresa también en el texto citado:
“Sobre la base de la experiencia conocida creo necesario llamar la atención de los
vecinos para que organizadamente planteen sus problemas ante las autoridades
municipales. Ellas son responsables del bien común y por lo tanto defensoras naturales de los más carenciados. Urge una legislación que promueva una sana convivencia, asegurando, entre otras cuestiones, la demarcación de calles y vías de acceso que posibiliten un cómodo desplazamiento, la preservación y la multiplicación
de lugares públicos, prestando los servicios necesarios y la seguridad para todos”.
Parece que queda claro que se manifiesta así como una voz autorizada más, un miembro
de la sociedad de aquel lugar.
En cuanto voz cristiana – y, en su caso, como autoridad en la Iglesia – determina así:
“Como cristianos estamos llamados a transformar esta yuxtaposición en integración. El criterio de acción pastoral fundamental debe ser el de trabajar para generar
una corriente de auténtica comunión evangélica.
“A los antiguos habitantes los invito a recibir en sus comunidades cristianas a los
nuevos vecinos de barrios privados y a éstos a integrarse en las comunidades ya
existentes, evitando aislamientos y generando entre todos una mayor solidaridad.
“A fin de trabajar para ese objetivo, en nuestra diócesis no autorizamos la construcción de capillas dentro de barrios privados. No debemos alentar la privatización
de lo religioso”.
En aquel comunicado se señalaba también la situación de “los más vulnerables, por
ejemplo la población rural obligada por las circunstancias que crea la actual situación
socioeconómica a emigrar, y los consiguientes asentamientos urbanos, [que] no tienen
mayor lugar en este proyecto de ordenamiento territorial, sino por omisión...” Al respecto ya citamos el duro análisis de miembros de la Pastoral Social de la diócesis de Bariloche.
Pero es preciso señalar aquí la preocupación de la doctrina social por la situación de los
agricultores, de la población rural en general y de los pueblos originarios o aborígenes.
Ya el Papa Juan XXIII, el Papa bueno como se lo llamó, hijo de campesinos agricultores, se preocupó expresa y detalladamente, en su carta encíclica “Mater et Magistra”
(1961), de los problemas múltiples de quienes laboran la tierra (ns. 123-147) advirtiendo
desde entonces, entre otras cosas, acerca del creciente éxodo del campo a la ciudad y
sus causas.
El Consejo Justicia y Paz se ha pronunciado sobre este tema en un documento titulado
“PARA UNA MEJOR DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA. EL RETO DE LA REFORMA AGRARIA” (año 1997), que invito a Uds. a leer y consultar, en cuanto tiene
que ver con nuestro tema de hoy.
Entre tanto, cito lo que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice al respecto
(n.300):
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“En algunos países es indispensable una redistribución de la tierra, en el marco de
políticas eficaces de reforma agraria, con el fin de eliminar el impedimento que supone el latifundio improductivo, condenado por la doctrina social de la Iglesia (cita
aquí a Pablo VI, en su carta “Populorum progressio”, n.23), para alcanzar un auténtico desarrollo económico”.
Está muy clara aquí la condena al latifundio improductivo, pero también cabe deducir,
por ejemplo, la inconveniencia del minifundio que no alcanza a solventar la supervivencia humana.
La legislación provincial se destaca por algunas normas que, aunque discutibles quizás
en sus determinaciones concretas, han querido buscar solución a verdaderos problemas
sociales; me refiero a la Ley de Arraigo de Puesteros, que encuentra dificultades para su
cumplimiento, según parece, en distintos episodios en el sur de la provincia, y la Ley Nº
6920 que intenta reconocer los derechos de los pueblos originarios (en el caso, las once
comunidades huarpes con personería jurídica en la zona de secano de Lavalle), ya amparados por la Constitución Nacional en su Art. 75, inciso 17, y por la Resolución 169
de la Organización Internacional del Trabajo OIT, homologada por el Gobierno de la
Nación. Creo que también esto tiene que ver con un proyecto de ley de ordenamiento
territorial...
