otorgar jerarquia constitucional al convenio de la organizacion

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PROYECTO DE LEY
El Senado y Cámara de Diputados,…
Artículo 1º – En los términos del artículo 75 inciso 22 de la Constitución Nacional,
asígnase jerarquía constitucional al Convenio 169 de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, aprobado por
la ley 24.071.
Art. 2º – Comuníquese al Poder Ejecutivo.
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FUNDAMENTOS
Señor presidente:
A través de este proyecto de ley se propone que el Congreso Nacional, en uso de las
facultades que le confiere la Constitución Nacional, en su artículo 75, inciso 22, asigne
jerarquía constitucional al Convenio 169 del año 1989 de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), que actualmente cuenta con jerarquía supralegal.
De conformidad con la citada cláusula constitucional, el Congreso Nacional tiene la
facultad de aprobar o desechar –junto con los concordatos de la Santa Sede– tratados
concluidos con las demás naciones y las organizaciones internacionales. De allí también
surge que éstos tienen jerarquía superior a las leyes, y que los once pactos que se enumeran
cuentan con jerarquía constitucional.
Por otra parte, el Poder Legislativo nacional puede ampliar el catálogo de tratados de
derechos humanos de jerarquía constitucional a través de un mecanismo de mayorías
calificadas. El último párrafo de la norma en comentario establece que, luego de ser
aprobados por el Congreso, requerirán el voto de las dos terceras partes de la totalidad de
los miembros de cada Cámara para gozar de la máxima jerarquía en nuestro ordenamiento.
Así procedió este Congreso en abril de 1997, cuando a través de la sanción de la ley 24.820
elevó a jerarquía constitucional la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada
de Personas.
A través del presente se propone asignar jerarquía constitucional al Convenio 169 de la
Organización Internacional del Trabajo, que en el año 1989 sustituyó a su homónimo de
1957 (Nº 107).
El convenio se encuentra aprobado en nuestro país por la ley 24.071 del año 1992. Su
instrumento de ratificación fue depositado en la OIT en julio del año 2000 y, en
consecuencia, entró en vigencia un año después.
Se trata de un convenio dirigido a promover el pluralismo y la democratización en el
funcionamiento estatal, a reconocer el carácter multicultural y pluriétnico de nuestra
sociedad a través de la tolerancia jurídica de la alteridad. A través suyo, el Estado reconoce
y protege los derechos de las distintas naciones que lo integran.
Como explica su declaración inicial, el convenio reconoce las aspiraciones de esos pueblos
a asumir el control de sus propias instituciones y formas de vida y de su desarrollo
económico y a mantener y fortalecer sus identidades, lenguas y religiones, dentro del
marco del estado en que viven.
Pese a la ausencia de cifras oficiales, diversas ONG han estimado el número de personas
indígenas en la Argentina podría ser de entre 800.000 y 2.000.000, entre las cuales un alto
porcentaje vive en asentamientos rurales y en forma comunitaria, representando
aproximadamente entre un 3 % y un 5 % de la población total del país (véase CELS,
2002:5, también citado por Cletus Gregor Barié, Pueblos indígenas y derechos
constitucionales en América latina: un panorama, Comisión Nacional para el Desarrollo de
los Pueblos Indígenas –México, gobierno de la república–, ABYA YALA, Banco Mundial
–Fideicomiso Noruego–, 2º edición actualizada y aumentada, Bolivia, 2003, p. 117).
La elevación del convenio 169 a jerarquía constitucional constituye un trascendente
reconocimiento de los derechos de esta gente, que son el testimonio vivo de nuestra
historia. Debe considerarse como un complemento importante en favor de los derechos de
los indígenas ya reconocidos por el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional. En
efecto, a través suyo pueden suplirse deficiencias varias de aquella norma constitucional:
por ejemplo, la falta de definición de términos tales como “pueblos indígenas”, “tierras”,
“propiedad comunitaria”. Sumado a ello, se ocupa de múltiples áreas específicas en pos del
reconocimiento de los derechos y la dignidad de estas poblaciones.
En particular, resulta destacable en cuanto a que estipula que “al aplicar la legislación
nacional a los pueblos interesados deberán tomarse debidamente en consideración sus
costumbres o derecho consuetudinario”; que estos pueblos “deberán tener el derecho de
conservar sus costumbres e instituciones propias, siempre que éstas no sean incompatibles
con los derechos fundamentales…”, y que “los gobiernos deberán respetar la importancia
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especial que para las culturas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su
relación con las tierras o territorios, o con ambos, según los casos, que ocupan o utilizan de
alguna manera, y en particular los aspectos colectivos de esa relación” (artículo 13).
Asimismo, entre muchas otras de sus previsiones, resulta trascendente que “deberá
reconocerse a los pueblos interesados el derecho de propiedad y de posesión sobre las
tierras que tradicionalmente ocupan” y “tomarse medidas para salvaguardar el derecho de
los pueblos interesados a utilizar tierras que no estén exclusivamente ocupadas por ellos,
pero a las que hayan tenido tradicionalmente acceso para sus actividades tradicionales y de
subsistencia” (artículo 14.1). También reviste la mayor importancia que “en la medida en
que sea compatible con el sistema jurídico nacional y los derechos humanos
internacionalmente reconocidos deberán respetarse los métodos a los que los pueblos
interesados recurren tradicionalmente para la represión de los delitos cometidos por sus
miembros” (artículo 9.1).
La elevación a jerarquía constitucional del Convenio 169 de la OIT implicará el
reconocimiento constitucional (y por tanto pleno, en tanto no colisione con los derechos
fundamentales) del derecho consuetudinario de las comunidades indígenas, de sus derechos
previos al Estado y de sus instituciones.
Esta medida permitirá ocupar un espacio que permanece vacío entre el amplio repertorio
conformado por los tratados de derechos humanos que ha robustecido nuestra normativa
constitucional: el aseguramiento de una vida digna para todos exige el más firme
reconocimiento de las diferencias culturales y étnicas, así como de los derechos anteriores a
la constitución del Estado.
El reconocimiento constitucional de la diversidad importará el reconocimiento de la
diversidad jurídica, dejando atrás ya las meras declaraciones de principios. Por otra parte,
contribuirá a promover una mayor conciencia en la sociedad respecto de tan trascendente
como olvidada problemática.
Por las razones que expuse, solicito a los señores diputados la aprobación de este proyecto
de ley.
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