En un primer esbozo de pronunciamiento sobre esta temática, el equipo había mencionado también el tema del agua, verdadera preocupación y hasta angustia de quienes vivimos en un desierto; un tema que siempre afloró – no podía ser de otra manera – en las
primeras reuniones del último mes de abril en el CRICYT y también en las que se efectuaron en el Rectorado de esta Casa. Hago esta mención también porque hermanos
nuestros mendocinos, miembros de asociaciones que luchan “POR EL AGUA PURA” y
a su vez integrantes de equipos de pastoral social de las parroquias del Departamento de
San Carlos han hecho variadas manifestaciones sobre el peligro que entrañarían exploraciones y futuras explotaciones de minerales (oro y plata, especialmente) en su zona.
En su intervención en las Jornadas de Minería Sustentable, propiciadas por el gobierno
provincial el año pasado, propusieron “declarar al Valle de Uco como área no apta para
la exploración y explotación minera con el uso de soluciones químicas contaminantes”
(se trata del uso de contaminantes en proyectos mineros a cielo abierto en zonas cercanas a ríos y arroyos, y a sus nacientes, que perjudicarían gravemente el agua destinada a
uso humano y a riego de esos valles agrícolas). Ellos remarcan que se oponen sólo a la
explotación minera que utiliza recursos contaminantes y altamente impactantes sobre el
medio ambiente. ¿No es éste otro importante tema a considerar en un proyecto de ley de
ordenamiento territorial y uso del suelo?
He dejado para el final el primer argumento esgrimido en nuestro comunicado sobre
este tema: la fragmentación social. Los estudiosos de esta Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales, sin duda, tienen muy claro a qué nos referimos habitualmente cuando hablamos de fragmentación social, o segmentación social, o debilitamiento del tejido social. Y serán mucho más precisos que yo al exponer sobre estos conceptos.
Sólo quiero aquí leerles algo de lo que dice Virginia Azcuy, quien además cita a Juan
José Sebreli, a Beatriz Sarlo, a Michel Maffesoli, a Maristella Svampa, a Adela Cortina,
a Aldo R. Ameigeiras, a Joseph Comblin; dice así::
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Sobre los countries y los barrios cerrados se puede añadir que, además de justificarse en un contexto de inseguridad, tan real como exagerada, obedecen a la responsabilidad de varios actores:
“especuladores inmobiliarios que impiden todo intento de planeamiento urbano,
presionando o violando las leyes y otros ordenamientos legales mediante el soborno a funcionarios corruptos; arquitectos y diseñadores que imponen sus gustos
arbitrarios, y, en fin, la propia sociedad civil, sin mentalidad ciudadana ni cultura
urbana ni memoria histórica.” (Sebreli, 2003, 285)
En definitiva, en Buenos Aires sucede lo que está pasando en otras grandes metrópolis de las sociedades avanzadas: el modelo ideal de la ciudad moderna, fundamento de la libertad individual y de la igualdad social, cuyo escenario es la calle y
los lugares públicos de encuentro, está hoy en crisis. Se trata de un tema que merece ser más profundizado, sobre todo para delinear los pasos de una reconstrucción
en la situación actual y el desafío específico que le corresponde a la Iglesia. “El
primer paso hacia el logro de comunidades más hermosas y habitables es la creación de una conciencia de la comunidad. (…) Por supuesto, la conciencia debe llevar a la acción; a la acción específica.” (Von Eckardt, 1972, 484)
“Las ciudades son realidades sensibles a las que constantemente debe afrontar la
palabra de Dios en la predicación de la Iglesia; son como obstáculos contra los que
diariamente tropieza. La Iglesia no puede contentarse con hablar de la ciudad. Está
dentro. Debe tomar una actitud. Debe definirse.” (Comblin – Calvo, 1972, 20)
(ps.24-26)
La Ciudad (no digo: ésta ciudad, Mendoza, San Martín, Tunuyán...; digo la Ciudad en el
sentido de los antiguos: la comunidad de los seres humanos, la polis) la Ciudad no puede re-gresar al tiempo de las tribus, de los clanes, de los guetos, de las cavernas... Porque creo que eso es lo que estamos haciendo: ir para atrás... “Tiendan puentes, no levanten muros” decía Juan Pablo II en sus últimos años, ante el casi sempiterno problema
palestino-israelí...
Y hay que hacerlo pronto: se dice que han pasado ya catorce años del primer proyecto
de ley sobre este tema. Estudios suficientes tiene que haber. Ahora es el momento de
poner manos a la obra. Antes que sea demasiado tarde.
Gracias.
Mendoza, 24 de agosto de 2006
Enrique Endrizzi
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